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DERECHO ADMINISTRATIVO TEMA 2: LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA EN LA CONSTITUCIÓN

TEMA 2. LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA EN LA CONSTITUCIÓN. RÉGIMEN ADMINISTRATIVO


GENERAL (ART. 149.1.18ª DE LA CE). LA APLICACIÓN DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES.

I.- LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA EN LA CONSTITUCIÓN

La consagración revolucionaria del Estado de Derecho supone la posibilidad de la aparición de


un verdadero Derecho público y dentro de él de un Derecho Administrativo en el que además
de los principios políticos de la organización del estado se reconozca el principio de legalidad y
los derechos públicos subjetivos.

El modelo histórico que alumbran las revoluciones liberales (la americana, primero, y la
francesa después), es el del Estado de Derecho, en el que se incluye también el modelo del
Estado español. Dicho modelo se caracteriza por los siguientes principios:

1. La soberanía popular.

2. La división de poderes

3. El principio de legalidad

4. El reconocimiento de los derechos fundamentales del ciudadano.

1. La soberanía popular

La Constitución Española de 1978 consagra este principio en el art. 1.2 al señalar que la
soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado. De
esta afirmación surgirá la distinción entre el Poder constituyente, que es el Pueblo, y los
Poderes constituidos, a los que se les atribuye el poder político ordinario.

2. La división de poderes

Este principio, aunque no proclamado de manera formal, luce claramente en las distintas
partes de la Constitución de 1978. Los títulos III, IV y VI de su texto tratan, respectivamente,
“de las Cortes Generales” (que al representar al pueblo español, ejercen la potestad legislativa,
art. 66), “del Gobierno y la Administración” (el primero “ejerce la función ejecutiva”, art. 97), y
“del poder judicial” sometido “al imperio de la Ley”, art. 117)

3. El principio de legalidad

Este principio supone el que tanto los ciudadanos como los poderes públicos están sujetos a la
Constitución y al resto de Ordenamiento jurídico (art. 9.1 CE). El principio se traduce en el

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denominado imperio de la ley, que en el plano operativo consagra originariamente la primacía


funcional del Parlamento sobre el Poder Ejecutivo, y la entera sumisión del Poder Judicial a la
Ley, como norma primera tras la Constitución, legitimadora de su actuación pública.

Por otra parte, el sometimiento de la acción de los Poderes Públicos al Derecho supone que los
ciudadanos pueden defender sus derechos e intereses legítimos ante los Tribunales de Justicia,
mediante los correspondientes recursos y ejercicio de acciones. De esta suerte, los Tribunales
de Justicia se convierten en garantes de esa sumisión del poder al Derecho, ejerciendo una
acción que implica control de la actividad del Gobierno y la Administración Pública (art. 106.1
CE) y protección de los derechos subjetivos e intereses legítimos de los ciudadanos (art. 24 y
53 CE).

4. Reconocimiento de los derechos públicos subjetivos.1

Los derechos esgrimibles frente a la acción del poder no son sólo los contenidos en la
Constitución (Título I De los derechos y deberes fundamentales); también pueden nacer de
otras normas o de simples relaciones jurídicas, y son siempre defendibles ante los Tribunales
de Justicia en el supuesto de que la Administración pretenda desconocerlos. De ahí que, con
independencia del grado de protección que el derecho otorga a los distintos tipos de derechos
públicos subjetivos, la idea esencial es que:

• El ciudadano los tiene reconocidos y garantizados.

• La acción pública no puede desconocerlos o violarlos.

• Para su defensa el ciudadano puede acudir a los Tribunales que, en su caso, dictarán
una sentencia condenatoria para la Administración y obligarán a respetar o restablecer
el derecho violado o a indemnizar convenientemente a su titular.

La Administración en la Constitución Española

Dentro del Título IV de la CE que lleva como rúbrica Del Gobierno y de la Administración, los
arts. 103 a 107 CE2 establecen los principios informadores de la Administración, con referencia
a la creación de los órganos que la componen y los medios personales que la sirven (art. 103),
y con una especial consideración a un tipo de servidores públicos: los miembros de las fuerzas

1
Manual de Derecho Administrativo de Luis Cosculluela Montaner. 27ª Edición. Civitas, Thomson
Reuters.
2
Vamos a seguir en este aspecto al profesor Martín Rebollo que analizó esta cuestión en la Revista de
Derecho Político, núm. 37, 1992.

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y cuerpos de seguridad del Estado (art. 104). Remiten a la ley la regulación de la audiencia en
la elaboración de las disposiciones administrativas, el acceso de los ciudadanos a los archivos y
registros públicos y la producción de actos administrativos, que debe garantizar también el
principio de audiencia (art. 105); prevén el sometimiento pleno de la Administración a la Ley y
al Derecho (art. 103.1) y el control judicial de la potestad reglamentaria y de la actuación
administrativa (art. 106.1), así como el correlato de la responsabilidad patrimonial cuando los
particulares sufran daños por la actuación de las Administraciones Públicas (por el
funcionamiento de los servicios públicos, dice el art. 106.2, recogiendo una terminología
tradicional); y contemplan, finalmente, la existencia del Consejo de Estado como órgano
consultivo del Gobierno cuya composición y competencia se remiten a una ley orgánica (art.
107).

Analizaremos con más detalle los artículos más importantes:

Artículo 103

El art. 103 de la CE establece:

1. La Administración Pública sirve con objetividad los intereses generales y actúa de acuerdo con los
principios de eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación, con sometimiento
pleno a la ley y al Derecho.

2. Los órganos de la Administración del Estado son creados, regidos y coordinados de acuerdo con la ley.

3. La ley regulará el estatuto de los funcionarios públicos, el acceso a la función pública de acuerdo con
los principios de mérito y capacidad, las peculiaridades del ejercicio de su derecho a sindicación, el
sistema de incompatibilidades y las garantías para la imparcialidad en el ejercicio de sus funciones.

El Tribunal Constitucional ha señalado que los principios contenidos en el párrafo 1 del art. 103
CE son aplicables a todas las Administraciones Públicas.

