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MODELO ESTRUCTURAL DE
TERAPIA SISTÉMICA
Camila Cisternas
Terapia familiar est ruct ural Sínt esis de los principales concept os
Belen Mt z
Para Minuchin, “la familia es el contexto natural para crecer y para recibir auxilio”
(Minuchin y Fishman, 1988, p. 25). Minuchin sostiene 3 postulados básicos para describir
un sistema familiar:
La familia elabora pautas de interacción que constituyen la estructura familiar que rige el
funcionamiento de sus miembros. Estas pautas implican reglas tanto universales -que
gobiernan a toda familia- como idiosincráticas –que se refieren a las expectativas mutuas de
los miembros de cada familia particular- (Minuchin, 1995). Los miembros de la familia se
suelen vivenciar como unidades en interacción con otras unidades y no como parte de una
estructura familiar. El individuo no se puede ver como parte, es como que los ojos pudiesen
mirarse a sí mismos. El terapeuta familiar, por estar fuera del sistema, podría, según este
modelo, contemplar la totalidad de esa red de interacciones.
La familia, es la matriz del desarrollo psicosocial de sus miembros pero debe acomodarse a
la sociedad en la que se desarrolla y garantizar cierta continuidad a su cultura. Es la “matriz
de identidad” para sus miembros, ya que a través de ella logran no sólo identidad sino
también pertenencia (Minuchin y Fishman, 1988).
En la familia observaremos los individuos y las pautas interaccionales que se dan entre
ellos, es decir, cuándo, cómo y con quién se comunica cada uno de sus miembros. Estas
pautas interaccionales se repiten en el tiempo y van dando lugar a la configuración de
reglas de comportamiento, las que conforman los distintos holones.
Cada holón tiene funciones y reglas que son específicas de ese holón.
Se pueden distinguir distintos holones, entre ellos podemos mencionar los siguientes:
Es imprescindible tener clara la diferencia entre holón parental y conyugal, ya que aunque
ambos puedan estar constituidos por las mismas personas, ambos tienen funciones distintas
y su red de conversaciones es también diferente. Entre los padres se hablará acerca de los
hijos: de su conducta, el colegio al que se les desea mandar, de su salud, de las reglas,
permisos, etcétera. Pero con la pareja se tocan temas muy diferentes. Cuando se produce
una separación conyugal, se separa la pareja, pero los padres siguen siendo padres hasta el
final de su vida. En nuestro país se tiende a confundir ambos holones.
Límites
De acuerdo con Minuchin (Minuchin y Fishman, 1988), los holones son unidades discretas,
tienen límite o fronteras que separan uno de otro y que pueden ser más o menos
permeables en cada familia. Los límites establecen quién pertenece y cómo participa cada
uno en cada holón. Los límites entre los holones dan lugar a las lealtades y pertenencias.
Estas fronteras se manifiestan incluso en el espacio físico, lo que hace importante observar
la ubicación de los participante en la sesión terapéutica, ya que la distancia física refleja, en
cierta manera, la distancia psicológica entre las personas y las lealtades entre los miembros
del sistema. De aquí la importancia que este modelo da al espacio.
Para realizar el mapa estructural, el terapeuta comienza por rastrear el uso del lenguaje,
mitos, creencias y distancias del sistema consultante. Para ello, se acomoda
transitoriamente a la estructura del sistema, y se mimetiza con ella. (Minuchin, 1995).
Jerarquía
Se entiende por jerarquía la distribución del poder en cada sistema familiar, manifestada en
las distintas posiciones que cada miembro ocupa en relación a los demás miembros del
sistema. Una de las metas terapéuticas de este modelo es cambiar el vínculo jerárquico
entre los miembros del sistema o de un determinado holón. (Minuchin y Fishman, 1988)
El concepto de límites se relaciona íntimamente con los tipos de familia propuestos por
Minuchin (1995):
Las familias transitan entre estos 2 polos. La “patología”, según Minuchin, se presenta
cuando las pautas se rigidizan en uno de los polos. La mayor parte de las familias poseen
subsistemas aglutinados y desligados. Por ejemplo, la madre puede aglutinarse con los hijos
más pequeños y dejar al padre periférico, mientras tanto el padre puede comprometerse más
con los hijos mayores. El subsistema padres-hijos puede tender a desligarse cuando los
hijos crecen y empiezan a irse de la casa, o bien pueden aglutinarse los hermanos, etcétera.
