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Debemos comenzar por comprender que el espacio online ya no es más, como en los
comienzos, un lugar superficial y separado de nuestra cotidianeidad, donde los límites
con lo offline eran claros y rígidos. Por el contrario, lo digital penetró en nuestras vidas
filtrándose en casi todos los aspectos de nuestro día a día: trabajar, estudiar, divertirse,
investigar, conocer gente, aprender oficios, jugar, pelearse, enamorarse, viajar, y tantos
otros. Ya no existen horarios o dispositivos pautados de conexión, sino una penetración
tal de lo digital que vuelve casi imposible dividir lo offline de lo online, convirtiendo
nuestros espacios en mixtos.
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La UNESCO propone pensar la ciudadanía en ámbitos digitales desde tres niveles: el
sujeto como receptor, como participante y como actor activo, siendo este capaz de
identificar en cada nivel tanto las oportunidades como los riesgos correspondientes.
Por lo tanto, podemos sostener que para avanzar en la búsqueda de una ciudadanía
digital es necesario fomentar que las personas-usuarios de tecnologías digitales sean
sujetos críticos, proactivos y conscientes de las oportunidades y riesgos que existen en
las TIC.
Convivencia digital
Uno de los puntos más importantes para pensar la ciudadanía digital es comprender
que nuestras actitudes online hablan de nosotros. Los valores con que contamos valen
tanto para espacios digitales como analógicos. Si entendemos que ser agresivo puede
lastimar a otro, lo sostenemos tanto para una pelea en la calle como una en un chat. Si
sabemos que podemos humillar a alguien haciendo público un secreto vale igual con un
pasacalle que con un posteo. Todas estas actitudes van formando lo que entendemos por
convivencia social y digital.
Para comprender este fenómeno hay que tener en cuenta algunos factores que lo
alimentan: el anonimato, la ausencia física del otro y por ende, la desconexión con sus
sentimientos y expresiones, la asincronicidad de las charlas o intercambios, donde se
pueden confundir diálogos con monólogos intercalados, y la soledad desde la cual se
escribe o postea. Todo esto hace que nuestras actitudes y acciones online se midan con
una vara ética distinta que las offline.
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Derechos digitales
Hablar de ciudadanía es hablar de derechos. Cada país establece, a partir de su
constitución, qué derechos tienen sus ciudadanos. Internet, tal como mencionamos, no
tiene límites ni fronteras y tampoco una constitución ni un Estado que la haga valer.
Entonces ¿cómo establecemos nuestros derechos?
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IDENTIDADES DIGITALES EN CONSTRUCCIÓN
El siguiente desarrollo corresponde al capítulo II del documento titulado “Educar en la
era digital”, publicado en el año 2017 bajo la coordinación de Héctor Sevilla, Fabio
Tarasow y Marisol Luna (FLACSO)
Concebir Internet como un espacio público supone hacer foco sobre las interacciones
de naturaleza social que son posibles en él a través de la arquitectura tecnológica en red
que propone. A partir de esta idea, la analogía es simple: podemos pensar el espacio
digital como un pueblo o una ciudad en la cual las personas conviven y establecen
vínculos con diferentes tipos de intereses. Así como los seres humanos han sido, desde
el principio de la historia, habitantes de pueblos, ciudades y países, hoy pueden
“habitar”, también, una geografía digital.
Tal como señala Echeverría, establecer vínculos y relaciones con los otros a través de
la red de redes implica, en la actualidad, compartir algún tipo de información personal
en un entorno regido por la inmaterialidad y la inmediatez. Mediante el soporte de
diversos dispositivos electrónicos y recursos de software, la red de redes facilita y
promueve intercambios de todo tipo comerciales, artísticos, científicos, humanitarios,
afectivos, educativos, etc. Internet es, en este sentido, un espacio digital público,
dinámico y socialmente significativo en el cual los sujetos construyen una identidad
personal siendo influidos por las particularidades del mundo digital. Porque, en efecto,
la configuración de la identidad es posible a partir de los vínculos que se establecen con
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otras personas. En palabras de Manuel Castells (2001), internet es el tejido de nuestras
vidas, es un medio para todo, que interactúa con el conjunto de la sociedad.
Identidad en red
La identidad es una construcción dialógica que es posible a través de la mirada de los
otros. Las interacciones sociales que rodean nuestra vida desde que nacemos van
configurando, progresivamente, la forma en que nos percibimos y reconocemos a
nosotros mismos. Esto significa que la identidad no es un fenómeno natural o
estrictamente biológico, sino que supone un proceso subjetivo que depende de nuestro
entorno social. En las palabras de Bolaños-Gordillo (2007, p. 419):
La identidad, por lo tanto, está influida por el contexto familiar y social en el que
nacemos. De hecho, la familia primero y la escuela luego actúan como instituciones de
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socialización, es decir como estructuras que van modelando nuestra identidad para ser
parte de lo que la comunidad en la que vivimos considera aceptable. Pero estas
condiciones de aceptabilidad son definidas y cuestionadas por los sujetos y, en
consecuencia, son susceptibles al cambio y a la transformación. Esto puede observarse,
por ejemplo, cuando determinadas identidades son excluidas en un determinado
momento histórico, mientras que, en otro, son socialmente aceptadas. Las creencias
religiosas y la identidad de género son ejemplos cercanos a cómo pueden cambiar las
convenciones sociales.
Esta identidad construida en la red de redes nos ofrece otro tipo de libertad para
habitarla y tiene, también, otra dimensión: la perdurabilidad de los datos. Todo lo que
hacemos en la red permanecerá allí durante mucho tiempo. Esta persistencia de los
datos personales en el espacio colectivo significa, en parte, que hay memorias que ya no
nos pertenecen completamente o, al menos, que resultará difícil (sino imposible)
mantener esos datos bajo control directo. Consecuentemente, en el espacio digital, lo
público y lo privado se redefinen a partir de lo que se elige compartir o no allí. Es una
decisión que significa asumir que compartir implica resignar el control de la privacidad.