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Introducción al Nuevo Testamento
ríodo poco posterior al de su composición parecería probable, visto el
natural interés que sentirían las iglesias a las que se dirigen las siete cartas
por una obra que las menciona tan directamente. Aquellas posibles alu-
siones a la terminología del Apocalipsis que aparecen en Ignacio y en
Bernabé son demasiado tenues para ser admitidas como seguras. Papías es
probablemente el primer autor que hace uso del Apocalipsis. Si bien los
fragmentos de la Exposición de los Oráculos del Señor de este autor
preservados en Eusebio no mencionan tal uso, existe una alusión al hecho
de que aquel conocía y apreciaba el Apocalipsis en el comentario de
Andreas sobre el último libro de la Escritura (siglo VI). Un testimonio in-
dependiente del mismo período y región que el de Papías y que habla del
reconocimiento del libro como obra de Juan nos llega a través de Ireneo,
quien habla de la certificación del verdadero texto de Apocalipsis 13:18
por parte de hombres que vieron a Juan cara a cara.1
Justino, por su parte, habla claramente: "Cierto hombre de entre no-
sotros, cuyo nombre era Juan, uno de los apóstoles de Cristo, profetizó en
una revelación que le fue hecha, que aquellos que creyeran en nuestro
Cristo pasarían mil años en Jerusalén".2 Si se tiene en cuenta que Justino
enseñó en Efeso poco después de su conversión, allá por el año 130, este
testimonio gana en importancia.
La referencia más antigua al Apocalipsis como Escritura aparece en la
Carta de las iglesias de Lyons y Viena en Galia a las iglesias de la región del
Asia Menor. Allí se hace la afirmación de que el injusto odio demostrado en
la persecución que se desató contra los cristianos de dichas comunidades
era cumplimiento de la Escritura, tras lo cual viene la cita de Apocalipsis
22:II. 3
Ireneo es un testigo importante debido a su temprana residencia en
Asia y Roma antes de radicarse en Lyons como cabeza de esta última
iglesia. El acostumbraba citar frecuentemente al Apocalipsis, libro que
aceptaba como Escritura y como obra de Juan, el discípulo del Señor.
El Pastor de Hermas, escrito en Roma a mediados del segundo siglo,
revela un posible conocimiento del Apocalipsis. No sólo habla esta obra de
la gran tribulación en dos pasajes, en aparente referencia a Apocalipsis
7:14, sino que recurre a un lenguaje figurado similar.4
Pocas décadas después, el Canon de Muratori incluyó al Apocalipsis de
Juan, notando que si bien él lo escribió a siete iglesias, les habla a todas.
Tertuliano de África del Norte, corno Ireneo, tenía el hábito de citar al
Apocalipsis y de referirse a dicho escrito como obra del apóstol Juan.
Más o menos al mismo tiempo, a principios del tercer siglo, Hipólito
^Contra herejías, V. xxx. 1.
^Diálogo LXXXI.
WEM. i. 58.
4
Véase H. B. Swete, The Apocalypse of St. John, p. ex
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El Libro del Apocalipsis
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barrera del lenguaje y por su limitada relación con las zonas griegas y latinas
de la iglesia, pero también es posible que el contenido del Apocalipsis,
interpretado por ardientes quiliastas, les llegase a ofender.7
La inversión de este rumbo negativo en el oriente fue causada por
Ata-nasio, obispo de Alejandría por más de 40 años durante el siglo IV. Su
amplio conocimiento de la iglesia en general le dio noción de la alta estima
de que gozaba el Apocalipsis, en especial en el occidente, por lo que él lo
apoyó sin dudar, incluyéndolo en su lista (en el año 367), que es la primera
que muestra exactamente los libros que tiene el canon ratificado por el
Tercer Concilio de Cartago y mantenido a lo largo de los siglos
subsiguientes.
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Introducción al Nuevo Testamento
cuencias de eventos de este libro y son un rasgo importante del mismo. El
lector, por así decirlo, es llevado detrás de las bambalinas para ver algo
que le ayudará a tener una correcta perspectiva y que enriquecerá su
comprensión del drama en su totalidad.
