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LA LITERATURA CRISTIANA ANTIGUA: exceptuando la

literatura canónica.

Hablamos de literatura cristiana antigua cuando nos referimos a escritos cristianos que no
forman parte del canon de la Sagrada Escritura o de las primeras formulaciones de los
Símbolos de la fe.

a. Padres Apostólicos: la literatura cristiana propiamente dicha se inicia con los llamados
Padres Apostólicos1, un grupo de obras de autores de lengua griega escritas entre los siglos I
y II que aportan un testimonio de primera mano sobre la doctrina y la vida de la primitiva
Iglesia y que consta o se supone que conocieron y trataron con alguno de los Apóstoles. La
Didaché2, es el texto más antiguo de disciplina eclesiástica que se nos ha conservado.
Compuesto probablemente alrededor del año 70, contiene normas relativas a la vida cristiana
y preceptos litúrgicos. Le siguen escritos como la carta de Clemente romano a los corintios
de fines del siglo I, las cartas de San Ignacio de Antioquia3, de San Policarpo de Esmirna
y el relato de su martirio y El Pastor de Hermas4.

b. Apócrifos del Nuevo Testamento: otra categoría de textos antiguos son los llamados
Apócrifos del Nuevo Testamento5, donde se incluyen aquellos escritos que, desarrollando
temas análogos a los de los textos canónicos del NT., no fueron recibidos oficialmente en el
canon. San Lucas hace referencia al interés de muchos por escribir acerca de los
acontecimientos referidos por los Apóstoles en sus enseñanzas 6; Orígenes (185-254)
comentando este pasaje, mencionaba otros muchos escritos “compuestos por quienes se
lanzaron a escribir evangelios sin estar investidos por la gracia del Espíritu Santo” 7. A partir
del siglo IV8, la noción de apócrifo queda perfectamente delimitada. Los apócrifos del NT
suelen clasificarse en cuatro grupos: Evangelios, Hechos, Epístolas y Apocalipsis, siendo los
dos primeros los que contienen escritos más numerosos9. La mayor parte se conserva en su

1
El nombre de Padres Apostólicos se remonta al patrólogo Jean-Baptiste Cotelier y a la publicación de la primera edición
en 1672, por considerar que los autores conocieron o se supuso un tiempo que conocieron y trataron con los Apóstoles.
2
Cuyo título completo es Doctrina del Señor a las naciones por medio de los doce Apóstoles.
3
Escritas a distintas iglesias de Asia durante su viaje hacia el martirio en Roma, más otra dirigida al obispo de Esmirna,
San Policarpo.
4
Hermas describe las revelaciones recibidas a través de dos personajes celestiales, uno de ellos un ángel bajo
apariencia de pastor. La obra presenta un interés especial para conocer el pensamiento de la Iglesia de Roma del siglo II
sobre la cuestión penitencial.
5
La palabra “apócrifo” (del griego άπόκρυφος = “cosa oculta, escondida”) usada antiguamente para designar los libros de
los adeptos a cultos iniciáticos secretos, pasó a designar cualquier libro de origen dudoso o desconocido, conteniente
doctrinas heterodoxas, bajo la supuesta autoría de autores irreprochables. Actualmente está íntimamente ligada con el
concepto de canon de las Sagradas Escrituras.
6
Lc.1,1: “Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como
nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por
eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti,
excelentísimo Teófilo, un relato ordenado”.
7
Hom. In Lc. II: PG 13,1801.
8
Una primera idea de NT. como unidad de escritos cristianos unida al AT., nace en el siglo II, sea por el dinamismo
propio de la Tradición, sea por contraposición al rechazo de Marción del Antiguo Testamento. El canon aparece en
proceso de fijación desde tiempos muy remotos, en documentos episcopales, sinodales e incluso papales, que
rechazaban los apócrifos y ofrecían una lista completa de los libros canónicos. A fines del siglo IV, con el Concilio de
Hipona (393) y de Cartago (397), la Iglesia de Occidente (en Oriente el proceso fue más lento, aunque ya San Atanasio
en el 367 enumera los 27 libros del Nuevo Testamento) dio un parecer definitivo sobre el canon de 27 libros
neotestamentarios, lista confirmada sucesivamente por el Concilio de Florencia en el 1442. En el siglo XVI, a raiz de la
reaparición de dudas por parte de los humanistas y seguidamente de Lutero que introdujo una distinción en los libros del
NT., atribuyendo a algunos un rol secundario, el llamado “canon en el canon”) el Concilio de Trento (1546) definió de
modo definitivo, el canon completo.
lengua original, generalmente el griego, y en varias traducciones latinas y orientales (coptas,
siríacas, etíopes, armenias, árabes y eslavas).

c. Literatura martirial: dentro de este género de escritos se pueden distinguir tres grupos:

 ACTAS DE MARTIRIO DOCUMENOTS OFICIALES DEL IMPERIO : protocolos del


proceso judicial ante los magistrados romanos; breves y concisos, no contienen más
que las preguntas dirigidas a los mártires por las autoridades, sus respuestas tal
como las anotaban los notarios o escribientes del tribunal, y las sentencias dictadas.
Estos documentos se conservaban en los archivos públicos, y algunas veces los
cristianos lograban obtener copias. Son pocos los textos de esta categoría, pero
tienen a su favor la autenticidad10.
 PASIONES MARTIRIALES: en las que escritores cristianos contemporáneos o testigos
oculares, refieren (a veces dando una interpretación decididamente teológica) los
últimos días y muerte del mártir. Se exponen las circunstancias de la detención, la
estancia en la cárcel, descripción de las torturas, milagros, etc. Se añaden
reflexiones teológicas y espirituales11. Ej: martirio de Policarpo.
 LEYENDAS MARTIRIALES: sin estar exentas de un núcleo histórico, fueron
compuestas con fines de edificación mucho después del martirio. Suelen contener
elementos fantásticos y de imaginación; en otros casos se trata de simples novelas,
sin ningún fundamento histórico12; son el origen de la llamada literatura
hagiográfica. Nacieron a partir del siglo IV. Historia tipo novelada a los efectos de
edificación espiritual.

d. Literatura apologética: antes de la mitad del siglo II hizo su aparición un nuevo género
de escritos, cuya finalidad era principalmente la defensa de la fe y de la Iglesia, germen de
la reflexión teológica, inicio de la ciencia teológica, frente a aquellos que en cualquier modo
le hacían oposición, y su metodología la argumentación polémica. Se trata de la “literatura
apologética” que reúne a un grupo de escritores, casi todos de lengua griega, que escribieron
a determinados destinatarios13, obras cuya temática hacía referencia por lo general a
acusaciones injustas contra los cristianos o a aspectos de la fe y la vida cristiana que venían
puestos en discusión o contaminados con doctrinas erróneas.

La primera apología data del reinado de Adriano (117-138). Según Eusebio, le fue
presentada con ocasión de su estancia en Atenas (124/25) por Cuadrato. De ella solo

9
A modo de ejemplo podemos mencionar: “Evangelios”: de Pedro, de los Hebreos, del Pseudo-Mateo, del Pseudo-
Tomás, etc.; “Hechos”: de Pedro, de Pablo, etc. “Epístolas”: Carta de Pilato, Carta del domingo; “Apocalipsis”: de Pedro,
de Esteban, de Tomás, de Juan, etc.
10
Los martirios solían seguir a un juicio celebrado según las normas procesales del derecho romano; los taquígrafos o
notarios públicos tomaban nota por escrito de los interrogatorios y las sentencias. Las actas se archivaban en los
archivos públicos. A este grupo pertenecen las Actas de San Justino y compañeros (165), las Actas de los mártires
escilitanos (180) y las Actas proconsulares de San Cipriano de Cartago (258).
11
La más famosa es la que narra el martirio de San Policarpo de Esmirna (c.155/60) ; también se incluyen en este grupo,
el relato de los Mártires de Lyon (c.177) y la Pasión de Perpetua y Felicidad (c.202).
12
A este grupo pertenecen las actas de los mártires romanos Santa Inés, Santa Cecilia, San Lorenzo, Cosme y Damiám,
etc. El que estas actas no sean auténticas no supone afirmar que estos mártires no hayan existido, sino solamente que
no se pueden usar como fuentes históricas.
13
Generalmente a los emperadores y autoridades romanas, a personajes que desfiguraban la verdadera fe con sus
doctrinas, o a los paganos en general.
conservamos un fragmento citado por Eusebio14. La segunda es la de Arístides de Atenas,
que Eusebio coloca también durante el reinado de Adriano hacia la mitad del siglo II15

El más conocido entre estos autores es San Justino (c.100-c.165), que escribió bajo el
reinado de los emperadores Antonino Pío (138-161) y Marco Aurelio (161-180). De su obra
se nos ha conservado tan sólo una pequeña parte16. Conocemos dos Apologías (I y II),
dedicadas a Antonino Pío, escritas en Roma entre 148 y 161 que Eusebio cita. El Diálogo
con Trifón, posterior a las apologías, es la más antigua apología contra los judíos que
conocemos. Se trata de la recensión de un diálogo o disputa en 142 capítulos, con un judío
llamado Trifón (probablemente rabino) sostenida en Éfeso entre los años 132 y 135 y
dedicada a un tal Marco Pompeyo.

