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LA DIRECCIÓN Y

EL DIRIGENTE

Una función – síntesis

Nos vamos a referir a la función administrativa que se conoce con el nombre de


“dirección”. Algunos tratadistas la llaman “conducción”, como equivalente al
término inglés “leadership”.

Fuera del nombre, creamos que muy pocos puntos de contacto habrá entre nuestras
consideraciones y las que corrientemente se hacen en los textos sobre la materia. Es
que en realidad hemos venido desarrollando una doctrina sobre la administración,
que si bien es cierto que descansa sobre los fundamentos tradicionales más afines
con nuestra tradición humanista, también lo es que ha tomado sus propios cauces
apagándose a la ortodoxia de la sociología y la filosofía cristianas.

La dirección o conducción – en lo sucesivo lo llamaremos simplemente dirección –


es una función-síntesis. Resume, en verdad, gran parte de lo que hemos dicho sobre
la administración y sintetiza lo que hemos explicado sobre las funciones de
planeación, organización e integración.

Desde luego, la dirección – como dirección social o dirección de los grupos


humanos es el objeto material de la Administración. Administrar es dirigir. Sin la
dirección la Administración no se realiza, no existe. Pueden efectuarse las otras
funciones que estudiamos, pero mientras la dirección no se lleva a cabo no podemos
decir que se está administrando. Las otras funciones tienen el valor administrativo
sólo en tanto que sirven a la dirección.

Por otra parte, no vamos a referirnos a la dirección sino en cuanto tienen eficacia o
al menos en cuanto se pretende que la tenga. La dirección eficaz es la que interesa a
la Administración propiamente dicha. En esta virtud, la dirección así calificada,
también recoge lo que es el objeto formal de la ciencia administrativa.

Por último, ya es sabido que para dirigir eficazmente es preciso sujetarse a las
normas básicas o primarias y además a las de carácter fundamental en los campos
específicos de la planeación, de la organización, de la integración y – hemos de
agregar en estos momentos – del control.

Realmente, la dirección es una función-síntesis y como tal vamos a considerarla.

La Dirección, su significado e importancia

La labor de conciliar intereses particulares y obtener los objetivos sociales, a través


de los esfuerzos de la autoridad y de los integrantes de la organización, se conoce
como “dirección”. A través de ella misma es que se logra la verdadera cohesión de
las actuaciones, al ser toda estructura administrativa una comunidad de seres
humanos que demande una contribución central en tal sentido.

La dirección no es así un fin sino un medio para llegar a la coordinación de


esfuerzos individuales.

Para Urwick,... Una buena definición operativa de dirección es/... la función


ejecutiva de guiar y supervisar a los subordinados. Su propósito principal es
enseñarles, darles la información necesaria para sus labores, revisar los trabajos y
sus métodos y tomar la acción que mermita la mejor realización.

La investigación administrativas realizadas por Elton Mayo permite colegir que la


dirección necesaria para satisfacer esos fines tienen dos enfoques complementarios,
pero distintos en sus concepciones básicas:
La dirección administrativa.

Que obtienen sus propósitos a través de un esfuerzo conscientemente planificado de


fijación de objetivos para la empresa o institución, referidos a metas, planes y
programas:

Bajó este enfoque la dirección logra la moral y la colaboración asignado


adecuadamente las tareas para todos los miembros de la empresa o institución y
aplicando en sus verdadero sentido las normas organizativas formales y humanas.

La dirección por personalidad o liderazgo.

Cuando la empresa o institución no es de gran volumen, o si lo es, se organiza de


suerte que se constituye grupos de tal tamaño que sea posible integrar anímicamente
a sus miembros alrededor del respectivo directos, la obtención de los propósitos
puede alcanzar no por con acción sino por motivos que es fuerza creadora de
energía.

A través de una dirección de una naturaleza será posible lograr acción efectiva que
despierte entusiasmo y una alta moral en el personal; ofrecerá además oportunidades
plenas de participación y constituirá un verdadero espíritu de cuerpo de amplia
iniciativa.

Este enfoque de dirección por personalidad o liderazgo, destaca la importancia que


tiene los asuntos de relaciones humanas para la dirección. Ella necesita conocer y
entenderse sus subordinados, en su doble condición de individuos y de miembros de
la organización y al hacerlo no sólo estará obteniendo mayor eficiencia en el trabajo
de ellos, sino en el propio, puesto que en su efectividad dependerá
fundamentalmente de esos factores, lo cual destaca la importancia del estudio de
psicología y de sociología de parte del administrador.
El éxito, acierto o desacierto de la dirección serán evaluados en un alto grado por la
habilidad y capacidad de sus subalternos. Y para ello el director debe requerir un
gran conocimiento del ser humano, además de otros aspectos relacionados con el
medio ambiente y con la experiencia. Una de las tareas más difíciles que deberá
realizar siempre, es la renovación constante de sus conocimientos sobre el ser
humano.