El séptimo sello, debe notarse, no tiene contenido, o más bien abarca
dentro de sí la próxima fase de la revelación, las trompetas (8:1-2). En
tanto que los sellos tienen un fuerte parecido a las predicciones del Señor en
Mateo 24 y afectan a los hombres muy directamente, las trompetas son
similares a las plagas de Egipto que se registran en Éxodo, y afectan a los
hombres mayormente en términos de su medio ambiente. Incluida
dentro del ámbito de las trompetas (8:2 y 11:18) hay una sección que des-
cribe la fidelidad de Dios al dar un testimonio tardío especial a Israel
(11:1-13).
La próxima unidad (12:19—14:20) es algo heterogénea. Comienza con
una descripción del templo celestial y de su arca, como si quisiera trans-
mitir la recordatoria de que el cielo está actuando en una fidelidad de
pacto para con lo que sucede en la tierra, a pesar de las apariencias. Se
presentan aquí las escenas adicionales de la mujer y su niño, de la guerra
angélica en el cielo, de la bestia que surge del mar y de la bestia de la
tierra, del Cordero y de los 144.000, y de los ángeles con sus hoces.
Las siete copas o receptáculos contienen la ira de Dios (15:1—18:24).
Con el derramamiento del contenido de estas copas, la acción directa de
Dios contra un mundo impenitente es retratada en términos espeluznantes.
Existe cierta similitud para con las descripciones detalladas bajo las
trompetas, pero el juicio es más severo. Se incluye aquí la destrucción de
Babilonia, la ramera, por parte de la bestia.
La escena está ahora lista para las siete últimas cosas (19:1—22:5).
Estas incluyen la venida del Señor desde el cielo, la cena de las bodas del
Cordero, el encadenamiento de Satanás, el reinado de los mil años, el
conflicto final con las naciones hostiles incitado por Satanás, el juicio final,
y el nuevo cielo y la nueva tierra. Al final de todo esto viene el epílogo
(22:6-21).
Hay dos observaciones que deben hacerse respecto a la estructura. Los
sellos, trompetas y copas, que entre sí abarcan la gran porción central del
Apocalipsis, no siguen una secuencia cronológica. Más bien, a cada serie se
la concibe como si se moviese hasta llegar al final de la tribulación, la que a
su vez da lugar a la segunda venida y a lo que le sigue (cf. 10:7). Segundo, en
varios lugares se anuncia el fin como si fuese ya un hecho consumado, pero
nada sucede y el drama continúa (11:15; 12:10; cf. 7:14-17). Desde el
punto de vista divino, la victoria está asegurada y puede ser anunciada
como si ya hubiese sucedido.
CARA CTERISTICAS
(1) Este es el libro bíblico del fin de los tiempos por excelencia. Este
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El Libro del Apocalipsis
énfasis en las últimas cosas está presente aquí y allá en diferentes partes del
Antiguo y del Nuevo Testamento, pero no del modo concentrado, sos-
tenido y comprensivo en que aparece en el Apocalipsis. Todo lector siente lo
apto de que un libro tal esté en la posición que ocupa, al fin de las
Escrituras y tratando principalmente de la consumación de los tiempos.
(2) Es un libro misterioso, lleno de enigmas para el lector moderno.
Pero esto no significa que tal era el caso para los lectores que lo leyeron a
fines del primer siglo. Su mensaje tenía que ser transmitido a través de
símbolos y de ocultas alusiones debido, al menos en parte, al peligro de
represión por parte de un régimen romano arrogante y sin piedad que
amenazaba perseguir a la iglesia.
(3) Es un libro polémico, que desafía el orgullo y la impiedad de un go-
bernante que reclama para sí honores divinos, la infamia cumbre del pa-
ganismo. Frente a este jactancioso reclamo se coloca el mensaje de Aquél
que es soberano de los reyes de la tierra (1:5), el Rey de reyes y Señor de
señores (19:16).
(4) Es una obra dramática. Este rasgo corresponde a la naturaleza ge-
neral del escrito apocalíptico, pero el arte aquí presente es incomparable.
Stauffer encuentra muchos detalles que sugieren un contrapeso a, y
vir-tualmente una parodia de ciertos aspectos de la adoración al
emperador con todos sus adornos grotescos.9
(5) Un elemento notable es la acción recíproca que hay entre el cielo y la
tierra. Este es un corolario del carácter visionario del libro. El cielo
queda abierto ante el profeta. Lo que se decreta allí sucede en la tierra.
