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Antecedentes del principio de legalidad.

A partir del siglo xv se fueron instalando en Europa los Estados modernos o Estados nación. El
Estado moderno fue una forma de organización política basada en la centralización del poder en
manos de la monarquía en detrimento de los poderes territoriales de los señores feudales.

La monarquía absoluta se instaló sobre las ideas del origen divino del poder, de la soberanía como
poder absoluto y perpetuo y de la supremacía del Estado frente a cualquier otro poder. Los tres
poderes del Estado se encontraban concentrados en el rey. La Administración del régimen
absolutista, era creación del rey, que estaba a su servicio, y que sólo rendía cuentas ante él. Con esa
estructura jurídico-política ni el poder estaba sometido a la ley, ni la ley garantizaba los derechos
de las personas.

Desde mediados del siglo xviii, el movimiento de la Ilustración fue socavando el dogma del derecho
divino de los reyes hasta dar el traste con la monarquía absoluta a partir de los acontecimientos que
se desencadenaron con la Revolución Francesa (1789). La teoría de la división de poderes y las
ideas de la garantía de los derechos de los ciudadanos y de la ley como expresión de la voluntad
general están en la base del principio de legalidad como instrumento de sometimiento del poder al
Derecho y garantía de los derechos de los ciudadanos.

Para Montesquieu, cuando los poderes ejecutivo, legislativo y judicial están unidos en una misma
persona, no hay libertad, y el poder se vuelve tiránico y arbitrario, por lo que la separación de
poderes es un instrumento para la defensa de la libertad. De acuerdo con Rousseau, la soberanía es
el ejercicio de la voluntad general, y la ley es la forma de su expresión.

A finales del siglo xviii, con motivo de las revoluciones liberales, se proclamaron las primeras
declaraciones de derechos de los ciudadanos, en la Declaración de Derechos de Virginia (1776) y
en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776).

Como evolución de las ideas liberales surgió el Estado de Derecho (Von Mohl) en el que se
reconoce el imperio de la ley (rule of law) y el principio de legalidad, la separación de poderes y la
garantía de los derechos de los ciudadanos. En el Estado de Derecho la Administración Pública
está sometida a la ley, y como consecuencia de ello, toda actuación administrativa requiere de una
habilitación normativa previa que determine, además, las condiciones del ejercicio del poder.
Asimismo, en el Estado de Derecho la legalidad de la actuación administrativa es controlada por
los Tribunales, que también garantizan el respeto a los derechos de los ciudadanos.

Concepto, regulación e implicaciones del principio de legalidad.

Es un principio constitucional con valor normativo que impone la sujeción de los ciudadanos y los
poderes públicos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico (art. 9.1 CE). Es un elemento
esencial del Estado de Derecho, ya que es la ley la que otorga poderes a los órganos públicos,
establece las condiciones de su ejercicio y fija los límites de la autonomía privada. Es una
manifestación de la soberanía popular, reside en el pueblo del que emanan los poderes del Estado
y se expresa las leyes.

La CE lo menciona en los arts. 9.1 y 9.3, garantizado el principio de legalidad, la jerarquía


normativa, la publicidad de las nomas. Además, en la CE existen manifestaciones específicas como:

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legalidad penal y sancionadora administrativa (25), legalidad tributaria y de prestaciones personales
(31.3 y 133), legalidad de la administración (103.1 y 106.1), legalidad de la actualidad de jueces y
tribunales (117).

La sujeción al ordenamiento jurídico supone la vinculación, sin excepción, a todas las fuentes del
Derecho, y no sólo a la ley, pues lo jurídico “no se encierra ni circunscribe a las disposiciones
escritas, sino que se extiende a los principios y a la normatividad inmanente en la naturaleza de las
instituciones”. Y esto se reafirma en la Constitución en los artículos 103 y 106 de la misma.

El art. 3.1 LRJSP: 2Las Administraciones Publicas sirven con objetividad los intereses generales
actúan de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y
coordinación, con sometimiento pleno a la Constitución, a la ley y al Derecho”. Y el art. 29.1
LRJSP: “El Gobierno está sujeto a la CE y al resto del ordenamiento jurídico en toda su actuación”.