El principio de neutralidad, recogido en el art. 103.1 cuando alude a que la Administración


«sirve con objetividad», incluye el mandato de mantener a los servicios públicos a cubierto de
toda colisión entre intereses particulares e intereses generales (STC 77/1985, de 27 de junio).

El sometimiento pleno a la ley y al Derecho recogido en el artículo 103.1 enlaza con lo


previsto en el artículo 106.1 de la Constitución, cuando se atribuye a los Tribunales (a los
órganos jurisdiccionales competentes) el control de la potestad reglamentaria y la legalidad de
la actuación administrativa, así como el sometimiento de ésta a los fines que la justifican.
Como ha señalado con profusión el Tribunal Constitucional, el artículo 103.1 en conexión con

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el artículo 106.1 de la Constitución impiden que puedan existir comportamientos de la


Administración Pública -positivos o negativos- inmunes al control judicial.

El artículo 103.1 de la Constitución alude también a los principios de eficacia, jerarquía,


descentralización, desconcentración y coordinación, disponiendo que la Administración
Pública debe actuar de acuerdo con dichos principios. En realidad, es fácil observar que los
aludidos principios no están situados en el mismo plano: los principios de jerarquía,
descentralización, desconcentración y coordinación no son nada en sí mismos si no se
conectan con la finalidad que con ellos se persigue, como es alcanzar una actuación
administrativa eficaz. Podría decirse que el principio de eficacia es el objetivo a alcanzar,
siendo los principios de jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación
medios a través de los cuales podrá conseguirse dicho objetivo.

La Ley 40/2015, de 1 de octubre, de Régimen Jurídico del Sector Público (en adelante Ley
40/2015) recoge literalmente en su artículo 3.1 el contenido del artículo 103.1 de la
Constitución, modificando exclusivamente la referencia a las Administraciones públicas en
plural. A los citados principios, añade el precepto legal que las Administraciones deberán
respetar en su actuación los principios de buena fe y confianza legítima; en sus relaciones con
otras Administraciones Públicas se regirán por el principio de cooperación y colaboración; en
sus relaciones con los ciudadanos bajo los principios de transparencia y participación; y
siempre actuando con criterios de eficiencia y servicio a los ciudadanos.

Por lo que se refiere específicamente al principio de jerarquía, éste no se predica en el marco


de las relaciones entre Administraciones Públicas, menos aun cuando se trata de
Administraciones que gozan, con un mayor o menor grado, de autonomía propia. El principio
de jerarquía previsto en el artículo 103.1 de la Constitución hay que ponerlo en conexión con
la estructura interna de cada Administración Pública como principio general de organización
administrativa, precisamente por considerarse que la jerarquía constituye un instrumento útil
para alcanzar una mayor eficacia en la actuación administrativa.

Sin necesidad de examinar las diferencias entre los principios de descentralización y


desconcentración, únicamente conviene resaltar que la descentralización se da entre
entidades públicas (Administraciones Públicas) con personalidad jurídica, siendo así que la
Constitución establece un sistema descentralizado, garantizando el derecho de la autonomía
de las nacionalidades y regiones que integran la nación española (artículo 2). Precisamente a

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dicho principio responde el título VIII de la Constitución, en el que se configura un sistema


fuertemente descentralizado.

La desconcentración, en cambio, opera en el seno de una misma Administración Pública, y


responde a la idea de trasladar competencias de arriba hacia abajo en el orden jerárquico.

Finalmente, el principio de coordinación es quizá uno de los más útiles para lograr una
actuación eficaz por parte de las Administraciones Públicas, máxime si se tiene en cuenta la
yuxtaposición que en numerosas ocasiones se produce, con un mayor o menor alcance, entre
competencias de distintas Administraciones públicas. No en vano el Tribunal Constitucional ha
recordado reiteradamente la necesidad de que las Administraciones se coordinen, lo que,
entre otras cosas, evitaría un gran número de conflictos de competencias.

Por lo demás, una de las manifestaciones más destacadas del principio de eficacia se
encuentra en el privilegio de autotutela y ejecutividad de los actos administrativos (artículos
38 y 39 de la Ley 39/2015).

El artículo 103.2 de la Constitución dispone que los órganos de la Administración del Estado
son creados, regidos y coordinados de acuerdo con la ley. Aunque explícitamente se refiere
sólo a la Administración del Estado, la realidad es que existe una regulación mínima común
aplicable a todas las Administraciones Públicas, que se encuentra recogida en los artículos 11 y
ss. de la Ley 40/2015.

En efecto, señala el artículo 5.2 de la Ley 40/2015 que corresponde a cada Administración
Pública delimitar, en su respectivo ámbito competencial, las unidades administrativas que
configuran los órganos administrativos propios de las especialidades derivadas de su
organización. En este aspecto, las Comunidades Autónomas tienen competencias para
establecer su propia estructura organizativa (artículo 148.1. 1ª).

Finalmente, el artículo 103.3 de la Constitución se refiere a los funcionarios públicos. En este


caso no ya sólo a los funcionarios de la Administración del Estado, sino a los funcionarios
públicos en general. Del precepto constitucional cabe extraer cuatro aspectos diferenciados
aunque conexos:

1. Establece una reserva de ley en lo que se refiere al estatuto de los funcionarios


públicos,

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2. Garantiza que el acceso a la función pública se produzca de acuerdo con los principios
de mérito y capacidad,

3. Reconoce que el ejercicio del derecho de sindicación por los funcionarios puede
presentar peculiaridades y

4. Alude a la regulación de un sistema de incompatibilidades y garantías dirigidas a


salvaguardar la imparcialidad de los funcionarios en el ejercicio de sus funciones.

En cumplimiento de la competencia atribuida al Estado en virtud del artículo 149.1.18ª y de la


reserva de ley prevista en el artículo 103.3 ambos de la Constitución, actualmente se
encuentra en vigor el Real Decreto Legislativo 5/2015, de 30 de octubre, por el que se
aprueba el texto refundido de la Ley del Estatuto Básico del Empleado Público.