Del mismo modo, lo que sucede en la tierra, trátese ya de los sufrimientos
de los santos o de los actos injustos de hombres impíos, causa una
reacción en el cielo. Cuando los juicios de Dios han finalmente cumplido su
recorrido, el cielo desciende a la tierra en forma de una ciudad celestial.
(6) Hay un énfasis en la unidad y en la impiedad de las naciones. El es-
píritu de Babel vive nuevamente en ellas, como también el espíritu de una
oposición determinada contra Dios y de su ungido (cf. Sal. 2). Tras esta
rebelión en contra del Altísimo está la febril incitación del maligno, que
siente que le queda poco tiempo.
(7) A pesar de su preocupación con el juicio y con la calamidad, este
libro da amplio espacio a la adoración y a la alabanza. Los ángeles, re-
presentantes de la creación, y los redimidos se unen para alabar a Dios y al
Cordero. El lector se siente casi abrumado por la impresión causada por
los inmensos números de participantes y por el entusiasmo de su adoración.
(8) Se hace un uso prolífico de los números. Este es un rasgo común a los
escritos apocalípticos. El escritor favorece especialmente el número 7, del
cual hay más de 50 menciones.
9
E. Stauffer, Christ and the Caesars, pp. 179-191.
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Introducción al Nuevo Testamento
(9) Hay extensas secciones del texto que tienen un carácter rítmico,
compartiendo en este respecto un rasgo de los profetas del Antiguo Tes-
tamento. Las versiones modernas frecuentemente imprimen secciones del
texto como verso más que como prosa.
(10) Se hace frecuente uso del Antiguo Testamento. Swete ha calculado
que de los 404 versículos del texto del Apocalipsis, 278 contienen
referencias a las Escrituras judías.10 Se recurre con mayor frecuencia a los
Salmos, Isaías, Ezequiel, Zacarías, y Daniel. A pesar de depender tanto de
Daniel, el nombre del profeta no es mencionado ni una sola vez. Tampoco
existe una cita formal de ninguna fuente del Antiguo Testamento como
Escritura. En este respecto el Apocalipsis contrasta con los Evangelios.
Swete observa que el escritor del Apocalipsis frecuentemente mezcla
dos o más contextos veterotestamentarios, y que trata estos materiales de un
modo original: "Si bien se mantiene en una relación constante para con
los antiguos escritos apocalípticos, las descripciones que San Juan hace
de lo invisible y del futuro son verdaderas creaciones, la obra del Espíritu
de la profecía sobre una mente llena del saber de la antigua revelación y sin
embargo libre para llevar sus recuerdos a campos nuevos y más amplios
de iluminación espiritual"."
El escritor puede muy bien haber conocido algunos de los apocalipsis
judíos, pero no muestra depender de ellos. El acuerdo terminológico que
pueda existir no apunta a esta o a aquella obra, sino a un fondo común de
expresiones apocalípticas.12
(11) Las irregularidades gramaticales son más comunes aquí que en
cualquier otra parte del Nuevo Testamento.13 Una explicación superficial
sería que el escritor era inepto en el uso del idioma griego, pero esta expli-
cación difícilmente sirve, ya que en otras instancias, a veces aun en el
contexto inmediato, él demuestra estar totalmente compenetrado del uso
de las construcciones correctas (p.ej. 1:4). Esto parecería hacer insostenible
la opinión de Westcott de que cuando el libro fue escrito el escritor
todavía no dominaba el griego. Tampoco es posible sostener que a pesar de
escribir en griego, el escritor demuestra deliberadamente su desprecio por
este medio lingüístico haciendo violaciones obvias del buen estilo. Esto
ofendería innecesariamente a sus lectores. Torrey insiste en que las
irregularidades reflejan un original arameo, del cual la presente obra es
una traducción. El las compara a las peculiaridades que aparecen en la
traducción griega de Aquila del Antiguo Testamento.14 El uso del
10
H. B. Swete, op. cit., p. cxl.
»/Wd., p. clv.
12
Charles da una lista de dieciocho pasajes "que dependen de, o que son paralelos a, pasa-
jes en los escritos pseudoepigráficos judíos" (The Revelation of Sí. John, ICC, \, Ixxxii-
Ixxxiii).
13
Puede encontrarse una lista de los ejemplos en el libro de C. C. Torrey, en Documents of
I he Primitive Church, p. 158.
I4
lbid., p. 161.
