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“YO, JUAN,

VUESTRO HERMANO
Y COMPAÑERO”
“YO, JUAN,
VUESTRO HERMANO Y COMPAÑERO”
LA AUTORÍA JOHÁNICA SOBRE EL EVANGELIO,
LAS CARTAS Y EL APOCALIPSIS

La exégesis crítica del siglo XIX se dedicó a negar que el Apóstol Juan fuese el
verdadero autor del cuarto Evangelio y que el autor de éste fuese el mismo que el del
Apocalipsis. En contra de la antigua tradición sobre el origen y la fecha de composición
de los Evangelios, afirmaba que el cuarto Evangelio había sido escrito a mediados del
siglo II y procedía de un ambiente influido por la herejía gnóstica, debido a su frecuente
uso entre los antiguos escritores gnósticos.
Su base para afirmar tal cosa era que no había ninguna atestación entre los
escritores cristianos antiguos sobre su existencia hasta la segunda mitad del siglo II. Su
intención era retirar así de un Apóstol tan clara afirmación de la divinidad y de la
preexistencia de Cristo y atribuirla a un escritor apócrifo tardío.
Sin embargo, al quedar confirmada la autenticidad, discutida desde el siglo XVI, de
las Cartas de san Ignacio, obispo de Antioquia a principios del siglo II, en su camino al
martirio, se relanzó la polémica en el campo exegético, debido al marcado parentesco de
su lenguaje y de su espíritu con el del cuarto Evangelio, si bien no lo mencionan nunca
explícitamente: Jesucristo preexiste cabe el Padre, procede del Padre y vuelve al Padre
(Magn. VI, 1; VII, 2), es su Pensamiento y su Verbo salido del silencio, el Padre habla
infaliblemente y se manifiesta por él (Ef. III, 3; Rom. VIII, 2; Magn. VIII, 2); lo declara
repetidamente Dios; es el Pan de Dios, la Puerta del Padre, (Rom. VII, 2; Ph. IX, 1);
algunas expresiones están calcadas del Evangelioμ “Hay en mí un agua viva” (Rom. VII,
2); “No se engaña al Espíritu, que viene de Dios, pues él sabe de dónde viene y a dónde
va” (Ph. VII, 1).
La exégesis crítica se justificó diciendo que el parentesco entre ellas y el cuarto
Evangelio se debía a que todos ellos bebieron en una corriente espiritual común,
expandida por el Asia romana, que se reflejaría más tarde en el cuarto Evangelio.

La Tradición

Antes de replicar a esta teoría, cabe notar que su primer defecto consiste en una
singularización del problema de autoría al cuarto Evangelio, dado que la situación es
similar para varios otros escritos del Nuevo Testamento en el cristianismo primitivo
hasta mediados del siglo II, como por ejemplo para el Evangelio de san Lucas. San
Justino, a mediados del siglo II, sólo menciona unos Recuerdos de los Apóstoles sin
mayores especificaciones. Los primeros escritores eclesiásticos citan libremente los
Evangelios, de manera que no siempre es seguro cuál están utilizando.
El único escritor primitivo en informarnos sobre la elaboración de los Evangelios es
Papías, obispo de Hierápolis a principios del siglo II. Ahora bien, de él sólo tenemos
mención de los dos primeros, según sus comentadores san Ireneo (finales del siglo II) y
Eusebio (principios del siglo IV). Un prólogo latino antimarcionita al Evangelio de san
Juan, tal vez de finales del siglo II, afirma que Papías mencionaba en sus escritos la

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elaboración del cuarto Evangelio por el Apóstol san Juan y que él mismo actuó como
fiel escribano suyo. No obstante, esta afirmación no es muy fiable, debido a que ese
mismo prólogo afirma que san Juan condenó en él la herejía de Marción, cosa difícil de
sostener, puesto que éste enseñó bastante tiempo después de la muerte del Apóstol.
Además Eusebio, que tuvo a mano los escritos de Papías, dice que éste nunca
afirma haber conocido a los Apóstoles; si san Ireneo lo califica de discípulo de san Juan
es seguramente con la intención de hacer remontar sus creencias milenaristas hasta el
mismísimo Apóstol. En cambio Papías, según Eusebio, hace alusión a la 1ª Epístola de
san Juan, como también la mayoría de los escritores eclesiásticos de finales del s. II y
del s. III: san Ireneo, Clemente de Alejandría, Tertuliano, san Hipólito, Orígenes... Pero
ya Orígenes nos informa de que la segunda y la tercera cartas de san Juan no eran
reconocidas por todos.
El testimonio de Papías ha dado origen a un sin fin de suposiciones, debido a que
menciona un Juan el anciano aparentemente diferente del Apóstol san Juan. Según
algunos manuscritos, Juan el anciano era discípulo del Señor, pero esto resultaría
cronológicamente inverosímil en caso de que enseñara en tiempos de Papías, como se
infiere del mismo texto: «Yo trataba de discernir los discursos de los mismos ancianos,
qué habían dicho Andrés, qué Pedro, qué Tomás o Santiago, o Juan o Mateo, o
cualquier otro de los discípulos del Señor, y lo que dicen Aristión y el anciano Juan
(discípulos del Señor)».
La polémica del milenarismo llevó a san Dionisio, obispo de Alejandría a mediados
del siglo III, y con más prudencia a Eusebio, a negar que el Juan del Apocalipsis y el
Apóstol san Juan fuesen la misma persona y a atribuir el Apocalipsis al anciano Juan de
que habla Papías, e incluso a acoger un rumor de que en Éfeso había dos sepulcros de
Juan. San Dionisio funda esta distinción de autor para los dos libros en numerosas
diferencias estilísticas, muchas de las cuales son repetidas por la exégesis crítica actual
y que discutiremos más adelante.
La atribución del Apocalipsis al anciano Juan no tiene ninguna base en la tradición
anterior, ni siquiera en Papías mismo, quien atribuye la enseñanza del milenio al
Apóstol Juan. Otra conjetura antigua que transmiten san Jerónimo y Philippus Sidetes a
finales del siglo IV es la de que el anciano Juan sería el autor de la dos cartas menores
atribuidas a san Juan y en el que el autor se presenta como “el anciano”. La existencia
de dos sepulcros en Éfeso con el nombre de Juan es sólo un supuesto de san Dionisio y
de Eusebio, quienes lo transmiten como un rumor sin corroboración suya, por lo que su
testimonio es sospechoso de parcialidad, además de que no se encuentra en ningún otro
escritor antiguo. Las excavaciones arqueológicas en Éfeso sólo han descubierto un
sepulcro de Juan.
Sin embargo la exégesis crítica ha ido mucho más lejos y ha atribuido al anciano
Juan de Papías el mismísimo cuarto Evangelio. Afirma que el Apóstol Juan no pudo
haber escrito este Evangelio porque hay una tradición que remonta a Papías de que Juan
sufrió martirio con su hermano Santiago a manos de Herodes. Esta noticia se encuentra
en el ya mencionado Philippus Sidetes, quien afirma que, según Papías, Juan el Teólogo
y su hermano Santiago sufrieron martirio por parte de los judíos en cumplimiento de la
profecía de Cristoμ “Mi cáliz lo beberéis” (Mc 10, 38), la cual lo más probable es que se
aplique, en el caso de Juan, a su presencia a los pies de la cruz o al suplicio al que fue
sometido en Roma, que seguidamente describiremos.
Ahora bien, este historiador, considerado en la antigüedad como sumamente
inexacto, no afirma que los dos hermanos sufrieran martirio al mismo tiempo; antes, al
llamarlo el Teólogo y al afirmar que Papías fue oyente suyo, supone que para entonces
ya había escrito su Evangelio. Por otro lado, el martirio de Juan a la misma vez que el