Artículo 105

La ley regulará:

a) La audiencia de los ciudadanos, directamente o a través de las organizaciones y asociaciones


reconocidas por la ley, en el procedimiento de elaboración de las disposiciones administrativas que les
afecten.

b) El acceso de los ciudadanos a los archivos y registros administrativos, salvo en lo que afecte a la
seguridad y defensa del Estado, la averiguación de los delitos y la intimidad de las personas.

c) El procedimiento a través del cual deben producirse los actos administrativos, garantizando, cuando
proceda, la audiencia del interesado.

El artículo 105 de la Constitución establece una reserva de ley en tres ámbitos diferenciados:

a) La audiencia de los ciudadanos en el procedimiento de elaboración de las disposiciones


administrativas que les afecten;

b) El acceso a los archivos y registros administrativos; y, finalmente,

c) La audiencia del interesado en el procedimiento a través del cual deben producirse los
actos administrativos.

El artículo 105.a) establece que la ley regulará la audiencia de los ciudadanos, directamente o
a través de las organizaciones y asociaciones reconocidas por la Ley, en el procedimiento de
elaboración de las disposiciones administrativas que les afecten.

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Alude el precepto constitucional a la audiencia en el procedimiento de elaboración de las


"disposiciones administrativas", expresión que debe interpretarse en el sentido de normas
emanadas del poder ejecutivo con rango inferior a la Ley. En otras palabras, se equipara
"disposiciones administrativas" a norma reglamentaria.

Actualmente, la regulación en materia de procedimiento de elaboración de disposiciones


administrativas se encuentra de la siguiente manera:

• El artículo 26 de la Ley 50/1997, de 27 de noviembre, del Gobierno, regula el


procedimiento aplicable a la Administración del Estado;

• Las Comunidades Autónomas gozan de competencia exclusiva para regular el


procedimiento aplicable para la aprobación de sus disposiciones propias, pues, como
recordó el Tribunal Constitucional en su sentencia 15/1989, de 29 de enero, "...el
procedimiento de elaboración de las disposiciones de carácter general es un
procedimiento administrativo especial respecto del cual las Comunidades Autónomas
gozan de competencias exclusivas cuando se trate del procedimiento para la
elaboración de sus propias normas de carácter general";

• Finalmente, las entidades locales se someterán, para la aprobación de sus ordenanzas,


al procedimiento previsto en el artículo 49 de la Ley 7/1985, de Reguladora de las
Bases del Régimen Local, así como a la demás normativa autonómica y local que sea
de aplicación.

No obstante, debe aclararse que el artículo 105.a) de la Constitución opera en relación con
todos los procedimientos de elaboración de disposiciones administrativas, cualquiera que sea
la Administración Pública autora.

El artículo 105.b) de la Constitución se refiere al acceso de los ciudadanos a los archivos y


registros administrativos.

El régimen jurídico actual viene concretado como derecho del ciudadano en general, en el
artículo 13 d) de la Ley 39/2015, de 1 de octubre, del Procedimiento Administrativo Común de
las Administraciones Públicas y, fundamentalmente, en los artículos 12 y siguientes de la Ley
19/2013, de 9 de diciembre, de transparencia, acceso a la información pública y buen
gobierno, cuyo artículo 12 dispone específicamente que "Todas las personas tienen derecho a
acceder a la información pública, en los términos previstos en el artículo 105.b) de la
Constitución Española, desarrollados por esta Ley."

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Por otro lado, el acceso a la información pública no es absoluto, sino que la propia Ley
establece límites a su acceso. Así, el artículo 14 establece que "El derecho de acceso podrá ser
limitado cuando acceder a la información suponga un perjuicio para:

a) La seguridad nacional.

b) La defensa.

c) Las relaciones exteriores.

d) La seguridad pública.

e) La prevención, investigación y sanción de los ilícitos penales, administrativos o disciplinarios.

f) La igualdad de las partes en los procesos judiciales y la tutela judicial efectiva.

g) Las funciones administrativas de vigilancia, inspección y control.

h) Los intereses económicos y comerciales.

i) La política económica y monetaria.

j) El secreto profesional y la propiedad intelectual e industrial.

k) La garantía de la confidencialidad o el secreto requerido en procesos de toma de decisión.

l) La protección del medio ambiente".

Finalmente, el artículo 105.c) de la Constitución se refiere a la audiencia de los interesados (no


ya de los ciudadanos en general) en el procedimiento a través del cual deben producirse los
actos administrativos. Frente al artículo 105.a) de la Constitución, que alude al procedimiento
de elaboración de normas jurídicas reglamentarias, en este caso el artículo 105.c) se
circunscribe a procedimientos administrativos para la producción de actos administrativos,
sean o no singulares. Importa destacar que en el precepto constitucional se utiliza un concepto
jurídico-administrativo de honda raigambre y de concreta significación jurídica, como es la de
"interesado".

Artículo 106

1. Los Tribunales controlan la potestad reglamentaria y la legalidad de la actuación administrativa, así


como el sometimiento de ésta a los fines que la justifican.

2. Los particulares, en los términos establecidos por la ley, tendrán derecho a ser indemnizados por toda
lesión que sufran en cualquiera de sus bienes y derechos, salvo en los casos de fuerza mayor, siempre
que la lesión sea consecuencia del funcionamiento de los servicios públicos.

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El artículo 106.1 supone la constitucionalización de la inexistencia de comportamientos de las


Administraciones Públicas inmunes al control judicial. Lo que este precepto constitucional (en
conexión con el artículo 24 de la Constitución) garantiza es que la actuación de la
Administración será revisada, bajo criterios de imparcialidad, por un órgano jurisdiccional.

El artículo 106.1 garantiza también que los Tribunales controlan la potestad reglamentaria.

El art. 1 de la Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de la Jurisdicción Contencioso-


administrativa dispone que los Juzgados y Tribunales del orden contencioso-administrativo
conocerán de las pretensiones que se deduzcan en relación con la actuación de las
Administraciones públicas sujeta al Derecho Administrativo, con las disposiciones generales de
rango inferior a la Ley y con los Decretos legislativos cuando excedan los límites de la
delegación.