Con relación a la importancia vale la pena dar y conocer de manera resumida los que
llevó a cabo Elton Mayo acerca de los grupos de trabajo y de papel destacado de la
dirección en la labor integradora de ellos.

Mayo encontró tres grupos que llamó: el “natural”, el “familiar” y el


“administrativo” . En el primero están las personas que pueden lograr un alto grado
de integración, cooperación y sociabilidad, dada su personalidad y la posición que
ocupan. Bajo en nombre de “familiar” distinguen a un núcleo de personal integrado
de manera tan íntima y en forma casi familiar que obliga a los nuevos miembros a
adaptarse o a no pertenecer en él. En el grupo “administrativo” la integración es
obtenida, a través de la labor directriz, de la combinación de esfuerzo consciente de
fijación de objetivos, metas humanas, etc., a que se ha hecho referencia y por la
creación de entusiasmo y espíritu de cuerpo entre el personal.

A través de esos mismos estudios Mayo llegó a la conclusión de que para lograr una
buena integración de los grupos natural y familiar estos deberían ser pequeños (no
mayores de cincuenta miembros) y homogéneos, en tanto que el tercer grupo, su
número podría ser más grande, bien que la dirección sea del tipo administrativo o de
carácter personal o liderazgo.

La dirección y las normas fundamentales de la planeación.


Recordémoslas sumariamente: 1) la planeación, para su mayor eficacia, debe
reconocer y respetar la naturaleza humana de los dirigentes; 2) La planeación, debe
ser congruente con las condiciones del medio en que el dirigente actúa; 3) La
planeación debe reconocer y respetar la naturaleza humana de los dirigidos; y 4) La
planeación debe sistematizarse.

Hicimos ya las consideraciones y comentarios que juzgamos pertinentes y guisa de


explicación. No los vamos a repetir, por supuesto. Pero si los tenemos presente,
creemos útil hacer algunas reflexiones complementarias, tomando a estas normas de
la planeación en su conjunto y relacionándolas con las de carácter primario a las que
acabamos de referirnos.

De ellas podemos desprender otros aspectos de nuestra doctrina sobre la


Administración:

La dirección social busca su mayor eficacia a través de la planeación sistematizada


de lo que el grupo dirigido habrá de realizar. Ahora bien, ya que en esta labor de
planeamiento, según se deduce de la primera norma, está presente, con toda su
significación moral, la conciencia crítica del dirigente, su capacidad de prever las
consecuencias de sus objetivos, de sus políticas y de sus programas de acción, su
libertad personal para decidir sobre el contenido de estos planes y, naturalmente, su
plena responsabilidad al proponerlos para su ejecución.

Además, la planeación se ha de elaborar con un sentido eminentemente realista y


positivo. Para que la responsabilidad del dirigente no fugue por la puerta falsa de la
fantasía ni tenga la excusa de la inconsistencia teórica, la segunda norma le obliga a
ceñirse a las condiciones del medio en el que actúa, lo cual implica el examen
minucioso de las condiciones materiales o físicas y de las peculiaridades de índole
humana y social.
Y por último para que la responsabilidad moral del dirigente quede mas claramente
definida aún la tercera norma obliga a tomar en consideración de un modo especial,
la naturaleza humana de los dirigidos. Y es lógico que sea así. Los planes, obra de la
inteligencia y de la libertad, se han de ejecutar por seres inteligentes y libres.
Seguramente en grande o en pequeño, con mayor o menor hondura, la vida de los
dirigidos se ha de ver afectada por los planes en cuya realización se comprometen y
decir esto es lo mismo que afirmar su influencia, directa o indirecta en la valoración
moral de la conducta que habrán de seguir. ¿Cómo no reconocer, entonces, la
responsabilidad de los dirigentes, por las consecuencias que su actuación tenga sobre
el destino de los hombres a quienes dirigen?

Estas apreciaciones, en forma adicional, ratifican nuestros juicios anteriores al darle


a la administración el rango y trascendencia de una disciplina de orden moral. Y
confirman, además, su fundamentación filosófica en el sentido de reconocer la
relación directa entre el ser de la realidad y el deber ser que de ella emerge con toda
su fuerza existencial.

