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Lengua española.

Historia externa

Historia de la lengua española

La primera documentación de la escritura de la lengua romance primitiva


peninsular son las famosas Glosas Emilianenses y silenses 1. Sin embargo, que las
Glosas sean el primer testimonio escrito de lo que iba a ser nuestra lengua no debe
confundirnos: la lengua no nace en ese momento, es tan sólo su primera
documentación escrita conservada. Es seguro que se hablaba romance con mucha
anterioridad a la escritura de las glosas emilianenses pues las lenguas se fraguan
lentamente y de los cambios imperceptibles del latín hablado en cada región fueron
surgiendo variedades regionales, nuevos dialectos y, finalmente, lenguas tan
distintas a la predecesora que, en un momento determinado, después de
generaciones, los hablantes del vernáculo no podrían comprender el latín. Es en ese
momento (cuando las diferencias impiden el mutuo entendimiento) cuando un
dialecto deja de serlo y deviene lengua independiente. Y por ese motivo los monjes
de San Millán y Silos deciden anotar los ya “incomprensibles” textos latinos.
Así pues, el origen primero del español está en la fragmentación de la lengua
latina tardía que dio lugar a los distintos dialectos y lenguas románicas. Uno de esos
dialectos, el castellano, se impondría con el paso de los siglos al resto de los
dialectos de la Península Ibérica, este es el origen del español que conocemos.

1 Anotaciones marginales a unas homilías y un penitencial escritos en latín que Menéndez Pidal databa en
el s. X y más recientemente filólogos como Díaz y Díaz sitúan en el siglo XI. La lengua que reflejan estos
documentosAmuestran claramente un romance castellano-riojano@ (C. Hernández, J. Fradejas, et al., Las
Glosas Emilianenses y Silenses, p. 64), si bien es cierto que esta afirmación no ha hallado tanto consenso
como otras ya que el romance que muestran es un híbrido (Lapesa en su Historia afirma que Aestán
escritas en dialecto navarro-aragonés@). El hecho innegable es que son el primer documento escrito en la
lengua romance vernácula.

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La formación del castellano se debió a una peculiar evolución desde el latín


tardío hispánico y la suma de diversas influencias de las lenguas de sustrato (lenguas
prerromanas como el celta o el ibero), superestrato (por ejemplo, las lenguas
germánicas) y adstrato (p.e. la influencia por bilingüismo que ejerció el vasco ->
Alarcos habla del castellano como un latín vasconizado).

Por lo tanto, para explicar los verdaderos orígenes del español habría que
remontarse a los pobladores de la Península, los considerados pueblos indígenas,
que tenían distinta procedencia y lenguas diferentes. Lo cual también es necesario
para entender la actual situación lingüística de la Península Ibérica.
En el Nordeste, a ambos lados de los Pirineos, se hablaba una lengua que aún
sobrevive en el vasco cuya procedencia no está todavía muy clara. En el Levante
habitaron los iberos, cuyo origen es probablemente norteafricano. En el Sur de la
Península (la costa de lo que hoy es Andalucía y el Sur de Portugal), los tartesios. En
el Centro y Noroeste, pueblos de origen ligur2. También habitaron el Sur y el
Levante de la Península Ibérica los fenicios y los griegos. En el siglo VII a. C. los
celtas llegaron a Hispania desde lo que hoy sería el sur de Alemania, se fueron
asentando en Galicia, Portugal, y al Sur en el Norte de Andalucía. Más tarde se
mezclaron con los íberos en la zona central peninsular formando la región
Celtibérica.
Las lenguas habladas por todos estos pueblos no se han conservado. Son
conocidas como lenguas prerromanas pues, tras la romanización de la Península (a
partir del desembarco de los Escipiones en el año 218 a.C.), pasan a ser el sustrato
lingüístico sobre el que se desarrollará el latín hispánico. Los únicos restos de su
existencia son algunos topónimos que, más o menos alterados, se mantienen desde
sus orígenes3.
2 Procedentes al parecer del Centro de Europa y también asentados en parte de Italia.

