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La Dirección y El Dirigente
La Dirección y El Dirigente
EL DIRIGENTE
Fuera del nombre, creamos que muy pocos puntos de contacto habrá entre nuestras
consideraciones y las que corrientemente se hacen en los textos sobre la materia. Es
que en realidad hemos venido desarrollando una doctrina sobre la administración,
que si bien es cierto que descansa sobre los fundamentos tradicionales más afines
con nuestra tradición humanista, también lo es que ha tomado sus propios cauces
apagándose a la ortodoxia de la sociología y la filosofía cristianas.
Por otra parte, no vamos a referirnos a la dirección sino en cuanto tienen eficacia o
al menos en cuanto se pretende que la tenga. La dirección eficaz es la que interesa a
la Administración propiamente dicha. En esta virtud, la dirección así calificada,
también recoge lo que es el objeto formal de la ciencia administrativa.
Por último, ya es sabido que para dirigir eficazmente es preciso sujetarse a las
normas básicas o primarias y además a las de carácter fundamental en los campos
específicos de la planeación, de la organización, de la integración y – hemos de
agregar en estos momentos – del control.
A través de una dirección de una naturaleza será posible lograr acción efectiva que
despierte entusiasmo y una alta moral en el personal; ofrecerá además oportunidades
plenas de participación y constituirá un verdadero espíritu de cuerpo de amplia
iniciativa.
Con relación a la importancia vale la pena dar y conocer de manera resumida los que
llevó a cabo Elton Mayo acerca de los grupos de trabajo y de papel destacado de la
dirección en la labor integradora de ellos.
A través de esos mismos estudios Mayo llegó a la conclusión de que para lograr una
buena integración de los grupos natural y familiar estos deberían ser pequeños (no
mayores de cincuenta miembros) y homogéneos, en tanto que el tercer grupo, su
número podría ser más grande, bien que la dirección sea del tipo administrativo o de
carácter personal o liderazgo.
Se dijo que para organizar, la dirección debería tener muy precisos los fines cuya
realización procuraría la actividad del grupo dirigido. Esos fines – innumerables y
variadísimos en la práctica – deberían ser la expresión de un bien común de la
sociedad en general. Creemos haber sido suficientemente explícitos acerca de este
punto que la filosofía social cristiana ha estudiado con tanto amor a la verdad. Y si
no hubiere sido así, sobran textos magníficos en los cuales puede recogerse la
amplísima doctrina que el pensamiento católico ha elaborado. No hace falta agregar
más por ahora.
Pero la dirección social propiamente dicha, la dirección que tienen una universalidad
completa, la que está presente en todas y cada una de las agrupaciones humanas, es
la que ahora llena el ámbito de una disciplina a la que le corresponde ya la categoría
de una ciencia.
Pues bien, es la Administración un saber rector que desde el ángulo formal de la
eficacia está recogiendo las enseñanzas de la doctrina que en materia social se ha
venido elaborando, principalmente por sociólogos y filósofos cristianos, para
hacerlas vivir en la dirección de los grupos humanos: la dirección social es un
movimiento profundamente existencial.
Y el respecto a las existencias del bien común ahoga los excesos del individualismo,
sean cuales fueren sus disfraces y subterfugios. Un orden jurídico inspirado en estos
principios es el orden auténticamente justo. Es el orden capaz de evitar el peligro
terrible de la conjugación desquiciante de los vicios extremos aludidos, como sucede
en el fenómeno de egoísmo colectivista de los grupos sociales: la humillación de la
persona humana ante el interés del grupo, y el obstáculo de este interés impidiendo
la realización del bien común de la sociedad en general. Un orden como este es el
que la dirección social debe crear, conservar y desarrollar en toda la vasta extensión
de la convivencia humana.
Justificadamente se dijo alguna vez que esta disciplina era la que con mayor
fidelidad podía recoger e interpretar las angustias de nuestro siglo.
La dirección social finca toda su actividad en las normas primarias; señala y precisa
la orientación de esa actividad en las normas fundamentales de la planeación; crea la
normatividad jurídica que garantice la justicia de su actuación en los preceptos
fundamentales de la organización; por la dirección social actúa verdaderamente
como tal se manifiesta con el dinamismo que le es propio, hasta que da vida a las
normas fundamentales de la integración. La dirección social está dirigiendo hasta
que engendra la corriente de integración en y a través de los grupos humanos; de
todos los grupos humanos, desde el más pequeño y modesto casi de carácter celular
como es la familia, hasta la comunidad nacional organizada en Estado o hasta los
organismos internacionales.
