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MODELO ESTRUCTURAL DE
TERAPIA SISTÉMICA
Camila Cisternas

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Terapia familiar est ruct ural Sínt esis de los principales concept os
Belen Mt z

Técnicas de t erapia familiar Paidos Terapia Familiar


Ingrhid Solis

Técnicas de t erapia familiar - Salvador Minuchin . H. Charles Fishman


ASEPS FMOcc
MODELO ESTRUCTURAL DE TERAPIA SISTÉMICA

Ana María Zlachevsky O.


Lucía Pena G.

El enfoque estructural está representado principalmente por Salvador Minuchin, aunque


podemos destacar también en esa línea a Braulio Montalvo, Mauricio Andolfi y Harry
Aponte.

Para Minuchin, “la familia es el contexto natural para crecer y para recibir auxilio”
(Minuchin y Fishman, 1988, p. 25). Minuchin sostiene 3 postulados básicos para describir
un sistema familiar:

1. El individuo incluye el contexto y éste incluye al individuo.


2. Si cambia la estructura de un sistema, cambiará también la pauta transaccional de
sus miembros.
3. Cuando se trabaja con familias, cambia la psicología tanto del sistema consultante
como de la del (de los) terapeuta(s).

La familia elabora pautas de interacción que constituyen la estructura familiar que rige el
funcionamiento de sus miembros. Estas pautas implican reglas tanto universales -que
gobiernan a toda familia- como idiosincráticas –que se refieren a las expectativas mutuas de
los miembros de cada familia particular- (Minuchin, 1995). Los miembros de la familia se
suelen vivenciar como unidades en interacción con otras unidades y no como parte de una
estructura familiar. El individuo no se puede ver como parte, es como que los ojos pudiesen
mirarse a sí mismos. El terapeuta familiar, por estar fuera del sistema, podría, según este
modelo, contemplar la totalidad de esa red de interacciones.

La familia, es la matriz del desarrollo psicosocial de sus miembros pero debe acomodarse a
la sociedad en la que se desarrolla y garantizar cierta continuidad a su cultura. Es la “matriz
de identidad” para sus miembros, ya que a través de ella logran no sólo identidad sino
también pertenencia (Minuchin y Fishman, 1988).

Para Minuchin (Minuchin y Fishman, 1988), la estructura familiar es, básicamente, el


holón familiar. Con el término “holón” se refiere a una totalidad -“holos”-, agregando la
partícula “on” para acentuar que está en constante movimiento. Los sistemas a su vez son
subsistemas y también suprasistemas de otros.

La atención principal de la terapia estructural, está enfocada a estas estructuras sociológicas


de los sistemas familiares, entendiéndolas en función de los holones.

En la familia observaremos los individuos y las pautas interaccionales que se dan entre
ellos, es decir, cuándo, cómo y con quién se comunica cada uno de sus miembros. Estas
pautas interaccionales se repiten en el tiempo y van dando lugar a la configuración de
reglas de comportamiento, las que conforman los distintos holones.

Cada holón tiene funciones y reglas que son específicas de ese holón.

Se pueden distinguir distintos holones, entre ellos podemos mencionar los siguientes:

Holón individual. Su función es permitir la identidad y la diferenciación de cada sujeto.


Holón conyugal (o de pareja), es el que favorece la intimidad, la contención, el apoyo, la
sexualidad y la entretención de la pareja.
Holón parental, abarca a padres e hijos e implica el cuidado, el apoyo, la contención, el
afecto, la dependencia y el enseñar la independencia.
Holón fraternal, comprende a los hermanos y permitirá aprender a desenvolverse con sus
iguales y a diferenciarse de ellos para lograr la propia identidad.
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Es imprescindible tener clara la diferencia entre holón parental y conyugal, ya que aunque
ambos puedan estar constituidos por las mismas personas, ambos tienen funciones distintas
y su red de conversaciones es también diferente. Entre los padres se hablará acerca de los
hijos: de su conducta, el colegio al que se les desea mandar, de su salud, de las reglas,
permisos, etcétera. Pero con la pareja se tocan temas muy diferentes. Cuando se produce
una separación conyugal, se separa la pareja, pero los padres siguen siendo padres hasta el
final de su vida. En nuestro país se tiende a confundir ambos holones.

Límites

De acuerdo con Minuchin (Minuchin y Fishman, 1988), los holones son unidades discretas,
tienen límite o fronteras que separan uno de otro y que pueden ser más o menos
permeables en cada familia. Los límites establecen quién pertenece y cómo participa cada
uno en cada holón. Los límites entre los holones dan lugar a las lealtades y pertenencias.
Estas fronteras se manifiestan incluso en el espacio físico, lo que hace importante observar
la ubicación de los participante en la sesión terapéutica, ya que la distancia física refleja, en
cierta manera, la distancia psicológica entre las personas y las lealtades entre los miembros
del sistema. De aquí la importancia que este modelo da al espacio.

