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Aunque Ignacio hubiera dicho que el Hijo era igual al Padre en eternidad, poder, posición y
sabiduría, todavía no habría una Trinidad, pues no dijo en ningún lugar que el espíritu santo fuera
igual a Dios en esos aspectos. Pero Ignacio no dijo que el Hijo fuera igual a Dios el Padre de esas
maneras ni de ninguna otra. En vez de eso, mostró que el Hijo está sujeto a Aquel que es superior,
el Dios Todopoderoso.
No había pasado una década desde la muerte del apóstol Juan, cuando Ignacio, “obispo” de
Antioquía, escribió en su carta a los cristianos de Esmirna: “Seguid todos al obispo
[superintendente], como Jesucristo al Padre, y al presbiterio [cuerpo de ancianos] como a los
apóstoles”. Así Ignacio abogó por que cada congregación estuviera bajo la supervisión de un solo
obispo,* o superintendente, a quien se distinguiría de los presbíteros, o ancianos, y reconocería
mayor autoridad. La palabra española “obispo” viene del término griego e·pí·sko·pos
(“superintendente”) a través del latín tardío episcopus.)
A finales del siglo XIX, Joseph Barber Lightfoot pensaba que Ignacio había sido detenido en el
transcurso de una persecución en contra de los cristianos. Sin embargo, el hecho de que en la
correspondencia de Ignacio no se encuentren referencias al respecto y que su principal
preocupación parezca ser la organización de las iglesias a las que escribe ha llevado a postular
asimismo que Ignacio pudo ser detenido a causa de un enfrentamiento habido dentro de la
comunidad antioquena entre dos grupos o facciones cristianas representantes de órdenes
eclesiales distintos: los así llamados «ministeriales» y los «carismáticos».23 Como obispo de
Antioquía, Ignacio pertenecería a la clase ministerial y la tensión con esos elementos carismáticos
pudo generar un conflicto de tal magnitud que las autoridades de la ciudad detuvieran a Ignacio
para solucionarlo. Eso explicaría la insistencia con que aboga en sus cartas por mantener la unidad
en torno a la jerarquía eclesiástica.
“Los católicos inventaron historias falsas, milagros falsos, y vidas falsas de los santos para
alimentar y conservar la piedad de los fieles.”
“Puesto que ni la tradición cristiana primitiva ni la carta de Pablo a los romanos menciona a
un fundador de la comunidad cristiana en Roma, puede llegarse a la conclusión de que la fe
cristiana llegó a esa ciudad por medio de miembros de la comunidad judía de Jerusalén que
eran conversos cristianos.”
Los católicos ven en esta carta el primado de Roma, dado el intento de la Iglesia de Roma
de hacer de conciliadora y mediadora, reivindicando una autoridad sobre las demás iglesias.
Los superiores eclesiásticos son llamados obispos, y diáconos, en algunos pasajes se les
llaman presbíteros, los cuales no pueden ser destituidos por la comunidad, puesto que han
sido instituidos por los apóstoles en nombre de Cristo.
El capítulo XXV se refiere a la leyenda del ave Fénix (resucitado de sus cenizas) como
símbolo de resurrección.
Clemente de Roma, de quien se dice que fue “obispo” de esa ciudad, es otra fuente
temprana de escritos sobre el cristianismo. Se cree que murió alrededor de 100 E.C. En el
material que supuestamente escribió, él no menciona una Trinidad, ni directa ni
indirectamente. La Carta primera de San Clemente a los Corintios declara:
“Los Apóstoles nos predicaron el Evangelio de parte del Señor Jesucristo; Jesucristo fué
enviado de Dios. En resumen, Cristo de parte de Dios, y los Apóstoles de parte de Cristo”.
Por ejemplo, Clemente de Roma citó de los libros apócrifos de Sabiduría y Judit. Respecto
a Clemente de Roma, una fuente comenta: “El conocimiento que tiene de Jesús no parece
provenir de los Evangelios, sino de documentos no canónicos” Clemente, quien recurrió a
la historia mitológica del Ave Fénix para explicar la enseñanza de la resurrección. ¿Qué
tenía esto de malo? Pues bien, esta ave legendaria, que supuestamente renacía de sus
propias cenizas, se relacionaba con la adoración al Sol en el antiguo Egipto.
***Policarpo de Esmirna
El gobernador provincial romano Statius Quadratus le dijo: “Jura por el genio de César;
cambia de parecer y di: ‘¡Mueran los ateos!’”. Policarpo entonces miró a la vasta
muchedumbre de paganos desaforados que llenaba el estadio. Con un ademán hacia ellos,
gimió, miró a los cielos y dijo: “¡Mueran los ateos!”. Sí, ‘¡mueran los impíos!’.
Entonces el procónsul habló con mayor sentido de urgencia y dijo: “Repite el juramento y
te pondré en libertad; injuria a Cristo”. Pero Policarpo respondió: “Le he servido por
ochenta y seis años, y Él no me ha hecho ningún mal. ¿Cómo puedo blasfemar contra mi
Rey, que me ha salvado?”.
Entonces se hicieron los preparativos para ejecutar al anciano. Moriría en la hoguera. ¿Por
qué? ¿Quién era Policarpo? ¿Y qué sucesos llevaron a su muerte?
Policarpo nació alrededor del 69 E.C. en Asia Menor, en Esmirna (la ciudad turca conocida
hoy como Izmir). Según informes, fue criado por padres cristianos. Policarpo llegó a ser un
caballero distinguido, un hombre conocido por su generosidad y abnegación, por su trato
bondadoso con los demás y por su estudio diligente de las Escrituras. Con el tiempo fue
nombrado superintendente de la congregación de Esmirna.
Su obra en Esmirna
Esmirna, una antigua ciudad costanera de Asia Menor, era un activo y próspero centro de
comercio. También era un centro de la adoración del Estado. Por ejemplo, a los
emperadores romanos se les representaba prominentemente como deidades en monedas e
inscripciones. La autoridad imperial promovía filosofías religiosas paganas.
Es patente que algunos de los que se asociaban con la congregación de Esmirna eran pobres
en sentido material. Pero en cierta ocasión se les encomió por ser ricos en sentido espiritual.
¡Qué animador tiene que haber sido para los cristianos de Esmirna oír las palabras de Jesús
que el apóstol Juan puso por escrito! Cristo dijo al “ángel” (los superintendentes ungidos)
de Esmirna: “Conozco tu tribulación y pobreza —pero eres rico— y la blasfemia por parte
de los que dicen que ellos mismos son judíos, y sin embargo no lo son, sino que son una
sinagoga de Satanás. No tengas miedo de las cosas que estás para sufrir. ¡Mira! El Diablo
seguirá echando a algunos de ustedes en la prisión para que sean puestos a prueba
plenamente, y para que tengan tribulación diez días. Pruébate fiel hasta la misma muerte, y
yo te daré la corona de la vida”. (Revelación 2:8-10.)
Cualquier riqueza espiritual que todavía hubiera entre los que profesaban el cristianismo en
Esmirna sin duda se relacionaba directamente con la excelente superintendencia de los
ancianos de la congregación. Aquella era una época de gran agitación religiosa, y los
miembros de la congregación servían entre personas de credos y cultos en conflicto. El
territorio donde predicaban abundaba en prácticas demoníacas, entre ellas la hechicería y la
astrología, de modo que el ambiente era de impiedad.
Policarpo quería quedarse en Esmirna y encararse al peligro cuando sus enemigos fueran a
buscarlo. Pero a instancias de otros huyó a una granja cercana. Cuando sus enemigos
averiguaron dónde estaba, rehusó mudarse de nuevo para evadirlos, y simplemente dijo:
“Que se haga la voluntad de Dios”.
La posición de Policarpo como cristiano es algo que solo Dios puede determinar.
Justino Mártir
Con esas palabras apeló Justino Mártir, profesante del cristianismo en el siglo II E.C., al
emperador romano Antonino Pío. Justino pidió que se efectuara una seria investigación
judicial de la vida y las creencias de los que afirmaban ser cristianos. Esa petición de
justicia procedió de un hombre de antecedentes y filosofía muy interesantes.
Crianza y educación
Justino era un gentil que había nacido alrededor de 110 E.C. en Samaria, en la ciudad de
Flavia Neápolis, la moderna Nablus. Se consideraba samaritano, aunque es probable que su
padre y su abuelo fueran romanos o griegos. Su educación en costumbres paganas, junto
con una sed de la verdad, lo llevó a un estudio diligente de la filosofía. Insatisfecho con su
búsqueda entre los estoicos, los peripatéticos y los pitagóricos, siguió las ideas de Platón.
En una de sus obras Justino habla de su deseo de conversar con filósofos, y dice: “Me puse
en manos de un estoico. Pasé con él bastante tiempo; pero dándome cuenta que nada
adelantaba en el conocimiento de Dios, sobre el que tampoco él sabía palabra [...], me
separé de él y me fuí a otro” (Diálogo con Trifón).
Justino fue luego a un peripatético que estaba más interesado en el dinero que en la verdad.
“Este me soportó bien los primeros días —dice Justino—; pero pronto me indicó que
habíamos de señalar honorarios, a fin de que nuestro trato no resultara sin provecho. Yo le
abandoné por esta causa, pues ni filósofo me parecía en absoluto.”
Ansioso de oír lo “más excelente en la filosofía”, Justino dice: “Me dirigí a un pitagórico,
reputado en extremo, hombre que tenía muy altos pensamientos sobre su propia sabiduría”.
Añade Justino: “Me puse al habla con él, con intención de hacerme oyente y discípulo
suyo: —¡Muy bien! —me dijo—; ¿ya has cursado música, astronomía y geometría? ¿O es
que te imaginas vas a contemplar alguna de aquellas realidades [piadosas] que contribuyen
a la felicidad, sin aprender primero esas ciencias[?] [...] Confesándole yo que las ignoraba,
me despidió”.