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El Libro del Apocalipsis
INTERPRETACION
No sorprende que un libro como el Apocalipsis haya dado ocasión al
surgimiento de diferentes escuelas de interpretación en el esfuerzo por
comprenderlo. De éstas es necesario mencionar solamente cuatro, puesto
que ellas incluyen los puntos de vista de casi todos aquellos que se han
ocupado seriamente del problema hermenéutico.16 El campo del debate se
encuentra principalmente en los capítulos centrales, ya que los capítulos 1 al
3 se refieren obviamente a condiciones de la época de redacción, y la sección
final, con su descripción del estado perfecto y eterno, corresponde con la
misma claridad al futuro.
(1) El punto de vista preterista. Esta escuela de interpretación sostiene
que debe entenderse la mayor parte del material como una referencia al
período en el cual el libro fue escrito. El escritor está describiendo la lucha
que está a punto de librarse entre la iglesia y el estado romano. En ella este
último tratará de destruir a la iglesia a través de la persecución. Este
enfoque tiene su punto fuerte en que cuando se interpreta el Apocalipsis de
este modo, el mismo se vuelve inmediata y totalmente relevante para la vida
y luchas de la iglesia primitiva. Enfrenta, empero, el problema de que
muchas de las cosas anunciadas en el libro no llegaron a cumplirse en
dicha época. Beckwith francamente admite esto: "La predicción de la
cercana caída del poder mundial romano, la gráfica descripción de la
destrucción de la ciudad imperial, la ascensión al trono de un tirano
mundial semidemoníaco (el anticristo) que pronto sería destruido, y el
establecimiento inmediato sobre la tierra del reino milenario de los
mártires con Cristo, son predicciones que la historia no ha verificado".17
15
A. T. Roberton, Epochs ¡n Ihe Life of the Apostle John, p. 201.
16
No hacemos aquí esfuerzo alguno por bosquejar la historia del estudio del Apocalipsis en
la historia de la iglesia. Esta información puede hallarse en I. T. Beckwith, The Apocalypse
of John, pp. 319-334; Swete, pp. ccvii-ccxvi; E. B. Elli(ott, Horae Apocaliplicae, I V ,
275-363.
|7
1. T. Beckwith, Apocalypse, pp. 300-301
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El Libro del Apocalipsis
PENSAMIENTO TEOLÓGICO
En algunos de los manuscritos del Apocalipsis Juan es llamado "el
teólogo" ( ) Es cierto que este término puede significar portavoz
de la deidad, especialmente en una situación que tiene que ver con
misterios. Pero el otro significado también ocurre y si esto es aceptado
como la intención de la iglesia al utilizar dicho título, se debe encontrar
cierta base para ello en el Apocalipsis, como también en los otros libros
que se le atribuyen a Juan.
19
M. C. Tenney, Interpreting Revelation, p. 142.
léanse las observaciones de Otto Piper, God in History, p. 24.
21
/¿>iW., p. 13.
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El Libro del Apocalipsis
ESCRITOR
El libro mismo lleva el nombre de Juan como escritor (1:1,4,9; 21:2;
22:8), pero no lo identifica explícitamente de ningún otro modo. La tra-
dición, como hemos visto, afirma que se trata del apóstol del Señor, el
discípulo amado. El testimonio de Justino es especialmente importante,
vista su propia residencia en Efeso, como también lo es el de Ireneo, debido
a su temprana residencia en Asia y sus contactos allí. También Polí-crates,
un obispo de Efeso del segundo siglo, menciona la posición de Juan
como mártir y maestro, a más del hecho de que él descansa en Efeso.24
Esto es útil, puesto que el Juan del Apocalipsis es alguien que tiene un
ministerio y un lugar de liderazgo indudable entre las iglesias del Asia,
como lo demuestran claramente los primeros tres capítulos.
23
Puede encontrarse un estudio de este asunto en Beckwith, in loco. . xxiv.
3-4.
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Introducción al Nuevo Testamento
Estas incluyen los solecismos, el orden de las palabras, y una variedad de
fenómenos tratados en el capítulo que tienen que ver con la gramática del
Apocalipsis.31 Hay además, otras objeciones que se han presentado en
contra de Juan como escritor.
