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Vida Consagrada

Fraterna en común

Hemos hecho un recorrido en estos tres días sobre la amistad y la fraternidad, partiendo desde la base humana. Acudiendo
desde los orígenes antropológicos del concepto, bebiendo del rico manantial de la Sagrada Escritura. El día de ayer, exploramos los
contenidos de vivencia del amor y la amistad desde nuestro carisma y espiritualidad MSC a la luz de nuestras Constituciones y
legado de nuestro padre fundador, el R.P. Teodosio Martínez Ramos.

Hoy profundizaremos sobre cómo estamos viviendo nuestra fraternidad y amistad en la vida de nuestras comunidades.

Justificación desde nuestras constituciones, ¿a qué nos exhorta?

Los Misioneros del sagrado Corazón, conscientes de que el seguimiento radical de Cristo es
la razón fundamental de nuestra vocación, hemos de esforzarnos cada uno en ser “el hombre para los
demás” que, a través de un continuo salir de sí mismo, comparte lo que es, lo que sabe y tiene,
poniéndolo al servicio del Reino; por lo cual, intensificando nuestra adhesión a Dios por la
contemplación y el celo apostólico que nos impulse a asociarnos a la obra redentora de Jesucristo,
hemos de ejercitarnos en una vida de generosa entrega, llegando si fuera necesario, hasta dar la vida
por los otros según el ejemplo de del Señor para quien dar la vida por sus amigos fue el signo máximo
de su amor. Art. 16

A ejemplo de la comunidad Trinitaria que Cristo nos revela y a ejemplo de la primitiva


comunidad cristiana cuyos miembros compartían todo y tenían un solo corazón y un sólo espíritu,
promoveremos nuestra vida fraterna en común, por la que todos los Misioneros nos unimos en Cristo
como en una familia, y la fomentaremos de modo que sea para todos una ayuda mutua para el
cumplimiento y vivencia de nuestra vocación. Esta comunión fraterna enraizada en la caridad de todos
los que hemos abrazado la vocación de “establecer el reinado del Corazón de Jesús entere los indígenas,
campesinos y obreros principalmente en las regiones donde faltan sacerdotes”, debe ser ejemplo de la
reconciliación universal en Cristo. Art. 54

Para fortalecer y acrecentar esta vida fraterna en nuestra Congregación, todos aportaremos
lo mejor de nosotros mismos, de modo que nuestras relaciones estén llenas de confianza, sinceridad y
amor, potenciando la unidad de la Congregación mediante un fuerte sentido de pertenencia, como
testimonio que hará creíble el mensaje que anunciamos. Art. 67

Seguir a Jesús como consagrado, es vivir la experiencia de la fraternidad y formar comunidad.

Jesús al mismo tiempo que proclama el reino convoca a sus seguidores a la comunidad. La comunidad de Jesús hizo un
pequeño grupo para vivir la experiencia del Reino, acontecido en la palabra y en los signos del maestro la comunidad de Jesús
experimenta la liberación de la ley y se abre a una comunión de hijos y de hermanos, en solidaridad con los pobres.

Es comunidad para los otros recorriendo caminos Samaritano. En la comunidad de Jesús se experimenta un proceso de
interiorización y de conversión del corazón, caminos nuevos de itinerancia misionera, travesías hacia otras orillas, apuestas por el
servicio en la fraternidad.

1
Es necesario subir a Jerusalén. La crisis, los conflictos y las tensiones internas y externas contribuyen a descubrir y a
entrañar la verdadera identidad y pertenencia de la comunidad.

La comunión cristiana es don del Espíritu. en ella se fundamenta la vivencia de la fraternidad. Entrar en comunión es
signo de salvación. el crecimiento en la comunión es señal inequívoca de identidad vocacional. Los miembros del cuerpo viven,
crecen y sirven en y para el cuerpo. La comunión de la fraternidad se realiza en dos aspectos que la constituyen y manifiestan: el
carismático y el institucional.

La comunidad nace del don de Dios y es, al mismo tiempo, una tarea de cada uno de sus componentes. La comunidad
no es un mero ámbito donde cada uno vive su vocación en la peculiaridad de su proyecto personal. Procurar que cada uno se
sienta y viva como hermano en la comunidad

La importancia de la comunidad como nexo necesario entre identidad y misión. Establece que para vivir esta misión, la
de nuestro cuerpo apostólico consagrado, a la misión de Cristo en nuestro mundo roto, necesitamos comunidades fraternas. Sí,
gozosas en las que alimentemos y expresemos con gran intensidad la única pasión que pueda unificar nuestras diferencias y dar
vida a nuestra creatividad.