Justino, aunque desanimado, siguió buscando la verdad por medio de volverse a los
famosos platónicos. Declara: “Justamente, por aquellos días había llegado a nuestra ciudad
un hombre inteligente, una eminencia entre los platónicos, y con éste tenía yo mis largas
conversaciones y adelantaba y cada día hacía progresos notables [...]; me imaginaba
haberme hecho sabio en un santiamén, y —concluye Justino— [esa era] mi necedad”.
La búsqueda de la verdad que había realizado Justino mediante sus contactos con filósofos
había sido en vano. Pero mientras meditaba a la orilla del mar conoció a un cristiano de
edad avanzada, “un anciano, de aspecto no despreciable, que daba señas de poseer blando y
venerable carácter”. La conversación resultante dirigió la atención de Justino a enseñanzas
bíblicas fundamentales que se concentran en la necesidad de adquirir conocimiento exacto
de Dios. (Romanos 10:2, 3.)
El cristiano de nombre desconocido dijo a Justino: “Existieron hace mucho tiempo unos
hombres más antiguos que todos estos tenidos por filósofos, hombres bienaventurados,
justos y amigos de Dios, los cuales [...] predijeron lo porvenir, aquello justamente que se
está cumpliendo ahora; son los que se llaman profetas. Estos son los solos que vieron y
anunciaron la verdad a los hombres, [...] llenos del Espíritu Santo”. Para abrirle más el
apetito a Justino, el cristiano dijo: “Sus escritos se conservan todavía, y quien los lea y les
preste fe, puede sacar el más grande provecho en las cuestiones de los principios y fin de
las cosas”. (Mateo 5:6; Hechos 3:18.) Siguiendo el consejo del amable caballero, Justino
examinó diligentemente las Escrituras, y parece que adquirió cierta medida de aprecio por
ellas y por la profecía bíblica, como se ve en sus escritos.
Justino quedó impresionado por la intrepidez de los cristianos ante la muerte. También
apreció las enseñanzas veraces de las Escrituras Hebreas. Para apoyar los argumentos que
presenta en su Diálogo con Trifón, Justino citó de Génesis, Éxodo, Levítico, Deuteronomio,
2 Samuel, 1 Reyes, Salmos, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Jonás,
Miqueas, Zacarías y Malaquías, así como de los Evangelios. Su aprecio a esos libros de la
Biblia se ve en el diálogo con Trifón, en el cual Justino trató sobre el judaísmo que creía en
el Mesías.
Se informa que Justino fue evangelizador, pues declaraba las buenas nuevas en toda
oportunidad. Es probable que viajara extensamente. Pasó parte de su vida en Éfeso, y al
parecer residió en Roma por tiempo considerable.
Entre las obras literarias de Justino hay apologías o defensas del cristianismo. En su
Apología I procura disipar la densa oscuridad de la filosofía pagana por medio de la luz
procedente de las Escrituras. Declara que la sabiduría de los filósofos es falsa y vana en
contraste con las palabras y obras vigorosas de Cristo. (Compárese con Colosenses 2:8.)
Justino aboga por los despreciados cristianos, con quienes se identifica. Después de su
conversión, continuó llevando el atavío de un filósofo, pues decía que había conseguido la
única filosofía verdadera.
A los cristianos del segundo siglo se les consideraba ateos porque rehusaban adorar a los
dioses paganos. Justino respondió: “No somos ateos, [...] cuando nosotros damos culto al
Hacedor de este universo, [...] Jesucristo [...] ha sido nuestro maestro en estas cosas [...] el
hijo del mismo verdadero Dios”. Respecto a la idolatría, Justino dijo: “[Ellos] hacen cosas
que luego llaman dioses. Esto no solamente es contrario a la razón, sino que además es, a
nuestro juicio, injurioso a Dios [...] ¡Qué estupidez decir que hombres intemperantes
fabrican y transforman dioses para ser adorados[!]”. (Isaías 44:14-20.)
Con numerosas referencias a las Escrituras Griegas Cristianas, Justino expresa su creencia
en la resurrección, la moralidad cristiana, el bautismo, la profecía bíblica (especialmente
acerca de Cristo) y las enseñanzas de Jesús. Con relación a Jesús, Justino cita de Isaías y
declara: “Sobre sus hombros [los de Cristo] debe estar el imperio que le pertenece”. Justino
también dice: “Si esperáramos un reino humano, negaríamos [a nuestro Cristo]”. Él
considera las pruebas y obligaciones de los cristianos, sostiene que el servicio apropiado a
Dios requiere que uno sea hacedor de Su voluntad, y dice luego que “habían de ser
enviados por El algunos para predicar estas cosas a todo el género humano”.
El alcance del prejuicio contra los que afirmaban ser cristianos en aquel tiempo lo indica
esta declaración de Justino: “Yo también espero ser objeto de asechanzas por parte de
alguno de estos que he mencionado y ser por ello atado al palo, o acaso por ese
buscarruidos Crescente, amigo de la ostentación. Porque no es digno ni siquiera del nombre
de filósofo, porque afirma públicamente de nosotros cosas que ignora en absoluto, a saber,
que los cristianos somos impíos y ateos, y lo dice para dar gusto a la engañada
muchedumbre del bajo pueblo. Porque si no habiendo leído la doctrina de Cristo nos
persigue, sin embargo, es ciertamente perversísimo y mucho peor que los hombres
ignorantes, que frecuentemente tienen cuidado de no hablar de las cosas que ignoran para
no dar de ellas un falso testimonio”.
Su muerte
Fuera por Crescente u otros cínicos, Justino fue denunciado a la prefectura romana como
persona subversiva y fue condenado a morir. Alrededor de 165 E.C. fue decapitado en
Roma y llegó a ser un “mártir” (que significa “testigo”). Por eso se le llama Justino Mártir.
Puede que el estilo de redacción de Justino carezca del lustre y la discreción de otros
hombres instruidos de su tiempo, pero parece que su celo por la verdad y la justicia eran
genuinos. No puede decirse con certeza hasta qué grado vivió de acuerdo con las Escrituras
y las enseñanzas de Jesús. No obstante, las obras de Justino son estimadas por su contenido
histórico y sus muchas referencias bíblicas. Suministran perspicacia para comprender la
vida y las experiencias de los que profesaban el cristianismo en el segundo siglo.
Son notables los esfuerzos de Justino por mostrar a los emperadores la injusticia de la
persecución que se dirigía contra los cristianos. Su rechazamiento de la religión pagana y la
filosofía, en favor del conocimiento exacto de la Palabra de Dios, nos recuerda que en
Atenas el apóstol Pablo habló con denuedo a filósofos epicúreos y estoicos acerca del Dios
verdadero y de Jesucristo resucitado. (Hechos 17:18-34.)
Justino mismo tenía algún conocimiento de una resurrección de los muertos durante el
Milenio. ¡Y cuánto fortalece la fe la verdadera esperanza de la resurrección que da la
Biblia! Ha sostenido a los cristianos a pesar de la persecución que han aguantado, y los ha
capacitado para enfrentarse a grandes pruebas, hasta la muerte misma. (Juan 5:28, 29;
1 Corintios 15:16-19; Revelación 2:10; 20:4, 12, 13; 21:2-4.)
Por lo tanto, Justino buscó la verdad y rechazó la filosofía griega. Como apologista,
defendió las enseñanzas y prácticas de los que afirmaban ser cristianos. Y sufrió el martirio
por su propia profesión del cristianismo. Fueron especialmente notables el aprecio de
Justino a la verdad y su testificar denodado a pesar de la persecución, pues estas cualidades
se hallan en la vida de los seguidores genuinos de Jesús hoy día. (Proverbios 2:4-6; Juan
10:1-4; Hechos 4:29; 3 Juan 4.)
Justino Mártir, del siglo II, dice en su “Diálogo con el judío Trifón” (LXXXI): “Había un
hombre con nosotros, de nombre Juan, uno de los apóstoles de Cristo, que profetizó,
mediante una revelación que se le hizo”*.
El Dr. H. R. Boer, en su libro A Short History of the Early Church (Breve historia de la
iglesia primitiva), comenta sobre la esencia de la enseñanza de los apologistas:
“Justino [Mártir] enseñó que antes de la creación del mundo Dios estaba solo y que no
había ningún Hijo. [...] Cuando Dios quiso crear el mundo, [...] engendró a otro ser
divino para crear el mundo por él. A este ser divino se le llamó [...] Hijo porque nació; se le
llamó Logos porque se le tomó de la Razón o Mente de Dios. [...]
”Por consiguiente, Justino y los demás apologistas enseñaron que el Hijo es una criatura. Él
es una criatura elevada, una criatura suficientemente poderosa como para crear el mundo,
no obstante, una criatura. En teología a esta relación entre el Hijo y el Padre se le llama
subordinacionismo. El Hijo está subordinado, o sea, es subalterno al Padre, depende de él y
existe por él. Los apologistas fueron subordinacionistas”1.
Justino Mártir, quien escribió a mediados del siglo segundo, dijo lo siguiente respecto a la
muerte de Jesús: “Por las Actas de Poncio Pilato puedes determinar que estas cosas
sucedieron”14. Además, según Justino Mártir estos mismos registros mencionaban los
milagros de Jesús, de los cuales dice: “De las Actas de Poncio Pilato puedes aprender que
Él hizo esas cosas”15. Es verdad que estas “Actas” o registros oficiales ya no existen. Pero
es patente que existían en el siglo segundo, y Justino Mártir instó con confianza a sus
lectores a comprobar con ellas la veracidad de lo que decía.