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de su hermano Santiago no se acomoda cronológicamente a la afirmación de san Pablo
en Ga 2, 9 de haber sido confirmado en su predicación durante el Concilio de Jerusalén
por Santiago (el hermano del Señor; cf. v. 12), Pedro y Juan, considerados como
columnas de la Iglesia. De todos modos esta noticia de un martirio de Juan por parte de
los judíos según Papías no es nada fiable, ya que Eusebio, quien conoce mucho mejor a
Papías que el Sidetes, la ignora.
Ciertamente sorprende que en su Carta a los Efesios san Ignacio no mencione a
Juan y sí a Pablo, pero lo hace comparando su situación de transeúnte hacia el martirio
por Éfeso con la de Pablo por la misma ciudad y con el mismo destino. Ahora bien, en
otro pasaje habla de los efesios como de «aquellos que han estado siempre unidos a los
Apóstoles por la fuerza de Jesucristo», lo cual puede apuntar a Juan. Igualmente san
Policarpo, obispo de Esmirna, quien según san Ireneo (finales del s. II) fue discípulo de
san Juan, en su Carta a los Filipenses alude a la Epístola de san Pablo que la Iglesia de
Filipos poseía, pero nunca menciona a san Juan.
Si bien no incluye ninguna cita explícita del cuarto Evangelio, incluye varias de la
1ª Epístola de san Juan, sin mencionarlo. Sabemos que escribió varias cartas, hoy
perdidas, a las iglesias vecinas, confirmándolas en la fe y combatiendo el docetismo,
herejía que afirmaba que el Verbo se hizo hombre sólo en apariencia, y los orígenes del
gnosticismo, herejía que pretendía poseer enseñanzas ocultas del Salvador. Es probable
que en ellas citase el cuarto Evangelio.
La presencia de Juan en Éfeso parece haberse convertido casi en un mito sólo a
finales del siglo segundo, ya que varios Apóstoles visitaron o residieron temporalmente
en la ciudad. Según los testimonios más antiguos, Juan compareció en Roma ante el
emperador Domiciano y fue deportado a Patmos; a la muerte de Domiciano, fue
liberado y se instaló en Éfeso, y desde allí visitó varias iglesias de Asia Menor.
Es posible que en la primera mitad del siglo II esta presencia de Juan en Éfeso no
fuese vista aún como el principal privilegio de la ciudad, que había contado con la
presencia de varios otros Apóstoles, lo que explicaría que san Ignacio no aludiera
singularmente a ella en su Carta a los Efesios. Ireneo dice de Policarpo que fue instruido
por los Apóstoles y que fue constituido por ellos como obispo de Esmirna, que refería
sus relaciones con Juan y con los demás que habían visto al Señor. Es la posteridad la
que parece haberlo hecho discípulo eminentemente de Juan, y ello explicaría que en su
Carta a los Filipenses no hiciese especial mención del discípulo amado.
Polícrates, obispo de Éfeso a finales del siglo II, testimonia la presencia y la muerte
del Apóstol en Éfeso entre otras estrellas en su réplica al papa Víctor, quien trataba de
imponer la observación de la Pascua en domingo a las iglesias de Asia, que la
celebraban el 14 del mes hebreo Nisán, según la tradición de Juan: «Grandes astros se
han puesto en Asia... Felipe, uno de los doce Apóstoles, que reposa en Hierápolis, así
como dos de sus hijas que han envejecido en la virginidad; su otra hija, tras haber vivido
en el Espíritu Santo, está enterrada en Éfeso. Juan también, que reclinó sobre el pecho
del Señor, que fue sacerdote y llevó el petalon, que fue testigo y maestro, reposa en
Éfeso».
Nótese que Polícrates, en pos de Papías, confunde al diácono Felipe, quien según
Los Hechos de los Apóstoles 21, 8. 9 tenía cuatro hijas vírgenes que profetizaban, con el


Clemente de Alejandría escribe a finales del siglo II: «Tras la muerte del tirano (Domiciano), Juan pasó
de la isla de Patmos a Éfeso, e iba, invitado por ellos, a los países de los Gentiles, tanto para establecer
obispos como para organizar iglesias completas y escoger como clérigo a alguno de aquellos que eran
designados por el Espíritu». Tertuliano, por la misma época, cuenta que el Apóstol Juan compareció en
Roma ante Domiciano y que fue sumergido en una caldera de aceite hirviendo, de la que salió indemne,
tras lo cual fue deportado a la isla de Patmos.

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Apóstol del mismo nombre. Esta confusión ha dado pie, por vía de similitud, a
argumentos en contra de la identificación del autor o de los autores de algunos libros
johánicos, tal vez el misterioso anciano Juan de Papías, con el Apóstol san Juan.
A este argumento cabe aducir que no se da una similitud total entre ambos casos,
pues el diácono Felipe y el Apóstol del mismo nombre son, los dos, personajes de
primer relieve en el Nuevo Testamento, por lo que se prestan a fácil confusión, mientras
que el oscuro anciano Juan, sólo conocido a través del dudoso Papías, de ser otro
personaje, no se podría parangonar en modo alguno al Apóstol del mismo nombre.
La mención por Polícrates de que Juan fue sacerdote y de que llevó el petalon,
símbolo distintivo de los sumos sacerdotes, cotejada con el pasaje del cuarto Evangelio
en que un discípulo anónimo, probablemente san Juan, conocido del Sumo Sacerdote,
introdujo en el atrio de éste a Pedro durante la Pasión, ha dado origen a la opinión de
que Juan pertenecía a la clase sacerdotal de Israel. Pero esto resulta poco probable, por
lo que se dice de él en el Evangelio: que fue pescador en Galilea. Sus relaciones con el
Sumo Sacerdote podían ser simplemente comerciales o laborales.
Lo más probable es que los distintivos sacerdotales que le atribuye Polícrates se
refieran a su dignidad de Apóstol. Se ha propuesto otro personaje para el anónimo
discípulo conocido del Sumo Sacerdote, quizá Marcos, de quien existe una parecida
tradición de pertenecer a la clase sacerdotal. No obstante, parece preferible mantener su
identificación con san Juan, pues el autor del Evangelio pretende seguramente justificar
por medio de su proximidad a los hechos sus conocimientos acerca de la Pasión del
Señor, además de estar asociado a Pedro.
La mal llamada Carta a Diogneto, que es en realidad una Apología, trasluce
numerosas puntos convergentes con el cuarto Evangelio y la primera Epístola: el Hijo
de Dios es su Verbo santo, los cristianos están en el mundo pero no pertenecen al
mundo, el Padre nos da al Hijo porque nos ha amado primero… Sin embargo su origen
es incierto: para unos sería la perdida Apología de Cuadrato, a principios del s. II, para
otros su autor sería Panteno, fundador de la escuela de Alejandría a mediados del s. II.
En la primera mitad del siglo II los escritores eclesiásticos conocen indudablemente
el cuarto Evangelio pero no lo citan textualmente. Los apologetas San Justino y
Atenágoras toman de él su concepción del Hijo de Dios como Verbo, con una teología
inspirada por la del Prólogo. Suponer, como hace la exégesis crítica, que esa teología
del Verbo tan sólo reflejaría una escuela teológica asiática en la que se inspiraría
después el anónimo autor del cuarto Evangelio, es rebuscada: el Verbo del Prólogo
johánico está mucho más cercano a la Sabiduría de los libros sapienciales en el Antiguo
Testamento, mientras que el de san Justino y Atenágoras evidencia un estadio posterior,
mucho más influido por el estoicismo.
De todos modos san Justino menciona nominalmente, en su Diálogo con el judío
Trifón n. 81, al Apóstol Juan como el autor del Apocalipsis, para justificar sus creencias
milenaristas: “Hubo entre nosotros un varón por nombre Juan, uno de los Apóstoles de
Cristo, quien, en revelación que le fue hecha, profetizó que quienes hubieren creído en
nuestro Cristo, pasarán mil años en Jerusalén…” Así y todo, el Verbo de Dios en el
Apocalipsis se revela en un contexto de gobierno divino, insuficiente para permitir todo
el desarrollo especulativo sobre el Verbo en san Justino y Atenágoras, más cercano a la
teología del Prólogo. San Justino, en su I Apología n. 61, refiere sobre el bautismoμ “Y
es así que Cristo dijo: Si no volviereis a nacer no entraréis en el Reino de los Cielos”,
cita libre del diálogo con Nicodemo; y en Dial. n. 91 ve en la serpiente de bronce que
mandó izar Moisés una figura de la cruz de Cristo, a quien el Padre envió al mundo para
salvarlo, igual que en Jn 3, 14-17.

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A Taciano (2ª mitad del s. II), discípulo infiel de san Justino, en tanto que
adversario acérrimo de la filosofía pagana, debemos, en su Discurso contra los griegos,
la primera cita explícita del cuarto Evangelio que poseemos: Las tinieblas no
aprehendieron la luz (Jn 1, 5), por más que no lo nombre explícitamente. Ahora bien,
Taciano compuso una armonía de los 4 Evangelios (el Diatesarón), que hasta hace poco
sólo se conocía por citas de los Padres posteriores. Un fragmento recuperado en las
excavaciones de Dura-Europos, ciudad famosa por sus frescos tanto paganos como
judíos y cristianos, muestra que incluía el Evangelio de san Juan. Dura-Europos era un
antiguo emporio cultural y económico de la Siria helénica y romana situado a orillas del
Eufrates; fue destruido por los partos a principios del siglo III; abandonado, quedó
cubierto de lodo, el cual, al secarse, conservó las hermosas pinturas de sus edificios,
paganos, judíos y cristianos.
A la Apología de Teófilo, obispo de Antioquia y contemporáneo de Taciano,
debemos la primera cita nominal del cuarto Evangelio. Su teología del Logos lo hace
una especie de intermediario entre Dios y sus criaturas, y cita (II, 10), adaptado, el
Prólogoμ “Teniendo Dios inmanente a su Verbo en sus propias entrañas, le engendró
con su propia sabiduría, emitiéndole antes de todas las cosas. A este Verbo tuvo él por
ministro de su creación y por su medio hizo todas las cosas”. Pero en II, 22, va aún más
lejos:”De ahí que nos enseñan las Santas Escrituras y todos los inspirados por el
Espíritu, de entre los cuales Juan dice: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba
en Dios…” Si bien no especifica que sea uno de los Apóstoles, ese mismo detalle lo
supone como por descontado, pues de tratarse de otro Juan, lo habría especificado. Por
Eusebio sabemos que en su libro contra el gnóstico Hermógenes sacó argumentos del
Apocalipsis de Juan.
San Ireneo, obispo de Lyon a finales del siglo II pero emigrado de Esmirna, en Asia
Menor, conoció personalmente a san Policarpo en su niñez y le oyó hablar de sus
encuentros con san Juan y otros Apóstoles. En su obra Elencos dice formalmente:
“Juan, el discípulo del Señor, publicó su Evangelio mientras vivía en Éfeso”. Por las
mismas fechas Clemente de Alejandría transmite una tradición de los ancianos sobre el
orden de los Evangelios: que primero se escribieron los Evangelios que contenían las
genealogías y que el de Marcos transcribió, a petición de los auditores, la enseñanza de
san Pedro en Roma. Del Evangelio de san Juan dice lo siguienteμ “En cuanto a Juan, el
último, viendo que las cosas corporales habían sido transmitidas por los otros
Evangelios, presionado por los discípulos y divinamente inspirado por el Espíritu,
escribió un Evangelio espiritual”. Uno y otro consideran al Apóstol Juan autor tanto del
Evangelio como del Apocalipsis. Añádase a ellos Tertuliano, en el campo latino.
Por la misma época, en Roma, un presbítero de nombre Caius, polemizando con los
montanistas, atribuye el Apocalipsis, que servía de base a la secta de Montano, al hereje
Cerinto, y acusa al cuarto Evangelio de apartarse de los demás. De ese modo cae en el
error de los alogos, aquellos que, según san Ireneo, por oponerse al montanismo niegan
el cuarto Evangelio y el Espíritu profético. La reacción en Roma misma se advierte en el
Canon Muratori, documento sobre la lista de libros canónicos, que se supone haber sido
redactado por san Hipólito en la primera mitad del s. IIIμ “El cuarto Evangelio es el de
Juan, uno de los discípulos. Cuando sus condiscípulos y los obispos lo exhortaban (a
escribirlo), Juan dijoμ ‘Ayunad conmigo por tres días a partir de hoy, y si algo le fuese
revelado a alguno que se lo comunique a los demás’. Aquella misma noche le fue
revelado a Andrés, uno de los Apóstoles, que Juan debía poner todos (sus recuerdos) por
escrito bajo su propio nombre y que los demás lo reconociesen. Por lo tanto, si bien son
diversos los comienzos de cada Evangelio, tal cosa no implica ninguna diferencia para
la fe de los creyentes, dado que el contenido íntegro de cada uno proviene de un único y

