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EL PONTIFICADO DE AVIÑÓN

Los primeros años del siglo XIV, último período de la Baja Edad Media, señalan también en la
vida de la Iglesia, el principio de una época con rasgos muy distintos de aquellos que
caracterizaron la Cristiandad medieval. Puede considerarse como un periodo caracterizado por
una crisis muy profunda del Pontificado, cuyo prestigio se vio a tal punto desgastado, que llegó
a ponerse seriamente en entredicho, como autoridad suprema de la propia Iglesia. Al mismo
tiempo una nueva mentalidad más secularizada – el “espíritu laico”- inspiraba en grado cada
vez mayor la actitud de los poderes temporales frente a la Iglesia y al Papado.

Benedicto XI (1303-1304) sucesor de Bonifacio VIII (1294-1303), tuvo un pontificado muy


breve. A su muerte y tras un largo y difícil cónclave, los cardenales decidieron elegir a Bertrand
de Got, arzobispo de Burdeos, que tomó el nombre de Clemente V (1305-1314). El nuevo
Papa rehusó trasladarse a Italia, temeroso de la inestable situación en que se encontraba tras
los acontecimientos recientes y decidió que su coronación tuviera lugar en Lyon. Nunca llegaría
a ir a Roma ni tampoco sus sucesores en mucho tiempo. Durante más de setenta años los
Papas residirían en Francia y, a partir de 1309, en la ciudad de Aviñón.

La nota característica del Pontificado de Aviñón fue la preponderante influencia francesa,


evidenciada desde el primer momento, cuando Felipe el Hermoso impuso su voluntad a
Clemente V en la cuestión de los Templarios. Ahora los Papas consideraban la monarquía
francesa como sucesora de la misión que había tenido el Imperio en la época de la Cristiandad
medieval. La residencia papal de Aviñón se hallaba geográficamente rodeada de territorios
franceses y el espíritu francés se comenzó a manifestar también en la personalidad de los
Papas, en la composición de la Curia, en los criterios para la creación de cardenales y en el
cambio del espíritu universal por un espíritu más localista.

Los Papas de Aviñón continuaron con la obra de centralización iniciada por sus predecesores
de la época gregoriana, llevando la organización administrativa a su máximo desarrollo. Los
asuntos de las Iglesias particulares fueron reservándose cada vez en mayor número a la Santa
Sede, creándose un aparato administrativo de gigantescas proporciones, pero de gran eficacia.
Uno de los objetivos principales de la centralización de este periodo, consistió en lograr que el
mayor número de beneficios que acompañaban la provisión de los cargos, quedara reservado a
la Santa Sede y no a los príncipes. Se logró extender la reserva papal a todos los beneficios
mayores, con lo que los obispados y abadías pasaban a ser, en todos los casos, de provisión
pontificia. Al final de la época de Aviñón, la gran mayoría de los beneficios estaban reservados
al Papa y sustraídos a las elecciones capitulares y también, en teoría, a la influencia de los
príncipes y patronos laicos.

La administración financiera se apoyó fuertemente en las tasas y exacciones fiscales,


necesarias para sostener los crecientes gastos que originaba la Corte pontificia, el Colegio de
cardenales y las grandiosas construcciones del nuevo palacio apostólico de Aviñón. En otros
tiempos, los Estados de la Iglesia constituían la principal fuente de recursos del Pontificado,
pero ahora esos territorios italianos se encontraban en la más completa anarquía y, lejos de
contribuir al sostenimiento de la Curia de Aviñón, exigían cuantiosos gastos para financiar la
acción militar y política destinada a restablecer en ellos la autoridad pontificia. El procedimiento
al que se recurrió fue la creación de nuevos impuestos gravando todos los actos en los que
tuviera alguna intervención la Curia papal. El sistema financiero aviñonés consiguió incrementar
en gran medida los ingresos de la Curia papal, pero causó al mismo tiempo un grave deterioro
en el prestigio del Pontificado. En efecto, consecuencia de todo ello fue la extensión de una
imagen ingrata de los Papas y de la Curia que perjudicó su autoridad espiritual y fomentó un
espíritu de crítica hostilidad hacia el Pontificado.

La ciudad de Aviñón, donde los Papas permanecieron tantos años, nunca fue considerada
como definitiva residencia pontificia. El Papa seguía siendo obispo de Roma y todos los
pontífices de este periodo proclamaron su intención de volver algún día a Roma cuando las
circunstancias lo permitiesen. Uno de los factores que contribuyó a preparar el retorno a Roma
fue la pacificación lograda en los Estados pontificios por la acción del cardenal Gil de Albornoz
(1310-1367), quien logró sofocar en Roma la revuelta de Cola di Rienzo (1313-1354)
restableciendo el gobierno pontificio y seguidamente, en el curso de varias campañas que
tuvieron lugar entre los años 1351 y 1367, logró recuperar prácticamente la totalidad de los
Estados de la Iglesia. Otro factor decisivo para el regreso, fue la intervención de Santa Brígida
de Suecia (1303-1373) y Santa Catalina de Siena (1347-1380), cuyos escritos y
exhortaciones contribuyeron quizá decisivamente al retorno de los Papas a Roma.

En 1367, después de sesenta y dos años de ausencia, Urbano V (1362-1370) regresó a Roma
y se estableció en el Vaticano a causa del deterioro del palacio lateranense, aunque en 1370
decidió regresar a Aviñón a causa de los peligros y las dificultades, muriendo en el camino de
regreso. Su sucesor, Gregorio XI (1370-1378) ayudado por las exhortaciones de Santa
Catalina de Siena, decidió abandonar definitivamente Aviñón y entró en Roma a principios de
1377 muriendo en marzo del año siguiente.

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