Los escritos de Justino aportan testimonios muy valiosos para comprender distintos
aspectos de la Iglesia del II siglo.6364 Concibe a la Iglesia como una «sociedad
sobrenatural fundada por los apóstoles en nombre de Cristo».65 Él no se coloca como
fundador o innovador de doctrina, sino que participa de la vida cristiana de su siglo como
evolución natural de la actividad de los apóstoles del siglo I.66 Al contrario, considera que
los pensamientos novedosos y desarrollos pensados por personas concretas son de hecho
herejías no heredadas de una era anterior. Señala en particular que los grupos
heterodoxos llevan el nombre de su fundador (Valentinianos, Basilideanos, Marcionistas),
mientras que el resto de la Iglesia no lleva el nombre de ningún fundador humano.
Meliton de Sardes
TODOS los años, los cristianos verdaderos llevan a cabo la Cena del Señor en la fecha
correspondiente al 14 de nisán del calendario hebreo, en obediencia al mandato de Jesús:
“Sigan haciendo esto en memoria de mí”. En efecto, fue ese día del año 33 cuando Jesús
guardó la Pascua, instituyó luego la Conmemoración de su muerte y más tarde sacrificó su
vida (Lucas 22:19, 20; 1 Corintios 11:23-28).
Según indica Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica, Polícrates de Éfeso envió una
carta a Roma a finales del siglo II. En ella defendía que “conforme al Evangelio [se
observara] el día de la Pascua en la luna d[e]cimocuarta, sin variar nada, sino siguiendo
constantemente la regla de la fe”. Entre los partidarios del 14 de nisán, Polícrates mencionó
a Melitón, obispo de Sardes (Lidia). De él dijo que, a los ojos de sus contemporáneos, era
una de las “importantes luminarias” que “yac[ían] (en los sepulcros)”. Además indicó que
nunca se casó, que “en todo vivió en el Espíritu Santo y [que] reposa en Sardes esperando
la visita que viene de los cielos el día en que resucitará de entre los muertos”. Este
comentario tal vez dé a entender que Melitón compartía la creencia de que la resurrección
no ocurriría sino hasta la vuelta de Cristo (Revelación [Apocalipsis] 20:1-6).
Por lo que vemos, Melitón tuvo que ser un hombre valiente y decidido. De hecho, redactó a
favor de los cristianos una Apología —una de las primeras que conocemos— dirigida a
Marco Aurelio (emperador romano durante los años 161 a 180). No temió defender el
cristianismo y desenmascarar a los hombres malvados y codiciosos que, tomando como
excusa varias órdenes imperiales, perseguían a los cristianos y los condenaban injustamente
para apoderarse de sus bienes.
Melitón se dedicó con gran interés al estudio de las Santas Escrituras. Aunque
no disponemos de una lista completa de sus obras, bastan unos cuantos títulos para
percatarse de cuánto le importaban los temas bíblicos: Sobre la conducta y sobre los
profetas, Sobre la fe del hombre, Sobre la creación, Sobre el bautismo y sobre la verdad y
sobre la fe y el nacimiento de Cristo, Sobre la hospitalidad, La llave y Sobre el diablo y el
Apocalipsis de Juan.
Melitón viajó a tierras bíblicas para investigar el número exacto de los libros que integraban
las Escrituras Hebreas. A este respecto, escribió: “Así, cuando visité el Oriente y llegué al
lugar donde esas cosas fueron proclamadas y hechas, conseguí una precisa información
acerca de los libros del Antiguo Testamento que aquí te envío”. Aunque dicha lista omite
Nehemías y Ester, constituye el catálogo más antiguo de libros canónicos de las Escrituras
Hebreas que encontramos en los escritos de quienes afirmaban ser cristianos.
En las ciudades más importantes de Asia Menor había numerosos judíos. Los que vivían en
Sardes —la ciudad de Melitón— celebraban la Pascua hebrea el 14 de nisán. Melitón
compuso una homilía titulada Sobre la Pascua, en la que defiende la observancia cristiana
de la Cena del Señor ese mismo día y muestra la legitimidad de la Pascua bajo la Ley.
En esta obra comenta el capítulo 12 de Éxodo y señala que el sacrificio de Cristo estaba
prefigurado por la Pascua. Luego explica que no tenía sentido que los cristianos celebraran
esa fiesta, pues Dios había abolido la Ley mosaica. Entonces pasa a mostrar por qué fue
necesario el rescate (el sacrificio de Cristo): porque el primer hombre, Adán —quien pudo
haber vivido feliz en el Paraíso donde lo había puesto Dios— desobedeció la prohibición de
comer del árbol del conocimiento del bien y del mal.
Melitón reiteró que Dios había enviado a Jesús a la Tierra para que diera su vida en un
madero y así redimiera del pecado y la muerte a las personas creyentes. Cabe señalar que
cuando Melitón escribe acerca del madero en que murió Jesús, emplea la palabra griega
xýlon, que significa “leño” (Hechos 5:30; 10:39; 13:29).
La fama de Melitón trascendió Asia Menor. Así, vemos que sus obras eran bien conocidas
por Tertuliano, Clemente de Alejandría y Orígenes. Pero, como indica el historiador
Raniero Cantalamessa, la situación cambió: “El declive de Melitón, que llevó a la
progresiva desaparición de sus escritos, se inició cuando, al triunfar la práctica de celebrar
la pascua dominical, comenzó a considerarse herejes a los cuartodecimanos”. Al final, los
libros de Melitón se perdieron casi por completo.
¿Víctima de la apostasía?
Ciertamente, Melitón no prestó atención al consejo del apóstol Pablo: “Cuidado: quizás
haya alguien que se los lleve como presa suya mediante la filosofía y el vano engaño según
la tradición de los hombres, según las cosas elementales del mundo y no según Cristo”. Por
consiguiente, aunque hasta cierto grado fue un defensor de la verdad bíblica, en muchos
aspectos la abandonó (Colosenses 2:8).
Parece ser que San Melitón creía en el reino milenario de Cristo en la Tierra. Escribió
contra la idolatría apoyándose en las enseñanzas de los Padres para condenarla (cf.
Apología a Marco Aurelio Antonio de San Melitón). Presentó paralelos elaborados entre el
Antiguo Testamento (como el molde) y el Nuevo Testamento (como la verdad que rompe el
molde) en una serie de Eklogai, seis libros de extractos de la Ley y los Profetas
presagiando a Cristo y el cristianismo; un pasaje citado por Eusebio contiene el famoso
canon del Antiguo Testamento de Melitón.
Taciano
A PUNTO de concluir su tercer viaje misionero, el apóstol Pablo convocó a los ancianos de
la congregación de Éfeso y les dijo en un discurso: “Sé que después de mi partida entrarán
entre ustedes lobos opresivos y no tratarán al rebaño con ternura, y de entre ustedes mismos
se levantarán varones y hablarán cosas aviesas para arrastrar a los discípulos tras de sí”
(Hechos 20:29, 30).
En conformidad con las palabras de Pablo, el siglo segundo se distinguió por los cambios,
entre ellos la predicha apostasía. De día en día cobraba auge el gnosticismo, movimiento
religioso y filosófico que llegó a contaminar la fe de algunos creyentes. Los gnósticos
creían en la bondad de todo lo espiritual y en la maldad de la materia. Ya que razonaban
que la carne era invariablemente inicua, repudiaban el matrimonio y la procreación, a los
que atribuían origen satánico. Algunos afirmaban que, como solo lo espiritual era positivo,
no importaba lo que hicieran con el cuerpo. Tales opiniones dieron pie a conductas
extremistas, fuese el ascetismo o la carnalidad. Para los gnósticos, la salvación provenía de
la gnosis, o autoconocimiento místico, de forma que no había lugar alguno para la verdad
de la Palabra de Dios.
¿Cómo reaccionaron ante la amenaza del gnosticismo quienes profesaban ser cristianos?
Algunos doctos combatieron sus teorías erróneas, mientras que otros sucumbieron a su
influencia. Ireneo, por ejemplo, luchó toda su vida contra las doctrinas heréticas. Había sido
instruido por Policarpo, contemporáneo de los apóstoles, quien recomendaba una total
adhesión a las enseñanzas de Cristo y sus primeros discípulos. Sin embargo, pese a haber
compartido el mismo maestro, un amigo de Ireneo llamado Florino se dejó seducir por los
argumentos de Valentín, principal figura del movimiento gnóstico. Corrían, qué duda cabe,
tiempos turbulentos.
En sus escritos, Taciano se nos presenta como apologista, es decir, como ardoroso defensor
de su fe. Frente a la filosofía pagana, adopta una actitud intransigente de total repudio. Así,
en su Discurso contra los griegos subraya la inutilidad del paganismo y la lógica del
cristianismo de su época. Con gran aspereza estilística, expresa su más absoluto desdén por
la cultura griega. Por ejemplo, comenta de Heráclito que “puso en evidencia su
ignorancia [...] la manera como murió; porque, atacado de hidropesía”, y habiendo
cultivado tanto “la medicina como la filosofía, se envolvió en fiemo [estiércol] de buey
y, endurecido éste, le produjo convulsiones en todo su cuerpo y murió de espasmo”.
Taciano tenía en gran estima la creencia en un único Dios, Creador de todas las cosas
(Hebreos 3:4). En su Discurso contra los griegos, indica que el Altísimo es un “espíritu” y
destaca que “él solo [es] sin principio y, a [la] par, principio de todo el universo” (Juan
4:24; 1 Timoteo 1:17). En demostración del aborrecimiento que siente ante el empleo de
imágenes en el culto, Taciano escribe: “¿Cómo voy a declarar por dioses a la leña y a las
piedras?” (1 Corintios 10:14). Creía que la Palabra, o Logos, era el primogénito del Padre
celestial, su primera obra, al que luego utilizó para crear el universo físico (Juan 1:1-3;
Colosenses 1:13-17). Con respecto a la resurrección que se producirá en el momento
designado, dice: “Creemos que habrá resurrección de los cuerpos después de la
consumación del universo”. Y explica así la razón por la que fallecemos: “No fuimos
creados para morir, sino que morimos por nuestro pecado. Nos perdió nuestro libre
albedrío; y hemos quedado esclavizados, los que éramos libres; por el pecado hemos sido
vendidos”.