A nosotros Misioneros del Sagrado Corazón nos mueve el amor a Cristo, cuando reflexionamos y oramos sobre cada
uno de estos elementos. La comunidad representa pues, un estilo de vida profético desde el que se puede potenciar cristianamente
la misión de proclamar el evangelio y no solamente una cuestión funcional, de tener un espacio vital con todo lo necesario para
poder trabajar por la existencia del Reino de Dios pues en estos tiempos de individualismo y competitividad, es necesario hacer
presente que la comunidad juega un papel muy especial, al ser lugar privilegiado de discernimiento apostólico. La comunidad es el
espacio concreto en el que vivimos como amigos en el señor. Esta vida en común está siempre al servicio de la misión, pero dado
que la unión fraterna proclama el evangelio, es misión en sí misma.

Desde una comunidad auténticamente apostólica podemos encontrar el apoyo y la comprensión en los momentos de
tentación y crisis, así como la alegría y fraternidad ante la satisfacción por los pequeños o grandes logros de nuestro trabajo. Cuando
es tremendamente difícil caer en la cuenta que estamos fomentado una afección desordenada bajo la apariencia del bien con un
activismo frenético en nuestra vida de comunidad debemos crear espacios para el encuentro y el compartir.

La vida fraterna en comunidad

La Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, (CIVCSVA) en 1994 publicó
el documento Vida Fraterna en Común en donde nos describe este importante aspecto de la fraternidad como nota esencial
constitutiva de la vida consagrada.

Este documento quiere, ofrecer motivos de reflexión para quienes se han alejado del ideal comunitario, a fin de que tomen
realmente en serio que es imprescindible la vida fraterna en común para aquel que se ha consagrado al Señor en un instituto
religioso o se ha consagrado al Señor en un instituto religioso o se ha incorporado a una sociedad de vida apostólica.

a) La comunidad religiosa como don: antes de ser un proyecto humano, la vida fraterna en común forma parte del proyecto
de Dios, que quiere comunicar su vida de comunión.
b) La comunidad religiosa como lugar donde se llega a ser hermanos: los medios más adecuados para construir la fraternidad
cristiana por parte de la comunidad religiosa.
c) La comunidad religiosa como lugar y sujeto de la misión: las opciones concretas que la comunidad religiosa está llamada
a realizar en las diversas situaciones y los principales criterios de discernimiento.

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Para la meditación y reflexión

A continuación, te presentamos una síntesis de una tipología del P. Jaime Emilio González Magaña SJ,
sobre los distintos roles y estereotipos conductuales que se dan en la vida ordinaria de nuestras comunidades.
Es un buen trabajo realizado desde su experiencia como Director Espiritual y terapeuta en Roma. El presente
texto, quiere ser una herramienta para nuestra meditación y reflexión en este día de Ejercicios. La
intencionalidad, no es “escanear” a todos y cada uno de los miembros de la congregación e identificar que
conductas asumen. Más bien es realizar un trabajo introspectivo, para que en apertura, humildad y
discernimiento podamos identificar que conductas hemos asumido en la vida y que nos han permitido
interactuar en la congregación. No son tipologías puras, ni están agotadas todas. Lo importante es realizar un
esfuerzo por contrastar, cómo estamos viviendo nuestra vida fraterna en las dinámicas comunitarias y
congregacionales. ¿Qué conductas están más presentes en mi persona? ¿Qué tipo de comunidades debemos de
privilegiar y potenciar de cara a los retos del mundo postpandemia?

Algunas debilidades humanas que impiden la fraternidad comunitaria. 1

Los enemigos declarados

Esta situación se puede presentar desde la casa de formación religiosa como una marcada incompatibilidad entre dos o
más compañeros. Se trata de situaciones en las que se vive la realidad cotidiana envuelta en una situación de aversión hacia un
compañero. Podríamos decir que estamos ante casos de una verdadera enemistad. Seminaristas o sacerdotes que no se saludan
nunca o evitan todo tipo de situación en las que puedan coincidir. Esta enemistad se justifica por errores cometidos y padecidos
por ambas partes en años pasados.

