Conocimiento del hombre y tarea educativa
Aurora Bernal Martínez de Soria
Conocimiento del hombre
y tarea educativa
1. Conocer al ser humano
2. La educación
3. El saber educativo, las Ciencias de
la Educación y la Antropología
4. Antropología y Pedagogía
Bibliografía
La cuestión central radica en comprender
la relación que hay entre dos actividades
propiamente humanas: conocer al ser
humano y la educación. El siguiente paso
consiste en pensar el nexo entre hacer
ciencia de estas actividades, esto es, hacer
ciencia del conocer al ser humano –eso es
la Antropología– y hacer ciencia del educar
–eso es la Pedagogía–.
1. Conocer al ser humano
El ser humano se caracteriza por su capacidad
racional. Se diferencia de los demás seres
en muchas otras características pero es
ésta la más sobresaliente. El hombre es el
único animal que aprende a ser lo que es;
su dotación biológica no le da resuelto qué
hacer, hacia qué dirigirse como sucede con
los demás animales. Ese conocimiento no es
espontáneo, no es instintivo. El ser humano
tiene que proponerse aprender a ser lo que
es, necesita aprender a hacer y necesita
pensarlo. Esta manera de ser muestra la
libertad humana. El ser humano puede
dominar sus acciones al conocer su fin, puede
escoger la acción conveniente para alcanzar
un fin, puede mejorar la acción. La persona
tiene que encontrar el sentido de su vida,
descubrir y elegir los fines hacia los que se
puede dirigir, elegir los medios. Se pregunta
constantemente por su origen y por su fin. No
hemos encontrado algún animal que se haga
preguntas y menos estas preguntas.
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El aprendizaje más difícil es el de ser
libre, el de actuar con libertad. El tema
de la capacidad racional conduce al de la
capacidad de libertad y éste a la cuestión de
la dignidad. El ser humano si puede y si se
ejercita en este aprendizaje desvela en los
demás y para sí mismo la dignidad, esto es,
el valor que tiene en sí mismo. En muchas
ocasiones descubrimos el valor que algunas
cosas tienen en sí mismas y no sólo por ser
útiles, por ser instrumentos para otra cosa. El
ser humano tiene la experiencia de apreciar
las cosas de suyo, inútiles; se suele decir de
ellas que no tienen precio porque nos parecen
insustituibles. Se aprende a descubrir el valor
que cada persona tiene por ser esa persona
en particular independientemente de para
qué sirva. Lo más humano del hombre está
en relación con los fines de la existencia,
mientras que la utilidad posee la importancia
de los medios, cuya valía es servir a los fines.
Esa razón de valor en sí mismo se “reifica”
de forma única en el ser humano y en las
cosas “humanizadas” precisamente por ser
humanizadas, por ejemplo, una obra de arte,
o el regalo de una persona querida.
¿Todos los seres humanos alcanzan
este conocimiento vital de otros seres
humanos? ¿De sí mismos? ¿De las cosas
“humanizadas”? La respuesta es negativa.
Pudiendo justificar racionalmente las
afirmaciones anteriores1, la vida de muchos
seres humanos es misteriosa considerándola
individualmente y colectivamente. El
conocimiento de la dignidad de otros incluso
de la propia es falible; el uso de la libertad que
repercute en la propia vida, en la de los demás
también puede fallar. Cualquier actuación
humana no refleja de suyo la humanidad; por
ser libre se ilumina algo de lo humano pero
puede oscurecer otros aspectos. Este hecho
confirma la necesidad de aprender a conocer
al ser humano, de aprender a conocerse
contando con los aprendizajes de otros seres
humanos. Este conocimiento es una de las
dimensiones del saber sapiencial que se forja
y trasmite de muchas maneras y que podemos
expresar con voces como: tradición y cultura.