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mismo Espíritu, en lo que concierne al nacimiento, pasión y resurrección (de nuestro
Señor), su trato con sus discípulos y su doble advenimiento: primero en humildad,
cuando fue despreciado, y segundo revestido de esplendor y poderío reales, que está aún
por suceder. No nos sorprende, pues, que Juan afirme tan constantemente y con todo
detalle en sus Epístolas sobre sí mismo: Lo que hemos visto con nuestros propios ojos y
han oído nuestros oídos, lo que han palpado nuestras manos, esto os lo escribimos. De
esta manera profesa no sólo haber visto sino también haber oído y haber escrito por
orden todos los maravillosos hechos del Señor”. Este mismo Canon menciona dos
Epístolas atribuidas a Juan y que son aceptadas por la Iglesia.
A estos testimonios patrísticos cabe sumar los testimonios paleográficos:
precisamente el más antiguo manuscrito del Nuevo Testamento (papiro Rylands) que
poseemos es del Evangelio según san Juan. Se trata de un párrafo del cuarto Evangelio
(vs. 31-32 y 37.38 del cap. XVIII) hallado en Egipto, que por las características de su
escritura debe ser datado antes del año 130. Anterior al año 150, por las mismas
razones, se debe considerar el manuscrito que contiene fragmentos del que ha venido en
llamarse Evangelio anónimo, un escrito apócrifo muy cercano a los Evangelios y que
contiene frases y episodios tomados del cuarto Evangelio. De finales del siglo II o
principios del siglo III es el papiro Bodmer, que contiene algunas partes del Evangelio
según san Juan.
Como conclusión de todo este análisis de la Tradición, si algo resulta irrefutable es
la presencia de san Juan Apóstol hacia los últimos años de su vida en Éfeso: por la
misma época, a finales del siglo II, en centros tan distantes entre sí como son Éfeso,
Lyon, Cartago, Roma y Alejandría, todos los escritores eclesiásticos coinciden en
reportar la instalación de san Juan en aquella ciudad tras su destierro en Patmos. Nunca
en la tradición eclesiástica se tuvo duda alguna acerca de la autoría de san Juan sobre el
cuarto Evangelio y la primera Epístola, contrariamente a otros escritos que finalmente
se impusieron en el canon del Nuevo Testamento, como la segunda Epístola de san
Pedro. Los únicos escritos johánicos sobre los que se levantaron dudas a partir del siglo
III fueron la segunda y tercera Epístolas y el Apocalipsis.
En la actualidad la unidad de estilo y de autor entre el cuarto Evangelio y las tres
Epístolas de san Juan es prácticamente reconocida universalmente. Las dudas
fundamentales sobre estos libros se suscitan en torno a si el Apóstol san Juan fue su
verdadero autor, dudas que traslucen una notoria intención ideológica, y a si en su
Evangelio el Apóstol transcribió las verdaderas palabras de Cristo o, más bien, reflejó
una evolución posterior de su fe en Él. En cuanto al Apocalipsis, persiste la división
entre los exegetas en torno a la identificación de su autor con el de los anteriores
escritos. El siguiente apartado tratará de elucidar estas polémicas mediante un análisis
interno de todas las obras atribuidas por la Tradición a san Juan.


Persisten ciertas dudas sobre la 2ª y la 3ª Epístolas, que algunos aún atribuyen al Juan el Anciano de
Papías, suponiéndolo discípulo del Apóstol, más que nada a causa de su encabezamientoμ “El Anciano
a...” En mi opinión la unidad de estilo y espíritu de las tres Epístolas entre sí y con el Evangelio hace muy
difícil que se trate de diferentes autores. Esta hipótesis presenta además bastantes inconvenientes
textuales. Lo más probable es que el Anciano Juan del que habla Papías sea, sí, el autor de estas dos
Epístolas, pero que él y el Apóstol san Juan sean la misma persona. Papías simplemente habría creído que
se trataba de dos personajes distintos. Ello no debe sorprendernos, teniendo en cuenta que a él remontan
no pocas confusiones de autores posteriores, en concreto la confusión entre el Apóstol Felipe y el diácono
del mismo nombre. Eusebio relativiza sus conocimientos de la Tradición, pese a sus buenas intenciones, y
hasta lo califica de hombre de pocas luces. Los textos que de él nos ha transmitido confirman este juicio.

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Análisis interno

En el siglo III la creencia de que el Apóstol Juan es el autor tanto del Evangelio
como del Apocalipsis es admitida generalmente, como atestiguan san Hipólito en Roma
y Orígenes en Alejandría. La única voz discordante será la de san Dionisio de
Alejandría, quien en polémica con un obispo milenarista, Nepote de Arsinoe, se
mostrará en desacuerdo con la tradición anterior por motivos primeramente pastorales,
con objeto de restar autoridad apostólica al Apocalipsis, en el que pretendían basarse los
partidarios del milenio. En su intento de desautorizar el Apocalipsis procede a un
examen crítico del estilo y de la lengua de ambos escritos, no desprovisto de
inexactitudes y de exageraciones, concluyendo que no pueden deberse al mismo autor.
En líneas generales su análisis ha sido reproducido por la exégesis crítica moderna.
Primeramente nota que la sintaxis griega del Apocalipsis es a menudo incorrecta,
frente a la del Evangelio. Sin embargo exagera la calidad lingüística de este último. De
hecho en ambos escritos la sintaxis es muy elemental, prefiriendo la coordinación a la
subordinación. El pormenor de que el Apocalipsis, frente al Evangelio, contenga errores
sintácticos, puede simplemente deberse a que, al escribir el Apocalipsis, Juan, deportado
en Patmos, no tuvo ningún auxiliar literario a su disposición; en cambio, al escribir el
Evangelio en Éfeso, debió contar con buenos auxiliares. San Dionisio da a continuación
una lista de temas del Evangelio ausentes del Apocalipsis que se ha revelado
tendenciosa e inexacta. En realidad, debido tanto a su género como a sus fuentes de
inspiración, son más los temas del Apocalipsis ausentes del Evangelio que viceversa, o
bien se encuentran en éste arropados de simbolismo.
Cabe notar asimismo que numerosos temas comunes a todas las obras de san Juan
se presentan en el Apocalipsis con imágenes y aun con términos diferentesμ α ο
(normalmente corderillo en griego), Іε ουσα η en Apν α ο , Іε οσο υ α en Jn, para
Cordero y Jerusalén, por ejemplo. Tales divergencias probablemente expresen dos
contextos o estados distintos de la misma realidad: salvífico o santificador por una parte,
y glorioso o retribuidor por otra. Pero más probablemente se deban a las razones
apuntadas supra: ya en Éfeso, sus escribas le corregirían al Apóstol en el Evangelio
aquellos términos menos propios en griego del Apocalipsis, si bien sigue siendo cierto
que muchas de las expresiones o palabras comunes o próximas que seguidamente
enumeraremos tendrán diversa presentación o connotación según qué obra. Varios de
estos lugares pueden presentarse en otros textos del Nuevo Testamento.
En cuanto a los temas básicos, tanto para el cuarto Evangelio como para el
Apocalipsis, Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías descendiente de David (Jn 7, 42; Ap 22,
16), en quien se cumplen las profecías (Jn 1, 45; cf. Ap 5, 5); es el Hijo del hombre (Jn
3, 51; 6, 62; 12, 23.34; Ap 1, 13; 14, 14); juzga con justicia (Jn 5, 30; Ap 19, 11); por su
sangre nos son perdonados nuestros pecados (Ap 1, 5; 1 Jn 1, 7); la redención que
obtiene es de universal alcance (Jn 1, 29; 4, 42; 1 Jn 2, 2; Ap 5, 9); es el Esposo de la
Iglesia (Jn 3, 29; Ap 19, 7) y es Rey (Jn 1, 49; 12, 13-15; 18, 36.37; Ap 1, 5; 17, 14; 19;
16), aunque en dos diferentes estadios: como Salvador (Jn) y como Juez (Ap). Si bien
sólo el Apocalipsis menciona explícitamente la realeza y el sacerdocio de los fieles (Ap
5, 10; 20, 6), sus equivalentes en el cuarto Evangelio son la Gloria (Jn 17, 22) y la
Consagración (Jn 17, 17-19), que comunican a los fieles Cristo y el Espíritu Santo; cf la
Unción del Santo en 1 Jn 2, 20. 27 y los candelabros en Ap 1, 12 y 11, 4 (los dos
olivos). Dios nos hace hijos suyos en Cristo: Jn 12, 12; 20, 17; 1 Jn 3, 1; Ap 21, 7.
He aquí algunos temas específicos comunes o próximos: eterna existencia del Hijo
e intervención en la creación (“En el principio era el Verbo…y todo fue hecho por él”,

