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Los 9 hábitos de los enfermos de

cáncer ‘incurable’ que terminaron


por controlar la enfermedad
Alfonso Fernández 24 de mayo de 2015 170 comentarios

LO QUE UNA REMISIÓN COMPLETA DE ESCLEROSIS


MÚLTIPLE NOS ENSEÑA DEL CÁNCER Y DE TODAS
LAS ENFERMEDADES CRÓNICAS.

Este artículo tiene dos objetivos:

El primero es aportar una esperanza sólida,


incluso a
pacientes en un estadio avanzado de la
enfermedad. No usaremos la palabra curación sino
control o remisión. Curación es demasiado
manipulador y no permite comprender la
complejidad de aquello a lo que nos enfrentamos
Sé que la esperanza a secas, basada tan sólo en
un salto de fe, no basta: la esperanza infundada es
extraordinariamente peligrosa, aunque es mucho mayor el
veneno de la resignación y de la impotencia, que
proceden del desconocimiento y de la
incertidumbre.
La esperanza de la que hablo no se basa en
promesas falsas, sino en pruebas, estudios
científicos y testimonios reales de supuestas
‘anomalías’ (también llamadas con cierto desprecio
‘casos a mí me funciona’): miles de personas en todo el
mundo que han vencido a la enfermedad usando su propio
conocimiento y voluntad, a pesar del funesto pronóstico de
los médicos, mediante la aplicación de medidas que
son, en todos los casos, muy similares.

El segundo objetivo es sentar una bases teóricas


que, junto con los anteriores artículos relativos a
la dieta cetogénica y al efecto Warburg, me permitan
describir, en sucesivos artículos, estrategias
combinadas de acciones concretas, eminentemente prácticas
y basadas en ciencia, y que puedan ser aplicadas por
cualquier enfermo sin más armas que su voluntad.
Conozcamos, en primer lugar, el caso de
una remisión completa de esclerosis múltiple y, después,
explicaremos qué consecuencias podemos
extraer de su historia, para abordar el tratamiento
del cáncer y de cualquier enfermedad crónica.

ENTRA TERRY WAHLS


Terry Wahls es una médico canadiense a quien
diagnosticaron esclerosis múltiple en el año 2001.
La enfermedad avanzó progresiva pero
rápidamente, a pesar de haber aplicado con
obediencia todo el arsenal de fármacos prescritos
por la medicina convencional, hasta dejarla
recluida en una silla de ruedas.
Fue en ese momento cuando decidió que la
guerra aún no estaba perdida: investigó, evitó los
fármacos convencionales, asumió la responsabilidad de su
tratamiento, cambió su estilo de vida y, pocos meses después,
volvía a andar y hasta a montar en bicicleta.
Antes de que profundicemos en lo que la remisión
absoluta de su enfermedad nos dice del cáncer y
de todas las enfermedades crónicas, os aconsejo
que veáis y escuchéis este vídeo, donde ella
misma, en una de las charlas TED, nos cuenta su
historia.

Está dividida en dos partes, y está subtitulada al


español.

Es demoledora por su sencillez y por su claridad.

Presiona la imagen para ir al enlace:

Lo primero que debemos entender es que su caso


es real, constatado: las pruebas médicas decían que
progresivamente iría perdiendo funcionalidad y
que no existía curación. Los médicos lo decían y lo
repetían machaconamente.
Pero se equivocaron.

Lo segundo es que su mejoría se produjo después


de que ella misma tomara las riendas de su vida y
realizara los cambios que explica en el vídeo. Por
lo tanto, su remisión ha tenido que deberse a
dichos cambios.

¿ENFERMEDADES DIFERENTES?
Algunos a quienes les he comentado este caso me
han respondido algo curioso: “sí, bueno, pero es que sólo
es un caso”, me dijeron. Eso me dejó perplejo.
¿Acaso un solo caso no debe moverles, al menos, a
reflexionar acerca de la disonancia entre la
medicina oficial y esa manera aparentemente ‘naif’
de enfrentarse a la enfermedad y superarla?
¿No sienten curiosidad de conocer más? ¿No se
preguntan cómo es posible que la híper
tecnológica y millonaria maquinaria de la medicina
oficial sea ridiculizada por la voluntad y la
inteligencia de una sola persona? Sobre todo
porque no existe ni un solo caso similar que haya
conseguido vencer a la enfermedad aplicando
solamente los carísimos fármacos sintéticos.