(1) Si bien el escritor da su nombre como Juan, y lo hace varias veces, en
ninguna ocasión afirma ser un apóstol. Es probable que esto no debe
considerarse como un problema demasiado serio, visto el tono de obvia
autoridad que tiene la obra, especialmente en sus cartas a las iglesias. Si el
apostolado del escritor no era cuestionado, no existe razón obvia para que
fuese necesario mencionar su cargo.
(2) En apoyo a la objeción previa, se hace notar que el escritor menciona
a los doce apóstoles como grupo (21:14) pero sin dar indicación alguna de
su propia inclusión. Este es el mismo tipo de problema que uno enfrenta
cuando se ocupa de la paternidad literaria de Efesios, vista la afirmación
de que allí se hace de que la iglesia está edificada sobre el fundamento de los
apóstoles y profetas (2:20). Por cierto que hubiese sido una cosa
incómoda, si se supone que el escritor es un apóstol, hacer un aparte para
indicar que él pertenecía a dicho círculo. Si bien la referencia no apoya la
redacción por parte del apóstol, tampoco milita necesariamente en contra
de ella.
(3) Se da credibilidad a los informes dispersos del martirio de Juan el
apóstol. Este problema ya ha sido tratado en relación con la paternidad
literaria del cuarto Evangelio. Charles ha sondeado a fondo los registros de
la iglesia para aducir una lista de testigos lo más completa posible.32 Uno
debe calcular la posible influencia que Marcos 10:39 pueda haber tenido
sobre el origen de tal tradición, y también contar con la posibilidad de
confusión entre el apóstol Juan y Juan el Bautista. "En lo que respecta a
martiriologías, el de Cartago menciona explícitamente a Juan el Bautista
en el mismo día que a Santiago, de modo tal que parece probable que la
mención de San Juan el hermano de Santiago en otras martiriologías en el
mismo día se deba a una confusión entre los dos Juanes".33 Si uno se ve
obligado a elegir entre el testimonio adjudicado a Papías por Felipe de Side
en una fecha muy tardía y el testimonio de Ire-neo, parecería precario
preferir el primero al segundo.
Otros puntos de vista respecto al escritor de este libro incluyen una va-
riedad bastante amplia de posibilidades.
(1) El Juan del Apocalipsis, cualquiera que sea su identidad precisa,
fue alguien que perteneció al grupo juanino. A través de esta sugerencia se
hacen comprensibles las semejanzas con el cuarto Evangelio. A
Cull-mann, por ejemplo, le impresiona el modo en el cual la idea del
templo recibe preponderancia tanto en el Evangelio como en el
Apocalipsis, es-
., pp. cxvii-clix. nlbid., pp. xlv-1. "The Oxford Dictionary
of the Christian Church, p. 730a.
466
El Libro del Apocalipsis
pecialmente en el pensamiento de que Dios y el Cordero constituyen el
templo.34
(2) El autor puede haber sido Juan el presbítero. Fuera de la vaguedad y
de la falta de certeza que hay en los informes de la iglesia primitiva respecto
a tal persona (Dionisio de Alejandría sólo podía hacer referencia a esto
como un rumor), existe el problema del consenso de la iglesia a favor del
apóstol. ¿Cómo es que un cambio tal llegó a suceder? ¿Y cómo pudo
ocurrir que una persona de tal prominencia (los capítulos 1-3 testifican de
esto) pudo quedar condenado a un virtual olvido? Scott define bien la
dificultad que plaga a esta teoria. "Postula la desaparición total de Juan el
presbítero de la memoria de la iglesia del siglo II. Supone que este Juan era
una personalidad tan grande que podía escribir estas cartas a las iglesias de
Asia sin necesitar introducción adicional ni credenciales más allá de su
simple nombre, y que sin embargo para mitad del siglo II ya se lo había
olvidado; que aparte del Apocalipsis, o del Apocalipsis y el Evangelio, él
no hizo ni dijo nada que fuese registrado ni en la memoria ni en la literatura
de la iglesia primitiva, mientras que la paternidad literaria de éstas fue
asignada a otro hombre".35 En una vena similar, Guthrie escribe lo
siguiente: "La teoría del Anciano parece sostenible si se supone que Juan el
apóstol nunca vivió en Efeso, y que, erróneamente, a partir del principio
del siglo II toda la iglesia supuso que sí".36
(3) Juan el profeta es el candidato propuesto por Charles. Este nota
que el escritor se designa a sí mismo como profeta, y que sus dificultades en
el manejo del griego favorecen su origen palestino. El podría haber venido
de Galilea, donde los apocalipsis judíos eran bien conocidos y altamente
apreciados. A favor de éste milita su obvio conocimiento de la literatura
apocalíptica.37 Pero por otra parte, no tenemos ninguna evidencia
corroborativa de la existencia y de la actuación de un hombre tal, y la
autoridad que él ejerce sobre las iglesias del Asia va bastante más allá de la
que se atribuye a los profetas en el Nuevo Testamento.