El principio de legalidad de administrativa implica que:

1. La Administración Pública está vinculada al completo al ordenamiento jurídico.


2. Es preciso, para poder actuar válidamente, que exista una norma legal o reglamentada
previa que habilite o apodere a la Administración Pública.
3. A través de las normas se atribuyen potestades o poderes exorbitante a la Administración
Pública para el cumplimiento de sus fines, le otorga una posición de supremacía frente a
los ciudadanos.
4. La validez de su actuación depende de su adecuación al ordenamiento jurídico, podrá ser
revisado por los Tribunales de Justicia, ya que son garantes de la sujeción de la
Administración Pública al Derecho (art. 106 CE) y de los derechos e intereses de los
ciudadanos frente a la Administración (arts. 24 y 25 CE).

La vinculación positiva y la vinculación negativa.

La vinculación de las personas al ordenamiento jurídico es negativa lo que significa que a las
personas les está permitido lo que no está prohibido expresamente por una norma, esto proviene de
la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. Constituye un límite externo de la
autonomía de la voluntad y una prohibición de vulneración del Derecho.

La Administración guarda una vinculación positiva con el ordenamiento, se representa en la idea


de que lo que no está permitido está prohibido.

Por tanto, toda actuación administrativa debe tener una mínima conexión con el Derecho, es decir,
un respaldo de la norma, pues de lo contrario esa actuación infligiría el principio de legalidad.

La falta de cobertura de la acción administrativa genera su disconformidad con el mismo y, por


tanto, su invalidez. García de Enterría explica ‘‘Todo órgano publico ejerce el poder que la Ley ha
definido previamente, en la medida tasada por la Ley, mediante el procedimiento y las condiciones
que la propia Ley establece’’. Ésta es la doctrina clásica de la legalidad según la cual la
Administración recibe sus potestades de la Ley media una habilitación positiva que delimita el
ámbito en el que puede operar válidamente.

Algunas sentencias del Tribunal Supremo aluden a la doctrina de la vinculación positiva de la


Administración Pública como la STS de 20 de septiembre de 2012. Ahora bien, una vez que se

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determina la vinculación positiva de la Administración Pública a la ley, hay que determinar cuál es
el grado de vinculación, esto es, que si la Administración para actuar necesita de una norma que
expresamente le habilite para ello de forma concreta y específica, o si basta con una habilitación
genérica. A este respecto hay que tener en cuenta que la Constitución reconoce al Ejecutivo una
determinada posición (art. 97.1), y que confía a la Administración unas funciones que debe
desarrollar para satisfacer el interés general (art.103.1).

En esta línea de argumentación algunos autores como Sánchez Morón, Santamaría Mayor o
Rebollo Puig coinciden en que, la Administración Pública tendría cierto margen de libertad de
actuación sobre la base de potestades genéricas como el interés general (art.103.1) para el
cumplimiento de sus fines siempre que respete los límites establecidos por la ley.

Concepto de potestad administrativa.

La potestad es un poder jurídico otorgado por el ordenamiento jurídico que permite imponer
decisiones para cumplir una función.

Existen potestades privadas como la patria potestad de los padres sobre los hijos menores de edad,
que establece el Código Civil. El ordenamiento jurídico también confiere potestades a los poderes
públicos, que son las potestades legislativa, jurisdiccional o reglamentaria.

La Administración, para vencer las resistencias a su actuación, puede encontrar en los intereses
particulares opuestos al interés general y colectivo que tutela, disponer de armas excepcionales que
le permitan dominar estos impulsos asociales e individuales, reconduciéndolos al interés común.

Nuestro ordenamiento jurídico contempla numerosas potestades administrativas, como la


reglamentaria, la sancionadora, la expropiatoria, la de deslinde y recuperación posesoria, etc. Estas
prerrogativas caracterizan a la Administración como una organización que se encuentra en una
situación de supremacía frente a las personas.