La dirección y las normas fundamentales de la organización

Seguimos en nuestro afán de insistir. La doctrina de la administración a la que


hemos dedicado nuestras reflexiones hace de la dirección social una actividad en el
orden existencial, cuyo punto de partida esta en el ser y su meta en el deber ser.
Expresada estas ideas en otros términos se representaría así: La dirección social es la
conducción de los grupos humanos concretos, específicos, reales, como existen y
son, a un fin determinado que les favorece por que en alguna forma es el logro de lo
que está implícito en la propia naturaleza del hombre conducir a los grupos tomando
como apoyo su realidad sociológica, enclavada en la historia y con una cierta e
inconfundible fisonomía cultural, para que conquisten un objetivo que la Moral o el
Derecho o la Política han señalado en función de esa otra realidad íntima que es la
esencia del hombre y de la sociedad como es dirigir con la máxima eficacia posible.
Esta tesis se sintetiza como lo hemos venido haciendo, notar en la función de la
dirección. La hemos visto a través de las normas primarias y después en las normas
fundamentales de la planeación. La volveremos a ver - esperamos que con mayo
claridad aún - en las normas fundamentales de la organización:

Se dijo que para organizar, la dirección debería tener muy precisos los fines cuya
realización procuraría la actividad del grupo dirigido. Esos fines – innumerables y
variadísimos en la práctica – deberían ser la expresión de un bien común de la
sociedad en general. Creemos haber sido suficientemente explícitos acerca de este
punto que la filosofía social cristiana ha estudiado con tanto amor a la verdad. Y si
no hubiere sido así, sobran textos magníficos en los cuales puede recogerse la
amplísima doctrina que el pensamiento católico ha elaborado. No hace falta agregar
más por ahora.

En cambio, si queremos enfocar nuestra atención a los otros aspectos de nuestra


tesis, especialmente hacia aquellos en los cuales la organización está directamente
interesada.

La dirección social necesita estar en la realidad objetiva y concreta, conocerla,


tomarla en consideración, identificarse con ella. En nuestro caso, esa realidad - la
actual, la de hoy, la que estamos viviendo – consiste en la proliferación asombrosa
de los grupos en el seno de la sociedad. Es consecuencia natural del fenómeno de la
socialización mencionado por Juan XXIII en Mater et Magistra. Ahora bien, tal
multiplicación de los grupos sociales puede ser altamente provechosa o
terriblemente nociva para la vida humana. Todo depende de la dinámica de las
agrupaciones en la corriente de la convivencia. Todo será según la orientación que
tengan, según su recíproco reracionamiento, según su fuerza intrínseca, según las
modalidades de su organización interna, según la dirección que en ellas se ejerza. Si
los grupos actúan para suplir las deficiencias e imperfecciones del individuo, serán
inmejorables formas de elevación y perfeccionamiento de la vida humana; pero si
oprimen y esclavizan la existencia personal en nombre de un interés colectivo que
pretende tener una indiscutible preeminencia, entonces serán otros tantos factores de
envilecimiento y degradación. O si los grupos actúan como instrumentos hábilmente
estructurados para disfrazar apetitos individuales y hacen de la agresión
sistematizada su actividad habitual, entonces, como ya lo comentamos en páginas
anteriores, desencadenarán múltiples impulsos de desintegración social. Y en
grandísima parte ¿de que depende que tales cosas ocurran o dejen de ocurrir? Sin
duda alguna de la dirección que los grupos tengan. Y así no explicamos,
consiguientemente, por que la Administración tomó en el campo de las relaciones
humanas u lugar que nunca había tenido; por qué, rebasando los viejos límites del
buen manejo de las cosas, reclamó una posición de gran dignidad sintiéndose
responsable de la dirección de los grupos humanos. Y no explicamos, además, por
que esta nueve Administración es tan reciente que apenas adquirió las características
que hoy se le reconocen, no antes de la tercera decena de este siglo XX.

Su responsabilidad, efectivamente, es inmensa. Y lo es por que se ha constituido en


el centro de una actividad directa que siempre había existido, pero que también
siempre había operado en forma dispersa, como una función empírica realizada por
individuos sin especial preparación, intuitivamente. La Política era la única
sistematización científica de la dirección. Muy discutida en sus fundamentos y
todavía más en sus métodos. Fue ciertamente, en su misión de señalar los fines
justificativos de la actividad de Estado como ha logrado sus mejores éxitos.

