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A partir del siglo xv se fueron instalando en Europa los Estados modernos o Estados nación. El
Estado moderno fue una forma de organización política basada en la centralización del poder en
manos de la monarquía en detrimento de los poderes territoriales de los señores feudales.
La monarquía absoluta se instaló sobre las ideas del origen divino del poder, de la soberanía como
poder absoluto y perpetuo y de la supremacía del Estado frente a cualquier otro poder. Los tres
poderes del Estado se encontraban concentrados en el rey. La Administración del régimen
absolutista, era creación del rey, que estaba a su servicio, y que sólo rendía cuentas ante él. Con esa
estructura jurídico-política ni el poder estaba sometido a la ley, ni la ley garantizaba los derechos
de las personas.
Desde mediados del siglo xviii, el movimiento de la Ilustración fue socavando el dogma del derecho
divino de los reyes hasta dar el traste con la monarquía absoluta a partir de los acontecimientos que
se desencadenaron con la Revolución Francesa (1789). La teoría de la división de poderes y las
ideas de la garantía de los derechos de los ciudadanos y de la ley como expresión de la voluntad
general están en la base del principio de legalidad como instrumento de sometimiento del poder al
Derecho y garantía de los derechos de los ciudadanos.
Para Montesquieu, cuando los poderes ejecutivo, legislativo y judicial están unidos en una misma
persona, no hay libertad, y el poder se vuelve tiránico y arbitrario, por lo que la separación de
poderes es un instrumento para la defensa de la libertad. De acuerdo con Rousseau, la soberanía es
el ejercicio de la voluntad general, y la ley es la forma de su expresión.
A finales del siglo xviii, con motivo de las revoluciones liberales, se proclamaron las primeras
declaraciones de derechos de los ciudadanos, en la Declaración de Derechos de Virginia (1776) y
en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776).
Como evolución de las ideas liberales surgió el Estado de Derecho (Von Mohl) en el que se
reconoce el imperio de la ley (rule of law) y el principio de legalidad, la separación de poderes y la
garantía de los derechos de los ciudadanos. En el Estado de Derecho la Administración Pública
está sometida a la ley, y como consecuencia de ello, toda actuación administrativa requiere de una
habilitación normativa previa que determine, además, las condiciones del ejercicio del poder.
Asimismo, en el Estado de Derecho la legalidad de la actuación administrativa es controlada por
los Tribunales, que también garantizan el respeto a los derechos de los ciudadanos.
Es un principio constitucional con valor normativo que impone la sujeción de los ciudadanos y los
poderes públicos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico (art. 9.1 CE). Es un elemento
esencial del Estado de Derecho, ya que es la ley la que otorga poderes a los órganos públicos,
establece las condiciones de su ejercicio y fija los límites de la autonomía privada. Es una
manifestación de la soberanía popular, reside en el pueblo del que emanan los poderes del Estado
y se expresa las leyes.
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legalidad penal y sancionadora administrativa (25), legalidad tributaria y de prestaciones personales
(31.3 y 133), legalidad de la administración (103.1 y 106.1), legalidad de la actualidad de jueces y
tribunales (117).
La sujeción al ordenamiento jurídico supone la vinculación, sin excepción, a todas las fuentes del
Derecho, y no sólo a la ley, pues lo jurídico “no se encierra ni circunscribe a las disposiciones
escritas, sino que se extiende a los principios y a la normatividad inmanente en la naturaleza de las
instituciones”. Y esto se reafirma en la Constitución en los artículos 103 y 106 de la misma.
El art. 3.1 LRJSP: 2Las Administraciones Publicas sirven con objetividad los intereses generales
actúan de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y
coordinación, con sometimiento pleno a la Constitución, a la ley y al Derecho”. Y el art. 29.1
LRJSP: “El Gobierno está sujeto a la CE y al resto del ordenamiento jurídico en toda su actuación”.