El ejercicio de las potestades administrativas se exterioriza principalmente a través de actuaciones


formales, pero también de actuaciones materiales.

Por otro lado, el otorgamiento de potestades a la Administración Pública para el cumplimiento de


sus fines se equilibra jurídicamente con el establecimiento de garantías para las personas que
derivan tanto del principio de legalidad como de la consagración normativa de derecho subjetivos.

Por ello, el Derecho administrativo se conforma en el equilibrio adecuado y cambiante entre las
potestades de la Administración Pública y las garantías de las personas, y ese es precisamente su
principal objetivo de estudio como disciplina.

Características de las potestades administrativas.

1. Las potestades administrativas tienen origen en una norma jurídica.


2. Son públicas porque se regulan por el Derecho administrativo.
3. Son exorbitantes porque otorgan una posición de supremacía.
4. Se atribuyen para un fin determinado y deben satisfacer el interés general.
5. Son limitadas por el ordenamiento jurídico. Se imponen obligatoriamente oír el privilegio
de la autotutela administrativa.

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6. Son imprescindibles porque no se extinguen por el transcurso del tiempo, aunque las
acciones en ejercicio de una potestad pueden caducar.
7. Son irrenunciables porque la Administración Pública no puede renunciar a su ejercicio.
8. Son inagotables porque no se extinguen por su ejercicio.
9. Son intransmisibles porque no se pueden transmitir a terceros.
10. Son erga omnes porque se ejercitan frente a todos.
11. Su ejercicio es revisarle por los Tribunales.

Clases de potestades administrativas.

Por la forma de atribución de la potestad: será expresa si la norma la atribuye de forma clara y
terminante. Será implícita si no se atribuye con claridad, pero puede deducirse de la atribución
expresa de otra potestad.

Por su grado de especificación: es especifica cuando la norma concreta los medios para su
ejercicio, el órgano administrativo competente y el procedimiento. Es genérica cuando la norma no
realiza esa concreción.

Por su contenido material: en función de la materia sobre la que despliega, puede ser
reglamentaria, expropiatoria, sancionadora, tributaria, etc.

Por el tipo de relación a la que afecta: de sujeción especial cuando afecta a relaciones de especial
intensidad entre la Administración y las personas, o de sujeción general cuando afecta a todas las
personas por igual. Las potestades de sujeción especial son más intensas que las de sujeción
general, lo que implica que pueden imponer mayores limitaciones a sus destinatarios, y se otorgan
a la Administración Pública para reforzar su posición de supremacía sobre las personas que se han
situado en una posición especial respecto a la Administración Pública. En cambio, la sujeción
general conlleva el otorgamiento a la Administración Pública de unas mismas potestades frente a
todas las personas.

Por su incidencia en el ordenamiento jurídico: es modificativa cuando crea, modifica o extingue


relaciones jurídicas. Es conservativa cuando protege relaciones ya creadas.

Por el grado de predeterminación normativa: es reglada si la norma define con detalle y


precisión todas las condiciones de su ejercicio y sus consecuencias sin dejar margen de libre
apreciación a la Administración Pública. Es discrecional, si la norma no predetermina las
condiciones y consecuencia de su ejercicio, sino que habilita a la Administración para que las
determine en el caso concreto.

Conviene señala que las potestades regladas suelen tener elementos discrecionales y los
discrecionales elementos reglados. En la práctica de los Tribunales se controla el ejercicio de la
potestad discrecional, y se anulan los actos discrecionales inválidos, aun declarando la invalidez
del acto, no pueda sustituir la voluntad de la Administración.

El legislador necesita de la discrecionalidad porque es incapaz de determinar todas las opciones


posibles en las leyes, y porque la CE otorga a la Administración funciones para satisfacer el interés
general. La discrecionalidad no es arbitrariedad, ya que está prohibida constitucionalmente para la
Administración (9.3).

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La discrecionalidad técnica.

Se considera un supuesto particular de discrecionalidad administrativa. Si la discrecionalidad


permite a la Administración elegir entre varias opciones válidas, la discrecionalidad técnica le
obliga a asumir el juicio técnico realizado por especialistas en la materia conforme a las reglas de
una disciplina técnica.