(4) El Apocalipsis es una obra seudónima. Esta posibilidad es rechazada
por Charles en base a que el reavivamiento del don profetice en la época
del Nuevo Testamento hacía innecesario recurrir a la seudonimi-dad,
como se vieran obligados a hacerlo los escritores de los apocalipsis judíos.
Es difícil llegar a una conclusión cierta respecto a quien sea el escritor de
este libro. En caso tal corno éste, donde la evidencia externa apunta en una
dirección y la interna apunta muy fuertemente en la otra, la erudición
moderna tiende a seguir las guías del testimonio interno. Por otra parte, si
el testimonio externo es sólido y temprano (el Apocrifón de Juan
34
£T, 71 (Nov. 1959), 426.
35
C. Anderson Scott, Revelation (The New-Century Bible), p. 44.
36
Donald Guthrie, New Testament Jntroduction: Hebrews to Revelarían, p. 267.
37
R. H. Charles, op. cit. p. xliv.
467
Introducción al Nuevo Testamento
es importante para esto), puede ser una conclusión más sabia, en un caso
así, y a pesar de los problemas que presenta la evidencia interna, honrar la
tradición de la iglesia primitiva, en especial cuando se tiene en cuenta que
la evidencia interna no es totalmente desfavorable a Juan como escritor de
una obra.
UNIDAD
Ciertos fenómenos han llevado a algunos estudiosos a la conclusión de
que ésta es una obra compuesta. El capítulo 11 implica que el templo de
Jerusalén todavía está en pié, mientras que la bestia del capitulo 13 implica
que el escritor de esta sección escribe durante la época de Domi-ciano, a
fines del siglo. Las descripciones de lo que pareciera ser el mismo evento o
grupo de eventos tiende a variar, como en las alusiones a los 144.000,
sugiriendo una divergencia de paternidad literaria. Pero debería hacerse
lugar a la posibilidad de considerar el mismo asunto desde perspectivas algo
divergentes. Por cierto que la simetría de la obra sugiere su unidad. Es el
mismo escritor el que escribe los capítulos iniciales y la sección final, donde
permite que su nombre aparezca nuevamente. Hay interludios que
irrumpen aquí y allá, pero son parte del plan de la obra. Ciertos pasajes
aislados podrían presentar dificultades, pero esto no quiere decir que
deban ser asignados a otras fuentes. "Dado que.. .los párrafos que
parecen oponerse a la unidad son de un tipo tal que no podrían ser
considerados en general como documentos originarios que tuviesen
existencia propia aparte de un contexto más amplio, y dado que existe en
la obra... una secuencia claramente dramática cuando se la toma en su
totalidad, la teoría de una mera colección de documentos independientes es
inconcebible".38
TRASFONDO Y FECHA
Es fácil de comprender que así como el pueblo hebreo durante el período
intertestamentario—al haber poco en los eventos corrientes que le
animasen a pensar que pronto vendría un día mejor—comenzó a colocar
más y más sus esperanzas en una intervención divina dramática de un
corte apocalíptico, del mismo modo la comunidad cristiana, bajo la presión
de una incipiente persecución imperial que probablemente aumentaría en
vez de disminuir, volviese sus ojos hacia el cielo en anticipación de una
manifestación de poder divino que sería al mismo tiempo un juicio y una
liberación. Pudo hacer esto más fácilmente puesto que el Señor ya había
aparecido sobre la tierra y que por su obra redentora había colocado las
bases para su promesa de una segunda venida. ¿Cuáles eran, entonces, las
condiciones específicas que reinaban cuando se escribió el Apocalipsis
de Juan? ¿Puede fijarse la fecha con alguna confianza?