La vinculación de las personas al ordenamiento jurídico es negativa lo que significa que a las
personas les está permitido lo que no está prohibido expresamente por una norma, esto proviene de
la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. Constituye un límite externo de la
autonomía de la voluntad y una prohibición de vulneración del Derecho.
Por tanto, toda actuación administrativa debe tener una mínima conexión con el Derecho, es decir,
un respaldo de la norma, pues de lo contrario esa actuación infligiría el principio de legalidad.
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determina la vinculación positiva de la Administración Pública a la ley, hay que determinar cuál es
el grado de vinculación, esto es, que si la Administración para actuar necesita de una norma que
expresamente le habilite para ello de forma concreta y específica, o si basta con una habilitación
genérica. A este respecto hay que tener en cuenta que la Constitución reconoce al Ejecutivo una
determinada posición (art. 97.1), y que confía a la Administración unas funciones que debe
desarrollar para satisfacer el interés general (art.103.1).
En esta línea de argumentación algunos autores como Sánchez Morón, Santamaría Mayor o
Rebollo Puig coinciden en que, la Administración Pública tendría cierto margen de libertad de
actuación sobre la base de potestades genéricas como el interés general (art.103.1) para el
cumplimiento de sus fines siempre que respete los límites establecidos por la ley.
La potestad es un poder jurídico otorgado por el ordenamiento jurídico que permite imponer
decisiones para cumplir una función.
Existen potestades privadas como la patria potestad de los padres sobre los hijos menores de edad,
que establece el Código Civil. El ordenamiento jurídico también confiere potestades a los poderes
públicos, que son las potestades legislativa, jurisdiccional o reglamentaria.
La Administración, para vencer las resistencias a su actuación, puede encontrar en los intereses
particulares opuestos al interés general y colectivo que tutela, disponer de armas excepcionales que
le permitan dominar estos impulsos asociales e individuales, reconduciéndolos al interés común.
Por ello, el Derecho administrativo se conforma en el equilibrio adecuado y cambiante entre las
potestades de la Administración Pública y las garantías de las personas, y ese es precisamente su
principal objetivo de estudio como disciplina.
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6. Son imprescindibles porque no se extinguen por el transcurso del tiempo, aunque las
acciones en ejercicio de una potestad pueden caducar.
7. Son irrenunciables porque la Administración Pública no puede renunciar a su ejercicio.
8. Son inagotables porque no se extinguen por su ejercicio.
9. Son intransmisibles porque no se pueden transmitir a terceros.
10. Son erga omnes porque se ejercitan frente a todos.
11. Su ejercicio es revisarle por los Tribunales.
Por la forma de atribución de la potestad: será expresa si la norma la atribuye de forma clara y
terminante. Será implícita si no se atribuye con claridad, pero puede deducirse de la atribución
expresa de otra potestad.
Por su grado de especificación: es especifica cuando la norma concreta los medios para su
ejercicio, el órgano administrativo competente y el procedimiento. Es genérica cuando la norma no
realiza esa concreción.
Por su contenido material: en función de la materia sobre la que despliega, puede ser
reglamentaria, expropiatoria, sancionadora, tributaria, etc.
Por el tipo de relación a la que afecta: de sujeción especial cuando afecta a relaciones de especial
intensidad entre la Administración y las personas, o de sujeción general cuando afecta a todas las
personas por igual. Las potestades de sujeción especial son más intensas que las de sujeción
general, lo que implica que pueden imponer mayores limitaciones a sus destinatarios, y se otorgan
a la Administración Pública para reforzar su posición de supremacía sobre las personas que se han
situado en una posición especial respecto a la Administración Pública. En cambio, la sujeción
general conlleva el otorgamiento a la Administración Pública de unas mismas potestades frente a
todas las personas.