La discrecionalidad técnica se asemeja al concepto jurídico indeterminado. Se dice que existe


discrecionalidad técnica cuando el ordenamiento confiere a la Administración Pública la potestad
de decidir en función de una valoración técnica o científica.

Los Tribunales de Justicia pueden revisar el ejercicio de la discrecionalidad técnica, pues de lo


contrario se lesionaría el derecho a la tutela judicial efectiva (art. 24 CE) y se infringiría el principio
de legalidad administrativa (arts. 103 y 106.1 CE). Los Tribunales pueden revisar los elementos
que rodean a la valoración técnica, como son los elementos reglados del acto. Sin embargo, en la
práctica, la revisión judicial de la discrecionalidad técnica es limitada, porque los Tribunales de
Justicia son reacios a enjuiciar el núcleo de la valoración técnica realizada sobre la base de que
ellos realizan juicios jurídicos y no juicios fundados en elementos técnicos.

A este respecto, el Tribunal Constitucional ha dicho que «las modulaciones que encuentra la
plenitud de conocimiento jurisdiccional sólo se justifican, en una presunción de certeza o de
razonabilidad de la actuación administrativa, apoyada en la especialización y la imparcialidad de
los órganos establecidos para realizar la calificación; una presunción iuris tantum, por cierto, de
ahi que siempre quepa desvirtuarla si se acredita la infracción o el desconocimiento del proceder
razonable que se presume en el órgano calificador, bien por desviación de poder, arbitrariedad o
ausencia de toda justificación del criterio adoptado», o por fundarse «en patente error debidamente
acreditado por la parte que lo alega».

Sorprendentemente, no sucede lo mismo cuando en un recurso contencioso administrativo resulta


determinante para la sentencia conocer y decidir sobre una cuestión técnica compleja para lo que
se acude, sin mayores problemas, al dictamen de peritos (especialistas en materias no jurídicas) y
a la regla de la sana crítica.

Los conceptos jurídicos indeterminados y las lagunas de la legislación administrativa.

Las normas emplean conceptos jurídicos que no precisan ser interpretadas o concretadas porque su
significado está incluida en su texto (315 CC). Pero las normas, también pueden contener conceptos
jurídicos abstractos o indeterminados que solo pueden conocerse tras una labor de concreción,
como el justiprecio, que es el importe que se debe abonar al expropiado por la privación del bien.
La interpretación de un concepto jurídico indeterminado sólo puede conducir a una opción válida,
aunque la Administración suele tener un cierto margen de discrecionalidad en su apreciación.

Los conceptos jurídicos indeterminados son conceptos de valor que, contenidos en las normas, dan
a los órganos de la Administración en la posibilidad de actuación ante una concreta realidad. Para
la concreción de los conceptos jurídicos indeterminados se aplican criterios de experiencia o juicios
de valor.

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Para la concreción del concepto jurídico indeterminado se aplican criterios de experiencia o juicios
de valor. Los primeros recaen sobre hechos, mientras que los segundos se basan en razones políticas
o técnicas. Estos últimos se acercan más a la discrecionalidad.

La doctrina alemana distinguió tres zonas que se pueda tener en la determinación de los mismos:

1. El núcleo ámbito de certeza positiva o de claridad.


2. El halo, zona de incertidumbre
3. Zona de certeza negativa o de oscuridad, zona de certeza sobre lo que no significa el
concepto.

Lo esencial del concepto jurídico indeterminado, señalan García de Enterría y Fernández


Rodríguez, es que ''la indeterminación del enunciado no es una indeterminación de las aplicaciones
del mismo, las cuales solo permiten una unidad de solución justa, a la que se llega mediante una
actividad de cognición, objetivable, por tanto, y no de volición”. Sin embargo, al jurisprudencia
reconoce a la Administración Pública un margen de apreciación de los conceptos jurídicos
indeterminados que se desarrolla en la zona de incertidumbre y que precisa de una actuación
racional y ponderada dentro de cierta discrecionalidad.