Lo cierto es que la ciencia ha avanzado a lo largo


de la historia observando anomalías, como el
Doctor Fleming podría atestiguar:
experimentación, observación, establecimiento de
hipótesis y vuelta a empezar. Aunque se trate de
un solo caso, debe servirnos para establecer y
poner a prueba hipótesis que nos acerquen a la
verdad.

Si analizamos el vídeo y lo que dice, sonará


familiar a quienes han leído mis post anteriores,
dedicados a la Dieta Cetogénica y al efecto
Warburg: mitocondria dañada, abundante glucosa,
venenosa alimentación occidental basada en grano,
inflamación, sistema inmune…
Es decir: los mismos ingredientes parecen estar
detrás de dos enfermedades que la medicina
oficial considera diferentes.

Para probar que detrás de la aparentemente


milagrosa recuperación de Terry Wahls hay
métodos realmente eficaces, deberían obtenerse
resultados parecidos si dichos métodos se
repitieran en quien padeciera una enfermedad
similar. Es decir, el método debería ser replicable
y, por tanto, deberían existir otros casos análogos.

Podemos ir más allá en la hipótesis y aventurar


que, ya que parecen existir similitudes bioquímicas
y fisiológicas de fondo entre el cáncer y la
esclerosis múltiple (los mismos procesos de base
alterados: inflamación alta, mitocondria dañada,
sistema inmune alterado), también podríamos
encontrar remisiones de cánceres avanzados en personas
que aplicaron métodos similares a los de Terry Wahls.
Y los hay.

No uno, ni dos, ni cien, sino miles de casos registrados,


aunque no por los oncólogos que atendieron
previamente a esos pacientes y a los cuales
desahuciaron.

ESTUDIOS DE CAMPO
‘DOMÉSTICOS’
Cuando, allá por 2008, me enfrenté a la
abrumadora montaña de información referida al
cáncer, comprendí enseguida que existía un rastro
que unía a ciertos casos ‘inexplicables’, que la
medicina oficial etiquetaba como ‘remisiones
espontáneas’ y cuya autenticidad se había
constatado.

Todo investigador que se precie debe encontrar


generalidades a partir de los casos particulares.
Elevarse por encima de los detalles hasta obtener
una visión global y desarrollar una hipótesis
genérica. Y sólo a continuación deberá sumergirse
en las particularidades de ese ‘bosque’ para
ponerle nombre y apellidos a los ‘árboles‘ que lo
forman.

Cuando me enteré del alto porcentaje de


oncólogos que, en algún momento de su carrera
profesional, se habían encontrado (o bien
terminarían con encontrarse) con alguno de esos
casos, comprendí que su volumen podría ser lo
suficientemente alto como para poder detectar
patrones comunes y establecer alguna hipótesis
general.
Si de entre esas personas que remitieron a pesar
de los costosos tratamientos oficiales y de la
inteligencia de los médicos, que los habían
considerado incurables, se podía desprender una
serie de comportamientos o hábitos específicos de
su grupo, entonces podríamos establecer la
hipótesis de que dichos hábitos los habían
conducido a dicha remisión.

Tenemos la ventaja de que no somos médicos. Un


médico diría que esa observación no es
estadísticamente significativa, y bien sé yo, que
soy Ingeniero, que la ‘forma’ de su razonamiento
es correcta.

Pero también sé que la intuición nos dice al oído


que no existe un paralelismo de remisiones similares en los
grupos que, simplemente, se sometieron con obediencia a los
tratamientos estándar; y que ahí se esconde una
irregularidad que debe ser estudiada.
Además, los estudios oficiales para poner a prueba
estas hipótesis nunca se llevarán a cabo, por dos
razones.

▪ Una: porque las variables implicadas en él


serían excesivas. Las pruebas establecen si
una o dos variables son responsables de un
determinado cambio fisiológico positivo y si
dicho cambio es significativo, es decir,
establecen si existe una relación de causa-
efecto comprobada. Pero las variables
implicadas en el cambio global de un estilo de
vida son demasiadas como para que alguien
se lance a ponerlas a prueba.
▪ Dos: porque quien tiene la capacidad de poner
el dinero para arrancar dichas pruebas no
obtendría un beneficio de ellas. Y eso incluye
a las compañías farmacéuticas y a los
sistemas públicos de salud. Infestados como
están los primeros de analistas de negocio; de
políticos, los segundos; ambos dedicados a la
tarea de rentabilizar lo antes posible una
inversión, es imposible que ninguno de ellos
se implique en una tarea con un componente
tan elevado de altruismo.