A veces se trata simple y sencillamente de un rechazo natural y espontáneo, simplemente no hay nada en común entre
ellos y lo que empezó hacer una relación fría acaba por vivirse como un alejamiento normal y continuado estos hermanos no se
aceptan, no se acogen, aunque vivan o trabajen juntos y participen en las actividades de la comunidad.

Los que hurgan en la vida ajena

Se trata de personas que tienen una especial capacidad para espiar e indagar la vida de los demás y su máxima
complacencia es llegar a descubrir los errores del otro. Justifican su actitud con la convicción que ellos han asumido la misión de
vigilar el buen funcionamiento de la comunidad o la congregación pues se consideran los vigilantes del buen nombre de la
comunidad. De ahí que desarrollen una actitud de desconfianza hacia los demás y se dediquen a confirmar sus sospechas de la
culpabilidad ajena.

En opinión de Cencini se trata de “personas que se especializan en este género de actividad: ir a hurgar en la vida ajena.
Tratar de descubrir al otro en error, concebir y confirmar sospechas, recoger a lo mejor las pruebas y luego exhibirlas como un
trofeo de batalla… El daño que hacen a la comunidad es muy grave, pero muy raramente son conscientes de ello. Son los
auténticos destructores de la fraternidad.” Todo indica que estas personas gozan cuando descubren públicamente las
fragilidades ajenas.

1
Jaime Emilio González Magaña S.J. Amar y servir hasta la muerte Identidad sacerdotal y configuración con Cristo. Tomo II. Obra Nacional de la
Buena prensa, México 2019 (388- 404)

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Los especialistas en el “hay rumores”, “se dice por ahí”

Estas personas tienen una extraordinaria capacidad para conocer y difundir noticias oficiales, por supuestos antes de ser
publicadas. Son especialistas en el conocer las últimas novedades de todos y de todo. Siempre tienen información reciente que
referir contar o criticar y, por supuesto, afirman que son noticias reservadas y aún secretas. Sus comentarios comienzan con
expresiones como “hay rumores de que…”; ¿te has enterado de lo que ha sucedido a…?”; “he oído decir que…”; “me han contado
que…”; “sabías que tal o cual va a esta parroquia…”; “se dice que cambiarán a fulano…”; “se comenta que tal o cual han tenido
un lío de…” Obviamente saben algo y una parte de las noticias que cuentan es verdadera sin embargo, la dicen con deformaciones,
exageraciones con interpretación errada y a veces maliciosa al grado de distorsionar seriamente la realidad.

Aunque parezca extraño, no siempre se trata de personas malévolas sino que su gran problema es que son demasiado
fáciles y propensas a las habladurías y a un estilo de comentarios que pueden convertirse en corrosivos y con ello, ciertamente
hacen daño a los demás.

Los líderes antagónicos

Estos casos se presentan cuando en un grupo humano existen dos personas que luchan para demostrar que son los
mejores. El comportamiento entre ellos es frío, formal, elegante, pero es evidente que se soportan y mucho menos se aprecian.
Generalmente, tienen un carácter fuerte, son hombres dotados de talentos especiales y, casi siempre cada uno tiene un grupo que
lo sustenta, apoya y alaba. Su antagonismo hace difícil la consideración recíproca mientras que los vuelve especialmente sensibles
para detectar los puntos flacos y los errores del otro. Aun cuando pudieran complementarse, la colaboración entre ellos es
prácticamente imposible.

A simple vista, la relación entre los líderes es cordial, se tratan con aparente respeto y precisamente por eso, resulta más
difícil conocer la verdad de la relación.

Los jueces supremos

Son aquellas personas especializadas en el juicio universal de todo y de todos. Todo lo comentan con un sentido negativo
y más que contar una experiencia vivida, se critica y juzga con increíble facilidad. Encuentran siempre un motivo para hacer notar
lo que los demás han hecho mal o han dejado de hacer; por supuesto que poniendo énfasis en que ellos pudieron hacerlo mucho
mejor. Difícilmente encuentran una cualidad o una virtud en los otros y, en términos generales, para ellos todo es caos, angustia,
oscuridad, agendas encubiertas, conspiraciones etcétera. Según ellos nada funciona bien.

No son capaces de decir abiertamente las cosas, no se pronuncian abiertamente y no exponen su palabra con sus
comentarios. Pero sus actitudes y comentarios tienen una buena carga de despecho, amargura y frustración.