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Jn 1, 1-3; “El principio de la creación de Dios”, Ap 3, 14); Cristo es el Camino, la
Verdad y la Vida en Jn 14, 6; es el Viviente, el que camina en medio de las Iglesias y el
Verdadero (o el Amén) en Ap 1, 18; 2, 1; 3, 7; 19, 11, cf. 1 Jn 5, 20; recibe potestad del
Padre (Jn 17, 2; Ap 2, 28); es la Resurrección y la Vida en Jn 11, 25 y el que estuvo
muerto y revivió en Ap 2, 8; es el Verbo divino (Prólogo de Jn; 1 Jn 1, 1; Ap 19, 13), la
Luz (Ap 21, 23. 24; Jn 8, 12; cf. Ap 22, 5; 1 Jn 2, 5), el Pastor (Ap 7, 17; Jn 10, 11), la
Puerta (Ap 3, 8; 4, 1; 22, 14; Jn 10, 9). Quien lo ha visto a Él ha visto al Padre según Jn
14, 9, y la visión inicial de Jesús en Ap 1, 14 lo describe con rasgos del Padre tomados
del libro de Danielμ “Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como
la nieve”. Jesús dice a la Samaritanaμ “Dame de beber”, y en la cruz gritaμ “Tengo sed”
(Jn 4, 7; 19, 28); tal vez el Cordero degollado insinúe esta sed de la cruz. En Jn 12, 29
hallamos una asociación de las voces celestiales al trueno, igual que en Ap 10, 3; 14 2.
Dios mora en los fieles según Ap 7, 15; 21, 3 y Jn 1, 14; 14, 23, con igual recurso a
la comparación del acampamiento (Ap y Jn 1, 4); asimismo Dios y su Hijo son el
templo verdadero en Jn 1, 14; 2, 21; 4, 21-24 y Ap 21, 22. Ahora bien, mientras que en
el Evangelio la inhabitación de Dios en los creyentes es presentada como ya iniciada en
esta vida por la caridad, en el Apocalipsis es descrita como consumada después de la
muerte o de la Resurrección gracias a la confesión de la fe.
En contraste, el lugar preparado para la Mujer en Ap 12, 6, una especie de oasis en
el desierto, invierte la perspectiva ultraterrena de Jn 14, 2μ “Os voy a preparar un lugar”.
En esa misma línea, la primera Epístola (3, 2) y el Apocalipsis (22, 4) están más
cercanos una del otro respecto a la visión beatífica, al situarla en la Parusía, que del
cuarto Evangelio, el cual hace mayor hincapié en la visión mística inmediata (Jn 14, 9.
19. 21) mediante una fe amante.
Tanto para el cuarto Evangelio como para el Apocalipsis, la Eucaristía es
prefigurada, o figurada, por el maná (Jn 6, 31ss; Ap 2, 17; 12, 6. 14), y en ella se realiza
una comunicación interior y una comunión íntima entre Cristo (o el Padre) y los
comulgantes: “Todo el que oye al Padre y es enseñado por él viene a mí... El que come
mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 45. 56), “Si uno oyere mi
voz y abriere la puerta, yo entraré en él y cenaré con él, y él conmigo” (Ap 3, 20). Las
discrepancias vienen de que el discurso del Pan de Vida en el Evangelio esté destinado a
los judíos reacios, mientras que las palabras del Apocalipsis lo estén a los fieles tibios.
Más temas comunes o próximos: la Mujer encinta y gimiendo con dolores de parto
(Ap 12; Jn 16, 21; cf. Jn 19, 26); la túnica sin costura (Jn 19, 22; Ap 1, 13); el Agua de
vida (Jn 4, 14; Ap 7, 17; 21, 6; 22, 1); la Vida y la Vida eterna en el Evangelio y las
Epístolas, el Libro, las Aguas y el Árbol de la Vida en el Apocalipsis; el contraste entre
luz y tinieblas, dominadas respectivamente por Cristo y Satanás (en el Apocalipsis: 8,
12; 16, 10, para tinieblas; 18, 1; 21, 23. 24, para luz); el Anticristo o los anticristos en
las Epístolas, la Bestia en el Apocalipsis; los falsos profetas y los espíritus o el espíritu
del error en 1 Jn 4, el falso profeta y los tres espíritus seductores en Ap 16, 13; 19, 20;
20, 10. Cotéjense Ap 13, 14μ “(El Falso Profeta) seduce a los que habitan sobre la
tierra” y 2 Jn 7: “Ése es el Seductor y el Anticristo”.
Se ha argüido que los anticristos del Apocalipsis tienen más visos políticos y
paganos que los de las Epístolas, identificados con los herejes o falsos doctores (1 Jn 2,
18). Si bien esto es cierto, la Bestia y el Falso Profeta del Apocalipsis son, otrosí,
remedos de Cristo, pues sus descripciones están repletas con simulacros del Cordero: la

Mientras que el Evangelio, con la excepción de 1, 14, y las Epístolas usan de preferencia los términos
‘morar’ y ’morada’, el Apocalipsis se decanta por los términos ‘acampar’ y ‘tienda’. Esta diferencia quizá
se deba a que por el término ‘morar’ se trataría de designar ante todo una realidad individual, mientras
que por el término ‘acampar’ se trataría de designar ante todo una realidad comunitaria.

8
Bestia herida mortalmente y curada, el Falso Profeta con cuernos a modo de cordero y
voz de dragón, y con poder de realizar grandes portentos... Las Cartas a las siete
Iglesias, quizá añadidas más tardíamente al Apocalipsis, advierten contra la infiltración
en ellas de falsos profetas que estudian las profundidades de Satanás (2, 24). Este detalle
establece un puente entre el Anticristo del Apocalipsis y el de las Epístolas johánicas,
las cuales traslucirían el final de una evolución en san Juan hacia una conciencia más
aguda o más amplia de ese enigmático personaje.
Tocante al vocabulario cabe resaltar la importancia en ambos y en las Epístolas de

significativa en Ap, y de los verbos φ εω, amar íntimamente, y , guardar (la
los términos testimonio, con su derivados, y señal, milagro significativo en Jn, aparición

palabra o los mandamientos), por ejemplo. Es de notar parecida cita de Zacarías:


“mirarán al que traspasaron” (12, 10ss) en Jn 19, 37 y Ap 1, 7, y estas muy similares
construcciones: «El que tenga sed que venga a mí, y que beba el que cree en mí, como
dice la Escrituraμ ‘De su seno manarán ríos de agua viva’» (Jn 7, 37) y «El que tenga
sed que venga, y el que lo desee tome agua de vida gratis» Ap 22, 17; «Veréis el cielo
abierto...» (Jn 1, 50) y «Vi el cielo abierto...» (Ap 19, 11).
Se ha aducido en contra la diferente utilización de algunas palabras en el Evangelio
y las Epístolas, por un lado, y en el Apocalipsis, por otro; verbigracia el término mundo:
la humanidad en el Evangelio y las Epístolas, la creación en el Apocalipsis. La
humanidad es habitualmente representada en el Apocalipsis por la palabra tierra (u
ο ου ε ημ la tierra habitada), ahora que el Evangelio conoce este mismo uso en el
sentido de la humanidad y el de la palabra mundo con el sentido de la creaciónμ “Yo te
he glorificado sobre la tierra... y ahora glorifícame tú con la gloria que yo tenía junto a
ti antes de que el mundo existiese” (Jn 1ι, 4. 5).
Se ha aducido también el término pueblo: los judíos en particular, para el
Evangelio. Ahora bien, la palabra pueblo tiene normalmente en el Apocalipsis un uso
universal, que incluye al pueblo judío, pero en 18, 4 (“Salid de ella, pueblo mío”) y 21,
3 (“Ellos serán su pueblo”) designa al Pueblo de Dios.
Nótese asimismo los siguientes paralelismos: 1 Jn 4, 2 (“Todo espíritu que confiesa
a Jesucristo venido en carne mortal es de Dios), Ap 1λ, 10 (“El espíritu de profecía es el
testimonio de Jesús”)ν Ap 3, 20 (“Si uno oyere mi voz y abriere la puerta, yo entraré en
él y cenaré con él y él conmigo”), Jn 10, 3. 27 (“A éste le abre el portero... Mis ovejas
oyen mi voz”ν cf. 1κ, 3ιμ“Todo el que es de la verdad oye mi voz”) y 14, 23 (“Si alguno
me amare, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, vendremos a él y pondremos en él
nuestra morada”); 1 Jn 1, 2 (“Lo que hemos oído, lo que hemos visto... del Verbo de
Vida, pues la Vida se manifestó y la hemos visto y damos testimonio... os lo anunciamos
también a vosotros”) y Ap 1, 1.2 (“Revelación de Jesucristo, que Dios le confió para
manifestar a sus siervos lo que ha de sobrevenir en breve y le significó... a su siervo
Juan, el cual testificó la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo, cuanto vio”; cf.
22, κμ “Yo, Juan, vi y oí esto”); Jn 3, κ (“El viento sopla donde quiere y oyes su voz...
así es todo el que ha nacido del Espíritu) y el final de las cartas a las siete Iglesias en Ap
(“El que tenga oídos oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias”); Jn 16, 16 (“Dentro de
un poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver”) y Ap 6, 12 (“Se les
dijo que esperasen todavía un poco”)ν Jn 2, 25 (“Jesús... conocía lo que había en el
hombre”) y Ap 2, 23 (“Y conocerán que yo soy el que escudriño los riñones y los
corazones”); Jn 1, 35-39 (seguimiento del Cordero) y Ap 14, 4 (“Éstos son los que
siguen al Cordero dondequiera que vaya”)1.
1
Nótese asimismo el paralelismo entre la presentación del Cordero por Juan el Bautista al principio del
Evangelio y por uno de los Ancianos al principio del Apocalipsis. En ambos libros, además, el Cordero
aparece tras un exordio: el Prólogo en el Evangelio, las Cartas a las siete Iglesias en el Apocalipsis.