La diferencia entre discrecionalidad y el concepto jurídico indeterminado radica en que, la primera,


la Administración tiene libertad de elección que le otorga la norma de atribución de la potestad y,
en la segunda, la Administración ha de realizar un proceso de cognición que le debe conducir a una
única solución.

Las lagunas de la legislación administrativa.

Son una imperfección de las normas, surgen cuando un determinado supuesto no está contemplado
en una norma. El principio de legalidad impide a la Administración actuar en esos casos por falta
de habilitación legal.

El control del ejercicio de las potestades administrativas

Cualquier actuación administrativa realizada en el ejercicio de una potestad reglada o discrecional,


está sometida al ordenamiento jurídico y al control judicial (103 y 106.1 CE). Por consiguiente,
tanto el ejercicio de las potestades regladas, como de las discrecionales, debe realizarse dentro de
los límites del ordenamiento jurídico conforme al principio de legalidad administrativa.

Aunque existen elementos comunes en el control de las potestades regladas y discrecionales,


también hay diferencias por razón de las características de unas y otras.

Control de los elementos reglados.

En el ejercicio de cualquier potestad, hay elementos que son reglados y que, por tanto, están
determinados por las normas:

La existencia de la potestad: si la potestad no ha sido atribuida por una norma a la Administración


Pública, ya sea de forma expresa o implícita, no existe y no puede ejercerse válidamente.

La competencia del órgano administrativo: si el órgano administrativo que actúa es


incompetente por razón de territorio o de la materia, el resultado jurídico de su actuación será nulo

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de pleno derecho. El titular del órgano debe abstenerse en la toma de decisión si incurre en causa
de abstención y, de no hacerlo, puede ser recusado por los interesados (23 y 24 LRJSP). La falta
de abstención no implica necesariamente la invalidez del acto. Los órganos colegiados deben
cumbre las reglas establecidas para la formación de la voluntad.

El procedimiento administrativo: el acto será nulo si la Administración Pública prescinde total y


absolutamente del procedimiento legalmente establecido.

El fin de la potestad y la desviación de poder: las potestades administrativas se otorgan para un


fin de interés general, ya sea un fin general o un fin específico concretado para cada potestad. El
ejercicio de las potestades debe ajustarse a su fin. Si la actuación persigue un fin distinto al previsto
por la norma que atribuye la potestad que se ejercita, se producirá un vicio en la decisión
administrativa denominado desviación de poder y el acto será anulable. Los actos que incurren en
desviación de poder suelen ajustarse a los requisitos extrínsecos de legalidad para aparentar el
cumplimiento del Derecho, que no están orientados realmente al interés público previsto para la
potestad que se ejercita. Para que en un proceso de revisión judicial se parece desviación de poder
se requiere la aportación de pruebas o, al menos, de indicios sobre la utilización fraudulenta de la
potestad administrativa que creen en el juez la convicción suficiente sobre la existencia de dicho
vicio.

La motivación: no todos los actos deben ser motivados por lo que la Administración Pública sólo
tiene el deber de exteriorizar las razones de su decisión en los casos previsto expresamente en la
Ley. Los actos dictados en el ejercicio de una potestad discrecional deben ser motivados. La
motivación es un mecanismo de control del ejercicio de una potestad, haciendo posible el control
de los demás elementos.

El control de los hechos determinantes.

Toda actuación administrativa, se basa en unos hechos o acontecimientos que deben ser reales. La
Administración no puede inventarse los hechos sobre los que decide. Los Tribunales pueden
verificar si han existido o no los hechos determinantes de la actuación de la Administración.

Hay que distinguir entre el control de la realidad de los hechos y la valoración jurídica de los
mismos. Esta última puede responder a criterios de oportunidad o criterios técnicos, si es así, lo
hechos deberán ser valorados por especialistas en la materia en aplicación de dichos criterios
conforme a la disciplina que los rija.

El control mediante los principales generales del Derecho.

