Está en la página 1de 111

La boca del lobo

No quiero viajar sólo para asistir a un entierro. Se siente más injusto que termine algo que ni
siquiera comenzó. Pienso en los bebés que nacen ya muertos. De algún modo si es el fin de
esta relación se siente así. Pero igual que los creyentes se aferran a la idea de la resurrección,
yo quiero creer que todavía es posible revivir lo nuestro.

Fue una doble sorpresa venir aquí y venir con él. Por un lado, no esperaba que aceptaran mi
proyecto en la revista de viajes. Un fondo para financiar jóvenes del país para que durante un
mes realizaran una investigación multidisciplinaria. Por otro lado, cuando invité a Paulo dijo
que le sería imposible. Desde que nos acostamos todo ha sido tenso. Tardaba horas en
responder un mensaje, incluso días enteros. Hace tres noches me llamó en la madrugada.

‒– Quiero decirte que lo siento. ‒– Pude reconocer que se encontraba ya tomado.

‒–¿Por qué exactamente?

‒– No sé. Por todo.

‒– ¿Y ya?

‒– No sé qué más quieres que te diga.

‒– Me refiero al viaje.

‒– Claro, también por eso te llamé. Cuenta conmigo. Quiero irme contigo esas dos semanas.

Una parte de mí sabe que debí aclarar lo que pasaba. Tuve miedo de presionar demasiado.
Además, lo importante era un viaje juntos. Una luna de miel. Un eclipse de miel, quizás.

Solamente una línea de autobuses viaja desde Monterrey hacia Xilitla. Hay una salida por la
noche. El camión no llega hasta el pueblo. Llegamos al amanecer a un entronque desde el
cual se toman carros o camionetas particulares que sirven de taxis. Desde ahí se intuye que
no es el tipo de destino turístico que consiente a sus visitantes. Pero los viajeros que llegan
aquí buscan eso precisamente. Abundan los mochileros, los estudiantes, los que se quedaron
en el viaje. Hay un montón de extranjeros que buscan abrazar árboles y conectar con un
México desconocido.

1
Hay una veintena de hombres armados al final del entronque, del lado contrario de los autos.
Un par de ellos no pasa de los quince años. Frente al grupo hay una mesa de madera sin
barnizar y uno de ellos en un tronco improvisado como silla. Cuando un coche regresa del
pueblo, el conductor baja, le da dinero al que está sentado y vuelve a subir pasaje.

Cuando vine por primera vez vi nada de esto, pero en aquel entonces fue un viaje escolar,
todavía estaba en la universidad y viajamos en una combi blanca que rentamos por una
semana. Desde entonces quedé encantado con el lugar y se volvió mi objeto de culto, más
que de estudio.

A Paulo no le interesa mucho lo que vengo hacer, lo suyo son los números, las observaciones
astronómicas y evitar decir “nosotros”. Paulo le hacemos una seña al conductor de un Tsuru,
pero dice que las siguientes cuatro en salir serán pickups.

‒– ¿Quieres esperar o nos vamos? ‒– Le susurro.

‒– Lo que quiero es llegar ya, estirar las piernas.

‒– Yo no tengo problema, pero sí, entre antes, mejor.

‒–¿Falta mucho para llegar?

‒– Es menos de una hora hasta el centro del pueblo y de ahí caminar al campamento como
treinta minutos.

‒– Vámonos, pues.

Compartirnos el viaje con otras ocho personas en la cajuela. Cuando era niño, mis primos y
yo solíamos irnos de pie en la parte de atrás o sentados en la tapa. En aquel entonces no
existía la obligación asientos especiales para menores, ni siquiera el uso obligatorio de
cinturón de seguridad. El único que niño entre los demás pasajeros no deja de toser, está
acompañado de su madre, ambos suenan su nariz cada minuto. Se sienta a pies de ella, quieto
como los adultos, pero temblando, con los ojos llorosos mira de lado hacia el grupo de
hombres armados y la señora le gira la cabeza con fuerza. Me coloco a la izquierda de Paulo.
Él se separa lo más posible y sube las manos a la mochila que lleva consigo.

2
Apenas saliendo, un corredor de verde exuberante. Los letreros no pueden leerse. Están
puestos para los que salen del pueblo, no para los que entran. El grande cuadrado de seguro
contiene la dirección y distancia a Ciudad Valles. El pequeño octagonal quizás es un alto. El
viento se siente de golpe y arrecia con la velocidad. Tomo mi cabello con la mano derecha.
Paulo cierra los ojos e inhala profundo. El olor a selva intoxica a los que venimos de ciudades
grises. Ni los parques naturales cerca de casa tienen tanta intensidad en su aroma. Me
pregunto si él piensa en eso también, en mí.

‒– Hay que adelantar el reloj una hora. ‒– Mientras estira y luego gira la corona de su reloj,
frunce el ceño con seriedad, como si de eso dependiera el éxito de nuestra llegada.

‒– Si hubiéramos ido a Chihuahua o Sonora podríamos usar la hora de diferencia.

‒– Pero la pagaríamos al volver. Tú nunca traes reloj. ¿Verdad?

‒– No soy mucho de reloj. Si quiero saber qué hora es, miro el celular.

‒– Como que un teléfono puede fallar más, siento yo. A mí me gusta saber en qué hora vivo,
además.

‒– No entiendo por qué se llama horario de verano si inicia en plena primavera.

Paulo no sigue la conversación. Mira a los demás como si se me hubiera escapado algo
terrible. Se asegura que sigan inmersos en la espesura del paisaje y de sus pensamientos. Creo
adivinar sus nervios. Hace justo dos semanas inició la primavera. Esa noche nos reunimos a
beber en mi casa. Hablamos del Batallón Sagrado de Tebas, esos guerreros que peleaban en
dúos como compañeros de armas y amantes. Le confesé que me gustaba desde que lo vi.
Cuando me dijo que si quería lo dejábamos para otro día supe que podía no haber otra
oportunidad. Desde hacía una semana concretamos la cita.

Él estaba ahí sentado, bajo el farol de luz amarillenta en el balcón. La noche lo dibujaba muy
impaciente, no sé si nervioso, como si presintiera nuestra primera vez.

‒– ¿Sabes? ‒– Abrió temblando la séptima cerveza ‒– Conocí a un señor hace tiempo,


cuidaba el rancho al que fuimos, estaba con su amante mientras su esposa vivía en la casa de
al lado y me dijo algo muy cierto. Lo importante era tener y convertirse en un compañero de

3
vida. Entonces lo entendí todo. Yo no quiero ser novio de alguien, quiero ser un compañero
de vida.

‒– Lo entiendo. Debe ser muy bello. La cosa es que yo no sabría qué hacer con un compañero
de vida. Solamente quiero un muy buen novio. Lo hago todo bien, la casa lista, arreglada, los
masajes, escuchar cómo fue el día. Sólo no sé durar tanto como una vida. No quisiera
envejecer junto a alguien porque ni siquiera quiero envejecer.

El humo del cigarrillo nos envolvía, los mismos ritos que alguna vez significaron que el amor
podía ser un pájaro que rompió el cascarón para únicamente caer al suelo sin posibilidad de
regreso al nido. Entre más mirara su rostro, más recordaba la fuerza con que me atropelló en
junio. Resultaba obvio, éramos distintos, imposibles.

‒– Siempre lo supe. Desde que te vi sabía cómo iba a terminar esto. Pero valía la pena. ‒–
Encendí mi siguiente cigarrillo con lo último del que tenía en mano.

‒– ¿Entonces por qué no hiciste lo correcto?

‒– No siempre hago lo que está bien.

‒– ¿Y eso?

‒– Hace poco lo entendí realmente. Hace una semana dije sobre un tipo que me hubiera
encantado que hace siete años él me rompiera el corazón en tres minutos. No amarnos, no
algo más, que me rompiera el corazón.

De entre las hojas saqué un dibujo, su rostro. También escribí mi nombre con su apellido.
Pasó la mirada. No me atreví a decirle que esas palabras no estaban hechas para leerse en
silencio. Pero esta vez, quise describirle que al final habría cosas que solamente él y yo
entenderíamos. Un detrás de cámaras, bueno, un detrás de páginas. Hizo una pausa, se llevó
las manos a la cara.

‒– No tienes idea de cómo me siento. No te lo expreso ni nada, pero es importante para mí.
Soy yo, sé que se trata de mi vida. ‒– Con una expresión en su rostro como tras haberle dicho
que daría luz a un hijo suyo y no me hubiera cerrado la puerta.

4
Vimos lo poco visible el cielo nocturno con su telescopio y las estrellas hicieron su trabajo.
Seguimos bebiendo. No recuerdo un abrazo, si hubo caricias, besos, el sexo. Cuando desperté
estábamos rendidos en la cama. Tres condones usados en el piso. Afuera una lluvia tenue. El
agua y la estación marcaban algo sobre la fertilidad. Fue terrible cuando partió muy deprisa,
sin abrazarme ni darme un beso. Podía sentir su resaca y su cruda moral. Me quedé con la
sensación de haber vivido algo que no recuerdo.

El sonido viaja a 1234.8 kilómetros por hora. El silencio tiene una velocidad distinta y otra
duración. El frío que te paraliza por dentro mientras se recorre el camino. Tras viajar callados
como los demás, llegamos a la plaza principal. La mamá despierta a su hijo de un jalón.
Nosotros dos bajamos al final en plena Plaza Principal.

‒– Quizás deberíamos de desayunar antes de caminar al campamento. ‒– Sugirió.

‒– El café de aquí es una maravilla. Lo vas a amar.

Desde donde nos dejaron, se alcanza a ver el Exconvento de San Agustín. Es bellísimo que
la humedad pintara con moho la fachada. Algunos árboles tapan algo de la vista desde aquí,
también una fuente en la que tres hippies llenan botellas de agua de una fuente. Los pájaros
también se mojaban sus alas y bebían. Una de ellos coloca un plato de metal y lo llena para
su perro. Yo moría de sed, pero casi preferiría morir que calmarla con esa agua.

Paulo apuntó a un lugar a unos pasos de ahí. En la esquina de Jardín Hidalgo con Ignacio
Zaragoza. Nos sentamos en unas butacas de madera con una mesa que le hacía juego. Primero
agua, luego juego y siguió el café. Acompañé mi taza con un omelette con espinacas y tomate.
Paulo pidió unos chilaquiles mitad verdes, mitad rojos, con huevo y pollo. No hay mesero.
Al frente sólo está un chico en la barra que cobra y pasa los platos de la cocina hasta la barra
frente a él.

‒– Tenías razón sobre el café. Está riquísimo. Sabe a lo que debe de saber. ‒– Tras a penas
su primer sorbo.

‒– No es agua de calcetín. Este pueblo ya era famoso por su producción cafetalera antes de
todo el boom turístico.

5
Después de pagar la cuenta, fumamos un cigarrillo. Le pregunto al cajero que tiene un
cenicero y sube una taza idéntica a las que usó para nuestro café. Paulo frunce el ceño, la
toma de mala gana y gruñe un gracias. Uno puede decir mucho de una persona por la manera
en que fuma. Él hace una pinza con las puntas de su dedo gordo y los siguientes dos. Yo lo
coloco a la altura de mis nudillos entre mi índice y medio.

‒– ¿Nos vamos? ‒– Me apura.

‒– Sí, solamente vamos a pasar por agua primero.

‒– O igual y podemos levantar algo para comer en la tarde. ¿No vas a empezar hoy o sí?

‒– No, es domingo. Hoy quiero que nos instalemos bien y relajarme.

‒– Un destilado o algo para más tarde, si vamos a relajarnos como se debe.

‒– Vale. Ese plan me gusta.

‒– Es más rápido si voy yo solo sin cargar las cosas. Tú mientras ve viendo por dónde nos
vamos.

Seguir un mapa tiene más sentido si uno conoce ya el camino. En mi caso, tengo problemas
para recordar cómo llegar a un lugar al que he ido una decena de veces. Ahora no ayuda ir
en curvas. Menos que la calle Zaragoza se vuelve Cuauhtémoc, Cuauhtémoc se hace Santa
Mónica que convierte Altavista luego de una i griega, para finalmente ser 20 de Noviembre.

Xilitla pudo ser un pueblo perdido como lo que están en la región. Al caminar por el centro
y hacia la salida las construcciones no son espectaculares, ni destacan por su estilo, altura o
alguna excepción. Tampoco quiero decir que es uno de esos pueblos tristes donde parece que
la vida nunca ocurre fuera de ahí. A pesar de ser un lugar que conserva su arraigo y donde
todos parecen conocerse de algún modo, ya están acostumbrados a los extraños, no quiero
decir desconocidos sino en verdad extraños. La rareza se ha hecho habitual y, de alguna
manera, vuelto parte del paisaje.

El camino de terracería camino al campamento es más impresionante. Las hojas enormes al


ras del suelo como esperando al viento. Paulo lleva mi mochila y yo la suya. Es evidente que
me gana en fuerza. Además de un poco de ropa extra y botiquín, cargo con la tienda de

6
campaña y el saco de dormir. Él apenas trajo ropa. Dice que puede usar dos puestas cada
pantalón antes de lavarlo. Es extraño llevar a cuestas la casa y las pertenencias. Sentirse
tortuga, gitano o caracol. Sí, da una sensación de libertad, pero cuando es tanta resulta
aterradora. Ser muy libre a veces también significa vagar en tiempo y espacio. Quizás por
eso Paulo y yo terminamos juntos. En la vida yo estoy perdido y él no tiene un lugar a donde
ir.

Falta poco para mediodía. La humedad recrudece el calor. A medio camino vamos
empapados de sudor. Paulo se quita su playera, se la amarra a la sien a modo de bandana.
Pienso en cuando lo conocí. Jugaba en un equipo de basquetbol amateur con mi amigo
Salvador. Era el primero en desnudarse el torso tras el partido. Cuando tuvimos sexo podía
recrear su cuerpo en la oscuridad. Le sonrío. Él redirige la mirada a un grupo de personas a
poco más de cien metros de nosotros.

‒– ¿Tienes sed?

‒– Un poco. ‒– Quisiera decirle que sí, pero de sus labios, su lengua, su sexo.

El agua helada me cala en los dientes. Junto un poco en mi boca para entibiarla antes de pasar
el trago. Le paso la botella de regreso y él bebe sin problema. Moja un poco su cara, enjuaga
con la mano izquierda y pone la taparrosca. Me acerco para besarlo y brinca de un salto. Mira
alrededor como si la maleza fueran cámaras de vigilancia y él hubiera cometido un crimen.
Niega con la cabeza mientras me mira y se adelanta unos pasos.

Llegamos tras veinte minutos y otra ocasión para refrescarnos. Finca Santa Mónica. No
sabemos a dónde o con quién dirigirnos. Hay una palapa central. Desde ahí pueden verse
treintena de casas de campaña. Casi todas son de colores chillantes, hacen juego con el
esmeralda de la vegetación. Casi no hay gente ahora mismo. Supongo que están paseando o
haciendo actividades por ahí y sólo dejan su tienda armada. Una chica con trenza en camisón
de flores sale del paredón tras las tiendas. Paulo da dos pasos por delante de mí, se le acerca.
Ella nos dice el costo por noche, continua con un par de instrucciones básicas: las regaderas,
agua caliente, dónde hay cargadores e internet, los baños, café y pan ilimitados cada mañana,
si necesitamos algo podemos preguntarle. Podemos seleccionar el lugar que queramos para
acampar. Pagamos mitad y mitad. Si tan sólo él fuera mi otra mitad, mi media naranja.

7
‒– Vamos un poco más lejos de donde están todas las tiendas. ‒–

‒– ¿Más cerca del camino o más rumbo al monte?

‒– Más rumbo al monte. Por aquel árbol. ‒– Apunta a un liquidámbar enorme.

‒– Por mí está bien. Prefiero la privacidad.

‒– Enséñame como se pone tu tienda. Quiero armarla.

Lo primero es limpiar la superficie de piedras, ramas y cualquier otro objeto. Después, se


estira la estructura roja, las estacas son clavadas con una piedra grande o lo que se tenga a la
mano. Luego introducir las varillas por los conductos para darle la forma de cueva. Ajustar
hasta obtener el soporte requerido. Encima de nosotros el baile de un martín pescador color
verde. Me preguntaba si era un macho buscando atraer a una hembra. Si ahí construirían un
nido como nosotros nos asentábamos.

‒– Oye, Paulo. ¿Te gustaría una fogata en la noche?

‒– Pues sí, como que enmarcaría la experiencia de estar a la intemperie. ‒– Era la primera
vez desde que llegamos que lo vi emocionarse.

‒– Podemos ir preparando todo. Buscamos ramas secas y a las apilamos aquí.

‒– No quiero dejar las cosas solas. Tú quédate y termina de limpiar el terreno alrededor y yo
consigo lo de la hoguera.

Después de hacer lo que dijimos, comimos plátanos y naranjas. Nos turnamos para ir a tomar
un baño. Comenzamos a beber vodka, yo con jugo de sandía y él con jugo de naranja. Íbamos
de tema en tema como haciendo zapping. Pero Paulo se apasionó contándome de su libro
favorito, En el nombre de la rosa. Mientras armó su telescopio con lo último de la luz de día.

Las personas vuelven poco a poco cuando anochece. Nuestra distancia no nos dejaba ver
rostros no oír las conversaciones, pero sí algo de música. El fuego era hipnótico y necesario.
El clima se sentía fresco, aunque muy poco viento. A media botella le digo que estoy muy
feliz de estar aquí juntos. Paulo se echa el piso boca arriba con las manos detrás de la cabeza.
Suspira.

8
Entre el cansancio del viaje, las actividades de la instalación y el peso del alcohol tras varias
horas, me iba rindiendo. Yo esperaba la hora de dormir para dormir a su lado. Él esperaba la
noche para escribir en su bitácora de observación:

5 de abril de 2009. Domingo. Inicia el horario verano. Alineación Júpiter, Marte y Venus en
Capricornio, Acuario y Piscis. Luna al sur de Regulus, la estrella más brillante de Leo.

9
II

Me despiertan las ganas de orinar. Lo primero que noto es el cuerpo tibio de Paulo, me abraza
por detrás. Puedo sentir su erección. Ronca. Al final no noté cuando él me alcanzó en el
sueño. Fuera de la bolsa de dormir pueden sentirse las agujas del frío. Este capullo blindado
nos tiene a salvo. Mi vejiga quiere salir de la tienda, pero mi corazón desea quedarse junto a
él. Siempre duermo de lado izquierdo. Leí que se hace mejor digestión así. Tomo su mano
derecha con cuidado. La pongo sobre mi rostro un minuto, la beso despacio. Su olor me
intoxica como petricor y aserrín de pino. La fisiología me vence. Me despego con cuidado
de su cuerpo.

Abro el zipper de la tienda sin hacer ruido. Salgo como un recién nacido. Ya hay algo de luz,
pero no puedo calcular la hora en este lugar ajeno. Además, el pinche horario de verano. La
niebla cubre todo. Una sábana en la que la tierra se cobija al amanecer. Mi quijada empieza
a temblar. Toda la blancura de la bruma les habla a mis huesos. No pienso caminar hasta el
baño. Detrás del liquidámbar está bien. Nadie puede verme. El vapor de mi chorro se suma
al ambiente. La presión disminuye. Gotea, sacudo. Enjuago mis manos. El agua duele sobre
mí. Realmente odio el frío.

Vuelvo a la tienda. Paulo se ha dado la vuelta. Ya no puedo cubrir mi espalda con su pecho.
Beso su mejilla. Abro mi mochila y saco mi abrigo. Una vez puesto tarda en guardar mi
propio calor. Pienso que es mejor empezar a escribir mientras él despierta. De entre mis cosas
tomo la pasta dental y el cepillo de dientes. Ahora los dientes también son víctimas del agua
gélida. Pienso en los que murieron en el Titanic. Me dirijo a la palapa. Un chico pelirrojo
sentado en el suelo y reclinado en un poste, entre sus piernas abiertas una chica morena de
cabello corto y liso. Miro con recelo como se sonríen cobijados por el mismo poncho. Mis
buenos días pesa como un chinguen a su madre. No parecen escucharme.

‒– ¿Qué tal? ¿Dormiste bien? ‒– Debe ser el padre de la chica. Aunque tiene algunas canas,
el resto de su cabello es del mismo castaño. A diferencia de ella, es bastante robusto. Igual
tiene sus ojos celestes y esa piel roja de camarón cocido que le da a los muy blancos que
pasan horas bajo el sol.

10
‒–Sí, muchas gracias. Me dijeron que podía tomar café y pan aquí.

‒– Me llamo Esben, cualquier cosa que necesites dímelo. Toma una de las tazas que están en
la mesa junto a la cabaña. Usa sólo una para las veces que vayas a tomar. Cuando acabes
puedes lavarla y la vuelves a poner ahí. ‒– Su español era impecable, quizás con un acento
algo aspirado, pero cada palabra sonaba como tenía que sonar.

En la mesa redonda de madera podrían comer doce o más personas. Las tazas eran grandes,
de barro. Una flor de cinco pétalos y la palabra Xilitla, todo a mano. Tomé una concha de
chocolate. Me serví de la cafetera eléctrica. El olor era delicioso, quizás cuando uno amanece
y tiene frío es cuando más disfruta de una bebida caliente. Quizás las únicas cosas que
disfrutaba en invierno eran las que me daban calor: los abrazos largos, cobijarme, la ropa
mullida, dormir un poco más de tiempo. Paulo no tiene problemas en dormir hasta mediodía
si se ha desvelado. Me da envidia quien puede hacerlo, yo heredé el gen madrugador de mi
madre.

Acerco una de las sillas a la parte más lejana a la comida y bebida para no estorbar si alguien
viene. Quemo mis labios y echo migajas tras cada mordida, pienso en que ni si quiera sé qué
voy a escribir, cuál es mi enfoque del tema. Debo ser un fraude. Cuando alguien se quita la
botarga y se descubre otro. Quizás deba empezar por el inicio, como dicen, introducir la parte
más morbosa para hacerlo interesante:

Los rumores eran parte de la vida en la corte. El chime sobrepasa tiempos, lugares y cultura.
Cuando Edward nació se decía que era hijo bastardo del mismo rey de Inglaterra.

No. La primera línea es muy vaga, la segunda es un lugar común y sensacionalista. Podría
empezar por la tercera. Estoy divagando. Pierdo el tiempo. Lo mejor sería escribir lo más
posible de una vez y corregir al final. Sí, desarrollo la idea:

Otros, desde antes, murmuraban que su madre era la hija ilegítima del mismo y esa era la
razón por la que Su Majestad pasaba largas temporadas con ellos en la casa de West End.

Bueno, tampoco es una tesis, pero debería tener algún dato duro. Hasta ahora sólo han sido
especulaciones. Claro, tampoco tiene algo de malo, menos en un inicio. Sigo:

11
En su acta puede constar que llegó al mundo el 17 de agosto de 1907, en Escocia. Las
habladurías aumentaron cuando Eduardo VII fungió como su padrino y protector.

Ojalá que Paulo estuviera aquí para contarle lo que pienso. No. Sería una pena que me viera
así. Vería el fraude que soy en esta silla. La hoja con más pan dulce que letras. Ojalá las ideas
fueran como Hansel y Gretel y pudieran seguir este rastro. Continuo el camino:

Tampoco es que se alguien pretendiera desprestigiar al soberano de manera particular, pero


hablar mal de la vida de quienes gobiernan da una sensación de igualdad. La información
es poder, no tiene que ser verdadera.

Otra taza de café. Enciendo un cigarrillo. Golpeteo la pluma contra la hoja. Releo lo que
llevo. En realidad, no está tan mal, pero no es lo que quiero escribir. Ni siquiera sé qué quiero,
pero sé lo que no quiero. Lo mejor es terminar esta taza y darme un baño para adelantar lo
posible. Me emociona la idea de encontrar un tesoro enterrado entre los documentos del
Archivo Municipal.

Esperar está emparentado con la palabra esperanza, hay un acto de fe en creer que algo
sucederá. Esperar no sólo tiene que ver con el tiempo, también con el deseo. Esperar a veces
es un ojalá, que significa si Dios quiere. Supongo que de este modo los cristianos aguardan
a que su mesías regrese. Se ha dicho que enamorarse es crear una religión cuyo dios el falible.
La cosa es que no la deidad la que cae y rompe, sino el corazón de uno tras la decepción. Sin
embargo, aquí estoy como el perro japonés que esperó a su dueño muerto. Sólo que no soy
un cánido ni tampoco él es mi dueño, aunque de alguna manera me siento suyo.

Ahora mi celular marca las 10:26 am. Sale de la tienda con los ojos comprimidos. Le sonrío
como si yo hubiera despertado así, limpio, listo. Despertar antes le da uno la ventaja de
preparar el ambiente. Las cenizas y restos están recogidos.

‒– Supongo que ya desayunaste.

‒– Sí. El café es aún mejor que el de ayer. Todavía queda pan.

‒– No tengo tanta hambre. Voy a darme un baño primero.

‒– Ok. Mientras hago la mochila.

12
Viajar con alguien es aún más tenso que vivir con alguien. No sólo miras sus manías, sus
modos, también puedes ver cómo resuelve las pequeñas cosas cuando no está en su zona de
confort.

‒– Chingado. Olvidé echar el cepillo de dientes.

‒– Puedes usar el mío. No tengo problema contigo. ‒– Resultaría ridículo después de haber
bebido de su boca, su sexo.

‒– Mejor dame pasta. Sólo me voy a enjuagar, cuando bajemos al pueblo compro uno.

El Edén tenía a la serpiente. Este paraíso terrenal tiene a los mosquitos. Abanico mi mano
derecha. El zumbido supersónico de los pequeños vampiros. Las ronchas como testimonio
de que alguna vez habitaron en un cuerpo. Aquí el tiempo se mide en piquetes e intentos. Dos
ronchas después él está listo. Le pide a Esben que le guarde el telescopio y una mochila
dentro de la cabaña. Éste le asegura con una sonrisa que es un sitio seguro, las cosas están a
salvo en la tienda. Paulo insiste con un gesto de desesperación hasta lograrlo.

El mediodía es la plenitud aquí. Ya nadie usa abrigo. Él usa un pantalón con camuflaje militar
verde y una playera gris sin mangas. Yo, un pantalón negro y una playera morada con el
dibujo en blanco y negro de un artista emergente, podría decirse que no es mía, fueron parte
de las cosas que dejó mi exnovio Javier cuando lo vi por última ocasión hace un mes. Él fue
el primero. Cuando aún salíamos sentía mi corazón aún limpio, como los ríos antes de que
los asentamientos colocaran sus refinerías y mineras cerca. No era amor, pero la inocencia
no tiene más que un puño de nombres hechos polvo, ni cataloga suspiros, latidos, líquidos
corporales.

Cada día él me hacía suyo. Varias veces al día durante dos meses. Los calendarios son
telarañas demasiado elaboradas para nuestras miradas sin capacidad de asombro ante sus
fractales casi invisibles. Hace miles de días le di algunos de los mejores días de mi vida.
Aquella última vez él no me colocó debajo de su cuerpo ni le dije que me duele mientras me
encanta. Tiene un hijo, el autor de Cielo, pero también de su Infierno. Tuvo que casarse con
una chica porque la embarazó, a ella sólo la vi una vez, la recuerdo en mi celebración, muy
amable, tímida, sin gracia.

13
Me llamó una noche antes. Yo rumbo a casa. Él rumbo a esa misma casa. Conoció a una
chica hace tres días, tuvieron sexo, él salió de viaje por trabajo a Ciudad de México y le dijo
a su esposa que regresaría un día después de lo cierto, pasaría la noche con la que nunca supe
cómo se llamaba. La mentira estaba echada así que no llegaría como si nada. Me preguntó si
podíamos pasar la noche juntos. Preparé fajitas de res con pimiento verde y cebolla para la
cena. Las doré con limón y salsa de soya, además de sal y pimienta. Cubrí todo con queso
gouda, crema y salsa de tomatillo con chile serrano. Me respondió que sí cuando le ofrecí
que bebiéramos. El frío arreciaba, por eso elegí whisky y agua mineral. Él apenas sorbió su
vaso, en cambio yo apuré dos.

Me preguntó qué pensaba del sexenio del gobernador que casi iba de salida, José Natividad
González Parás. Torcí la boca, encogí los hombros. Hablamos de nuestro otro amigo en
común, el que fue mi primer amor platónico, pensé que se lo había contado y resultó que no.
Uno podría pensar que lo ha dicho todo después de años. También me preguntó por más
chicos, me contó de otras chicas. Barajamos nombres sin rostro del modo en que se juega
una baraja desteñida, pero conociendo las marcas y dobleces que ahora identifican a cada una
de ellas. Cerca de medianoche dormimos en habitaciones separadas. No volveríamos a
hacerlo, pensé. Al partir le pregunté si quería llevar manzanas para el camino. Guardé una
para mí y le di las mejores dos.

‒– ¿Quieres agua? ‒– Me dice Paulo mientras extiende su brazo hacia mí con la botella.

Sobre el plástico escurren gotas frías por el cambio de temperatura. Nuestras frentes sudan.
Durante el recorrido noto riachuelos, una cascada, canales. Es extraño cómo el camino luce
diferente cuando uno lo recorre de regreso. Ningún hombre se baña en el mismo río ni camina
por el mismo sendero. La gente está activa en las posadas, campamentos y otros hospedajes:
lavan, platican afuera, comen, salen en ambas direcciones.

Tres todo terreno y dos camionetas pickups pasan a toda velocidad. Los que vienen atrás
están de pie, con lentes oscuros y armas largas. Ni siquiera voltean a vernos. Cada vehículo
salta entre elevaciones y baches de tierra. Nadie los persigue ni persiguen a nadie. Dejo de
caminar. Paulo aprieta mi hombro y me indica con la cabeza que continuemos.

14
Bajamos por Altavista, que se convierte en Santa Mónica, que se convierte en Cuauhtémoc.
Me acerco al mercado de flores La Lagunita. Sí, las rosas, los girasoles, las aves de paraíso,
los alcatraces, las azucenas. Pero soy deslumbrado por las orquídeas, están ahí tan casual bajo
el techo de lámina galvanizada. Las huelo. Pregunto por el precio. Miro a Paulo como si fuera
a comprarme una si se lo pido con los ojos. Hay cosas que tal vez uno sólo deba admirar y
disfrutar mientras existas, pero no por eso poseer, como él.

Nos acercamos al vendedor de jugo de naranja por medio litro para cada uno. Bebemos de
camino al Archivo Histórico. Se adivina que fue una pequeña casa en una calle inclinada.
Cuatro escalinatas le sirven de banqueta. La mitad inferior azul rey, la superior es color
menta. Pensaría que es un lugar de aguas frescas. Está al lado de una pizzería local. Paulo se
sienta en el escalón más bajo y enciende un cigarrillo. Usa el vaso vacío como cenicero. Me
indica que prefiere esperarme ahí.