Por otro lado, la explicación que ofrece referente al alma resulta confusa: “Nuestra alma
no es por sí misma inmortal, sino mortal. Pero es también capaz de la inmortalidad. Si
no conoce la verdad, muere y se disuelve con el cuerpo, pero resucita luego y juntamente
con el cuerpo, en la consumación del mundo, para recibir como castigo una muerte
inmortal”. No está muy claro qué quiso indicar con tales palabras. ¿Sería que, al tiempo que
se aferraba a algunas doctrinas bíblicas, trataba también de ganarse las simpatías de sus
contemporáneos, y por ello contaminó las verdades de las Escrituras con ideas filosóficas
paganas?
Otra notable producción de Taciano es una concordia de los cuatro Evangelios conocida
como el Diatessaron. Taciano fue el primero que entregó a las congregaciones de Siria los
Evangelios en su propia lengua. Este libro, que fusionaba los cuatro Evangelios en un solo
relato, pasó a utilizarse en la Iglesia de Siria y gozó de gran reconocimiento.
¿Cristiano o hereje?
Cuando se examinan con cuidado sus escritos, resulta patente que Taciano conocía bien las
Escrituras y las respetaba profundamente. En un pasaje describe así la influencia que habían
ejercido en su persona: “Soy yo quien no busco la riqueza; el mando militar lo rechazo; la
fornicación la aborrezco; no me dedico a la navegación llevado por codicia insaciable; [...]
huyo de la vanagloria [...]. Veo que uno solo es el sol para todos, una sola también la
muerte, ora a través del placer, ora [en medio] de la indigencia”. Además, Taciano exhorta
así al lector: “Muere al mundo, desechando su locura. Vive para Dios, rechazando por
medio de su conocimiento tu viejo [modo de ser]” (Mateo 5:45; 1 Corintios 6:18;
1 Timoteo 6:10).
Por otro lado, en su obra Sobre la perfección según los preceptos del Salvador, asigna
origen diabólico al matrimonio y lo condena con vehemencia por considerar que quien se
casa vincula su carne al mundo corruptible.
Parece que en el año 166, tras la muerte de Justino Mártir, fundó la secta rigorista de los
encratitas (o al menos se afilió a ella), cuyos partidarios practicaban un estricto control del
cuerpo y llevaban una vida ascética que exigía abstenerse del vino, del matrimonio y de
tener posesiones.
¿Por qué se desvió tanto de las Escrituras Taciano? ¿Se volvió “un oidor olvidadizo”?
(Santiago 1:23-25.) ¿Desoyó la exhortación de no admitir los cuentos falsos y cayó presa de
las filosofías? (Colosenses 2:8; 1 Timoteo 4:7.) O, dado que abrazó errores mayúsculos,
¿tendría algún trastorno mental?
Sea como fuere, los escritos y el ejemplo de Taciano arrojan luz sobre el clima religioso de
su época, a la vez que demuestran lo nociva que puede ser la influencia de la filosofía
mundana. Por consiguiente, sigamos con cuidado el consejo del apóstol Pablo de apartarnos
“de las vanas palabrerías que violan lo que es santo, y de las contradicciones del falsamente
llamado ‘conocimiento’” (1 Timoteo 6:20).
Según información de Epifanio, Taciano habría regresado a oriente, donde difundió sus
concepciones encráticas de Antioquía a Pisidia: "Sucediendo a estos (a los severianos-
rigoristas) se levantó un tal Taciano ( ... ). Al principio, como quien venía de los griegos y
pertenecía a la cultura helénica, fue compañero de Justino, el filósofo, varón santo y amigo
de Dios. Taciano, al principio, mientras estaba al lado de Justino mártir, llevó una buena
conducta y se mantuvo en la fe; mas, en cuanto murió Justino, como el ciego llevado de la
mano y abandonado por su guía, que se precipita en el abismo por su ceguera y no para
hasta darse muerte, así también hizo Taciano. Era sirio de origen, según la tradición que
ha llegado hasta nosotros, y estableció su escuela desde el principio en Mesopotamia, (... )
hasta el año 12 de Antonino, el César, por sobrenombre Pío. Y fue así que pasando
después de la muerte de Justino a la región de Oriente y estableciéndose allí, cayendo en
perversas ideas, también él introdujo, siguiendo los cuentos de Valentín, ciertos eones y
principios y emisores. La mayor actividad de su prédica se extendió desde Antioquía de
Dafne hasta la zona de Cilicia y, sobre todo, a Pisidia" (Panarion, 46-47).
TEOFILO
“ME MOTEJAS [...] de cristiano, como si llevara yo un nombre infamante. Por mi parte,
confieso que soy cristiano, y llevo este nombre, grato a Dios, con la esperanza de ser útil
para el mismo Dios.”
De este modo introduce Teófilo su obra Los tres libros a Autólico. Es el comienzo de su
apología contra la apostasía del siglo II. Con gran valor, Teófilo se presenta como seguidor
de Cristo e indica que, en conformidad con el significado de su nombre griego, está resuelto
a conducirse de forma tal que se haga “grato a Dios” o “amado de Dios”. Ahora bien,
¿quién fue Teófilo? ¿En qué época vivió? ¿Qué legado dejó?
Biografía
A los primeros cristianos de Antioquía deben de haberlos animado mucho las visitas
apostólicas a su ciudad. El entusiasmo con que respondieron a la Palabra de Dios obedecía
en parte a las visitas con las que los enviados del cuerpo gobernante del siglo I fortalecieron
la fe de estos cristianos. (Hechos 11:22, 23.) Para aquellos tuvo que ser muy alentador ver a
tantos antioquenos dedicar su vida a Jehová Dios. Teófilo, sin embargo, vivió en Antioquía
cien años más tarde.
El historiador Eusebio indicó que Teófilo fue el sexto obispo de Antioquía, contando desde
el tiempo de los apóstoles de Cristo. Teófilo puso por escrito un considerable número de
conversaciones y refutaciones de las herejías. Figura entre la docena de apologistas
cristianos de su época.
En su descripción de Dios, Teófilo agrega: “Él es Señor, porque señorea sobre todas las
cosas; Padre, porque es antes que todas las cosas; Artífice y Hacedor, porque Él es el
Creador y Hacedor de todas las cosas; Altísimo, porque Él está sobre todas las cosas;
Omnipotente, porque todo lo domina y envuelve”.
Hallamos otra muestra de las acometidas de Teófilo contra los dioses falsos de su tiempo en
las siguientes palabras dirigidas a Autólico: “Los nombres de los dioses a quienes dices das
culto, son nombres de hombres muertos. Y aun éstos, ¿quiénes y qué tales fueron? ¿No se
ve que Crono [o Saturno] se comía y devoraba a sus propios hijos? Pues si me hablas de
Zeus [o Júpiter], hijo suyo, [...] fue alimentado [...] por una cabra [...]. Sus otros hechos
[incluyen], por ejemplo, su casamiento con su hermana, sus adulterios y corrupciones de
muchachos”.
Testimonio valioso
Las admoniciones y exhortaciones que da Teófilo en los tres libros dirigidos contra
Autólico son polifacéticas y detalladas. Otras obras suyas iban dirigidas contra Hermógenes
y Marción. También compuso libros para instruir y edificar a sus lectores, así como
comentarios a los Evangelios. Sin embargo, únicamente se conservan, en un mismo
manuscrito, Los tres libros a Autólico.
El primer libro constituye una apología de la religión cristiana; el segundo arremete contra
el paganismo, las especulaciones, la filosofía y la poesía que entonces predominaban, y el
tercero contrapone las Escrituras a la literatura pagana.
Al comienzo del tercer libro, parece que Autólico aún creía que la Palabra de verdad era
pura charlatanería. Teófilo lo censura con las siguientes palabras: “Soportas con gusto a los
necios. En otro caso, no te hubieras dejado desviar por los vanos discursos de hombres
insensatos, ni dado fe a ese rumor preconcebido”.
¿A qué “rumor preconcebido” se refería? Teófilo explica que provenía “de bocas impías
que mentirosamente nos calumnian a nosotros, adoradores de Dios, que nos llamamos
cristianos, propalando que tenemos las mujeres comunes y nos es indiferente con quién nos
unimos; es más, que mantenemos comercio carnal con nuestras propias hermanas y, lo que
es más impío y más crudo de todo, que nos alimentamos de carnes humanas”. Teófilo se
afanó por combatir esa opinión totalmente inexacta sobre los que afirmaban ser cristianos
en el siglo II. Se valió para ello de la luz de la verdad que irradia la Palabra inspirada de
Dios. (Mateo 5:11, 12.)
Para algunos, la disposición, el tono didáctico y el estilo reiterativo de las obras de Teófilo
dejan bastante que desear. Aunque no podemos aquilatar hasta que grado influyó en sus
ideas la apostasía predicha (2 Tesalonicenses 2:3-12), es patente que para el año 182, fecha
de su muerte, ya era un incansable apologista, cuyos escritos revisten un gran interés para
los auténticos cristianos de la actualidad.