Pero la dirección social propiamente dicha, la dirección que tienen una universalidad
completa, la que está presente en todas y cada una de las agrupaciones humanas, es
la que ahora llena el ámbito de una disciplina a la que le corresponde ya la categoría
de una ciencia.
Pues bien, es la Administración un saber rector que desde el ángulo formal de la
eficacia está recogiendo las enseñanzas de la doctrina que en materia social se ha
venido elaborando, principalmente por sociólogos y filósofos cristianos, para
hacerlas vivir en la dirección de los grupos humanos: la dirección social es un
movimiento profundamente existencial.

De esas enseñanzas la Administración ha tomado los principios que la dirección está


convirtiendo en las normas fundamentales de la organización de los grupos sociales.
Estos preceptos exigen, como condición de eficiencia en la labor directiva, la unidad
que da el orden jurídico o sea la coordinación de las actividades de los individuos
agrupados, al tomar estos conciencia de sus obligaciones, facultades,
responsabilidades y derechos, a la luz de fin común que todos pretenden alcanzar.

Pensemos bien lo que esto significa. La dirección es eficaz cuando consigue


armonizar los derechos de la persona humana con las exigencias de bien común. En
esta simple frase está toda la doctrina del orden verdadero, de la justicia y de la
caridad en la vida social. Esta coordinación del hombre y la comunidad es, en
realidad, el punto clave. Los últimos siglos, por apartarse de tal principio
convulsionaron el mundo de la convivencia. Hoy se insiste con razones más firmes y
poderosas, con más valiosas experiencias. Y la administración moderna pone su
parte, en su modesta posición de disciplina servidora, para exigir que la doctrina
haga norma de eficacia e impere a la dirección de los grupos humanos a realizarla.

El respeto a los derechos de la persona humana, comprendiendo su existencia


temporal y su destino eterno, impide los extremismos totalitarios, sin distinción de
uniformes o banderas.

Y el respecto a las existencias del bien común ahoga los excesos del individualismo,
sean cuales fueren sus disfraces y subterfugios. Un orden jurídico inspirado en estos
principios es el orden auténticamente justo. Es el orden capaz de evitar el peligro
terrible de la conjugación desquiciante de los vicios extremos aludidos, como sucede
en el fenómeno de egoísmo colectivista de los grupos sociales: la humillación de la
persona humana ante el interés del grupo, y el obstáculo de este interés impidiendo
la realización del bien común de la sociedad en general. Un orden como este es el
que la dirección social debe crear, conservar y desarrollar en toda la vasta extensión
de la convivencia humana.

Nunca, en verdad, pude ser más trascendental la responsabilidad de una ciencia


como la que hoy tienen la administración.

Justificadamente se dijo alguna vez que esta disciplina era la que con mayor
fidelidad podía recoger e interpretar las angustias de nuestro siglo.

La dirección y las normas fundamentales de la integración

La dirección social finca toda su actividad en las normas primarias; señala y precisa
la orientación de esa actividad en las normas fundamentales de la planeación; crea la
normatividad jurídica que garantice la justicia de su actuación en los preceptos
fundamentales de la organización; por la dirección social actúa verdaderamente
como tal se manifiesta con el dinamismo que le es propio, hasta que da vida a las
normas fundamentales de la integración. La dirección social está dirigiendo hasta
que engendra la corriente de integración en y a través de los grupos humanos; de
todos los grupos humanos, desde el más pequeño y modesto casi de carácter celular
como es la familia, hasta la comunidad nacional organizada en Estado o hasta los
organismos internacionales.

En la integración, como lo vimos en su oportunidad, la dirección social tiene los


deberes promocionales claramente definidos: a) la promoción de los derechos de la
persona humana, y b) la promoción de la actuación de los grupos dentro de los
cánones de la organización, tendientes a realizar el bien común.
¿Cuál de estos dos deberes es más importante? ¿Cuál es más urgente? ¿Cuál es más
necesario? Estas preguntas, en realidad no deberían formularse si aceptamos el
verdadero espíritu de la época. Los dos son igualmente importantes, urgentes y
necesarios.