Apenas entro y me marea el aroma del alcanfor. El encargado me mira con un gesto de
decepción. Su chalequito tejido se infla y desinfla con un largo suspiro. Por supuesto que
tiene sombrero de ala corta y esos pantalones que los viejitos compran no sé dónde. Después
de los buenos días, le explico que me gustaría obtener copias de algunos documentos
relacionados con Sir Edward James y Plutarco Gastelum.

‒– Es que ahorita no sirve la copiadora.

‒– Quizás pueda prestarme lo que necesito si firmo algo.

‒– Mire, joven, es que está difícil. No se va a poder. Es que. ‒– Hace una pausa para abrir un
libro de pasta blanda. Ensaliva su índice, pasa tres páginas, mira tras sus lentes cuadrados. ‒
– Lo que pasa es que la consulta de algún documento del archivo municipal debe realizarse
en el interior del archivo municipal. Usted debe presentar documento oficial de identificación
y no puede sacar de aquí ningún documento de consulta al exterior. Y, como le digo, ahorita
no sirve la copiadora. Además, si funcionara, para ter una copia simple o certificada de
cualquier cosa, tiene que presentar una solicitud por escrito debidamente firmada por el usted,
ante el Secretario General del Ayuntamiento, ahí tiene que poner en su escrito los motivos
por el cual solicita la información, también anexar copia de su identificación oficial vigente.
Y, bueno, no nada más así ya, de la Secretaría General, una vez recibida la solicitud de

15
información, deberá determinar la procedencia de la solicitud, si se lo aprueban, ya me dicen
a mí, que soy el Coordinador de Archivos, que haga la búsqueda y en su caso la reproducción
de la información solicitada. Eso debe ser en horario de lunes a viernes de 8:00 a 15:00 horas,
excepto días festivos y ya van a empezar los días santos, o sea que tardaría. Y, como le digo,
joven, ahorita no sirve la copiadora.

‒– ¿Y no pueden sacar las copias en otro lugar del Ayuntamiento?

‒– No porque no se pueden sacar de aquí. Tienen que quedarse aquí. ‒– Regresa la mirada al
periódico.

‒– ¿No sabe si van a arreglar la copiadora pronto?

‒– No, ya tiene meses así. ‒– Sin apartar la vista del diario: Obama luchará por un mundo
sin armas nucleares. Aparecen tres cadáveres decapitados afuera de Xilitla. Se manipula la
saturación de vuelos del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Aumento inusual
en pacientes con enfermedades respiratorias en el país. Acusan a mineras del despojo de
Tierras en Oaxaca. Atiborradas las playas mexicanas.

Entiendo que no va a suceder. La burocracia en México tiene un talento especial para hacer
las cosas lentas, no hacerlas o hacerlas pésimo. Generalmente, los servicios se agravan
conforme pasan de ser federal a estatal a municipal. Y muchísimo más si es un pueblo
pequeño.

Salgo derrotado. Le cuento lo sucedido a Paulo. Entramos a comer al lugar de al lado. Pienso
en formas irreales de solucionarlo. Él me ofrece las alternativas que yo le propuse al
encargado. Ordenamos dos sodas y una pizza suprema. No hay nada supremo en esa pizza.
La masa apelmazada, el queso es una grasa insípida insípido, la salsa es mero puré de tomate.
Encima las sodas no están frías y no tienen vasos con hielo. Tengo hambre, pero no soy capaz
de terminar mi porción. Él deja las orillas.

Al salir intento tomar su mano, pero la retira mientras me hace una seña de que vea alrededor.
Ciertos días parecen una acumulación de tragedias y mala suerte. A veces, esos días se
acumulan en un enjambre de que pica por mucho tiempo. Esta no es una luna de miel.

16
En el camino de regreso paramos en la cascada. Jugamos a mojarnos uno al otro. Las playeras
descansan sobre nuestras mochilas. La sensación de tocar su piel donde mi mano resbala. Sus
brazos me rodean con fuerza para sumergirme. Los chorros escurren entre nuestros
mechones. Esta es la vida. Aquí el ritmo cardiaco se vuelve un concierto de percusiones
africanas.

‒– ¿Sí sabes que me encantas?

‒– Pues sí. Aquí todo es un encantamiento.

‒– No hagas trampa. ¿Sí sabes de quién soy?

‒– Tuyo. Tú eres de ti mismo.

‒– No. ¿De quién soy?

‒– De tus padres.

‒– No. Sé que lo sabes, aunque no quieras decirlo. ‒– Lo sorprendo jalando su pie derecho
con el mi izquierdo para que caiga en el pozo. Se carcajea al emerger y quitarse el agua con
ambas manos. ‒– Tienes que decirme de quién soy.

‒– Eres mío.

Paulo revisa el perímetro de inmediato. Me planta un beso en el segundo que me ahorca y


me libera. Dice que no quiere verme agüitado. Sonrío como quien sale libre de un delito. Ya
estamos aquí y no se puede hacer nada. Por lo menos estoy con el hombre que quiero. Queda
este jardín de kilómetros para nosotros. Él tiene razón, podemos cambiar la suerte de este
día. Nos queda luz de día, no tenemos pendientes y Las Pozas están cerca. La caminar por
un lado de la finca donde acampamos, nos es imposible no dirigir la vista hacia la tienda.
Uno sabe por inercia, que por ahora ése es nuestro hogar. Una casa es tan subjetiva como
decir una familia.

A unos pasos de la taquilla, se alza la entrada, abre a un sendero espiral flanqueado por siete
serpientes amenazantes; están rampantes, dispuestas a atacarnos, sus siluetas de concreto
están cubiertas de un mosaico hecho a partir de piedras verdes de río. Luego, el acceso a este
otro mundo es a través de un corredor elíptico de color rojo oscuro de cuatro metros de alto.

17
Es conocido como El anillo de la reina, su estructura oval está corona por unos picos en forma
de venablos que semeja el tenue resplandor de un anillo de diamantes.

No somos nosotros lo que recorren este lugar. Nuestra ropa todavía chorrea. Cada gota pinta
un punto sobre el cemento. El tono pasa de gris oscuro a cada vez más pálido, hasta que no
deja rastro. Los rostros de los demás paseantes desaparecen igual de rápido. Sus sombras son
más verdaderas en este espacio. Hay lugares así, que parecen haber sido hecho sólo para dos.
Toco su espalda para recordarme que esto no es un sueño.

Nuestros ojos desorbitados. Una guerra entre fijar la mirada en algún punto asombroso o
moverlo al siguiente. La humildad de las piedras excéntricas sobre la vegetación. No es
necesario hablarnos ni hacernos señas. Orbitamos entre las construcciones y uno hacia el
cuerpo del otro. Casi todos los diseños sobresalen, están diseminados a lo largo del costado
del cerro. Las inscripciones de algunos dan testimonio del delirio, la nomenclatura de otra
realidad. Está la Cascada de los tres pisos que pudieron ser cinco, El cine, El templo de los
patos, La arcada de los murciélagos, y la Casa con techo en forma de ballena. Otros más
concretos como el Palacio de bambú, La Torre de la Esperanza, Tina en forma de ojo.

Saca su cámara del bolsillo para capturar los caprichos de la arquitectura hacen juego con los
voladeros, las plantas excéntricas, los círculos concéntricos que marcan nuestros pasos al
pisar el agua. Me pide que le saque una foto en un fondo musgoso de roca. Estar ahí es estar
cercado por una atmósfera húmeda y acariciada por todo tipo de cantos, zumbidos y rumor
de corriente. Soy suyo. Él lo ha dicho ante un cielo que arde para nosotros. En uno de los
estanques hay una piedra grabada con un corazón. Pienso en los que han amado este lugar
antes al amarse entre ellos. El reloj de Paulo marca tres veces el número 5. Es un buen
momento para volver.

A penas al llegar, devoramos plátanos, manzanas, barras de cereal y bebemos agua. El pan
de cada día sabe diferente luego del cansancio. Paulo va por el telescopio y yo alisto el piso
alrededor de la tienda para prender una fogata. Lo veo sacar una botella de vodka y lo que
quedó de la de ayer. Creo que sería bueno aumentar la magia para cuando caiga la noche.
Todavía está la hija de Esben. Me responde que Eyra cuando le pregunto su nombre. Tras
extender la plática sobre el clima, dé dónde vienen, ah, Noruega, auroras boreales, sí, el café
de Xilitla, llego el punto, si sabe dónde puedo conseguir mota. Me dice que hay un punto de

18
venta para cada campamento u hotel grande desde hace un año. El dealer de la finca se llama
Damián. Es el chico que está sentado en la camioneta estacionada entre dos cocoteros al final
de la finca.

Le cuento a Paulo de mi plan para esta noche. Se le vuelva a iluminar el rostro. Sé bien lo
que espera de estas noches. Ojalá él también estuviera al tanto de lo que yo también espero
de ellas. Se alcanza a escuchar música electrónica de algún terreno cercano. Oscurece a cada
vaso que bebemos. Optamos por ir juntos a conectar antes de que se haga más tarde.
Caminamos a oscuras por el surco más ancho hacia la parte izquierda del terreno. El sudor
frio. Esta vez mis palpitaciones son por el miedo. Cualquier crujir de hojas suena a huesos
rotos. Los insectos suenan amenazantes. Alguna vez leí que, para algunas tribus del Sahara,
el sonido de los grillos eran los murmullos de los demonios.

El tal Damián luce nada aterrador. Cabello negro, muy liso, corto de los lados, peinado en
picos con gel. Botas militares, jeans de mezclilla rotos, una playera que imita a tatuajes y con
brillantes falsos forma las palabras Ed Hardy. Lo justo de la prenda le marca la musculatura.
Debe estar más adecuado, nosotros ya traemos una chamarra ligera. Si acaso, sus pupilas
parecen ser iris gigantescos. Alza y baja la cabeza a modo de saludo. Paulo da un paso al
frente y le pregunta si nos puede vender mariguana. Tiene paquetes de $50 en papel periódico
con un poco de cinta adhesiva. Compramos dos cucuruchos. No vende papel, pero en el
pueblo venden pipas. Volvemos abastecidos. Sobrevivimos. A mitad del sembradío tomo las
manos de Paulo, las coloco sobre mi cintura y sosteniéndolas me acerco para besarlo.

Tras otros dos tragos y tirar el tabaco de dos cigarrillos para rellenarlos de hierba, brindamos
con humo. El tenue éxtasis con mareo de esa otra claridad. Mi estomago gruñe. Espasmo. El
líquido sube por mi garganta. La certeza ácida y amarga de lo que sucede. Corro lo más lejos
posible de la tienda. Vomito de pie tratando de no manchar mis pies. El temblor que me
obliga a hincarme para continuar vomitando vodka y pedazos de frutas. No es dolor sino una
sensación como si el espíritu luchara por dejar el cuerpo. En otras palabras, la pálida. Tras
diez minutos, regreso para enjuagarme los dientes. Le digo que sólo voy a recostarme un
instante, pero el instante dura todas las estrellas. Paulo sigue bebiendo afuera. Escribe en su
bitácora:

6 de abril de 2009. Lunes. Conjunción: la luna al sur de Saturno, en Leo.

19
III

Paulo no está. Afuera ya amaneció. No tengo ningún rastro de resaca. Al final, bebí muy
poco. Abro la tienda y el frío me golpea. Su telescopio sigue armado afuera, rastros del sereno
encima. Lo que es raro, porque lo cuida más que a él mismo. La bruma no me deja ver muy
lejos. Me pongo la chamarra y doy algunas vueltas. Parece no haber dormido aquí. Ni quiera
cierro la tienda de campaña. Le voy la vuelta a al liquidámbar. Regreso por mi celular. Marco.
Ocho, uno, ocho, cuatro, nueve, siete, nueve, cero, tres, tres. El pinche timbre adentro de la
tienda. Dejó su teléfono aquí. Nada más está una botella vacía, falta la otra.

Camino entre estas nubes al ras de la tierra que envuelven estas casas portátiles de lona.
Restos de bebida, cenizas, nadie afuera. ¿Dónde podría estar? ¿Qué chingados le pasó para
que simplemente despareciera? Pudo haberse metido en un problema grave. Recuerdo a las
camionetas con hombres armados. Algo me decía que no podíamos estar perfecto en un
ambiente controlado. No quería admitir lo que era obvio. Todo el país está lleno de crimen
organizado. Recuerdo a Damián. Debo tranquilizarme. Parezco mi madre preocupándome de
inmediato e imaginando el peor escenario posible. Necesito enfriar la cabeza y pensar en lo
más lógico y práctico. Me dirijo de inmediato hacia la palapa. Quizás Esben vio algo cuando
llegó o Paulo pudo dejar un mensaje sobre dónde encontrarlo.

A penas me acerco y creo que hubiera sido mejor encontrar su cuerpo desmembrado o salir
en los medios buscándolo junto a sus familiares que llegarían para promover el caso. Él
abraza a Eyra. A su lado la botella vacía de vodka y casi por acabar otra, quizás tequila o
mezcal. Ella agita la mano en un saludo, sonríe como si me recibieran en mi propia fiesta.
Paulo forma un ala plana con su mano derecha, la pega a su frente y la despega. Asiente. ¿Sí
qué, pendejo? Ante una situación adversa, uno al menos puede mantener la compostura y
sufrir con dignidad. No es el lugar ni el momento. Al final de cuentas, aunque vengamos
juntos, no somos nada. Nadie prometió lo que haríamos ni seríamos.

Los celos son una especie de envidia enmascarada de amor. Siento que los dientes inferiores
están soldados a mis superiores. Se me va a reventar la mandíbula de tanta presión. Imagino
sus cabezas quebrándose como huevos para el desayuno. Al menos puedo fingir que vine

20
aquí buscando café y pan, no a un culero que abraza a una chica en vez de a mí. No sé si mi
presión baja o sube, pero siento una especie de mareo. No hay conchas de chocolate. Veo
migajas en la ropa de ambos. Deberían seguir un rastro de ellas hasta una choza en medio de
esta selva donde una bruja se los tragara. Sus cuchicheos me golpean como un mazo de hierro.
Quizás por eso tenemos un yunque en cada oído, para soportar golpes así.

Tomo un puerquito de piloncillo, la resignación de los panes. Me siento lejos. Los veo de
reojo. Muerdo de mala gana. Me cuesta tragar. Intento que el café me queme, pero siento mi
sangre tan ardiente como las tardes aquí. Mi amargura y negrura debe ser mayor justo ahora.
Hasta el líquido es difícil de tragar. Ahora entiendo a qué se refieren a que la vida es dura.
Es una solidificación instantánea de saliva. A lo que se refieren con que hay un nudo en la
garganta. Adivino sus risitas. La felicidad de los demás es la peor ofensa cuando uno es
infeliz.

Intento poner la mejor cara de póker posible al acercarme a ellos. Le aviso a Paulo que iré al
Pueblo para buscar la entrevista con el cronista. Me ofrece de su bebida. No sé si entiende o
le importa. Alisto lo más de prisa posible mi ropa y la mochila. Ni siquiera puedo disfrutar
el agua caliente de la regadera. Esto no es un anuncio de champú en que el baño se convierte
en una selva. No es una película porno. No es lo que quería cuando pensé en venir juntos.
Quiero irme de esta finca, de este pueblo, pero sólo salgo a realizar preguntas sobre un
artículo que ni siquiera bien de qué va a tratar.

Esta no parece la cascada en la que ayer estuvimos juntos. Debí hacer este viaje solo o no
hacerlo. Es peor perder algo que jamás haberlo tenido. No puede doler lo que nunca existió.
¿Ellos habrán cogido? Los que pasan junto a mí están acompañados. Alzan la mano para
saludar y deben ver mi abandono. No necesito ver el mapa. Conozco ya a dónde ir, las calles.
Hay miradas vacías en ciertos negocios a donde nadie llega. Están los rostros de los que
cargan las cajas de verdura y muestran sus grietas. Cansa vivir. Uno se harta de las mismas
acciones con las mismas consecuencias. He pasado esto antes, pero esperaba que ahora fuera
distinto. No es la primera vez que me siento así por alguien. El enamoramiento es distinto
hacia cada persona, pero el desamor es el mismo. El problema de que a uno le rompan el
corazón es que en verdad no se rompe y deja de latir.

21
El Departamento del Cronista Municipal está sobre la calle Mariano Escobedo, en el
Ayuntamiento. A unos pasos de la Plaza Principal, ahora sé por la referencia de una señora,
que también lo conocen como Jardín Hidalgo. Aquí fue donde nos dejó la camioneta al llegar.
Es imposible concentrarme y no pensar en él. Las oficinas son genéricas. Dos pisos. Color
hueso. Ventanales oscuros sin barrotes. Deben tener un par de años, pero no lucen modernas.
Claro, contrastan con la arquitectura de Xilitla. Son tres edificios seguidos. Afuera de cada
uno hay puestos de madera con doble teja de lámina. Aún en pleno centro, con la venta de
elotes, fruta y refrescos, llega el aroma de los árboles. Enfrente un gran negocio sin letrero.
Ropa nueva sin marca ni etiqueta. El uniforme del anonimato.

Pregunto en la primera puerta. Me refieren a la tercera. Desde que se entra está un escritorio
viejo de plástico que semeja madera. El mobiliario del lugar, bastante viejo, contrasta con las
paredes bien pintadas. La secretaria habla por teléfono desde su celular. Me hace una pizca
de seña para que espere un momento. Es una mujer bajita que apenas alcanza la computadora.
Regordeta, lentes de pasta redondos, sólo alcanzo a ver su blusa fucsia. Lleva el cabello al
hombro, rizado, se tiñe de caoba. Sé que se llama Mirna porque escucho cómo la llama otra
mujer para preguntarle si va a querer el catálogo de los zapatos. Se levanta de la silla giratoria
para agitar toda la mano en señal negativa mientras pela los ojos. Aconseja en su llamada
que, si alguien no va a dejar a su esposa, por lo menos pida que la trate mejor, debe darse su
lugar. El chisme es lo más revitalizante que llevo en el día. Lo que le insinúa a su amiga me
queda también, en alguna medida. ¿Qué sugerencias me daría si yo fuera la comadre al otro
lado del teléfono? ¿Qué me dirían mis amigas si pudiera contarles lo que paso? Paulo me
hizo prometer que nadie, por ningún motivo, podría enterarse de lo que sucedió o no
seguiríamos viéndonos. Ella se detiene por un ataque de tos con flemas. Se despega el aparato
para limpiarlo con unos cuadros de papel higiénico al lado de su lapicera.

No me molesta esperar por motivos como éste. Estoy seguro que si ella fuera la encargada
del Archivo Municipal, las cosas hubieran sido mejores. ¡Mirna para alcaldesa de Xilitla!
¡Mirna para gobernadora de San Luis Potosí! Cuando cuelga y le cuento por qué estoy ahí,
la candidata del Partido Imaginario me informa que el cronista sí tiene su cubículo en ese
lugar, pero que no va todos los días. Sería mejor ir a buscarlo a su casa, pero él salió a Ciudad

22
Valles y lo más seguro es que regrese hasta que terminen las vacaciones porque llevó a sus
hijos a pasar las vacaciones.

Vencido. Desanimado. Con la cara perdida entre un poblado ajeno. Todos los rostros resultan
difíciles así. En medio de todas las espinas, una flor familiar: OXXO. Todas las sucursales
con una ligera adaptación, pero con la misma base. Los aeropuertos tienen una zona
internacional, ese espacio en que los pasajeros extranjeros no han entrado formalmente al
país. Así, no importa dónde se encuentre uno, el OXXO es un oasis de Monterrey. Casi es
como ir a la casa de los padres. Entro y me siento a salvo. Entre sus nachos insípidos, sus hot
dogs de plástico, la distribución de los estantes, los colores, la iluminación, la segunda caja
cerrada, los uniformes de cátsup con mostaza. Recorro todo el lugar. Tomo un sándwich de
pechuga de pavo, una de té verde con miel y un litro y medio de agua purificada. Antes de
pagar, pido una cajetilla de mentolados.

Sabe exacto a lo que espero. No hay decepciones ni sorpresas. La mediocridad de los


alimentos me reconforta. Es como alinear los chacras con conservadores, colorantes y
saborizantes artificiales. Saco el reproductor mp3 de mi mochila. Avanzo tres canciones hasta
Black Eyed Peace.

I gotta feeling
That tonight’s gonna be a good night
That tonight’s gonna be a good night
That tonight’s gonna be a good night
Todavía puedo salvar el día. Saco el cuaderno. Ni siquiera llevo media página. Es mejor echar
a la basura lo anterior y darle otro enfoque. Quizás iniciar por la parte romántica del asunto.
Me sería más fácil escribir sobre la relación que construyó un sueño de concreto, que concretó
un sueño de construcción:

Al llegar a aquella oficina de Telégrafos de México ubicada en Cuernavaca, Edward James


solamente quería enviar un mensaje. No podía imaginar que ese día de 1945 un hombre
altivo, guapo, alto, de cuerpo atlético, llamado Plutarco Gastélum, se convertiría en su
Virgilio al cual seguir confiado y también en su Dante, al cual enseñar parte de su mundo.

23
Debería haber un gancho. No basta decir que Plutarco era un Adonis mexicano. Quizás lo
importante sea profundizar en los sentimientos:

Edward, siendo un hombre de mundo con incontables recursos, conoció a infinidad de


hombres y mujeres, pero se enamoró sin remedio de aquel joven que usaba los tiempos entre
las entregas como si fueran parte de su entrenamiento para una carrera como boxeador que
recién iniciaba.

Me distraigo con los viandantes. Todos parecen tener un propósito y saber a dónde van. Las
madres con sus hijos, los que cargan cajas, los que venden artesanías. Me acerco a un chico
con pantalón de manta y camisa de colores deslavada. Le compro una pipa. Releo lo que
llevo escrito. Aquí ya hay algo más, lo mejor sería volver a Plutarco un héroe del pueblo para
conectar con los que lean el artículo.

Plutarco era hijo de una familia humilde, rancheros de Álamo, Sonora. Él tenía una
sensibilidad particular. Por un lado, dada gracias a la cultura propia de los yaquis, aquellos
caracterizados por la danza del venado, y, por otro, por un espíritu aventurero, que dejó su
tierra natal para perseguir peleas en el ring hasta esa ciudad al centro del país.

Se está poniendo muy biográfico. Me hubiera gustado desarrollar más lo de la danza del
venado, quizás una analogía entre el cazador y la presa con James y Plutarco. Se pierde el
punto central de la relación entre ambos:

Edward amaba a Plutarco. Plutarco amaba el mundo de James. Edward buscaba su jardín
del Edén, un paraíso en la Tierra y en Plutarco, como llegó a escribirlo, veía a su Adán.
Plutarco habitaba ese paraíso sin saberlo, era parte de él, pero le interesó más el cielo de
Edward, quien se relacionaba con Salvador Dalí, Federico García Lorca, René Magritte y
Leonora Carrington, además de celebridades de Hollywood y la Ciudad de México. Plutarco
fue dejando el boxeo y tomando el lápiz y pincel para dibujar y pintar.

Lo lograron. Al final, a pesar de su tiempo, su sociedad, sus circunstancias y sus diferencias,


ellos lo lograron. ¿O fue sólo James quién logró algo a través de Plutarco? Supongo que hay
cosas que los amigos que sobreviven no dirán, que ni la familia sabe o que ni el cronista pudo
haberme contado. Si escribo esto como una historia de amor, tendré que suponer y tomarme
algunas licencias:

24
Plutarco, en todo caso, sería ese amante esquivo, desdeñoso y en negación. Asumir a otro
hombre como su pareja le parecería un infierno. Su intimidad permanece como un misterio,
pero lo importante, es que con su amor lograron construir una obra de arte maravillosa,
casi imposible.

Ya no sé si estoy hablando de ellos o de Paulo y yo. No creo que este sea el ángulo para el
texto. Pensar en la boda de Plutarco con Marina Llamazares, donde James fue padrino de
banquete de la boda, sólo me hace pensar en que yo traje a Paulo a este viaje y ahora él está
con Eyra. No los vi besarse. Ni siquiera sé de qué estaban hablando. En parte, toda esta furia
puede ser por nada. ¿Seguirá con ella? Después de todo, yo fui el que vomitó y fue a dormir.
Ni siquiera me gusta el vodka. En la mañana no supe lo que pasó. Él estaba tan ebrio que no
pudo darme su parte de la historia. Lo mejor es regresar a la finca para enfrentar esto.

Esta vez camino lento. Puedo detenerme bajo una sombra a fumar en silencio. No he visto al
grupo armado hoy. La tarde es generosa. Al menos esta vez corre un viento perfumado de
río. Si ya estoy aquí, queda intentar hasta el último recurso para que las cosas estén bien entre
nosotros.

Me dirijo de inmediato a nuestra tienda, él está dormido. Solo. Suspiro con la boca. Sigue
con la misma ropa de ayer. Levanto su brazo derecho y me abrazo con él. Beso sus dedos
uno por uno. Ronca ligeramente. Deseo hablar con él, pero no lo despierto. Dejo que esta
calma me colme. Es un temazcal o sauna aquí. Todo huele a él. No tengo sueño, pero cierro
los ojos. Este es otro tipo de descanso.

‒– ¿Cómo te fue en la entrevista? ‒– Me sorprende. No sé si llevo ya una hora aquí. Quizás


más.

‒– Hey, buenas noches, bello durmiente. ‒– Me doy la vuelta para quedar frente a él.

‒– Te moriste anoche. ¿Te sientes bien ya? ‒– Retira su brazo.

‒– Sí, como si nada. Tú te moriste todo el día, supongo.

‒– Algo así. Esta chica se fue a dormir y yo hice lo mismo.

‒– ¿Cogieron?

25
‒– No chingues. No. ¿Qué pedo? ¿Estás enojado porque estaba platicando con ella?

‒– Estaban abrazados y habían pasado toda la noche.

‒– No me has dicho si estás enojado por eso. Y si hubiéramos cogido, ¿qué?

‒– Nada, pero tampoco me hubiera hecho feliz. Vine aquí contigo, para estar contigo.

‒– Como amigos, nada más.

‒– Vete a la verga, neta. Después de todo lo que ha pasado y lo que hemos vivido, no puedes
hacer como si de verdad creyeras en lo que dices.

Se levanta de golpe. Da un jalón al zíper. Sale de la tienda. No quiero pelear, pero tampoco
quiero ceder. Él busca entre sus bolsillos. La cajetilla, dentro el encendedor.

‒– Ven. Quiero estar contigo. Quiero que estemos bien. ‒– Extiendo la mano desde dentro
de la casa de campaña.

‒– Lo que quieras decir, dilo. Desde aquí estamos hablando.

‒– No quiero hablar. Quiero que lo hagamos.

‒– No va a volver a pasar. Bebimos algunas cervezas en tu casa, luego nos pusimos mal, fue
una locura. Bebimos de más, eso fue todo. Somos amigos.

‒– Yo no soy tu amigo. No somos novios, pero no somos amigos. Me pregunté qué hacías
en mi casa durante la temporada de exámenes, con la jornada laboral esperándote, la guía de
clases esperándote, pero la vida no esperaba.

‒– No entiendo lo que quieres decir, pero si quieres mi amistad ahí está.

‒– Yo no puedo ser amigo de alguien que se engaña a sí mismo y que le vale madre pretender
que no está pasando lo que es obvio. ‒– La voz me tiembla ya. Me levanto sin rumbo. Camino
por inercia hacia la palapa.

No pude decirlo, pero éramos amantes, quizás no sólo eso. Dios sabe que no es algo que yo
elija, quiera o provoque, pero ciertas relaciones fermentan, cambian su composición química
hasta convertirse en un cariño diferente al del inicio, tal vez mantenidos por lo que fue, en
realidad. Pero no puedo soportar lo que hubiera sido, lo que pudo ser. Me alejo de él por

26
dentro y por fuera. Siempre intento parar con silencio todo lo que no supe reparar con
palabras. Cierro los labios como se retraen esas flores que no vuelven a abrir su corazón
cuando sienten que las han herido con un sol repentino, la violencia del amanecer. Es
diferente si hay neblina y cae sereno al alba, lo hace suave, paulatino, como hacer el amor
antes de la muerte, antes de la muerte del amor, como pasó con Paulo.

No puedo extender mi mano a alguien que me gusta o me gustaba y decir: Toma, aquí va mi
amistad. No así, no sin que el amor pague por adelantado. Tal vez es algo triste, supongo que
es en parte un tsunami de voluntad llamado capricho con el que he crecido y con el que arraso
las playas, porque una playa es el límite entre la tierra y el mar, entre lo que yo deseo y
alguien desea. Si las cosas no son lo que yo quiero, prefiero que no sean nada en lo absoluto.
Si no voy a ganar en el amor, tampoco él va a ganar mi amistad. O ambos ganamos o los dos
perdemos. No sé si es justo, pero por lo menos suena así.

Pienso en la danza del venado. Un venado que se desangra conoce el lugar al que deberá huir
para curarse, para estar a salvo de los depredadores. Ahora me siento frente a la mesa. Sirvo
agua del cántaro de barro en un vaso que hace juego. Sujeto mi cuaderno. Tiene citas al azar.
Me siento a salvo aquí, entre palabras de hombres y mujeres que murieron para cobijarme
con sus esqueletos negros que revivo con mis ojos al leerlos. Así cubro el hueco de las flechas
que extirpé de mí el mes pasado. En este mismo lugar me escondía algunas veces de él y con
él, era una complicidad y una comunión.

Ya una vez le perdí perdón por no corresponder a su amistad y dar gracias por su calidez. Lo
extraño si no está, aunque no cómo debería extrañar algún abrazo del tamaño de una noche
entera. Creo que no debí invitarlo, ni debió llamarme por teléfono cuando la embriaguez le
pintaba los labios, tampoco debí llamarlo en lo más hondo de mi médula para que naciera en
mi sangre el color suficiente para pintar este crepúsculo. No quiero beber esta noche, pero
quisiera olvidarlo. Podría fumar algo de mota, pero la tiene él. No quiero verlo. Puedo
comprar más y ya.

Caminar entre los cafetales ya no es aterrador. Con la última luz puedo ver los arbustos en
floración. La luna ya se asoma, está creciente. No quiero pensar en el cielo nocturno. Me
recuerda al pinche telescopio y por lo tanto a él. Damián debe estar en su puesto. Se escucha
Banda El Recodo desde la camioneta.