En cuanto al artículo 106.2 de la Constitución, se consagra a nivel constitucional el régimen de


responsabilidad patrimonial objetiva de la Administración por el funcionamiento de los
servicios públicos, de gran arraigo en nuestro sistema jurídico a partir de su incorporación al
ordenamiento jurídico a través del artículo 121 de la Ley de Expropiación Forzosa de 16 de
diciembre de 1954, y que pocos años después se recogería en el artículo 40 de la Ley de
Régimen Jurídico de la Administración del Estado de 26 de julio de 1957.

Dispone el artículo 106.2 que los particulares, en los términos establecidos por la Ley, tendrán
derecho a ser indemnizados por toda lesión que sufran en cualquiera de sus bienes y derechos,
salvo en los casos de fuerza mayor, siempre que la lesión sea consecuencia del funcionamiento
de los servicios públicos. Esta previsión constitucional se encuentra actualmente desarrollada
en los artículos 32 y siguientes de la Ley 40/2015, regulación aplicable a todas las
Administraciones Públicas.

II.- EL RÉGIMEN ADMINISTRATIVO GENERAL (ART. 149.1. 18ª DE LA CE)

El Estado tiene reconocidas competencias para regular determinadas instituciones o establecer


el régimen general de todas las de carácter administrativo. Respecto de esto último, el artículo
149.1. 18.ª CE es el que atribuye al Estado competencias organizativas genéricas.3

3
Seguimos en este ámbito al profesor Muñoz Machado en su TRATADO DE DERECHO ADMINISTRATIVO
Y DERECHO PÚBLICO GENERAL XI. INSTITUCIONES AUTONÓMICAS Y LOCALES. Agencia Estatal BOE.
Madrid.2015.

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Le corresponde, según el precepto, la competencia sobre «Las bases del régimen jurídico de las
Administraciones públicas y del régimen estatutario de sus funcionarios que, en todo caso,
garantizarán a los administrados un tratamiento común ante ellas; el procedimiento
administrativo común, sin perjuicio de las especialidades derivadas de la organización propia
de las Comunidades Autónomas; legislación sobre expropiación forzosa; legislación básica
sobre contratos y concesiones administrativas y el sistema de responsabilidad de todas las
Administraciones Públicas». Fruto de esta competencia el Estado ha dictado, entre otras, la Ley
39/2015, de 1 de octubre, del Procedimiento Administrativo Común de las Administraciones
Públicas; la Ley 40/2015, de 1 de octubre, de Régimen Jurídico del Sector Público; la Ley
7/1985, de 2 de abril, Reguladora de las Bases del Régimen Local; el Real Decreto Legislativo
5/2015, de 30 de octubre, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley del Estatuto
Básico del Empleado Público y la Ley 9/2017, de 8 de noviembre, de Contratos del Sector
Público, por la que se transponen al ordenamiento jurídico español las Directivas del
Parlamento Europeo y del Consejo 2014/23/UE y 2014/24/UE, de 26 de febrero de 2014.

Las competencias estatales indicadas condicionan por tanto, sin duda, algunos extremos de la
libertad de disposición autonómica. Pero, para interpretar el alcance de esa restricción debe
considerarse que la competencia aludida es básica, lo que significa que no puede pasar del
establecimiento de principios generales y comunes de la ordenación de la materia. Así lo ha
considerado, también en esta materia específica, el Tribunal Constitucional desde sus primeras
decisiones (Sentencias de 28 de julio de 1981, 28 de enero de 1982, 7 y 20 de abril, 20 de mayo
y 28 de junio de 1983, etc.). En la primera de las Sentencias citadas ya se encuentra una
formulación que luego el Tribunal Constitucional ha reiterado: en concreto, el concepto de
«régimen jurídico» que aparece en el artículo 149.1.18.ª CE no cabe entenderlo limitado al
procedimiento y al régimen de recursos, pero tampoco cabe interpretarlo como comprensivo
del Derecho Administrativo entero.

La doctrina del Tribunal Constitucional sobre el límite de las competencias autonómicas que
resulta de lo establecido en el artículo 149.1.18.ª aparece consolidada en la Sentencia 5/1999,
de 6 de abril, cuyos enunciados se repiten habitualmente. Se argumenta en ella que «en virtud
de esta competencia básica el Estado puede establecer los elementos esenciales que
garanticen un régimen jurídico unitario aplicable a todas las Administraciones públicas. Con
todo, es cierto que, como queda dicho, la intensidad y extensión que pueden tener las bases
no es la misma en todos los ámbitos que integran ese régimen jurídico. Así, el alcance de lo
básico será menor en aquellas cuestiones que se refieren primordialmente a la organización y

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funcionamiento interno de los órganos de las Administraciones Públicas, que en aquellas otras
que inciden más directamente en su actividad externa, sobre todo cuando afectan a la esfera
de derechos e intereses de los administrados, aunque ciertamente no cabe trazar una
distinción tajante entre unos aspectos y otros. No debe olvidarse que, según establece el
artículo 149.1.18.ª CE, el objetivo fundamental, aunque no único, de las bases en esta materia
es el de garantizar a los administrados un tratamiento común entre ellos y no cabe duda de
que cuanto menor sea la posibilidad de incidencia externa de las cuestiones reguladas por los
preceptos impugnados, más remota resultará la necesidad de asegurar ese tratamiento común
y, por el contrario, mayor relieve y amplitud adquirirá la capacidad de las Comunidades
Autónomas de organizar su propia Administración según sus preferencias».