9
He aquí algunos paralelismos casi literales: Jn 6, 35 (“El que viene a mí no
padecerá hambre, y el que cree en mí no padecerá sed jamás”) y Ap ι, 16 (“No tendrán
ya más hambre ni más sed”)ν Jn 1λ, 30 (“Consumado está”) y Ap 16, 1ιν 21, 6 (“Hecho
está”)1ν Jn 14, 1λ (“Yo vivo y vosotros viviréis”) y Ap 1, 1κ (“Ahora estoy vivo”; cf. 20,
4μ “Vivieron y reinaron con Cristo”). Según 1 Jn 5, 19 el mundo entero yace en poder
del Maligno; en Ap 13, 12 el falso profeta hace que la tierra y sus habitantes adoren a la
primera Bestia.
Pese a hacerlo de manera diferente, el cuarto Evangelio (Yo soy) y el Apocalipsis
(El que es) son los únicos libros del N T que se refieren textual y repetidamente a la
Revelación del nombre inefable en Ex 3, 14μ “Yo soy el que es”, según la traducción de
los Setenta. Por añadidura, la triple definición del Apocalipsis acerca de Dios o de
Cristo (1, 4, etc.) con su característico recurso al pasado, al presente y al futuro: “El que
es, el que era y el que viene”, tiene un sugestivo reflejo en el Prólogo del Evangelio en
boca de Juan el Bautista: “El que viene después de mí ha sido antepuesto a mí, porque
era antes que yo” (Jn 1, 15). Nótese la antítesis de esta definición para la Bestia: “que
era y no es, que ha de subir del abismo y va a la perdición”, Ap 17, 8, y en los siete
reyes: “cinco cayeron, uno existe y otro no ha venido aún”, Ap 17, 10.
Jn 12, 41 apostillaμ “Esto dijo Isaías porque vio su gloria”, apuntando a la visión de
Is 6, que es desarrollada por los capítulos 4 y 5 del Apocalipsis. El vocablo siervo,
abundante en el Apocalipsis para designar a los fieles, tiene cierta acogida en el
Evangelio. (13, 16; 15, 20), pero es dejado atrás por la amistad con Jesús (15, 15). Hay
cierto hincapié en la comunicación de secretos en el Evangelioμ “Os he dado a conocer
todo lo que he oído a mi Padre” (ib.) y en el Apocalipsis: maná, nombres (2, 17; 14, 12),
anuncios (10, 4), cantos (14, 3)2.
Tanto las cartas a las siete Iglesias en el Apocalipsis como la primera Epístola
insisten sobre la puesta en práctica de la caridad por las obras para probar su
autenticidad. En los tres primeros capítulos de Ap tenemos una insistencia en el tema
del amor, tanto de Cristo como de los hermanos, paralela al discurso de la Cena y a las
Epístolas johánicasμ “Él nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados” (1,
6)ν “Tengo contra ti que has abandonado tu primer amor” (2, 4)ν “Y sabrán que yo te he
amado” (3, 9); “Yo a los que amo los corrijo” (3, 1λ).
Compárese la acusación de ufanía y de ceguera a la Iglesia de Sardes en Ap 3, 17
con la acusación a los fariseos en Jn 9, 39-41 de pretender ver cuando en realidad están
ciegos. Cotejar asimismo el derrumbamiento de Juan en Ap 1, 17 ante la visión
majestuosa de Jesús, de cuya boca sale una espada de doble filo, su palabra penetrante,
y el de los soldados que vienen a aprehenderlo en Jn 18, 6, al oír su voz majestuosa, si
bien las intenciones de uno y de otros difieren totalmente.
Otros rasgos comunes al Evangelio (o a las Epístolas) y al Apocalipsis son la
construcción en torno al simbolismo numérico, sobre todo al número 7, la ocasional
explicación de algunos símbolos (Jn 2, 21. 22; 7, 39; Ap 1, 28; 4, 5; 19, 8...), la
proximidad del retorno de Cristo (1 Jn 1κμ “Es la última hora”ν Ap 1, 3μ “El tiempo está
cerca”), la tribulación de los discípulos (Jn 16, 33; Ap 1, 9; 7, 14), la victoria de Cristo y
de los fieles (Jn 16, 33; 1 Jn 4, 4; 5, 4. 5; Ap 3, 21; 5, 5; 6, 2; 12, 11; 17, 14) y la
expulsión (Jn 12, 31) o el derribamiento (Ap 12, 9. 10; 20, 3) del demonio.
En el área moral destaca el cultivo de la santificación a causa de la esperanza (1 Jn
3, 3μ “Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo”; Ap 22, 11. 12:

1
Es muy significativo que en Ap 16, 17 estas palabras sean seguidas por catástrofes (tormentas,
terremotos, rajadura de la ciudad) que recuerdan la muerte de Jesús en la cruz (oscuridad, terremotos,
rajadura de las tumbas y del velo del Templo).
2
Cf. Mt 13, 44 (el tesoro escondido). Pero el hincapié es sobre el desprendimiento, no la participación.

10
“Que el santo siga santificándose: he aquí que vengo pronto”), la perfección ideal de los
creyentes (1 Jn 3, 9μ “Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado”ν Ap 14, 5μ “No
tienen tacha”), el obrar la justicia (Ap 22, 10; 1 Jn 2, 29; 3, 7. 10), el aborrecimiento a la
mentira (Jn 8, 44; 1 Jn 1, 6. 10; 2, 4. 21. 28; 4, 6. 20; 5, 10; Ap 2, 2; 14, 5; 21, 8. 26; 22,
15) y la censura de la cobardía (Jn 14, 27; Ap 21, 8).
Nótese además la semejanza entre el saludo del Apocalipsis (Ap 1, 4; cf. 22, 21),
deseando gracia y paz, y el de 2 Jn 3, deseando gracia, misericordia y paz. Cotéjese Jn
14, 23, en que Cristo promete el Espíritu Santo para recordarnos sus palabras, con Ap 2,
5 y especialmente 3, 3μ “Recuerda cómo aprendiste y oíste”, exhortación que Jesús
adjudica también al Espíritu Santoμ “El que tenga oídos oiga lo que el Espíritu dice a las
Iglesias”; cf. 1 Jn 2, 24μ “Lo que oísteis desde el principio permanezca en vosotros”.
Las abundantes referencias a la Hora en el Evangelio y en las Cartas tienen cierta
repercusión en el Apocalipsis, aunque éste privilegie el término Tiempo1: Ap 3, 10 (la
hora de la prueba); 9, 13; 14, 7 (la hora del juicio). En Jn 20, 17 Cristo dice a María
Magdalenaμ “Ve y dile a mis hermanos: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y
vuestro Dios”. Que yo sepa la expresión en itálica en boca de Jesús sólo encuentra
equivalencia en varios puntos de las cartas a las siete Iglesias en el Apocalipsis (3, 2.
12). Lo más cercano en los sinópticos sería la cita del salmo 21μ “Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado” por Jesús en la cruz (Mc 15, 34).
Finalmente están Jn 6, 5ιμ “Así como me envió el Padre que vive” y Ap 4, λ. 10μ
“Adoran al que vive por los siglos”. Cotéjese igualmente Jn 6, 2ιμ “Éste es a quien el
Padre Dios ha marcado con su sello” con Ap ι, 2-4 (los marcados con el sello del Dios
vivo); Jn 12, 12 con Ap 7, 9-102; Jn 16, 20μ “Lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se
alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se tornará en gozo” y Ap ι, 1ι; 21, 4:
“Dios enjugará toda lágrima de sus ojos”ν Jn 12, 25μ “El que odia su vida en este mundo
la conservará para la vida eterna” y Ap 12, 11μ “Despreciaron su vida ante la muerte”.
El gesto del agua y la sangre que manan del costado de Cristo crucificado, sólo
mencionado por Jn 19, 34 y 1 Jn 5, 6-8, parece estar plásticamente reflejado en el mar
de cristal mezclado con fuego de Ap 15, 2, que alude claramente al paso del Mar Rojo3.
Si hay algo que caracterice los escritos de san Juan es la intimidad o la exclusividad
de conocimiento entre las personas divinas y entre éstas y los fieles4: “Es mi Padre
quien me glorifica, de quien vosotros decísμ ‘Él es nuestro Dios’, y sin embargo no le
conocéis; yo sí que lo conozco” (Jn 8, 54. 55); “El Espíritu de la verdad, a quien el
mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce, pero vosotros sí lo conocéis” (Jn
14, 17); “No han conocido ni al Padre ni a mí” (Jn 16, 3)ν “He manifestado tu nombre a
los hombres que tú me has dado del mundo” (1ι, 6)ν “Yo les he dado a conocer tu
nombre y se lo seguiré dando a conocer” (1ι, 26)ν 1 Jn 3, 1μ “El mundo no nos conoce
porque no lo conoció a él”; Ap 2, 1ιμ “Un nombre que sólo conoce el que lo recibe”, 2,
ιμ “Grabaré en él el nombre de mi Dios”, 1λ, 12μ “Lleva escrito un nombre que sólo él
conoce” y 22, 4μ “Llevarán su nombre escrito en la frente”.
Distinguimos en Jn y Ap la referencia al nombre como conocimiento. En la
Epístolas el nombre está en relación con la fe: “Por su nombre os han sido perdonados
1
El término Tiempo es también usado en Jn 7, 6 con un significado próximo al de Hora.
2
Es interesante que en la entrada de Jesús a Jerusalén sólo el Evangelio de San Juan precise que el pueblo
lo reciba con palmas y que en el Apocalipsis los bienaventurados lo aclamen con palmas en la mano.
3
No incluimos en el cuerpo de este estudio el paralelismo entre Ap 16, 3 (el ángel de las aguas) y Jn 5, 4
(el ángel que agita el agua en la piscina de Betesda) por ser este último texto inseguro. Por más que Jn 5,
4 no aparezca en varios manuscritos y comentadores antiguos, la escena en la piscina carecería, al
parecer, de trasfondo sin él.
4
El Comma johánico al que aludiremos infra es generalmente considerado como un rasgo típicamente
johánico dentro de los sinópticos.