27
Te presumo porque eres para mí toda una reina
Me fascina el saber que tú me quieres y deseas
Te presumo, como loco te menciono todo el día
Te presumo para que el mundo sepa que eres mía
Saludo. Baja el volumen. Le pido un paquete. De la cartera saco un billete de $50. Mete la
mano a la camioneta para sacarlo.

‒– ¿Puedo fumar aquí?

‒– Aquí no hay problema con nada. Tú adelante.

‒– Te llamas Damián, ¿verdad? Mi nombre es Santiago.

‒– Sí, ése soy. Un gusto. ¿Te acabaste lo de ayer tan rápido, te lo robaron, lo perdiste?

‒– No tengo ganas de estar allá. Por eso te pregunté si podía fumar aquí.

‒– Entiendo. Te digo. Aquí no vas a tener problemas ¿Te peleaste con tu novio o qué?

‒– No es mi novio. Creo que ése es el problema.

Pasé varias horas con él. Se sorprendió cuando le platiqué no me gustara siendo de
Monterrey. Le expliqué diferencias entre noreste y noroeste. Supe que su papá y sus tíos oían
música de mi tierra. A él y a sus amigos les gusta esta otra. Él había ido a Tampico y a
Reynosa, por cuestiones del negocio. No le gustó mucho la comida, pero lo hice admitir que
la carne era mejor entre más arriba. Se burló de las carnes asadas.

Siete veces fuimos interrumpidos por alguien que compraba mariguana, ácidos o tachas.
Pusimos la radio entre una estación y otra, nunca más de quince minutos en alguna. Me
mostró cómo limpiar la hierba, aunque él no fumó ninguna vez. Según él, prefiere no meterse
nada cuando está trabajando. De preferencia, sólo mota, antes de dormir. Tuve algo entre
miedo y pena de preguntarle sobre sus actividades. Aproveché para contarle qué hacía en
Xilitla, el texto que debía escribir, los problemas que había tenido ayer y hoy. No supe qué
responder a cuántos libros había leído en mi vida. No es algo que uno lleve la cuenta, en
realidad. Tampoco sé cuántas mandarinas he comido. Acabé llorando tras varios pipazos al
cambiar al tema a Paulo.

28
‒– Yo no entiendo lo que ve en el cielo, pero para mí él es más que cualquier estrella
muerta dando luz a la distancia, aunque como el frío en las canciones que escuchamos
cuando él dice que nunca más haremos el amor, tal vez cuando esa noche me dijo que
quería darme más duro que esta soledad, era el alcohol el que se incendiaba en su deseo,
pero ahora estamos sobrios. Ojalá el amor fuera suficiente para que mi amor lo
transformara como a un hombre lobo, pero no soy la luna llena que hemos visto en mi
balcón. ¿Sabes? Él me ha prohibido hablar de lo que pasó en mi cama, de las frases de dos
palabras entre nosotros y del silencio que emiten nuestros labios unidos. A nadie en otra
ciudad, en otro estado, en otro país, en otro continente. Él dijo que está bien si se lo cuento
a un marciano. Él es así, también dice que entre nosotros no existe nada. Sé que desde fuera
nuestra película es un churro y de seguro piensas que yo debería huir, te preguntas qué hago
ahí en vez de refugiarme con mis padres. Pero nadie conoce qué es sentir sus manos en la
cintura mientras canta una balada, no imaginan sus pupilas dilatadas que se clavan en las
mías mientras dice con seguridad que sí me quiere. Los débiles huyen, se rinden, y él me
hace fuerte para soportar cualquier daño delante de la cruz, incluso cuando habla de chicas
lindas como si yo no existiera por encima de sus nombres. Tal vez no debí dejar que me
abrazara hasta caer dormido, pero cuando ronca hay una música con la que Dios existe y
arrulla mis miedos para que florezcan a modo de caricias. No recuerdo mis sueños, pero él
está en cada uno de ellos, laberintos oníricos en los que las ecuaciones matemáticas no
tienen poder. Él lo sabe, lo sabe todo el tiempo, aunque se niegue que, en esta selva o
cualquier lado, yo estaría a su lado a solas para levantarnos y estar juntos hasta que la noche
fuera un cobertor para compartir encima. No es cierto que un adiós sea el final de nuestra
historia, yo lo seguiré esperando por si un día él regresa con una flor roja entre las manos
para pedirme un futuro secreto. Él quizás se ha ido o está por irse. No sé lo que haré con las
manos casi vacías. No sé si el volverá a dormir en la tienda de campaña que de seguro aún
huele a la última vez en que fuimos felices jugando a la casita.

Damián me escuchó divagar, repetir frases, confundir historia con hubiera, pensar en voz alta
y arrepentirme. Sus ojos eran más hondos que mi tristeza. Las personas así han sufrido
demasiado y pueden entender las penas de otros. Cuando me calmé e hice silencio, me habló
de su primer amor platónico, una maestra. Me hizo reír con historias de sus exnovias y
aventuras de una vez. En Xilitla uno tiene que aprender que es posible entregarlo todo y dejar

29
ir. Unos pocos viven ahí, todos se conocen. La mayoría están de paso, quizás para no volver
jamás. No se cierra a las posibilidades. Alguna vez se cogió a un chico cuando ambos
estudiaban tercero de secundaria y se besó con un polaco en una de las fiestas que la finca
daba los sábados. Nadie debería tener problemas con hacer y deshacer, dijo. Tenía tiempo de
no sentir una conexión tan genuina. Verdadera comunicación.

Me venció la noche. Esta vez estaba entero, a gusto. A pesar de estar emocionado, bostecé
varias veces. Me ofreció dormir al asiento de atrás de su troca, si quería. Una parte de mí
dudó por un momento. De alguna manera, quizás demente, confiaba en él. No me importó el
arma larga visible a los pies del asiento del copiloto. En la parte de atrás había una cobija
gruesa. Me sorprendió el olor a suavizante, la limpieza del interior, su amabilidad, la atención
a mis detalles tan ajenos. Apagó el estéreo.

30
IV

El sol ya ilumina lo suficiente para filtrarse por las ventanas empañadas. Pero hay una
claridad más grande en lo que debo hacer. Saco mi cuaderno para hacerle una carta a Paulo.
Damián está dormido en al asiento del conductor reclinado. Una gorra le cubre el rostro. Lo
cobija un abrigo de lana gris como cobija. Intento no hacer ruido mientras me siento y escribo.

Paulo:

No dejo de pensar en que fue un error pedirte que me acompañaras. No puedo seguir así
contigo. Estoy muy cansado y decepcionado. He sido inmensamente feliz contigo, pero eso
mismo, porque estoy contigo, no porque tú me hayas hecho feliz.

Soñé con todo lo que sucedió esta primavera contigo, sentirte dentro de mí, oler a ti porque
llevo puesta tu ropa y tú la mía, amanecer a tu lado, ser tuyo. Pero no así, no con esta
vergüenza, ni con este arrepentimiento, menos contigo diciéndome que nunca lo habías
querido y que la única razón por la que había sido era porque yo lo quería, que yo sabía qué
hacer y que tú sólo tenías necesidad

No sé cuándo vas a admitir lo que tenemos, y no con los demás, a solas conmigo (y a solas
contigo mismo). ¿Por que qué amigo por el otro le da un masaje, le dice que lo quiere de
otro modo, muere por besarlo, abrazarlo, bañarse juntos, dormir a su lado? Nunca he sido
solamente tu amigo y jamás lo voy a ser. Por favor, tú también abandona la idea de que vas
a cambiar mi parecer porque no será así. Déjame ir si no puedes darme lo que yo quiero, lo
que yo espero, lo que yo necesito y lo que yo merezco.

Pude soportar que nunca me dijeras te extraño y te necesito o que muy pocas veces me dijeras
te quiero, porque tus acciones lo hacían y valían más. Ahora ya ni siquiera eso. Entiendo
que estés conflictuado por esto y que esto debes analizarlo y pensarlo, vivir tu proceso.
Espero que lo hagas y encuentres paz y estabilidad. Yo no quiero estar ahí esperanzado en
que esto va a ser. Ya perdí la cuenta de las veces que lo he pensado.

Estabas demasiado preocupado preguntándote cuándo había iniciado esto, cómo y por qué,
en vez de concentrarte en vivirlo y disfrutarlo. Ni yo lo sé. Ni sé bien quién dice qué de la

31
homosexualidad, la heterosexualidad, ni de nada de esto. Nunca quisiste esto y está bien, tú
lucha contra ello. No importa lo que digas, recuerdo las veces en que me mirabas a los ojos
y me contabas las ganas que tenías de cogerme en ese momento.

Este adiós es el acto de cobardía más grande que realizaré. Los fuertes luchan, pero no
puedo, no quiero y no voy a hacerlo solo. No cuando me dices que nunca más tendré lo que
hemos vivido. Tienes razón, antes me hubiera conformado con mucho menos por un tiempo,
porque siempre quiero más. Y si tú también eres tan cobarde como yo, es mejor que esto se
incendie y escribamos nuestros recuerdos con esa ceniza. Si yo no soy suficiente para hacerte
creer que el romance es una fuerza que dará más de lo que cuesta, no creo que nada lo haga
de una vez y para siempre. Prefiero irme con lo poco que resta de dignidad y esperar (tal
vez ingenuamente y tal vez en vano) a que regreses porque quieres amarme con todo lo que
tienes, y eso sea más fuerte que tu miedo y tu permiso a tu mismo. Mientras no puedo
quedarme y sentarme ahí para ver cómo nos herimos y nos conflictuamos más, no puedo
esperar a tu lado llorando por ti porque crees que lo que tenemos ahora ya está bien.

Voy a estar fuera dos días. Regreso el viernes si quieres verme y estar conmigo. Por favor,
respeta mi decisión. No me llames. Si no estás, deja mis cosas. Entenderé las cosas. Quizás
en otra vida, ojalá, cuando el único cuerpo que tenga no sea un impedimento, tú y yo, detrás
de una fogata, al fin podamos hacer realidad todos los poemas. O quizás el amor no lo puede
todo, el amor no es suficiente, el amor no es lo más importante.

Atravieso el sembradío a marcha veloz. Abro mi propia tienda como si fuera un ladrón. Paulo
está ahí. Duerme tranquilo. Meto algunas de mis cosas en la mochila y acomodo hasta el
fondo las que dejaré. Encima de todo, muy visible, coloca la carta que le escribí. Está doblada
de manera que forma una especie de sobre. Escribí su nombre por fuera. Salgo, pero recuerdo
que no llevo mi cargador para el celular. Lo veo por última vez. Paso de prisa a la regadera,
un baño vaquero. Ya cambiado, pero todavía con la toalla húmeda en mano, entro a la palapa.
Buenos días a Esben. Eyra no está, por fortuna. Hay un grupo de cinco amigos en la mesa
hablando de los sueños proféticos, tres chicas y dos chicos, se ven amanecidos. Saludo. Tomo
un café y un cuernito. Regreso a la camioneta. Damián sigue ahí. Sentado en la tapa de la
cajuela releo algunas notas y termino el desayuno. Enciendo un cigarrillo. Dos. Oigo la puerta
abrirse. Está fresco. Parece que hubiera dormido sus ocho horas.

32
Le cuento lo que acabo de hacer. Cree que hice lo correcto. Pone su mano derecha sobre mi
hombro izquierdo. Ahora debo buscar un hotel para quedarme un par de noches. Él puede
recomendarme uno bueno, bonito y barato, en el mero centro. No puede ofrecerme su casa
porque es algo peligroso dejarme sin que él esté, pero, sobre todo, está algo lejos, al lado
contrario del pueblo. Si quiero, puede llevarme a conocer. Le digo que tengo el tiempo del
mundo, pero no sé si él tiene pendientes por hacer. Según él, los días son todos libres, puede
hacer lo que le venga en gana. Además, pienso que, en la mayoría de los lugares, uno puede
hacer check-in a partir de la 13:00 horas, incluso 15:00.

Nunca he ido por el sendero más allá de la entrada a Las Pozas. Él suena el claxon para que
una mujer le entregue un atole. Me ofrece uno. Agradezco, le aviso que desayuné. Es
asombroso como no tira ni una gota ni se mancha mientras sostiene el vaso de unicel con una
mano y maneja con la otra.

Le pregunto por el lugar en dónde vive. Alguna vez fue una cafetalera, de las más prósperas
de la región. Su bisabuelo construyó la finca sobre un cementerio abandonado. Los del pueblo
le temían, no por las armas ni el séquito de hombres con machete y carabina, sino por el
rumor de que la propiedad se levantó de la noche a la mañana. Se decía que él debió tener un
pacto con el Diablo. A su ancestro le gustaba paladear el miedo ajeno. Él no lo conoció, pero
su padre y su abuelo aprendieron a no mostrar temo. Nunca reflejar ese pájaro negro que
anida en los corazones y sale volando por los ojos.

Supongo que guardarse así tiene consecuencias graves. Tampoco mostrar más de lo que
debería. Es un problema de uno u otro modo. Como ahora que Damián conduce por la
terracería hace más de media hora.

‒– Baja un poco la velocidad. Quiero vivo a ver el lugar.

‒– Vamos bien. Ahorita le estoy dando tranqui porque te traigo a ti. Aquí puedo andar hasta
con los ojos tapados.

‒– Ándale. Baja la velocidad, por fa. Las curvas me ponen los pelos de punta. ‒– Si tomo de
su mano es porque imagino que saldremos por el voladero y caeremos hasta el fondo.
Siempre imagino mi cara irreconocible, la dificultad para llegar hasta el cuerpo o los cuerpos
y más aún para subirlos.

33
‒– Papá murió en una balacera con el ejército cerca de aquí. A este barranco le llaman El
Espinazo del Diablo. Por eso a mi papá le pareció ideal ponerle su apellido al final de camino:
Boca del Lobo.

Es una planicie en la que la entrada es la misma salida que esquiva una laguna donde todo
parece hundirse. Dice que, en parte, entrar en el negocio o en su familia se siente así. Del
pueblo a las ruinas de la hacienda, se hacen cuarenta minutos si se maneja con cuidado. Si se
tiene a un cafre al volante el tiempo es relativo. En el caso de Damián puedo contar en el
reloj, pero no siento cuánto estoy con él. En parte eso es lo que estoy disfrutando de estar
juntos, me saca de mí.

‒–¿Por qué frenas así?

‒–¡Uy! Es un muerto.

‒– No juegues conmigo. ¿A dónde vas? Eh, súbete.

‒– Sí es un muerto, tengo que ver quién es.

‒– ¿Sí te importa? Llámale a la policía y ya.

‒– Aquí los policías entre más lejos mejor. Además, ni ellos ni los militares vienen ya para
acá. Hay arreglo.

‒– Van a pensar que lo atropellamos nosotros.

‒– No. Ven, fíjate, le dieron un disparo en la cabeza.

Yo no me atrevo a bajarme. Hace una llamada. Regresa y me pide que no me asuste, que es
normal. Sí es alguien que trabaja en su bando, pero tiene rango muy bajo. Seguimos en el
camino. A los pocos minutos, un convoy de vehículos viene en camino en dirección contraria.
Baja la velocidad y hace tres señas con la mano. No entiendo, pero adivino que se refiere al
cuerpo.

Llegamos a su hogar. Algunas construcciones devoradas por el tiempo. Desde dentro y


encima de ellas ya hay enredaderas y arbustos. Apunta con el índice al mostrarme qué era
cada cosa: la bodega, el almacén de máquina y herramienta, el cuarto de los trabajadores, la
cocina. La casa grande sigue en pie. En su ruina uno advierte una antigua gloria, como ver a

34
una estrella de cine en los últimos días de vida. Saluda a dos hombres con la mirada. Un señor
de pie afila troncos, el otro desarma una moto sobre una mesa improvisada a la intemperie.
Hay más de una decena de motocross viejas, un trío de cuatrimotos y una cruiser negra que
resalta entre todas.

De cada pared se aprecian manchas de humedad, algunas con moho. No hay cosa fuera de su
lugar en las sillas, los esquineros, el recibidor antiguo. Huele a cloro con aromatizante de
pino. Me dice que no tenga cuidado con la escalera, cruje, pero es fuerte, va seguir aquí
cuando nosotros muramos. Se carcajea Hay cinco habitaciones arriba. Una es de su abuela,
quien nunca sale. La principal está vacía, era de sus padres. Las otras las ocupan él y sus
hermanos. Entramos a la suya. Su cara frente a la mía bloquea toda la vista. Puedo oler su
aliento. Fijo la mirada en su boca. Me come los labios. Me sujeto de su cuello como si fuera
una balsa de emergencia. Navegamos en el otro. Tomo el aire que puedo. Avanzamos mar
adentro. Bebo de él, su sal me llena de sed. Sus manos me toman como maderas a punto de
romperse por la presión. Él se hunde en mí. No deja de suceder en vaivén. Las olas se elevan.
Él es un tsunami. Yo soy un maremoto. La espuma del vértigo. Nos ahogamos. Todo es este
líquido. La marea en calma.

Flotamos en su cama. Me coloco boca abajo, alzado por mis codos. Sonrío ligeramente de
lado. Esto no es un naufragio. Lía un porro. Me ofrece fumar con él. Es otro modo de
bienestar. El humo forma flores efímeras. Las deshago con los dedos. Lo abrazo.

‒– No te tomes a mal. Te veo que eres muy clavado, como que muy enamoradizo. Vamos a
pasarla bien. ¿Qué te parece? Sin enamorarse ni nada.

‒– Yo no dije nada. Pero, bueno, vamos a pasarla bien y ya. Ahorita no quiero volver a
enamorarme. Sólo espero que no me vayas a decir que estás arrepentido. Tú me trajiste aquí.
‒– Lo suelto. Miro hacia el otro lado. A penas puedo fijar mi atención en la habitación, los
muebles tubulares color rojo, el poster de un ave fénix, el cuadro de un lobo, la pesa, las
mancuernas, las fotografías.

‒– Eh, oye, no te me viajes. Eso no quiere decir que no te vaya a tratar bien. ‒– Me acaricia
la oreja y se acerca para darme un beso. Tampoco noté bien antes en tatuaje de un símbolo

35
tribal, desde su pecho hasta su espalda. ‒– Las gentes se enamoran a lo tonto. Muchos
malentendidos y tristezas se pueden evitar hablando bien.

‒– Creo que uno no elige cuando enamorarse.

‒– Pues, no sé. No que haya un botón, pero uno también tiene que ser listo para dejarse ir.
Hay que vivir muchas cosas primero, conocerse bien. Pero, bueno, no te agüites. Vamos al
pueblo a comer, allá te tengo una sorpresa.

Nos bañamos juntos. A pesar del agua fría, puedo entibiarme con su cuerpo. Nos sacamos
con la misma toalla. Se disculpa, no lleva visitas a menudo. Vuelvo a ponerme la misma ropa,
él abre closet y saca un pantalón de mezclilla negro y una playera azul con una moto que deja
fuego con las llantas. Me pide que lo espere en su habitación mientras él va a saludar a su
abuela. No pasan ni diez minutos. Desde su habitación se ve el patio. Hay un perro entre
labrador y no sé qué, color miel, acostado debajo de una teja rojiza. Una mujer de cabello
gris recogido en cebolla tiende sábanas. No escucho nada de lo que Damián dice al otro lado,
sólo sus pasos al entrar. Regresa con la mirada caída. No me atrevo a preguntar. Nos
marchamos en completo mutismo.

El muerto ya no está en el camino. Damián me cuenta que cuando mataron su padre, él iba
en la cajuela de la camioneta. Se acostaba para ver el cielo transcurrir en vértigo y su hermana
menor brincaba en las orillas porque nunca era suficiente riesgo. La emboscada estaba puesta
en la segunda loma. El primer disparo se escuchó familiar, el sonido de nuestras fiestas
familiares a medianoche. Su hermano mayor se detuvo en seco, frunció el entrecejo y cubrió
a los otros dos con su cuerpo. Entonces, Damián tenía siete años, ella tres y el otro quince.
Dice que sólo alcanzaba a mirar su rostro con la mirada fija. Le pregunté qué pensó mientras
no parpadeaba, con su cuello a penas alzado por encima de la caja. Dijo que calculó tres
formas de poder salir corriendo de ahí. Al final, el militar que acribilló a su padre los vio
tirados. Pasó de largo como si fueran un par de cachorros indefensos en la lluvia. Las doce
camionetas partieron rumbo a la carretera del pueblo. El hermano mayor los jaló de brazo y
se quedaron mirando a los ojos tiesos de su padre hasta que llegaron refuerzos más de una
hora después.

36
Tomo su mano mientras sujeta la palanca de cambios. Le hablo de mis padres, de la casa
donde crecí y en la que ahora vivo a solas, le digo que siempre sería bienvenido si quisiera ir
de vacaciones. Todas las cosas parecen estar cambiando para mí. Ésta es la primera vez que
voy a entrar al pueblo en un vehículo por este lado. Es la primera vez que paso por la finca
sin voltear. La primera vez que no quiero correr hacia Paulo desde que lo conozco. También
es la primera vez que estoy con él y él conmigo. Es un día lleno de novedades. Tengo un
boleto al estreno de esta parte de mi vida.

Llegamos al lugar. Forrado de piedra. Sus ventanas, puertas y barandales son de madera con
barniz claro. Sobre la puerta principal sobresale un toldo azul: Hotel Guzmán. Una blancura
inmaculada al interior en pisos, techos y paredes que contrasta con los muebles rústicos,
cedro nuevo. En cada rincón hay plantas de la región. Una pequeña selva habita aquí. Damián
me indica que me puedo quedar aquí, él va a arreglar las cosas con el dueño y no pagaré nada.
Le replico que puedo costearlo, no tengo problema. No quisiera imaginar a una persona
amenazada. Según él, no tengo que preocuparme, aquí hay cosas que se cambian con favores.

El llavero es una artesanía tallada con el nombre del hotel y el número 305. Pide otro juego
de llaves para él. No hay elevador. Llegamos a una habitación en una esquina del lugar. No
sé para qué necesito dos camas matrimoniales. Me gusta el balcón y su vista. Él me jala hacia
el centro del cuarto, me aprieta las nalgas mientras me lame el cuello y besa los labios. No
volvemos a hacerlo. Me dice que vamos a buscar la sorpresa a donde iremos a comer, en la
calle de atrás. No hay que rodear, se puede bajar hacia el otro lado. Es extraño que el hotel
de espaldas parece tener cuatro pisos en vez de tres.

La fachada del Restaurante Cayo’s es del mismo material que la del hotel, aunque con
barrotes verde limón. No parece un lugar tan sorprendente, ni a una especie de gran salón,
donde seguramente podría haber una boda. Salivo con la mezcla de aromas provenientes de
la cocina. Al fin, comida de verdad. Conforme se camina bajo el techo de palma, al laso de
una chimenea gigantesca, uno llega a las mesas y sillas en el exterior. El exterior da a un
voladero entre los cerros. Elegimos sentarnos en la orilla, pegados al barandal de hierro
negro. Admiración y vértigo. Damián se pone de pie para saludar a la mesera. Me presenta
con Karen. Le pregunta por sus padres y su abuelo. También le comenta a ella que yo soy de
Monterrey. Ella dice vive allá también, para estudiar la carrera, pero en las vacaciones

37
siempre viene a visitar a su familia y para ayudar en el negocio. Pedimos unas micheladas
con Clamato mientras vemos el menú.

Cuando se va, Damián recuerda que la conoce porque su hermana y ella eran muy amigas de
niñas. Me explica que ella es la hija de los dueños, este el lugar que más le gusta para comer
en Xilitla. Ya sabe lo que va a pedir, un T-Bone. Yo elijo Camarón a la Diabla. Le agradezco
mucho por la sorpresa y por todo. Él dice que esa no es la sorpresa. Quiere que conozca al
abuelo de Karen, Don Cayo. Según me dice, nadie en el pueblo tiene más libros que él, quizás
ni la biblioteca. Está seguro que podrá ayudarme con lo que necesito escribir. Se me ilumina
el rostro como a los niños que prometen un juguete o una salida a un parque de diversiones.
Me pongo aún más contento cuando llegan los platillos. Se ven y huelen riquísimo.

‒– Oye, Karen, ocupo pedirte un favor.

‒– Dinero no, mano. Nada más. ‒– Ambos ríen.

‒– Nombre. Santiago tiene que escribir cosas de Las Pozas. Pensé que podría platicar con tu
abuelo o a lo mejor prestarle unos libros. ¿Crees que puedas llevarlo en la mañanita?

‒– Mañana es cuando se deja venir más la gente por los días santos, pero si es temprano, sí.

‒– Ándale. Te lo encargo mucho. Yo te lo compenso el fin de semana o tú me dices.

‒– Mi abuelito madruga. Ya es viejito. ¿Puedes a las 8? ‒– Me pregunta como si fuéramos


viejos conocidos.

‒– Sí. A esa hora estoy puntual aquí en el restaurante o dónde digas.

Damián sujeta con la mano su T-Bone por el hueso, le hinca una mordida. Mejor, así no tengo
pena en devorar los camarones. El picante no oculta la mantequilla. Saben frescos y jugosos.
Hasta quisiera comerme las patas y caparazón para seguir probando la salsa. La sorpresa aún
no sucede, pero ya actúa sobre mí. Me beso la punta del pulgar y se lo pongo en la mejilla
como si fuera un sello. Él me pide que lo bese bien. ¿Esto es la felicidad?

Él no acepta compartir la cuenta. Insisto, pero él paga. Vamos a la habitación. Más besos,
caricias. Tenemos sexo de nuevo, de pie, en la orilla de la cama y en el sillón. Esta vez con
más decisión por la confianza. El crepúsculo está cerca y debe irse para vender. Le confieso

38
que me hubiera gustado dormir junto a él. Se encoge de hombros, pero agrega que, cuando
menos lo espere, las cosas van a suceder. Ahora podría creer lo que me dijera. Me pregunta
si quiero que le salude a “mi novio”. Le enseño la lengua y le pinto un dedo, pero me besa y
pone mi dedo en su espalda hasta formar un abrazo. Ahora sí parte. Lo acompaño a la
camioneta. Mi andar es lento, retraso lo inevitable. Sube a la camioneta. Me pide mi número
de teléfono antes de irse. Promete llamarme a mediodía para vernos, cuando él haya dormido
y yo regrese de habla con el abuelo de Karen. Su cara se va haciendo cada vez más pequeña
por el retrovisor. Da la vuelta a dos cuadras.

Camino por la plaza principal mientras fumo un cigarrillo. Compro unas papas que como en
una banca mientras las palomas y la gente se iluminan por faroles amarillentos. Regreso al
hotel. Enciendo el televisor para arrullarme, pero me molesta pensar que el mundo sigue su
curso allá afuera. ¿A mí me incumbe que el Gobierno Federal pelee con el del Distrito Federal
por agua inmunda? Aquí las cascadas bajan hasta hacerse ríos limpios. ¿Qué chingados me
importa si asesinan a tiros a un candidato a diputado suplente en Michoacán? Damián ha
suplido cada anhelo y puede disparar a quemarropa sin inmutarse. ¿Tiene qué ver conmigo
que a Fujimori le den 25 años de cárcel por dos asesinatos? A mí que ahora cierro los ojos
sobre este colchón mullido, tibio, seguro de lo que viví hoy y viviré mañana.

39
V

7:00 horas. No recuerdo la última vez que puse la alarma. Desconecto el celular con la batería
toda cargada. Quisiera mandarle un mensaje de texto a Damián, pero no pensé en pedirle su
número cuando el anotó el mío. No tengo cansancio por desvelo, pero me cuesta dejar la
comodidad de esta cama. Abrazo la almohada sin cerrar los ojos. Al fin me levanto, me lavo
los dientes y cara, me peino me visto. Desde el balcón veo que Cayo’s ya está abierto. Es
mejor si desayuno mientras espero.

Los buenos días. Paso hacia la misma mesa de ayer. Los seres humanos somos animales de
costumbres. Le pido café, pan tostado con mantequilla y un plato de fruta a una señora. Por
el parecido, creo adivinar que es la madre de Karen, pero no me atrevo a preguntar. Desde
aquí, podría sentirse que el Olimpo está en la Huasteca. La neblina cubre el valle y los cerros.
Una paz fría que remedio al beber de la taza lisa, blanca, con su respectivo platito.

Ella llega unos minutos antes. Lleva el cabello recogido con una pinza y un abrigo largo de
lana gris. Saluda y me dice que termine mis alimentos sin prisa. Pero le aclaro que ya estoy
por terminar, si pudiera ser tan amable de traer la cuenta. Pago con un billete e indico que el
cambio es la propina. Me menciona que, con ella, no tenga miedo de decir feria.

Me advierte que la casa no está tan cerca. Caminado serían de 10 a 15 minutos bajando, pero
de subida si unos 20 o 25, dependiendo el paso. La siento agradable, por iniciar la plática, le
explico el rumbo por dónde vivo y ella dice no conocer bien el rumbo. Yo sí conozco bien el
barrio por donde ella renta. Le digo que ya había estado en Xilitla una vez, esta es la segunda,
pero que conocí Boca del Lobo. Ella recuerda que de niña siempre le dijo a la casa de su
abuelo la Mandíbula de Cocodrilo, quizás por le encontraba esa forma, y, claro, alimentada
por la referencia del lugar de la familia de Damián. Al lugar que vamos, la punta de terreno
señala al cañón. Según ella, nunca supo cómo se llamaba la calle donde vive su abuelo, pero
todos la ubicaban por donde está la casa de Cayo.

Esta dirección es por donde entran los taxis. Es de lo primero que ves cuando entras al pueblo.
Es una casona marrón. Dos palmeras enormes como leones guardianes. Ella entra sin tocar y
me pide que la siga. Es curioso el diseño al interior, parece cualquier sala departamental de

40
Liverpool, con todo y las flores con la etiqueta y el precio. En cada rincón posible hay velas
aromáticas, se ve en el pabilo que no han sido encendidas. La pared que recorre la casa es
una hilera de librero tras librero. Danielle Steel debe ser la autora de cabecera, tiene tres
repisas llenas de sus novelas. No alcanzo ver un orden por autor o de algún tipo. Saltan a la
vista las vírgenes. Karen nota mi interés y sirve de guía.

‒– Ésta es una antigua de estilo victoriana, otra más autóctona de barro, pero, la favorita es
esta Virgen de Guadalupe, es la más grande, toda de repujado, sólo la carita y las manos
recortadas de una litografía, cada 12 de diciembre le ponen su altar en el restaurante. Pero lo
principal es la colección de cruces, en estas escaleras que dan a las habitaciones es donde se
colocan, la idea de mi abuelo siempre fue llenar el camino, pero va a la mitad. Yo realmente
no le podría más, las que tiene lucen muy bonitas. Me da miedo escoger una no tan linda.
Esta casa es un museo, hay demasiadas cosas, de no ser por los libros y algunas fotografías
nadie imaginaría que es de él si la ve. Él casi nunca vivía aquí de más joven, su vida era el
restaurante. Allá tiene una habitación pequeña cerca de la bodega, ahí comparte la cama con
su pareja y sus pájaros.