Si, además, las medidas que se deducen de ese


grupo que venció a la enfermedad son inocuas o
el riesgo de su aplicación es bajo, nos
encontraríamos con un escenario ideal: una
hipótesis plausible que, de ser errónea, no dañaría
aún más al enfermo pero que, de ser cierta, podría
significarlo todo.

Todo.

Vamos a explicar porqué debemos confiar mucho


más en nosotros mismos, pero es una explicación
larga, así que quien quiera saltársela e ir al grano
de lo que se deduce de los casos de personas que
han remitido contra todo pronóstico, puede
saltarse unos cuantos bloques de texto y acceder
directamente mediante este enlace
¿ENFERMEDADES, O UNA SOLA
ENFERMEDAD?
Prosigamos los razonamientos y establezcamos
más hipótesis plausibles: ¿sólo esas dos
enfermedades comparten características de base?
¿Podríamos encontrar esas similitudes en otras
enfermedades?

Mostremos algunos datos, aparentemente


deslavazados, pero que conforman una red que,
en conjunto, es muy explicativa:

▪ Desde que se emprendió la ‘cruzada ‘, en los


años 80 y 90 del siglo XX por una alimentación
‘saludable’, basada en una pirámide nutricional
con casi un 70% de carbohidratos y grano, los
casos de diabetes tipo 2, obesidad, cáncer,
alzheimer y cualquier enfermedad crónica se
han disparado.
La correlación es evidente y la epidemiología
nos hace sospechar que hay una relación
causa-efecto entre la dieta que,
supuestamente, nos devolvería la salud y los
datos que concluyen que ha conseguido
exactamente el efecto opuesto.
▪ “Si quieres conocer la verdad, sigue el rastro del
dinero”, decía Lester Freamon, el extraordinario
personaje de la extraordinaria serie ‘The Wire’,
menospreciado por sus superiores a pesar de
su inteligencia y honestidad: en el mismo
punto en que la curva de enfermedad
comienza a aumentar estrepitosamente, lo
hace también la curva de ganancias de las
empresas alimentarias y farmacéuticas.
▪ La dieta Cetogénica es oficialmente el
tratamiento más eficaz contra las epilepsias
refractarias, por encima de cualquier fármaco.
Empiezan a obtenerse resultados
esperanzadores en Alzheimer y Parkinson.

▪ En algunos estudios con cohortes de


pacientes se demostró que los ALTOS niveles
de colesterol se relacionaban con BAJAS
tasas de Alzheimer y Parkinson, siempre que
los triglicéridos estuvieran BAJOS. La dieta
cetogénica y, en general, las dietas bajas en
carbohidratos, hacen descender el nivel de
triglicéridos, pero pueden incrementar el de
colesterol . De ahí que hayan sido satanizadas
sin fundamento durante décadas.

▪ No existe relación entre el consumo de grasas


saturadas y el nivel elevado de colesterol

▪ No existe relación entre el consumo de


huevos y el colesterol

▪ Peor aún: no existe relación entre niveles de


colesterol y afecciones cardíacas

▪ La mitad de quien sufre un infarto tiene


niveles ‘saludables’ de colesterol

▪ La venta de 3 tipos de estatinas


(medicamentos para hacer descender los
niveles del colesterol), los fármacos más
vendidos del mundo, suponen para las
compañías farmacéuticas unos ingresos que
igualan el PIB de algunos países.

▪ Algunos estudios avalan que los síntomas del


autismo remiten en parte al seguir una dieta
baja en carbohidratos y al eliminar el gluten.

▪ Existe una relación directa entre el cociente


triglicéridos/colesterol bueno y la
probabilidad de morir por cualquier causa.
Repito: por cualquier causa. A mayor índice
(mayor volumen de triglicéridos en relación al
de colesterol bueno) mayor probabilidad de
muerte.

▪ Los triglicéridos son grasas, sí, pero se


producen en el hígado a partir de la glucosa,
NO a partir de las grasas consumidas. Las
grasas no inducen subida de triglicéridos, la
glucosa, que procede de los carbohidratos, sí.

▪ La falta de vitamina D se comienza a asociar a


multitud de dolencias: esquizofrenia,
parkinson, o enfermedades autoinmunes
como la diabetes tipo I o la esclerosis múltiple

▪ Las hormonas sexuales (estrógenos y


andrógenos), así como la vitamina D,
provienen del colesterol; un colesterol bajo
suele conducir a hormonas y vitamina D
también bajas.
▪ La deficiencia de vitamina D es común en casi
todas las dolencias: cáncer, esclerosis
múltiple, Alzheimer, etc.