El terapeuta estructural es incluido por Minuchin en la relación terapéutica “como un


intruso activo, que cambia el campo de la familia con su sola presencia”. (Hoffman, 1987.
p.249) El terapeuta observa las pautas transaccionales que se muestran en la sesión,
detectando la naturaleza de los límites entre los holones, la pertenencia a las alianzas y a las
coaliciones que existan, y la estructura de los subsistemas, lo que le permite realizar un
diagnóstico que será su hipótesis de trabajo. Con esta información, el terapeuta construye
un mapa estructural de la familia. El observar los posibles límites (tanto a través de la
ubicación física como de quién contesta por quién o quién interrumpe a quién), da la pauta
para inferir la jerarquía familiar. (Minuchin, 1995)

Se hace necesario diferenciar entre los conceptos de “alianza” y “coalición”. La alianza se


refiere a personas que se unen por un interés común. En cambio, en la coalición, dos
personas se unen contra un tercero.

Para realizar el mapa estructural, el terapeuta comienza por rastrear el uso del lenguaje,
mitos, creencias y distancias del sistema consultante. Para ello, se acomoda
transitoriamente a la estructura del sistema, y se mimetiza con ella. (Minuchin, 1995).

Jerarquía

Se entiende por jerarquía la distribución del poder en cada sistema familiar, manifestada en
las distintas posiciones que cada miembro ocupa en relación a los demás miembros del
sistema. Una de las metas terapéuticas de este modelo es cambiar el vínculo jerárquico
entre los miembros del sistema o de un determinado holón. (Minuchin y Fishman, 1988)

El concepto de límites se relaciona íntimamente con los tipos de familia propuestos por
Minuchin (1995):

- Familias aglutinadas, con límites muy difusos, demasiado permeables. En estas


familias todos opinan acerca de todo y se involucran con todos. Aquí no existe un
ordenamiento jerárquico organizado, no se sabe claramente dónde está el poder.

En el otro polo estarían las:

- Familias desligadas, con límites demasiado rígidos en donde la individuación de los


holones es decisiva.
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Ambos tipos de familias (que por lo general no se dan puros), tienen costos y beneficios.
Las familias aglutinadas tienen muy pocos recursos para enfrentar el estrés de uno de sus
miembros, pero permiten un gran sentido de pertenencia. Tienden a responder muy rápido y
exageradamente a toda variación. Las familias desligadas, en cambio, tienen un menor
sentido de pertenencia, pero frente a un alto nivel de estrés individual se unen y pueden
manejarlo adecuadamente.

Las familias transitan entre estos 2 polos. La “patología”, según Minuchin, se presenta
cuando las pautas se rigidizan en uno de los polos. La mayor parte de las familias poseen
subsistemas aglutinados y desligados. Por ejemplo, la madre puede aglutinarse con los hijos
más pequeños y dejar al padre periférico, mientras tanto el padre puede comprometerse más
con los hijos mayores. El subsistema padres-hijos puede tender a desligarse cuando los
hijos crecen y empiezan a irse de la casa, o bien pueden aglutinarse los hermanos, etcétera.

El enfoque estructural, plantea un “modelo normativo” para la sociedad occidental. Una


familia adecuadamente organizada tendría límites claramente marcados entre los holones:
el holón conyugal con límites que protejan la intimidad de la pareja; el subsistema parental
con límites claros entre él y los niños, pero sin impedirles el acceso cuando ello sea
necesario. El subsistema hermanos tendrá límites y organización jerárquica y, finalmente, la
familia nuclear tendrá un límite respecto de las familias de origen. El terapeuta necesita
percibir la desviación que existe entre el sistema consultante y el modelo normativo, y la
terapia implica rediseñar la organización familiar para que se acerque a éste. El supuesto
subyacente es que un síntoma es producto de un sistema familiar “disfuncional” y, si la
organización familiar se “normaliza”, el síntoma desaparecerá.

Como todo organismo, el sistema familiar tiende tanto a la conservación como a la evolu-
ción. A pesar de sólo poder fluctuar dentro de ciertos límites, la familia tiene gran
capacidad para adaptarse y cambiar manteniendo su continuidad. Minuchin plantea que las
familias, como todos los sistemas humanos, estarían determinados por el azar. La tendencia
a la conservación tiene relación con el feedback negativo, en este caso, el síntoma estaría
sirviendo a la homeostasis del sistema. La tendencia a la evolución implica un feedback
positivo: las familias cambiarían constantemente, estableciendo nuevas pautas y reglas.
Parecería que el sistema diera saltos a configurar nuevos sistemas, por ejemplo, con niños
pequeños, con adolescentes, etcétera.

Minuchin introduce el concepto de sistemas disipativos para explicar estos saltos del
sistema. Dicho concepto lo extrae de Ilya Prigogyne, quien planteara desde la química el
hecho de que los cambios son azarosos. El cambio, según Prigogyne, se produce al azar.
Los sistemas caóticos o inestables (entre ellos los humanos) estarían determinados por el
azar. Es el azar el que influye en el cambio para llegar a establecer un orden diferente de
reglas que regulan el sistema. (Minuchin y Fishman, 1988).