‒– ¿Y la casa estaba sola?

‒– No. El señor que es su pareja vivía aquí, con su esposa. Él ya estaba casado cuando mi
abuelo lo conoció y estuvo de acuerdo. Ella también estaba de acuerdo.

‒– Oye, como que es muy de Xilitla eso. ‒– Me atrevo a bromear.

‒– Yo creo que mi abuelo le lleva como 20 años. Siempre dije que le gustaban más chiquillos.

‒– Te digo, bien Edward tu abuelito. Tenía a su Plutarco, casado y todo. Un hombre


adelantado a su tiempo.

‒– Todavía. Ya te darás cuenta. Déjame ir por él.

Bajan juntos. Ella lo sostiene del brazo. Conversan muy bajo con una sonrisa y mirándose
uno a la otra. Se presenta como Claudio, pero insiste que debo llamarlo Cayo. Lleva pantalón
de mezclilla gris, casi del tono de su cabello y barba; camisa verde a cuadros azules. El cinto
negro a juego con los mocasines. Le pide a Karen que nos traiga café a los tres. La lanzo un
gesto de pena, pero ella me guiña el ojo.

41
No sólo hay una elocuencia hipnótica. Conforme platicamos, me aclaro a mí mismo lo que
quiero escribir. A veces le decimos algo al otro que necesitamos escuchar nosotros mismos.
Toma notas en una libreta pequeña de hojas amarillas a rayas. Confirma como si supiera algo.
No puedo creer que pasaran casi tres horas. Se pone de pie sosteniéndose del descansabrazo.
Karen lo sigue. Es un ritual que ellos entienden en silencio. De unos estantes cerca de la
puerta, le pasa a su nieta un libro, otro, más.

Me levanto a ayudarles. Contesto que sí cuando me cuestiona si también leo en inglés. Al


sujetarlos, leo el lomo de su selección: “Crónica mexicana”, “San Luis Potosí y su territorio”,
“Arqueología de San Luis Potosí”, “Excavations at Tampico and Panuco in the Huasteca”,
“La habitación interminable”, “Escritos sobre el lenguaje”, “Swans Reflecting Elephants:
My Early Years”, “Viaje a la Huasteca con Guy Stresser-Péan”, “Sinopsis Histórica del
municipio de Ébano del Estado de San Luis Potosí”. Sabe perfecto qué páginas fotocopiar.
Coloca hoja tras hoja en mis manos del modo en que un médico le da a su paciente lo que
necesita. No sé si me deslumbra más su generosidad o su memoria. Se niega a aceptarme un
pago o una invitación a comer. Lo mejor será enviarle un regalo. Me despido con un abrazo
en la banqueta. Caminamos media cuadra y lo escucho gritar que vuelva cuando quiera.
Volteo para agitar la mano.

El sol está encima en regreso al centro, casi sin sombras en el camino. Ahora vamos de
subida. A pesar de todo, me siento pleno. Karen me habla de su novio. Averiguo que casi
viven juntos, tienen problemas de celos. No me resisto a dar la historia de estos días, primero
lo de Paulo, luego lo de Damián. Ninguno de los dos damos consejos. Más que un diálogo,
parecen dos monólogos intercalados. Ella parece haber heredado la gracia de abuelo al contar
algo. Le pido su número para vernos más adelante estos días o de regreso en Monterrey. ¿Por
qué Damián no me habrá marcado aún? ¿Le habrá pasado algo? ¿Se habrá olvidado de mí?
O peor, arrepentido de ayer. Hace más de una hora que se supone que lo haría. Dejo a Karen
en la entrada al restaurante. Le agradezco varias veces por todo.

Me dirijo al hotel. Puedo comenzar a leer mientras espero la llamada. A penas abro la puerta
y la figura de Damián. Duerme sobre la cama sin destender. Me quedo de pie mirándolo. Me
gusta tanto el filo de su mandíbula, el largo de sus pestañas, su nariz recta, los labios gruesos
y el arco de sus cejas. Viéndolo así, no pensaría que sería capaz de asesinar a alguien. Incluso

42
un lobo puede inspirar ternura cuando sueña. Me resisto a acurrucarme junto a él para no
despertarlo. Me tumbo sobre la otra cama para leer y subrayar lo que podría servirme.

Avanzo cinco páginas para cuando él me saluda. Me encojo ligeramente por el susto. Se burla
mientras alza su espalda para sentarse. Dejo las hojas y lo tumbo de nuevo en un abrazo. Me
toma de la barbilla y me planta un beso. Me reclama que debí avisarle cuando llegué, aunque
agradece que lo dejara descansar. Me cuenta que durmió un rato en su casa. Llegó aquí hace
un par de horas y se volvió a acostar.

‒– ¿Qué te parece si te quedas aquí y cierras los ojos otro ratito mientras me baño?

‒– Mejor nos bañamos juntos y con los ojos bien abiertos.

Lo menos importantes en ducharnos bien. Hay otros usos para el champú y el jabón. No dejo
de recorrerlo, lamerlo entre tragos de agua. Disfruto la textura áspera en sus yemas. Raspan
con delicadeza, pero con fuerza. Entre mordidas baja de mi cuello a la espalda. Con los
dientes y las manos pareciera querer arrancar mis nalgas. Tiento a ciegas hasta tomar su
miembro, lo pongo dentro de mis labios. Arquea su espalda. Se recarga en una pared. Me
toma de las orejas. Marca un ritmo que sigo. Es la danza de una serpiente que escupe su
veneno en mi boca. Sus ojos en blanco, hacia atrás. Toda la humedad huele a gardenias y
notas que se me escapan. Algo gruñido y gemido se le escapa mientras se estremece. Me
pone de espaldas, se frota en mí. Todavía siento su erección caliente. Hace círculos, pero no
entra por completo. Me masturbo de prisa mientras él sujeta mi cuello con la izquierda y mete
un dedo de la derecha, después dos. Termino sobre el azulejo. Un grito ahogado.

Seco su cuerpo y él hace lo mismo con el mío. Me pregunta si tengo algún antojo o quiero
comer algo en especial. Le hago saber que lo único que se me antoja es seguir con él, pero sí
tengo hambre, podemos ir a donde quiera. Agarro mi último cambio de ropa limpia. Él tararea
una tonada que desconozco. Fijo la mirada en él como si al parpadear fuera a desaparecer.
Abro sus palmas y coloco mi cara entre ellas. Estoy entre sus manos.

No me dice a dónde vamos, pero el rumbo es familiar. Pasamos por el parque principal, los
edificios de gobierno y me apunta donde vamos: Las Tortugas de Xilitla. Sólo vamos a pasar
un poco para dejar la camioneta. Le explico avergonzado que no comería tortugas ni huevos
de las mismas. Tiene un ataque de risa mientras se estaciona. Baja aún ahogado en carcajadas.

43
Se talla los ojos con lágrimas. En cuanto estoy de frente al lugar entiendo el chiste. Es un
lugar de tortas. Me quiero volver chango. Ni siquiera ve el letrero que sirve de menú sobre
la caja. Pide una Tortuguesa: Carne de hamburguesa, pierna, tocino, queso asadero y cebolla
frita. Recorro las opciones y me decido por una Huasteca: Cecina, chorizo, queso asadero y
cebolla frita. Agua de limón para él y de horchata para mí.

‒– ¿Por qué pediste esa? Como que ya está gustando mucho más todo lo huasteco.

‒– Pues, te diré. Hasta estoy pensando en vivir aquí para seguir probando todo esto.

El lugar parece muy pequeño desde afuera, pero engaña a la vista. El corredor largo tiene
mesas y una barra cerca de la plancha. Las bebidas llegan de inmediato. No tardan en seguir
los alimentos. Dudo en si puedo acabarme una porción así, pero el sabor me obliga a hacerlo.

‒– ¿Cómo te fue con Cayo? Estoy seguro que Carlita y él te cayeron muy y se portaron bien
contigo. Te encargué mucho con ella.

‒– Ni siquiera sé por dónde empezar. Los dos son personas muy lindas. No me imagino cómo
hubieran podido ser más amables y de ayudar. Tengo un montón de material para escribir lo
que necesito. Y sí era cierto lo de la biblioteca del señor, es enorme.

‒– Cayo sabe hasta lo que no y lo que no sabe lo inventa.

‒– Creo que ya no necesito de la entrevista y de los documentos.

‒– Eso sí que no. Si vas a hacer las cosas, las debes hacer bien. Así que ahorita después de
comer, vamos a arreglar esas dos cosas. Para que ahora sí te quedes sin cuidado. Vas a tener
todo lo que ocupas.

Maneja hasta el Archivo Histórico. Aparca al frente. Cerrado. Hoy comienzan los días santos.
Me pide esperarlo un momento. Se aleja para hacer una llamada. Regresa y al par de minutos
un Jetta negro se empareja al lado de la camioneta. El auto permanece encendido. Tres chicos
de ahí bajan al encargado y parten de inmediato. Damián le dice algo al oído mientras abre
la puerta. Me lo presenta, Juan José. Lleva unos shorts caqui, una playera interior blanca y
sandalias. Le ordena facilitarme los papeles que requiera. Veo al señor pasar de una caja a
otra. Salimos con las actas, los títulos y los documentos. Le aseguro que sacaremos las copias
y se las regresaremos en un momento. Contesta que tome el tiempo que necesito, pero insisto.

44
Mientras vamos a una tienda de abarrotes donde sacan copias, Damián me pone al teléfono
a un hombre que enlaza una llamada con el cronista. Mi único problema es grabar bien la
llamada. Por lo demás, lo que para mí fue un viacrucis de dos días de negaciones y negativas,
para él resultaba lo más sencillo de resolver en menos de dos horas. Regresamos los archivos.
Le damos las gracias. Ellos se estrechan ambas manos.

‒– Estás todo serio. Pensé que andarías brincando por ya tener lo que te faltaba.

‒– Son varias cosas. No sé si de verdad necesito estos papeles realmente. Con lo que me
facilitó Claudio y hablando con él, ahora me puse a pensar que, en parte, era una excusa para
no escribir.

‒– Pues si no quieres hacer algo no lo hagas. Nadie te obliga, ¿o sí? Además, no es una cosa
de vida o muerte.

‒– Bueno, no. Pero también es lo de ahorita. Se me estruja el corazón de imaginar al señor


amenazado, asustado.

‒– Tú sabes qué onda conmigo. Nadie lo amenazó. Todo fue pedirle un favor, así se hacen
las cosas aquí. Mientras alguien no sea de la contra y nos deje trabajar, no tiene por qué
pasarle nada. Pero tú no pienses en eso. Todavía falta ir a otro lado. Yo digo que te va a gustar
y te va a servir para inspirarte. ‒– Me pellizca ligeramente una mejilla.

Bien pudimos hacer el recorrido a pie. Seguimos en el centro. El lugar es bastante particular.
Tres pisos y una especie de palomar. Los dos primeros forrados en la piedra característica
del pueblo. Posada El Castillo. Los espacios son más abiertos y luces con mayor lujo y estilo
que los del hotel donde me quedo. Damián paga dos entradas a una especie de bodega. Es un
museo improvisado. Llega un hombre con camisa de manta blanca y un pantalón caqui.
Saluda y nos dice que será nuestro guía. Resulta que aquí vivía Plutarco, su esposa y sus
hijos. Algunas veces, cuando quería estar en el pueblo, Edward también vivía aquí, en la
recámara más grande y excéntrica. Durante la media hora escondí cuatro bostezos. No me
interesa mucho conocer las herramientas, los moldes, restos de estructuras que sirvieron para
Las Pozas, ni datos básicos que conocí desde antes. Agradezco que la explicación acabe.
Subimos a la terraza en el techo y es la primera vez que logro tener una vista del pueblo.
Ahora puedo repasar lugares y caminatas en estos días.

45
‒– ¿Tú tendrías una relación así, casado con una y con amante de otro?

‒– No. Como que si vas a estar con un alguien es porque esa persona es tu todo.

‒– Entonces, ¿tú crees que serías más un Edward que un Plutarco?

‒– Ellos son ellos. Yo no sería ninguno. Prefiero inventar las cosas a mi manera.

Pienso en los moldes para cemento que acabo de ver. En mis propios moldes para las
relaciones. ¿Cómo romperlos? Formas nuevas para construcciones libres.

Se le ha hecho tarde para surtir antes de ir a la finca. Conduce de prisa. Me deja al lado de
Cayo’s. Un beso de despedida. Sin enamorarnos, dijo. Esta vez anoto su número. Acelera.
Sube el volumen a las voces de Luis Fonsi, David Bisbal, Aleks Syntek y Noel Schajris.

Aquí estoy yo
Abriéndote mi corazón
Llenando tu falta de amor
Cerrándole el paso al dolor
No temas yo te cuidaré, solo acéptame
Aquí estoy yo.
Regresar al cuarto de un hotel es maravilloso. Todo está limpio y ordenado. Uno sale y las
cosas están listas como por arte de magia. Es un lugar propio y ajenos. Nos pertenece y no.
Rentar una habitación se parece a tener un amante. Leo sentado en el balcón sentado en el
suelo. Cuatro intentos de mandarle un mensaje. Un mapa mental de lo que quiero escribir.
Un segundo esbozo. Está claro. Estoy listo para comenzarlo mañana. Pensar en mañana es
pensar en si Paulo se habrá ido. Mi respiración se endurece. Me tomo en la cama a leer y
hacer anotaciones hasta caer dormido.

46
VI

Suena el teléfono: Damián. Acaba de terminar de trabajar. Despunta el alba. Me pregunta si


quiero desayunar y que me lleve a la finca. Él debe dormir. Acepto. El sabor a pasta dental
se lleva mi aliento matutino. Abro uno de los jaboncitos sobre las toallas limpias. Quizás debí
esperarlo para ducharnos juntos.

Casi termino de secarme cuando la puerta se abre. No hay ni buenos días. Me jala hacia la
cama. Sus labios reconocen a los míos. Me tiene desnudo así que bajo su cremallera. Su
saliva y su sexo ya son sabores conocidos. Un cumplido a mi lengua. Aumento la intensidad.
Baja su pantalón hasta las rodillas. De su bolsillo saca un condón y busca mi boca. Me
detiene. Alza mis piernas, me ensaliva y entra de lleno. Me pide que termine primero. Al
venirse echa su cuerpo al lado del mío. Sube una mano a mi cadera.

Me ofrece ir que vayamos por mis cosas y volvamos. Puedo quedarme aquí el tiempo que
desee. ¿Estas vacaciones o una vida? Bajamos las escaleras hacia la calle de atrás. Ni siquiera
sé qué quiero. ¿Haría de Xilitla mi hogar? Por inercia vamos hacia Cayo’s. Ésta podría ser
mi vida. No sé si él se aburriría de mí o formalizaríamos las cosas. Pasamos la entrada, el
salón principal. Saludamos a Karen. ¿Para qué dijo sin enamorarnos, entonces? ¿Qué ocurre
entre nosotros? La mesa que siento mía está ocupada, nos sentamos en la siguiente a la
izquierda. Si Paulo tuviera la seguridad de Damián, sólo eso. Quizás fue claro respecto a no
querer nada más conmigo. Pido hot cakes con licuado de plátano y él huevos con jamón. Dos
cafés, por favor. Sirven las dos tazas, así son los ojos de Damián: me estimulan, reviven,
reavivan. Paulo sería más como el alcohol, algo que intoxica y ocurre fuera del orden. Karen
llega con los alimentos, se apresura a otra mesa. Hablamos de cómo se llenó de gente, del
clima. Al terminar, él hace una seña de que dejó un billete ahí. Vamos por mi mochila,
entregamos las llaves y partimos.

Tiemblo más conforme nos acercamos. Clavo los ojos al pasar por la cascada. Siempre pensé
que el amor estaría ahí y sería como un río limpio y calmo. Bajaría a beber el agua dulce y
regresaría en los días de verano. Su rumor me acariciaría al dormir muy cerca. Y ante la
tristeza, el dolor o cualquier cosa yo encontraría paz entre sus aguas. Pero en cambio, la

47
pasión fue un mar salvaje que conecta con todos los océanos. Ahí la furia de las olas rompe
contra los riscos como si quisiera estrellar toda la fuerza. Es más salado que las lágrimas. No
hay ni un momento de calma como si de ahí siempre nacieran las tormentas. Y yo, que nunca
he sabido nadar, me ahogaría en cualquiera de los dos.

‒– Si pasa cualquier cosa o quieres volver al hotel, llámame. Y si no, ojalá que las cosas te
salgan muy bien. ‒– Para variar, no apaga el motor, ni baja de la camioneta.

‒– No lo hagas sonar como una despedida. Quiero seguirte viendo.

‒– Está bien lo que pase. No te estoy pidiendo nada, ni obligando a nada. Sólo digo que ahí
estoy para cualquier cosa. Y bueno, si el pendejo te dice o hace algo, ya sabes, puedo darle
una chinga hasta que estés contento.

‒– Ya en serio. Muchas gracias por ser tan maravilloso y por todo lo que me has mostrado
de ti y de Xilitla. No sé qué hubiera hecho sin ti estos días. ‒– El beso es más largo a los otros
que hemos tenido.

‒– Bueno, bueno. Sin telenovela. Seguimos en contacto. ‒– Acaricio su rostro. Él pellizca y


sacude mis cachetes. Hay sonrisas que son más tristes que un llanto.

Ahora hay más del doble de tiendas de campaña. Una azul con gris, incluso es del tamaño de
una cabaña, deben caber 10 o 12 personas. Los otros árboles se difuminan. Me enfoco en el
liquidámbar más grande. El que fuera mi hogar ahora es una miniatura roja. Crece si camino
hacia él. Trago saliva. Al pasar por la palapa puedo distinguir a Paulo. Se levanta de un grupo
alrededor de la mesa. Tocan la guitarra y percusiones. Continuo como si no lo hubiera notado.
Entro a la tienda. Me sigue y cierra el ingreso.

‒– Si sigues juntándote con los hippies vas a terminar vendiendo pulseritas.

‒– Quién sabe. Puede que sean algo que yo siempre lo haya sido y solamente sea una parte
de mí que no hayas querido ver, como muchas otras cosas.

‒– Pues sí. Quizás estaba cegado porque quería forzar las cosas contigo, pero los ciegos
desarrollan otros sentidos. Estar lejos me permitió pensar en todo lo que dijiste.

48
‒– Creo que estás igual. No estás viendo el punto aquí. Ni debes haber pensando en lo que
no dije porque no podía decirlo. Lo que se calla también significa algo.

‒– Pues fue dos días fue un silencio muy largo.

‒– No chingues. Querías tu espacio y te lo di a huevo. A pesar de mí. Tú me prohibiste


llamarte, buscarte, escribirte. Yo hubiera querido decirte que no, pero dejaste una pinche
carta todo cobarde en vez de hablar bien. Si estoy ahora, si sigo aquí es por algo, por alguien.

‒– Que estés nunca ha sido el problema, el problema es que no estás de la manera en la que
yo lo necesito. No sé cómo esperas que quiera hablar si ya sé lo que vas a decir.

‒– De verdad no sé si te haces pendejo. No es que no quiera estar contigo así. No es que no


te quiera. Tengo miedo o pena o no sé qué. No sé cómo hacerlo, pero quiero. Y quizás si
supieras cómo llegarme, si supieras esperar a que se den las cosas, pero tú todo lo quieres ya.
No te detienes a pensar en qué significa para mí, cómo me estoy sintiendo. Para mí todo esto
es nuevo y es muy difícil. Sé que para ti no porque es la forma en la que eres y ya. Pero yo
no sé cómo tocarte, cómo acercarme a ti. Y en vez de ayudarme y esperar, te vas y me dejas
aquí como pendejo esperando. Pensé en irme y mandar todo a la chingada, pero sigo aquí
porque me interesas y porque quiero.

‒– Yo también estoy aquí. Pero no puedes simplemente voltear las cosas. No puedes esperar
a que yo lea entre líneas y espere porque va a ser así. Quizás es injusto para ti, pero también
para mí. Estos días fueron productivos, la pasé bastante bien y pensé en quedarme donde
estaba. Pero una parte de mí pensaba en estar contigo. Te dije que rendía, pero no es cierto.
Si pudiera no te quisiera y todo sería más fácil.

‒– Yo tampoco quisiera, pero lo hago. ‒– Se acerca lento sin parpadear. Inclina un poco la
cabeza. Entreabre los labios, los coloca en los míos. Toma de mi cintura con ambas manos y
correspondo mientras lo abrazo. Todo huele a él. Falta aire fresco aquí dentro.

Salimos y enciende un cigarrillo. Me ofrece uno. Afuera hace menos calor, pero hay silencio
entre nosotros. Me ofrece acompañarlo a donde estaba. El círculo no es tan pintoresco, en
realidad. Los cuatro chicos son universitarios de Guadalajara: Enrique, Álvaro, Ricardo y
Domingo. Tres de ellos bastante guapos. Supongo que al feo lo trajeron porque puso el auto.
Pasaron primero a Real de Catorce en el coche del primero. Han estado parando en algunos
49
lugares mientras se acercan poco a poco a su regreso. Pasan el porro mientras cantan
“Kumbaya, My Lord”. Me niego a fumar, lo paso al siguiente a mi derecha. Lucen bastante
fresas, en realidad. Quisiera romperles la pinche guitarra.

Me paro en chinga hacia el lavabo fuera del baño. Exhalo por la boca. Formo un cuenco con
mis manos y me lavo la cara con agua fría. No sé qué hago aquí. Las cosas no están claras
con Paulo. Media justificación, un beso y encima la ronda de canciones con estos seres de
luz, conciencias despiertas, espíritus elevados, maestros ascendidos. Si quisiera vibrar alto
me sentaría en uno de esos sillones que dan masajes en los centros comerciales o me metería
un consolador. Me mojo el cuello y los brazos.

Él me alcanza. Pregunta si me siento bien. Le comento que no me gusta el ambiente, quiero


ir al pueblo para llevar mi ropa a lavar. Se ofrece a acompañarme. Lo que necesito ahora es
estar a solar con él y sentir que el jabón pone una barrera entre la comuna de amor y paz.
Cargamos las cosas y él pasa a explicar que volvemos más tarde.

Casi alcanzamos a salir cuando me pide que le cuente qué hice estos días. Recapitulo los
lugares que visité, las personas, dónde comí, aunque tengo especial cuidado en a penas
mencionar a Damián y cómo fue que obtuve los documentos. En vez de eso, hago parecer
que estuve solo la mayor parte del tiempo e hice de Karen una amiga inseparable. Me dice
que la podría invitar a la fiesta de mañana. Me explica que todos los sábados dan una fiesta
con música en vivo, fogata, es de lo más grande que pasa en Xilitla cada fin de semana, más
en vacaciones. Ahora parece tener un doctorado en los usos y costumbres del lugar. Nunca
antes lo vi tan desenvuelto. Se emociona al hablarme de sitios muy cercanos que podríamos
visitar: cascadas en Aquismón y Tamasopo, ruinas arqueológicas Tamuín, rapel en Cerro la
Joya. Al final, según él, nunca tuvo nada con Eyra, ni siquiera se besaron, ella le sugería
dónde fuéramos. La culpa me sube como una cadena de hormigas.

No tengo ni idea de dónde haya una lavandería. Me acerco a un señor de sombrero en sus
sesenta para pedirle referencias. Me dice que no sabe. Grita el nombre de su mujer, Gudelia.
Sale secándose las manos en la falda negra. Tampoco sabe. Se ofrece a lavarnos la ropa a
ambos por $100 pesos. Nos los pide por adelantado para comprar el detergente. Le pido que
también suavizante, aunque sea más. Ella entra y sale con un muchachito. Él irá corriendo a

50
la tienda. Pongo un billete en sus manos, le doy la instrucción: un Suavitel y un Ariel, si no,
los que encuentre.

Paulo ya está sentado al lado del anciano. Ahora sé que se llama Benito, él y su mujer cuidan
al único nieto que tienen, Diego. Son padres de la mamá del niño. Ella se fue a trabajar lejos
y manda dinero. Aquí no hay buen trabajo, menos en el campo. Se gana $50 pesos por una
jornada de sol a sol. Agrega que por eso muchos jóvenes andan mal, prefieren andar en el
narco y así ganar dinero, aunque los maten. Pienso en Damián. Desvío mientras cuenta que
a veces comen una vez al día. Cuando el nieto vuelve, le acaricia el pelo como a un perrito,
corta la plática. La abuela toma las cosas y me extiende el cambio. Le indico en voz alta que
eso es para el púber porque él también trabajó haciendo el mandado Él sonríe y la abuela
también lo hace viéndolo a los ojos mientras asiente. Al sondearlo, averiguo que cursa
segundo de secundaria. Ella nos pide volver en la noche o mañana en la mañana para recoger
la ropa. Si queremos dejar las mochilas para que también las lave. Antes de irnos, Paulo le
da dinero a la señora y le dice que esto es a parte de los productos, por el puro trabajo.

Ya hace hambre. Ya estamos en el pueblo, así que le insisto que debe conocer Cayo’s. Una
parte de mí siente que está cometiendo una infidelidad. El lugar está llenísimo. No
alcanzamos mesa al exterior. Nos sentamos cerca de la chimenea. Busco a Karen con la
mirada, pero no la encuentro. De alguna manera, éste parece otro lugar. Por fortuna, los
alimentos no pierden su encanto. Ambos pedimos enchiladas con cecina y limonada mineral.
Ella y él parecen llevarse maravilloso, hablan de pintura y fotografía. Dividimos la cuenta.

‒– ¿Alguna vez has comido peyote? ‒– Interroga en seco, sin contexto. Caminamos por las
calles sin dirección.

‒– Dos veces, una en Real de Catorce y otra en Mina, Nuevo León.

‒– No sabía que también había en Nuevo León. ¿Y qué se siente?

‒– En cada persona es distinto. Hay quien ve cosas, hay quien siente más o piensa de manera
muy diferente.

‒– Me gustaría hacerlo. Los de Guadalajara se trajeron una bolsa del desierto y no se la


quieren llevar a casa porque tienen miedo de que un retén se las encuentre y los meta en
pedos. Me la ofrecieron gratis, si la quiero. Creo que sería genial si lo hacemos juntos.
51
Nos detenemos en el estanque de la cascada para refrescarnos. Le expreso que sí quiero que
tengamos ese otro viaje juntos, pero que antes me gustaría estar con él a solas, volver a
sentirlo sin ninguna sustancia de por medio. Tomo de su mano. Voltea hacia el camino. Nadie
viene. Confiesa que es algo que ha pensado, desea, teme, pero está dispuesto. Si queremos
tener una fogata debemos apresurarnos.

Pienso en lo cómodo y fácil que resultaría estar con Damián. Tendríamos sexo sin más a esta
hora. Yo dormiría tranquilo en el hotel sin preocuparme de los mosquitos ni de limpiar las
hojas mientras Paulo busca troncos y ramas. Paro para mandarle un mensaje: No te me
olvidas, eh. Ojalá que tú también te acuerdes de mí. Desearía ser devorado en la boca del
lobo. Besos. Enviar. Un poquito de engaño hace que uno soporte más las situaciones. La
culpa hace que cuando el otro vuelva, uno se porte extra bien.

Alcanzo a distinguir que ya regresa con la madera. Guiño el ojo. Me meto en la tienda.
Escucho cómo caen los palos al suelo. Él entra también. Me siento sobre mis talones, él se
arrodilla. Beso su cuello, subo a su oreja, bajo y subo a la otra. Muerde mi barbilla. Nuestros
labios se encuentran. Llevo sus manos a mi espalda baja, la comprime. Masajeo sus hombros.
Él se empuja contra mí hasta quedar acostado encima de mí. Arqueo mi espalda para quitarme
la playera. Conduce su cara a mi pecho. Lame y mordisquea mis pezones. Gimoteo y tapa mi
boca mientas continua. Busco el botón de su pantalón para desabrocharlo, bajo el zipper.
Escupo sobre mi mano y lo comienzo a masturbar. Su respiración se agita. Ahora los besos
son más hondos, más rápidos y largos. Un tono marcado por la lengua. Se hinca sobre mi
pecho sin sentarse. Toma de mi cabeza con una mano y con la otra sostiene el techo como si
el mundo fuera a caer sobre nosotros. Me folla la boca. Intento respirar cuando se impulsa
hacia atrás, a veces no lo consigo. Tomo su falo con ambas manos para jalársela mientras
lamo la punta, después en medio de los testículos. Tamborilea los pies. Sopla hasta quedarse
sin oxígeno. Se pone de lado. Me voltea boca abajo. Baja mi shorts y bóxer de un jalón. Se
monta. Restriega su pene. Siento cómo resbala con la lubricación. Me sujeta el cuello con la
sangradura de su brazo derecho, con el otro alcanza un empaque que abre con la boca. Se
coloca el condón. El ritmo arrecia. Llevo su índice libre para mamarlo. Es como si llegara al
fondo de mí, la hondura de mi deseo. Aprieto los dientes. Su peso encima se suma a la fuerza
con que me penetra. Hay un punto en el que el dolor y el placer se confunden, así en el sexo

52
como en el corazón. El chasquido no se detiene. El tiempo no sucede adentro de mí, no hay
más espacio, sólo él. Sin salirse toma con fuerza de mi vientre para elevarme. Quedamos de
perrito. Su sudor se desliza sobre mi espina dorsal. Me aleja y me acerca sin tregua. Muero
y revivo en cada embestida. Se desploma. Un temblor. Su frente húmeda imprime un sello
sobre mi nuca. Soy suyo.

Afuera el mundo parece indiferente. El ocaso ya irisa las nubes. No dejo de latir. Encendemos
cigarrillos. Lo miro iniciar la lumbre. También estos pedazos desprendidos de árboles tienen
prisa por consumirse en la pasión. Su muerte ilumina y calienta a quien se coloca cerca. Él
me pide que sople la llama si veo que disminuye. Se interna entre la oscuridad y las casas de
campaña. Reviso la hora en el celular: 20:08. Tengo un mensaje. La respuesta de Damián.
Auuuuu dijo el lobo. Stas lokillo sbs…..Ya mro llego a trabajar t kiero vr t mando +bsos. Lo
apago. Guardo el aparato dentro de la tienda. Paulo vuelve con una bolsa de plástico. Está
hasta el tercio de los cactus. Están mal cortados, todavía con tierra. Son unos pendejos. No
necesitaban tantos. Ni siquiera creo que sepan cuánto tarda en crecer uno.