HERMAS Y PAPÍAS
Otro de los padres apostólicos es Hermas, quien escribió en la primera parte del siglo
segundo. En su obra El Pastor, ¿dice algo que llevara a uno a creer que para él Dios fuera
una Trinidad? Note ejemplos de lo que dijo:
“Ni cuando algún hombre desee que hable, habla el espíritu santo; sino que entonces habla
cuando Dios quiere que hable. [...] Dios plantó la viña, a saber, creó al pueblo y lo entregó a
su Hijo. El Hijo, a su vez, puso a sus ángeles sobre ellos, para que los conservasen”19.
Ahí Hermas dice que cuando Dios (no simplemente el Padre) desea que el espíritu hable,
este habla, lo cual revela que Dios es superior al espíritu. Y dice que Dios entregó la viña a
su Hijo, lo cual indica que Dios es superior al Hijo. También declara que el Hijo de Dios es
anterior a sus criaturas —las del Hijo—, es decir, las que el Hijo de Dios creó como el
Obrero Maestro de Dios, “porque por medio de él todas las otras cosas fueron creadas en
los cielos y sobre la tierra”. (Colosenses 1:15, 16.) La realidad es que el Hijo no es eterno.
Fue creado como criatura celestial de alto rango, antes que las demás criaturas celestiales
—como los ángeles— que fueron creadas por medio de él.
“También hay prueba [...] de que trató de representar a Cristo como un tipo de ángel
supremo [...] Respecto a una doctrina de la Trinidad en el sentido estricto, desde luego no
hay ninguna señal”21.
Hermas era un esclavo que fue vendido a una mujer romana llamada Rode, que
posteriormente le liberó. Luego alcanzó cierta posición y hasta holgura económica. Se ha
estudiado y debatido si Hermas era de origen judío o pagano: su obra —con
reminiscencias de la espiritualidad esenia combinada con un profundo conocimiento de la
cultura griega— ha dificultado obtener conclusiones definitivas.
ista cristiano de la segunda mitad del siglo II, de quien sólo se sabe que fue un filósofo
ateniense y un converso al cristianismo. De sus escritos sólo se han conservado dos piezas
genuinas: su “Apología” o “Embajada por los Cristianos” y un “Tratado sobre la
Resurrección”. Las únicas alusiones a él en la literatura cristiana primitiva son las citas
acreditadas de su “Apología” en un fragmento de San Metodio de Olimpo (m. 312) y los
detalles biográficos poco confiables en los fragmentos de la “Historia Cristiana” de Felipe
de Side (c. 425). Puede ser que sus tratados, circulando anónimamente, fueron en un
tiempo considerados como la obra de otro apologista. Sus escritos atestiguan su erudición
y su cultura, su poder como filósofo y retórico, su fina apreciación del temperamento
intelectual de su época, y su tacto y delicadeza al tratar con los poderosos oponentes de su
religión.
Tal vez menos original que San Justino y Taciano, conviene hacer resaltar que él señala
indudablemente un momento importante en la historia de las relaciones entre el
cristianismo y la filosofía. Platónico de mentalidad, hace resaltar las concordancias que
existen entre razón y fe. En sus discursos toma de la filosofía su método y sus formas
Explicó que no existe un Pléroma sobre el Dios Creador. La Regla de la Verdad se resume
en lo siguiente: hay un solo Dios Soberano universal que creó todas las cosas por medio de
su Verbo, que ha organizado y hecho de la nada todas las cosas para que existan. El Dios
del Antiguo Testamento es el mismo y único Dios del Nuevo Testamento, al contrario de lo
que afirmó Marción.
Ireneo, escritor del siglo II E.C., dijo que, según algunas personas de su tiempo, en
Romanos 13:1 Pablo hablaba “respecto a poderes angelicales [o] de gobernantes
invisibles”. Sin embargo, Ireneo mismo pensaba que las autoridades superiores eran
“realmente autoridades humanas”. El contexto de las palabras de Pablo muestra que Ireneo
tenía razón.
Ireneo (c. 130-200): “Podemos aprender mediante Él [Cristo] que el Padre está por encima
de todas las cosas. Porque ‘el Padre —dice Él— es mayor que Yo’. Por tanto, nuestro
Señor ha declarado que el Padre excele en conocimiento”. (Adversus Haereses [Contra las
herejías], libro II, capítulo 28,8.)
Ireneo de Lyón escribió en una carta: “Ni Aniceto [de Roma] podía convencer a Policarpo
de no observar el día —como que siempre lo había observado, con Juan, discípulo de
nuestro Señor, y con los demás apóstoles con quienes convivió—, ni tampoco Policarpo
convenció a Aniceto de observarlo, pues éste decía que debía mantener la costumbre de los
presbíteros antecesores suyos”. (Historia Eclesiástica, Eusebio, V, 24.)
Ireneo de Lyon enseñó que después de la destrucción del Imperio romano, Jesús aparecería
visiblemente, ataría a Satanás y reinaría en la Jerusalén terrestre.
¿CUÁN importante le es la verdad a usted? ¿Le perturba que la falsedad haya torcido, hasta
ocultado, la verdad acerca del Creador del cielo y la Tierra? Esto perturbó mucho a Ireneo,
cristiano profeso del segundo siglo de nuestra era común. Él se esforzó por denunciar las
peligrosas inexactitudes del gnosticismo, una forma apóstata del cristianismo.
Anteriormente el apóstol Pablo había advertido a Timoteo que se apartara del tal
‘falsamente llamado conocimiento’. (1 Timoteo 6:20, 21.)
Ireneo se expresó denodadamente contra doctrinas erróneas. Por ejemplo, considere lo que
dijo en la introducción de su extensa obra literaria “La falsa gnosis desenmascarada y
refutada”. Escribió: “Ciertos hombres que rechazan la verdad han introducido entre
nosotros cuentos falsos y genealogías vanas que suscitan controversias, como dijo el
apóstol [1 Timoteo 1:3, 4], en vez de efectuar la obra divina de edificar en la fe. Por su
astuta construcción retórica extravían la mente de los inexpertos y los llevan cautivos,
corrompen los oráculos del Señor y explican mal lo que ya estaba bien dicho”.
Los gnósticos (de la palabra griega gnó·sis, que significa “conocimiento”) alegaban que
poseían conocimiento superior que les había venido por revelación secreta, y se jactaban de
ser “correctores de los apóstoles”. El gnosticismo mezclaba la filosofía, suposiciones y el
misticismo pagano con el cristianismo apóstata. Ireneo rehusó participar en aquello. Más
bien, emprendió una lucha de toda la vida contra las enseñanzas heréticas. Sin duda estaba
al tanto de que era necesario aplicar la advertencia del apóstol Pablo: “Cuidado: quizás
haya alguien que se los lleve como presa suya mediante la filosofía y el vano engaño según
la tradición de los hombres, según las cosas elementales del mundo y no según Cristo”.
(Colosenses 2:8; 1 Timoteo 4:7.)
Su juventud y ministerio
Poco se sabe de la juventud e historia personal de Ireneo. Por lo general se supone que era
natural de Asia Menor, y que nació entre 120 E.C. y 140 E.C. en la ciudad de Esmirna, o
cerca de allí. Ireneo mismo dice que en su juventud conoció a Policarpo, superintendente de
la congregación de Esmirna.
Parece que Ireneo se hizo amigo de Florino mientras aprendía bajo la tutela de Policarpo.
Policarpo era un eslabón viviente entre ellos y los apóstoles. Este había explicado
extensamente las Escrituras y había recomendado con firmeza adherirse a las enseñanzas de
Jesucristo y Sus apóstoles. Sin embargo, a pesar de haber recibido aquel excelente
adiestramiento en las Escrituras, ¡Florino se desvió después a las enseñanzas de Valentín, el
líder más prominente del movimiento gnóstico!
Ireneo quería que su amigo y anterior asociado Florino volviera a la enseñanza bíblica sana,
y deseaba rescatarlo del valentinismo. Aquello lo llevó a escribir una carta a Florino y
decirle: “Esas doctrinas, Florino, [...] no son de sano entendimiento; esas doctrinas no son
consecuentes con la iglesia y envuelven en la mayor impiedad a los que las siguen; [...] los
presbíteros que vivieron antes que nosotros, que conversaron con los apóstoles, no te
pasaron esas doctrinas”.
En un esfuerzo por recordarle a Florino el excelente adiestramiento que había recibido a los
pies del distinguido Policarpo, Ireneo pasó a decir: “Recuerdo los sucesos de aquellos
tiempos [...] por eso puedo decir hasta en qué lugar acostumbraba sentarse y pronunciar
discursos el bendito Policarpo [...] También que mencionaba su relación como de familia
con Juan y con los demás que habían visto al Señor; también que solía relatar las palabras
de ellos”.
Ireneo le recordó a Florino que Policarpo enseñaba lo que había recibido “de testigos
oculares de la Palabra de vida, [y había] relatado todo en armonía con las Escrituras. Estas
cosas que se me concedieron por la misericordia de Dios las oí entonces y las escribí, no en
papel, sino en el corazón; y continuamente por la gracia de Dios recuerdo estas cosas con
exactitud. Y [respecto al valentinismo] puedo dar testimonio a la vista de Dios de que si
aquel bendito presbítero apostólico [Policarpo] hubiera oído tal cosa, habría gritado y se
habría tapado los oídos [...] Habría huido del lugar donde, sentado o de pie, hubiera
escuchado tales palabras”.
No hay registro de que Florino haya contestado aquella conmovedora y vigorosa carta de
Ireneo. Pero las palabras de Ireneo revelan su interés genuino por un amigo querido que
había dejado el camino de la verdad y había sucumbido a la apostasía. (Compárese con
2 Tesalonicenses 2:3, 7-12.)
No se sabe cuándo fue a vivir en Galia (Francia) Ireneo. En el año 177 E.C. servía de
superintendente en la congregación de Lyon. Se informa que su ministerio allí fue muy
fructífero. De hecho, el historiador Gregorio de Tours informa que en poco tiempo Ireneo
había convertido a toda Lyon al cristianismo. Es probable que esto haya sido exageración.