Cada persona accede a este conocimiento
mediante la educación.
2. La educación
La educación puede definirse de muchas
maneras. Se da esencialmente como una
actividad teleológica, personal y libre cuyo
horizonte es la felicidad (Altarejos, 1989,
14). Es un proceso que consiste en el
crecimiento de la persona, en el desarrollo
de sus capacidades y que se constata en la
adquisición de perfecciones, de cualidades.
En ese proceso ayudan otras personas,
es más, no es posible sin la colaboración
de otras personas a las que denominamos
educadores. La descripción apuntada con
las palabras anteriores es casi obvia pero
en su sencillez, permite tener en cuenta dos
aspectos de la educación que nos facilitan
entender sus lazos con el conocimiento del
hombre.
a) Respecto al que se educa, “el
educando”
El crecimiento humano es un proceso
sistémico (no analítico). Tiene una dimensión
orgánica pero no es la única. El crecimiento
del que se ocupa la educación no es orgánico
sino aquel en el que interviene el espíritu,
esto es, depende en gran parte de la libertad
del que se educa, y ésta de la capacidad y
ejercicio de la inteligencia y de la voluntad. Es
un crecimiento irrestricto, sin límite, siempre
es insuficiente para lo que se puede alcanzar.
De ahí que la educación no termina nunca,
que una persona siempre puede aprender.
La educación tiene que ver mucho con la
temporalidad humana, con la posibilidad
de que el ser humano haga su tiempo, su
biografía, haga historia y no sólo se le pasa el
tiempo y evolucione.
Vivir humanamente es crecer. En estos
términos tiene sentido frases tan escuchadas
como las que siguen: la educación es sobre
todo autoeducación; el protagonista de la
educación es el educando; lo más importante
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Conocimiento del hombre y tarea educativa
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de la educación es la formación –las cualidades
que va adquiriendo la persona que no son
únicamente conocimientos–. El obstáculo más
difícil para un educador es que el educando
no quiera aprender. La educación se mueve
en el ámbito de lo posible por la libertad, no
de lo necesario por la mecánica. La educación
forma parte de la humanización que depende
en gran parte de la propia voluntad del que es
educado –acaba siendo una tarea moral–.
b) Respecto al educador
La educación es una actividad del educador
que consiste en ayudar a crecer (L. Polo,
2006).
“El educador, quien quiera que sea,
nunca arregla nada; sólo ofrece una
ayuda, más o menos valiosa, para que el
educando «se arregle». Las aspiraciones
educativas son desmesuradas; siempre
trascienden al educador. Pero son, por lo
mismo, radicalmente modestas: siempre
las culmina el que se educa” (F. Altarejos,
2006, 12)
Para prestar esta ayuda hay que saber. Un
saber educativo es inminentemente práctico,
se establece en y desde la acción; requiere de
una connaturalidad con la acción y por tanto
se refiere a la finalidad (Altarejos, 1986, 15).
No se trata sólo de una actividad productiva
–dar forma a un material, la que se quiera
y se pueda– sino que se trata de facilitar la
forma que ya está en parte, en lo que es el
educando –no depende de la elección del
educador; aunque éste pueda incidir en “dar”
otra forma, no debe hacerlo–. Si lo hace no
educa: adiestra. Debe suscitar las acciones
libres del educando.
“Y el educador no puede pensar en
realizar su modelo en los educandos, sino
en ayudar a que éstos realicen el suyo”
(Ibídem, p. 18).
Esto supone por parte de los educadores
un conocimiento profundo del ser humano,
del ser personal. Profundo no quiere decir
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cavernícola sino que aborda las dimensiones