La pronunciación de los derechos de la persona humana es hoy una de las tareas más
dignas y valiosas. Cuando las formas de la convivencia y el sentido de la
civilización concurren en el mismo impulso de encubrimiento de los valores
colectivos, el destino personal del hombre parece empequeñecerse hasta quedar
convertido en una simple función celular. Todo habla de la importancia del número.
Todo se hace a favor de lo multitudinario. Y al propio tiempo, todo se encierra en
los confines del mundo. Lo colectivo y lo que se pueda realizar en la tierra, y –
hemos de agregar – lo que tenga una existencia temporal, condensa o resume lo que
llena los afanes de nuestra época. Por eso, si la dirección social – en aparente
contradicción con lo que su propio nombre sugiere – actúa para defender los
derechos que el hombre tiene para ser respetada y auxiliado en su dignísimo anhelo
de lograr una perfección muy superior a todo lo que el mundo puede ofrecer y más
valioso que cuanto pueda hallarse en el transcurso del tiempo, llevará a cabo una
labor de incalculable mérito. ¡Y es tanto lo que el hombre necesita para vivir como
hombre! ¡Está tan olvidado de su propia esencia! ¡Es tan opaca su fe en los valores
trascendentes! Quisiera creer, pero las condiciones que privan en su derredor lo
hunden cada vez más en su servidumbre. Es el siervo de lo colectivo y de lo terrenal,
como es vasallo de la materia y del tiempo. La dirección social, si entiende su
misión y su responsabilidad, habrá de crear los factores de motivación que el hombre
requiere para reclamar su verdadero puesto, para hacer uso de las facultades que son
inherentes a su propia naturaleza, y vivir – aún en lo pequeño y modesto de una
condición humilde – como vive el ser digno y noble que lleva consigo como
persona.
Y la promoción de la actuación de los grupos organizados para realizar el bien
común – el propio de cada grupo en particular, y el de la sociedad en general – es el
otro aspecto igualmente meritorio de la tarea que le incumbe a la dirección social.

Es, verdad, la promoción de un cambio radical en la orientación de gran parte de


nuestras instituciones sociales. Es promover una civilización con el signo humanista
de la auténtica justicia social – tan pregonada y tan mixtificada en el ambiente de
egoísmo de grupos que hoy prevalece.

El dirigente

Nos sentimos con el deber de dar una explicación sobre el término que estamos
empleando.

Hace algunos años Johanner Messner publicó un libro sumamente interesante al que
tituló “Der Funktionar”. En el prólogo se dice que el personaje cuyo papel se estudia
no es simplemente el empleado de una organización, aun cuando su posición sea de
importancia, sino el hombre que tiene la responsabilidad profesional de representar y
defender, como fueran propios, los intereses de determinado grupo, participando,
así, de la jefatura de la organización. Al ser traducido este libro se le dio por título
“El Funcionario”, al parecer con gran acierto. Sin embargo, el propio traducir hizo
una observación atingente: no se sintió satisfecha por que la palabra “funcionario”,
por regla general, está ligado a la actuación del gobierno.

En nuestro caso no sucede exactamente lo mismo, porque con claridad se distingue


al funcionario público del privado.
Pero si ocurre que esta última designación es bastante imprecisa. Para nosotros no es
igual decir “Funcionario” que decir “dirigente”. El dirigente es siempre un
funcionario por que ejerce la función de dirigir; pero lo contrario no es cierto, ya
que muchos funcionarios no dirigen.
No empleamos el término “directo”, porque con él se indica, generalmente, un
puesto determinado en la organización.

En cambio, la palabra “dirigente”, por su mayor amplitud, se puede aplicar a todo


aquel que tiene la responsabilidad de guiar o dirigir a otros, independientemente del
grado jerárquico que le corresponda en la escala de mando.

Pues bien, el dirigente es el hombre en quien recaen las más grandes


responsabilidades de nuestra época. En él encarnan las preocupaciones de una
sociedad que por muchos años ha venido sufriendo los males de una conducción
equivocada. A él le corresponde ahora la oportunidad de la rectificación. Pero, ¿se
ha dado cuenta de ello? ¿Es consciente de todo lo que él se espera? ¿Y se ha dado
cuenta de las posibilidades que se presentan en su vida? ¡Con cuanta razón Messner
se mostraba extrañado cuando escribía acerca de “el funcionario”de que no hubiese
aparecido ningún estudio sobre el particular! Y ciertamente, todo lo que en la
actualidad ocurre no es sino un conjunto de oportunidades y urgencias, reclamos y
peticiones para que “el dirigente”tome su sitio y actúe. Pero vamos a abordar este
apasionante asunto- el tema final de nuestras consideraciones- sin premuras ni
precipitaciones.

La responsabilidad del momento actual

Lo primero que deseamos es ubicar al dirigente en la problemática que forma su


momento histórico.

Para ejemplificar nuestra apreciación eslabonamos una serie de preguntas, todas


ellas reveladoras de la inquietud que se apodera del ánimo de quien se asoma
siquiera a ese escenario angustioso de nuestro tiempo: ¿Qué ocurre con la dirección
social cuando se prescinde del fin intemporal del hombre?¿que pasa cuando los fines
de la actuación de los grupos se encierran en el ámbito del mundo?¿Qué ocurre
cuando la moral social se hace una utilitaria que señala como meta suprema la
felicidad exclusivamente temporal?¿y qué sucede cuando esa meta suprema se hace
consistir únicamente en la conquista y goce de los bienes materiales?¿Que pasa
cuando lo más fuertes factores de motivación para la conducta de los grupos y de los
individuos son el placer sensible, el dinero y el poder?