Además de los condicionamientos y límites que resultan de las regulaciones que


legítimamente pueda establecer el Estado utilizando la competencia que le atribuye el
mencionado artículo 149.1.18.ª CE, es necesario tener en cuenta que, respecto de algunas
instituciones de naturaleza administrativa, también tiene competencias el Estado, derivadas de
la Constitución, que comparte con las Comunidades Autónomas. No entraremos en el detalle
de concretar ahora el régimen de reparto de competencias en relación con cada una de dichas
entidades u organismos, pero de las limitaciones a las competencias autonómicas da cuenta
una jurisprudencia constitucional muy matizada y extensa. Por ejemplo, la Sentencia del
Tribunal Constitucional 26/1987, sobre la organización y el régimen jurídico de las
universidades públicas; la 28/1988, sobre colegios profesionales; la 154/1988, sobre
Administración electoral; la 187/1988 sobre el Tribunal de Cuentas y sus homólogos
autonómicos; las 132/1989 y 22/1999 sobre Cámaras Agrarias; las Sentencias 227/1988 y
17/1990 sobre entidades de gestión de aguas; la 178/1994 sobre cámaras oficiales de la
propiedad urbana y, en general, SSTC 247/2007 y 31/2010. Las materias organizativas en las
que se produce un entrecruzamiento de competencias que restringe las potestades
organizativas autonómicas, y que ha dado lugar a conflictos más relevantes, son las
concernientes al personal de las Administraciones Públicas y a la ordenación del régimen local.

Respecto de los funcionarios, el artículo 149.1.18.ª también reserva al Estado las bases del
régimen jurídico de los funcionarios públicos, lo que permite al Estado establecer una
regulación general sobre un extremo organizativo tan importante como el empleo público. La
doctrina establecida por el Tribunal a efectos de delimitar la competencia estatal puede
encontrarse resumida en la STC 99/1987, de 11 de junio, que interpreta el concepto «régimen
estatutario de los funcionarios públicos» considerándolo «un ámbito cuyos contornos no

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pueden definirse en abstracto y a priori, pero en el que ha de entenderse comprendida, en


principio, la conformación relativa a la adquisición y pérdida de la condición de funcionario, a
las condiciones de promoción de la carrera administrativa y a las situaciones que en estas
puedan darse, a los derechos y deberes y responsabilidad de los funcionarios y a su régimen
disciplinario, así como a la creación e integración, en su caso, en cuerpos y escalas
funcionariales y al modo de provisión de puestos de trabajo al servicio de las Administraciones
públicas». Esta regulación se contiene ahora en el Real Decreto Legislativo 5/2015, de 30 de
octubre, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley del Estatuto Básico del Empleado
Público.

Por lo que concierne a la compartición entre el Estado y las Comunidades Autónomas de


competencias de naturaleza organizativa para decidir sobre la estructura y régimen de las
corporaciones locales, la cuestión es un punto más complejo porque, además de dicho
reparto, es necesario considerar que también las corporaciones locales tienen una autonomía
garantizada por la Constitución. El Tribunal Constitucional interpretó, desde su primera
jurisprudencia, el reparto de competencias entre el Estado y las Comunidades Autónomas en
materia de régimen local afirmando que este, en nuestra Constitución, era «bifronte» de modo
que no pertenecía por completo su regulación ni al Estado ni a las Comunidades Autónomas
sino a ambas instancias. El primero tiene la competencia, derivada del artículo 149.1.18.ª, de
establecer las bases generales de la organización y régimen jurídico de las entidades locales
(estas bases se contienen en la Ley 7/1985, de 2 de abril, Reguladora de las Bases del Régimen
Local), y las segundas competencias legislativas complementarias o de «desarrollo» (en Castilla
y León el desarrollo legislativo de esas bases se contiene en la Ley 1/1998, de 4 de junio, de
Régimen Local de Castilla y León). Sin embargo, considerando que las corporaciones locales
cuentan con autonomía constitucionalmente garantizada, según acabamos de recordar,
debiera corresponderles la potestad de autoorganizarse ya que esta facultad es inherente a la
autonomía. Podría distinguirse, para salvar esta última facultad, entre el reparto general de
competencias en materia de régimen local y las cuestiones meramente organizativas ya que,
respecto de estas, una vez fijadas por el Estado las bases, el resto de las decisiones deberían
corresponder a las propias corporaciones locales. Si a la competencia estatal de definición de
los principios organizativos se añade una competencia de las Comunidades Autónomas de
complementación o desarrollo, queda muy poco espacio para la autonomía organizativa local.
que, en su Sentencia 214/1989, de 21 de diciembre, afirmó que el artículo 149.1.18.ª CE
permite al legislador estatal establecer una estructura organizativa común a todas las

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corporaciones locales, pero el desarrollo del diseño establecido por la legislación estatal básica
no puede corresponder directamente a las entidades locales porque ello supondría desconocer
competencias autonómicas en materia de organización. Dijo en concreto que en lo
concerniente «a la organización municipal, el orden constitucional de distribución de
competencias se funda en el reconocimiento de tres ámbitos normativos correspondientes a la
legislación básica del Estado (artículo 149.1.18.ª CE), la legislación de desarrollo de las
Comunidades Autónomas según los respectivos Estatutos y la potestad reglamentaria de los
municipios, inherente esta última a la autonomía que la Constitución garantiza en el artículo
140». Si dicha potestad autoorganizatoria no tuviera más límite que lo establecido en la Ley
básica estatal, resultaría evidente, según el Tribunal, que se eliminaría el espacio normativo
correspondiente a la legislación autonómica de desarrollo en materia de organización
municipal, lo que constituiría una violación del orden constitucional de distribución de
competencias.

III. LA APLICACIÓN DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES.4

Frente a las tesis del liberalismo más clásico que, tributario del pensamiento iusnaturalista,
entendía los derechos y libertades como límites absolutos al albur del Estado y anteriores a la
existencia del mismo, nuestra Constitución, alineándose con las Constituciones de la segunda
postguerra, ha contemplado un complejo sistema de garantías de los derechos reconocidos en
su texto. Porque lejos ya los tiempos en que el reconocimiento constitucional de un derecho
bastaba, hoy es comúnmente aceptado que un derecho vale jurídicamente lo que valen sus
garantías, como, entre otros, señalaba el profesor Pérez Serrano. De ahí la necesidad de que se
establezcan al más alto nivel mecanismos jurídicos que aseguren la efectividad de los derechos
fundamentales.