principales del ser humano entre las que se
encuentra cómo ya se ha dicho, el sentido
de la existencia, las perfecciones que se
3. El saber educativo, las
pueden alcanzar, que se deben alcanzar. Ciencias de la Educación y
El educador necesita saber lo que el ser la Antropología
humano es, lo que puede ser, y lo que debe
ser. El educador debe saber de este tema
Como se ha apuntado en el apartado
para ayudar en este proceso. Toda actividad
anterior el saber educativo es el que se
educativa apunta a facilitar el crecimiento de
obtiene educando. Cabe también un saber
la persona que aspira a una existencia digna.
científico de la educación que se recoge bajo
Adquirir conocimientos de las lenguas, de
la categoría de Ciencias de la Educación y
literatura, arte, matemáticas, saber un oficio,
también bajo la denominación de Pedagogía.
saber los derechos y deberes del ejercicio
Aunque la raíz etimológica de esta palabra
de la ciudadanía, saber de la religión, saber
señala la actividad del que cuida niños, en
practicar cualquiera de las actividades
un sentido estricto se refiere al conocimiento
humanas necesarias para vivir bien, se ordena
de la educación, estudio que acumula años
a la autorrealización, término moderno que se
de historia. El saber pedagógico incluye al
corresponde con otro práctico, procurar ser
educativo: puede ser un conocimiento de
feliz.
la práctica educativa, de esa experiencia
profesional al que se le añade el conocimiento
De ahí que la tarea educadora es comprometida
especulativo, científico (Altarejos, 1986, 115-
y ha de soslayar modos de hacer superficiales,
116). El educador sabe de educación y puede
rutinarios, apocados. La actitud del educador
saber también de ciencias que se refieran
en su tarea se relaciona directamente con el
a aspectos educativos pero su saber es
compromiso moral que adopte con su propia
práctico. Un saber científico de la educación
humanización; sólo así se puede contribuir
supone un conocimiento teórico de la
a la humanización de otras personas. Esta
didáctica, de la orientación, de psicología, de
puede ser una de la raíces de la crisis de
sociología, de orientación, de organización…
valores que se denuncia en las sociedades:
de antropología –conocimiento científico del
los educadores, y con esto no me refiero sólo
ser humano–.
a los profesores, no están comprometidos
con su propia autoeducación.
“El saber pedagógico consiste en saber lo qué
es la educación. El saber educativo consiste
El educador produce –enseña de diferentes
en saber cómo se educa (…). Para saber cómo
formas– para facilitar acciones en quien
se educa, hay que educar. Al educador le es
es educado –tener esa intención es una
esencial educar para educar. El pedagogo,
acción en el educador–. Sus producciones
como no busca, en principio de hecho, saber
están ordenadas al crecimiento. El educador
educar, sino sólo saber qué es la educación,
requiere saber técnicas para producir, más o
no le es esencial educar. Sin embargo, le es
menos formales según el ámbito en el que se
necesario de hecho el educar, pues saber qué
desenvuelva. Es distinto ser padre o madre
es la educación exige ocuparse del momento
“educadores” que maestra, maestro, en la
cognoscitivo de ella –de saber educar-; saber
escuela, que formador de formadores en
qué es la educación requiere saber una
una institución para adultos. Pero además de
actividad”. (Altarejos, 1986, 117-118).
técnicas –diagnósticas, evaluativas, uso de
herramientas, modos de dicción, etc.– hay
Se justifica que un educador tenga que estudiar
que adquirir un conocimiento de la persona,
Antropología y en concreto Antropología de la
saber qué le sirve para elegir, ordenar, innovar
educación por el sentido de la educación como
las técnicas.
tarea humana, humanizadora y humanística.