Los principios generales del Derecho forman parte del ordenamiento jurídico y, por tanto, vinculan
a la Administración tanto como las normas (art. 103.1 CE). Además, sirven de parámetro de control
de las actuaciones administrativas (proporcionalidad, buena fe, confianza legítima…).

La autotutela declarativa y la ejecutividad.

Mediante la autotutela declarativa, la Administración Pública puede crear o modificar la realidad


jurídica sin la intervención de los Tribunales. Esto quiere decir que la Administración Pública hace
ejecutorias sus decisiones por virtud de su propia autoridad y sin necesidad de acudir a los
Tribunales. La presunción de validez del acto administrativo, que es una ficción jurídica, es iuris

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tantum, por lo que puede desvirtuarse si se acredita la invalidez del mismo en un procedimiento de
impugnación o de revisión. No obstante, si no se ha declarado la invalidez del acto en vía
administrativa o judicial, una vez concurran los requisitos para que el acto sea eficaz, desplegará
sus efectos, salvo que se acuerde la suspensión.

La autotutela declarativa conlleva que los actos administrativos son ejecutivos y deben cumplirse.
El artículo 38 LPAC establece que: “Los actos de las Administraciones Públicas sujetas al Derecho
administrativo serán ejecutivos con arreglo a lo dispuesto en esta Ley”. Asimismo, conforme al
artículo 39.1: “Los actos de las Administraciones Públicas sujetos al Derecho Administrativo se
presumirán válidos y producirán efectos desde la fecha en que se dicten, salvo que en ellos se
disponga otra cosa”. Los actos de las Administraciones Públicas sujetos al Derecho Administrativo
serán inmediatamente ejecutivos, salvo que:

1. Se produzca la suspensión de la ejecución del acto.


2. Se trate de una resolución de un procedimiento de naturaleza sancionadora contra la que
quepa algún recurso en vía administrativa,incluido el potestativo de reposición.
3. Una disposición establezca lo contrario
4. Se necesite aprobación o autorización superior.

El privilegio de ejecutividad de los actos tiene fundamento en la autotutela declarativa, el principio


de eficacia de la Administración Pública y la presunción.

La autotutela ejecutiva y la ejecutoriedad.

La Administración Pública cuenta con el privilegio de la autotutela ejecutiva por el cual puede
imponer forzosamente mediante la coacción el cumplimiento de los mismos a sus destinatarios sin
necesidad de acudir a un juicio ejecutivo. Sin embargo, la Administración Pública no debe iniciar
ninguna actuación material de ejecución de resoluciones que limite derechos de los particulares si
previamente no ha adoptado la resolución correspondiente que le sirva de fundamento, pues de lo
contrario incurriría en vía de hecho (art. 97 LPAC). Por tanto, la ejecutividad del acto es un
requisito para la ejecutoriedad o ejecución forzosa. Además, el órgano que ordene la ejecución
material de resoluciones está obligado a notificar al particular interesado la resolución que autorice
la actuación administrativa (art. 97.2 LPAC). La ejecutoriedad significa que la Administración
Pública puede disponer por sí misma la ejecución forzosa de sus actos en caso de incumplimiento
voluntario de su destinatario, y previo apercibimiento (art. 99 LPAC). Para ello, el ordenamiento
jurídico le otorga una serie de medios de ejecución forzosa, como son el apremio sobre el
patrimonio (art. 101), la ejecución subsidiaria (art. 102), la multa coercitiva (art. 103) y la
compulsión sobre las personas (art. 104).

La autotutela administrativa, declarativa y ejecutiva, que permite a la Administración Pública


declarar su derecho y ejecutarlo con la modificación del status quo sin tener que acudir a los
Tribunales. No es ilimitada porque la Administración está vinculada en todas sus actuaciones por
el principio de legalidad. Por tanto, las prerrogativas de la Administración Pública sólo existen en
la medida en que sean reconocidas por el ordenamiento jurídico, y para fines de interés general.
Los derechos fundamentales delimitan el ejercicio de dichas prerrogativa.

Los privilegios de la Administración en relación con sus bienes.