Tanto es así que nuestra Norma Fundamental incluye en su Título I -el dedicado a los
"derechos y deberes fundamentales"- un Capítulo Cuarto, que lleva por rúbrica "De las
garantías de las libertades y derechos fundamentales", articulando un sistema de protección
de los derechos reconocidos en el texto constitucional en tres niveles. De acuerdo con la
mayor o menor intensidad de las garantías jurídicas constitucionalmente establecidas, se suele
hacer, siguiendo la sistemática constitucional, la siguiente triple clasificación de los derechos y
libertades:

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Este epígrafe se ha extraído del manual del profesor Muñoz Machado, TRATADO DE DERECHO
ADMINISTRATIVO Y DERECHO PÚBLICO GENERAL, publicado por la Agencia Boletín Oficial del
Estado.

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DERECHO ADMINISTRATIVO TEMA 2: LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA EN LA CONSTITUCIÓN

a) Los derechos y libertades reconocidos en el artículo 14, y la Sección Primera del


Capítulo Segundo del Título I ("De los derechos fundamentales y de las libertades
públicas", artículos 15 a 29) y, con un régimen singular, la objeción de conciencia del
artículo 30 CE, que gozan de las máximas garantías mediante protección reforzada o
preferente.

b) Los derechos reconocidos en el Capítulo Segundo del Título I ("Derechos y libertades",


artículos 14 a 38), Capítulo que comprende, además de los derechos y libertades de la
Sección 1ª -que se sitúan en el primer nivel de protección-, muy singularmente, los
derechos y deberes de los ciudadanos regulados en la Sección 2ª.

c) Los llamados "principios rectores de la política social y económica", contemplados en


el Capítulo Tercero del mismo Título (artículos 39 a 52 CE).

Veamos seguidamente, con mayor detenimiento, esta triple clasificación, con su


correspondiente régimen de garantías.

a) Derechos y libertades reconocidos en el artículo 14, Sección Primera del Capítulo Segundo
del Título I - artículos 15 a 29 CE- y artículo 30.

Bajo la rúbrica "De los derechos fundamentales y de las libertades públicas" nuestra
Constitución reconoce derechos tales como el derecho a la vida, a la libertad o el honor. Son
los derechos propios del liberalismo más clásico, los esenciales de la persona y los que, debido
a esta condición, gozan del máximo nivel de protección jurídica. De ahí que para garantizar
este mayor nivel de protección se contemple, como medida específica, además de las previstas
para todos los derechos del Capítulo Segundo -a la que más abajo nos referimos-, el recurso de
protección jurisdiccional ante la jurisdicción ordinaria y el Recurso de Amparo ante el
Tribunal Constitucional.

El recurso de protección jurisdiccional ante la jurisdicción ordinaria.

La protección jurisdiccional de los derechos fundamentales y libertades públicas ante los


Tribunales ordinarios se instrumenta a través de un procedimiento especial, preferente y
sumario, según prescribe el apartado 2 del artículo 53.CE. En palabras del propio Tribunal
Constitucional, "la preferencia implica prioridad absoluta por parte de las normas que regulan
la competencia funcional o despacho de los asuntos; por sumariedad, como ha puesto de
relieve la doctrina, no cabe acudir a su sentido técnico (pues los procesos de protección

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DERECHO ADMINISTRATIVO TEMA 2: LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA EN LA CONSTITUCIÓN

jurisdiccional no son sumarios, sino especiales), sino a su significación vulgar como equivalente
a rapidez" (STC 81/1992, de 28 de mayo).

Dicho procedimiento preferente y sumario fue regulado tempranamente mediante la Ley


62/1978, de 26 de diciembre, de protección jurisdiccional de los derechos fundamentales de la
persona, posteriormente completada, en cuanto al ámbito de los derechos protegidos, por el
Real Decreto Legislativo 342/1979, de 20 de febrero y por la disposición transitoria segunda de
la Ley Orgánica 2/1979, de 3 de octubre, del Tribunal Constitucional.

Por lo que respecta a la garantía contencioso-administrativa, el procedimiento regulado en los


artículos 114 a 122 de la Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de la Jurisdicción
Contencioso-administrativa vino a sustituir lo previsto por la Ley 62/1978 como amparo
judicial en dicho orden jurisdiccional.

El Amparo constitucional

A través de este procedimiento, el Tribunal Constitucional se convierte en garante máximo de


los derechos y libertades.

En cuanto a la naturaleza del recurso de amparo constitucional, instaurado por vez primera
entre nosotros en la Constitución de 1978, tras el fracasado intento de la de 1931. Se trata de
un recurso que procede ante la vulneración de cualesquiera de los derechos contemplados en
los artículos 14 a 29 y 30 de la Constitución; un recurso de carácter complementario por
cuanto requiere el agotamiento de la vía judicial previa, en la que habrá de haberse invocado
el derecho vulnerado, a fin de que los órganos judiciales hayan podido pronunciarse en ese
primer momento sobre la vulneración alegada.

En palabras del propio Tribunal Constitucional: " ...el artículo 53.2 CE atribuye la tutela de los
derechos fundamentales primariamente a los Tribunales ordinarios (...), por lo que la
articulación de la jurisdicción constitucional con la ordinaria ha de preservar el ámbito que al
Poder Judicial reserva la Constitución (...) El respeto a la precedencia temporal de la tutela de
los Tribunales ordinarios exige que se apuren las posibilidades que los cauces procesales
ofrecen en la vía judicial para la reparación del derecho fundamental que se estima lesionado
(...) esta exigencia, lejos de constituir una formalidad vacía, supone un elemento esencial para
respetar la subsidiariedad del recurso de amparo y, en última instancia, para garantizar la
correcta articulación entre este Tribunal y los órganos integrantes del Poder Judicial, a quienes
primeramente corresponde la reparación de las posibles lesiones de derechos invocadas por

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DERECHO ADMINISTRATIVO TEMA 2: LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA EN LA CONSTITUCIÓN

los ciudadanos, de modo que la jurisdicción constitucional sólo puede intervenir una vez que,
intentada dicha reparación, la misma no se ha producido" (por todas, STC 284/2000, de 27 de
noviembre).