▪ Es absolutamente falso el extendido mito


según el cual el cerebro sólo consume
glucosa. Es cierto que un conjunto minoritario
de células del cerebro sólo pueden consumir
glucosa, pero el resto no sólo pueden
consumir cuerpos cetónicos, sino que se ha
demostrado que son su combustible preferido
y el que mantiene el cerebro en un estado
más saludable.

▪ Quien padece diabetes tiene el doble de


riesgo de padecer Alzheimer

▪ Quien padece diabetes tiene una mayor


probabilidad de padecer cáncer

▪ Los pacientes de cáncer con resistencia a la


insulina tienen bastante peor pronóstico, así
como los pacientes con hiperglucemia.

▪ Los obesos tienen mayor riesgo de padecer


cáncer, y su pronóstico es peor.

▪ La obesidad la induce la insulina elevada. La


insulina elevada es inducida por la glucosa
elevada. La glucosa elevada proviene, en su
gran mayoría, de los carbohidratos.

▪ Según la Johns Hopkins: la correlación entre


consumo de carbohidratos y cualquier tipo de
cáncer es directa y elevada. Media en el
consumo de proteínas, inversa en el consumo
de grasas: a mayor consumo de grasa, menor
es la tasa de cáncer (a condición de que la de
carbohidratos sea baja).

▪ El corazón es el único órgano que, no importa


el nivel de glucosa disponible, usa casi
siempre grasa como combustible, y su grasa
preferida es la grasa saturada. No es cierto
que las grasas saturadas sean malas para el
corazón. En realidad son las que inducen
mayor salud cardiovascular (de nuevo, a
condición de que la glucosa y los triglicéridos
permanezcan bajos)

▪ Las personas que toman estatinas


(medicamentos contra el colesterol) tienen
una probabilidad de riesgo de padecer
diabetes tipo II casi un 50% mayor que quienes
no las toman.

▪ El colesterol es imprescindible para la


correcta interconexión neuronal

▪ La alergia al gluten se comienza a identificar


como una alteración preferentemente
neurológica, que a veces no produce
manifestaciones intestinales. Las pruebas de
que la alergia al gluten (y otras alergias) está
detrás de un buen conjunto de enfermedades,
se acumula. El número de alérgicos al gluten
que no padecen síntomas es mucho mayor
que el grupo de identificados como celíacos.
▪ La reacción alérgica induce una inflamación

▪ La inflamación está detrás de todas las


enfermedades crónicas

▪ La insulina es proinflamatoria. Los niveles


elevados de insulina provienen de los niveles
elevados de glucosa

▪ Inflamación y alteración del sistema inmune


son fenómenos correlativos

▪ Los compuestos que demuestran actividad


antifúngica, antiparasitaria, antibacteriana y
antiviral suelen ser también antitumorales, y
viceversa, lo cual no es extraño por cuanto los
metabolismos de microbios y neoplasias
comparten características comunes.

▪ El consumo habitual de los pocos


medicamentos que ejercen una función ‘de
base’, no específica, atajando, por ejemplo,
procesos de inflamación, están asociados a
menores tasas de cáncer: por ejemplo, la
aspirina (pongo este ejemplo para demostrar
la tesis de la interrelación, pero hay mejores
sustancias naturales que, además, no
provocan los efectos secundarios que estos sí
producen, como el aceite de pescado, de krill
o de algas)

▪ Los estudios que confirman la eficacia contra


el cáncer de resveratrol, cúrcuma, berberina y
tantas otras moléculas, se replican en otros
que confirman también su eficacia, mayor o
menor, contra diabetes, Alzheimer, Esclerosis
Múltiple, enfermedad de Crohn o Parkinson.

Podríamos seguir así durante un buen rato, pero el


artículo se haría más largo de que ya es.

Establezcamos, por tanto, la siguiente hipótesis:

[quote]Todas las enfermedades ‘crónicas’ son, en


realidad manifestaciones diversas de unos pocos
pero muy profundos desequilibrios comunes y
sistémicos, de base.[/quote]

El cáncer sería, por tanto, una manifestación de la


misma enfermedad, con base metabólica, como lo
son todas las demás enfermedades crónicas. Al
ser las mismas, sus causas son similares y, por
tanto, también lo son las medidas que les ayudan
a controlar la enfermedad.