Como todo organismo, el sistema familiar tiende tanto a la conservación como a la evolu-
ción. A pesar de sólo poder fluctuar dentro de ciertos límites, la familia tiene gran
capacidad para adaptarse y cambiar manteniendo su continuidad. Minuchin plantea que las
familias, como todos los sistemas humanos, estarían determinados por el azar. La tendencia
a la conservación tiene relación con el feedback negativo, en este caso, el síntoma estaría
sirviendo a la homeostasis del sistema. La tendencia a la evolución implica un feedback
positivo: las familias cambiarían constantemente, estableciendo nuevas pautas y reglas.
Parecería que el sistema diera saltos a configurar nuevos sistemas, por ejemplo, con niños
pequeños, con adolescentes, etcétera.
Minuchin introduce el concepto de sistemas disipativos para explicar estos saltos del
sistema. Dicho concepto lo extrae de Ilya Prigogyne, quien planteara desde la química el
hecho de que los cambios son azarosos. El cambio, según Prigogyne, se produce al azar.
Los sistemas caóticos o inestables (entre ellos los humanos) estarían determinados por el
azar. Es el azar el que influye en el cambio para llegar a establecer un orden diferente de
reglas que regulan el sistema. (Minuchin y Fishman, 1988).
Este modelo de desarrollo concibe cuatro etapas principales en las familias: la formación de
la pareja, la familia con hijos pequeños, la familia con hijos en edad escolar o adolescentes
y la familia con hijos adultos. En esta última fase, la familia originaria vuelve a estar consti-
tuida por dos miembros, lo que exige una reorganización del modo en que padres e hijos se
relacionarán ahora como adultos. Este período suele asociarse con la “depresión” de la
madre que se queda sin hijos que cuidar, es el período llamado por algunos, del “nido
vacío” (Minuchin y Fishman, 1988).
La fase morfogenética implica un verdadero “torbellino creador” que facilita el salto a otro
nivel de funcionamiento. La duración de cada fase dependerá tanto de la capacidad de la
familia para soportar conflictos y crisis como del costo o beneficio que signifique para el
sistema el preservar ese estado de quasi equilibrio. Cada ordenamiento estructural puede
ser visto como preparatorio de un estado ulterior en el proceso de cambio o constituir en sí
mismo un término temporal. En muchos casos será el mejor ordenamiento posible para ese
momento.
Fase morfoestática:
Pautas internacionales que se mantienen en el tiempo
sobre la base de la retroalimentación negativa.
Los cambios al interior del sistema se autorregulan sin
dificultad. No hay desdicha
Las familias, cuando tienen un problema, por lo general, tienden a solucionarlo. Pero si el
problema se mantiene en el tiempo, se han quedado en un “estancamiento desdichado”, en
un no-cambio. Están manteniendo la homeostasis que tenían antes de que apareciera “la
situación problema”. Llegarán a consultar cuando ocurre algo que parece “amenazar” la
organización. El inicio de la nueva situación puede entenderse como el “desde cuando”. La
amenaza es lo que Stanton (1996), denomina “por qué ahora” .
El problema puede estar presente en el sistema por un tiempo relativamente largo, pero no
consultaron cuando se inició o al poco tiempo de comenzar. Vienen ahora, a veces 1 año
después de lo que ellos consideran como inicio del problema. Es fundamental para el
terapeuta lograr hipotetizar e ir a confirmar o desconfirmar sus hipótesis para poder darse
cuenta de:
- cuál sería la amenaza organizacional actual que el sistema percibe, ya que así podrá
entender
- cuál es el problema y en qué dominio de existencia tiene sentido ese problema, y
reconocer
- quiénes serían los personajes implicados y, fundamentalmente, quiénes serían los
personajes imprescindibles con los que habría que trabajar, es decir, conocer el “por
qué ahora” permite delimitar el sistema con el cual se trabajará.