11
los pecados” (1 Jn 2, 12)ν “Éste es su mandamientoμ que creamos en el nombre de Jesús
y que nos amemos los unos a los otros” (1 Jn 3, 23; cf. 5, 15); “Es por el nombre que
éstos se han puesto en camino” (3 Jn 7). Confróntese igualmente 1 Jn 5, 20: “El Hijo de
Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para conocer al Verdadero” con Ap 13, 1ιμ
“¡Aquí está la sabiduría! El que tenga inteligencia descifre el número de la Bestia”; cf.
17, 9. Nótese que en la Epístola la sabiduría es para reconocer al Verdadero, mientras
que en el Apocalipsis es para reconocer a su antítesis.
En contraposición a estas similitudes, se ha hecho notar la ausencia en el
Apocalipsis de términos claves del Evangelio y de las Epístolas, tales Creer y Verdad,
bien que estén presentes sus relacionados Fe, Fiel, Verdadero. Sin embargo, otros
términos claves del Evangelio y del Apocalipsis, tales Juicio y Gloria, están
completamente ausentes, aun en sus derivados, de las menos discutidas Epístolas. Pese a
considerables divergencias, que se pueden explicar por la diferente naturaleza o
perspectiva, salvífica, eclesial o escatológica, de cada libro, es preciso reconocer que el
cuarto Evangelio, las Epístolas y el Apocalipsis comparten rasgos ausentes o poco
presentes en otros escritos del NT, así como la relevancia que dan a ciertos temas y
términos, frente a otros libros del mismo.
Otra significativa ausencia sería la del verbo permanecer (gr. menein), frecuente en
el Evangelio y en la I y II Epístolas. Está ausente de la III Epístola y del Apocalipsis,
aunque en éste se encuentra similar concepto en el c. 3, v. 12μ “Al que venciere yo le
haré columna en el Templo de mi Dios, de donde no saldrá jamás”; cf. Jn 8, 35: “El
esclavo no permanece siempre en casa, el hijo sí que permanece siempre”. Sin embargo
notamos de nuevo en este versículo del Apocalipsis esa casi constante proyección
escatológica de conceptos que en el Evangelio se aplican a una vivencia interior y actual
merced a la gracia o al Espíritu Santo. Una excepción que vincula estrechamente el
Apocalipsis al Evangelio es Ap 3, 20μ “Si alguien escucha mi voz y me abre la puerta,
yo entraré en él”.
Por lo que se refiere al orden de elaboración de los diferentes escritos johánicos, se
ha hecho notar que la escatología de las Epístolas está más cercana a la del Apocalipsis:
“El tiempo esta próximo” en éste, “Ésta es la última hora” en aquéllasν cf. el Anticristo
en las Epístolas, la Bestia en el Apocalipsis, los falsos profetas en éste y en aquéllas. De
ello se infiere este orden de elaboración: Apocalipsis, Epístolas, Evangelio. El
Evangelio, escrito probablemente por san Juan poco antes de su muerte, reflejaría
preponderantemente su esperanza de un próximo reencuentro personal con el Maestro
amado (“Una vez que os haya preparado un lugar volveré a recogeros”, Jn 14, 3).
Se podría objetar que el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles, siendo del mismo
autor, san Lucas, no presentan tantos contrastes aparentes como el cuarto Evangelio y el
Apocalipsis. Ahora bien, los Hechos son la continuidad natural del Evangelio: la vida de
la Iglesia conducida por el Espíritu de Cristo glorificado, en tanto que el Evangelio y el
Apocalipsis difieren grandemente en género: uno biográfico y otro profético, y en
tiempo: lo que ya fue y lo que está por venir. Con todo, existe un paralelismo con la
obra de san Lucas: un mismo evangelista narra la vida de Jesús y los comienzos de la
vida de la Iglesia, los hechos de Cristo y los últimos acontecimientos en el devenir de la
Iglesia que preparan su retorno. Al prometer el Paráclito, Jesús anunciaμ “Os conducirá
a la verdad completa y os dirá las cosas que están por suceder” (Jn 16, 14); cf. Ap. 1, 1:
“Revelación de Jesucristo… para manifestar lo que ha de suceder pronto”.
Se podría objetar igualmente que la Iglesia se ha abierto últimamente a reconsiderar
la atribución tradicional de ciertos libros inspirados, como en el caso de la Epístola a los
Hebreos, tradicionalmente adscrita a san Pablo. Esta atribución, empero, nunca fue muy
segura en los primeros siglos de la Iglesia, como evidencia Orígenes, y sólo cristalizó en

12
la Edad Media, mientras que hasta san Dionisio de Alejandría la identificación del autor
del cuarto Evangelio con el del Apocalipsis nunca fue impugnada, y es evidente que san
Dionisio lo hizo en reacción contra los milenaristas, que aducían la identidad entre el
Juan del Apocalipsis con el Apóstol san Juan en apoyo a sus doctrinas.
Por otro lado la Epístola a los Hebreos y las epístolas genuinas de san Pablo, pese a
compartir varios aspectos, difieren grandemente en estilo y en construcción, mientras
que lo mismo el cuarto Evangelio que el Apocalipsis presentan una estructura profunda-
mente ordenada y están construidos sobre un simbolismo numérico. Las diferencias
estilísticas se podrían explicar en gran parte por la diferencia de género, en tanto que la
Epístola a los Hebreos y el Corpus Paulinus pertenecen al mismo género epistolar.
Sin embargo, la crítica contemporánea ha introducido nuevos argumentos en contra
de la identidad entre sus autores, que cumple deliberar: el principal de ellos es que el
cuarto Evangelio es el libro del Nuevo Testamento más ajeno al judaísmo, mientras que
el Apocalipsis es el más cercano a él. En realidad este argumento está casi exclusiva-
mente basado en la prohibición de comer alimentos inmolados a los ídolos a lo largo de
las cartas a las siete Iglesias, en conformidad con los decretos del Concilio de Jerusalén
en Hechos, que san Pablo interpreta muy liberalmente en I Corintios 8.
Ahora bien, esta objeción tiene el defecto principal de interpretar fuera de contexto
ese punto del Apocalipsis: “Tengo contra ti que dejas hacer a tu mujer Jezabel, la que se
dice profetisa, y enseña y seduce a mis siervos, haciéndoles fornicar y comer lo
inmolado a los ídolos…” (2, 20). Los nicolaítas (Ap 2, 6. 15) enseñaban una doctrina
sincretista. Vemos en 1 Jn, 5, 21 similar prevención contra toda posible contaminación
del culto idolátrico. Por otro lado, que el Apocalipsis esté muy fuera del radio del
judaísmo queda manifiesto por lo que se dice en 3, λμ “He aquí que te entrego parte de
la sinagoga de Satanás, de los que dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten”, que
recuerda Jn 8, 39. 44μ “Si hijos fuerais de Abrahán haríais las obras de Abrahán…
Vosotros tenéis por padre al diablo”.
La misteriosa frase final del cuarto Evangelio sobre el discípulo amadoμ “Si yo
quiero que éste permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti quéς”, podría referirse a las
revelaciones sobre el retorno del Maestro que estaba destinado a recibir. De hecho, en el
Evangelio, el discípulo amado es el depositario de los más íntimos secretos del corazón
de Cristo (identidad del traidor, la lanzada…) y el oyente perspicaz de las más
profundas enseñanzas de su maestro, lo que lo hace el receptor idóneo de las
revelaciones sobre el fin de los tiempos. Tanto el autor del cuarto Evangelio como el del
Apocalipsis son grandes contemplativos, marcados por la experiencia de la
Transfiguración y de la Cruzμ “Hemos contemplado su gloria, gloria de Hijo único
procedente del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn, 1, 14). Adviértase la semejanza
de Mt 1ι, 2μ “Y su faz comenzó a resplandecer como el sol”, con Ap 1, 16μ “Y su
semblante era como el sol cuando reluce con toda su fuerza”. Este detalle insinúa que el
Juan autor del Apocalipsis es el mismo que el Apóstol Juan, testigo de la
Transfiguración.
En cuanto a la identidad del discípulo amado, difícilmente podría tratarse de otro
que Juan, hijo de Zebedeo. Sería totalmente extraño que el discípulo más cercano a
Jesús fuese otro que uno de los tres discípulos íntimos de Jesús en los sinópticos (Pedro,
Juan y Santiago), los únicos que admite como testigos a la resurrección de la hija de
Jairo, a la Transfiguración y a su Agonía en Getsemaní. Por otro lado, el discípulo
amado está íntimamente asociado a Pedro a partir de la Última Cena, como Juan a Pedro
en Lucas 22, 7: «Y llegó el día de los Ázimos, en que debía sacrificarse la Pascua: y
envió a Pedro y Juan, diciéndoles: “Id a prepararnos la Pascua, para que la comamos”»
y en los Hechos.