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Todo trabajo humano participa de las
características de su autor. El hombre es un
ser cultural que humaniza todo lo que hace.
Esta propiedad se aprecia especialmente en la
tarea educativa, trabajo de colaboración en el
proceso de humanización de los educandos.
Por esta razón, el educador tiene que contar
con conocimientos científicos de cómo educar
pero también con conocimientos del ser
humano como humano y como educable. Se
necesita superar el pragmatismo que incide
en algunas propuestas educativas.
“La formación científica y pedagógica
de los profesionales de la educación no
puede restringirse a una capacitación
puramente técnica” (Barrio, 2000, 14).
Además, si el ser humano para servirse de
la técnica “bien” tiene que saber para qué
es, cuestión que se resuelve más allá del
conocimiento técnico. Puedo almacenar
energía nuclear, ¿para qué?. La respuesta
no se completa, más bien inquieta, con decir:
para ganar dinero al venderla a tal ejército,
para tener muchísima energía en este lugar
próximo a tu casa, por cierto, para demostrar
el dominio del ser humano sobre las fuerzas
naturales… hay que conocer la realidad en
la que se inserta la técnica sino la obtención
de resultados inmediatos ofusca la visión de
finalidades más allá y puede perjudicar al
propio hombre. No todo lo que se puede, se
debe hacer si atendemos al bien humano.
Si se trata de técnicas para educar hay que
dilucidar si sirven al que se educa, para
qué fines son medio y si respetan el ser del
educando, su modo de humanización. La
tecnología no es neutra en manos de quienes
la usan. Hay que saber a qué fines se adecua,
para lo que se requiere un conocimiento del
ser humano. Los futuros profesionales de la
educación necesitan pensar sobre lo educativo
que tienen entre manos también desde la
perspectiva antropológica. Este propósito
esconde implícitamente el convencimiento
de que la práctica educativa se debe llevar a
cabo desde una buena teoría que se sustenta
sobre un conocimiento de todos los elementos
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que forman parte del proceso de educación,
en el que se involucra cada persona, en
cualquiera de las dimensiones en que se
pueda desarrollar.
En la práctica profesional, cuando se trata
de salir al paso de los problemas o en las
propuestas de mejora, de innovación en
situaciones de cambio, no es suficiente con
poseer un repertorio de técnicas, de recetas
especializadas que suelen obtenerse en
los cursos de reciclaje profesional, sino que
el educador debe interrogar a la realidad,
tiene que razonar para hacer las preguntas
pertinentes y dar forma a las respuestas que
encuentre.
El corpus teórico es importante y en el
caso de la educación ha de estar integrado
por las aportaciones de varias ciencias
entre las que la Antropología puede facilitar
sobre todo dos asuntos: no perder de vista
que el protagonismo en la educación lo
tiene cada persona para lo que hay que
contemplar su unidad y complejidad al mismo
tiempo, y que esta perspectiva conduce a
la interdisciplinariedad y a la necesidad de
vislumbrar desde un punto de vista integrador,
la complementariedad de los conocimientos
científicos de áreas diversas que nos aportan
datos relevantes para asumir la educación.
No se puede pensar en una tarea educativa
si no se tiene en cuenta qué es el hombre,
qué es ser persona, cómo se humaniza.
Recordamos en líneas precedentes que la
educación es un proceso entre lo que se es y
lo que hay que llegar a ser. La praxis necesita
contemplar el fin, porque en sí misma es
medio para ese fin. Esta realidad nos conduce
a proponernos la tarea educativa desde su
reflexión y no por lo que a cada educador le
parezca “caprichosamente” o “intuitivamente”
o por presiones externas como las modas
científicas, los intereses ideológico-políticos
que conceden unos recursos a los que van
a educar en su dirección. El educador debe
actuar con plena conciencia del fin. No es
suficiente con tener en cuenta la actitud que
toda persona tiene ante la vida, sino que se