El terapeuta puede llegar a graficar la secuencia temporal de los sucesos para darse cuenta
de por qué han llegado ahora a consultar.
Caso: Juan y Lorena consultan por problemas de conducta de su hijo Iván, de 14 años. Se
quejan de que está contestador e insolente con los padres y también en el colegio. Sin
embargo, según ellos, esto ocurre desde hace 2 años (“desde cuando”). ¿Qué hace que
ahora su conducta sea un problema? Ellos se lo explican porque ahora contestó peor en una
discusión con el papá. Al explorar más la situación, el terapeuta se da cuenta de que la
conducta de Iván les parece peor desde hace poco más de un mes, lo que temporalmente
coincide con el diagnóstico de un tumor a la abuela materna, situación que tiene a todos
asustados frente a la posibilidad de un cáncer. La amenaza al sistema parece ser la
enfermedad de la abuela, es decir, ese sería el “por qué ahora”. Quizás Iván es el hijo que se
sacrifica para que la familia no se angustie frente a la enfermedad y no un adolescente con
problemas de conducta. El sistema implicado cambia frente a la enfermedad.
El “por qué ahora” debe calzarle al sistema consultante antes de poder intervenir. Si no le
calza, puede deberse a:
Proceso terapéutico
Una vez definido el problema, el terapeuta iniciará una serie de intervenciones que buscan
cuestionar la estructura familiar, es decir, introducir crisis en el sistema.
Para ello, Minuchin y Fishman (1988) plantean como estrategias tres tipos de
cuestionamientos que son útiles para el terapeuta: cuestionar la estructura familiar, el
síntoma y la realidad familiar.
Otra posible forma de alterar la estructura familiar es utilizando frases que demarquen
separación (o mayor unión) entre subsistemas, por ejemplo, madre / hijo. Para ello el
terapeuta puede dar tareas que diferencien o unan, según lo que desee lograr, prolongando
la interacción de algunos miembros de una manera que no es la habitual entre ellos. Si el
terapeuta decide separar una díada demasiado unida, puede ampliar la definición del
problema incluyendo a un miembro periférico. En otros casos, puede sentar una nueva
regla, por ejemplo, indicará que “por ahora estos dos miembros del sistema no podrán
hablar entre sí”, lo que es reforzado en la sesión cambiando la ubicación espacial en la que
estaban sentados, tal vez haciéndolos darse la espalda. Muchas veces es el terapeuta mismo
quien se interpone físicamente entre ellos. Otra manera de cuestionar la estructura familiar
es invitando a los padres, como adultos, a observar la discusión que están teniendo los
niños.
Prolongar la interacción entre ciertos miembros es otro recurso para demarcar subsistemas.
Las tareas para el hogar pueden hacer que estas interacciones desacostumbradas continúen
fuera de la consulta, lo que facilita el surgimiento de nuevas pautas interaccionales que
permitirían el cambio estructural. Las tareas para la casa y las interacciones que se
promueven en la sesión buscan el desarrollo de estas nuevas pautas conductuales, en donde
las personas realizan cosas posibles pero que nunca han hecho. Puede ser que el padre, que
hasta el momento se comunica con sus hijos a través de la madre, lo haga ahora
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directamente, mientras la madre cumple lo que para ella también es una difícil tarea: por
unos días no podrá entrometerse ni hacer nada “por” sus hijos.
b. Ignorar a miembros del sistema. El terapeuta habla y actúa como si ciertas personas
fueran invisibles. Por ejemplo, un niño demasiado demandante o una persona refractaria a
hablar en la sesión. Esos miembros se rebelarán ya sea directamente contra el terapeuta o,
más probablemente, llamarán al resto de la familia a cerrar filas contra él.