El desarrollo de la familia ocurre en etapas de complejidad creciente, existiendo períodos


de desequilibrio, con la consecuencia de saltar a un nuevo estadio en que se realizarán
tareas diferentes y, por lo tanto, reglas también distintas. Esto ocurre, por ejemplo, cuando
el niño va por primera vez al jardín infantil.

Este modelo de desarrollo concibe cuatro etapas principales en las familias: la formación de
la pareja, la familia con hijos pequeños, la familia con hijos en edad escolar o adolescentes
y la familia con hijos adultos. En esta última fase, la familia originaria vuelve a estar consti-
tuida por dos miembros, lo que exige una reorganización del modo en que padres e hijos se
relacionarán ahora como adultos. Este período suele asociarse con la “depresión” de la
madre que se queda sin hijos que cuidar, es el período llamado por algunos, del “nido
vacío” (Minuchin y Fishman, 1988).

Las familias que se estabilizan en un cierto nivel de funcionamiento, estarían en lo que


Minuchin denomina fase morfoestática, una fase de equilibrio relativo. Un conflicto o
crisis que afecte a la familia y que exija una readecuación en su organización (nace otro
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hijo, se muere algún miembro, el padre pierde el trabajo o, por el contrario, tiene un
ascenso inesperado), exigirá conductas nuevas. Este cambio implica una fase
morfogenética que lleva a una nueva fase de equilibrio relativo o morfoestática hasta que
esta nueva fase también sea cuestionada por los eventos de la vida diaria y se logre otra
adaptación hasta llegar a un nuevo nivel de equilibrio relativo.

La fase morfogenética implica un verdadero “torbellino creador” que facilita el salto a otro
nivel de funcionamiento. La duración de cada fase dependerá tanto de la capacidad de la
familia para soportar conflictos y crisis como del costo o beneficio que signifique para el
sistema el preservar ese estado de quasi equilibrio. Cada ordenamiento estructural puede
ser visto como preparatorio de un estado ulterior en el proceso de cambio o constituir en sí
mismo un término temporal. En muchos casos será el mejor ordenamiento posible para ese
momento.

Cuando esta necesidad de cambio no es resuelta por el sistema familiar y se estabilizan en


el dolor, llegan a consultar. Se encuentran en un estancamiento desdichado, que no es más
que la prolongación de una fase morfostática que si bien les es útil para mantener la
homeostasis, uno de los miembros, o todos, pueden sufrir. En este caso es necesario que el
terapeuta introduzca crisis para romper el sistema y así puedan pasar a un nuevo nivel de
equilibrio relativo con nuevas pautas y reglas.

Mediante la introducción de la crisis, el terapeuta busca romper la estructura familiar


“disfuncional”, para ello, cuestionará la estructura existente a fin de suprimir y/o modificar
las estructuras existentes, y puede también tratar de formar nuevas estructuras.

(Ver gráfico en la siguiente página)


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Los sistemas vivientes viven en una tensión dinámica donde de una fase morfoestática se
pasa a una morfogenética. Por lo general ello se da sin problema. Es el constante flujo del
vivir.

Fase morfoestática:
Pautas internacionales que se mantienen en el tiempo
sobre la base de la retroalimentación negativa.
Los cambios al interior del sistema se autorregulan sin
dificultad. No hay desdicha

Cambio de alguna situación de


los integrantes del sistema que puede actuar como
retroalimentación positiva (crisis), pero que puede
gatillar una nueva fase morfoestática reacomodando
las pautas interaccionales sobre la base de algún
síntoma que actúa como retrolimentación negativa.

Nueva fase morfoestática pero con


“estancamiento desdichado” de alguno o varios de los
miembros del sistema, es decir la Crisis,
no logró producir un nuevo sistema.

Para poder producir una reorganización, es necesaria la


Crisis. El terapeuta rompe las pautas introduciendo algo
nuevo y distinto
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¿Por qué consultan ahora?

Las familias, cuando tienen un problema, por lo general, tienden a solucionarlo. Pero si el
problema se mantiene en el tiempo, se han quedado en un “estancamiento desdichado”, en
un no-cambio. Están manteniendo la homeostasis que tenían antes de que apareciera “la
situación problema”. Llegarán a consultar cuando ocurre algo que parece “amenazar” la
organización. El inicio de la nueva situación puede entenderse como el “desde cuando”. La
amenaza es lo que Stanton (1996), denomina “por qué ahora” .

El problema puede estar presente en el sistema por un tiempo relativamente largo, pero no
consultaron cuando se inició o al poco tiempo de comenzar. Vienen ahora, a veces 1 año
después de lo que ellos consideran como inicio del problema. Es fundamental para el
terapeuta lograr hipotetizar e ir a confirmar o desconfirmar sus hipótesis para poder darse
cuenta de:

- cuál sería la amenaza organizacional actual que el sistema percibe, ya que así podrá
entender
- cuál es el problema y en qué dominio de existencia tiene sentido ese problema, y
reconocer
- quiénes serían los personajes implicados y, fundamentalmente, quiénes serían los
personajes imprescindibles con los que habría que trabajar, es decir, conocer el “por
qué ahora” permite delimitar el sistema con el cual se trabajará.