Los especialistas en la negatividad

Para estas personas no hay nada positivo sólo ven los aspectos más negativos. Desde el primer momento en que inician
una conversación encuentran un motivo para empezar a hablar mal de los otros. Usan este tipo de expresiones: “el superior tiene
buena voluntad, pero es un inepto, no sabe gobernar; desde hace mucho tiempo el trabajo pastoral del seminario no tiene ninguna
creatividad”; “la comunidad ignora el sentido de lo que es una verdadera fraternidad”; “la liturgia no es tan cuidada como debería”.

Por lo que se refiere a la vida fraterna es común el uso de expresiones tales como: “los hermanos más jóvenes no son
como nosotros en nuestro tiempo.

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Los que se sienten mejor fuera del ambiente sacerdotal

Las personas de este grupo siempre están fuera de la comunidad o del presbiterio y están convencidas de que vive mucho
mejor así. Como no se sienten parte de la comunidad y, mucho menos como su casa y su familia, buscan entre los laicos el cariño
que dice necesitar para sobrevivir. Sus puntos de referencia están fuera del ambiente comunitario y sacerdotal, sus relaciones
significativas, sus amigos, todo lo que es realmente valioso para ellos se encuentran en otros ambientes. En términos generales,
este tipo de personas no tienen buenas relaciones con otros hermanos; es raro que tengan un amigo en la comunidad eclesial
sacerdotal y su mundo afectivo está entre laicos ya que según ellos es mucho mejor.

Es muy celoso de sus relaciones y, obviamente, casi nunca las comparte, más aún, las mantiene ocultas. Cuando esta
situación se alarga, puede tener efectos negativos sobre su fidelidad a la comunidad, a su vocación y hasta la misma Iglesia. Ponen
cara dura con los de casa y son un mar de amabilidad con los de fuera.

Los calculadores

Estas personas no hablan cuando tienen que hacerlo, pero lo critican todo. Por ejemplo, en un encuentro comunitario,
en la revisión del proyecto personal de vida o en la evaluación de los planes pastorales, la persona escucha y calla; sin embargo,
cuando termina la reunión se pone locuaz, hace notar la incongruencia de las propuestas, la parcialidad de quien ha coordinado el
encuentro, la incoherencia de quien ha expresado sus juicios, la manera confusa en que se ha desarrollado la reunión.

Es mucho más fácil criticar y callar que tomar decisiones en la vida de las comunidades e involucrarse responsablemente
en la actividad de todo el grupo. Estas personas dejan decidir a otros, para luego criticar –a veces con rencor y hostilidad–, las
decisiones tomadas.

Los vengativos y rencorosos

Estas personas recuerdan el pasado con una facilidad extraordinaria y, muy especialmente, aquellos hechos que los han
hecho sufrir. Viven atados a todo tipo de recuerdo doloroso y esperan la primera oportunidad para devolver en la misma medida
a quien los ha hecho sufrir o a quién, según ellos, deben el hecho de haber cometido una terrible equivocación. En cierta forma,
eligen este modo de castigar a algunas personas quienes, la mayoría de las veces ni siquiera son conscientes de que les han herido
o hecho algún mal.

Los violentos con la apariencia de bondad

Algunos observadores externos se han asombrado a veces del nivel de violencia muy elegantemente revestida, que existe
en algunas comunidades religiosas. Violencia de parte de los superiores que imponen sus puntos de vista personales, que favorecen
la creación de un clima conformista al grado de que sólo quien se conforma es considerado bueno. Violencia de parte de hermanos
y hermanas que acusan a la autoridad que quiere ser fraterna y que por lo tanto es considerada como débil, agrediéndola con
respuestas cortantes y destructivas que llegan a desarrollar una especie de terrorismo psicológico. Violencia entre los hermanos a
través de la agresividad verbal, la ironía destructiva, la sistemática interpretación negativa de las intenciones ajenas, al hablar mal
de los otros con los mismos hermanos y hermanas.

Aun cuando este problema puede ser muy común en los seminarios y casas de formación, se presenta también en las
relaciones de los sacerdotes. Lo más triste de esta situación es que ha llegado a ser tan común entre nosotros que ya lo consideramos
como algo normal.

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Los gerentes generales del universo

Es aquel sacerdote que está convencido de que es la persona más lista, la más adecuada para hacer todo y es, desde luego,
indispensable. Según él, se ha hecho solo, ha tenido la mejor formación y es la persona con más experiencia: quizá hasta ha hecho
un favor a la Iglesia al entrar en el seminario o en la vida religiosa, porque --según él-- lo ha tenido todo y cree ser “el gerente
general del universo”. Este tipo de hermano no se fía jamás de los otros; considera que los ancianos deben hacerse a un lado
porque ellos ya han vivido su vida, no entienden la modernidad, no saben reaccionar ni hacer nada de acuerdo con la informática
y las ciencias modernas.