Cuando el terapeuta se coliga con parte de la familia a fin de desequilibrar el sistema, puede
perder perspectiva terapéutica, por lo que no siempre es aconsejable hacerlo. Su protección
es mantener una mirada sistémica de las familia como organismo compuesto por una
multiplicidad de individuos y de miradas. En estos casos es útil pedir asesoría o ayuda al
equipo con el que el terapeuta trabaja.
Para lograr este objetivo, el terapeuta cuestiona la cosmovisión habitual de los miembros,
en el sentido de cuestionar el problema (no existe paciente índice), cuestiona la idea de que
un miembro de la familia controla el sistema (cada uno de los miembros es contexto para
los demás) y, finalmente, cuestiona el modo en que la familia puntúa los sucesos, intro-
duciendo un marco temporal más amplio para que los miembros puedan considerar su
conducta como parte de un todo.
Cuando la familia acude a terapia, presenta su encuadre del problema y de la solución, que
son los que perpetúan la forma de ver la situación y, por lo tanto, el problema. El encuadre
del terapeuta debe ser diferente y tiene como fin hacer que la familia logre un manejo más
eficiente de su realidad “disfuncional”. Debe convencer a la familia de que el mapa de su
realidad puede ampliarse. Para ello puede necesitar lograr intensidad, ya que es posible que
el terapeuta no sea escuchado al intervenir, pues los miembros de la familia no atenderán
fácilmente a aquello que vaya contra “su realidad” familiar (contra su forma de ver el
problema). Es necesario superar este umbral. Las técnicas que se utilizan para este efecto
son: la repetición del mensaje, su repetición en interacciones isomórficas, el cambio del
tiempo que las personas participan en interacciones, el cambio de la distancia entre las
personas durante la interacción, y la resistencia a la presión que ejerce la familia sobre el
terapeuta.
Las intervenciones paradójicas tienen por consecuencia lo opuesto de lo que se le dice a los
pacientes. Su éxito depende de que la familia desafíe las instrucciones del terapeuta o las
obedezca hasta que sienta la presión del absurdo y retroceda.
La restricción, se refiere a frenar los signos de cambio anticipando a la familia los posibles
cambios, anticipándole a la familia las consecuencias que el cambio traería al sistema. Por
ejemplo, una familia consultó porque su hijo estaba fracasando en la escuela, lo que
decepcionaba a la madre. Se redefinió el síntoma en el sentido de que el niño estaría
protegiendo a la familia manteniendo la decepción sobre él, así la madre podía enfocar su
decepción en el hijo en vez de hacerlo sobre el esposo que había fracasado en su trabajo, lo
que además implicaba una carga financiera para ellos. En este caso se prescribió a ambos
seguir haciendo lo mismo, al fin y al cabo, dijo el terapeuta, por su edad, el niño es más
flexible que el padre, se recuperará más pronto que él. La madre no aceptó seguir haciendo
algo que podía perjudicar al niño, por lo que, finalmente, los padres llegaron a revisar el
problema que tenían entre ellos, liberando al hijo de la posición en que estaba. El definirlo
y prescribirlo de una manera que les era inaceptable con la lógica familiar hizo que el
síntoma dejara de ser funcional.
La prescripción del síntoma debe hacerse conectándolo con el sistema familiar: el síntoma
se debe definir como funcional para el sistema. Tanto el síntoma como el sistema deben ser
objeto de una connotación positiva por parte del terapeuta, es decir, ambos deben ser objeto
de la prescripción. Hoffman (1987, p. 271) plantea que “no es posible desenredar la
connotación positiva de la intervención (habitualmente una prescripción paradójica) en que
se encuentra empotrada. La reenmarcación positiva del síntoma como se encuentra
vinculado con otros comportamientos de la familia es el núcleo de una prescripción
paradójica.”