El terapeuta puede llegar a graficar la secuencia temporal de los sucesos para darse cuenta
de por qué han llegado ahora a consultar.

Caso: Juan y Lorena consultan por problemas de conducta de su hijo Iván, de 14 años. Se
quejan de que está contestador e insolente con los padres y también en el colegio. Sin
embargo, según ellos, esto ocurre desde hace 2 años (“desde cuando”). ¿Qué hace que
ahora su conducta sea un problema? Ellos se lo explican porque ahora contestó peor en una
discusión con el papá. Al explorar más la situación, el terapeuta se da cuenta de que la
conducta de Iván les parece peor desde hace poco más de un mes, lo que temporalmente
coincide con el diagnóstico de un tumor a la abuela materna, situación que tiene a todos
asustados frente a la posibilidad de un cáncer. La amenaza al sistema parece ser la
enfermedad de la abuela, es decir, ese sería el “por qué ahora”. Quizás Iván es el hijo que se
sacrifica para que la familia no se angustie frente a la enfermedad y no un adolescente con
problemas de conducta. El sistema implicado cambia frente a la enfermedad.

El “por qué ahora” debe calzarle al sistema consultante antes de poder intervenir. Si no le
calza, puede deberse a:

a) está dicho fuera de timing; o


b) no se trata del problema.

Estrategias terapéuticas del modelo estructural para lograr la reorganización de la


familia (Minuchin y Fishman, 1988)

Proceso terapéutico

La labor del terapeuta comienza, según se dijo anteriormente, realizando el mapa


estructural para lo cual se acopla transitoriamente al funcionamiento y cosmovisión de la
familia, tanto en su lenguaje como en la estructura que muestra el sistema consultante.
Entre las técnicas a usar durante las entrevistas para lograr este objetivo, está la de la
escenificación, que permite a la familia interactuar entre ellos discutiendo sobre el
problema mientras el terapeuta observa las reglas que prevalecen, por ejemplo, acerca de
los límites. Asimismo, durante la(s) sesión(es), se enfocará en ciertos temas que presenta
con más frecuencia la familia, evitando de esa manera inundarse de datos.
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El terapeuta procede al mismo tiempo a evaluar la disposición al cambio que presenta la
familia y las consecuencias que éste puede traer al sistema consultante, es decir, trata de ver
quien o quienes se pueden sentir amenazados con el posible cambio. A continuación
determina las metas del tratamiento en términos de metas alcanzables y posibles de realizar
y evaluar. Por último, planifica las etapas del tratamiento y quiénes participarán en él.

Estrategias para el cambio

Una vez definido el problema, el terapeuta iniciará una serie de intervenciones que buscan
cuestionar la estructura familiar, es decir, introducir crisis en el sistema.

Para ello, Minuchin y Fishman (1988) plantean como estrategias tres tipos de
cuestionamientos que son útiles para el terapeuta: cuestionar la estructura familiar, el
síntoma y la realidad familiar.

1. El cuestionamiento de la estructura familiar se refiere a que el terapeuta pone en


duda la adecuación de dicha estructura para proceder a modificarla, alterando sus límites o
fronteras. Para regular la permeabilidad de los subsistemas u holones entre sí, el terapeuta
busca modificar las afiliaciones a los distintos subsistemas o las distancias entre ellos.
Tanto la ubicación de los miembros de la familia al sentarse en la sesión como la
observación de quién interrumpe a quién, dan indicadores de la distancia psicológica.

Los movimientos en el espacio son reconocidos como representantes de interacciones


afectivas entre las personas. Cambiar en la sesión las relaciones espaciales de los miembros
de la familia es una técnica de fijación de fronteras que es clara, intensa y no verbal. Es
importante que se detengan todas las interacciones cuando se piden los cambios y la
intervención debe ser muy visible para los miembros que no estaban implicados en la
interacción. En una familia atendida por Minuchin, la madre acostumbraba ser la
intermediaria entre el padre y los hijos. Al llegar a la sesión, y de acuerdo al rol que
acostumbraba a desempeñar en ese sistema familiar, la madre se sentó separándolos.
Minuchin, después de observar este tipo de interacción durante la entrevista, procedió a
sacar a la madre y sentarla frente al resto del sistema, facilitando que el padre, hasta el
momento periférico en relación a sus hijos, hablara con ellos directamente. No sólo sacó a
la madre de esa ubicación, sino que después también retiró la silla en la que ella estuvo
sentada y que, de alguna manera, continuaba demarcando esa distancia entre el padre y los
hijos.

Otra posible forma de alterar la estructura familiar es utilizando frases que demarquen
separación (o mayor unión) entre subsistemas, por ejemplo, madre / hijo. Para ello el
terapeuta puede dar tareas que diferencien o unan, según lo que desee lograr, prolongando
la interacción de algunos miembros de una manera que no es la habitual entre ellos. Si el
terapeuta decide separar una díada demasiado unida, puede ampliar la definición del
problema incluyendo a un miembro periférico. En otros casos, puede sentar una nueva
regla, por ejemplo, indicará que “por ahora estos dos miembros del sistema no podrán
hablar entre sí”, lo que es reforzado en la sesión cambiando la ubicación espacial en la que
estaban sentados, tal vez haciéndolos darse la espalda. Muchas veces es el terapeuta mismo
quien se interpone físicamente entre ellos. Otra manera de cuestionar la estructura familiar
es invitando a los padres, como adultos, a observar la discusión que están teniendo los
niños.