En la introducción del tercer libro de su “Tratado contra las herejías” Ireneo escribe: “Por
lo tanto ten presente lo que he dicho en los dos libros anteriores; y al añadir este, tendrás de
mí una respuesta completa contra todos los herejes y podrás resistirlos fiel y
denodadamente en defensa de la única y verdadera fe dadora de vida que la Iglesia ha
recibido de los apóstoles y que imparte a sus hijos. Pues el Señor de todos dio a sus
apóstoles el poder del evangelio, y por ellos también hemos aprendido la verdad, es decir,
las enseñanzas del Hijo de Dios... como el Señor les dijo: ‘Quien los oye a ustedes me oye a
mí, y quien los desprecia a ustedes me desprecia a mí y a aquel que me envió’”.
Aunque Ireneo admitía que no era buen escritor, estaba resuelto a desenmascarar todo
aspecto de las “enseñanzas malignas” del gnosticismo. Cita y comenta sobre muchos textos
bíblicos y refuta con maestría a los “falsos maestros” de las “sectas destructivas”. (2 Pedro
2:1-3.) Parece que a Ireneo se le hizo difícil compilar su obra en forma satisfactoria. ¿Por
qué? Porque había acumulado una enorme cantidad de información.
Está claro que la denuncia del gnosticismo por Ireneo salió a luz después de mucho
esfuerzo y estudio. Sus extensos argumentos suplen un caudal de información sobre las
fuentes y el fenómeno del gnosticismo. Los escritos de Ireneo también constituyeron un
índice de incalculable valor sobre por lo menos algunos puntos de vista bíblicos de los que
profesaban adherirse a la Palabra de Dios al final del siglo II E.C.
Ireneo afirma vez tras vez que cree en “un Dios, el Padre Todopoderoso, que hizo el cielo y
la Tierra y los mares y todo lo que hay en ellos, y en un Cristo Jesús, el hijo de Dios, que
fue hecho carne para nuestra salvación”. ¡Los gnósticos negaban estos hechos!
Ireneo se expresó como sigue contra el docetismo gnóstico (la enseñanza de que Cristo
nunca vino en forma humana): “Cristo tenía que ser un hombre como nosotros para poder
redimirnos de la corrupción y hacernos perfectos. Tal como el pecado y la muerte fueron
introducidos en el mundo por un hombre, así podían ser eliminados legítimamente y para
nuestra ventaja solo mediante un hombre; aunque, por supuesto, no por uno que fuera
sencillamente descendiente de Adán y también necesitara redención, sino por un segundo
Adán, engendrado de manera sobrenatural, un nuevo progenitor de nuestra raza”.
(1 Corintios 15:45.) Por otro lado, los gnósticos eran dualistas, y creían que lo espiritual era
bueno, pero que toda materia y carne era mala. Por consiguiente, rechazaban al hombre
Jesucristo.
Por razonar que toda carne era mala, los gnósticos también rechazaban el matrimonio y la
procreación, de los cuales decían que habían sido originados por Satanás. ¡Hasta
atribuyeron sabiduría divina a la serpiente de Edén! Aquel punto de vista trajo como
resultado estilos de vida que iban a los extremos: o al ascetismo o a los excesos carnales.
Puesto que alegaban que la salvación se alcanzaba solo mediante el gnosticismo místico, o
el conocimiento de uno mismo, no dejaban lugar para la verdad de la Palabra de Dios.
Por contraste, los argumentos de Ireneo incluían la creencia en el Milenio e indicaban cierta
comprensión de las perspectivas de una vida futura pacífica en la Tierra. Él se esforzó por
unir las facciones que iban aumentando en su tiempo mediante el uso de la poderosa
Palabra de Dios. Y generalmente se le recuerda por su pensar claro, percepción aguda y
juicio sano.
Aunque hay personas que dicen que Ireneo (quien murió alrededor del año 200 E.C.)
promovió las doctrinas verdaderas de la fe cristiana, hay que recordar que él vivió en una
época de cambios y durante la apostasía predicha. A veces sus argumentos son algo vagos,
hasta contradictorios. Con todo, tenemos en alta estima el testimonio de hombres que
hablaron denodadamente a favor de la inspirada Palabra escrita de Dios, más bien que a
favor de las tradiciones de los hombres.
Por ejemplo, considere lo que dijo en la introducción de su extensa obra literaria “La falsa
gnosis desenmascarada y refutada”. Escribió: “Ciertos hombres que rechazan la verdad han
introducido entre nosotros cuentos falsos y genealogías vanas que suscitan controversias,
como dijo el apóstol [1 Timoteo 1:3, 4], en vez de efectuar la obra divina de edificar en la
fe. Por su astuta construcción retórica extravían la mente de los inexpertos y los llevan
cautivos, corrompen los oráculos del Señor y explican mal lo que ya estaba bien dicho”.
Minucio Félix llegó a decir que la enseñanza de Pitágoras sobre la transmigración del alma
contenía los elementos esenciales de la doctrina cristiana de la resurrección.
Incluso tiempo después, Minucio Félix, que afirmaba ser cristiano, dijo: “¿Quién hay tan necio o
irracional que se atreva a negar que, así como Dios pudo crear primeramente al hombre, pueda
resucitarle de nuevo?”.
Minucio Félix, abogado romano que murió sobre el año 250 E.C., dijo algo parecido: “A nosotros
prohibido nos está presenciar homicidios y el oírlos; y tanto horror nos causa la sangre de nuestros
semejantes, que ni siquiera gustamos en los alimentos la de los animales comestibles”. (El Octavio,
ediciones Aspas, Madrid, 1944, traducción de Santos de Domingo, XXX [6], pág. 128.)
La testificación informal era tan común entre los cristianos primitivos que hasta de años
posteriores se pudo decir: “De un escritor cristiano, probablemente en Cartago para el año 200,
viene una descripción [...] [que] se relaciona con personas muy educadas. Tres abogados jóvenes,
amigos íntimos, pasan un día de fiesta cerca del mar. Dos son cristianos; el otro es pagano. Pronto
pasan a hablar sobre religión [...] El relato de la larga discusión termina así: ‘Los tres regresamos a
casa alegres. Uno estaba alegre por haber adquirido la fe cristiana; los otros, por haberle llevado a
ella’. No se afirma que este escrito sea historia real; es una Apología, por Minucio Félix. Pero
representa lo que sucedía entre las personas acomodadas” (Church History 1—The First Advance:
AD 29—500, por John Foster, páginas 46, 48).
Clemente de Alejandría
Clemente de Alejandría (c. 150 a 215 E.C.) también llama al Hijo “Dios”. Hasta lo llama
“Creador”, término que nunca se usa en la Biblia con referencia a Jesús. ¿Quiso decir que el
Hijo era igual en todo sentido al Creador todopoderoso? No. Al parecer Clemente se refería
a Juan 1:3, donde se dice del Hijo: “Todas las cosas vinieron a existir por medio de él”16.
Dios utilizó al Hijo como agente en Sus obras creativas. (Colosenses 1:15-17.)
Clemente llama al Dios Supremo “el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesús”17, y dice que “el
Señor es también Hijo del Creador”18. Dice además: “El Dios del Universo es uno solo,
bueno, justo, creador, [y el] Hijo [está] en el Padre”19. Así que escribió que el Hijo tiene a
un Dios sobre sí.
Clemente habla de Dios como el “primer y único administrador de vida eterna, que el Hijo,
quien la recibió de Él [Dios], nos da”20. El Dador original de vida eterna es claramente
superior a aquel que, por decirlo así, la pasa adelante. Por eso Clemente dice que Dios “es
primero, y supremo”21. También dice que el Hijo “es más allegado al único que es el
Todopoderoso” y que el Hijo “ordena todas las cosas de acuerdo con la voluntad del
Padre”22. Una y otra vez Clemente muestra la supremacía del Dios Todopoderoso sobre el
Hijo.
Respecto a Clemente de Alejandría, leemos en The Church of the First Three Centuries:
”Nos asombra que alguien pueda leer a Clemente con atención regular, e imaginarse por un
momento que él considerara al Hijo numéricamente idéntico al Padre o uno con él. Su
naturaleza dependiente e inferior, según nos parece, se reconoce por todas partes. Clemente
creía que Dios y el Hijo eran numéricamente distintos; en otras palabras, dos seres: uno
supremo, el otro subordinado”23.
Además, de nuevo se puede decir: Aunque a veces parezca que Clemente va más allá de lo
que dice la Biblia acerca de Jesús, en ninguna parte habla de una Trinidad compuesta de
tres personas iguales en un solo Dios.
Clemente de Alejandría, por ejemplo, afirmó que cierta filosofía era “verdadera teología”.
La amplia cultura pagana de Clemente no fue borrada por su encuentro con el cristianismo. Los
filósofos gentiles, Platón en especial, se hallaban según él en el camino recto para encontrar a
Dios.
Clemente recibió una buena educación como se nota por el hecho de que a menudo hace
referencia a poetas y filósofos griegos en sus obras.
Hipolito 235
Hipólito, quien murió alrededor de 235 E.C., dijo que Dios es “el un solo Dios, el primero y Único,
el Hacedor y Señor de todo”, quien “no tenía cosa alguna coetánea [de la misma edad] con él [...]
Sino que era Uno, solo por sí mismo, quien, por su voluntad, llamó a la existencia lo que no existía
antes”, como a Jesús, quien fue creado mucho antes de que viviera como humano.
fue un retórico pagano y, tras una tardía conversión, polemista cristiano del siglo IV.