Masticar el primer peyote no es tan amargo como esta otra sensación. Bebo agua para
pasarme todos los remordimientos. Paulo intenta no hacer gestos. Me dejo conducir por el
asco. Ojalá que las experiencias acumuladas me marquen un pensamiento claro. Él saca el
telescopio de su estuche. Lo calibra, hace ajustes. Hay música mezclada. Una bocina desde
la palapa con acid jazz. Por debajo se oye música en vivo, viene de las tiendas. La tercera
dosis me cuesta más trabajo. La repulsión en el estómago marca punzadas. Es una especie de
dolor a la medida de lo soportable.

En su bitácora, él registra mientras comemos el segundo.

10 de abril de 2009. Viernes. La Luna en fase llena. Conjunción: La luna al sur de Spica, la
estrella más brillante de Virgo.

Cierro los ojos para concentrarme. Quiero escuchar mis pensamientos hasta el silencio. Las
molestias se aligeran en estallidos ligeros y diminutos. Como palomitas de maíz. Quizás así
alguien inventó los segundos. Poco a poco se convierten en caricias envolventes. Se lo
comunico a Paulo y le pregunto si él siente lo mismo. Responde que, en todos los sentidos,

53
él siente lo mismo que yo. La mandíbula se me afloja, tiene vida propia. Carcajeo con toda
la vibración de mi panza y mi tráquea. Él sonríe al verme así.

Todas las canciones se hacen una melodía. Me levanto para una danza delante del fuego. El
fuego sabe si me descalzo ahora. El fuego nos conoce por dentro. Hace frío, pero mi piel me
cobija. Damián arroja hojas, las siento crujir como un pasado que podría sucedernos de
nuevo. Sus manos en las mías. Me besa. Apunta hacia el cielo. Grita que puede ver las líneas
de cada estrella, el surco del movimiento desde su salida hasta ahora. Debo sentarme.
Empiezo a sentir el movimiento de la Tierra girando sobre ella misma y alrededor del sol que
no se ve. Me acuesto sobre el suelo. No tengo miedo, no voy a salir volando a pesar de esta
velocidad. La gravedad es como el amor del espacio. Estoy a salvo porque hay amor. Estoy
con él. Me marea la luz que hay en mis horas, luego de distancias, nubes y las puertas se
abren hacia adentro como rechazando cualquier germen, la cara de este hombre es la misma
y a la vez un extraño que dice lo contrario si giro el rostro, me arde un alcohol echado sobre
la herida abierta en la memoria. El recorrido debajo del césped es demasiado rápido y
decepcionante, pasa por lugares despojados de fortuna, recién escupidos por una gitana con
dientes de oro. Las calles cambian de nombre sin motivo aparente, el barrio se vuelve un
lugar genérico, las casas donde rentar turistas y habitan los fantasmas, las mismas ventanas
apenas luminosas a lo lejos. Arrastré hasta aquí la mochila verde y una pequeña de color
negro, mi rostro drena las sonrisas porque no amo el canto de algún pájaro desconocido, su
tono se resbala de mi tímpano por hoy, no creo en mañana cuando cierro los párpados ni
consigo recomponer mis rasgos de hace un mes, lo cierto es lo incierto, lo desierto, lo cierto
es este no. La hoguera pega en la sombra de los hombres que he amado, juran en silencio que
sus ojos cerrarán un hábito en un cielo sin estrellas, cae tras la noche como una persiana de
música en su transpiración. Cómo cansa lo dorado de estos rostros, van gastándose las
cuerdas en los aullidos de los perros, ladran a las pesadillas fijas de todos los insomnes en
este mediodía negro que llaman medianoche. Recuerdo los girasoles en mi casa, apuntan al
horizonte como adelantándose a un suicidio, cada sangre quema su reflejo y entra en su
himno un aire a hierba que se incendia, peñas, troncos sumergidos en los ríos, fiestas entre
máscaras y risas en las copas, lo que el porvenir me oculta de estos nombres, lo que harán
con sudor al interior cuando me eclipso. El viento estorba entre las ramas porque los
durmientes no conocen su salida, esta hora fugaz donde no hay faros, gotas y un silbido para

54
un concierto de sol. Yo también me iré de mi destino, le diré que lo amo en una lengua que
no amo y me haré como el sereno entre la hierba por si un día regresa lo que aún no pierde
el eco. Mi sueño muerto entre las constelaciones, miro como por segunda vez el abandono,
estoy por reflejar el miedo en las ventanas, en mi adiós no habrá ningún silencio. Tal vez si
la música no sonara inventada en su garganta no daría fuego al pergamino en mi memoria, él
se levanta ante los derrumbes como si debiera adivinar un sol entre las piedras, lo que los
héroes cuentan cuando regresan de la batalla. Si sus labios no fueran bañados por el otro río,
si este pueblo no diera piel al mismo fuego ajeno, no dudara en abrirme para él como una
casa en ruinas, su pueblo también sería mi pueblo y su dios sería mi dios. Así él quisiera
negar lo necesario, a cada paso un trago para que el olvido venga y cure esta ceguera, toda
humedad en el sereno para lo que cada furia cobra tras la muerte. También se aquietan las
flores violetas, me pesa el sueño como quien corre de casa. Las lumbreras que calientan a los
demás lo han dejado lejos a él, en este hielo donde el llano chista como la mirada de un
enamorado. Las serpientes de piedra no tienen pestañas. Descalabran en su elevación de
escalera que sólo sirve para bajar. Cada día un terror entre calles cerradas, las gotas se
suspenden de sus oraciones, puntos por abandonar al horizonte, éste no es el norte, rosa de
los vientos ya sin rumbo. Y yo como una pluma que no consigue su caída, me digo que no
podría caer en él salvo en mis ojos, pero la guerra abierta me ha cegado más que la luz. ¿Y
quién merece una pasión atada a la ceniza? Sobre lo que el estornudo esparce quedan huecos,
ni un ojo para abrevar en la sequía que aquí todo ahoga. Mi sol, también estás muy lejos de
casa, pero éste también es tu hogar, se te abre la sangre como a una novia ante la iglesia para
que destile el alcohol y el veneno hacia cada puerto conocido en tu historia familiar. A él le
duelen las imágenes de la derrota, sombras que dejaron tras la guerra, con cada miseria se
inventas más fotografías, un vídeo para señalar que también vivió el abandono. Para que los
cadáveres en la carretera cumplan con su círculo de piedra y adentro la voz no venga un
hábito de luz. Es por la sangre derramada que sigue moviéndose el planeta. Nacemos,
crecemos, cada uno usa el arma de acuerdo al fin que busca. En mí que venga de nuevo en
forma de secuestro en la cuna húmeda y caliente que sembraron, para una muerte veloz sobre
mi lengua conserve el único sueño con que partí de mi hogar que ya no es mi hogar: Es
posible regresar al viento.

55
VII

Ya pasa de mediodía. Qué insoportable sauna tras esta tela de plástico. Paulo duerme afuera.
Su piel y ropa empanizadas de tierra y ceniza. Tiene ronchas en toda la piel descubierta, por
las picaduras de mosquitos. Hay huellas de lodo seco hechas con manos alrededor de toda la
tienda. Se me dibuja una mueca de risa. Lo malo es que habrá que lavar todo el exterior y
usamos la última botella de agua para hacer fango. El caos tiene algún sentido todavía. Mi
estómago gruñe.

Eyra está sobre el mostrador de madera derretida como plastilina bajo mediodía de carnícula.
No queda ni un pan. Con la mirada hago un trabajo arqueológico: esto es de una concha de
vainilla, aquí hubo polvorón, puedo apreciar los restos de una oreja. Uso toda mi fuerza de
voluntad para no ensalivar mi dedo y recoger con él las moronitas sobre la mesa. No me
queda tanta dignidad, me sirvo un café ya frío. No es tan terrible, al menos tiene el mismo
efecto. Otra taza. Ahora podría estar con Damián, comeríamos delicioso y haría algo lindo.
Pero estoy aquí y ahora. Incluso la decadencia resulta placentera cuando uno está con quien
se quiere.

Tomo una cubeta metálica cerca del lavabo. La lleno de agua para lavar el arte rupestre que
hicimos anoche. A pesar del cuidado, algunas gotas salpican a Paulo. Enjuaga su cara dentro
de la tina. Se incorpora para ayudarme. Hay silencios cómodos, como éste. Una complicidad
de dos, saben lo que sucede, aunque ni siquiera se detengan para pensarlo. Mientras estoy
distraído tallando, él me vacía lo que queda de agua en la cabeza. Para que te bañes, dice. Lo
abrazo para remojarlo. Beso su frente. Y sacudo mi mano sobre sus ojos para rociarlo. Va
por más agua. Falta poco.

Paulo sugiere que es mejor ir por la ropa para terminar de sudar y ensuciarnos antes de darnos
un baño. Debo confesarle mi prioridad, comer. Ir con ojeras y la ropa sucia no es algo que
fuera de lugar aquí. Lo extraño sería si nos vieran de tuxedo por el camino. A la distancia se
oyen cohetes, no, son balazos. Una bandada de pájaros estalla. Damián debe estar dormido a
esta hora. No es él. Además, él nunca está en el convoy. No he querido preguntarle más sobre
su trabajo. En parte, no quiero incomodarlo, no sé si me pueda decir; también porque la mayor

56
parte de mí no quiere saber, en realidad. Enciendo un cigarrillo y él hace lo mismo. Ni
siquiera sabemos de qué dirección provino aquello.

Nos detenemos en un lugar improvisado a orilla del camino: Jardín del taco. Justo debajo de
un señalamiento a Las Pozas hay dos toldos blancos con tres mesas y una sombrilla de playa
con otras dos. Todas las mesas plegables tienen un mantel de manta con tejidos a mano de
flores rojas en los bordes. Los bancos de plástico grises no tienen respaldo. Una familia
sentada en el lugar más próximo a las dos señoras que preparan los alimentos. Una pareja
cerca de la hielera plateada se levanta. Provechito. Ordeno una quesadilla de flor de calabaza
y otra de huitlacoche. Él, tres gorditas de chicharrón. La única opción es agua de jamaica.
Termino un vaso para cuando traen la comida, pido otro. Me vuelve el alma al cuerpo.

En poco llegamos a nuestra destinación. Benito le muestra a Diego cómo martillar sobre una
tabla vieja, se quita el sombrero para saludar. Gudelia bromea con que nos hubiera lavado a
nosotros también. Venimos más cochinos que las garras. Nos manda con un enojo burlón a
que nos enjuaguemos en el lavamanos. Pienso en mi abuelita, su arroz con leche, sus vestidos
florales. Obedezco de buena gana. Sale de la casa cargando nuestro encargo. La ropa está
lista y ordenada en la mochila. Para nuestra sorpresa, cada prenda está planchada
cuidadosamente. Paulo y yo acordamos darle el doble de lo acordado. No vamos a cambiar
su vida, pero al menos sí su día. El nieto nos despide con una familiaridad enternecedora. Ni
siquiera estoy seguro de por qué quiero llorar.

Es mejor regresar, sería lindo caminar por el pueblo, pero me siento pegajoso y con olor a
chivo. Hay más grupos de personas hoy. Una morena muy delgada camina hacia nosotros.
La conozco: Dayana.

‒– Pues, supongo que nos tenemos que saludar. ‒– Alza sus pestañas y frunce los labios.

‒– No realmente, pero la cortesía es gratis. ‒– Me veo como una de las peores versiones de
mí mismo y justo tengo que topármela.

‒– Y de todos los lugares posibles, encontrarnos aquí. Dicen que las cosas suceden por algo.

‒– Bueno, hay también quien cree que Dios castiga, pero no sé, prefiero pensar en que hay
casualidades desagradables y ya.

57
‒– Como conocerte porque estabas saliendo con mi ex. ‒– Nada más me faltaba un drama de
estos en frente de Paulo, pero no puedo abandonar la afrenta.

‒– Examiga, en todo caso. Él siempre negó que hubieran sido algo más. ‒– Enseño los dientes
en una sonrisa fingida como quien muestra la daga.

‒– Qué bueno que hablaron de mí. Supongo que era muy importante.

‒– Como que cuando alguien va a vigilarte, te acosa y te das cuenta que conoce a tu pareja,
es normal preguntar quién es. Bueno, yo sé que a ti la normalidad no te apura mucho que
digamos. Por cierto, ¿con quién vienes?

‒– Vine sola. Aquí ando conociendo y paseando desde ayer.

‒– Órale. Dayana, te presento a Paulo. Me está acompañando en este viaje. ‒– El golpe


fulminante. No es ganar una batalla, es terminar la guerra de una vez.

‒– Mucho gusto. ¿Dayana? Pues si no tienes planes para esta noche, habrá una fiesta que
promete mucho en nuestro campamento. Estás invitada.

Continúan conversando. Ella le cuenta que sí, vive en Monterrey, pero nació en Veracruz. Le
da la dirección de la finca, hace señas de cómo llegar. No sé bien qué está pasando, pero
detesto la pinche situación. Al final, ella acepta. Luce altiva, vuelve de entre los muertos para
una revancha. Se despide de ella y yo lo hago lo más agrio posible. A penas deja estar a la
vista, empiezo a caminar muy deprisa para adelantarme a él.

‒– ¡Eh! Espérate, por favor. Ya. ‒– Volteo como para desafiarlo. Tiene las pupilas
encendidas. ‒– No sé qué pasó, ni me interesa. Pero me gustó que me hayas usado en tu
numerito ese.

‒– Exactamente, no sabes ni qué pedo. La morra es una pinche loca que, hace unos años, se
enteró que yo salía con alguien que ni fue su novio, pero estaba obsesionada con él, fue a
seguirme cuando yo estaba en la facultad, se sentaba ahí a verme. ¡No mames! ¿Quién hace
eso? Ya luego supe por un amigo que estudiaba donde mismo y la conocía lo que estaba
pasando.

‒– No me tienes que usar para hacerla sentir mal. Encima viene sola.

58
‒– Y tú no tienes que invitarla con nosotros para darme una lección o cualquier cosa que
haya sido eso.

No puedo echarme atrás. Sólo me queda volver a adelantarme rápido. Saco el teléfono. Llamo
a Damián. Mientras suena fantaseo en pedirle que desaparezca a Dayana. Contesta. Le platico
que ayer se me fue la onda porque comí peyote y confirmo si irá esta noche a trabajar para el
evento. Me tranquiliza saber que quiere verme. Él estará ahí desde temprano porque es la
noche donde más hay venta. Le hago saber con un puchero que quiero verlo y me encantaría
que estuviera libre para poder divertirnos también en la lunada. No puede, aunque me
aconseja marcarle a Karen si requiero a alguien. Ella irá de todos modos, pero podría estar
con ella. Me asegura que en cuanto colguemos me enviará su número.

Ya no logro ver a Damián a lo lejos. Hago una escala en un tendajo para llevar dos botellas
de agua, fruta y barritas de cereal. Llega un mensaje. Siguiente número telefónico. Karen
responde a la primera. Le digo que soy yo y Damián me pasó su contacto. Está bastante
ocupada en Cayo’s, pero puede hablar un momento. Me disculpo, luego intento resumir la
situación con Paulo y lo que pasó con Dayana. Me dice que sí irá hoy, que no me preocupe,
va a estar ahí por si necesito cualquier cosa. La imagino canonizada en la iglesia de mi
corazón. Contar con una amiga es lo más cercano que concibo a la divina providencia.

Preparo el terreno como los cazadores alistan el terreno en temporada de venados. Tomo una
siesta para permanecer despierto. Le mando un mensaje a Damián para saber si puede traerme
dos cajetillas de cigarros mentolados y una hielera con cerveza, no importa la marca. Me
ducho con agua fría. El secreto está en la moderación: un poco de base bajo los párpados y
la zona T, un poco de crema en los brazos, un poco de cera de abeja en el cabello para marcar
mechones y un poco de perfume detrás de las orejas, el pecho y el cuello. Llevo el arsenal
pesado: los jeans rojos, la playera negra con la silueta de Marilyn Monroe en plateado, los
botines negros recién limpiados y una banda negra de piel en la frente con estoperoles de
aluminio.

El equipo de audio, las luces y la consola también están montados. Estoy atento a la llegada
de Damián. Se estaciona de reversa en un costado de la palapa. Forma un O con la boca y
frunce los ojos en un cumplido burlón. Me hace una seña con el índice para me dé una vuelta.
Le sigo el juego. Baja la tapa de la cajuela y salta hacia arriba, me da la mano para que suba.

59
Según su experiencia, éste es el mejor punto para la lunada. No tan cerca de las bocinas, pero
en medio de todo el ambiente. Buena vista por la altura, además de tener las cosas lejos del
alcance de cualquiera. Me dice que dejará la camioneta aquí. Él ya tiene la mesa y lo que
necesita detrás del cafetal. Hay dos hieleras azules marino cargadas de un surtido de cervezas.
Indago si le puedo dar un beso. No mira hacia ningún lado. Me pone la mejilla. Cuando me
acerco se gira con los labios parados. Lo truena a propósito y luego sopla dentro de mi boca
todo el aire que guardaba para que infle como pez globo. Si esto fuera el cuento infantil de
Ceniciento, él sería mi narcopríncipe azul, ésta la carroza y este el baile real. Pero tengo la
certeza que no perderé ninguna zapatilla, ni huiré antes de la medianoche y tampoco buscaré
al hombre correcto. Me anuncia que compró un USB con música de la que me gusta.
Reconozco a Flo Rida.

You spin my head right round, right round


When you go down, when you go down down

Saco dos latas de entre el hielo. Le paso una. Aclara que sólo una porque va a trabajar. Le
indico que sí, es para poder brindar por nosotros. Un poco de espuma afuera. Un trago largo.
Toda la gloria de la humanidad en 355 mililitros.

‒– En la Edad Media se inventó eso de chocar las copas para el brindis. El chiste es que con
el golpe se esparciera un poco del vino de cada uno en las de todos. Si alguien no bebía, era
porque había puesto veneno. ‒– Sólo por hacerle plática.

‒– Sí entiendo, pero no tiene mucho sentido. Si lo quiere matar, podía atravesarle las tripas
con una espada o si no quería que nadie se enterara, podía entrar a hacerlo cuando el rey
durmiera o pagarle a alguien para mandarlo matar.

‒– Bueno, no dije que fuera al rey.

‒– Pero, ¿pues a quién más? Cuando uno quiere matar a fulano es porque se quiere su lugar
o lo que él tiene. Si un rey quiere matar a alguien, lo mata y ya. Nadie le va a decir que no.
Además, para que todos aceptaran a hacer algo como chocar las copas si no se usaba, el que
tuvo que dar la orden fue el rey, porque le preocupaba. ‒– Convirtió mi cometario de
curiosidad histórica en una clase de lógica empírica.

60
Él saluda a algunos recién llegados desde el palco de cuatro llantas. Me causa gracia que lo
llamen por su apellido, Lobo. También le queda como apodo. Regresan la cortesía a ambos.
Me dice quién es DJ, quién va a vender tragos cerca del lugar donde se desayuna. Algunos
de los que trabajan junto a él, pero de día, vienen a hacer un dinero extra cuidando que no
pase nada o nadie se ponga violento. Karen llega y él le ayuda a subir. Ella me abraza como
si nos debiéramos los años. Hace lo mismo con él. Toma una cerveza y la bebe casi hasta al
fondo mientras suena Ke$ha.

Don't stop, make it pop


DJ, blow my speakers up
Tonight, I'ma fight
'Til we see the sunlight
Tick-tock on the clock

Ella respira hondo y toma lo que le resta en su segundo trago. Se pone de pie. Brinca. Baila.
Me da la mano y me dejo llevar por su frenesí. Damián mueve sus pies sentados en una
hielera. Alza la mano y nos sigue el ritmo. Él le hace una seña golpeándose el bolsillo
derecho. Ella junta el pulgar y el índice en señal de aguardar un momento.

En mi primera ida al baño, Paulo sale recién bañado del cuarto contiguo. Me barre con la
mirada. Lo invito a donde estoy en cuanto esté listo. No tarda ni cinco minutos. Llega con
sus jeans celestes con roturas nuevas, una playera blanca y encima un saco de vestir negro.
Saluda de todos. Me hago el que no veo cuando Damián presiona con fuerza su mano.
Continúo contoneándome hacia abajo, en parte, porque quiero que me trague la tierra, pero
sólo alcanzo el fondo de la cajuela.

No cuento las canciones, ni notó cuando entra bien la noche, hasta que la danza es entre el
juego de luces. Encienden la instalación de sonido y opaca nuestra música. Reconozco la
mezcla de David Guetta, la voz de Kelly Rowland.

When love takes over (Yeah-ah-eah)


You know you can't deny
When love takes over (Yeah-ah-eah)
'Cause something's here tonight

61
Damián me hace una seña girando la mano. Debe irse a trabajar. Me niego a aceptar sus
llaves, ya que ni siquiera sé manejar. Él insiste, por si cualquier cosa sucede. Pone en la mano
de Karen una pastilla. También me entrega una bolsa con mariguana. La casa invita, agrega.
Casi siento la mirada de Paulo acribillándome con signos de interrogación cuyo punto afiló
en garfios.

‒– ¿Quieres darle celos antes de que me vaya? ‒– Pegado en mi oído para que nadie escuche.

‒– Sí quiero, pero no debo. Las cosas ya están muy tensas.

‒– Voy a estar esperando mi beso, entonces. Vas a ver, nos miramos más tarde. ‒– Se muerde
el labio con una sonrisa malvada. Pellizca y zarandea mi mejilla como suele. Camina erguido
hacia el filo de la tapa y salta como los que mueren con dignidad en altamar. Se va sin
despedirse.

No contaba con los tapatíos. Resultan la mejor compañía cuando sacan su historial en Buddha
Club, The Mansion, Bossé Disquoteque y demás, entre Guadalajara y Zapopan. El humo de
antro huele por encima del copal. Karen abraza a Paulo unos minutos al conversar muy
concentrados, luego ella baila entre Enrique y Álvaro, yo con Ricardo. La parte de atrás de
la camioneta rebota como un lowrider chicano. Domingo, el feo tras los lentes de aviador,
permanece recargado junto a Paulo que fuma sentado con la mirada al cielo. Los animo a
levantarse para unírsenos. Se excusan. Continuo en lo que dejé la canción de Edward Maya
con Vika Jigulina.

I hate to see you cry


Your smile is a beautiful lie
I hate to see you cry
My love's dying inside

Paulo arroja la lata hacia sus pies, toma una nueva y se aleja. Veo de reojo que no va hacia
el baño sino en dirección a la tienda. Sigo su rumbo y me detengo a un metro de él. Saca el
telescopio. Lo ensambla. Le pregunto si está bien, si quiere estar a solas. Aclara que sólo
quería registrar en su bitácora.

11 de abril de 2009. Sábado. Luna llena.

62
A un tercio de mí le parece una reverenda mamada el acto, cualquiera hubiera podido ver la
fase sin un lente. A otro tercio le parece lindo que, en medio de la vorágine y el descontrol,
él se detenga para apreciar los astros. Pero el último tercio, se siente aliviado que no haya
sido una manifestación celosa por bailar con Ricardo o la escena con Damián. Me reclino de
espaldas en su espalda y subo la cabeza para mirar el conejo ese que dicen. Él me toca el
hombro tres veces. Gira la cabeza hacia el telescopio en una invitación a observar. Le doy un
trago a mi bebida y me asomo por el ocular. Él me abraza por detrás.

‒– La gente dice al hablar que la luna brilla, pero no es así del todo. La luna solamente refleja
el brillo del sol. Me gusta por eso. Lo curioso es que no podemos soportar ver el sol
directamente ni en un espejo, pero sí en este satélite. Además, me gusta porque no importa
lo que pase, siempre da la misma cara. ‒– Le muestro mi rostro y veo el suyo iluminado. Se
escurren un par de lágrimas tibias. Sus yemas me secan y acarician. Un beso del tamaño de
la noche. Me invita a volver.

Me cuesta trabajo recobrar la sintonía del festejo. Karen se acerca para confirmar que no pasó
nada. Le aseguro que no podría estar más contento. Limpio la hierba sobre la tapa de una
hielera y lleno la pipa. Golpetean un costado de la camioneta. Dayana me llama desde abajo.
Le indico que se una. Está a tiempo para la pipa de la paz. Dejo que sea la primera. La
presento mientras tose. Levanta la mano a la altura del hombro.

La dinámica es otra. No siento tensión ni entiendo cuál es el problema con el pasado. Por
inercia se incorpora a nuestro trance. Los ocho montamos la coreografía de la euforia cuando
reaparece David Guetta junto a Akon.

She's nothing like a girl you've ever seen before


Nothing you can compare to your neighborhood ho
I'm tryna find the words to describe this girl without being disrespectful
The way that booty movin', I can't take no more
Had to stop what I'm doin' so I can pull up close
I'm tryna find the words to describe this girl without being disrespectful
Los brazos al aire, la ondulación de las caderas, rodillas que suben y bajan. A veces los dedos
acomodan el cabello, lo hacen hacia atrás o lo sostienen, otras sirven para sujetar un cigarrillo

63
u otra cerveza. Las ondas retumban canción tras canción, su sonido se pierde entre carcajadas,
gritos y letras a coro, a veces equivocadas. Pareciera que hay más latas vacías acumulándose
al ras de nuestros pasos que minutos transcurridos. Forman un círculo a mi alrededor cuando
arqueo mi cuerpo atrás, serpenteo y giro. Este es mi momento fuera de los relojes. Ahora es
la hora. Aquí puede doblarse la curvatura del espacio-tiempo como me doblo hacia adelante
para regresar a mi orgullo de homínido. Toda la evolución para que en este instante erguido
pueda alzar la vista. Nadie pone más pone atención cuando Domingo vomita una de las
llantas traseras. Se va a dormir a su auto.

Una bomba cae en cada pulso, cambio de género, el reguetón se apodera de nosotros con un
celo más contundente. La blusa de Karen da vueltas de hélice en sus manos. Besa a Álvaro y
luego a Enrique. Una trinidad de éxtasis en la punta de la lengua. Ella conduce las manos del
primero a su pecho y del otro hacia su entrepierna. Dayana se sienta sobre Ricardo quien la
sostiene de las caderas. Arriba, abajo. Él arrastra su nariz hasta sus nalgas cuando se levanta.
Echo los hombros hacia adelante y hacia atrás con la convulsión del tempo en allegro. 155
pulsaciones por minuto. Compás de redonda, 4/4. Mi pelvis se contrae sólo para que al
liberarla también marque los glúteos en vaivén. Siento en mí la mirada de Paulo. Lo llamo
con los muslos batiéndose como una mariposa que se rehúsa a la muerte al agitar sus alas. Se
pega a mí. Es una posesión diabólica. Es demasiado tarde para volver atrás. La única salida
es tocar fondo. Me reclino en él. Desciendo al infierno con las notas del sintetizador en
escalones. Mi mano derecha se coloca en su ombligo, la izquierda en su chamorro. Siento su
tacto presionar mi hombro. Este ritual de apareamiento es la culpa es de Don Omar.

Su fuente de energía cautiva mis sensores


Pues no hay quien la controle' cuando baila encendia'
Tiene dentro esa chispa que quema transistores
Y bebe de un elixir que enciende sus motores

Si el sereno cae, no tiene potestad encima de nuestro sudor. Cuando alguien perrea entre el
alcohol y la lujuria, su vida es para siempre. El mundo deja de existir en el instante en que él
abre la boca y succiona la mía hasta alcanzar mi lengua. Ese masaje donde se comparten
bacterias y se cobra con desesperación todo lo que nos deben las pantallas durante los
comerciales y películas donde viven felices para siempre.

64
Cada fiesta es un juego de resistencia. Paulo parte antes del alba. Me pide que siga
divirtiéndome. No me opongo. Me besa la frente. Eso le recuerda a Karen que debe irse
porque pronto entrará a trabajar. Abraza y besa a todos al decir adiós. Se va rumbo a los
cafetales, supongo que por un gramo de coca para rendir todo su horario. Me secuestra un
ansía de ver a Damián. No hay rescate. Los tres tapatíos también regresan a su tienda.

‒– Supongo que ya también debo dormir. Nunca me imaginé que pudiera pasarla tan chingón
contigo. Gracias por todo, neta. Yo sé que ya pasaron tres años, pero creo que de algún modo
siento algo por él, pero no sé qué. Quizás es pura nostalgia.

‒– Una parte de mí cree que es el hombre al que más he amado, pero otra parte sabe que no
es al que más amaré. No puedo dejar que él sea el amor de mi vida. Muchas veces uno deja
de amar alguien y no se da cuenta o se da cuenta que sólo tenía un capricho porque era algo
que creía imposible. ‒– Miro en dirección a mi casa de campaña, pero están las tinieblas de
por medio. Se me hielan las venas.

‒– Yo no puedo creer que estés así normal, como si no te hubiera dejado para casarse.
Además, ¿quién se va a vivir a Piedras Negras?

‒– Intento no pensar en Vladimir. ¿Quién diría que ahora gracias a él pudimos casi
amigarnos? No tengo nada en contra de ti, Dayana. Entiendo perfectamente lo que son los
celos. Digo, nunca he ido a asechar a alguien hasta que casi me pongan una orden de
restricción, pero uno intenta defender sus sentimientos hasta cuando ya no tiene caso. ‒– La
abrazo. Me aprieta fuerte ‒– Si quieres podemos vernos mañana y salir o hacer algo.

‒– Mañana me regreso. Me estoy quedando en casa de mi abuela en Veracruz. Como está


algo cerca y quería conocer, aproveché para escaparme el fin de semana acá.

Le queda una semana más de vacaciones allá. Me invita a pasar el tiempo que desee. Puedo
ir con Paulo. No hay problema por su familia. Está a tres cuadras de la playa, según me dice.
Si no, nos vemos para comer algo en Monterrey. Cambiamos números. Al final, esto resultó
más un tratado de paz o alianza que la continuación bélica de nuestra historia. Un hasta
pronto.

Marco el contacto de Damián. Puede venir por la camioneta, si gusta. Me pide que lo espere
diez minutos, pero tarda menos de cinco. Le hago saber que me fue bien. Todo es diferente
65
a lo que esperaba. Me escucha narrarle la versión corta de mi historia con Dayana mientras
conduce de regreso a donde tiene las cosas. Dos chicos menores de él lo acompañan esta vez.
Deben rondar entre los dieciséis o dieciocho años. Me explica que los eventos en vacaciones
son sus días fuertes.