En tal caso, el abanico de estudios que leer se


expande enormemente: si una molécula o hábito
demuestra ser beneficiosa para una enfermedad
crónica, podremos estar bastante seguros de que
lo será también para todas las demás.

Y si encontramos unos hábitos que nos permitan


librarnos de una enfermedad crónica, tendremos
más probabilidades de librarnos de todas las
demás y alcanzar un estado de Salud integral.
LA ALIANZA CONTRA EL SENTIDO
COMÚN
Estamos acostumbrados a que la medicina
consigne síntomas, los agrupe, les ponga una
etiqueta y que después una empresa intente
sintetizar un fármaco que trate únicamente esos
síntomas y aporte soluciones parciales, no
curativas.

En este post explico, de manera mucho más amplia,


las razones por las cuales, en caso de continuar
con el actual paradigma, jamás se conseguirá
curar una sola enfermedad crónica.
Esa manera de razonar implica que todo aquello
que demuestre efectividad en un amplio abanico
de dolencias sea descartado como ‘demasiado
bueno para ser cierto’, acostumbrados como
estamos a que los medicamentos sean específicos
y dirigidos a enfermedades concretas.

Las empresas ganan dinero a base de incidir en


esa particularización y personalización,
sintetizando fármacos que casi nunca aspiran a la
generalidad. Una manera de abordar la
enfermedad que está alcanzando cotas
insospechadas, que no sirve ni servirá jamás como
herramienta de curación, y que se perpetuará
eternamente porque sí es la mejor herramienta de
obtención de ganancias.

En realidad, ¿qué corolario podemos extraer del


caso de Terry Wahls y de sus similitudes con otras
enfermedades? Pues que lo que es bueno para una
enfermedad crónica lo será para otra, cualquiera que sea;
más aún, que una acción o molécula sólo será útil
si demuestra esa eficacia en todas las
enfermedades crónicas: eso implicará que
controla problemas de base que subyacen en
todas: control de glucosa, deficiencias de
vitaminas/minerales/antioxidantes (y, por
consiguiente, mejora de los procesos
mitocondriales), control de la insulina y de la
inflamación, modulación del sistema inmune.
¿Estoy atacando a la medicina en general? En
absoluto. La medicina occidental es la mejor a la
hora de tratar procesos agudos que impliquen una
intervención agresiva cuando existe un
desequilibrio físico o químico; cuando no importa
entrar en el cuerpo como un elefante en una
cacharrería porque la alternativa sería peor: cirugía,
traumatología, cuidados intensivos, tratamiento de
infecciones agudas.

Si me he roto un hueso o he tenido un accidente; si


me he envenenado o he sufrido un infarto o un
ictus; si arrastro un problema congénito en una
válvula cardíaca o si sufro una infección de cierta
gravedad, acudiré a un médico. Sin dudarlo.

La base de esos avances reales es


fundamentalmente tecnológica (mejores
máquinas de diagnóstico, robots que ayudan en
las intervenciones) y de fármacos destinados a ser
aplicados en cortos períodos de tiempo, hasta que
el proceso agudo pasa.
Pero en cuanto entramos en el terreno de las enfermedades
crónicas, la medicina no sabe cambiar de longitud de onda y
continúa considerando la enfermedad como un conjunto de
síntomas cuyo tratamiento es igualmente agresivo y enfocado
a lo puntual y específico, en vez de a lo sistémico y general. Y
que produce efectos secundarios, a veces muy
graves.
No ayuda al cuerpo a que él mismo se recupere,
sino que arrasa con todo, con la esperanza de que
las células sanas sean más fuertes que las
enfermas. Continuamos enfangados en una forma
de abordar la enfermedad que puede resumirse
en el siguiente chiste:
¿Cuánto se tarda en curar una gripe? 7 días con tratamiento; una
semana sin tratamiento.

Muchos médicos honestos son conscientes de que están


sometidos y de que no tienen margen para hacer
nada que se salga mínimamente de lo establecido.
Lo peor es que algunos de sus colegas harán el
vacío a quienes no buscan sino mejorar la
condición de sus enfermos. Pueden incluso
terminar por encontrarse con serios problemas
por ello.

LA INDUSTRIA Y LA MEDICINA
OFICIAL HABLAN DE ‘SUERTE’
Allí donde hay algo aún no explicado, la buena
ciencia no puede quitárselo de encima mediante
la apresurada etiqueta de ‘inexplicable’ o, aún
peor, asignarlo a ‘la suerte’.
El estudio que ha sido difundido hace poco,
en el cual se
asegura que el desarrollo de hasta un 65% de los
cánceres es una pura cuestión de suerte es,
cuando menos, vergonzoso: es una caída de
brazos de quienes tienen la obligación de
encontrar los porqués.
Tiene, no obstante, una sencilla explicación.