Prolongar la interacción entre ciertos miembros es otro recurso para demarcar subsistemas.
Las tareas para el hogar pueden hacer que estas interacciones desacostumbradas continúen
fuera de la consulta, lo que facilita el surgimiento de nuevas pautas interaccionales que
permitirían el cambio estructural. Las tareas para la casa y las interacciones que se
promueven en la sesión buscan el desarrollo de estas nuevas pautas conductuales, en donde
las personas realizan cosas posibles pero que nunca han hecho. Puede ser que el padre, que
hasta el momento se comunica con sus hijos a través de la madre, lo haga ahora
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directamente, mientras la madre cumple lo que para ella también es una difícil tarea: por
unos días no podrá entrometerse ni hacer nada “por” sus hijos.

Cualquier cambio en la estructura implica cambios en el vínculo jerárquico produciendo un


desequilibramiento. La “estructura de poder” ya está alterada por el hecho de que al
ingresar la familia al sistema terapéutico le han otorgado poder al terapeuta. Las técnicas de
desequilibramiento significan una gran participación del terapeuta. Todas ellas implican un
compromiso temporal de éste con un subsistema a expensas de los demás. Estas técnicas se
pueden agrupar en tres categorías:

a. El terapeuta se alía con un miembro de la familia, confiriéndole poder y


permitiéndole experimentar con roles que no había realizado. Si se trata de un miembro
periférico o de posición inferior, este empezará a cuestionar su posición prescrita en su
sistema familiar. Si se trata de un miembro dominante, se extremará la situación de manera
de rebasar el umbral permisible en la familia, provocando el cuestionamiento de los demás
miembros. Las alianzas pueden ser alternantes con los subsistemas en conflicto,
favoreciendo cambiar la pauta jerárquica de la familia.

b. Ignorar a miembros del sistema. El terapeuta habla y actúa como si ciertas personas
fueran invisibles. Por ejemplo, un niño demasiado demandante o una persona refractaria a
hablar en la sesión. Esos miembros se rebelarán ya sea directamente contra el terapeuta o,
más probablemente, llamarán al resto de la familia a cerrar filas contra él.

c. Coalición contra miembros de la familia. Esta situación produce gran tensión en el


miembro que es el blanco de la coalición y también en el(los) miembro(s) que se
coaliciona(n) con el terapeuta. Esta estrategia será exitosa si al terapeuta se le ha otorgado
suficiente poder y si los miembros de la familia aceptan que esta transformación favorece al
sistema.

En otro tipo de coalición, el terapeuta se coliga con un miembro o con un subsistema


dominante a fin de empujarlos a ser eficaces en la función que les ha sido atribuida. Por
ejemplo, es útil con padres que no se atreven a poner límites a sus hijos para que mejoren el
control ejecutivo con niños pequeños.

Cuando el terapeuta se coliga con parte de la familia a fin de desequilibrar el sistema, puede
perder perspectiva terapéutica, por lo que no siempre es aconsejable hacerlo. Su protección
es mantener una mirada sistémica de las familia como organismo compuesto por una
multiplicidad de individuos y de miradas. En estos casos es útil pedir asesoría o ayuda al
equipo con el que el terapeuta trabaja.

Por lo general, el terapeuta utiliza sucesivamente diferentes técnicas de desequilibramiento,


cambiándolas según los objetivos terapéuticos. Al usar estas técnicas, debe mantenerse
atento a la retroalimentación que le da el sistema, la que le indicará el tipo de
realineamiento que se está produciendo en la familia. El sistema consultante puede
responder uniéndose contra el terapeuta pero seguir en terapia; o pueden dar por terminado
el tratamiento; o la persona blanco se rehúse a acudir a una sesión; o puede sobrevenir una
transformación de la familia que abra nuevas alternativas.

2. Cuestionamiento del síntoma o redefinición de la queja. Al considerar a la familia


como un organismo, el terapeuta estructural considera al síntoma como la reacción de un
organismo sometido a tensión, considerando a los demás miembros igualmente sintomáti-
cos. El que el sistema consultante pueda percibir esta diferencia es denominado por
Minuchin, enseñar la complementariedad. La tarea del terapeuta es cuestionar la definición
que la familia da al problema cuestionando el síntoma. Este cuestionamiento puede ser
directo o indirecto. El objetivo es reencuadrar la concepción que la familia tiene del pro-
blema, mostrando que el problema no está en el paciente índice sino en ciertas pautas de
interacción de la familia. Un ejemplo de reencuadre es el que hace Minuchin con una
muchacha a la que atendió por anorexia nerviosa. Ella acostumbraba a insultar a sus padres
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cuando trataban de obligarla a comer. El reencuadre consistió en mostrarle lo fuerte que
era, tanto así que derrotaba a sus padres. Aceptando la reestructuración, los padres se
unieron, distanciándose de ella y abandonando su actitud sobreprotectora comenzaron a
tratarla como una persona fuerte y empecinada que era capaz de gobernar su propio cuerpo,
dejándole el control de la comida a la propia paciente.