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Potestad de investigación, deslinde y recuperación posesoria de oficio: la Administración
Pública tiene la facultad de investigar la situación de los bienes y derechos que presumiblemente
formen parte de su patrimonio, a fin de determinar la titularidad de los mismos cuando ésta no le
conste del modo cierto (art. 45 ss. LPAP). También tiene la facultad de decidir unilateralmente
sobre el deslinde respecto de los bienes de terceros cuando sus límites sean imprecisos o existan
indicios de usurpación y la Administración Pública puede recuperar por sí misma la posesión
indebidamente perdida de los bienes y derechos de su patrimonio (arts. 55 ss. LPAP).

Potestad de desahucio administrativo: las Administraciones pueden recuperar en vía


administrativa la posesión de sus bienes demaniales cuando decaigan o desaparezcan el título, las
condiciones o las circunstancias que legitimaban su ocupación por terceros (art. 58 ss. LPAP).

Inembargabilidad, inalienabilidad e imprescriptibilidad de los bienes de dominio público: los


bienes de dominio público no se pueden embargar, enajenar ni adquirir por prescripción adquisitiva
(art. 30.1 LPAP). El art. 30.3 LPAP establece que: “ningún tribunal ni autoridad administrativa
podrá dictar providencia de embargo ni despachar mandamiento de ejecución contra los bienes y
derechos patrimoniales cuando se encuentren materialmente afectados a un servicio público o a
una función pública, cuando sus rendimientos o el producto de su enajenación estén legalmente
afectados a fines determinados, o cuando se trate de valores o títulos representativos del capital de
sociedades estatales que ejecuten políticas públicas o presten servicios de interés económico
general.

Los privilegios procesales de la Administración.

1. El carácter preceptivo de algunos recursos administrativos: contra los actos que no


agotan la vía administrativa debe interponerse recurso de alzada previo al recurso
contencioso-administrativo. Si se interpone recurso contencioso-administrativo contra un
acto que no ha puesto fin a la vía administrativa deberá ser inadmitido por el Juzgado o
Tribunal competente
2. Las reclamaciones previas a la vía judicial civil y laboral: para el ejercicio de acciones
contra la Administración Pública ante la jurisdicción ordinaria o social era requisito
procesal de la presentación de una reclamación previa ante la propia Administración
Pública, salvo en los supuestos en que dicho requisito estuviera exceptuado por una
disposición con rango de Ley.
3. Interrogatorio por escrito: cuando es un proceso es parte el Estado, una Comunidad
Autónoma, una Entidad local u otro organismo público, y el Tribunal admite su declaración
como prueba. Se le tendrá que remitir una lista con las preguntas que serán respondidas por
escrito y entregadas al Tribunal (art. 315 LEC).
4. No proceden los interdictos contra las actuaciones de los órganos administrativos
realizadas en materia de su competencia y de acuerdo con el procedimiento
legalmente establecido (art. 105 LPAC). Se pretende evitar que a través de un interdicto
se impida la ejecución forzosa de un acto, ya que el interdicto es una acción posesoria que
tiene como finalidad retener o recobrar la posesión. Si lo que se produce es una actuación
material de la Administración Pública sin título jurídico (vía de hecho) cabria el control
judicial de dicha actuación tanto por la jurisdicción ordinaria como por la jurisdicción

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contencioso-administrativa mediante el recurso contra la actuación material en vía de
hecho.
5. Ejecución de sentencias y demás resoluciones judiciales por la Administración
Pública: corresponde a la Administración Pública adoptar las decisiones que sean
necesarias para la ejecución del fallo y no debe realizar actuaciones tendentes al
incumplimiento. La Administración Publica no puede dictar actos ni adoptar disposiciones
que sean contrarios a las sentencias, pues serían nulos de pleno derecho, ni se puede
suspender el cumplimiento de la sentencia ni declarar la inejecución total o parcial del fallo.
Si concurren causas de imposibilidad material o legal para ejecutar la sentencia, la
Administración Pública debe comunicarlo a la autoridad judicial.
6. Exención de tasas por el ejercicio de la potestad jurisdiccional: las personas jurídicas
que promueven este ejercicio, tienen la obligación de practicar la correspondiente
autoliquidación fiscal y de pagar la tasa por el ejercicio de la potestad jurisdiccional, salvo
que les sea aplicable una exención. Están exentos del pago de dicha tasa, entre otros, la
Administración General del Estado, las Comunidades Autónomas, las entidades locales y
los organismos públicos dependientes de todas ellas y las personas físicas.