Conviene señala que las potestades regladas suelen tener elementos discrecionales y los
discrecionales elementos reglados. En la práctica de los Tribunales se controla el ejercicio de la
potestad discrecional, y se anulan los actos discrecionales inválidos, aun declarando la invalidez
del acto, no pueda sustituir la voluntad de la Administración.
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La discrecionalidad técnica.
A este respecto, el Tribunal Constitucional ha dicho que «las modulaciones que encuentra la
plenitud de conocimiento jurisdiccional sólo se justifican, en una presunción de certeza o de
razonabilidad de la actuación administrativa, apoyada en la especialización y la imparcialidad de
los órganos establecidos para realizar la calificación; una presunción iuris tantum, por cierto, de
ahi que siempre quepa desvirtuarla si se acredita la infracción o el desconocimiento del proceder
razonable que se presume en el órgano calificador, bien por desviación de poder, arbitrariedad o
ausencia de toda justificación del criterio adoptado», o por fundarse «en patente error debidamente
acreditado por la parte que lo alega».
Las normas emplean conceptos jurídicos que no precisan ser interpretadas o concretadas porque su
significado está incluida en su texto (315 CC). Pero las normas, también pueden contener conceptos
jurídicos abstractos o indeterminados que solo pueden conocerse tras una labor de concreción,
como el justiprecio, que es el importe que se debe abonar al expropiado por la privación del bien.
La interpretación de un concepto jurídico indeterminado sólo puede conducir a una opción válida,
aunque la Administración suele tener un cierto margen de discrecionalidad en su apreciación.
Los conceptos jurídicos indeterminados son conceptos de valor que, contenidos en las normas, dan
a los órganos de la Administración en la posibilidad de actuación ante una concreta realidad. Para
la concreción de los conceptos jurídicos indeterminados se aplican criterios de experiencia o juicios
de valor.
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Para la concreción del concepto jurídico indeterminado se aplican criterios de experiencia o juicios
de valor. Los primeros recaen sobre hechos, mientras que los segundos se basan en razones políticas
o técnicas. Estos últimos se acercan más a la discrecionalidad.
La doctrina alemana distinguió tres zonas que se pueda tener en la determinación de los mismos:
Son una imperfección de las normas, surgen cuando un determinado supuesto no está contemplado
en una norma. El principio de legalidad impide a la Administración actuar en esos casos por falta
de habilitación legal.
En el ejercicio de cualquier potestad, hay elementos que son reglados y que, por tanto, están
determinados por las normas:
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de pleno derecho. El titular del órgano debe abstenerse en la toma de decisión si incurre en causa
de abstención y, de no hacerlo, puede ser recusado por los interesados (23 y 24 LRJSP). La falta
de abstención no implica necesariamente la invalidez del acto. Los órganos colegiados deben
cumbre las reglas establecidas para la formación de la voluntad.
La motivación: no todos los actos deben ser motivados por lo que la Administración Pública sólo
tiene el deber de exteriorizar las razones de su decisión en los casos previsto expresamente en la
Ley. Los actos dictados en el ejercicio de una potestad discrecional deben ser motivados. La
motivación es un mecanismo de control del ejercicio de una potestad, haciendo posible el control
de los demás elementos.
Toda actuación administrativa, se basa en unos hechos o acontecimientos que deben ser reales. La
Administración no puede inventarse los hechos sobre los que decide. Los Tribunales pueden
verificar si han existido o no los hechos determinantes de la actuación de la Administración.
Hay que distinguir entre el control de la realidad de los hechos y la valoración jurídica de los
mismos. Esta última puede responder a criterios de oportunidad o criterios técnicos, si es así, lo
hechos deberán ser valorados por especialistas en la materia en aplicación de dichos criterios
conforme a la disciplina que los rija.
Los principios generales del Derecho forman parte del ordenamiento jurídico y, por tanto, vinculan
a la Administración tanto como las normas (art. 103.1 CE). Además, sirven de parámetro de control
de las actuaciones administrativas (proporcionalidad, buena fe, confianza legítima…).