La pronunciación de los derechos de la persona humana es hoy una de las tareas más
dignas y valiosas. Cuando las formas de la convivencia y el sentido de la
civilización concurren en el mismo impulso de encubrimiento de los valores
colectivos, el destino personal del hombre parece empequeñecerse hasta quedar
convertido en una simple función celular. Todo habla de la importancia del número.
Todo se hace a favor de lo multitudinario. Y al propio tiempo, todo se encierra en
los confines del mundo. Lo colectivo y lo que se pueda realizar en la tierra, y –
hemos de agregar – lo que tenga una existencia temporal, condensa o resume lo que
llena los afanes de nuestra época. Por eso, si la dirección social – en aparente
contradicción con lo que su propio nombre sugiere – actúa para defender los
derechos que el hombre tiene para ser respetada y auxiliado en su dignísimo anhelo
de lograr una perfección muy superior a todo lo que el mundo puede ofrecer y más
valioso que cuanto pueda hallarse en el transcurso del tiempo, llevará a cabo una
labor de incalculable mérito. ¡Y es tanto lo que el hombre necesita para vivir como
hombre! ¡Está tan olvidado de su propia esencia! ¡Es tan opaca su fe en los valores
trascendentes! Quisiera creer, pero las condiciones que privan en su derredor lo
hunden cada vez más en su servidumbre. Es el siervo de lo colectivo y de lo terrenal,
como es vasallo de la materia y del tiempo. La dirección social, si entiende su
misión y su responsabilidad, habrá de crear los factores de motivación que el hombre
requiere para reclamar su verdadero puesto, para hacer uso de las facultades que son
inherentes a su propia naturaleza, y vivir – aún en lo pequeño y modesto de una
condición humilde – como vive el ser digno y noble que lleva consigo como
persona.
Y la promoción de la actuación de los grupos organizados para realizar el bien
común – el propio de cada grupo en particular, y el de la sociedad en general – es el
otro aspecto igualmente meritorio de la tarea que le incumbe a la dirección social.
El dirigente
Nos sentimos con el deber de dar una explicación sobre el término que estamos
empleando.
Hace algunos años Johanner Messner publicó un libro sumamente interesante al que
tituló “Der Funktionar”. En el prólogo se dice que el personaje cuyo papel se estudia
no es simplemente el empleado de una organización, aun cuando su posición sea de
importancia, sino el hombre que tiene la responsabilidad profesional de representar y
defender, como fueran propios, los intereses de determinado grupo, participando,
así, de la jefatura de la organización. Al ser traducido este libro se le dio por título
“El Funcionario”, al parecer con gran acierto. Sin embargo, el propio traducir hizo
una observación atingente: no se sintió satisfecha por que la palabra “funcionario”,
por regla general, está ligado a la actuación del gobierno.
Tres cosas pasan, dijimos, cuando ocurren los hechos a que las anteriores preguntas
se refieren:
Pues bien, esta es la situación. Así es el ambiente, y tal la coyuntura con la que el
dirigente se encuentra. Quienquiera que sea el hombre a cuyo cargo esté la dirección
de un grupo humano habrá de sentir en mayor o menor grado la cercanía y hasta la
mordedura de la inmoralidad reinante. Su responsabilidad – si bien se ven las cosas
– resulta ineludible. ¿Cómo deberá actuar? ¿Qué deberá hacer?
En el curso de este estudio hemos venido haciendo referencia a esta virtud cardinal.
Reconocemos lo inusitado del caso. ¿Quién menciona las cualidades morales que
debe tener un dirigente? El lenguaje usual es otro, radicalmente distinto.
Podríamos haber eludido esta palabra y emplear otras expresiones semejantes a las
que todo el mundo emplea; pero con toda intención no lo hemos hecho simplemente
para combatir un prejuicio que es fruto del materialismo imperante. La prudencia es
el nombre de una virtud que en nuestro medio aparece con otra vestidura del
lenguaje. Pero lo importante es que vale, independientemente de su denominación.
Si recordamos que la prudencia es la virtud de carácter intelectual por la que el
hombre logra la aplicación más eficaz de las normas de conducta a los casos
particulares en los que debe obrar para alcanzar determinados fines, o también, la
habilidad para lograr la mayor eficacia de los medios de orden a la consecución del
bien, reconoceremos sin dificultad lo que la Administración bien entendida, exige de
la labor de los dirigentes. Estos es precisamente lo mismo que manda la virtud de la
prudencia.