Los privilegios económicos de la Administración.

1. Solve et repete: obligaba al recurrente a pagar las deudas contraídas con la Administración
antes de interponer recurso. Con la entrada en vigor de la CE se entendió que este privilegio
lesionaba el derecho a la tutela judicial efectiva (art. 24). Solvere et repete era también un
privilegio procesal en cuanto que suponía una particularidad en la impugnación de actos
administrativos de contenido económico.
2. Limitaciones en la compensación de créditos: opera en el ámbito civil automáticamente
si se cumplen los requisitos exigidos legalmente. Sin embargo, la compensación sobre
derechos de naturaleza pública requiere de un procedimiento de compensación que se
iniciará a solicitud del interesado o de oficio, en el que se debe dictar una resolución o
acuerdo de compensación. El acuerdo de compensación declarará la extinción de la deuda
(arts. 72 y 73 LGT).
3. Derecho de prelación: la Hacienda Pública tiene prelación para el cobro de los créditos
tributarios vencidos y no satisfechos en cuanto concurra con otros acreedores. Como
excepción los acreedores de dominio, prenda, hipoteca u otro derecho real debidamente
inscrito con anterioridad a la fecha que el derecho de la Hacienda Pública (art. 77 LGT).
No obstante, en los tributos que graven periódicamente bienes o derechos inscribibles, la
Administración tiene preferencia sobre cualquier otro acreedor o adquiriente, aunque éstos
hayan inscrito sus derechos, para el cobro de las deudas devengadas y no satisfechas
correspondientes al año natural en el que se exija el pago y al inmediato anterior. A esto se
le llama hipoteca legal tacita (art. 78 LGT).
4. Afección de bienes: los adquirientes de bienes afectos por ley al pago de una deuda
tributaria responden subsidiariamente con ellos si la deuda no se paga. Los bienes y
derechos transmitidos quedan afectos a la responsabilidad del pago de las cantidades,
líquidas o no, correspondientes a los tributos que graven tales operaciones, cualquiera que
sea su poseedor, salvo que éste resulte ser un tercero protegido por la fe pública registra o

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se justifique la adquisición de los bienes con buena fe y justo título, en establecimiento
mercantil o industrial, en el caso de bienes muebles jo inscribibles (art.79 LGT).

La objetividad y los intereses generales en la actuación de la Administración.

La objetividad exige reflexionar, sopesar con prudencia las alternativas, si existen, y actuar con
desinterés particular, es decir, sin interés preciso. Como las Administraciones actúan por medio de
personas y para personas, se puede afirmar que la existencia de razones amparen sus decisiones es
esencial para legitimar la actuación administrativa. Repugnan al Estado de Derecho, y a las
personas, las actuaciones irracionales y arbitrarias de la Administración Pública. En una
democracia, la razón fundamental para aceptar la legitimidad de las decisiones administrativas es
que se puedan explicar las razones por las que se han adoptado dichas decisiones en interés general
(Mashaw). Pero no basta con ello, sino que es preciso además que la Administración Pública
respete la legalidad en su actuación.

La Administración Pública es una organización de carácter servicial porque se ha creado para servir
el interés general. Este interés general viene definido por el contenido de las normas jurídicas y por
las decisiones de las Administraciones que las aplican, cuando éstas se ajustan al ordenamiento
jurídico. En cada actuación de la Administración Pública debe satisfacer el interés general, lo que
se presupone una determinación previa de dicho interés. La concreción del interés general debería
estar siempre dirigida a cumplir el Derecho, y a preservar la dignidad de la persona y los derechos
fundamentales.

El interés general es un principio general de Derecho que está constitucionalizado, y que informa
todo el ordenamiento jurídico.

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