Larga respuesta dimos a estos interrogantes. De cuanto en aquella ocasión dijimos,


nos interesa recoger una síntesis que nos permita enmarcar al dirigente, cerrando el
ámbito en el que hoy se encuentra y dentro del cual deberá encontrar todo el sentido
de la actuación a la que ha sido destinado.

Tres cosas pasan, dijimos, cuando ocurren los hechos a que las anteriores preguntas
se refieren:

La primera: que la eficacia- finalidad instrumental u objetivo especifico de la


Administración- adquiere el rango de fin o valor de superior jerarquía, debido a la
ausencia o debilidad extrema de los verdaderos fines éticos a los que está, por su
propia naturaleza, subordinada. Es esto, en verdad, una trágica inversión de valores.
Los medios ocupan el lugar de los fines. Y entre aquellos, el de la eficacia, se coloca
en sitio preeminente. El ideal es la eficacia por la eficacia misma. Es decir, la
practicidad como desideratum en la civilización.

La segunda: que la eficacia toma su lugar propio, es instrumento, es medio, si pero


al franco servicio de un conjunto de fines innobles que son engendrados por la
perversión de los valores éticos, jurídicos y políticos principalmente. La
Administración se pone al incondicional servicio de una filosofía materialista y
utilitaria que encauza la vida humana hacia el éxito que da el placer, el dinero y el
poder.
Y la tercera: que la eficacia, contagiada de la inmoralidad de los fines a los que
sirve, comete la peor de las abyecciones aprovechándose de los ideales de la
civilización cristiana, a los que utiliza en su favor, fraudulentamente, para motivar la
conducta de aquellos quienes la Administración dirige. Y así, la dignidad humana, la
justicia, la libertad, la rectitud de costumbres, la honestidad, la fraternidad, el bien
común, se convierten en meras expresiones verbales, en fraseología oportunista pero
de gran efectividad para encubrir los verdaderos fines que se persiguen.

Pues bien, esta es la situación. Así es el ambiente, y tal la coyuntura con la que el
dirigente se encuentra. Quienquiera que sea el hombre a cuyo cargo esté la dirección
de un grupo humano habrá de sentir en mayor o menor grado la cercanía y hasta la
mordedura de la inmoralidad reinante. Su responsabilidad – si bien se ven las cosas
– resulta ineludible. ¿Cómo deberá actuar? ¿Qué deberá hacer?

La prudencia del dirigente

En el curso de este estudio hemos venido haciendo referencia a esta virtud cardinal.
Reconocemos lo inusitado del caso. ¿Quién menciona las cualidades morales que
debe tener un dirigente? El lenguaje usual es otro, radicalmente distinto.

Son habilidades, conocimientos, experiencia, don de mando, perspicacia, de lo que


se habla. Pero ¿la prudencia?

Podríamos haber eludido esta palabra y emplear otras expresiones semejantes a las
que todo el mundo emplea; pero con toda intención no lo hemos hecho simplemente
para combatir un prejuicio que es fruto del materialismo imperante. La prudencia es
el nombre de una virtud que en nuestro medio aparece con otra vestidura del
lenguaje. Pero lo importante es que vale, independientemente de su denominación.
Si recordamos que la prudencia es la virtud de carácter intelectual por la que el
hombre logra la aplicación más eficaz de las normas de conducta a los casos
particulares en los que debe obrar para alcanzar determinados fines, o también, la
habilidad para lograr la mayor eficacia de los medios de orden a la consecución del
bien, reconoceremos sin dificultad lo que la Administración bien entendida, exige de
la labor de los dirigentes. Estos es precisamente lo mismo que manda la virtud de la
prudencia.

La prudencia se divide en dos clases, la de carácter personal que se refiere a la


conducta del dirigente en su propia actuación, y la de carácter social que atañe a la
conducta de otros, es decir, a la actuación de los dirigidos. Así lo explicaban ya
Aristóteles y Santo Tomas. Y con palabras distintas, pero es lo mismo que hace el
dirigente en nuestros días. Ya habíamos dicho y repetido que la dirección social
compromete la conducta de quien dirige y de aquellos a quienes se dirige, lo cual,
entre paréntesis, nos sirvió para insistir en el carácter moral que tienen la ciencia
administrativa. Ahora estos mismo nos permite retirar este criterio. Se pide que el
dirigente sea un hombre con la virtud de la prudencia. No se le pediría si la
administración fuera sólo una técnica.