Para lograr este objetivo, el terapeuta cuestiona la cosmovisión habitual de los miembros,
en el sentido de cuestionar el problema (no existe paciente índice), cuestiona la idea de que
un miembro de la familia controla el sistema (cada uno de los miembros es contexto para
los demás) y, finalmente, cuestiona el modo en que la familia puntúa los sucesos, intro-
duciendo un marco temporal más amplio para que los miembros puedan considerar su
conducta como parte de un todo.

Cuando la familia acude a terapia, presenta su encuadre del problema y de la solución, que
son los que perpetúan la forma de ver la situación y, por lo tanto, el problema. El encuadre
del terapeuta debe ser diferente y tiene como fin hacer que la familia logre un manejo más
eficiente de su realidad “disfuncional”. Debe convencer a la familia de que el mapa de su
realidad puede ampliarse. Para ello puede necesitar lograr intensidad, ya que es posible que
el terapeuta no sea escuchado al intervenir, pues los miembros de la familia no atenderán
fácilmente a aquello que vaya contra “su realidad” familiar (contra su forma de ver el
problema). Es necesario superar este umbral. Las técnicas que se utilizan para este efecto
son: la repetición del mensaje, su repetición en interacciones isomórficas, el cambio del
tiempo que las personas participan en interacciones, el cambio de la distancia entre las
personas durante la interacción, y la resistencia a la presión que ejerce la familia sobre el
terapeuta.

3. Cuestionamiento de la realidad familiar. Con “realidad familiar”, Minuchin se


refiere a las explicaciones que validan esa organización familiar, esas pautas de interacción
que ahora los han estancado en el sufrimiento. Por lo tanto, se está cuestionando los
movimientos homeostáticos que no les permiten el cambio. La familia se está explicando su
realidad de una manera que incluye un miembro sintomático, el terapeuta deberá procurar
que la familia reciba el mensaje de que existen otras alternativas de interacción y de
explicación del mundo que no requieren el síntoma.

Para modificar su visión de la realidad, se hace necesario elaborar nuevas modalidades de


interacción entre los miembros del sistema consultante. Para esto, el terapeuta cuenta con
tres técnicas: los constructos cognitivos, las intervenciones paradójicas y la insistencia en
los lados fuertes de la familia.

A. Constructos cognitivos. Cuando llega a consultar, la familia ya trae un esquema


explicativo de la realidad. El terapeuta busca que la familia reciba el mensaje de que existen
otras alternativas, además de sus modalidades típicas de interacción, que no requerirán de la
existencia del síntoma. Para ello puede utilizar símbolos universales (se apoya en
instituciones o acuerdos que rebasan la familia, por ejemplo, la sociedad, Dios, etcétera).
También puede recurrir a verdades familiares, utilizando la concepción del mundo de esa
familia para ampliar su funcionamiento (por ejemplo: “Como son padres solícitos,
permitirán crecer al niño”). Finalmente, puede utilizar una explicación diferente basándose
en su propio conocimiento o experiencia, como un consejo especializado.

B. Paradojas. Su uso se basa en tres supuestos: la familia como sistema auto-


rregulador, el síntoma como mecanismo de autorregulación y la “resistencia sistémica” al
cambio u homeostasis. Es decir, el síntoma estaría regulando la parte disfuncional del
sistema, si se le elimina, esa parte queda sin regulación, por lo que la familia se resistiría al
cambio. Se utilizan las paradojas justamente para enfrentar esta resistencia.

B.1. Intervenciones paradójicas basadas en el desafío: se trata de intervenciones que el


terapeuta espera que sean desafiadas por la familia. Son utilizadas cuando existen pautas
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interactivas larvadas, prolongadas y repetitivas que no responden a las intervenciones
directas.

Las intervenciones paradójicas tienen por consecuencia lo opuesto de lo que se le dice a los
pacientes. Su éxito depende de que la familia desafíe las instrucciones del terapeuta o las
obedezca hasta que sienta la presión del absurdo y retroceda.

Existen tres técnicas para aplicar paradojas sistémicas: la redefinición, la prescripción y la


restricción.

La redefinición busca modificar el modo en que la familia percibe el problema. Al ser


redefinido positivamente, el síntoma pasa a convertirse en parte esencial del sistema,
dejando de ser un elemento ajeno a él. Se le prescribirá como conclusión inevitable de la
lógica con la que opera esa familia. La idea es hacer explícito el ciclo de interacción que
produce el síntoma, lo que le quita el poder para que se siga produciendo. Para prescribirlo,
es necesario tener clara la relación entre el síntoma y el sistema, el modo cómo se activan
entre sí.