La actual teoría oficial asegura que el cáncer


procede de mutaciones genéticas. Pero las
pruebas aportadas para basar en ese paradigma el
origen del cáncer son, cuando menos,
circunstanciales: establecen correlaciones, pero no
relaciones causa-efecto.

Es como si dijéramos que, debido a que se


observa que en Australia existen incrementos
paralelos de consumo de helados y de ataques de
tiburón, aconsejásemos no comer helados para
evitar perecer a manos de un escualo. Esos dos
acontecimientos correlacionan debido al verano
austral, pero no hay una relación causa-efecto
entre ellos.

Con la teoría genética del cáncer pasa lo mismo:


las mutaciones están ahí, es evidente, pero
aprovechando que utilizarlas como argumento
teórico implica obtener pingües beneficios,
han conseguido doblegar el sentido común de
personas supuestamente inteligentes y retorcer la
verdad para decir que lo que simplemente existe a
la vez, es en realidad causa.
Y como no consiguen encontrar esa relación
causal (porque es imposible que puedan
encontrarla), ¿a qué lo atribuyen? Sí, eso es: a la
suerte. De pronto un buen día unos genes de entre
miles de candidatos mutan por causas
desconocidas y producen la misma manifestación.
Pero para redondear la faena y poder buscar
heterogeneidades en vez de similitudes, dicen que
el cáncer son, en realidad, más de 200
enfermedades diferentes; a pesar de que las
semejanzas bioquímicas y metabólicas entre todos
ellos son escandalosamente evidentes.

Atentados contra la inteligencia perpetrados por


‘eminencias’ famosas, que aparecen en medios de
comunicación ‘mainstream’ pregonando esa falacia
con cara de sabios bondadosos.
Hablar de suerte persigue otro objetivo: hacer perder toda
esperanza a los ciudadanos de que puedan hacer frente a ese
destino por si mismos; hacer creer que están
indefensos y que no serán capaces de coger con
firmeza las riendas de sus vidas y de su salud: no
podéis hacer nada contra el destino. El ‘pathos’ os
aguarda. Resignaos.
Y, así, seguiremos consumiendo nuestro veneno
cotidiano que nutre a las empresas alimentarias,
cuyo negocio se basa en endilgarle al mundo todo
el grano barato producido por millones de
toneladas. Y, si enfermamos, recogerán el testigo
las empresas farmacéuticas con la connivencia de
gran parte de un estamento médico convertido
(muchas veces sin saberlo, otras veces con pleno
conocimiento) en servidor de una idea equivocada
de tratar, y de unos medios de comunicación
convertidos en simples voceros del poder, antes
que en guardianes de la ciudadanía.
Las empresas alimentarias dedicadas a enfermar; las
farmacéuticas dedicadas a no curar; los medios de
comunicación convenciéndonos de que lo blanco es negro.
Todas perpetrando marketing tras marketing, en
una escalada de beneficio y muerte sin fin.

HISTORIAS DE REMISIONES QUE


NO APARECEN EN LOS PERIÓDICOS
Y así llegamos al quid de la cuestión.

A partir de 2008, a la vez que investigaba la


bioquímica del cáncer e iba descubriendo
alternativas, registraba casos que iban
conformando un panorama tan desolador en lo
que se refiere a los tratamientos convencionales,
como esperanzador en todo lo demás.

Aunque con mis limitados recursos no conseguía


reunir un conjunto significativo de casos,
comenzaba a vislumbrar un patrón que se repetía.
Y, entonces, hace relativamente poco, cayó en mis
manos, en inglés (no sé si está traducido al
español), el libro Radical Remission: Surviving Cancer
Against All Odds , de la doctora Kelly Turner.
La doctora sabía que existían abundantes informes de
‘remisiones espontáneas’, que maravillaban a los médicos. Y
en un volumen lo suficientemente abundante
como para resultar dignos de atención.
Y entonces decidió hacer lo mismo que yo
intentaba: encontrar patrones de comportamiento;
cambios en los estilos de vida que permitieran
obtener un conjunto de reglas sistematizadas,
imperfectas pero consistentes, que poder replicar.