Marcel Clamen, en su libro “El Jefe de Empresa”, se expresa así: “La prudencia es la
disposición permanente para aplicar las normas generales de la moral y de la
sociología cristiana a las consecuencias particulares de las situaciones prácticas
contingentes. No le corresponde, pues, determinar cuales son los fines de la vida
moral, de la vida social o de la vida económica, considerados en general. Pero si le
corresponde perseguir los fines próximos de la producción económica y de la
promoción cultural, que sean, concretamente, más aptas para servir, en una situación
dada, a los fines remotos de la vida moral y religiosa. Así, la prudencia se sitúa en el
punto de encuentro en que una sólida formación moral y doctrinal debe unirse a un
auténtico realismo en la acción, para ponerse juntos al servicio de la rectitud de
intención y de voluntad en cada coyuntura particular”. Estas opiniones del sabio
profesor de la Universidad de Montreal coinciden en todas sus partes con nuestro
criterio.
“Un líder puede ser definido como una persona capaz de unir a otros para el logro
de un objetivo determinado. Y la acción que ejerce, el liderazgo, ha sido definido
por Pfiffner y Presthus como: “El arte de dirigir, coordinar y motivar individuos y
grupos para que alcancen determinados fines. Consiste fundamentalmente en que el
individuo líder posea buenas capacidades verbales, intelectuales y sociales”.
Entendidos así ambos conceptos, surge la importancia que tiene su ejercicio en toda
organización, a fin de integrar las acciones de sus componentes a través de sus
cualidades, para amalgamar las actitudes y creencias de ellos y como parte de un
programa operativo. Por medio de esas cualidades se logra el adoctrinamiento sobre
una idea: la necesidad de que todos trabajen para satisfacer el objetivo social. Para
ello debe compartir los valores del grupo en referencia y tener gran intuición para
conocer y ayudar a consolidar las energías y actitudes de sus subalternos.
“si no tiene esa sensibilidad, no sabrá en que momento es necesario ceder y hacer
concesiones para mantener su influencia y la cohesión del grupo , y no estará en
condiciones de evitar conflictos, que pueden destruir el grupo o producir efectos
destructores sobre el mismo... En síntesis, el liderazgo es un camino de dos
direcciones más que de dirección única”.
Todos esos niveles de autoridad demandan para actuar una acertada dirección,
puesto que ella no es patrimonio exclusivo de la superioridad, sino que es
responsabilidad inherente a todos aquellos cargos, en la cadena escalar, que tengan
algún grado de jerarquía.
El viejo criterio de la dirección nunca ha sido superado, puesto que se considera que
lo centralización de ella es imposible y ha sido reemplazado por la concepción de
equipo, que no significa responsabilidad conjunta, sino estudio y discusión de
decisiones de manera comparativa.
“Requiere que cada miembro del equipo conozca su propio trabajo funcional y vea la
influencia de éste en el total del negocio en todo momento. Toda decisión que afecte
al negocio como un todo tiene que tomarse a un nivel descentralizado”.
Esta necesidad de la dirección en equipo se hace manifiesta y es efectiva también en
el sector público, dada la universalidad administrativa también en cuanto a las
funciones que tiene que atender un ejecutivo son muy diversas para que pueda
hacerlas apropiadamente una sola persona.
Funciones de la Dirección
Postulados formalistas
Existen varios postulados formalistas sobre este interesante tema, pero en el fondo
todos ellos giran con pequeños variantes de forma alrededor de las teorías de Sir Ian
Hmilton (inglés) y de V. A Graicunas (frances), po lo cual la atención se concentrará
en ellas, desarrollándolas con cierto detalle y mencionando rápidamente las otras.
La llamada “Ley de Hamilton” establece, en síntesis, que toda persona tiene límites
de supervisión que oscilan según el nivel del cargo que desempeña de tres a seis, y
que en los niveles altos de ámbito de control debería ser no mayor de tres, en tanto
que en los niveles bajos de dirección intermedia puede ser de seis.
R = n (2 n-1 +n-1)
5(16+4) = 5(20) = 100
Para que todo director pueda cumplir sus funciones más importantes, debe limitar su
radio de acción, principio que recibe el nombre de “ámbito de control”.
Mientras más efectivo sea el proceso de dirección, mayor será la contribución de los
subordinados era realizar los objetivos de la empresa.
Principio de Armonía del objetivo
Mientras más efectiva es la dirección, más se darán cuenta los individuos que sus
metas personales estén en armonía con los objetivos de la empresa.