La restricción, se refiere a frenar los signos de cambio anticipando a la familia los posibles
cambios, anticipándole a la familia las consecuencias que el cambio traería al sistema. Por
ejemplo, una familia consultó porque su hijo estaba fracasando en la escuela, lo que
decepcionaba a la madre. Se redefinió el síntoma en el sentido de que el niño estaría
protegiendo a la familia manteniendo la decepción sobre él, así la madre podía enfocar su
decepción en el hijo en vez de hacerlo sobre el esposo que había fracasado en su trabajo, lo
que además implicaba una carga financiera para ellos. En este caso se prescribió a ambos
seguir haciendo lo mismo, al fin y al cabo, dijo el terapeuta, por su edad, el niño es más
flexible que el padre, se recuperará más pronto que él. La madre no aceptó seguir haciendo
algo que podía perjudicar al niño, por lo que, finalmente, los padres llegaron a revisar el
problema que tenían entre ellos, liberando al hijo de la posición en que estaba. El definirlo
y prescribirlo de una manera que les era inaceptable con la lógica familiar hizo que el
síntoma dejara de ser funcional.

La prescripción del síntoma debe hacerse conectándolo con el sistema familiar: el síntoma
se debe definir como funcional para el sistema. Tanto el síntoma como el sistema deben ser
objeto de una connotación positiva por parte del terapeuta, es decir, ambos deben ser objeto
de la prescripción. Hoffman (1987, p. 271) plantea que “no es posible desenredar la
connotación positiva de la intervención (habitualmente una prescripción paradójica) en que
se encuentra empotrada. La reenmarcación positiva del síntoma como se encuentra
vinculado con otros comportamientos de la familia es el núcleo de una prescripción
paradójica.”

B.2. Inversiones basadas en la aceptación y el desafío: se refiere a indicaciones


directivas que el terapeuta hace a un miembro del sistema para que invierta su conducta o
actitud en un aspecto importante, buscando provocar una respuesta paradójica en otro
miembro de la familia. Son útiles cuando uno de los miembros tiene actitud cooperadora y
seguirá el consejo directo, y otro de los miembros ofrece resistencia. Sirven, por ejemplo,
para ayudar a padres con hijos rebeldes.

B.3. El equipo de consulta como coro griego: el equipo al otro lado del espejo puede
ayudar a reforzar las intervenciones del terapeuta, enviando mensajes que son comentarios
sobre el cambio sistémico que se hacen a través del terapeuta. El equipo puede utilizarse
para apoyar, enfrentar, confundir o provocar a la familia. Por ejemplo, puede enviar un
mensaje de apoyo a ciertos aspectos de la familia. También puede crearse un triángulo
terapéutico: el terapeuta apoya el cambio pero el grupo se opone al mismo, advirtiendo al
terapeuta sobre las consecuencias de un cambio sistémico. El equipo puede interrumpir la
sesión o llamar al terapeuta por citófono.
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Una vez formulada la paradoja sistémica, debe persistirse en ella, aún cuando la familia
trate de ignorar el mensaje en la próxima sesión.

C. Los Lados Fuertes De La Familia. Toda familia tiene recursos y existen en ella
pautas placenteras. Buscar estos lados fuertes es esencial para combatir las “disfunciones”
del sistema familiar.

Todas estas estrategias facilitan al terapeuta el modificar la estructura familiar.

Familias que consultan

Las familias que llegan a consultar Minuchin las considera como “patológicas”,
distinguiéndolas de las familias en situación de estrés.

A.- Las familias “patológicas” incluyen 2 tipos de patologías:

- I: Patologías de alineamiento o de límites; y


- II: Patologías que tienen que ver con el poder, es decir, con la jerarquía.

I.- Entre las patologías de límites podemos distinguir:

1. Coaliciones estables. Son coaliciones que se mantienen en el tiempo. Por ejemplo,


la madre y el hijo contra el padre; la abuela y el nieto contra la madre; 2 hermanos mayores
contra el menor.

Como se planteó anteriormente, para romper la coalición el terapeuta debe introducir crisis
en el sistema.

2. Otra patología de alineamiento se refiere a las triangularizaciones estables: en


donde cada progenitor intenta que el hijo (o uno de los hijos) se ponga de su parte. Por
ejemplo, uno de los padres duerme todas las noches con el hijo menor.

Los triángulos siempre implican jerarquía. El niño triangularizado asciende en la escala


jerárquica.

3. El triángulo lleva muchas veces al “detouring” (rodeo). Aquí el conflicto que


aparece a la vista es secundario. En ocasiones ocurre que el problema principal, por
ejemplo, es de pareja y no aparece explícito, lo explícito es el hijo problema. Es decir, se
niega el problema entre los miembros de la pareja y, por medio del hijo (como chivo
expiatorio), se mantiene una armonía ilusoria en el subsistema cónyuges. Así, el padre y la
madre se mantienen unidos debido a la “conducta” o “síntoma” de uno de los hijos.