Por lo que se refiere a los demás requisitos, el procedimiento de tramitación y los efectos del
recurso de amparo, nos remitimos al artículo 161.1 b) de la Constitución. Baste aquí recordar
que la reforma de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional, operada por LO 6/2007 de 24 de
mayo, se debió a la hiperinflación de demandas de amparo, que trastocaba gravemente el
normal funcionamiento del Alto Tribunal en detrimento del ejercicio de sus restantes
competencias, en particular, del control normativo. En concreto, la nueva regulación del
Recurso de amparo ante el TC, tras la reforma de Ley Orgánica en 2007, previene que la
admisión a trámite de estos recursos justifique una decisión sobre el fondo del asunto en
función de su especial trascendencia constitucional, atendiendo a la importancia para la
interpretación constitucional o su aplicación, contenido y alcance de los derechos
fundamentales. El propio Tribunal ha interpretado la "especial trascendencia constitucional"
en STC 70/2009, entre otras, en el sentido de que concurre esta circunstancia cuando: no haya
doctrina del TC sobre el derecho invocado, cuando el Alto Tribunal modifique su propia
doctrina, cuando se trate de una violación de derechos debida a una ley, o existan resoluciones
jurisdiccionales previas contradictorias, o, en fin, se trate de una cuestión jurídicamente
relevante. Elenco dinámico pues, como matiza el mismo Tribunal en la Sentencia aludida, no
agota otros argumentos constitucionales de admisibilidad.

Los derechos establecidos en el artículo 14 y la Sección 1ª del Capítulo Segundo del Título I
gozan también de las garantías reconocidas a favor de los derechos de la Sección 2ª del mismo
Capítulo; esto es, tienen carácter vinculante para los poderes públicos o eficacia inmediata,
están protegidos por la reserva de ley que "en todo caso deberá respetar su contenido
esencial" -y, por tanto, se tutelan también por medio del control de constitucionalidad de las
leyes que los regulen-, si bien el desarrollo de los derechos fundamentales y libertades
públicas de la Sección 1ª deberá realizarse por ley orgánica ex art. 81.1 CE.

b) Derechos reconocidos en el Capítulo Segundo del Título I (artículos 14 a 38 CE)

Como acaba de anticiparse, los derechos incluidos en las dos Secciones del Capítulo Segundo
del Título I "vinculan a todos los poderes públicos", según ordena el art. 53.1 CE, y "sólo por ley
que, en todo caso deberá respetar su contenido esencial, podrá regularse el ejercicio de tales
derechos y libertades, que se tutelarán de acuerdo con lo previsto en el artículo 161.1 a)"; lo

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que significa, para los derechos reconocidos en los artículos 14 a 38 de la Constitución, una
triple garantía:

• Principio de vinculatoriedad (o fuerza vinculante) o eficacia inmediata de los derechos.


Con esta primera garantía -que no por ser, en cierto modo, reiteración del principio de
vinculación general del artículo 9.1 CE resulta superflua- se quiere subrayar tanto la
especial protección de que gozan los derechos y libertades del Capítulo Segundo
(como se verá de inmediato, los principios del Capítulo Tercero no gozan de esta
aplicación o fuerza vinculante inmediata), como el carácter de norma jurídica no
necesitada de desarrollo de los artículos que reconocen tales derechos y libertades
(que son invocables directamente ante los Tribunales de Justicia sin necesidad de otra
norma que los desarrolle y que, en el caso de que tal desarrollo se produzca, operan,
según se verá a continuación, como un auténtico límite al legislador).

Porque ya en STC 80/1982, de 20 de diciembre, insistiendo en esta idea, el Alto


Tribunal sentenció que "no puede caber duda de la vinculatoriedad inmediata, es decir,
sin necesidad de mediación del legislador ordinario, de los artículos 14 a 38,
componentes del Capítulo II de su Título I, puesto que el que de acuerdo con tales
preceptos hayan de regularse por ley, con la necesidad de que ésta respete su
contenido esencial, implica que estos derechos existen ya con carácter vinculante para
todos los poderes públicos desde la entrada en vigor de la Constitución".

• Reserva de ley. En segundo lugar, se establece el principio de reserva de ley para el


desarrollo y regulación del ejercicio de estos derechos y libertades, ley que, como se
ha indicado, a tenor de lo dispuesto en el artículo 81.1 CE, tendrá que ser orgánica
para el desarrollo de los derechos fundamentales y libertades públicas (es decir, para
los derechos y libertades de la Sección 1ª). De modo que si para el desarrollo del
derecho de petición o el de reunión, por ejemplo, es precisa una ley orgánica, por el
contrario, bastaría la ordinaria para regular las formas de matrimonio o el derecho de
propiedad. Téngase en cuenta que en lo que atañe a las disposiciones con fuerza de
ley, la Constitución proscribe los Reales Decretos-legislativos en materias competencia
de leyes orgánicas (art 82.1 en relación al 81 CE), por lo que la legislación delegada no
cabe en materia de desarrollo esencial de los derechos fundamentales y las libertades
públicas. Por otra parte, los Reales Decretos-Leyes no pueden afectar a "los derechos,
deberes y libertades de los ciudadanos regulados en el Título primero" (art. 86.1 CE),

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DERECHO ADMINISTRATIVO TEMA 2: LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA EN LA CONSTITUCIÓN

materia controvertida respecto de algunos derechos y sobre la que ha recaído amplia


jurisprudencia constitucional. Así, entre otras, en STC 137/2003, de 3 de julio, el TC
expresa a este respecto: "hemos venido manteniendo siempre una posición
equilibrada que evite las concepciones extremas, de modo que "la cláusula restrictiva
del art. 86.1 de la Constitución ('no podrán afectar ...') debe ser entendida de modo tal
que ni reduzca a la nada el Decreto-ley, que es un instrumento normativo previsto por
la Constitución ... ni permita que por Decreto-ley se regule el régimen general de los
derechos, deberes y libertades del título I" (SSTC 111/1983, de 2 de diciembre, FJ 8;
60/1986, de 20 de mayo, FJ 4; y 182/1997, de 18 de octubre, FJ 6). Posición que nos ha
llevado a concluir que el Decreto-ley "no puede alterar ni el régimen general ni los
elementos esenciales del deber de contribuir", lo que exige precisar "cómo se
encuentra definido dicho deber en la Norma fundamental, concretamente en su art.
31.1; y es que, como señalamos en la STC 111/1983, comprobar cuándo el Decreto-ley
'afecta' a un derecho, deber o libertad 'exige también que se tenga muy en cuenta la
configuración constitucional del derecho -en este caso, deber- afectado en cada caso'
(FJ 8)" (FJ 7)."