3»1. T. Beckwith, op. cil., p. 218
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El Libro del Apocalipsis
Hay dos periodos para el origen del Apocalipsis que han logrado con-
siderable apoyo de parte de los expertos, y sólo éstos dos necesitan ser
considerados. Uno es el reino de Domiciano, en especial su última parte,
alrededor del año 96. Son varias las consideraciones que se proponen a su
favor.
(1) Esta era la idea que por lo general tenía la iglesia antigua. Al referirse
al Apocalipsis, Ireneo dice: "Fue visto no hace mucho, casi en nuestra
propia generación, a fines del reino de Domiciano".39 Otro testimonio viene
de Victoriano a fines del tercer siglo. "Cuando Juan dijo estas cosas, él
estaba en la isla de Patmos, condenado a las minas por César Domiciano.
Allí él vio el apocalipsis; y cuando más tarde envejeció, pensó que recibiría
su liberación a través del sufrimiento; pero habiendo sido muerto
Domiciano, él fue liberado".40 Otros testimonios van en la misma dirección.
(2) Esta fecha concuerda con las condiciones de las iglesias en Asia según
estas se reflejan en las cartas a las iglesias. Efeso ha dejado su primer amor.
Sardis está virtualmente muerta. Laodicea es tibia. Para explicar esta
declinación es necesario postular un considerable intervalo entre la
fundación de las iglesias en los días de Pablo y la época de la redacción del
Apocalipsis.
(3) Fue solamente durante el reino de Domiciano que la adoración al
emperador en vida comenzó a ser promovida en Asia. La persecución
bajo Nerón parece haberse limitado a Roma y no se originó por razones
religiosas. Calígula insistió en la veneración de su imagen, pero el movi-
miento fue truncado por su muerte y no afectó a Asia de ningún modo,
por lo que sabemos. Domiciano, sin embargo, que amaba que se lo lla-
mase dominus et deus, encontró un apoyo especialmente cálido para su
adoración en la provincia de Asia. La participación en la misma se trans-
formó en una prueba de lealtad al imperio. La negativa a participar era
base suficiente para preceder contra los recalcitrantes. Stauffer hace el
siguiente comentario: "Domiciano fue el primer emperador que supo
comprender que detrás del 'movimiento' cristiano existía una figura
enigmática que amenazaba la gloria de los emperadores. El fue el pri-
mero en declarar guerra contra esta figura, y el primero también en
perder dicha guerra—un anticipo de cosas por venir".41 El Apocalipsis da
testimonio del comienzo de los martirios.
(4) Laodicea aparece como una ciudad próspera (capítulo 3). Sin em-
bargo, en el año 62, durante el reinado de Nerón, dicha ciudad fue des-
truida por un terremoto. Es cierto que la ciudad fue pronto reconstruida,
pero debe permitirse cierto tiempo para su recuperación. Esto favorece la
fecha de Domiciano.
^Contra herejías, V. xxx. iii. Cf., HE III. xviii. iii.
wCommentary on the Revelation 10:11. 41E. Stauffer,
Christ and the Caesars, p. 150.
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Introducción al Nuevo Testamento
Una fecha anterior fija el origen del Apocalipsis entre los años 68 y 70, ya
sea al final del reinado de Nerón o después. Hay varias cosas que pueden
ser propuestas a su favor.
(1) A Jerusalén se la menciona (capítulo 11) como si todavia estuviese en
pie. Además, un evento de tal magnitud como la caída de la ciudad sería
por cierto resaltada en el Apocalipsis si hubiera ocurrido.
(2) Se apela a las afirmaciones que se hallan en el capítulo 17:9-11 que
dicen que cinco reyes han caído, uno es, y el otro aún no ha venido. La
bestia que era, y no es, es también el octavo y es de entre los siete. Al usar un
lenguaje tal, se piensa que Juan ha adoptado la corriente leyenda respecto a
Nerón, de que él no murió realmente sino que aparecería en el oriente y
afirmaría su poder. Varios impostores trataron de sacar provecho de esta
leyenda. Hay una opinión generalizada de que Galba es la sexta figura, y
que el libro debe haber sido escrito durante su reinado, que siguió al de
Nerón y que duró solamente unos pocos meses.
(3) Se aduce confirmación a favor de esta posición en base al número de
la bestia (Ap. 13:18). Es opinión generalizada que éste es un ejemplo de
gematría, y que los números quieren decir Nerón César escrito en caracteres
hebreos (en vez de griegos o latinos); el valor numérico de las letras dan
exactamente el total requerido de 666.42
(4) Se piensa que una fecha temprana concuerda con el carácter tosco del
griego del Apocalipsis. Esto fue enfatizado por el trío de Cambridge
—Westcott, Lightfoot, y Hort.