3 Los fenicios fundaron ciudades como Cádiz o Málaga que aún conservan el nombre: Cádiz se
fundó (como Gadir que significaba >recinto amurallado=) en el año 1110 a. C., es una de las ciudades más
antiguas de Europa; otros topónimos de la misma procedencia son Málaga (Malaka >fábrica, factoría=),
Sidón, hoy Medinasidonia, o Abdera, hoy en día Adra. Algo más tarde, los cartaginenses fundaron en

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De otro lado, en el latín, como se ha dicho, existía una vertiente culta, y una
rústica, vulgar. En cada territorio conquistado, además, el latín adquiría nuevos
matices, debido a la influencia de las lenguas de sustrato de los antiguos habitantes.
En Hispania, la diversificación de la lengua latina fue notable también debido al
hecho de que la conquista fue muy desigual por zonas.4
Por lo tanto, el latín hispánico de cada zona presentaba ya unas características
derivadas de su situación histórica, pero en general su evolución estuvo controlada
por la constante comunicación con la metrópoli y, aunque las variantes dialectales
eran patentes, no hubo una diversificación del idioma hasta la desmembración del
Imperio en el s. V con la invasión de los pueblos germánicos 5.
Fue el final de la dominación latina y de la unidad de la lengua (que ya no era
el latín clásico), la comunicación con Roma se rompió y el latín vulgar de Hispania
quedó aislado y, en palabras de Lapesa, “abandonado a sus propias tendencias”.
Los nuevos conquistadores, los godos (que dominaron hasta el s. VIII) no
tuvieron una influencia cultural tan poderosa como los romanos y la lengua latina,
diversificada en lenguas romances, no sufrió grandes cambios por la influencia del
pueblo dominante, entraron germanismos en la lengua como guerra, heraldo, guisa,
ganar, guardar, burgo, etc. pero exceptuando esta pequeña contribución léxica,
lingüísticamente no tuvieron un influjo importante.
En el siglo VIII, las tribus árabes entran por el Sur permaneciendo en la
Península durante 8 siglos. Estos pueblos conquistan en tan sólo siete años casi toda
la Península y llegan hasta el Sur de Francia, dejando un último reducto de
resistencia goda en las montañas del Norte. La lengua y la cultura árabe sí dejaron
una profunda huella. La entrada de los préstamos árabes en castellano ocurre sobre
todo durante el siglo XIII en plena Reconquista. El elemento árabe tiene mayor
Levante la Nueva Cartago (hoy Cartagena) y Portus Magonis (hijo de Asdrúbal), hoy Mahón. También es
de origen púnico el nombre de Hispania que significaba >tierra de conejos= o Ibiza (Ebusus) >tierra de
pinos=. Los griegos, deplazados en principio por los fenicios, también establecieron colonias en Levante,
fundando ciudades como Alicante y Ampurias.

4Los habitantes del Sur y Levante opusieron poca resistencia, mientras en el N -zona de
cántabros y astures- la conquista no fue completada hasta el año 19 a.C. con la llegada de Augusto. En un
primer momento la llegada de los terratenientes, maestros y funcionarios de nivel alto se centró en las
zonas costeras, que pusieron poca resistencia a la colonización: la Bética, la Cartaginense y la
Tarraconense, pues eran zonas con gran costumbre comercial y cultural que pronto se acostumbraron a la
romanización. Mientras, por otro lado, en el interior de la Península, la resistencia fue mayor y, por tanto,
fue mayor la presencia del ejército.
5 Suevos, vándalos y alanos, primero, y visigodos algo más tarde.