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tantum, por lo que puede desvirtuarse si se acredita la invalidez del mismo en un procedimiento de
impugnación o de revisión. No obstante, si no se ha declarado la invalidez del acto en vía
administrativa o judicial, una vez concurran los requisitos para que el acto sea eficaz, desplegará
sus efectos, salvo que se acuerde la suspensión.
La autotutela declarativa conlleva que los actos administrativos son ejecutivos y deben cumplirse.
El artículo 38 LPAC establece que: “Los actos de las Administraciones Públicas sujetas al Derecho
administrativo serán ejecutivos con arreglo a lo dispuesto en esta Ley”. Asimismo, conforme al
artículo 39.1: “Los actos de las Administraciones Públicas sujetos al Derecho Administrativo se
presumirán válidos y producirán efectos desde la fecha en que se dicten, salvo que en ellos se
disponga otra cosa”. Los actos de las Administraciones Públicas sujetos al Derecho Administrativo
serán inmediatamente ejecutivos, salvo que:
La Administración Pública cuenta con el privilegio de la autotutela ejecutiva por el cual puede
imponer forzosamente mediante la coacción el cumplimiento de los mismos a sus destinatarios sin
necesidad de acudir a un juicio ejecutivo. Sin embargo, la Administración Pública no debe iniciar
ninguna actuación material de ejecución de resoluciones que limite derechos de los particulares si
previamente no ha adoptado la resolución correspondiente que le sirva de fundamento, pues de lo
contrario incurriría en vía de hecho (art. 97 LPAC). Por tanto, la ejecutividad del acto es un
requisito para la ejecutoriedad o ejecución forzosa. Además, el órgano que ordene la ejecución
material de resoluciones está obligado a notificar al particular interesado la resolución que autorice
la actuación administrativa (art. 97.2 LPAC). La ejecutoriedad significa que la Administración
Pública puede disponer por sí misma la ejecución forzosa de sus actos en caso de incumplimiento
voluntario de su destinatario, y previo apercibimiento (art. 99 LPAC). Para ello, el ordenamiento
jurídico le otorga una serie de medios de ejecución forzosa, como son el apremio sobre el
patrimonio (art. 101), la ejecución subsidiaria (art. 102), la multa coercitiva (art. 103) y la
compulsión sobre las personas (art. 104).
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Potestad de investigación, deslinde y recuperación posesoria de oficio: la Administración
Pública tiene la facultad de investigar la situación de los bienes y derechos que presumiblemente
formen parte de su patrimonio, a fin de determinar la titularidad de los mismos cuando ésta no le
conste del modo cierto (art. 45 ss. LPAP). También tiene la facultad de decidir unilateralmente
sobre el deslinde respecto de los bienes de terceros cuando sus límites sean imprecisos o existan
indicios de usurpación y la Administración Pública puede recuperar por sí misma la posesión
indebidamente perdida de los bienes y derechos de su patrimonio (arts. 55 ss. LPAP).
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contencioso-administrativa mediante el recurso contra la actuación material en vía de
hecho.
5. Ejecución de sentencias y demás resoluciones judiciales por la Administración
Pública: corresponde a la Administración Pública adoptar las decisiones que sean
necesarias para la ejecución del fallo y no debe realizar actuaciones tendentes al
incumplimiento. La Administración Publica no puede dictar actos ni adoptar disposiciones
que sean contrarios a las sentencias, pues serían nulos de pleno derecho, ni se puede
suspender el cumplimiento de la sentencia ni declarar la inejecución total o parcial del fallo.
Si concurren causas de imposibilidad material o legal para ejecutar la sentencia, la
Administración Pública debe comunicarlo a la autoridad judicial.