(5) En su Quis Dives Salvetur, Clemente de Alejandría coloca el relato
respecto a Juan y al jefe de los ladrones después del regreso de Juan de la
isla de Palmos y presenta al apóstol lo suficientemente vigoroso como
para correr tras el joven.
(6) El Canon de Muratori afirma que Pablo, imitando el ejemplo de su
predecesor, Juan, escribió a siete iglesias solamente, indicándolas por
nombres. Esta es una afirmación extraña si lo que se quiere afirmar es
una precedencia cronológica, y que en realidad colocaría la fecha del
Apocalipsis considerablemente antes del tiempo de Nerón. Es posible
que la intención sea indicar que Pablo llegó tardíamente al rango apostólico,
de modo que esto no tiene relación con nuestro problema.
Aunque adoptar la fecha más temprana sería sin duda ventajoso desde el
punto de vista de la paternidad juanina, ya que permitiría una mayor
facilidad en el manejo del griego para cuando se redactase el Evangelio, la
mayor parte de la evidencia parece favorecer la fecha de Domiciano.
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Stauffer, que favorece la fecha de Domiciano, piensa que se llega mejor a 666 totalizando las
abreviaciones del nombre imperial oficial. Asi es que A. KA. DOMET. SEB. GE. (que hemos
transliterado aquí de los términos griegos) quiere decir AUTOKRATOR KAISAR
DOMETIANOS SEBASTOS GERMANIKOS, y llega al total deseado. El escribe lo
siguiente: "Este es el nombre oculto en la cifra 666, que durante tantos años ha causado
tanto devanarse de sesos". Ibid., p. 179.
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El Libro del Apocalipsis
LECTORES
El libro está dirigido a las siete iglesias que están en Asia (1:4). Dado
que otros centros de la provincia tales como Colosas, Hierápolis y Troas
tenían comunidades cristianas, debe haber cierta razón para la elección de
estas siete. Ramsay encuentra la respuesta en la posición estratégica de las
iglesias a las que se dirige el libro. "Las siete ciudades están todas sobre
la gran ruta circular que unía la parte más populosa, rica e influyente de la
provincia, la región centro-occidental".43 La intención del escritor era,
presumiblemente, que estas iglesas actuaran como centros para la
transmisión del Apocalipsis a otros grupos. No cabe duda que la obra era
para la iglesia toda, especialmente cuando se toma en cuenta que la
descripción que en ella se hace de la inminente persecución tiene alcance
mundial.
PROPOSITO
Vista la naturaleza del libro como profecía, cabe esperar que la infor-
mación que se da respecto al futuro no es para satisfacer la curiosidad
sino para fortalecer la iglesia, para inculcar resistencia para traer conso-
lación a los santos que sufren. En tanto que los apocalipsis judíos trataban
de traer un rayo de esperanza en medio de días oscuros, el Apocalipsis no
solamente hace eso sino que también trasunta un celo ético que está
ausente en sus predecesores. Juan es solícito en insistir que sus lectores
guarden las cosas que están escritas en su profecía (1:3; cf., 22:11-12).
VALOR
El Apocalipsis aporta el toque final al panorama total de la historia bí-
blica. La tragedia del Edén está en el trasfondo, pero es sorbida en victoria.
El gran engañador es prescrito, la maldición es desvanecida, los
hombres tienen acceso al árbol de la vida, el jardín hace lugar a la ciudad
celestial, que es lo suficientemente espaciosa como para albergar las
mi-riadas de redimidos. Aquí vislumbramos en la ciudad de Dios la
vindicación de los propósitos del Altísimo, y la bienaventuranza eterna del
hombre. Nada puede servir mejor a la iglesia como mapa y brújula
durante los días de tensión y dificultad. Nada mejor para traer alivio a las
heridas o para mantener perennemente encendida su esperanza en el Dios
vivo.
«W. M. Ramsay, op. cit., p. 183.
BIBLIOGRAFÍA
Beckwith, I. T., The Apocalypse of John. Nueva York: Macmillan,
1919. Bousset, W. The Antichrist Legend. Londres: Hutchinson,
1896.
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