Abre las hieleras. Con cuidado cuela el agua helada para dejar las latas llenas y los cuadritos
transparentes. Junta lo que queda en una sola. Les dice a los muchachos que ya casi acaban
de trabajar, pueden toman cerveza si gustan, o que pueden irse ya, si gustan. Uno de ellos
toma tres, más que ya bebe. El otro da las buenas noches, aunque las nubes clareen. Damián
abre, da un trago hondo y murmura como para sí mismo que ése es el bueno. Me besa con un
rastro de lúpulo.

‒– Ya tienes que irte a dormir. Te ves bien descompuesto. ‒– Me aconseja mientras tomo
otra.

‒– Quiero dormir contigo así contigo. ‒– Vuelvo a su lado, me coloco su brazo a modo de
bufanda. ‒– Me gustaría que tu cara fuera lo último que viera antes de dormir y lo primero
que vea al despertar.

‒– Tú ya tienes a alguien para hacer todo eso. Puedes hacer eso con él. Ahorita andas pedo.
Se te hace fácil confundir lo que sientes. Tú no podrías vivir en Boca del Lobo. Aquí no hay
nada para ti y lo que te gusta hacer. Te hartarías y te aburrirías. Yo sé lo que va a pasar. Tú
te vas a ir de Xilitla, hablarás de vez en cuando, mandarás mensajes, cada vez menos, y en
algún momento dejarás de hacerlo. Puede que un día vengas de paseo y nos volvamos a ver,
la pasaríamos bien, pero las cosas serían diferentes. Y eso está bien. También debemos
disfrutar las cosas que no duran. A lo mejor por eso las recordamos más mágicas de lo que
fueron. Cuando te dije que, sin enamorarnos, quise decir que sin aferrarnos. Cuando salgo a
trabajar, salgo pensando que quizás muera ese día.

‒– ¿Me dejas soñar que es posible? Sólo por hoy.

‒– Esto nos va a doler pero que si bien rico.

‒– Que duela todo, para recordar que todavía podemos sentirnos de esta manera.

66
VIII

Despertar solo en una casa ajena por primera vez es casi una película de terror. No saber con
exactitud si se puede bajar, dónde están las cosas, cuidarse de no hacer mucho ruido. Aquí la
situación se agrava porque tengo una resaca durísima y no sé dónde está Damián. La
almohada huele a él, pero también hay olores que desconozco. Le escribo: Lobo, lobito,
¿estás ahí? ¿Dónde andas? Voy a robar tu casa mientras apareces.

No tengo llamadas ni mensaje de Paulo. Los pixeles forman 13:29 h. Debe seguir dormido.
Un SMS para evitar un S.O.S. De ningún modo quiero elucubraciones sobre que me ha
pasado algo malo o pregunte cualquier cosa en la finca que le indique mi paradero: Oye, no
te preocupes, tuve que salir a hacer unas vueltas al pueblo para lo que estoy escribiendo. Te
veo en la tarde o noche.

Levanto la tapa del inodoro, parece la micción sin fin. ¿Por qué será que la orina tras los cafés
sigue oliendo a café, pero la sale tras las cervezas adquiere un hedor particular? El espejo
me regresa la imagen de la decadencia en persona. Lavo mis manos y luego mi cara con el
jabón blanco al lado del grifo. Exprimo el tubo de la pasta dental en mi boca. Refriego mi
lengua contra mis dientes. Un sorbo de agua. Gárgaras con el enjuague bucal. Me inclino
hacia el drenaje para escupir.

‒– ¡Pero lávatelos bien! ‒– Me grita Damián. Alzo mi columna del susto. Algo de baba
celeste con olor a menta me cae sobre el pantalón. ‒– Mira, y encima estás todo meado. Mejor
báñate ya.

Hago la mímica de una golpiza. Se deja caer al suelo y actúa estar adolorido. Se hace el
muerto con los párpados presionados y la lengua de fuera. Me monto sobre su pene. Besos.
Se apoya con una mano para abrazarme con otra. Guardo todas las ganas de sentirlo. Anoche
me arrulló el ronroneo del motor sobre el camino. Me despertó para subirme colgado de él y
dormir en su cama.

Empuja más fuerte la mano contra el mosaico y nos levanta. Gira la perilla derecha de la
regadera. Me quita la playera y hace lo mismo con la suya. Me desabrocho los jeans y lo bajo
de un jalón junto a la ropa interior. Él tarda un poco más porque aún está calzado. Los chorros
67
de agua fría caen encima de mi corazón y él lame mis pectorales planos con la desesperación
de los que encuentran un oasis al último minuto. No estoy seguro si la manera en la que entra
de golpe pueda usarse para referirse a hacer el amor. Así, le repito constantemente. El choque
de su pubis hace que el agua nos aplauda. Este espectáculo de dolor pasa sólo al gozo. En mí
caben los misterios de los que mueren en la pasión. Mi cruz es su madero encajado en mi
carne. Mi corona de espinas es la jaqueca saliendo de mis sienes con la cruda. Yo también
revivo este domingo. Estoy listo para ir al paraíso. Toda la blancura de las nubes se hace
líquida y se expulsa de nosotros. Él talla mi cabello con champú y enjabona mi cuerpo, hago
lo mismo con el suyo. Doblo los brazos contra mi pecho mientras me abraza por la cintura y
el cuello. La corriente se detiene.

Descuelga de un gancho una playera blanca de algodón con cuello V. La pone en mi mano.
Le doy vuelta a mi ropa interior, me pongo el mismo pantalón negro. Él se viste con un
pantalón caqui ligeramente flojo con bolsas a los lados y una camiseta negra sin mangas con
la imagen de una calavera que eclipsa a una rosa con espinas de la que gotea sangre. Uso su
desodorante y su perfume. Tomo un poco del gel con el que se para el cabello en picos.

‒– ¿Tienes hambre?

‒– Yo siempre tengo hambre, antojo, sed, frío, calor, sueño, ganas de ir al baño o algo.
Siempre tengo algo.

‒– Sí he visto que eres de buen diente. Doña Mague hizo zacahuil.

‒– No sé de quién me hablas ni sé de qué cosa me hablas tampoco.

‒– ¡No me digas que no nunca has comido zacahuil! Se me olvida que no conoces lo bueno
de la vida. Te va encantar ahora que le pruebes. A Doña Mague sí te la presenté la vez pasada
que viniste. ¿O me lo imaginé? Es la señora que nos ayuda, es la señora que le ayudó a mi
abuela a criarnos.

Bajo con algo de miedo. La comida esa suena a zacate. Imagino un animal del monte guisado
con pasto, un tlacuache. Necesito carbohidratos, grasas, azúcares y todo lo que me pueda dar
un subidón. En el comedor de diez sillas hay una chica delgada en el lugar principal. Una
coleta perfecta, recoge su cabello castaño. No se distinguen poros o imperfecciones, a pesar
de estar sin maquillaje. Usa una blusa negra descubierta hasta los hombros en curva. Un
68
collar de perlas. Regresa mis buenos días mientras me barre con la mirada. Damián nos
presenta. Es su hermana, Dina. Sus iris me apuntan sin disimular la curiosidad felina.

Reconozco a Doña Mague, la vi de lejos en los tendederos aquella vez. Seca su mano su
mano en su delantal al intercambiar nuestros nombres. Parece que no me oye cuando ofrezco
a ayudar para hacer algo o traer lo que se necesite. Regresa apurada a la cocina y sale de
inmediato. No pregunta, pone botellas de Coca-Cola para todos. Damián me indica que puedo
sentarme donde quiera. Tomo un lugar medio, a dos de Dina. Él a mi lado, a tres de ella. Me
da ansiedad la quietud de ambos mientras la señora vuelte con tortillas, salero, servilletas, un
molcajete con salsa colorada, chiles en vinagre.

Dios existe cuando le doy un trago a la soda. El platillo resulta ser un tamal gigante envuelto
de hoja de plátano. Lo deshacen para servirlo con relleno. Primer bocado. Masa con chile y
manteca. No necesito más. Él le pide, llamándole nana, que me explique más del zacahuil.
Ella se limita a decir que éste es de puerco y pollo porque así lo hacía su mamá que en paz
descanse. Después de pedir otra porción, él le dice a su hermana que yo vivo en Monterrey y
estudié la carrera allá. Comenta orgulloso que su hermana hace poco empezó una licenciatura
en Querétaro, allá vive, pero estará en Xilitla algunos días. No me dice qué universidad, ni
qué profesión. La información es muy escueta, al parecer. Yo me atrevo a preguntar por el
hermano mayor. Suena el timbre de un mensaje de texto. No saco el celular.

Me limito a alabar la sazón y a felicitar a la cocinera que a penas y ha probado el plato. Da


pie toma el tenedor para otro poco y nos avisa que le va a subir un poco a la abuela con un
atole de piña. Yo me muero de antojo de imaginármelo porque nunca lo he probado. La voz
de mi padre me amarra las cuerdas vocales: Uno debe ser pediche cuando lo invitan a comer.
Mi recato y buenos modales tienen su recompensa. Al final, hay gelatina de tuna para el
postre. El azúcar nos endulza la escena. Doña Mague se sienta a terminar su comida.

El tono del teléfono de Damián. Escucha, la mirada perdida hacia adelante. Cuelga sin decir
nada. Se levanta sin disculparse. Presiona un control que apunta hacia la televisión. Cambia
dos canales. Escucho que en el noticiero hablan del aumento de víctimas de la guerra contra
el narco. Aseguran que ya sido asesinados 610 menores de edad, según Secretaría de la
Defensa Nacional; de los cuales, 427 perecieron tras ser reclutados como sicarios. En otra
información, ayer se confirmó la primera muerte a causa de la gripe porcina asociada al virus

69
de la influenza H1N1, una menor contrajo dicho virus hace ya un mes y fue atendida en el
Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias. Desde un mes antes se reportaron los
primeros casos de influenza en el estado de Veracruz. Él presiona el botón rojo para apagar.

Regresa a la mesa junta las palmas de sus manos. Ese gesto de oración cubre su boca y nariz.
Dina sonríe hacia mí por primera ocasión, me realiza un interrogatorio casual para producir
algo de conversación: si ya he venido antes, cuánto llevo esta vez, cuándo pienso irme, qué
lugares conozco. Parece educada en no inquirir sobre lo que no debe. Se levanta un momento
para acomodarse. No indaga en por qué vine ni de dónde conozco a su hermano. Claro que
debí adivinar que llevaría una falda negra con puntos blancos. Ella le ordena con naturalidad
que me lleve a la iglesia. Fantaseo con que él me lleva al altar, la boda con fiesta. Quiero
supone que, en realidad, es un bar como esos que se llaman La Oficina. No siento ganas de
tomar hoy, pero un coctel dulce, bien cargado, me daría lo último que necesito para
reanimarme al cien por ciento.

Me jala en cachete y lo sacude dos veces. Pide que lo espere un minuto. Adivino que va a
despedirse de su abuela cuando sube las escaleras. Aprovecho para intentar juntar los platos,
pero Doña Mague me riñe como si quisiera quebrar el cuadro de la Santa Cena atrás de
nosotros. Me limito a dar las gracias. Subo a la habitación de Damián para traer mi cartera,
la playera sucia y un popurrí de cachivaches entre la pipa y algunas monedas. Enjuago mi
boca antes de salir del cuarto. Él me alcanza mientras desciendo. Me detiene. Aprieta mi
mano muy fuerte. Coloca su cabeza en mi hombro. Eleva la mano sin más al mirar a las dos
mujeres. Me acerco para despedirme de ellas.

El rugido de un motor calentándose. Él es domador de la Harley Davidson. Odio las motos.


Más bien, me aterran. Yo sería el antílope de su carnicería. Me retira las cosas que cargo y
las coloca en una de las bolsas laterales. Ningún casco. El primer arrancón me empuja como
un toro mecánico dispuesto a tirarme. Me aferro con todas mis fuerzas a su tronco. En cada
bache mi corazón salta y de alguna manera no vuelve a su lugar exacto. El ruido no me deja
escuchar ni a mí mismo cuando le grito que si puede disminuir un poco. Pienso en toquetear
su hombro, pero temo salir volando si no estoy bien prendido de él. Salimos de Boca del
Lobo para entrar en el Espinazo del Diablo. Me asaltan los recuerdos de él contándome que
aquí murió su padre y que él sale de su casa cada día con la idea de que podría morir. No

70
temo a la muerte sino al dolor. Aunque esto sería veloz como estos neumáticos. Entonces, la
libertad. Presiono mis muslos contra el asiento, anclo mis pies. Estiro las manos lo más que
puedo. Mis uñas juegan a rasgar las nubes. Él disminuye la velocidad. Abro los ojos. ¿Fue
una prueba? ¿Una lección? Es la calma que sucede a lo terrible. El viento me despeina y me
hace uno con la ruta. Levanta la máquina de adelante y rueda sostenida por llanta trasera. Yo
soy el aire.

‒– Es la primera vez que disfruto ir en una moto. ‒– Mientras me bajo frente a una iglesia de
verdad, resulta que no es ningún nombre de tugurio.

‒– Es una Triumph Bonneville 2008. Se la gané a un gringo el año pasado recién comprada.
Tiene un cilindro de 865 centímetro cúbicos, pero el decía que era de 900. ‒– Se mofa como
si yo entendiera la gracia de lo que me dice. Los hombres siempre aman sus juguetes: autos,
telescopios, instrumentos musicales. No niego que aprendido algo de cada uno de ellos. Lo
dejo que continue. Asiento y lo miro fijo con los ojos casi desorbitados. ‒– Una chulada de
7200 revoluciones por minuto. Le cambié varias piezas y le puse las bolsas de piel.

Resulta que más bien es un convento de la orden de las dominicas. Ingresamos por un
costado. Un portón negro de hierro. Tres hermanas trabajan en el jardín. Dos de ellas portan
con el hábito tradicional y una de ellas encima de él lleva encima una especie de vestido sin
mangas de color gris. Le pregunto en el oído a Damián si es una especie de delantal o significa
algo. Se encoje de hombros y empuja el labio inferior hacia afuera.

Nos conducimos por un pasillo estrecho con jardín en ambos lados. Hay pisos de varios tonos
pastel separados por piedras pintadas de blanco, un aire de kínder. Acaba en un cuarto en el
que se baja por un solo escalón. Una vitrina transparente con bordes dorados. Parece hecha
a la medida porque se extiende todo el lugar. Una monja exhibe para nosotros sus productos:
tarjetas con oraciones, libros, rosarios de madera, escapularios y una variedad de morrales,
pañuelos, servilletas y cojines. La tela es suave. Sigo el patrón de un bordado de realce como
si fuera braille. Sería lindo llevar este de frutas para llevárselo a mi madre. Lo llevo hacia mí.
El esmero de esta religiosa me hace sentir que debo comprar algo. Ella nos pregunta si
queremos probar los licores. No se inmuta cuando Damián le dice con una sonrisa que a eso
venimos. Ahora sí se convierte en algo como el bar que tenía en mente. Coloca botella tras
botellas con la misma gracia y delicadeza. Están abiertas. Son para muestra. Le siguen unos

71
vasitos de plástico. Dios sabe que yo siento fervor por los shots. Naranja, macacuyá, guayaba.
Ni siquiera sé qué es jobo ni el capulín, pero no exactamente mis favoritos. Paladeo el de
lichi, relamo mis labios. La dulzura, el rastro detrás. Hay una comunión divina en mis papilas
gustativas. En definitiva, es mi favorito. Le pido una. Él solicita otros dos del mismo, se
adelanta a pagar. Los envases de vidrio no tienen etiqueta ni alguna anotación, son envueltos
en periódico y colocados en una bolsa de plástico negra. Toma el cambio. Carga la compra
al dirigirnos hacia la banqueta.

‒– Las tres son para ti. Son tu regalo de hoy. ‒– Al guardar las cosas al costado de la moto.

‒– Podríamos tomar una. Sería genial si la pudiera enfriar.

‒– Yo no puedo tomar ahorita, debo ir la casa para dejar la moto, agarrar la troca y surtir.
Pero yo le puedo decir a Esben nos puede prestar su refri. Tú disfrútala por mí.

‒– Va a estar Eyra. Aunque, entonces mejor las guardo. No tengo tantas ganas de tomar. Era
sólo para compartirlo juntos.

‒– Eyra no trabajó ayer ni hoy. Se siente bien mal. Esben se queda en el día en vez de ella y
en la noche le está ayudando un amigo suyo. Ayer estaba ahí checando, pero igual y no lo
viste.

‒– Oye, hay algo que quiero hablar contigo. No lo había pensado, pero me acordé y no sé si
haya un buen momento para decírtelo. ‒– Su semblante se ennegrece. Me mira sin parpadear.
No emite sonido alguno. ‒– Dayana me invitó a pasar unos días en Veracruz. Me quedan días
libres. Estoy considerando ir para escribir tranquilo en la playa.

‒– Te puedes tomar los vinos allá. Suena bien.

‒– No tengo que ir. Es una posibilidad. Pienso en qué hago aquí, cuánto tiempo, para qué.
Me gustas demasiado, no sé si decir que estoy enamorándome o ya enamorado, pero me
quedo pensando en lo que dijiste anoche, en la madrugada. Quizás tú me puedas dar una
razón para quedarme.

‒– Yo no te puedo pedir que te quedes. No sé. Yo aquí estoy y ya. Tampoco te voy a decir
que te vayas. No somos nada. Tú sabes lo que quieres y lo que tienes que hacer. No tenemos
que hablar de esto ni hacerlo más grande. Si quieres puedo ir a dejarte a la finca.

72
Lo abrazo más fuerte que nunca, aunque conduce despacio. Los bananos me miran con
lástima. También las lianas se compadecen de este quebranto en cine mudo. Permanezco en
el asiento cuando se detiene. Me dice que no pasa nada. Juega a darme la mano e inclinarse
como si fuera a bajar de un caballo. Esta vez me aprieta ambas mejillas y, después de
sacudirlas, las estira hacia arriba para moldear una sonrisa. Clava un beso. Me deja con mis
pertenencias, con el alcohol, pero sin planes, sin promesas, sin saber si eso fue un adiós
definitivo. Él parte. Algo en mí se parte. El sonido del motor se desvanece del modo en que
las baladas de los ochenta bajaban el volumen poco a poco hasta desaparecer. El horizonte
gris. No va a volver.

Paulo ronca. Lo despierto porque me parece excesivo lo que lleva dormido. Me explica que
despertó para comer y volvió a dormir. Sigue con malestar. No aguanta la cabeza. Bebe agua
y vuelve a acostarse.

Leo las últimas copias que me faltaban. Subrayo. Queda un plátano y una barra de cereal.
Ceno. Todo está terminando. Imagino escenarios en los que voy a ver a Damián, pero
ninguno tiene sentido.

73
IX

Acepta de inmediato. No termino de comentarle, ni siquiera sabe que me faltan los detalles.
Propone que hoy mismo nos vayamos de Xilitla. Me pide extender el mapa y trazamos la
ruta. No parece lejos sobre estas líneas atravesadas por texturas de relieve y nombres.
Podemos detenernos en uno de los lugares que los tapatíos le comentaron. Está de camino.
Me asombra la emoción de este hombre, la seguridad con la que ya puede visualizarse allá.
Ayer lucía como zombi, ahora se ve todavía peor, pero se le hace fácil. Me manda a la
regadera mientras él desarma y guarda la tienda. Yo reacomodo el equipaje mientras él sale
de ducharse. ¿De dónde chingados sacó ese horrible sombrero de paja? Desayunamos
apurados. Gracias y adiós a Esben. Fuga.

Un par de jugos de naranja en la plaza. Llamo a Dayana para que me dé santo y seña. Detengo
el teléfono entre mi oreja y el hombro. Con el dedo de la mano sigo la ruta a escala y otra
escribo sus instrucciones. Suena a la vuelta al mundo en 80 tipos de transporte. Acordamos
con uno de los cocheros nuestra ida a la Zona Arqueológica de Tamtoc por $400 pesos, ya
que es una hora y media. No va haber regreso, aclara Paulo. Una opresión en los pulmones
mientras automóvil deja el pueblo. Abro la ventana para sentir el viento. Pero la libertad no
está sensación cobarde de huir. Escapo de mi miedo. Aprieto su palma contra mía colgando
del asiento. Mensaje a Damián: Imagina que tuvimos una despedida hermosa. Ya me fui. Te
llevo conmigo, muy dentro, en muchas formas. Hasta siempre. Tomo una siesta en el camino.

Las ruinas de este sitio no son imponentes. Montículos cubiertos de maleza. Un cerrito
destaca entre este valle, quizás contiene una pirámide para enanitos o tal vez sea un mero
accidente orográfico. Paulo saca su cámara digital. No entiendo bien qué es lo que intenta,
pero se agacha, se tira, cambia de sol a sombra y se regresa. Le pregunto si quiere que le tome
una foto. Coloca la cámara frente a mí, la recarga en uno de los cuadrados de piedra, programa
el temporizador, corre a donde estoy, sube el brazo derecho y hace una seña con el meñique,
el índice y el pulgar. En automático llevo un pie adelante, me giro leve hacia la izquierda,
enderezo la espalda. Me abraza justo antes del flashazo. Mira la pantalla para ver cómo salió.
Me la muestra. Asiento con la cabeza. Me pide que le tome una solo. Se sienta cerca de otra
formación rocosa y hace una puse de mirar a la lejanía sin percatarse del lente.

74
Caminamos por la carretera, ahora, bajo el sol inclemente, es más una plancha. Pedimos ride
con el dedo cuando pasa un auto. Nadie se detiene. El tercer carro para un par de metros
adelante. Nos acercamos.

‒– ¡Mugres lagartijas! ‒– Grita burlón el hombre rollizo y calvo con sus tres pelos de bigote.

‒– Pinche banda ojete. ‒– Le digo a Paulo. ‒– No entiendo a la gente así, como los que pasan
más rápido por donde hay un charco para mojar a los peatones.

‒– Supongo que es un complejo de inferioridad. Alguna vez debieron hacerles eso o quieren
sentirse superiores al hacerlo. Se ve cuando alguien es dichoso en su vida. Los que son así y
van manejando, ceden el paso, no gritan como locos al carril de al lado y les vale madre si
alguien los cierra o los rebasa.

Después ser ignorados dos veces más, una camioneta de redilas nos da un aventón en la parte
trasera. Al fin pisamos Tamuín. Hay una pequeña terminal camionera para viajes regionales.
Adquirimos boletos 17 y 18 para la siguiente salida. Pido la ventanilla. La salida es en 13
minutos. Paulo me pide cuidar las cosas para que él pueda ir por agua purificada. Es el turno
de Paulo para franquear dos horas desplomado. Los ataques de tos lo levantan, pero se aferra
para permanecer inconsciente. Le queda batería a mi iPod, da perfecto para pasar el viaje
acompañado con música que en realidad no escucho. El panorama se deshace por la
aceleración cuando se miran los objetos más cercanos.

Pasamos el letrero de ¡Bienvenidos a Tampico! Parada en la Central de Autobuses. Aquí


bajamos con las suelas chiclosas tras una niña cuyo jugo de manzana cayó al desabrocharse
el cinturón. Quisiera ser de esas personas que pierden el apetito cuando algo les preocupa o
están tristes. Para mí ya es hora del hambre. Le propongo a Paulo comer algo antes de
continuar con lo último del traslado. Le propongo que ahora él cuide las cosas mientras traigo
algo sabroso para ambos. Acepta de buena gana ambas propuestas.

Cruzo la acera. Ningún establecimiento me inspira confianza. Las garnachas lucen dudosas.
Y las famosas tortas de la barda no están en mi lista de antojos. Tuve un shock cuando me
contaron que el queso de puerco no es ningún lácteo sino una especie de carne fría hecha de
la cabeza del cerdo. Me alejo una cuadra al frente. Hay una pequeña cafetería en la que

75
ofertan paninis, crepas y demás. No quiero café, pero el olor me transporta a una familiaridad
recién extraviada.

Analizo cada opción escrita con gises de colores sobre la pizarra negra. Estoy seguro que él
escogería el brisket. A mí me caería bien el pollo parmesano. Té negro helado para ambos.
Me entregan un ticket con el número 87. En el marcador digital de turnos hay cinco pedidos
delante de mí. Me recargo en columna cerca del baño. Todas las mesas están ocupadas. En
la más próxima está sentada sola una mujer pelirroja. Es bastante atractiva. Viste ropa
deportiva, tenis, mochila. Quizás extranjera. Tiene tres libros apilados y escribe absorta en
una libreta de resorte metálico.

‒– Disculpa, no quiero molestar. ¿Te importaría si me siento aquí para esperar? ‒– Sujeto la
cabecera de la silla tubular plateada delante de la suya.

‒– No te apures. Adelante. ‒– Una curva cordial en su mueca que regresa a línea recta al
volver la vista a la página y golpear la pluma contra la mesa. La suelta.

‒– Perdón, me da pena contigo. Creo que te desconcentré de lo que estabas escribiendo.

‒– No te preocupes. Estaba rayando, nada más.

‒– Oye, no quiero ser metiche, pero soy curioso. ¿Puedo preguntar qué estás escribiendo?

‒– Una novela. Bueno, no sé todavía si va a ser una novela, pero es la idea, por ahora.

‒– ¿Eres escritora? No me lo hubiera imaginado. Quizás por los libros y así. Digo, no conozco
a ningún escritor, pero me imaginaría a alguien viejo, anteojos con mucho aumento, que fuma
pipa y escribe en una enorme biblioteca.

‒– Tú piensas en un ratón de biblioteca. ‒– Una risa corta, cálida. ‒– En realidad no me gusta


escribir en lugares públicos. Prefiero hacerlo en mi casa, aunque mis hijos y la perra tengan
todo el ruido del mundo. Ahorita nada más estoy haciendo tiempo para esperar a una amiga
que viene de visita. Su autobús viene con algo de retraso. Esta ciudad se pone insoportable
en estas fechas. Está atascado de gente de Monterrey que no alcanzó a ir a la Isla del Padre.

‒– Yo soy regio, eh. Pero no te preocupes. Yo voy de paso para Veracruz, nada más llegué
por algo de comer porque ya voy a desmayarme de lo hambriento que estoy.

76
‒– Ay, no. ¡Qué pendeja! Yo diciendo mil cosas. Una disculpa.

‒– Te disculpo, pero sí me dices una cosa.

‒– A ver, depende.

‒– ¿Cómo le haces cuando sientes que no puedes escribir algo? Ya has intentado empezar,
pero no llego a nada, te pones a leer sobre eso, preguntas, investigas y tienes las cosas en tu
cabeza, pero nada. Llevo días intentando con un artículo y me sale pura espuma.

‒– No sé. Para todos es distinto. En mi caso, intento al menos acabar una página o hacer
anotaciones o un storyboard. Muchas veces entre más te presionas, menos escribes. También
hay conflictos personales que son el verdadero problema y se vuelven excusas para no
resolver las cosas ni en la página ni en la vida. Y claro, no estás obligado a escribir nada, a
veces uno tiene ideas que no cuajan.

La plática duró un par de minutos mientras llegó mi turno. Le agradecí por la clase magistral
en un minuto. Le pregunté su nombre y los títulos de sus libros. Prometí leer alguno en
cuando volviera a casa. Luisana Böhm me deseó éxito con mi nota y yo a ella con su novela.
Fue como salir de terapia.

En la media hora que duró la última parte del traslado, no dejé de pensar en mi laberinto
sentimental en el me perdía y enredaba desde antes de salir de casa. ¿No querer acabar mi
texto era no querer terminar con Paulo? Comimos en el taxi rumbo al Puente Tampico. En
un santiamén atravesamos el Río Pánuco en una lanchita. Ahí había combis estacionadas,
subían pasaje a distintas direcciones. La que abordamos condujo por Huasteca que se
convirtió en Vereda/Ribera. Bajamos en la Carretera La Guadalupe, homónima de la colonia
en donde Dayana ya nos esperaba.

El lugar era decepcionante. Bien podrían haberlo fundado bajo el nombre de Culerolandia.
Una decena de caseríos. La familia de Dayana tenía un depósito, detrás los cuartos donde
vivían. Según ella, el mar estaba a tres manzanas, pero yo veía las manzanas mordidas,
podridas y con gusanos. En el patio una piara de cerdos entre zoquete y una parvada de
gallinas más flacas que Paris Hilton y Nicole Richie. Mi citadino interior se quedó
boquiabierto cuando vi que usaban el estiércol seco de las vacas para alimentar la lumbre.

77
Antes lo usaban para cocinar. Ahora perdura dejar su humareda como un método infalible
para ahuyentar a los de tábanos y mosquitos.

Tampoco fue alentador dejar las cosas para correr a nadar en el agua salada. Uno pisaba unas
tablas sostenidas por fierros oxidados para cruzar un canalito con hedor a mierda. Las olas
no eran turquesas como las de la Riviera Maya ni intensamente azules como las de Los Cabos,
pero uno se podía cautivar por la manera el que comenzaban en olivo hasta volverse celestes
a la distancia. El truco estaba en no mirar hacia la orilla. Palos de madera con techos de palma
ya destrozados para dar sombra a troncos mal pintados de blanco que sirven de sillas y mesas.
La pintura se la cae a las pocas balsas, algunas rotas por el abandono y los años. Se llama
Playa Hermosa.

Dejamos las playeras, el calzado y alunas pertenencias en la arena. Ya sumergido se me


olvida todo. La temperatura está deliciosa. Cuando levanto un chorro con las manos se
aprecia la claridad y limpieza. Abrazo a Paulo. Se congela de nervios y nos zambulle hasta
el fondo.

‒– Ella ya nos vio besándonos en la fiesta. ¿Recuerdas? Además de que no le importamos,


ni nos está viendo. Mira, está en su pedo.

‒– Sí, pero no sé. No me animo. Siento mucha vergüenza. Además, aquella noche ya
estábamos todos bien pedos.

‒– Pensé que ya habíamos pasado por eso. Sin el alcohol de por medio.

‒– Estando tú y yo solos es diferente. Ten paciencia, ¿sí? Se va a dar el momento, el tiempo


y el lugar.

El oleaje se lleva todo lo malo. Lava las tristezas y por eso se queda con la sal. Es una catarsis
constante. Uno se siente diminuto y que sus problemas son insignificantes aquí. Imagino que
quien inventó la palabra inmarcesible se refería a esta sensación que otorga el mar.