13
Una corriente exegética moderna, nacida del tradicionalismo romántico, general-
mente superado, menos en círculos de influencia política socialista, sostiene que el
cuarto Evangelio es obra de una comunidad johánica. Su fundamento reside en el plural
que usa el Evangelio en algunas de sus partes: Hemos contemplado su gloria… Éste es
el discípulo que da testimonio de estas cosas y el que las escribió, y sabemos que su
testimonio es verídico. En el primer caso el plural indica antes que nada el testimonio
apostólico, como en la primera Epístola, aunque sin excluir a todo fiel. En el segundo
caso se designa explícitamente al discípulo amado como el autor personal del
Evangelio, pero se refleja al mismo tiempo la existencia, detrás del evangelista, de una
comunidad que confirma su testimonio; cf. 3Jn, 12.
De ello se deduce que el Evangelio es una obra personal y comunitaria a la vez, en
el sentido de haber sido predicado y vivido antes que ser escrito en una comunidad
presidida e instruida por el discípulo amado y unificada por el Espíritu en torno al
mandamiento de amor de Cristo, y de haber sido redactado en el seno de esa comunidad
viva, que lo reconoce como auténtico. En las Epístolas queda patente la paternidad de su
autor sobre aquellos a los que se dirige al llamarlos repetida-mente hijos o hijitos. Así
pues, la comunidad johánica es una comunidad familiar, vertical y horizontal a un
tiempo, compuesta por hermanos, pero con un padre espiritual al frente. Esta comunidad
no existía aún en el momento de componer el Apocalipsisμ “Yo, Juan, vuestro hermano
y compañero en la tribulación” (Ap 1, λ).
El autor del cuarto Evangelio manifiesta un conocimiento muy preciso de la
geografía, de la arquitectura y de las costumbres en Palestina en tiempos de Jesús, antes
de la destrucción del Templo. Su orden histórico parece más verosímil que el de los
sinópticos; ej: numerosas visitas a Jerusalén por Jesús durante su vida apostólica, frente
a los sinópticos, que concentran la predicación de Jesús en Jerusalén al final de su vida
apostólica. Todo ello hace inverosímil la opinión de que el autor del Evangelio sea muy
posterior a los hechos o de que solamente refleje una tradición johánica.
También el hecho de que el lenguaje del cuarto Evangelio difiera notablemente del
lenguaje sinóptico ha dado pie a la opinión de que Juan, o quienquiera que escribiera
este Evangelio, arregló los discursos de Jesús conforme a su evolución teológica
personal. Contra esto se ha aducido siempre este pasaje en los sinópticos, llamado
Comma Johánico, muy próximo al cuarto Evangelioμ “Todo me ha sido entregado por
mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce cabalmente al Padre
sino el Hijo y aquel a quien él quiera revelárselo” (Mt 11, 27; Lc 10, 22). Pero, sobre
todo, el descubrimiento de los manuscritos del Mar Muerto, pertenecientes a la secta
mística de los esenios, contemporáneos de san Juan Bautista y de Jesús, ha puesto de
manifiesto muchas semejanzas de lenguaje entre estos escritos y el cuarto Evangelio.
Juan era discípulo de Juan el Bautista, quien ofrece varios rasgos de haber estado en
contacto con los esenios. El pasaje antes aducido de los sinópticos evidencia que Jesús
se expresaba a veces de manera más extática. Ni Mateo ni Marcos ni Lucas, en contraste
con Juan, fueron discípulos de Juan el Bautista, por lo que fueron menos sensibles a los
discursos místicos de Jesús. Por lo tanto, el lenguaje del cuarto Evangelio no refleja una
evolución teológica posterior sino una corriente mística contemporánea del mismo
Jesús.


El Canon Muratori, como vimos, narra la intervención del Apóstol Andrés a la hora de impulsar a Juan a
transcribir sus recuerdos. Si esto es cierto, es muy posible que en el “nosotros sabemos que su testimonio
es verdadero” se exprese Andrés como cabeza de los testigos johánicos. Sin embargo, como la tradición
hace de Juan el último en morir de los Apóstoles, surge la duda de que Andrés viviera aún en tan tardía
fecha.

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Al lado de esta corriente mística, la apocalíptica tenía también gran fuerza entre los
esenios, los cuales esperaban como inminentes la aparición del Mesías y la renovación
escatológica de Jerusalén y de toda la creación. Justamente algunos textos literarios
esenios muestran ciertos temas paralelos con otros del Apocalipsis, como la Mujer del c.
XII. Todo ello hace muy plausible la identificación del autor del cuarto Evangelio con el
del Apocalipsis. Nótese que, según Marcos 13, 3, Juan estaba entre los que preguntaron
a Jesús sobre el tiempo de la destrucción del Templo y de la Parusía (los otros fueron
Pedro, Andrés y Santiago). Los tres Evangelios sinópticos contienen una profecía
apocalíptica de Jesús; el autor del cuarto Evangelio la suprime precisamente para
dedicarle todo un libro aparte1.
De hecho hay muchas descripciones comunes en el Apocalipsis sinóptico y en el de
Juan: guerras, batallas, enfrentamientos, hambrunas, pestilencias, terremotos, angustias,
terror de las gentes, falsos mesías y profetas que realizan grandes señales y portentos,
pisoteo de Jerusalén, huida a los montes, fenómenos aterradores, grandes señales en los
cielos, entenebrecimiento del sol y de la luna, desplome de estrellas, tambaleo de las
potencias celestiales, ángeles con trompetas (Mt 24, 31), lamento de los pueblos a la
Parusía (Mt 24, 30; Ap 1, 7), advenimiento de Cristo entre la nubes... Cotéjese Ap 6, 13
(“Y las estrellas del cielo cayeron en la tierra como la higuera deja caer sus brevas
sacudidas por un fuerte viento”) con Lc 21, 2λ (“Ved la higuera y los demás árbolesμ
cuando echan brotes, sabed que ya está cerca el verano”).
En opinión de algunos exegetas, el autor del cuarto Evangelio, tal vez el anciano
Juan, fue un discípulo del autor del Apocalipsis, quien sería el Apóstol Juan, y eso daría
razón tanto de las similitudes como de las divergencias entre ambos escritos. Ello sería
la inversión misma del supuesto de san Dionisio y de Eusebio y una descarada
refutación de la afirmación específica hecha por el autor del Evangelio: que es el
discípulo a quien Jesús amaba; hace además del Teólogo discípulo del Profeta, cuando
resulta evidente que la especulación teológica en el Evangelio está más desarrollada que
en el Apocalipsis. Sería más exacto suponer una honda evolución en el ánimo de san
Juan a partir de su estancia en Éfeso: el vidente de Patmos es aún el dinámico hijo del
trueno (Mc 3, 17); el autor del Evangelio y de las Epístolas es ya el Anciano (2 y 3 Jn)
que se dirige a sus hijitos (1 Jn 5, 21).
La simple diferencia de género no daría cuenta de todas las discrepancias de
expresión y de contenido entre el Evangelio, las Epístolas y el Apocalipsis2. La estancia
en Éfeso pudo haberle brindado a Juan la oportunidad de entrar en un contacto más
estrecho con la filosofía griega y de volverse así más especulativo3, de refinar su
conocimiento del griego y de formar una comunidad de luz, de vida y de amor, al
interior de la cual compondría sus postrimeros escritos: las Epístolas, en las cuales el
1
Alguien podría pretextar que el autor del cuarto Evangelio sencillamente aprobara el Apocalipsis de otro
autor, pero resultaría chocante en ese caso que no especificase tal cosa.
2
El Apocalipsis es un libro plagado de citas o de referencias al AT para demostrar que Jesús cumple las
sagradas profecías. El Evangelio, pese a contener abundantes referencias al AT, es ante todo una
enseñanza original de Jesús. En las Epístolas las citas escriturarias son mínimas.
3
Juan pudo haber conocido y utilizado en Éfeso a Heráclito y Filón para su concepción del Verbo en el
Prólogo de su Evangelio, a Platón y Aristóteles para su concepción del amor y de la amistad en el
discurso de la Última Cena. El caso es que la visión sobre la cultura griega parece muy diferente en el
Apocalipsis por una parte, el cual presenta al filósofo pagano como “el falso profeta”, y en el cuarto
Evangelio por otra, el cual dice que todo hombre es iluminado por el Verbo (c. 1, v. 9). La concepción del
Verbo en Ap 19, 11-16 parece más cercana a la Palabra personificada en Sb 18, 14-16. Nótese en ambos
textos la comparación con una espada hiriente. La espada de doble filo que sale de la boca de Cristo en
Ap 1, 16 y 19, 15 podría aludir a un doble sentido en las Escrituras: literal y místico u oculto; cf. el rollo
escrito por dentro y por fuera en Ap 5, 1. Ello no sería nada extraño para un libro tan eminentemente
simbólico y cargado de secretos cual es el Apocalipsis.