Un científico recalcitrante dirá que esas reglas no


están basadas en ciencia rigurosa (y tendría razón),
pero ese mismo científico correrá a aplicarlas en
cuanto él o un ser querido haya sido desahuciado
por la medicina. Y como lo que se aconseja no son
medidas absurdas y peligrosas como tirarse a un
pozo o dispararse en un costado con un revólver,
sino sólo hacer cambios beneficiosos para la salud,
la solución está clara.

De Estados Unidos a Japón; de Reino Unido a


Australia, la doctora Turner encontraba personas
que compartían 9 particularidades muy
significativas y que dibujaban un cuadro revelador:
las remisiones estaban lejos de ser ‘espontáneas’,
sino que detrás de ellas siempre había una
investigación previa y la aplicación de un sistema
basado en un porqué; detrás de ella siempre había
un enfermo que poseía una alta inteligencia y una
férrea voluntad.
Sin más preámbulo, las paso a listar:
1. Cambiaron radicalmente su dieta
Eliminaron todo rastro de comida industrial,
harinas, azúcares y grano, y consumían alimentos
orgánicos con abundantes verduras y vitaminas
por doquier.

Muchas de esas personas no consumían carne ni


productos lácteos, pero estoy seguro de que el
resultado hubiera sido el mismo si hubieran
consumido también carne, a condición de que
hubiera sido ecológica, de animales alimentados
con pasto y algunos productos lácteos como
mantequilla (o mejor aún Ghee, que no tiene
apenas lactosa y caseína) también procedente de
animales criados en pasto.
2. Tomaban multitud de suplementos (y en ocasiones cócteles
de fármacos off-label, de escasos efectos secundarios, usados
para otras dolencias)
Otra de las claves. La dieta por si sola no bastaba,
y los suplementos por si solos tampoco. Juntos
ejercían acciones sinérgicas, y los suplementos
solían pertenecer a estos grupos

▪ Suplementos para ayudar a la digestión

▪ Enzimas digestivas: proteolíticas y


pancreáticas

▪ Prebióticos y probióticos

▪ Suplementos que detoxifican el cuerpo

▪ Antifúngicos
▪ Antiparásitos

▪ Antibacteriales y antivirales (no incluyo


antibióticos, claro está)

▪ Quelantes de metales pesados

▪ Suplementos para mejorar el sistema


inmunitario

▪ Inmunopotenciadores

▪ Vitaminas y hormonas

▪ Fármacos como metformina,


hidroxicloroquina, mebendazol, dicloroacetato
de sodio, etc.
3. Tomaron el control de la propia salud
Los pacientes que vencían a la enfermedad
tomaban el control: asumían consciente y
voluntariamente el cambio de vida y
protagonizaban las acciones a emprender

Sé por experiencia propia lo difícil que es transmitir


no sólo el conocimiento acumulado, sino la
voluntad de aplicarlo de forma práctica. Es casi
imposible que sean efectivas unas medidas que
no se apliquen con convencimiento, de ahí que
sean más frecuentes los casos de pacientes que
salen adelante luego de ser ellos y no un familiar
quien estudia y aplica.

No significa que no pueda ocurrir que un familiar


provoque el cambio, pero será más difícil. Por eso,
a veces, es necesario que el enfermo conozca la
dura verdad. Puede llevarlo a la depresión, pero
también a la acción, sobre todo si existe una
alternativa razonable.
4. Siguieron su intuición
Es difícil de explicar pero sencillo de entender. La
intuición como aliada de la inteligencia y del
conocimiento puro, que nos alerta de si lo que
hacemos es bueno o malo. Un aliado de la razón,
no su némesis, como los cientifistas creen
5. Mejoraron su respuesta emocional y controlaron el estrés
Una teoría muy controvertida hablaba hace tiempo
de ciertas características de personalidad
comunes entre los pacientes de cáncer:
personalidades tipo C que se caracterizaban por
internalizar las emociones y ser poco capaces de
mostrarlas; personas generalmente generosas y
empáticas, a veces en exceso pero, pese a poder
ser socialmente extrovertidas, poco capaces de
‘dejarse ir’.

No tengo ni idea de cuánto hay de verdad en ello,


pero la relación científicamente establecida entre
cuerpo y mente es sólida. No proclamo que esté
seguro de la verdad de esa teoría, pero desde
luego no la considero, en absoluto, descabellada,
y no seré yo quien se sorprenda si algún día
resulta ser cierta.