Resulta que los atardeceres no son espectáculo aquí. El sol se oculta para donde está la tierra.
No tiene caso que se nos haga de noche. Dayana nos invita a caminar por el poblado y fumar
algo de mota, sólo hay que pasar rápido a la casa por ella. Nos confiesa con humor cómo se
la trajo desde Xilitla. Al ponerme la bermuda, saco el celular para ver la hora. No me importa

78
que sean las 19:25 h, tengo un respuesta de Damián en mi bandeja: Si si t ando xtrañando
aunq no kreas…..no nos dspdimos porq ste sueño puede sr para nunk dsprtar

Irrumpimos en una primaria abandonada. Son dos salones seguidos. Adentro toman clases
plantas, polvo y los espíritus de los que murieron sin graduarse. Dayana recuerda que aquí
jugaba con sus primos a la escuelita cuando coincidían en vacaciones. Desde que ella era
niña este lugar está en ruinas. Nunca ha investigado cuántos años estuvo abierta o cuándo
cerró. Las ruinas no tienen edad. Traje mi pipa, pero ella insiste en que con el papel sabe más
rico y pega más. No es mi hierba, no es mi lugar embrujado, así que no son mis reglas. Me
limito a tomar el cigarro, inhalar, exhalar y pasarlo a él. Las historias paranormales se pausan
cuando ella nos dice que irá a mear afuera.

‒– Oye, ¿no crees que tu amiga nos invitó y nos trajo aquí porque quiere tener un trío con
nosotros?

‒– No mames. ¿Me lo estás preguntando en serio o estás jugando?

‒– Te lo digo bien. La situación está muy rara. Se percibe una vibra así medio no sé.

‒– No, la neta, no. Te estás haciendo ideas que no son.

‒– Si tú dices, está bien. Pero, y si se diera la situación, ¿te aventarías un trío?

‒– No haría un trío ni con dos chavos, menos con una chava.

‒– ¿Y si yo te lo pidiera? Si fuera por mí, para complacerme a mí en esa fantasía.

‒– Es que no tendrías ni que mencionármelo. No sé qué somos, pero lo siento como una falta
de respeto hacia mí. Tú sabes que yo soy gay y ya. No hay ningún momento en el que desee
a una mujer. No me gusta, no me prende.

‒– Neta, se me hace bien hipócrita tu postura y la forma en la que piensas.

‒– ¿Por qué? Nada más porque no quiero darte gusto en algo que me conflictúa.

‒– Pues, más allá de eso. Yo sí he superado límites, he transgredido lo que pienso, lo que me
gusta, lo que creo que está bien, lo que soy. Tú me quieres vender una idea de que ser
heterosexual puede cambiar o que no hay nadie totalmente heterosexual y en alguna manera
lo acepto. Pero te pones a decirme que no harías lo mismo que yo he hecho por ti para el otro

79
lado, al revés. Nada más ser homosexual sí existe y eso no tiene que ser negociable. Ah. Me
deja pensando en si no eres a tu manera lo mismo que críticas. No estás predicando con el
ejemplo. Y no lo digo por ahorita, nada más, me estás cortando la posibilidad de que suceda
alguna vez porque tú eso no quieres, pero yo sí tengo que querer lo que tú quieres. Eso es
bien hipócrita o super injusto, como lo quieras ver.

Regresa del baño y dramatiza el haber recordado algo que le contaron, una chica fue
succionada por una letrina. La interrupción no cambia lo que hubiera podido seguir en el
sermón de Damián. No tengo idea de qué contestarle porque tampoco tengo claro qué pensar
al respecto. Pongo cara de escuchar atento al relato, pero es el fantasma de la duda me espanta
sin tregua.

La abuelita de Dayana nos dejó empanadas de salpicón de jaiba para cenar. Incluso ya algo
frías, son un manjar. Estamos invitados a dormir en los sillones de la sala. Instalo la tienda.
Paulo me avisa que él quiere dormir en una de las hamacas, afirma que siempre ha querido
experimentar eso y ésta es su oportunidad. No termino de creerle, pero, después de aquel
enfrentamiento, me parece una buena idea algo de distancia. Nadie desea las buenas noches.
Sus ataques de tos superan a los grillos. Escucho como escupe las flemas. Sigue absorto.

13 de abril de 2009. Lunes. Ocultación: La luna pasa frente al cúmulo globular Messier 4
en Escorpio. Conjunción: La Luna al sur de Antares, la estrella más brillante de Escorpio.

Ya al interior de la casa de campana, abro una botella de licor de lichi. Tomo directo del pico
de la botella. Me desnudo. Tiento entre mi ropa. Busco algo limpio y más cómodo para
dormir. La playera blanca que me prestó Damián. Aún conserva su perfume. Cambio las
ganas de hablarle de frente por una voz escrita: Ahora mismo yo huelo a ti. Estoy por cerrar
los ojos. Nos vemos en mis sueños. Te quiero.

80
X

Caminamos dos kilómetros hacia la derecha desde el punto al que vinimos ayer. No hay
casas. Ni ese rastro característico de gente, la basura. Raya el alba y parece cobrar sentido
estar aquí. Paulo propone que montemos la tienda de campaña aquí. Nos detenemos a medio
camino de vuelta a esta playa virgen. Le cuesta trabajo seguir el peso y cargar las cosas.
Supone que siente mal por dormir a la intemperie de nuevo.

Una alfombra de piedras y conchas a medio pulir calan en los pies descalzos. Troncos blancos
la luz solar y los baños de sal marina. Encallan en la arena y toman formas oníricas.

‒– Podríamos pasar la noche aquí. ¿No crees? ‒– Carraspea. Se soba el cuello. ‒– Comprar
comida, agua y las provisiones que necesitemos.

‒– Me agrada mucho más la vista y el ambiente aquí. Además, podríamos estar tú y yo solos,
más a gusto.

Toda la noche de trata de su resfriado. Ni siquiera sale a observar las estrellas. Me pongo la
camiseta de algodón para acostarme. ¿Le habrá pasado algo? Me muerdo las ganas de
enviarle otro mensaje.

81
*

Regreso de mirar morir la oscuridad. El amanecer aquí vale la incomodidad y estas ojeras.
Él arde en fiebre, pero no suda desde ayer. Insiste en no ir a consultar. Dejo mi celular
cargando con Dayana. Me explica cómo llegar a Pueblo Viejo. Los principales lugares están
pintados de blanco con rojo: la plaza, la presidencia, la escuela. Compro paracetamol,
ibuprofeno y un bloqueador solar en la farmacia. Me detengo en el Bar Saturno para beber
una cerveza. Aquí te dan camarones frescos con limón y salsa como botana.

Damián no me ha respondido. No debí escribirle que lo quería al final de ese mensaje.

Regreso por el teléfono y el cargador. La abuela de Dayana nos mandó caldo de gallina con
zanahoria, papa, calabacita y chayote. Ahora sé que se le dicen Lulú. Hay preocupación en
su voz. En la tele informan que la influenza está contagiando en todas partes. Le desea a
Damián que se recupere pronto. Me da la bendición en la frente antes de irme.

Le doy las pastillas y el alimento. Salgo en bóxer. Me tiendo debajo de una palma a escribir.
Cangrejos miniatura son mi única compañía. Intento alguno, pero escapan con las tenazas en
alerta cuando me acerco. Regreso por mi cuaderno. Escribo.

82
*

Los medicamentos hacen algo de efecto. La tos sigue al igual que los gargajos mucosos, pero
baja la fiebre. Un cúmulo de papeles con flema arrugados. Transpira hasta empaparse. Le
describo el pueblito al que fui. Le prometo que iremos a la cantina a comer mariscos cuando
se reponga. Por la noche lo ayudo a salir para su observación.

15 de abril. Miércoles. Conjunción: Marte al sur de Urano, a menos medio grado, en


Acuario. Venus muy cerca.

No tener amor. No tener casa. No tener rumbo. No tener ninguna posesión. Sólo este
vistazo a la alborada que desaparece en un instante.

Las orillas de Pueblo Viejo tienen restos de carnaval. Surto frutas, bebidas y baterías. Llevo
tacos de pescado para ambos.

Ordeno las conchas por formas y luego por colores. Una caracola vacía en mi oído. No es el
sonido del mar sino la voz de las sirenas en su lengua hermética. ¿Y si éste fuera un mensaje
que no puedo descifrar?

83
*

Aunque presione la tela, ya no percibo el perfume. He perdido su olor. He perdido a Damián.

16 de abril. Jueves. Conjunción: La luna al norte de Nunki, en Sagitario. Luna en apogeo, a


404, 232 Km.

Un parpadeo de Dios en el principio del tiempo. La línea que separa al mar del cielo se hace
evidente. La aurora levanta sus dedos rosácea, se sonroja al despertar maquillada. Las olas a
contraluz muestran sombras que contrastan con su flequillo de espuma. No hay prisa para el
sol. Se despereza como aquellos que columpian sus pies sentados en la cama. Tiene su propia
hora para teñir las nubes en naranja. Los ángulos de la luz forman ángulos rectos. La gloria
de una corona dorada que se asoma con orgullo sobre todo su reino.

‒– Perdón por llamarte hasta ahora y no haberte contestado. No había visto tu mensaje. Mi
abuela murió hoy en la mañana. Llevamos tres días en Hidalgo. La trajimos a una clínica del
dolor y ya no resistió más. Estoy con mi hermana. Dejé el teléfono en la casa y no había
vuelto hasta ahora. Mi hermano ya viene para acá. Vamos a velarla como ella quería. Dame
tres días y yo te llamo, ¿sí? Ahorita no tengo cabeza para nada y todavía falta arreglar el
servicio, el panteón. Ahora sí ya nos quedamos solos.

84
*

No me lo dijo, pero algo en mí me dice que me necesita en estos momentos. Ni si quiera sé


si podría acompañarlo en durante el velorio. Quisiera abrazarlo, hacerle saber que estoy con
él en todos los sentidos, hacerlo sentir que no está desamparado. Pero no puedo dejar solo a
Paulo. Me aterra pensar que muera aquí conmigo. Cada tanto mojo una toalla en el mar y la
coloco en su cabeza. Si él estuviera bien, quizás le diría que volviéramos a Xilitla para
acompañar a Damián. Es mejor si apago el teléfono hasta entonces.

Emerjo desnudo del mar. Escribir también es ensayar cómo será nuestra muerte.

17 de abril. Viernes. Luna en fase de cuarto menguante.

Incluso el sol vuelve a nacer para nosotros. Pero nunca muere, sólo dejamos de verlo. Nos da
miedo la pérdida porque imaginamos un vacío en el mundo con nuestra silueta. Queremos
pensar que este astro dador de calor y luz es especial y diferente a las otras estrellas. También
así percibimos distinto a los que tenemos cerca.

85
*

Improviso un techo con las hojas de palma. Intentos caen o quedan espacios huecos o se
inclinan horriblemente chuecos. Camino hacia el punto donde se entra a Playa Hermosa.
Analizo cómo se sostienen las tablas, la distribución del follaje seco. Me reclino con
humildad debajo de una sombra. Regreso para otros intentos. Sé bien que no perdurará lo que
construya. Los materiales desechos por el calor y la humedad serán tragados por la arena.

Un tipo de caparazón tiene pintada una especie de estrella de cinco picos. Hago una
especie de pentagrama con mi colección, luego un espiral con el mismo número de curvas.
Cada línea es de un tipo de conchita, van de la más pequeña a la más grande.

Tengo claro cómo formar el texto, también.

‒– Tienes que ir al doctor. Ya no puedes seguir así.

‒– Hasta la noche me dice que mejor me rinda. No sucede nada especial hoy.

‒– Siempre sucede algo. El simple hecho de los astros gravitando en el espacio es un milagro.

‒– Si fuera a morir, no sería tan malo hacerlo frente al mar. La luna parece esa rebanada
blanca que siempre dibujan los niños. ‒– Arroja con violencia su bitácora. Extiende la mano
abierta hacia la mía. Entrelazo cada dedo al lado de uno suyo. ‒– No estoy seguro de por qué
te fijaste en mí, pero sí entiendo por qué alguien se fijaría en ti. Muchas gracias por estar
conmigo, por cuidarme estos días. Si me pasara cualquier cosa, tú podrías tener la conciencia
tranquila que hiciste más de lo que debiste.

86
*

Soy un gallo atento a la salida sol. Mi canto está hecho de silencio. Dar una ojeada efímera
es un trabajo de siglos. Paulo sale de la tienda. Me abraza por detrás. Sus piernas y brazos
me cubren de los primeros rayos. Su barba de una semana raspa mi cuello, un beso tibio
deja sus labios paralizados ahí.

‒– Ya me siento mucho mejor. Tú me haces sentir mejor. Si no hubiera sido por ti, quizás no
podría contarlo.

Giro el rostro hacia el suyo y me introduce la lengua. Me desviste. Pone mi mano en su verga.
Arroja su pantalón deportivo. La arena me lija la epidermis con él encima, pero él entra en
una capa más profunda de mí. En mí se rompen los vasos sanguíneos, nervios y raíces como
los votos jurados en vano.

Otro génesis es posible. Somos Adán y Adán al descubierto. No hay hojas de vid, ni sierpe,
ni deidad. No se necesitan prendas para entrar al mar. Me carga sin que la gravedad nos ponga
atención. No sé nadar, pero él me enseña a fluir. Casi al llegar a la orilla me inclina hacia
abajo. Se sienta para que doble las piernas. Me clava su sexo caliente, endurecido. El salitre
se confunde con su semen cuando sale.

Algunos de los troncos semienterrados en la playa tienen su interior carcomido por los
elementos. Están lisos, sin corteza. Me lleva de la mano a ver uno. El hueco tiene la forma
de un corazón. Se echa sobre la parte más plana y yo me acuesto sobre su pecho. Les damos
nombres individuales a las aves y cangrejos, les inventamos una vida secreta que ocurre antes
de nosotros.

87
*

Recuerdo que hoy Dayana se regresa a Monterrey. Nos vestimos para ir a despedirla. La
Doña Lulú abraza a Paulo, manifiesta que está contenta de verlo sano, ella rezó mucho por
él. nos pide hacer oración por uno de sus hijos en Ciudad de México. Está grave y tiene
problemas para respirar. Decimos hasta pronto a una y buen viaje a la otra. Vuelvo a
aprovechar para cargar el teléfono y ahora también al reproductor de música.

Llevo a Paulo conocer el Bar Saturno. Bebemos dos cubetas de media. Además de los
camarones frescos, nos dan caldo de pescado y tostadas con salpicón de jaiba. De regreso
cargamos con agua, plátanos, mangos y manzanas.

Me tiro boca abajo para escribir. A lo lejos, él hace el intento de pescar con las manos. Le
sigue la prueba con una camisa de botones que amarra de un palo.

19 de abril. Domingo. Conjunción planetaria: Júpiter al sur de la Luna.

Está erecto y deseoso. La punta de su glande escurre una gota. Yo sigo adolorido de las veces
a la luz del día. Lo complazco con mis labios. Su eyaculación lleva notas dulces. Coloca su
bíceps izquierdo como mi almohada, ciñe mi espalda a su pecho, me rodea con el brazo libre.

88
*

Contemplo la salida de este astro. Es el bautismo del fuego. Paulo sale a correr, hace flexiones
y sentadillas. Somos la pasividad y la actividad.

Releo las fotocopias mientras estoy bronceándome boca abajo recostado en un tronco
delgado, del largo de mi cuerpo. Él se acerca, se retira, vuelve con la cámara. Me quita las
hojas y me pide que me quede como estoy. Saca varias fotos en distintos encuadres. Juego a
retratarnos mientras cogemos. Me pregunta por qué mejor no las tomo de verdad. Presiono
el botón de encendido. Él arrecia la embestida.

‒– ¿Y qué va a pasar cuando regresemos a Monterrey?

‒– No lo sé. Podemos seguir teniendo algo así. No tengo problema. También se ven
amaneceres desde los moteles.

‒– Algo así es bellísimo, pero esto no es de verdad. Yo no siento que esto me baste. No puede
ser suficiente.

‒– Entonces, ¿qué quieres?

‒– No tener que estar alejados del mundo, a solas, ocultos.

‒– Podríamos haber fallecido aquí y hubiera sido un gran final feliz.

89
*

Se pierde la pena, la vergüenza, las convenciones sociales, la etiqueta, las costumbres, la


noción del tiempo, el lenguaje hablado. Se gana la paz, el arrojo, la creatividad, el instinto,
el goce del momento, las señas con que dos se comunican.

Comienzo a prestarle atención al cielo nocturno. Me cuenta que no cree en los signos del
zodiaco, pero ama la mitología sobre cómo se formaron las constelaciones. Me enseña las
palabras catasterismo, catasterizar, catasterización.

20 de abril. Lunes. Alineación cuádruple: Júpiter, la Luna, Venus y Marte, en Acuario y


Piscis.

Mientras él me coge, miro en dirección al sol que nos quema la cara. En cuanto él termina,
entro a la tienda para encender el teléfono.

21 de abril. Martes. Conjunción: Venus al norte de Marte en Piscis. Distancia mínima entre
ellos. Alineación cuádruple: Júpiter, la Luna, Venus y Marte, en Acuario y Piscis. Marte en
perihelio, cercano al Sol (pero alejado de la Tierra).

90
*

‒– ¿Los meteoritos cuentan como estrellas fugaces? Quiero pedir un deseo.

‒– Te aseguro que no cumplen deseos, pero sí lo hicieran, sí contarían. Un meteoro no es una


estrella, pero a los cometas se les llama estrellas fugaces cuando pasan y dejan su estela de
luz. Éstas se llaman Líridas, pero son fragmentos del cometa G1 Tharcher.

‒– Pues no pierdo nada. ‒– Cierro los ojos. Sonrío.

‒– Yo nada más le pido morirme lo más pronto posible. ‒– Arroja una piedra en la dirección
del espectáculo celestial. ‒– Lo extrañas, ¿verdad?

‒– Al narco, al dealer.

‒– ¿Por qué me preguntas eso? ‒– Apuro un trago de lichi. Dejo la mirada en la botella.

‒– Porque no estoy pendejo, es obvio. Me imaginé algo con las escapadas y me di cuenta de
cómo se veían antes de la lunada. No sé por qué me lo ocultaste. No hay necesidad de que
me guardes esas cosas. Tú y yo no somos nada, te lo he dicho muchas veces.

‒– No estoy seguro de qué siento, ni qué pienso, ni qué es lo mejor por hacer.

‒– ¿A él también lo quieres como a mí?

‒– Yo ya no te quiero. Lo digo bien, no estoy gritando ni haciendo un drama.

‒– Estoy seguro de que todavía me quieres, pero quizá no como antes. Me gusta más cómo
lo haces ahora. Y yo te quiero, pero no de la manera en la que a ti te gustaría que lo hiciera.
Te veo como un amigo y, hagamos lo que hagamos, pase lo que pase entre nosotros, eso para
mí no va a cambiar.

‒– Es que volvemos a los mismo antes del viaje, una y otra vez. No sé qué sentido tiene para
ti que vivamos algo si no quieres o no te importa. Entonces, ¿para qué hacer todo esto
conmigo?

91
‒– Porque sí. No quiero aconsejarte ni nada por el estilo, pero tú problema es que piensas
demasiado las cosas, quieres una razón, un fundamento, que signifique algo más y no siempre
es así. A veces las cosas son y ya o sólo suceden.

22 de abril. Miércoles. Lluvia de meteoros Líridas (la Luna no interfiere, es casi nueva). La
luz cenicienta ilumina el lado oscuro de la Luna, antes del amanecer. Alineación: La Luna
a punto de ocultar a Venus, en Piscis. Marte cerca, visible muy cerca del horizonte.

Retiro su mano cuando acaricia mis glúteos. Volteo para verlo a los ojos. Niego con la cabeza
por unos segundos. Palmea con suavidad mi cabeza. Besa mi mejilla.

Listo. Tengo un primer borrador terminado. Un rinoceronte deja de pisar mi caja torácica,
pero le precede la pata de un elefante. ¿Luisana Böhm sabría por qué después de completar
un intento hay un leve vacío seguido de una pesadumbre?

23 de abril. Jueves. Alineación: Venus, Marte y la Luna sobre el horizonte este.

92
XI

LA PARÁBOLA DEL CARACOL

Viaje concéntrico en caracola

Pensemos en el asombro que nos dejan los paisajes que forman la conjunción de la Sierra
Madre Oriental con la Sierra Volcánica Transversal. La unión de estos accidentes geográficos
con las corrientes de los ríos Tamesí, Moctezuma, Pánuco y Tuxpan, dan origen a la Región
Huasteca, de ahí dos de sus principales características físicas: firmeza y humedad.

Del caracol también podrían nombrarse esas dos propiedades, va formando las capas de su
concha a través de sus secreciones; de ese caparazón brotará aquel mismo rastro mucoso del
modo en que las montañas dan origen a nacimientos de agua que a su vez moldearán a las
montañas con el tiempo. En ambos casos, las fases de crecimiento dependen en gran medida
de las condiciones ambientales.

Es curiosa la creencia sobre la etimología de la palabra Huasteca, al parecer proviene del


náhuatl cuextécatl, derivado de cuechtic o cuechtli, caracol pequeño o caracolillo.

Humbold decía que el léxico y la sintaxis de un lenguaje estructuran una totalidad formada
por conceptos y maneras de entender en la que se articula un entendimiento previo de todo
aquello que los miembros de una comunidad lingüística se encuentran en el mundo. Cada
lengua articula para la nación a la que da su impronta una determinada visión del mundo.

Esta serie de grandes coincidencias tiene arraigados símbolos de identidad, así como
prácticos. Los guerreros huastecos en la lucha contra los guerreros de Moctezuma I, además
su indumentaria característica, usaban listones de piel a la cintura, rematados con caracoles
para asustar al enemigo con su sonido.

Cerquemos terreno. Vamos un círculo más adentro del caracol, específicamente al municipio
de Xilitla, en San Luis Potosí. El pueblo pareciera estar justo en el centro de la Región
Huasteca, conformada de por el estado ya mencionado, además de ciertas zonas de

93
Tamaulipas, Veracruz, Hidalgo y Puebla. Además, el significado de Xilitla es lugar caracoles,
proviene de los vocablos náhuatl xilli, una especie de caracoles pequeños y tlan sufijo que
indica lugar.

El lugar comparte las características orográficas e hidrográficas que vuelven a la Huasteca


una zona de clima semitropical y suelo fértil, aunque llevando más allá ciertas características.

La tierra del café, es este extraordinario Municipio situado en la Sierra Madre, tiene el índice
más alto de precipitación pluvial en todo el estado y es uno de los lugares más lluviosos de
la nación. Xilitla fue el nombre que le dieron los aztecas al antiguo Taziol.

El hecho de la repetición de un elemento en el lenguaje corresponde más a la propiedad


inherente el entorno, más que a una casualidad o a una obsesión comunitaria.

En ambos casos, el de Huasteca y Xilitla, nombrar al lugar que se habita tendría un peso aún
mayor que el de enunciar alguna otra palabra. Existen registros de grabados en piedra, tal vez
antes del lenguaje ya desarrollado, donde se muestra en este territorio la misma necesidad
por dejar constancia de la forma del caracol. En los petroglifos de la zona de Xilitla, aun
cuando ofrecen gran variedad, predominaba el elemento espiral.

Si seguimos el camino de lo general a lo particular, llegaremos al punto concéntrico que


ahora nos ocupa. Una finca cafetalera abandonada a mitad del siglo XX, que un miembro de
la realeza de Inglaterra adquiriría para construir nuevos círculos y espirales. Curiosamente el
nombre de la hacienda era La Conchita.

Sir Edward James encontraría en este pueblo de la Huasteca Potosina el lugar idóneo para
construir ruinas, un paraíso terrenal o la materialización de las ambiciones que alguna vez
tuvo el surrealismo. Llegaría a crear escaleras que sólo conducen al cielo, por cierto, en forma
de caracol.

Algún día, ya avanzadas las esculturas en Las Pozas, escribiría sobre su edificación como si
fuera un nautilo, el único de los cefalópodos sobreviviente que aún conserva su concha
espiral: "Mi casa crece como las cámaras de un nautilo, / tras la tormenta se abre otra
estancia aun mayor / la de los sueños más intensos de mi niñez, / donde se curva mi cabeza
al torso, siento la gracia. / Mi casa tiene alas y a veces en la profundidad de la noche canta.".

94
El viaje del cangrejo ermitaño

Los cangrejos ermitaños o paguros poseen un abdomen más blando que el de otros cangrejos,
por eso se ven en la necesidad de usar conchas de caracoles ya abandonadas. El proceso de
este crustáceo que se sirve los caparazones de moluscos muertos se llama tanatocresis. Es
seguro que el paguro se mudará de casa entre más siga creciendo, hasta que alcance su tamaño
máximo y entonces se establezca.

Podemos pensar en Edward James como uno de estos cangrejos ermitaños. Viajó
incansablemente hasta encontrar este caparazón de caracol llamada La Conchita, en Xilitla,
pueblo de la Huasteca. Una concha dentro de otra, dentro de otra, dentro de otra, como esas
muñecas rusas o esas cajas chinas que no parecen terminar de habitarse a sí mismas
infinitamente.

Pero también podemos decir lo mismo del pueblo Huasteco, que no estaba sumamente
interesado en la construcción megalítica o el establecimiento de ciudades, tal vez porque
desde su origen fue una cultura aparte, tras separarse de los mayas de la Península de Yucatán.

Es una cultura propia, aunque el nexo existente entre los huastecos y la gran familia maya es
indiscutible desde el punto de vista cultural, A pesar de haber estado aislada desde hace tres
mil años, la lengua huasteca pertenece a la familia maya.

Aunque, por otra parte, es evidente influencia de la arquitectura tolteca en sitios como
Tepetzintla, Tamuín y Castillo de Teayo. Las interacciones con otros pueblos llevaron a los
huastecos tener contactos ocasionales con civilizaciones de la región del Mississippi.

Algunos de los centros huastecos como Tabuco, Tanhuijo, Cacahuatengo o Metlatoyuca, se


convirtieron en poblaciones mayores, sin embargo, ninguno de ellos llegó a constituirse como
un Estado. No había un ansia de dominación, ni de asentamiento permanente, su origen
explorador, es en gran medida lo que hermana a la cultura téenek con la forma en que Edward
James construyó Las Pozas.

La arquitectura de las antiguas ciudades o la de cualquier lugar, nos obliga a repensar la


cultura desde una problemática, o si se prefiere, vista por una perspectiva problematizada,
pues pone en contraste lo material y práctico contra la idea y la concepción estética.

95
La espiral en el caparazón

La evolución biológica, tal como la entendemos ahora, se basa en adaptación para sobrevivir.
El organismo desarrolla aquello que le es necesario para asegurar su existencia. En el caso
del caracol su cuerpo blando le hizo segregar una especie de exoesqueleto para así protegerse
del medio ambiente y de los depredadores, luego su concha se hizo el símbolo más
característico. El fin de la arquitectura es el mismo, asegurar el resguardo, dar seguridad
contra las inclemencias del tiempo.

La primera vez que Edward James estuvo en la Huasteca Potosina, quedó impresionado con
la cantidad de orquídeas que crecían ahí, así como su variedad. Se cuenta que cuando se
hospedó en una finca de Ciudad Valles le preguntó al jardinero que dónde podía encontrar
esas flores en estado salvaje y éste le contestó que, en Xilitla, en lo más alto de la Huasteca.

Si bien fue informado mal sobre la temporada de floración y volvió algunos meses luego de
que ésta había concluido, la belleza de toda la demás vegetación, las montañas y formaciones
de agua fueron suficientes para hacerlo quedarse. Claro, esto no lo hizo abandonar su idea de
hacer de nuevo el Jardín del Edén.

El cultivo de orquídeas y otros empeños hortícolas no eran sino parte de un plan. Edward
también quería que Las Pozas fuera una reserva para animales, entre los cuales se encontraba
una especie de mono en peligro de extinción, así como el venado, que los lugareños cazaban
indiscriminadamente para alimentarse.

Apenas había unas chozas de bambú. Todo parecía hecho para estar de regreso al origen.
Primero sembró aquellas flores, para adornar los árboles donde se posarían las mariposas;
pero cuando un invierno bajó de cero grados y secó la mayor parte de las diez mil plantas
que había sembrado, se dio a la tarea de construir, de crear algo que resistiera inviernos y
sequías.

En su sensibilidad inglesa ya está la obsesión por el jardín, en su experiencia como artista y


mecenas del surrealismo hay una estética fija, así que va dejando que todo tome forme. Pronto
las variedades de la orquídea Oncidium de Hawaii, la Vanilla fragans más propia de la región,
la Phalaenopsis también conocida como orquídea palomilla y la famosa Cattaleyas de color
púrpura, dan paso a orquídeas de cemento pintado. A lo largo de casi cuatro décadas se

96
desarrollarían treinta y seis conjuntos, compuestos de más de ciento ochenta esculturas y
muchos detalles.

Todos los sentidos mezclados dan testimonio de la razón por la que Edward James se despojó
de la primera capa del surrealismo europeo para fusionarse con el que le permitiría crear otro
tipo de delirios: escaleras, plataformas, arcos, columnas, pilares que se intrincan ante
capiteles, arcadas y ventanas, del mismo modo en que la selva se teje sobre sí misma.

De este modo la organicidad de los elementos era más que obvia. La pintura verde
correspondía a la de los helechos y lianas que se columpiaban ahí podían tejerse con las
varillas expuestas para ese fin. Algunas construcciones llegan a imitar el proceso lento y fijo
con el que en realidad crecen las plantas de la región.

La fuente misma es una masa de formas de concreto retorcidas, que simulan un follaje de
colores psicodélicos. Parecían brotarle nuevos zarcillos de tiempo en tiempo, pero en realidad
se trataba nada más de Edward, que añadía un nuevo follaje año tras año.

En palabras de Máximo Llamazares Pedraza en su poema Las Pozas: “La gama azul-verde y
ambarino de las piedras / Pueblan el fondo de los arroyos y peñascos en cascadas / Árboles
centenarios que son cubiertos por la hiedra / Monstruos imaginarios, refleja el agua la
alborada.”.

La sustentabilidad de la concha

Cuando el caracol construye su concha, la hace tan resistente que ésta permanece después de
la muerte del que la construyó, pero esta no es precisamente su intención. De algún modo u
otro, tras la biodegradación del exoesqueleto, los componentes volverán al suelo que dio los
materiales de energía y masa para el molusco. De ahí la celebración del Xantolo en la Región
Huasteca, la muerte no acaba en sí misma, aunque de ésta ya hablaremos más adelante.

Lo más sobresaliente de la construcción de Las Pozas en Xilitla, no fueron los millones que
invirtió Edward James, sino que la principal protagonista de su obra fuera la vegetación de
la Huasteca misma; fue construida de tal modo que ésta conforme avanzara cubriera las
estructuras nunca totalmente concluidas. Una transformación constante y ecológica.