15
sujeto personal alterna con el plural, y el Evangelio, en que el sujeto plural alterna con
la tercera persona: el que lo vio da testimonio (19, 15).
En caso de que no se acepte la identidad entre los autores del cuarto Evangelio y del
Apocalipsis, cabría comoquiera reconocer que el autor del cuarto Evangelio ha conocido
el Apocalipsis y ha utilizado numerosos temas suyos. Cómo habría llegado a conocerlo
y por qué se habría servido en su Evangelio de un libro de género tan diferente plantea
quizá más dificultades que el aceptar la identidad entre ambos autores. Por ejemplo el
hecho de que ciertas expresiones muy similares de ambos libros sean puestas en el
Evangelio en boca de Jesús; así: Jn 7, 37: «El que tenga sed que venga a mí, y que beba
el que cree en mí, como dice la Escrituraμ ‘De su seno manarán ríos de agua viva’» y Ap
22, 17: «El que tenga sed que venga, y el que lo desee tome agua de vida gratis»; Jn 6,
35: «El que viene a mí no padecerá hambre, y el que cree en mí no padecerá sed jamás»
y Ap 7, 16: «No tendrán ya más hambre ni más sed».
Considerando que el cuarto Evangelio es posterior al Apocalipsis no parece normal
que su autor ponga expresiones de éste último en boca de Jesús. Lo más normal sería
que el autor del Apocalipsis se hubiese servido de expresiones de Jesús que él
recordaba, lo cual nos orienta de nuevo a la identidad entre los autores del Apocalipsis y
del cuarto Evangelio1. Otra dificultad consistiría en dar cuenta satisfactoriamente de los
trascendentes temas comunes del Cordero en el Apocalipsis y el cuarto Evangelio, pese
a insignificante diferencia léxica, y del Verbo en los mismos más la 1ª Epístola. El
padre Marie Dominique Philippe decía que esto último es como la firma común a los
tres libros, lo cual suena muy razonable.
Ello no significa minimizar las diferencias reales entre ambos escritos o grupos,
visto que el consenso en torno a la identidad entre los autores del cuarto Evangelio y de
las tres Epístolas es mucho mayor. No todos los paralelismos aquí establecidos entre los
escritos atribuidos a san Juan tienen igual exactitud y algunos pueden ser discutibles o
no probar nada en sí mismos, así como pueden encontrarse también en otros libros del
NT, pero hay otros irrebatibles o muy difíciles de explicar de no reconocerse un mismo
autor.
Añadamos que el debate sobre la identidad de autor para los escritos atribuidos a
san Juan no se limita a ellos. Tan acalorada como nuestra cuestión es la de la
autenticidad de otros escritos neotestamentarios, cuales la Epístola a los Efesios y las
Epístolas pastorales de San Pablo, la segunda Epístola de San Pedro… Pero en estos
casos el debate es más sobre su autenticidad, mientras que para los escritos johánicos es
más sobre la unidad y la identidad de su autor, ya que el mero texto no provee suficiente
claridad sobre él.

1
Evidentemente se podría reponer que el autor del cuarto Evangelio pudo haber arreglado los discursos
de Jesús y haberle atribuido dichos que él inventó o leyó en otras fuentes, el Apocalipsis entre ellas, pero
tal cosa estaría en flagrante contraposición con el testimonio de Jn 19, 35 y 21, 24. Ningún evangelista, es
cierto, pretende reproducir con absoluta exactitud las palabras del Divino Salvador y cada cual deja su
impronta personal en la transcripción, pero ello no es contrario a su veracidad de fondo. Además en
ciertas partes del cuarto Evangelio no tenemos seguridad absoluta de que san Juan esté transcribiendo
palabras de Jesús (y del Bautista) o haciendo un comentario personal sobre ellas, por ejemplo en Jn 3, 19-
21 y 31-35.

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Conclusión

Mientras que el autor del Apocalipsis se nombra a sí mismo como Juan, sin más
especificaciones, el del Evangelio se introduce simplemente como el discípulo amado.
El de la primera Epístola no se designa en absoluto y usa alternativamente el plural y el
singular al dirigirse a sus destinatarios. En el autor de la segunda y tercera Epístolas
vislumbramos una manifiesta voluntad de anonimato, ocultándose a sí mismo bajo la
designación del anciano y evitando identificar las Iglesias particulares a las que se
dirige, cada una alegóricamente designada como Señora elegida (cf. 1P 5, 13μ “Os
saluda la Iglesia de Babilonia, elegida al igual que vosotros”). Los fieles de una y otra
son sus respectivos hijos, si bien el anciano los designa también como hijos suyos1;
entre ellas son hermanas.
Por más que esta alegorización de las Iglesias particulares como Señoras no tenga
exacta contrapartida en el Apocalipsis, evidencia al menos la utilización por otro
documento johánico del estilo alegórico predominante en aquél, que utiliza de manera
clave la alegoría de la Mujer en el capítulo 12 (cf. v. 17: “el resto de su descendencia”),
con innegable significación eclesial, y la alegoría contrapuesta de Jezabel y sus hijos
(una falsa profetisa y sus secuaces) en Ap 2, 20-23. Hay que reconocer, empero, que
existe en el autor de estos tres grupos de escritos una notoria intención de no dar
referencia alguna explícita de las demás en cada una de sus obras (salvo el vago 3Jn 9),
contrariamente, sólo un ejemplo, a san Lucas en Hechos 1, 1. Únicamente Apocalipsis
10 y 14, 6. 7 se refieren a un librito y a un Evangelio eterno, pero ver en ellos la primera
Epístola y el cuarto Evangelio, por un decir, sería tan sólo una seductora conjetura.
La hipótesis moderna de que Juan el anciano, y no el Apóstol, fuese el autor del
Evangelio y tal vez de las cartas, invoca que Papías nunca menciona al Apóstol como el
autor del Evangelio y en cambio le atribuye el Apocalipsis. Ahora que también le
atribuye la 1ª Epístola, lo que resta argumentos a esta hipótesis. Es más probable que el
hecho de que el Evangelio hubiese sido escrito por el Apóstol muy tardíamente, según
la antigua Tradición, hiciese que su divulgación hubiese sido lenta y que, por lo tanto,
algunos escritores de la generación inmediatamente posterior a la apostólica tal vez no
lo conociesen aún. Es sintomático que ninguno de los comentadores de Papías le
atribuya referencia alguna a que Juan el presbítero sea el autor de algún escrito, sólo el
transmisor de algunas tradiciones orales que remontarían a los Apóstoles. La posteridad
ha fantaseado o hipotetizado más allá, así pues, al atribuirle el Apocalipsis, la 2ª y 3ª
Epístolas (Dionisio de Alejandría y Eusebio) y el cuarto Evangelio (exégetas
modernos). Lo más plausible es que, en conformidad con la Tradición y con elementos
internos, en todos estos casos su autor sea el mismo personaje2, que con el tiempo ha ido
profundizando su comprensión del divino Maestro y encubriéndose bajo la comunidad
en la que finalmente se ha enraizado y a la que enseña, como ningún otro, a encarnar el
mandamiento postremo de Cristoμ “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

1
Esto distingue a las Epístolas del Apocalipsis, en el que Juan se califica a sí mismo de hermano.
Podemos argüir que hasta la instalación definitiva de san Juan en Éfeso no se ha creado aún la llamada
comunidad johánica.
2
En cuanto a la identidad de Juan el Presbítero, cabe preguntarse si la información de Papías, quien lo
distingue al parecer del Apóstol Juan, es fiable, teniendo en cuenta que todo parece apuntar a que a él
remonta la confusión en varios antiguos entre el Diácono Felipe y el Apóstol del mismo nombre. Supra
aventuramos que él considerase al “Anciano” de 2 y 3 Jn como otro Juan distinto del autor del Evangelio
y de 1 Jn. Esta suposición ha sido asumida por diversos autores tanto antigua como modernamente.

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