Marcel Clamen, en su libro “El Jefe de Empresa”, se expresa así: “La prudencia es la
disposición permanente para aplicar las normas generales de la moral y de la
sociología cristiana a las consecuencias particulares de las situaciones prácticas
contingentes. No le corresponde, pues, determinar cuales son los fines de la vida
moral, de la vida social o de la vida económica, considerados en general. Pero si le
corresponde perseguir los fines próximos de la producción económica y de la
promoción cultural, que sean, concretamente, más aptas para servir, en una situación
dada, a los fines remotos de la vida moral y religiosa. Así, la prudencia se sitúa en el
punto de encuentro en que una sólida formación moral y doctrinal debe unirse a un
auténtico realismo en la acción, para ponerse juntos al servicio de la rectitud de
intención y de voluntad en cada coyuntura particular”. Estas opiniones del sabio
profesor de la Universidad de Montreal coinciden en todas sus partes con nuestro
criterio.

Si habíamos dicho que en todas las funciones administrativas es la dirección la de


mayor fuerza en el terreno de la acción por ser la que hacía vivir a las demás, ahora
hemos de agregar que dicha función cobra su máxima expresión existencial en la
conducta concreta del dirigente. Ya con anterioridad hicimos notar – pero este es el
momento de repetirlo con el mayor énfasis – que toda la administración se hace vida
a través de las decisiones y acciones del dirigente, quien ha de llevar la orientación
de las normas científicas y de las técnicas respectivas a los casos particulares que
son de su responsabilidad. Dijimos antes, y aquí reiteramos, que en la actuación
prudencial del dirigente toda la administración se funde en la personalidad de aquel
y adquiere una expresión objetiva absolutamente individual e irrepetible. Por eso la
Administración es teoría en la ciencia, es técnica en su estructuración como arte y es
actuación prudencial en el profesionalismo del dirigente.

Hemos de considerar, entonces, esta conducta del que practica la Administración,


como actuación prudencial, en los dos casos ya señalados: a) aplicando la
normatividad científica de la dirección social, y b) utilizando las técnicas que el arte
administrativo proporciona. Este segundo caso como un aspecto complementario del
primero.

Importancia del liderazgo motivador

“Un líder puede ser definido como una persona capaz de unir a otros para el logro
de un objetivo determinado. Y la acción que ejerce, el liderazgo, ha sido definido
por Pfiffner y Presthus como: “El arte de dirigir, coordinar y motivar individuos y
grupos para que alcancen determinados fines. Consiste fundamentalmente en que el
individuo líder posea buenas capacidades verbales, intelectuales y sociales”.
Entendidos así ambos conceptos, surge la importancia que tiene su ejercicio en toda
organización, a fin de integrar las acciones de sus componentes a través de sus
cualidades, para amalgamar las actitudes y creencias de ellos y como parte de un
programa operativo. Por medio de esas cualidades se logra el adoctrinamiento sobre
una idea: la necesidad de que todos trabajen para satisfacer el objetivo social. Para
ello debe compartir los valores del grupo en referencia y tener gran intuición para
conocer y ayudar a consolidar las energías y actitudes de sus subalternos.

“si no tiene esa sensibilidad, no sabrá en que momento es necesario ceder y hacer
concesiones para mantener su influencia y la cohesión del grupo , y no estará en
condiciones de evitar conflictos, que pueden destruir el grupo o producir efectos
destructores sobre el mismo... En síntesis, el liderazgo es un camino de dos
direcciones más que de dirección única”.

Atributos de un Líder Formal

(Recopilación de varios autores, puede haber otros aspectos no incluidos en esta


lista).

a) Buena salud, energía persona y resistencia física.


b) Tener un sentido de misión, un sentido de compenetración personal hacia un
objetivo, entusiasmo y confianza en si mismo.
c) Interés en otros individuos, sentido de amistad, consideración a otras
personas.
d) Inteligencia (sentido común) facilidades y agilidad mental para comprender
rápidamente los aspectos esenciales de un informe y la capacidad para sus
conocimientos.
e) Integridad, un sentido de la mora, de los deberes y de la equidad y honradez,
voluntad de compartir las relaciones, la capacidad para establecer normas de
personal y de conducta ante la organización.
f) Persuasión, la capacidad de obtener la aceptación de sus decisiones.
g) Juicio, la capacidad de conocer los méritos y debilidades de la gente con
quién trabaja y la forma de obtener sus mayores y más satisfactorias
contribuciones hacia la organización.
h) Lealtad, devoción a una causa y también a las personas con quien trabaja y
voluntad para defenderlas de extraños.