97
El primer pilar de la sustentabilidad, el social, es el más complicado. Supone mejorar la
calidad de vida de los más desprotegidos, ya sea que la arquitectura provea directa o
indirectamente el resguardo. La figura de Edward como descendiente bastardo del rey de
Inglaterra le confería una ideología muy distinta a la que los huastecos tenían arraigada de
los capataces, patrones o caciques que estuvieron antes en la región. La nobleza entendida
no como aristocracia sino como generosidad.

No solamente llegaba a integrarse de un modo mágico a la cosmovisión del mundo huasteco,


sino que Edward prefería no alterar esa ideología ni abusar de sus trabajadores. De hecho, la
autoría de Las Pozas no se puede atribuir al inglés, porque fue un cadáver exquisito, como
llamaban los surrealistas un trabajo creado entre muchas personas. Cuando él estaba ausente,
los trabajadores interpretaban los dibujos y explicaciones del patrón de acuerdo con sus
criterios y perspectivas, dando como resultado algo impredecible. Esto contribuyó a nutrir la
imaginación y creatividad de Edward, y dio pie a una relación no muy distante de la que
había tenido con Salvador Dalí.

José Aguilar, un habitante de Pinal de Amores, en la región huasteca de Querétaro se


convirtió en el principal artista y encargado de desarrollar técnicas nunca antes trabajadas
para lograr la concreción de esculturas monumentales y formas no convencionales para el
vaciado en cemento hasta entonces. Incluso proyectos que antes Edward había vislumbrado
para sus propiedades anteriores, no fueron posibles hasta la aparición del queretano. La
autosustentabilidad puede verse en el ejemplo de Aguilar, pues sus creaciones para moldear
las esculturas de Las Pozas pasaron a ser consideradas por el autor y arquitecto británico John
Warren, como obras de arte por derecho propio.

Otro caso famoso es el del huasteco potosino Camacho que pasó de ser un trabajador a
convertirse el maestro albañil más reconocido de la región. Llegó a dominar tanto el
conocimiento de su trabajo en Las Pozas, que fue el constructor más solicitado en Xilitla;
desde beneficios de café, escuelas y casa habitación.

Había una intención de compartir Las Pozas con la gente local, a pesar de la soledad de James,
él concibió “El Cinematógrafo”, un edificio sacado de un sueño o un delirio, torres y escaleras
que no llevan más que al aire y llegan a alcanzar más de veinte metros de altura. La idea era

98
proyectar películas al público. Al final, lo dejó para que quienes quisieran ir, pudieran
admiraran el paisaje.

Por otra parte, el legado cultural que Edward James legó a Xilitla, y por ende al mundo, es
inmenso, la apropiación de lo mejor del arte surrealista a través del estilo propio de la Cultura
Huasteca. Podemos ver sintetizados a los grandes pintores en una oda a la naturaleza. La gran
influencia de Escher puede apreciarse claramente sobre todo en la Escalera al cielo, que
parece sacada del cuadro Ascenso y descenso. Salvador Dalí fue muchos años el apadrinado
de Edward, pero no solamente éste fue su mecenas, la imaginería de figuras alzadas,
derretidas y fuera de contexto fueron incluidas en Las Pozas. Del grabador italiano Giovanni
Battista Piranesi, plasmó edificios imaginarios, inspirados en las ruinas romanas, griegas y
egipcias, paisajes idílicos, tomó Edward la idea de construir edificaciones que no resistieran
al tiempo. Leonora Carrington, era como justo como él, mexicana de origen inglés; además
de ser su protegida, hizo una gran amistad con él, ella visitaba frecuentemente Las Pozas y
el pueblo de Xilitla, donde pintó dos de sus creaturas humanoides sobre las columnas de una
casa del centro. Ella también fue la inspiradora de muchas de las esculturas del jardín, que
asemejan a personajes y objetos de sus cuadros. La clara influencia de René Magritte puede
apreciarse en varios detalles lúdicos como las macetas con pies y la escultura de un avión.

El segundo pilar de la sustentabilidad, el económico, consiste en el trato eficaz y eficiente de


los recursos monetarios mediante aprovechamiento de las energías de todo tipo, pero también
de la capacidad de la obra en proveer el capital necesario para su subsistencia.

Para los que acostumbraban a pagar muy poco a los trabajadores huastecos, la construcción
de Las Pozas fue más que odiosa. Edward James, además de un trato más espiritual, también
les otorgaba la capacidad no sólo de sostenerse a ellos y a sus familias, sino por primera vez
de ahorrar y salir adelante.

Muchos de sus trabajadores tarde o temprano se daban cuenta de que estaban participando
en la creación de algo extraordinario, casi mágico. Por lo pronto, su lealtad y agradecimiento
se explicaba simplemente en razón de que La Pozas les proporcionaba trabajo suficiente para
mantener a sus familias. Cuando el proyecto estaba en su apogeo, sesenta y ocho familias
tenían un ingreso muy por encima del que ofrecían otros patrones en el área.

99
El trabajador Maurilio García Chávez, recuerda que en esa época los jornales eran de $1.50
a $2.00 pesos diarios y él pagaba de $10.00 para arriba.

Incluso tras la muerte de su constructor, fue tanta la admiración de la gente por el lugar que
se hizo cada vez más popular, atrayendo a una gran cantidad de turistas, podría decirse que
ahora casi todo el capital que entra al municipio gira alrededor de Las Pozas. La cifra de
viajeros que llegan a practicar el ecoturismo aumenta cada año, así como los ingresos para
Xilitla y los locales que proveen servicios desde su casa o abren un negocio.

El tercer pilar de la sustentabilidad es el ambiental, busca que la construcción arquitectónica


se realice bajo la premisa de cuidar los suelos, la flora, la fauna, la hidrografía del lugar.

Esto no podría pasarse por alto en Xilitla, ya que cuenta con una porción boscosa que está
protegida como área natural desde 1923, es una reserva forestal con una superficie de 29,885
hectáreas. Al norte y este de la localidad se hay grandes acumulaciones de selva alta, en la
porción central predomina el bosque y selva mediana; al sur existe mayor acumulación de
selva mediana, al oeste la vegetación con mayor superficie es tipo bosque de encino y pinos.
Las áreas de pastizal cultivado son mínimas.

En las creencias huastecas, la humanidad está hecha de maíz, hay un respeto por las plantas
más allá de lo comprensible y exigen respeto a su alma. Edward James se encontró con esta
creencia que se sumó a lo que él había aprendido sobre el karma. Él contaba que sus ancestros
emigraron de Donegal, y compraban madera y la vendían, y compraron más y más madera y
se hicieron más y más ricos hasta que deben haber talado miles de hectáreas de árboles al
norte del Estado de Nueva York. Tal vez este trauma quedó implicado en él tan hondo que
decidió sumarse a las prácticas de adoración de los huastecos, la adoración a las plantas, los
animales, el trueno, el sol y la luna.

Los gatos monteses, los tigrillos, los coyotes, las tortugas, la gran variedad de aves, e incluso
los lagartos y las serpientes, todos estaban a salvo y tenían cabida en Las Pozas, no olvidemos
que fue en un principio construido como un santuario para los animales. Su veneración era
tal que muchos de los motivos van desde diminutas de mariposas, hasta siete serpientes
enormes. Leonora Carrington llegó a escribir que Edward realmente relacionaba con los
animales de una manera maravillosa y muy especial.

100
El pilar de lo ambiental también toma en cuenta el cuidado y aprovechamiento del agua. Las
Pozas llevan ese nombre por su principal interés, los baños que va formando la corriente
nacida de la montaña. Para la cultura Huasteca, Alal es el dios que es fuente de la lluvia, hay
un tiempo en que el Mámláb o dios del agua habla a través de un ruido que produce en ese
punto y anuncia que próximamente enviará el agua.

La consideración de las condiciones climáticas, la hidrografía y los ecosistemas del entorno


en que se construyó Las Pozas fueron hechas para obtener el máximo rendimiento con el
menor impacto.

Las implicaciones de un simple baño con agua de manantial sobre el que llegaron una nube
de mariposas terminaron desencadenando importantes implicaciones económicas, sociales y
ecológicas para la Huasteca Potosina. Como dice el Efecto Mariposa que alguna vez fuera
un proverbio: El simple aleteo de una mariposa puede sentirse al otro lado del mundo.

La coraza vacía

Cuando un caracol muere, deja tras su cuerpo algo mucho más duradero que él mismo, su
caparazón. Aunque el exoesqueleto al igual que cualquier cosa orgánica está destinada a
desaparecer, resulta poética la permanencia de la casa, como una oda al espacio ocupado,
como si el proyecto de construcción retara a la muerte y saliera victorioso.

El análisis del ciclo de vida de cualquier organismo o producto, pero aquí en particular el de
un edificio, nos permite determinar las fases en que se desarrolla; así como, en cuánto tiempo
también se estimada su duración, elaboración, y su costo, en el caso de los organismos vivos
es energético y en el caso de la producción también es económico; además de precisar la
cantidad de recursos materiales, que se requerirán para su elaboración, puede ser materia
prima o contenido calórico. La minimización del balance energético, abarcando las fases de
diseño, construcción, utilización y terminación de su vida útil.

Los ciclos naturales asociados con la vida, la transformación y sobre todo con la muerte están
ligados espíritu de la Cultura Huasteca; podemos ver manifestaciones en su platillo más
representativo, su fiesta más tradicional y su producción de mayor impacto.

101
El zacahuil, cuya receta guarda con celo cada familia de los cinco estados que conforman la
Huasteca, tiene una leyenda fúnebre. Al reinado de la de la triple alianza de Tenochtitlán,
Texcoco y Tacuba, dominaron a los pueblos de la Huasteca. Moctezuma Ilhuicamina es quien
vendría a derrotar y capturar a los caudillos, nobles, caciques y reyes huastecos. Cuando los
aztecas fueron derrotados por los tarascos, tomaron prisionero al mayordomo de Moctezuma
que los gobernada. Lo mataron, lo desollaron, lo envolvieron de masa martajada y enchilada,
molida en un métlatl o metate, cubriéndolo con hojas de kuaxilotl o plátano y apapantlilla.
Después con su cuerpo prepararon por vez primera en todo Huastecapan, un chacahuil o
zacahuil, que se traduce como tamal grande enchilado, e hicieron un hoyo grande en la tierra,
lo llenaron de piedras y con brasas, lo cubrieron y ya cocido lo sacaron, para repartirlo entre
todas las mujeres que habían sido ultrajadas.

Desde entonces y por tradición en guerras y batallas, a los enemigos, que tomaban
prisioneros, los sacrificaban y se los comían convertidos en zacahuil, hasta la llegada de los
españoles, que fueron los que les aconsejaron que debieran mejor prepararlo de guajolote o
de puerco, como se consume hasta nuestros días.

Antes de la llegada de los españoles la muerte no era vista con un suceso tan trágico.
Conforme las viejas tradiciones de recordar a los muertos se mezclan con las católicas surge
en la región la celebración llamada Xantolo.

Esta especie de deidad de la alegría se apareció en donde enterraban a los difuntos y les
rendían un tributo serio y gris para enseñarles a hacerla con júbilo. Los habitantes de la aldea
no sintieron temor cuando éste apareció y acordaron ir a los poblados vecinos para
informarles qué es lo que había ocurrido y explicarles las enseñanzas de este ser superior.
Después, acompañados de los músicos que enseñaron a sus vecinos las melodías y los pasos
de esas danzas. Igualmente hicieron los artesanos, quienes transmitieron a sus colegas cómo
elaborar máscaras especiales que sirvieran para esas fiestas, máscaras que representaran
ancianos.

Y por último tenemos al café, que tiene una historia más sobria como él mismo. Para poder
servir de bebida, éste debe ser desprendido de la planta en la cosecha, luego de la recolección,
los frutos deben procesarse para retirar pulpa y mucílago y así obtener el grano recubierto
por el pergamino. Inicialmente, los granos de café recién cosechados se procesan, ya sea

102
mediante el método seco, o el húmedo y se deben tratar el mismo día para impedir la
fermentación. Luego es sepultado, por decirlo así, para su envejecimiento, se tuesta, y tras
el proceso de torrefacción sigue la molienda. Igual que se dice en la muerte del ser humano,
vuelve a ser polvo. Entonces está listo para la infusión.

La idea clara de que el fallecimiento no es el fin es común en la cosmovisión del pueblo


huasteco y la del que emprendiera un viaje a Xilitla y fundara ahí un edificio que acepta la
muerte para que la vida continúe encima.

El ciclo de vida de los edificios es el periodo que comprende desde que una obra
arquitectónica es concebida y bosquejada, luego su etapa de diseño, pasando los ciclos de
construcción, ocupación, operación funcional y mantenimiento, hasta el fin de su vida útil,
reciclamiento, demolición o deconstrucción del inmueble.

Edward James tenía claros todos estos procesos, había visto lo que la selva hacía sobre las
chozas de la región y estaba más que familiarizado con las principales ruinas de la
humanidad. Sólo aspiraba a convertirse en vestigio. Por eso pedía a los peones que trabajaron
en su jardín que dejaran al descubierto las puntas de las varillas de acero que formaban el
esqueleto de las estructuras; su idea era utilizarlas en cualquier momento que se le ocurriera
crecer una de ellas y seguir aspirando a alcanzar el cielo.

Edward llegó a discutir con George Collins y Michael Schuyt, los autores de “Fantastic
Arquitecture”, la posibilidad de que en cientos de años alguien se toparía con sus creaciones
enterradas en la jungla de Xilitla y cómo aquel explorador trataría de descifrar la naturaleza
de la civilización que las construyó. Esa civilización era la Huasteca que él había interpretado
como quién traduce un poema del téenek al inglés, pero éste sigue conservando su esencia.

Y a pesar de que ahora se intenta conservar lo que nació para ser una ruina y termina por
arruinar su destino, pareciera que, desde su tumba, el visionario que amó a la Región
Huasteca, nos dijera en cada figura de un sueño sustentable, las mismas palabras que
escribiera en su choza de bambú:

“Entre los árboles los escucharás, mucho después del final, / llamarme más allá del río.
Porque los gritos de los pájaros / persisten, como –defendida por el cortejo de sus alas– / mi
alma que entre extraños silencios aún canta.”.

103
XII

No extrañaba los olores del tráfico, el humo rancio mezclado con alcantarilla; tampoco el
gentío abriéndose paso entre empujones, ni el ruido de anuncios manchados por el polvo.
Volver a la Central de Autobuses de Tampico es insoportable. La expulsión de un estado
gracia hacia la cólera. La ciudad me lacera. Estoy indefenso ante los semáforos. Paulo se
ofreció a acompañarme. En principio me negué, pero él insistió que era lo menos que podía
hacer por mí por haberlo atendido durante su padecimiento. Ahora lo agradezco, él me sirve
de escudo. Es una parafernalia, hay personas con cubrebocas en todas partes. El Ejército los
reparte a toda la población.

Al despedirnos, Doña Lulú nos procuró tacos de huevo en salsa verde para el camino y el
consejo de no decir que venimos de Veracruz, aunque sea el límite con Tamaulipas.

‒– A un vecino lo golpearon, Julio. Les dieron una chinga a todos lo que llegaron en ese
camión a Ciudad Mante. Lo querían incendiar, mijo. Los jijos de su chingada madre nomás
diciendo en la tele quesque el virus salió de El Perote.

El viaje es más corto esta vez. Un directo a Ciudad Valles, aguardar una hora y de ahí a
Xilitla. Nada de bajar a conocer algún lugar. Esta vez no importa el viaje sino el destino. Las
cinco horas de trayecto se sienten como diez. Paulo cree que debería avisarle a Paulo de mi
regreso, pero yo quiero sacar mi Julia Roberts interior. Ahora es mi turno de darle una
sorpresa, de ser su sorpresa, ser suyo.

Estamos en las afueras del municipio. Reconozco la forma del camino. Me emociona el
entronque porque encarna el principio del fin de mi odisea. Una travesía con el fin de volver
al hombre con el que quiero estar. Es extraña la escolta de Paulo, parece tan lejano llegar
aquí para intentar arreglar las cosas con él. Me burlo porque un padre entregando a su hija al
prometido.

‒– Quiero verlo a los ojos y asegurarme que ese cabrón va a hacer todo para hacerte feliz y
tratarte como te mereces.

104
Avanzamos con seguridad hacia el sitio de taxis piratas. El próximo en salir es un Atos
blanco. En el vidrio trasero tiene una calcomanía: Aquí viaja una hija de Cristo. En su misma
zona están los empistolados. Los vuelvo menos intimidantes tras la memoria, como los que
caminan a diario por la miso barrio peligroso para ir al trabajo. Me detengo en un rostro
familiar. Parece el nieto de Gudelia y Benito. Me tiembla la quijada. Mis párpados se
humedecen. Hace un minuto hubiera jurado que no habría forma de afligirme en este viernes,
en este día que los romanos consagraron a la diosa de la belleza poniéndole su nombre. A
veces olvido que en los lugares donde florece la belleza, la guerra llega seducida para
poseerla. Quizás siente mi mirada y voltea hacia mí, yo finjo recorrer la flota de vehículos.
Por el rabillo del ojo intento confirmar si es él. Paulo me aprieta tres veces la muñeca para
llamar mi atención, guiña y con la cabeza niega una vez.

Una mujer un par de años mayor que nosotros ocupa el lugar del copiloto. Usa una camiseta
polo de magenta fluorescente que tiene bordado un pizarrón en que está escrito 1+1=2 y su
nombre: Lic. Yazmín Perales Mora. Le cuenta al chofer los rumores sobre la suspensión de
clases por tiempo indefinido porque ya se considera una pandemia. Lo nombra H1N1, suena
a un modelo de Terminator que viene a matarnos a todos. Nada más están esperando el oficio
de confirmación. El secretario general de su sector les avisó que se están firmando los
acuerdo. Ella baja poco antes de la plaza, parece que va a entrar a Las Tortugas. Estiro el
cuello para ver. Saluda a una chica bastante parecida a ella.

‒– Ya tienes hambre, ¿verdad?

‒– Algo. En realidad, tengo más nervios. Ya quiero llegar.

‒– Lo digo porque te le quedas viendo el lugar como perrito callejero.

‒– Ah, no. Sólo es que conozco ese lugar. Aunque ahora que lo pienso, lo mejor sería comer
para ya no preocuparme por eso más tarde. Pero, más bien, me gustaría ir a Cayo’s. ¿Está
bien por ti?

Me arrojo hacia Karen en cuanto la veo cruzar el salón principal. Hay sólo cuatro sitios
ocupados. Me ayuda a quitarme la mochila de viajero y la acomoda. Sus padres le rogaron
no volver a Monterrey. Consideran la posibilidad de cerrar el restaurante mientras mejoraba
la situación. Selecciono la mesa de siempre. No espera a que le indiquemos algo, regresa con

105
tres tazas de café. Se sienta con nosotros. A veces, uno ni siquiera sabe que extraña un sabor
hasta que lo tiene de vuelta. Puede tenerse la certeza, el fondo de la médula espinal, de lo que
sabe el beso de alguien, pero no recordarse. Aprovecho la conexión eléctrica para cargar mi
teléfono. Reviso si no hay llamadas.

Durante la Pechuga en salsa de queso con almendras, le armo a Karen el rompecabezas de


mi plan para sorprender a Damián. Luce escéptica. Al final, me sugiere llamarlo. No le veo
sentido haber llegado hasta aquí para hacer eso, pero pretendo considerar su opción con una
mueca. Prometo verla mañana o más adelante, disfruto el reencuentro y la conversación, peo
mi prioridad es bastante clara. Forcejeamos con un billete de $500 pesos, ella insiste que ésta
va por su cuenta. Estira y afloja. Paulo agrega que él se irá mañana y entonces le acepte unos
tragos o una comida. Ella nos encamina hacia la banqueta, pero les pido que me esperen un
momento. Mi celular sigue conectando cerca del mirador. Cruzo caminando, pero corro a
penas no me ven. Antes de dar vuelta a la puerta para salir, oigo parte de su diálogo.

‒– Esta puede ser tu última oportunidad. Si lo dejas ir, vas a ser un pendejo. Y no por dejarlo
ir sino por perderte la oportunidad de averiguar si puede funcionar, si eso te hace feliz. Yo
no sé por qué haces esto si sí lo quieres.

‒– Por eso mismo, porque lo quiero. O tal vez lo amo, ¿y de qué sirve? No soy un monstruo.
Prefiero que crea que no siento esto. Nunca voy a darle la relación que necesita. Yo no puedo
hacerlo feliz. No puedo ser así. Tú nos viste y sabes una parte y no sabes cómo me quema
eso. Me angustia y me remuerde la conciencia que alguien pueda enterarse.

Regreso unos pasos y marcho haciendo ruido para advertirles que me acerco. Hay una tensión
que corta el aire con las puntas de este triángulo. A penas me sale voz para despedirme. Lo
miro andar como si no pasara un tren encima. Se queja de no tener ánimos para emprender
la caminata y me recuerda haber mencionado que no quiero esperar más. Continua rumbo a
la plaza. Busca un auto libre para que nos lleve a la Finca Santa Mónica. No puedo pensar en
una excusa más creíble, le invento que necesito bajar la comida para hacer digestión.

No aparto de mi vista de él. Lo sigo como si de tanto mirarlo fuera confesarme lo que escuché.
Quizás debería soltar de tajo el tema, ni si quiera por qué me afecta a estas alturas. Es un
cobarde, un puto mentiroso. Si todo lo que ha dicho fuera la verdad o si nunca hubiera oído

106
aquella, podría darle un rincón en mi mente para evocarlo con cariño, pero ahora lo detesto
por no ser capaz de sincerarse conmigo.

El mismo entramado de rombos metálicos. Ahí está el sendero de rocas de río. Un labrador
huele los helechos. La palapa se siente como el pórtico de la casa paterna. Esben bromea
sobre si regresamos para quedarnos a trabajar ahí. Sería bueno un empleo.

‒– ¿Cómo sigue Eyra?

‒– Ya libre de peligro. Ahora descansa. Tiene secuela de neumonía.

‒– Es una locura todo esto. Todo pasa muy rápido. Me contaron que la abuela de Damián
murió. Supongo que por la edad no aguantó.

‒– Una tragedia. Aunque ella murió del cáncer. Llevaba algunos años muy mal. Yo la vi
pocas veces en el pueblo. Era una mujer muy guapa y muy amable. Creo que salió en
películas cuando era joven.

‒– Quiero ver a Damián para darle el pésame. ¿Sabes dónde está?

‒– Desde hace tres días volvió a trabajar. Supongo que llega más tarde.

Me queda tiempo para arreglarme. Paulo presupone que pasaré la noche fuera. Me pide
prestada la tienda para dormir esta noche. Asegura que él es capaz de ensamblarla por cuenta.
Limpio los botines. Alisto una camisa de botones a cuadros negros, grises y blancos; skinny
jeans azules; un pañuelo rojo para anudarlo a un lateral de mi cuello. Desearía tener una boina
o un sombrero negro. La toalla tiene arena, la golpeo contra la puerta que da a la regadera, la
sacudo al viento. No sólo me siento alguien distinto, el espejo me devuelve la imagen de un
chico muy bronceado. El agua fría me hace jadear el primer minuto. Necesito los poros bien
cerrados. Las paredes pierden su dimensión. No tengo dónde sujetarme. Me siento el piso.
Falta aire. El ahogo entrecortado. Abandono mi cuerpo. Me elevo. Puedo ver el techo de la
finca, las copas de los árboles, la selva entrelaza con Las Pozas, el pueblo. Soy jalado hacia
dentro de mí mismo. Una fuerza me atrae, una gravedad diferente, duele. Presiona mis
clavículas, mi fémur, mi cráneo. Una voz me llama. Paulo golpea con los nudillos la madera
que nos separa. Me reincorporo. No deja de gritar si me encuentro bien. Me he encontrado y

107
me he perdido. Arreglarse es un acto automático. No necesito pensar para alistarme. La
sombra no reflexiona en dejar su estela contra la luz. Falta poco para que atardezca.

El humo del cigarrillo. Fuma con un pie recargado en la pared. Hay una colilla a sus pies.

‒– Te tardaste un chingo. Se me hizo muy raro. Pensé que te habías resbalado y golpeado la
cabeza o algo. ¿Por qué no me contestabas?

Apuro en paso hacia la casa de campaña. Él bloquea mi camino y le doy la vuelta. Aviento
las garras adentro.

‒– Porque no quiero hablar contigo. Si vamos a hablar, va a ser de por qué te empeñas en
ocultarme lo que sientes y lo que piensas de verdad. Te escuché perfecto hace rato, todo lo
que le contabas a Karen. Esos asuntos los debimos arreglar, debimos discutirlo entre nosotros
hasta encontrar una solución, pero ya me vale verga. No sé cuál es tu problema, no sé por
qué tanto empeño en negarlo y disfrazarlo. Pero una parte de mí se alegra, que me dejes con
Damián es lo único bueno que has hecho por mí.

‒– Tú sabes cuál es mi problema. ¡No quiero ser joto! ¿No entiendes?

‒– ¿Así es como me ves? Eso es lo que se te viene a la mente cuando me ves. ‒– Doy un paso
hacia atrás. Estoy atónito.

Corro sin rumbo. Sólo quiero estar lejos de él. El camino conocido. Atravieso el campamento.
Escucho su marcha detrás de la mía. Me ordena que espere. Los pasillos entre las matas del
cafetal. Me imagino en la motocicleta a toda velocidad por una carretera amplia. Tropiezo
con un pozo, la falta de luz rellena las imperfecciones. El crepúsculo es una trampa y yo
caigo. Él me alcanza. Su mano hacia mí para levantarme. La aparto de un manotazo. Me
pongo de pie solo.

‒– Yo no dije eso por ti, no me voltees las cosas. Lo estaba diciendo por mí. Vaya, no fue
como quise decirlo.

‒– Es la idea que tienes en la mente, un insulto. Lo dices por ti, por mí. Lo dices por
cualquiera. Aplica para todos. No sé si odias que yo lo sea, que eso existe o si te odias a ti,
pero ¿sabes qué? Te mereces vivir así, odiándote por no tener el coraje de darte la
oportunidad. No importa lo que haya pasado ni cuánto me esforzara, nunca tuve una

108
posibilidad. Me he equivocado muchas veces en mi vida, pero nunca había sentido tanta rabia
hacia alguien. Desearía nunca haberte conocido. ‒– Lo abofeteo. Permanece inmutable. Le
escurre una lágrima, dos. No parpadea. Acerca sus labios a los míos. Lo empujo. Él me
constriñe en un abrazo. Lucho para zafarme. No lo consigo, pero tampoco me rindo.

‒– Ya, tranquilízate, por favor. Yo no importo ahora. Tú vas a estar bien.

‒– ¡Déjame en paz! Ya lárgate. Nunca vueltas a tocarme. ‒– Estiro lo más que puedo el
cuello, pero alcanza a besarme la nariz. Doblo las rodillas para tumbarlo, pero ambos nos
golpeamos al caer. Consigo liberar mis brazos. ‒– ¡Suéltame! Me estás lastimando.

Una patada en la cabeza me libra de él. Damián se agacha para sembrarle un puñetazo. Paulo
alcanza a darle una patada que lo sorprende, pero no parece dañarlo en lo absoluto.

‒– ¿Estás bien? ¡Vete a la camioneta! ‒– Me grita mientras sigue moliéndolo a golpes.

No puedo hacerle caso. Damián se monta para dejar caer los trancazos con más facilidad,
casi no recibe a cambio. Aparto un instante la vista para entender de dónde salió. Su sitio está
cerca. Imagino que las voces lo alertaron.

Hay sangre en el rostro de Paulo, no puede esquivar la lluvia de meteoros en forma de


nudillos. Alcanza a agarrar una piedra del tamaño de una toronja y la estrella contra la oreja
al que lo supera en la pelea. Escupe un coágulo. Le pisa el pecho acariciando por primera vez
algo de victoria. Aprovecha para escupirlo. La baba se estira en un hilo viscoso hasta aterrizar
en la sien. Me acerco para impedir que sigan. No alcanzo a ver cuando Damián saca la pistola
que apunta directo a la frente del otro. Un disparo. Otro al corazón. Una bandada de alas
negras rompe encima de nosotros. Se pone de pie, se sacude los hombros y el pantalón. Lo
observa mientras no deja de tallarse su mandíbula con una pinza hecha por su pulgar y el
índice con el medio.

No percibo ninguna palpitación cuando coloco mi mano sobre el impacto de bala. Mi mano
derecha está tibia, empapada, húmeda, manchada. La conduzco temblorosa hacia su cara,
pero tampoco tiene respiración. Ni siquiera estoy seguro de cómo debe hacerse, pero le doy
respiración de boca a boca. Un sabor metálico. El hierro de la muerte. Mis dos muñecas
presionan su plexo solar. Ahora la izquierda también resalta el escarlata. Damián se inclina

109
para desanudar mi pañoleta. La ensaliva para limpiar mi cara. La pone entre mis palmas. Las
froto tres veces, pero no se destiñen.

‒– Levántate. Ya no tiene caso. Tú no te apures por esto. Ahorita lo voy a arreglar. Déjamelo
a mí. Ahí hay agua en el asiento de atrás. Lávate y toma un poco. ‒– Cierro los párpados de
Paulo. Coloco la tela extendida sobre su rostro.

Damián besa mi pelo al tomarme con delicadeza por los hombros. Me rodea mientras
avanzamos en cámara lenta hacia el vehículo. Sube conmigo. Coloca el arma cerca del freno
de emergencia. Pide que lo espere un momento. Antes de irse abre una de las puertas traseras
para pasarme una botella transparente. Se aleja rumbo al sembradío. Un pequeño brillo lo
ilumina. Hace cuatro llamadas. No alcanzo a oír una palabra.

Me avisa que ya viene para acá alguien, lo cubrirá en el punto. No debo tener cuidado por
mis pertenencias, Esben recogerá todo y uno de los chicos me las llevará a su casa en una
hora. Ya también viene un grupo que puede encargarse de limpiar todo y hacer como si nada
hubiera pasado. No me responde qué harán con el cuerpo o cómo cubrirán todo. Lo
importante es que estoy bien y que no me preocupe, dice.

Arranca el motor. Sube a 120 kilómetros por hora cuando toma el camino principal. Tomo el
revolver. Giro mi dedo cerca del gatillo. Apunto hacia lo que los focos iluminan delante del
vidrio. Lo coloco en la guantera. Él suelta el volante con la mano izquierda para tomar la mi
derecha. Con la otra, bajo la ventanilla. El viento siempre. Asomo la cabeza hacia afuera, las
estrellas resplandecen más que nunca. Luna en fase nueva. Es la primera vez que entraré de
noche a la Boca del lobo.

110

También podría gustarte