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influencia en ciertos ámbitos de la vida como el comercio, la agricultura o la


administración de las ciudades. Las instituciones públicas y administración de
justicia de los árabes tuvieron una enorme influencia puesto que tenían una
organización de las ciudades muy superior a las de los pueblos cristianos: así se
mantienen y, con ellas sus nombres, instituciones como la del alcalde, alguacil, etc.
Otros préstamos son: aduana, albalá, alcabala, almoneda (mercado de puja),
arancel. (Medidas) arroba, celemín, fanega, quintal. Términos militares: arrabal,
atalaya, atarazana, ronda. Oficios y actividades artesanales: alfayate (ant. Sastre),
albañil, tahona. Construcciones: acequia, albañar, aceña, utensilios: alhaja, alfiler,
candil. Nombres de árboles como arrayán, acebuche, garrobo, y frutos y frutas:
aceituna, algodón, arroz, bellota, berenjena, espinaca, zanahoria, etc.

El castellano entre los otros romances peninsulares

Mientras Al Andalús vivía una época de apogeo, los cristianos en el N se


reorganizaban. La influencia de los visigodos no fue cultural o lingüística, su huella
fue de otro tipo ya que con ellos trajeron el concepto de nación y un profundo
sentimiento religioso que mantuvo a la sociedad hispano-goda unida tras la
conquista árabe de la Península. Los restos de los estados cristianos que quedaron
relegados en las montañas del Norte peninsular sentían una continuidad histórica
con el reino visigodo, del que se sentían herederos.
Aunque los cristianos se habían unido para “derrotar al invasor” mantuvieron
una independencia entre los diferentes reinos que coincidió con el fraccionamiento
del romance peninsular en diversos dialectos cada vez más diferentes entre sí: el
reino astur-leonés, el castellano, y el navarro-aragonés y, por último, la primitiva
Cataluña6. Y sus dialectos el gallego-portugués, el leonés, el castellano, el navarro-
aragonés y el catalán. Al Sur, se mantuvo vivo el mozárabe, cuyas características
lingüísticas (por su aislamiento y tendencia conservadoras) han sido de gran utilidad
para reconstruir el romance primitivo peninsular del que no se conservan
documentos escritos.

6 Que es en principio un grupo de señoríos pertenecientes a Francia cuya independencia crece


rápidamente.

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(Mapa procedente del libro de R. Lapesa Melgar, Historia de la lengua


española, Madrid, Gredos, 19808)

A lo largo de la Reconquista se había hecho más fuerte el dialecto castellano,


hasta que se impuso al resto de dialectos como lengua oficial cuando finalmente se
cumplió la unificación del Reino. El reino de Castilla (que primero fue un pequeño
condado perteneciente al Reino de León) se fundó en territorio de influencia vasca,
entre Cantabria y el Norte de León. De hecho, Castilla —del latín CASTELLA, plural
de CASTELLUM— en periodo visigótico significó ‘pequeño campamento militar’
(diminutivo de CASTRUM) y, luego, ‘tierra de castillos’.
Dada la localización geográfica de la primitiva Castilla y la convivencia de
los cántabros y vascones en un ambiente seguramente bilingüe, la influencia del
vasco fue enorme en la formación del español; rasgos propios del castellano norteño
(como la aspiración y pérdida de f- inicial lat., ej. FILIUM>hijo), se deben a la

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imposibilidad de estos hablantes de pronunciar ese sonido extraño a su lengua; el


castellano era una lengua diferente al resto de las habladas en la Península, en gran
parte por esa influencia lingüística vasca: otro fenómeno que se cumple más tarde es
la igualación de los sonidos b-v [labiales oclusivo y fricativo] que no distinguían los
castellanos viejos debido al sustrato cántabro o al adstrato vasco y, finalmente, lo
que en principio era una deficiencia en la pronunciación del latín se convertiría en
un fenómeno de prestigio y, por lo tanto, adquirido por el resto de hablantes del
castellano, a pesar de que durante la EM se distinguieron perfectamente esos sonidos
(igual que la aspiración procedente de F- inicial latina).
A partir del afán reconquistador de los castellanos viejos y sus paulatinas
incursiones hacia el Sur, los rústicos hablantes norteños se fueron mezclando con los
también herederos del reino godo: los toledanos, más refinados en su uso lingüístico
ya que habían asimilado mejor la lengua y cultura latinas. La mezcla fructífera de
ambas condiciones es la que da como resultado el “castellano derecho” que el Rey
Sabio convertirá en lengua nacional y vehículo cultural de todo el Reino.