requiere una formulación científica de los
contenidos de esa actitud. Sólo así el educador
puede ser crítico ante las propuestas que
asedian su quehacer y puede ayudar a otros
educadores, y pienso en los padres para que
sean responsables con su deber.
4. Antropología y Pedagogía
Luego podemos concluir que la Antropología
y la Pedagogía se reclaman recíprocamente
tanto en el plano teórico como en el práctico.
Entre las ideas acerca del ser humano, su
condición educable conduce a plantearse
cuestiones antropológicas de relevancia y así
se funda por lo humano, y por lo educable
humano, el fundamento de la educación
–punto de partida, medios, fines, contexto,
etc. –. La teoría acerca de la educación como
proceso muestra contenidos antropológicos.
Esta relación se registra en obras de tipo
filosófico e histórico, desde la Antigüedad. En
el tiempo en el que las disciplinas se separan
y aparece la especialización y concreción
práctica, se confirma esa mutua interrelación,
y así por ejemplo, los datos obtenidos por una
Antropología de corte empírica se usan para
adoptar medidas educativas y la información
lograda en investigaciones sobre el fenómeno
educativo aporta datos útiles para la búsqueda
antropológica..
Esa vinculación entre lo antropológico
y lo educativo que aparece desde la
Antigüedad, combinada con las relaciones
de otros conocimientos –económicos, físicos,
matemáticos, jurídicos, filológicos, etc. – que
posteriormente también se cultivan por
separado, muestra su parte tensional en el
momento de la especialización. La tirantez
que observamos entre la Antropología y
la educación al decir Antropología de la
Educación también llamada Antropología
educacional o educativa, Antropología
Pedagógica, Pedagogía antropológica,
arrastra y acumula la tracción en el seno de
la Antropología y en el seno de la Pedagogía.
Esta perspectiva es digna de tener en cuenta
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como paso previo al recorrido de los diversos
caminos epistemológicos de esta materia.
En la Antropología nos encontramos con
una división de Antropologías por razón del
método y del objeto, del mismo modo, a la
hora de abordar las Ciencias de la Educación,
nos tropezamos con la presentación de
diversas metodologías e intereses de campos
de investigación. La pugna más vistosa se
produce entre la asunción de un método
filosófico a su vez dividido en diversos
enfoques y un método empírico, con el que
se alcanza unas dimensiones y no otras del
fenómeno que haya que estudiar2.
Indudablemente el contexto cultural y científico
en esta era del conocimiento y marcado por
la corriente de la Postmodernidad incita a los
educadores en su reflexión y en su práctica a
desconfiar del pensamiento filosófico, a usar
de las adquisiciones culturales de las letras
más por gusto estético que por expresión
de lo real humano y a asegurarse de hacer
algo, no tanto en el terreno de las ideas
como en de la práctica con aplicación de la
técnica. Puede el peso de lo cuantitativo y
aunque se experimenta una recuperación
por lo cualitativo, esto se ofrece con timidez y
muy relativizado. La crisis de la Antropología
de la Educación fundada en parámetros
cuantitativos alcanza a los educadores,
situación de peligro por el escepticismo
sembrado por las corrientes antropológicas
postmodernas que deconstruyen los trabajos
etnográficos de las décadas precedentes y se
inclinan por hacer literatura como alternativa
científica.
El educador comprometido con los problemas
que se le plantean en el contexto real en el que
se desenvuelve o se aleja de esos postulados
o si se envuelve en ellos deja de procurar
educar porque el nihilismo conceptual de
estas teorías paraliza, no orienta la práctica.
La alternativa escogida en este caso se inclina
por conducir la educación por los derroteros
utilitaristas en los que prima un valor: la
destreza en la adquisición y transmisión de la
información. Lo más genuino de la educación
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muere por anemia axiológica al no prestar sociología como una especie de física social. Tuvo gran
fundamento firme a ningún valor y sólo apogeo entre los pensadores del Círculo de Viena.
defenderse lo utilitario (Colom, J. A.-Mèlich,
J.-C., 1995, 59-64).

Bibliografía
Altarejos, F. (1986). Educación y felicidad.
EUNSA, Pamplona. cap. 4. La actividad
educativa, pp. 37-55.

Altarejos, F. (2006). “Introducción” en L.

Polo, Ayudar a crecer. Cuestiones filosó-
ficas de educación, Pamplona: EUNSA,
pp. 13-40.

Barrio, J. M. (2000). Elementos de Antropo-

logía Pedagógica. Madrid: Rialp. Cap. 1,
pp. 19-38.

Colom, J. A.-Mèlich, J.-C. (1995). Después

de la modernidad. Nuevas filosofías de la
educación. Barcelona: Paidós.

Polo, L. Ayudar a crecer. Cuestiones filosó-

ficas de educación, Pamplona: EUNSA.
Cap. 1, El significado humano de la edu-
cación, pp. 13-40.

Notas a pie de página

1
Esa justificación racional puede ser en un conocer
ordinario o en una actividad propiamente científica
como la de la Antropología.
2
A grosso modo, por método filosófico entiendo el
estudio de la realidad buscando las causas últimas,
tomando como base tanto el conocimiento ordinario
como el científico, examinando el grado de certeza
que alcanzan en cada caso concreto. Se utiliza los
recursos de la inteligencia siguiendo las reglas lógicas
válidas para todo conocimiento humano. Como método
empírico asumo un método experimental que consiste
en la medición cuantitativa de los hechos observables.
Aceptar este método como el único válido en el
desarrollo de la ciencia es la afirmación fundamental
de la corriente denominada positivismo. Su aplicación
a las ciencias humanas comienza con el pensador Saint
Simon en el siglo XIX y será Comte el que lo impulsa
y desarrolla a principios del siglo XX definiendo la

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