6. Exención de tasas por el ejercicio de la potestad jurisdiccional: las personas jurídicas
que promueven este ejercicio, tienen la obligación de practicar la correspondiente
autoliquidación fiscal y de pagar la tasa por el ejercicio de la potestad jurisdiccional, salvo
que les sea aplicable una exención. Están exentos del pago de dicha tasa, entre otros, la
Administración General del Estado, las Comunidades Autónomas, las entidades locales y
los organismos públicos dependientes de todas ellas y las personas físicas.
1. Solve et repete: obligaba al recurrente a pagar las deudas contraídas con la Administración
antes de interponer recurso. Con la entrada en vigor de la CE se entendió que este privilegio
lesionaba el derecho a la tutela judicial efectiva (art. 24). Solvere et repete era también un
privilegio procesal en cuanto que suponía una particularidad en la impugnación de actos
administrativos de contenido económico.
2. Limitaciones en la compensación de créditos: opera en el ámbito civil automáticamente
si se cumplen los requisitos exigidos legalmente. Sin embargo, la compensación sobre
derechos de naturaleza pública requiere de un procedimiento de compensación que se
iniciará a solicitud del interesado o de oficio, en el que se debe dictar una resolución o
acuerdo de compensación. El acuerdo de compensación declarará la extinción de la deuda
(arts. 72 y 73 LGT).
3. Derecho de prelación: la Hacienda Pública tiene prelación para el cobro de los créditos
tributarios vencidos y no satisfechos en cuanto concurra con otros acreedores. Como
excepción los acreedores de dominio, prenda, hipoteca u otro derecho real debidamente
inscrito con anterioridad a la fecha que el derecho de la Hacienda Pública (art. 77 LGT).
No obstante, en los tributos que graven periódicamente bienes o derechos inscribibles, la
Administración tiene preferencia sobre cualquier otro acreedor o adquiriente, aunque éstos
hayan inscrito sus derechos, para el cobro de las deudas devengadas y no satisfechas
correspondientes al año natural en el que se exija el pago y al inmediato anterior. A esto se
le llama hipoteca legal tacita (art. 78 LGT).
4. Afección de bienes: los adquirientes de bienes afectos por ley al pago de una deuda
tributaria responden subsidiariamente con ellos si la deuda no se paga. Los bienes y
derechos transmitidos quedan afectos a la responsabilidad del pago de las cantidades,
líquidas o no, correspondientes a los tributos que graven tales operaciones, cualquiera que
sea su poseedor, salvo que éste resulte ser un tercero protegido por la fe pública registra o
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se justifique la adquisición de los bienes con buena fe y justo título, en establecimiento
mercantil o industrial, en el caso de bienes muebles jo inscribibles (art.79 LGT).
La objetividad exige reflexionar, sopesar con prudencia las alternativas, si existen, y actuar con
desinterés particular, es decir, sin interés preciso. Como las Administraciones actúan por medio de
personas y para personas, se puede afirmar que la existencia de razones amparen sus decisiones es
esencial para legitimar la actuación administrativa. Repugnan al Estado de Derecho, y a las
personas, las actuaciones irracionales y arbitrarias de la Administración Pública. En una
democracia, la razón fundamental para aceptar la legitimidad de las decisiones administrativas es
que se puedan explicar las razones por las que se han adoptado dichas decisiones en interés general
(Mashaw). Pero no basta con ello, sino que es preciso además que la Administración Pública
respete la legalidad en su actuación.
La Administración Pública es una organización de carácter servicial porque se ha creado para servir
el interés general. Este interés general viene definido por el contenido de las normas jurídicas y por
las decisiones de las Administraciones que las aplican, cuando éstas se ajustan al ordenamiento
jurídico. En cada actuación de la Administración Pública debe satisfacer el interés general, lo que
se presupone una determinación previa de dicho interés. La concreción del interés general debería
estar siempre dirigida a cumplir el Derecho, y a preservar la dignidad de la persona y los derechos
fundamentales.
El interés general es un principio general de Derecho que está constitucionalizado, y que informa
todo el ordenamiento jurídico.
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