Lo que el art. 53.1 CE persigue con esta habilitación al legislador para el desarrollo de
derechos y libertades es excluir al Ejecutivo de toda posibilidad de regulación de los
mismos, quedando limitada la potestad reglamentaria "a un complemento de la
regulación legal que sea indispensable por motivos técnicos o para optimizar el
cumplimiento de las finalidades propuestas por la Constitución o por la propia ley"
(STC 83/1984, de 24 de julio). Porque "la reserva de ley del artículo 53.1 CE impone al
legislador una barrera infranqueable, que ha de ser siempre respetada como garantía
esencial de nuestro Estado de Derecho (...) que asegura que la regulación de los
ámbitos de libertad que corresponden a los ciudadanos depende exclusivamente de la
voluntad de sus representantes" (SSTC 6/1981, de 6 de marzo y 37/1987, de 6 de
marzo, entre otras).

Por otro lado, la legislación de desarrollo de los derechos y libertades recogidos en el


Capítulo Segundo tendrá que respetar, en todo caso, su "contenido esencial". Sobre el
contenido esencial de un derecho -concepto éste importado de la Ley Fundamental de
Bonn y sobre el que se suscitó, a principios de los años ochenta, un gran debate
doctrinal- tuvo ocasión de pronunciarse tempranamente el Tribunal Constitucional,
quien, en STC 11/1981, de 8 de abril, lo definió como "aquella parte del contenido de

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un derecho sin la cual éste pierde su peculiaridad, o, dicho de otro modo, lo que hace
que sea recognoscible como derecho perteneciente a un determinado tipo. Es también
aquella parte del contenido que es ineludiblemente necesaria para que el derecho
permita a su titular la satisfacción de aquellos intereses para cuya consecución el
derecho se otorga". De ahí que el contenido esencial de un derecho se viole "cuando el
derecho queda sometido a limitaciones que lo hacen impracticable, lo dificultan más
allá de lo razonable o lo despojan de la necesaria protección".

• Control constitucional de las leyes de desarrollo. Con esta cautela, que se prevé con
remisión expresa al artículo 161.1 de la Constitución, y obvia en la medida en que
cualquier ley puede ser sometida al juicio de constitucionalidad ante el Alto Tribunal,
se cierra la serie de garantías previstas en el artículo 53.1 para los derechos y
libertades del Capítulo Segundo del Título I.

c) Principios rectores de la política social y económica (arts. 39 a 52 CE)

En el tercer nivel de protección se sitúan los denominados "principios rectores de la política


social y económica", contenidos en el Capítulo Tercero del Título I, artículos 39 a 52. Bajo esta
rúbrica tienen cabida preceptos de muy variada naturaleza, desde auténticos derechos sociales
-como el derecho a la protección de la salud o la vivienda-, a fines de interés general -la
distribución equitativa de la renta, el progreso social y económico-, o verdaderos mandatos al
legislador -por ejemplo, las sanciones contra atentados al patrimonio histórico, cultural y
artístico de los pueblos de España-.

De todos ellos, sin distinción, predica el artículo 53 que "informarán la legislación positiva, la
práctica judicial y la actuación de los poderes públicos, y que "sólo podrán ser alegados ante la
jurisdicción ordinaria de acuerdo con lo que dispongan las leyes que los desarrollen".

A la vista de la redacción del precepto constitucional, resulta claro que el Capítulo Tercero,
mas que auténticos derechos subjetivos, en el sentido de atribuciones imputables a
ciudadanos titulares de los mismos a quienes se concede un haz de facultades de ejercicio y
protección, recoge auténticos "principios" que cumplen más bien una función orientadora de
la actuación de los poderes públicos (especialmente del Legislativo y el Ejecutivo, aunque
expresamente se cita también la práctica judicial), y ello pese a que se incluyan en el Título I de
la Constitución, que lleva por rúbrica "De los derechos y deberes fundamentales". Los
principios rectores tampoco son normas de aplicación inmediata, cuyas "prestaciones" tengan
origen inmediato en la Constitución, porque requieren de un desarrollo legislativo para poder

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ser alegadas ante los Tribunales ordinarios. No pueden tener, pues, por sí mismos, acceso al
Tribunal Constitucional, aunque se encuentran, eso sí, protegidos por el principio general de
rigidez constitucional y por la correlativa posibilidad de cuestionar la inconstitucionalidad de
una norma con rango legal que los vulnere.

En esta línea, el Tribunal Constitucional ha tenido ocasión de señalar (STC 80/1982, de 20 de


diciembre) que "el valor normativo inmediato de los artículos 39 a 52 de la Constitución ha de
ser modulado en los términos del artículo 53.3 de la Norma Fundamental", precepto que
"impide considerarlos normas sin contenido, obligando a los poderes públicos a tenerlos
presentes en la interpretación tanto de las restantes normas constitucionales como de las
leyes" (SSTC 19/1982, de 5 de mayo y 14/1992, de 10 de febrero, entre otras).

En conclusión, a tenor de lo dispuesto en el artículo 53 que se comenta, la protección


constitucional de los derechos en nuestra Constitución es escalonada pues resulta reforzada
para los derechos fundamentales y libertades públicas de la Sección 1ª del Capítulo Segundo
del Título I, ya que, además de su vinculación para todos los poderes públicos y reserva de ley
para su regulación (orgánica ex art. 81.1 CE), su ejercicio puede ser tutelado mediante recursos
ante la jurisdicción ordinaria y en Amparo ante el TC. Un segundo tipo de derechos que
asimismo vinculan a los poderes públicos, y sólo pueden ser regulados por ley; y un tercer
grupo denominado "principios rectores de la política social y económica" del Capítulo III del
Título I CE que han de inspirar la actuación de los poderes públicas e informar la legislación
positiva.

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