El castellano: lengua de cultura


Castilla se consolidó como la monarquía más poderosa del centro peninsular,
lo cual le permitió, en el siglo XIII —gracias al dominio que ejerció sobre los reinos
vecinos— convertirse en el único reino ibérico capaz de lograr la recuperación de
los territorios bajo dominio musulmán, lo cual fue sinónimo de la expansión del
castellano. Es entonces cuando este dialecto, eminentemente innovador e integrador,
se hizo lengua de cultura, pues Castilla —convertida ya en una gran nación—
necesitó de una forma lingüística común. Además, fue la lengua a través de la cual
se tradujeron grandes obras históricas, jurídicas, literarias y científicas, gracias a lo
que en toda Europa se conoció la cultura de Oriente, proceso en el cual tuvo
importancia radical Alfonso X y su corte de intelectuales agrupados en la Escuela de
traductores de Toledo, integrada, entre otros, por judíos conocedores del hebreo y el
árabe.
Los primeros textos escritos en castellano (p.ej., el anónimo Cantar de Mío
Cid) no se ajustaban a una única norma ortográfica, ya que esta no existía. Sin
embargo, a partir de Alfonso el Sabio —que publicó sus obras en castellano en vez

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de latín— es posible detectar una cierta uniformidad, además de haber adquirido,


gracias a este monarca, el prestigio de lengua nacional. De hecho, se considera que
en la historia lingüística del castellano se pueden distinguir dos primeras etapas
básicas: la primera, denominada "romance", en la que se escriben las primeras
muestras de la nueva lengua, donde las variedades se van homogeneizando en torno
al habla de Burgos, primer centro de nivelación del idioma; y la segunda,
denominada "castellana", que comienza a partir de la obra del rey sabio.
A finales del s. XV, la publicación de la Gramática castellana de Elio
Antonio de Nebrija, 1492, coincide con la conquista del Reino de Granada (total
recuperación del territorio peninsular) y con un evento cuya importancia futura será
colosal para la expansión del idioma y el nacimiento de las variedades internas que
aún contienden: el descubrimiento de América.
A partir de este momento, podemos hablar de “español”: La idea de España y
del español como su idioma se consolidó en los SS de Oro cuando la literatura hizo
del español una lengua con el prestigio del latín o el griego.
En la época de los Austrias (ss. XVI y XVII) se cumplen los cambios
fonológicos que llevan al español moderno (la pérdida de las sibilantes sonoras, y el
nacimiento de jota y zeta, el triunfo de la desaparición del sonido aspirado
procedente de F-lat., etc.). También durante esta etapa ocurre el desarrollo de
modalidades divergentes dentro del español y el nacimiento de lo que se ha
denominado la norma meridional.
Después de esta época, el español ya estaba formado. Aunque ha seguido
cambiando y enriqueciéndose con todo tipo de influencias; como sugieren estas
palabras de Alarcos: “nuestro español aunque de base castellana, aunque
remotamente un mal latín eusquerizado de estas zonas de la primitiva Cantabria, se
ha ido elaborando con el concurso continuado de tantas y tantas modalidades
peninsulares -y después también americanas- de manera análoga a como fue
naciendo y haciéndose el hombre español moderno”.

En el año 1713 se fundó la Real Academia Española de la lengua cuya


intención era la de fijar el idioma, regulando el sistema gráfico, estabilizando y
frenando algunas tendencias que pronto hubieran fragmentado la unidad de una

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lengua que hablaban tantos pueblos en lugares tan alejados. La tarea de la Academia
ha sido la de sentar las bases para el mantenimiento de la unidad de la lengua
común. Pero, aunque en un primer momento parecía que su objetivo era el de
sancionar los usos transgresores y apoyar una gramática normativa, la Academia ha
ido acogiendo nuevas tendencias, aceptando ciertas modificaciones, neologismos e,
incluso, coloquialismos en su Diccionario, apoyando así una gramática más
descriptiva menos normativa, y más abierta al uso de los hablantes.

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