Para las patologías de límites, el terapeuta, aconseja Minuchin, necesita enseñar a los
padres a poner límites. Lo hace tanto durante la sesión (cambiando de ubicación a los
consultantes, interponiéndose él mismo entre ellos, separando así los subsistemas y
modificando jerarquías), como con tareas para la casa cuya función es que aprendan nuevas
formas de poner límites o que perduren los cambios estructurales iniciados en la sesión.

II.- En las patologías que tienen que ver con el “poder” es posible encontrar:

1. Función parental ejecutiva muy débil. Ninguno de los padres ejerce el poder. Esto
puede traer serios problemas. La función ejecutiva implica que el que tiene el poder debe
asumirlo y aplicarlo, en este caso nunca lo hacen.

Ocurre a veces que los padres les permiten todo a los adolescentes y éstos se insubordinan.
Detrás de este no querer ejercer el poder puede haber culpa. Para jóvenes de 14 o 16 años,
tener permiso para todo produce gran angustia, ya que aún no tienen un repertorio de
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conductas que les permita tomar decisiones con conocimiento. Necesitan tener ciertas
reglas, incluso para desafiarlas, el no tenerlas les genera un problema a los hijos.

2. Excesivo poder de la función parental. Generalmente lleva a la inhibición del


desarrollo potencial de un miembro del sistema. Se debe recordar que para Minuchin es
parte de la función parental el enseñar, pero para permitir gradualmente la independencia.

3. Suborganización de la familia. Es otra patología del poder que lleva a lo que se ha


llamado “familias caóticas”. Uno de los miembros toma el poder, después es otro, y
finalmente nadie sabe quien manda. Esto produce gran angustia en los miembros del
sistema. Minuchin les devuelve el poder a los padres dándole tareas “como padres que
saben” y reforzando después lo bien que las cumplieron. Ejemplo de tarea: ”Usted no va a
dejar salir a su hija los viernes hasta que ...”. Deben ser tareas que puedan ser cumplidas.

En todos estos casos, lo que el terapeuta estructural hace es: crear estructuras; cambiar
estructuras (por ejemplo, produciendo nuevas alianzas); suprimir estructuras (por ejemplo,
interfiere la estructura en el espacio modificando la ubicación de los miembros del sistema).
De esta manera, el terapeuta ayuda a que la familia rediseñe la estructura de
funcionamiento para que la “familia disfuncional” se acerque al “modelo normativo”.

B.- Por otra parte, pueden llegar a consultar familias corrientes en situación de estrés y
se corre el riesgo de considerarlos como patológicos. En estos casos no se requiere terapia
propiamente tal, sino tratar de normalizar al sistema. Pueden ser producto de las siguientes
situaciones (Minuchin, 1995):

1. Contacto estresante de un miembro con fuerzas extrafamiliares. Cuando un


miembro se ve afectado, ello implica la necesidad de todos los miembros de acomodarse a
la nueva circunstancia. El problema aparece cuando las pautas que desencadenan el factor
estresante continúan indefinidamente.

Por ejemplo, si el marido quedó cesante, puede que en casa se gatillen peleas por distintas
causas que afecten sólo a la pareja, o puede que alguno de los hijos empiece a tener
problemas escolares que distraen de la inmediatez de la falta de recursos. Esta situación
puede afectar a toda la familia: deben reorganizarse para subsistir. Si las dificultades
continúan pueden llegar a consultar. Aquí el terapeuta muestra a la familia que es esa
situación que está fuera de la familia lo que los hace sufrir. Antes de intervenir, se hace
necesario despejar la situación externa: ¿Tienen posibilidades de trabajo en otra área?

2. Contacto de toda la familia con fuerzas estresantes extrafamiliares. Puede tratarse,


de cambio de domicilio, traslado, exilio, depresión económica del país, incendio de la casa.
Aquí el terapeuta actúa como consejero y puede contactar con nuevas redes de apoyo.

3. Estrés por momento transicional de la familia: nace un hijo, un hijo inicia la


adolescencia, muerte de un miembro, hijos que se van de casa. Las pautas de
comportamiento entran en crisis y se requiere una reorganización. El terapeuta puede
funcionar como apoyo, develando lo que piensa le ocurre al sistema.

4. Estrés por cosas idiosincráticas. Se trata de situaciones propias de esa familia. Por
ejemplo: en una familia con hijos exitosos nace una hija con síndrome de Down. O el
padre, mayor, sufre de Alzheimer. El terapeuta “enseña”, instruye, contacta con nuevas
redes de apoyo. Es también una labor de psicoeducación o de terapia de red.

Con estas familias con estrés, la labor del terapeuta es, básicamente, acompañarlas.
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Referencias bibliográficas

Hoffman, L. (1987) Fundamentos de la terapia familiar. México: Ed. Fondo de Cultura


Económica.
Minuchin, S. (1995). Familias y terapia familiar. Barcelona, Ed. Gedisa, 5ª edición.
Minuchin, S. y Fishman, H. Ch. (1988), Técnicas de Terapia Familiar. España, Ed. Paidós,
2ª reimpresión.
Stanton, D. (1996) “La línea temporal y la pregunta “¿por qué ahora?”. Rev. Sistemas
Familiares, Año 12 Nº 1, pp. 53-66

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