La Dirección en los niveles jerárquicos

Todos esos niveles de autoridad demandan para actuar una acertada dirección,
puesto que ella no es patrimonio exclusivo de la superioridad, sino que es
responsabilidad inherente a todos aquellos cargos, en la cadena escalar, que tengan
algún grado de jerarquía.

El viejo criterio de la dirección nunca ha sido superado, puesto que se considera que
lo centralización de ella es imposible y ha sido reemplazado por la concepción de
equipo, que no significa responsabilidad conjunta, sino estudio y discusión de
decisiones de manera comparativa.

“En la producción de una masa según el nuevo estilo (éste de la dirección de


equipo). La centralización funcional es imposible... requiere la más estrecha
cooperación de la gente en todas las funciones y en todas las etapas. Requiere que
diseño, producción, comercialización y organización de trabajo sean encarados
simultáneamente por un equipo que represente todas las funciones.

“Requiere que cada miembro del equipo conozca su propio trabajo funcional y vea la
influencia de éste en el total del negocio en todo momento. Toda decisión que afecte
al negocio como un todo tiene que tomarse a un nivel descentralizado”.
Esta necesidad de la dirección en equipo se hace manifiesta y es efectiva también en
el sector público, dada la universalidad administrativa también en cuanto a las
funciones que tiene que atender un ejecutivo son muy diversas para que pueda
hacerlas apropiadamente una sola persona.

Funciones de la Dirección

Varios autores administrativos han estudiado las funciones directrices, a fin de


determinar cuales son las más importantes para desempeñar adecuadamente la
conducción de labores. Para ello se han basado en las funciones procesos propuestos
por Fayol en su valioso tratado a saber: la previsión (incluyendo dentro de ella a la
planificación), la organización, el mando (como sinónimo de autoridad o dirección),
la coordinación y el control.

Sobre estas cinco funciones administrativas básicos giran opiniones de


microprocesos directrices indelegables en última instancia, por su propia naturaleza.
Por otra parte, se recomienda por el interés y la popularidad que tiene especialmente
la propuesta de Luther Gulick sobre el tema, se ofrece la explicación de su famoso
POSDCORB recurso mnemotécnico que usó para significar con esas siglas dichas
funciones; Planig (planificar); Organization (organizar) y Staffing (administrar el
persona); Direction (dirigir); Coordination (coordinar); Reporting (informar) y
Dudgeting (formular y realizar presupuestos).

Postulados formalistas

Existen varios postulados formalistas sobre este interesante tema, pero en el fondo
todos ellos giran con pequeños variantes de forma alrededor de las teorías de Sir Ian
Hmilton (inglés) y de V. A Graicunas (frances), po lo cual la atención se concentrará
en ellas, desarrollándolas con cierto detalle y mencionando rápidamente las otras.
La llamada “Ley de Hamilton” establece, en síntesis, que toda persona tiene límites
de supervisión que oscilan según el nivel del cargo que desempeña de tres a seis, y
que en los niveles altos de ámbito de control debería ser no mayor de tres, en tanto
que en los niveles bajos de dirección intermedia puede ser de seis.

La teoría de Graicunas analiza las relaciones entre directores y subordinados,


agrupándolos en tres categorías, en cada una de las cuales a través de fórmulas
algebraicas se determina el número preciable de ellas. Esos tres tipos de relaciones
son los siguientes:

1) Relación directa simple:


2) Relaciones directas de grupo.
3) Relaciones cruzadas.

Combinando los tres tipos de relaciones indicadas anteriormente, Graicunas obtuvo


una fórmula que expresa el número de todas aquellas clases de relaciones, en donde
“n” es el número de subalternos.

R = n (2 n-1 +n-1)
5(16+4) = 5(20) = 100

Para que todo director pueda cumplir sus funciones más importantes, debe limitar su
radio de acción, principio que recibe el nombre de “ámbito de control”.

Principios importantes según Koontz / Donnell

Principio de Dirigir el objetivo

Mientras más efectivo sea el proceso de dirección, mayor será la contribución de los
subordinados era realizar los objetivos de la empresa.
Principio de Armonía del objetivo

Mientras más efectiva es la dirección, más se darán cuenta los individuos que sus
metas personales estén en armonía con los objetivos de la empresa.

Principio de la Unidad de Mando

Mientras más completa sea la relación de información de un individuo con un solo


superior, menos será el problema de contradicción en las instrucciones y mayor la
sensación de responsabilidad persona en los resultados.

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