B.3. El equipo de consulta como coro griego: el equipo al otro lado del espejo puede
ayudar a reforzar las intervenciones del terapeuta, enviando mensajes que son comentarios
sobre el cambio sistémico que se hacen a través del terapeuta. El equipo puede utilizarse
para apoyar, enfrentar, confundir o provocar a la familia. Por ejemplo, puede enviar un
mensaje de apoyo a ciertos aspectos de la familia. También puede crearse un triángulo
terapéutico: el terapeuta apoya el cambio pero el grupo se opone al mismo, advirtiendo al
terapeuta sobre las consecuencias de un cambio sistémico. El equipo puede interrumpir la
sesión o llamar al terapeuta por citófono.
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Una vez formulada la paradoja sistémica, debe persistirse en ella, aún cuando la familia
trate de ignorar el mensaje en la próxima sesión.
C. Los Lados Fuertes De La Familia. Toda familia tiene recursos y existen en ella
pautas placenteras. Buscar estos lados fuertes es esencial para combatir las “disfunciones”
del sistema familiar.
Las familias que llegan a consultar Minuchin las considera como “patológicas”,
distinguiéndolas de las familias en situación de estrés.
Como se planteó anteriormente, para romper la coalición el terapeuta debe introducir crisis
en el sistema.
Para las patologías de límites, el terapeuta, aconseja Minuchin, necesita enseñar a los
padres a poner límites. Lo hace tanto durante la sesión (cambiando de ubicación a los
consultantes, interponiéndose él mismo entre ellos, separando así los subsistemas y
modificando jerarquías), como con tareas para la casa cuya función es que aprendan nuevas
formas de poner límites o que perduren los cambios estructurales iniciados en la sesión.
II.- En las patologías que tienen que ver con el “poder” es posible encontrar:
1. Función parental ejecutiva muy débil. Ninguno de los padres ejerce el poder. Esto
puede traer serios problemas. La función ejecutiva implica que el que tiene el poder debe
asumirlo y aplicarlo, en este caso nunca lo hacen.
Ocurre a veces que los padres les permiten todo a los adolescentes y éstos se insubordinan.
Detrás de este no querer ejercer el poder puede haber culpa. Para jóvenes de 14 o 16 años,
tener permiso para todo produce gran angustia, ya que aún no tienen un repertorio de
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conductas que les permita tomar decisiones con conocimiento. Necesitan tener ciertas
reglas, incluso para desafiarlas, el no tenerlas les genera un problema a los hijos.
En todos estos casos, lo que el terapeuta estructural hace es: crear estructuras; cambiar
estructuras (por ejemplo, produciendo nuevas alianzas); suprimir estructuras (por ejemplo,
interfiere la estructura en el espacio modificando la ubicación de los miembros del sistema).
De esta manera, el terapeuta ayuda a que la familia rediseñe la estructura de
funcionamiento para que la “familia disfuncional” se acerque al “modelo normativo”.
B.- Por otra parte, pueden llegar a consultar familias corrientes en situación de estrés y
se corre el riesgo de considerarlos como patológicos. En estos casos no se requiere terapia
propiamente tal, sino tratar de normalizar al sistema. Pueden ser producto de las siguientes
situaciones (Minuchin, 1995):
Por ejemplo, si el marido quedó cesante, puede que en casa se gatillen peleas por distintas
causas que afecten sólo a la pareja, o puede que alguno de los hijos empiece a tener
problemas escolares que distraen de la inmediatez de la falta de recursos. Esta situación
puede afectar a toda la familia: deben reorganizarse para subsistir. Si las dificultades
continúan pueden llegar a consultar. Aquí el terapeuta muestra a la familia que es esa
situación que está fuera de la familia lo que los hace sufrir. Antes de intervenir, se hace
necesario despejar la situación externa: ¿Tienen posibilidades de trabajo en otra área?
4. Estrés por cosas idiosincráticas. Se trata de situaciones propias de esa familia. Por
ejemplo: en una familia con hijos exitosos nace una hija con síndrome de Down. O el
padre, mayor, sufre de Alzheimer. El terapeuta “enseña”, instruye, contacta con nuevas
redes de apoyo. Es también una labor de psicoeducación o de terapia de red.
Con estas familias con estrés, la labor del terapeuta es, básicamente, acompañarlas.
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Referencias bibliográficas