Los libros 6-7 son un ataque al culto politeísta y defiende a los cristianos de la acusación de
impiedad. Adquieren especial interés por la cantidad de detalles concernientes a ritos y
ceremonias.
Llama la atención en Arnobio la ausencia de argumentos tomados de la Biblia. Las raras veces en
que se citan pasajes del Nuevo Testamento, aparecen confundidos; así por ejemplo: en I, 46, col.
778, afirma que cuando el Señor (Jesucristo) hablaba era entendido por gentes de diversas
naciones en su propia lengua, transposición manifiesta de la narración de Pentecostés en el Libro
de los Hechos. No solo desconoce el Nuevo Testamento, sino que parece no encontrar lazo alguno
con el Antiguo.7 Este repudio del Dios veterotestamentario, que se asemeja con el marcionismo,
sigue apareciendo en su concepto de la divinidad. Dios está totalmente por encima de las
criaturas, sin contacto con ellas, indiferente y pacífico, con impasibilidad totalmente pagana,
epicúrea.8 Sigue concibiendo a los demás dioses como existentes en dependencia del Dios de los
cristianos, «Deus princeps, Deus summus».
En Arnobio tenemos, pues, un neoconverso de edad avanzada y amplia erudición pagana,
influenciado por todas las escuelas ―desde Platón a los gnósticos y desde los estoicos a los
epicúreos― que se adhiere de corazón a la verdad cristiana asimilada muy lentamente.
Dios está totalmente por encima de las criaturas, sin contacto con ellas, indiferente y pacífico, con
impasibilidad totalmente pagana, epicúrea.
Cornelio
En efecto, mientras el papa Cornelio, apoyado por el obispo de Cartago San Cipriano, era
partidario de la readmisión en el seno de la Iglesia de los apóstatas, el presbítero romano
Novaciano quien fue el primer teólogo en escribir sus tratados en latín, era totalmente opuesto a
dicho perdón ya que opinaba que la Iglesia tenía que estar compuesta de santos y por tanto
aquellos que hubieran pecado mortalmente tenían que ser excluidos (Novacianismo).
El susodicho Tascio Cecilio Cipriano fue el obispo de la iglesia de Cartago, África. Nació
para el 200 E.C. y murió en 258 E.C. Era clérigo, llamado aquí “el padre del sistema
jerárquico,” uno del cuerpo de clérigos que existió no mucho más de un siglo después de la
muerte de los apóstoles de Cristo y sus asociados allegados. Desde ese tiempo en adelante,
a través de la “Edad del Oscurantismo,” hasta el tiempo de la Reforma y el principio de las
iglesias protestantes, y hasta la actualidad, esta distinción entre clero y legos ha existido en
la cristiandad.
Cipriano, obispo de Cartago, amplió este sistema clerical jerárquico delineando una jerarquía
monárquica de siete grados. En la posición suprema estaba el obispo, y bajo él había sacerdotes,
diáconos, subdiáconos y otros grados.
Su disputada elección sobre cartago
Poco después de su bautismo fue ordenado diácono, y más tarde presbítero. En algún momento
entre julio de 248 y abril de 249 fue elegido obispo de Cartago por aclamación popular, tras la
muerte del antiguo obispo de Cartago, Donato.6 Una elección popular entre los pobres, que
recordaban su caridad, aunque una parte de los presbíteros se opuso a causa de la riqueza de
Cipriano, su diplomacia y su talento literario. Cinco presbíteros se opusieron a esta elección, entre
ellos Felicísimo, que más tarde llevaría a cabo una disputa con el propio San Cipriano, dando lugar
al Cisma de Novato y Felicísimo.1
Origenes
De ninguna, entre todas las personas santas mencionadas en las Escrituras, hay el registro de que
haya observado una fiesta o celebrado un gran banquete en su cumpleaños. Solo pecadores (como
Faraón y Herodes) hacían ocasiones de gran regocijo del día en que habían nacido en este mundo
abajo.” (The Catholic Encyclopedia, Nueva York, 1911, tomo X, página 709, al citar a Orígenes
Adamantino, del siglo III.)
Orígenes mismo dijo, en sus comentarios sobre el Salmo 2:2, que “en los manuscritos más fieles EL
NOMBRE está escrito con caracteres hebreos, no del hebreo moderno, sino del arcaico”.
(Patrologia Graeca, París, 1862, vol. XII, col. 1104.)
Por ejemplo, las Hexaplas conservaron el Tetragrámaton —el nombre divino en su grafía original
de cuatro letras hebreas—, lo que constituye una prueba notable de que los primeros cristianos
conocían y empleaban el nombre Jehová.
• Alrededor del año 245 E.C., el famoso erudito Orígenes produjo su Héxapla, una
reproducción a seis columnas de las Escrituras Hebreas inspiradas que contenía: 1) el texto
hebreo y arameo original, 2) una transliteración al griego del texto hebreoarameo, 3) la
versión de Aquila, 4) la versión de Símaco, 5) la Septuaginta y 6) la versión de Teodoción.
...
Orígenes nació cerca del año 185 de nuestra era en la ciudad egipcia de Alejandría. Recibió
una sólida formación en la literatura griega, aunque su padre, Leónidas, lo obligó a
dedicarse con igual empeño al estudio de las Escrituras. Cuando cumplió 17 años, el
emperador romano promulgó un edicto que prohibía cambiar de religión. De ahí que
Leónidas fuera encarcelado por convertirse al cristianismo. El muchacho, ardiendo en
juvenil celo, se propuso seguirle a prisión y al martirio, pero su madre, al percatarse de sus
intenciones, le ocultó las ropas para impedir que saliera de casa. Con todo, Orígenes
escribió una carta a su padre con este ruego: “Ten cuidado, no sea que por causa nuestra
cambies de parecer”. Leónidas no transigió y fue ejecutado, con lo que dejó a la familia en
la indigencia. Pero Orígenes había progresado hasta tal punto en sus estudios, que pudo
mantener a su madre y a sus seis hermanos menores dando lecciones de literatura griega.
Con todo, el confuso ambiente religioso que imperaba en el siglo III dejó profunda huella
en su manera de enseñar las Escrituras. Aunque el cristianismo se hallaba en su infancia, ya
se había pervertido con creencias antibíblicas, y las iglesias, que se encontraban dispersas,
manifestaban desacuerdos doctrinales.
Percibimos su mentalidad en una carta dirigida a uno de sus discípulos. En ella señaló que
los israelitas fabricaron algunos utensilios del templo con el oro traído de Egipto, y en este
hecho encontró un apoyo alegórico para justificar su empleo de la filosofía griega en la
enseñanza del cristianismo. Escribió sobre “la utilidad de las cosas que los israelitas
tomaron de Egipto, cosas [...] que los egipcios no usaban debidamente, y los hebreos,
inspirados por la sabiduría de Dios, dedicaron a la religión de Dios”. Por consiguiente,
Orígenes animó a sus alumnos a extraer “de la filosofía griega las materias que pudieran ser
como iniciaciones o propedéutica para el cristianismo”.
Tal idea no se halla en las Escrituras, pues estas enseñan que el Hijo unigénito de Dios es
“el primogénito de toda la creación” y “el principio de la creación por Dios” (Colosenses
1:15; Revelación [Apocalipsis] 3:14). Según Augustus Neander, historiador de religión,
Orígenes llegó al concepto de la “generación eterna” a través de su “educación filosófica en
la escuela platónica”. De este modo quebrantó un principio bíblico fundamental: “No vayas
más allá de las cosas que están escritas” (1 Corintios 4:6).
Durante sus primeros años de maestro, un sínodo alejandrino lo depuso del sacerdocio,
probablemente porque Demetrio envidiaba su creciente fama. Orígenes se trasladó a
Palestina, donde continuó ejerciendo su labor de presbítero, pues allí no había perdido nada
de la admiración de que disfrutaba como defensor de la doctrina cristiana. De hecho,
cuando se alzaron voces “heréticas” en Oriente, se solicitaron sus oficios para convencer a
los obispos disidentes de que retornaran a la doctrina ortodoxa. Pero fue tras su muerte,
acaecida en el año 254, cuando su nombre cayó en el mayor descrédito. ¿Por qué razón?
Una vez que el cristianismo nominal cobró prominencia, la Iglesia definió con mayor
precisión lo que consideraba enseñanzas ortodoxas. Por consiguiente, las nuevas
generaciones de teólogos no aceptaron muchas de las opiniones filosóficas de Orígenes,
que eran especulativas y a veces imprecisas. Tales doctrinas desataron enconadas polémicas
en el seno de la Iglesia, así que, con el propósito de zanjar las disputas y preservar la
unidad, se le condenó oficialmente por herejía.
Orígenes no fue el único que cayó en el error; a decir verdad, la Biblia ya había predicho
una alteración generalizada de las enseñanzas puras de Cristo.
Por su parte, Orígenes podría haber seguido el consejo del apóstol Pablo y “[apartarse] de
las vanas palabrerías que violan lo que es santo, y de las contradicciones del falsamente
llamado ‘conocimiento’”, y así no habría contribuido a la apostasía. En cambio, su
enseñanza dependió a tal grado de dicho “conocimiento”, que se ‘desvió de la fe’
(1 Timoteo 6:20, 21; Colosenses 2:8).
Orígenes produjo la Hexapla, la primera edición crítica de la Biblia hebrea, que contenía el texto
hebreo original, así como cinco traducciones griegas diferentes, todas escritas en columnas, una al
lado de la otra.