Jamás dejo deslizar una sonrisilla pretenciosa ante


una supuesta idea estrafalaria. La experiencia
previa y el conocer mínimamente la historia nos
demuestra que ésta está repleta de personas que
avanzaron por delante de su tiempo sumergidos
en los improperios e insultos de sus
contemporáneos, llenos de cerrazón y estrechez
de miras.

Siempre intento considerar sin prejuicios lo que se


me plantea y te aconsejo que tú también lo hagas.

Si queremos ser estrictamente ‘racionales’, se


acumulan los estudios que relacionan los estados
depresivos o los niveles crónicamente elevados
de cortisol con la depresión del sistema inmune

Esto no va de decir ‘la solución está en ti’ , porque


es tanto como decir que es el enfermo el
responsable de su sanación, nada más lejos de mi
intención

Las frases publicitarias que tratan a los enfermos


como ‘guerreros’ y que ‘deben mantener una
actitud positiva’ son estomagantes formas de
quitarse el problema de encima y endosárselo al
enfermo

Sólo digo que el aspecto emocional, aunque no


tiene que ser la causa de una enfermedad, sí
puede ayudar a mejora el pronóstico, si se aplica
sinérgicamente con el resto de medidas; fármacos,
ejercicio, alimentación, suplementación, etc
6. Potenciaron la resiliencia y la autoconfianza en las propias
posibilidades
Esas emociones no implican comenzar a sonreír
estúpidamente ante todo. No me gusta la ‘filosofía
positiva’ que implica ausencia de reflexión y crítica.
Es un buenrrollismo que me produce desprecio.

Prefiero el estoicismo, que proclama un control


emocional que no tiene nada de estupidizante sino
que fomenta el pensamiento crítico pero
despojado de creencias malsanas y estructuras
mentales negativas. Promueve una sabiduría
implícita basada en conocimiento y control, pero
sus efectos inducen emociones positivas, que es
tanto como decir que alejan el miedo, la ira o la
envidia

Quien haya leído la historia de ciertos centenarios


que alcanzaron avanzada edad sin haber sufrido
ninguna enfermedad, encontrarán rasgos
comunes: alimentación frugal y saludable, trabajo
duro y actividad física hasta avanzada edad,
relaciones sociales y familiares satisfactorias y una
especial forma de ser, que ‘fluye’, que no se
preocupa en exceso por lo que no tiene remedio,
que afronta el futuro con escepticismo y, a la vez,
con aceptación, que piensa sobremanera en el
presente y que no se aferra al pasado. Un
comportamiento tan sobrio y frugal como sus
costumbres. Un estoicismo vital

Una forma de pensar que se puede potenciar


mediante la meditación o mediante otras técnicas
psicológicas
7. Abrazaron el apoyo social
Al hilo del punto anterior: el apoyo familiar y la
calidez como base del control de la enfermedad:
hay pruebas de que el sistema inmunitario se ve
afectado positivamente por la certeza de sentirse
querido o por un simple abrazo auténtico, cálido y
prolongado.
8. Profundizaron en la conexión espiritual o mental
No importa si uno es religioso o ateo: este punto va
más allá de la pura trascendencia espiritual. Puedo
entender el concepto y respetarlo; quien no se
sienta cómodo con ello puede pensar
simplemente en términos mentales.

La introspección generosa, el autoconocimiento


sin ahondar en sentimientos de culpabilidad, la paz
mental, aportan un mejor balance hormonal, y esa
relación está científicamente establecida.

No hablamos de cosas etéreas ni de poner velas


perfumadas e invocar a los espíritus (o sí, si ello
aporta paz), sino de conocernos y hallar la
tranquilidad.

Todos los médicos saben del efecto placebo y


que tiene poco que ver con la simple sugestión: no
significa que uno crea que ha mejorado, sino que
uno realmente mejora, y los análisis objetivos pueden
constatarlo.
Un electroencefalograma a un monje budista
meditando muestra un patrón de ondas cerebrales
muy diferente al del común de los mortales, y
seguramente también un paisaje endocrino e
inmunológico mejorado.
La psiconeuroinmunoendocrinología no sólo es
una palabra extraordinariamente larga, sino una
cada vez más constatada realidad.
9. Tenían fuertes razones para vivir
Tal vez la más lógica y, a la vez, la menos obvia,
pero una consecuencia de algunas de las demás:
los lazos personales, la profesión que nos
apasiona, los hijos a los que queremos ver crecer,
los hermanos y los padres a los que no queremos
abatir de dolor con nuestra pérdida.

Fuente de este artículo:


cancerintegral.com

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