Se trata de personas tristes que han vivido siempre solos o no han tenido relaciones satisfactorias, ni en su familia, ni
antes de entrar en la comunidad religiosa.

Los dictadores

Las personas que caracterizan este grupo normalmente ocasionan situaciones problemáticas en los grupos humanos,
sobre todo para aquellos miembros que se integran recientemente en el grupo. Se trata de hermanos que repiten las mismas
situaciones, orden y costumbres, tradiciones que han sido seguidas y observadas siempre de una determinada forma y que se
asumen de modo absoluto porque afirman: “esto siempre se ha hecho así”.

Se empeñan en imponer reglas, usos y costumbres obsoletos o anticuadas pero que no hay manera de cambiarlas o
adecuarlas a los tiempos actuales en beneficio de los grupos humanos.

Los vigilantes de la ortodoxia eclesiástica

Este grupo tiene características muy semejantes al anterior, pero presenta algunos rasgos particulares más difíciles. Es el
tipo de persona que quiere imponer sus ideas, sus formas de pensar, las reglas de la más pura ortodoxia, obviamente desde su
propia mentalidad. Sueñan con una Iglesia que se caracteriza por la más completa observancia en la fidelidad y defienden sus ideas
desde una concepción personal de una institución a la que se le puede cambiar nada porque todo puede ser peligroso.

Repiten siempre las mismas cosas y basan las relaciones humanas desde el cumplimiento ciego de la ley y la estructura.
No soportan la diversidad y, y cuando alguno disiente de su forma de ser y pensar, no dudan en acusarlo de heterodoxo y, por lo
tanto, peligroso, por lo que es sometido a un juicio desde sus propios cánones.

Los de doble cara

Qué difícil es tener una relación seria con este tipo de personas. No se sabe nunca qué piensan o qué es lo que desean en
realidad. A primera vista, estas personas son simpáticas, sonrientes, se puede confiar en ellos porque, aparentemente, se relacionan
con todos. Muy tarde nos damos cuenta de que les falta dos elementos esenciales para construir una verdadera comunidad: la
sinceridad y la lealtad.

Los francotiradores

Este tipo de personas asumen diversas formas de caracterización, según les conviene, como fingir que les gusta pertenecer
a los grupos humanos y simulan querer bien a todos sus hermanos. Aparentemente, no tienden a evadir la vida de la comunidad o
el presbiterio ni a construirse una red de amistades externas. Afirma encontrarse bien, o al menos suficientemente bien, de modo
que aparenta participar activamente en la vida comunitaria. Desarrolla normalmente su rol de consagrado y hace bien todo lo que

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le piden pero, sin embargo, actúa solo y, en la práctica, no desarrolla su misión como debería. Actúa seguro de sí mismo como si
siempre tuviera una salida de emergencia y no se abre a los otros, ni crea una auténtica fraternidad. No acoge en plenitud el regalo
de los otros, está con todos sin comprometerse con nadie. No construye hermandad, ni trabaja en equipo, si acaso se vale de los
demás para sus fines personales.

Tienen un gran miedo a la intimidad, a todo tipo de relación que verdaderamente los impliquen en una amistad y respeto
recíproco. No saben cómo abrir el corazón al otro para mostrarse tal y como son, pues lo consideran como una debilidad ya que
tienen pavor a depender del otro.

Viven, de hecho, en su propio mundo, construido en forma individualista y desde la simple exterioridad; pretenden seguir
las normas del grupo, pero sin adherirse plenamente desde el corazón.

Los envidiosos

La envidia y los celos son dos elementos que destruyen los fundamentos de cualquier comunidad y, obviamente, los
consagrados y sacerdotes no estamos exentos de ellos. A muchos les resulta sumamente difícil aceptar que los hermanos tengan
éxito y que sean reconocidos. Muchas veces la envidia y los celos se presentan con apariencia de alabanza.

Con frecuencia experimentan contrariedad y aun desilusión e, incluso, hasta una irritación cuando conocen los éxitos de
los demás. Tenemos que reconocer con humildad que la envidia es una manifestación elocuente de que no hemos alcanzado
todavía una verdadera madurez.

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