Según Eusebio, la escuela que fundó Orígenes estaba dirigida principalmente a jóvenes
paganos que habían expresado interés en el cristianismo,1377 pero que aún no estaban
listos para pedir el bautismo.1377 Por lo tanto, la escuela buscaba explicar las enseñanzas
cristianas a través del platonismo medio.1378 Orígenes comenzó su plan de estudios
enseñando a sus estudiantes el razonamiento socrático clásico.75 Después de haber
dominado esto, les enseñaba cosmología e historia natural.75 Finalmente, una vez que
dominaban todas estas materias, les enseñaba teología, que era la más alta de todas las
filosofías, la acumulación de todo lo que habían aprendido previamente.
En el libro, Orígenes refuta sistemáticamente cada uno de los argumentos de Celso punto
por punto14129 y aboga por una base racional de la fe cristiana.13113280 Orígenes se basa en
gran medida en las enseñanzas de Platón133 y argumenta que el cristianismo y la filosofía
griega no son incompatibles;133 y que la filosofía contiene mucho de lo que es verdadero y
admirable,133 pero que la Biblia contiene mucha más sabiduría que cualquier cosa que los
filósofos griegos pudieran comprender.133 Orígenes responde a la acusación de Celso de
que Jesús había realizado sus milagros usando magia en lugar de poderes divinos al
afirmar que, a diferencia de los magos, Jesús no había realizado sus milagros para
mostrarlos, sino para reformar a su público.
Orígenes tenía una inclinación a especular más allá de lo que se declaraba explícitamente
en la Biblia,159180 y este hábito lo colocaba frecuentemente en el reino nebuloso entre la
ortodoxia estricta y la herejía.
Novaciano (c. 200-258) comentó: “Dado que Él dice ‘una’ cosa,[*] entiendan los herejes
que Él no dijo ‘una’ persona. Porque uno puesto en neutro da a entender la concordia
social, no la unidad personal. [...] Además, el que diga uno se refiere a acuerdo, y a
identidad de juicio, y a la propia relación cariñosa, pues, lógicamente, el Padre y el Hijo son
uno en acuerdo, en amor y en cariño”. (De Trinitate [Sobre la Trinidad], capítulo 27.)
Dionisio
El Dictionnaire de Théologie Catholique dice que Cayo (eclesiástico romano de finales del
siglo segundo y principios del tercero) “negó absolutamente la autenticidad del Apocalipsis
[Revelación] y del Evangelio de san Juan, a fin de acabar con el milenarismo”. Este
diccionario señala además que Dionisio, obispo de Alejandría del siglo III, escribió un
tratado contra el milenarismo en el que “para impedir que los partidarios de esta opinión se
apoyaran en el Apocalipsis de san Juan, no dudó en declarar que la obra no podía ser
auténtica”. Esta encarnizada oposición a la esperanza de bendiciones terrestres milenarias
denota una sutil influencia que ya actuaba en los teólogos del momento.
Ambrosio de milan
Fue el primer cristiano en conseguir que se reconociera el poder de la Iglesia, por encima
del Estado, y desterró definitivamente, en sucesivas confrontaciones, a los paganos de la
vida política romana.
Concicilos
bautismo de infantes
Se considera que la práctica del bautismo de infantes obedece a una norma cuya tradición
es inmemorial”
¿Estableció Jesucristo esa tradición? No, porque el bautismo de infantes no llegó a ser una
práctica popular sino hasta algún tiempo después de la muerte de los apóstoles. Hacia fines
del siglo segundo, uno de los padres de la iglesia, Tertuliano, dijo: “Dejen que [los niños]
se hagan cristianos cuando puedan llegar a conocer a Cristo”.
Cena del Señor en domingo: Algunos celebraban la ocasión desde el 14 de Nisán hasta el
siguiente domingo. Otros lo hacían con más frecuencia: todos los domingos.
Tras dos meses de intensos debates religiosos, este político pagano intervino y se pronunció
a favor de aquellos que decían que Jesús era Dios. ¿Por qué? “Constantino no entendía
absolutamente nada acerca de las preguntas de teología griega que se plantearon”, dice la
obra A Short History of Christian Doctrine (Breve historia de la doctrina cristiana). Lo
único que comprendía era que las divisiones religiosas constituían una amenaza para su
imperio, y él estaba resuelto a darle solidez.
¿Se debió la intervención de ese gobernante pagano a sus convicciones bíblicas? No. El
libro A Short History of Christian Doctrine (Breve historia de la doctrina cristiana) declara:
“Básicamente, Constantino no entendía nada de las preguntas que se hacían en teología
griega”2. Lo que sí entendía era que las disputas religiosas amenazaban la unidad de su
imperio, y quería zanjarlas.
El credo que ese concilio promulgó ciertamente sostuvo varias ideas acerca del Hijo de
Dios que permitirían a diversos clérigos considerarlo en cierto modo igual al Dios Padre.
Sin embargo, es instructivo ver lo que no dijo el Credo de Nicea. Según se publicó
originalmente, el credo entero decía:
“Creemos en un solo Dios Padre omnipotente, creador de todas las cosas, de las visibles y
de las invisibles; y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es
decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios
verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por quien todas las cosas fueron
hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra, que por nosotros los hombres y por
nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre, padeció, y resucitó al tercer día,
subió a los cielos, y ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Y en el Espíritu
Santo”3.
The Oxford Dictionary of Popes (Diccionario Oxford de los papas) declara lo que sigue
sobre Silvestre I: “Aunque fue papa por casi veintidós años durante el reinado de
Constantino el Grande (306-337) —una época de desenvolvimientos dramáticos para la
iglesia—, parece que desempeñó un papel insignificante en los acontecimientos de su
tiempo. [...] Ciertamente hubo obispos a quienes Constantino hizo sus confidentes, y con
quienes concertaba sus normas eclesiásticas; pero [Silvestre] no estaba entre ellos”.
Constantino era consciente de las numerosas divisiones que existían en el seno del
cristianismo, por lo que, siguiendo la recomendación de un sínodo dirigido por Osio de
Córdoba en ese mismo año, decidió convocar un concilio ecuménico de obispos en la
ciudad de Nicea, donde se encontraba el palacio imperial de verano. El propósito de este
concilio era establecer la paz religiosa y construir la unidad de la Iglesia católica
Uno de los propósitos del concilio fue resolver los desacuerdos surgidos dentro de la
Iglesia de Alejandría sobre la naturaleza del Hijo en su relación con el Padre: en
particular, si el Hijo había sido "engendrado" por el Padre desde su propio ser, y por lo
tanto no tenía principio, o bien creado de la nada, y por lo tanto tenía un principio.7
Alejandro de Alejandría y su discípulo y sucesor Atanasio de Alejandría tomaron la
primera posición, mientras que el popular presbítero Arrio, de quien procede el término
arrianismo, tomó la segunda. En aquellos momentos esa era la cuestión principal que
dividía a los cristianos. Alejandro y Atanasio defendían que Jesús tenía una doble
naturaleza, humana y divina, y que por tanto Cristo era verdadero Dios y verdadero
hombre; en cambio, Arrio y el obispo Eusebio de Nicomedia afirmaban que Cristo había
sido la primera creación de Dios antes del inicio de los tiempos, pero que, habiendo sido
creado, no era Dios mismo.
los artículos de la Enciclopedia Católica, que sostiene que Constantino I nunca pudo
influir sobre los temas teologales, ya que su formación a este respecto era prácticamente
nula. Por el contrario, sostiene la misma fuente, Constantino I se encargó de dar el marco
físico y político al concilio, con el fin de evitar que los disensos dogmáticos (herejías)
pudiesen desembocar de hecho en una fractura política del Imperio.
lgunos eruditos reconocen que estos “decimocuartistas” seguían el modelo original de los
apóstoles. Un historiador dijo: “Las iglesias cuartodecimanas de Asia seguían el modelo de
la iglesia de Jerusalén en lo que respecta al día de observancia de la Pascua [la Cena del
Señor]. En el siglo II, estas iglesias conmemoraban la redención lograda por la muerte de
Cristo en su Pascua del 14 de Nisán”. (Studia Patristica, tomo V, 1962, página 8.)
Esta doctrina de los obispos como sucesores de los apóstoles, los cuales a su vez habían sido
elegidos y configurados por el mismo Cristo, es formulada por primera vez por san Clemente a
finales del siglo I.
Durante los primeros años de cristianismo surgieron líderes con ideas nuevas o desarrollos
que, eventualmente, fueron considerados heterodoxos por parte de la opinión mayoritaria
dentro de la Iglesia. El Nuevo Testamento menciona negativamente a dos de estos grupos:
• Simón el Mago, que es mencionado en el libro de los Hechos de los Apóstoles.
• Nicolaítas, un grupo mencionado dos veces en el Apocalipsis de San Juan.
A pesar de que el uso del término cristiano está atestiguado en el libro de Hechos a partir de
mediados del siglo I, el uso registrado del término cristianismo (griego: Χριστιανισμός) es por
Ignacio de Antioquía aproximadamente en el año 107 d.C., que también está asociado con la
modificación del día de reposo, la promoción del obispo, y la crítica de los Judaizantes
Mientras Clemente y los escritores del Nuevo Testamento utilizan los términos de
supervisor y anciano de manera intercambiable, una estructura episcopal se hace más
visible en el siglo II.
Cada comunidad cristiana tenía presbíteros o "ancianos", como fue el caso de las comunidades
judías, que también fueron ordenadas y con la asistencia del obispo; a medida que se extendió el
cristianismo, especialmente en las zonas rurales, los presbíteros ejercieron más responsabilidades
y tomaron forma distintiva como sacerdotes. Por su parte, los diáconos llevaban a cabo ciertas
tareas, como atender a los pobres y enfermos.
La Enciclopedia Católica argumenta que a pesar de que la evidencia es escasa en el siglo II, la
primacía de la Iglesia de Roma está afirmada por Ireneo de Lyon en su documento Contra las
herejías (189 d.C.)