Tenemos otro grupo de obras relacionado con la persecución de Marco Aurelio (161-180)
ocurrida entre el 176-180. Melitón de Sardes dirige una apología al emperador en la que
hace alusión a nuevos edictos contra los cristianos de los que no tenemos noticia. Eusebio nos
ha conservado algunos fragmentos de esta Apología. Eusebio menciona también la Apología
de Apolinar de Hierápolis, que bien pudo haber sido presentada a Marco Aurelio en la
misma época y circunstancias. Por la misma época, entre 177-180, Atenágoras presenta en
Atenas su Súplica en favor de los cristianos a Marco Aurelio y a Cómodo (177-192), a quién
el emperador acaba de asociar y que le sucederá en el 180.
La Epístola a Diogneto es una apología en forma epistolar dirigida por un autor cristiano
desconocido17 del siglo II a un pagano ilustre de nombre Diogneto, que le había rogado lo
ilustrase sobre su religión.

Todos los apologistas mencionados escribieron en griego, pero también tenemos apologías
escritas en latín, como el Octavio de Minucio Félix, el único escrito de este género escrito en
Roma del que tenemos noticia. El diálogo se ambienta en la playa de Ostia y los
interlocutores son tres amigos - Octavio, cristiano; Cecilio, un pagano y el autor – que
disputan sobre filosofía y religión. Octavio con argumentaciones filosóficas hace la defensa
(apología) del cristianismo, intentando demostrar que el escepticismo en materia religiosa es
contrario a la razón.

Otro apologista latino es Tertuliano (c.155-c.230) autor del Apologéticum, la obra


probablemente más importante entre todas las apologías. En ella Tertuliano despliega toda su
habilidad argumentativa como abogado frente a los gobernadores de las provincias romanas,
denunciando las injusticias de que eran víctimas los cristianos.

TEXTOS PARA LEER LA HISTORIA

14
“Después de regir Trajano el Imperio diecinueve años completos y seis meses, le sucedió en el mando Elio Adriano. A
este entregó Cuadrato un tratado que le había dirigido: una Apología compuesta en defensa de nuestra religión, ya que,
efectivamente, algunos hombres malvados trataban de molestar a los nuestros. Todavía hoy se conserva entre muchos
de nuestros hermanos; también nosotros poseemos la obra. En ella podemos ver claras pruebas de la inteligencia y de la
rectitud apostólica de este hombre” - H.E., Libro IV, 3,2.; a continuación, transcribe el fragmento que se puede leer en el
anexo de textos de esta Unidad.
15
Algunos comentarios se refieren a esta apología como la más antigua cuyo texto completo nos haya llegado. En
realidad, el texto al que se hace referencia fue hallado a fines del siglo XIX y se trata de un texto en armenio del siglo V,
pero que algunos estudiosos no creen se trate de aquel al que hace referencia Eusebio.
16
Eusebio hace una enumeración de sus obras hoy perdidas, que pudo haber conocido en la biblioteca de Cesarea.
17
APOLOGÍA de CUADRATO - (fragmento – c. 125 d.C.)

“Más las obras de nuestro Salvador estaban siempre presentes, porque eran verdaderas: los que
habían sido curados, los resucitados de entre los muertos, los cuales no solamente fueron vistos
en el instante de ser curados y de resucitar, sino que también estuvieron siempre presentes, y no
sólo mientras vivió el Salvador, sino también después de morir Él, todos vivieron tiempo
suficiente de manera que algunos de ellos incluso han llegado hasta nuestros tiempos”.

Eusebio de Cesarea, H.E. IV, 3,2

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ATENÁGORAS
“LEGACIÓN EN FAVOR DE LOS CRISTIANOS”
(Segunda mitad s. II – 177/80)

A los emperadores Marco Aurelio Antonino (161-180) y Lucio Aurelio Cómodo (180-192),
vencedores de los Armenios y de los Sármatas y, lo que es máximo título, filósofos.

II. Llamado a la justicia y a la imparcialidad; el nombre de cristiano

1. Si alguno es capaz de convencernos de haber cometido una injusticia pequeña o grande, no


rehuimos el castigo, antes pedimos se nos aplique el que hubiere de más áspero y cruel; pero si
nuestra acusación no pasa del nombre, y por lo menos hasta el día de hoy lo que sobre nosotros
propalan no es sino vulgar y estúpido rumor de las gentes, y ningún cristiano se ha demostrado haya
cometido un crimen, asunto de ustedes es ya, como príncipes máximos, humanísimos y amiguísimos
del saber, rechazar de nosotros por ley la calumnia, a fin de que como toda la tierra, individuos y
ciudades, goza del beneficio de ustedes, también nosotros les podamos dar las gracias,
glorificándolos por haber dejado de ser calumniados.

2. En efecto, no dice con su justicia que, cuando se acusa a otros, no se los condena antes de ser
convictos; en nosotros, empero, puede más el nombre que las pruebas del juicio, pues los jueces no
tratan de averiguar si el acusado cometió crimen alguno, sino que se insolentan, como si fuera un
crimen, contra el solo nombre. Ahora bien, un nombre, en sí y por sí, no puede considerarse ni bueno
ni malo; sino que parece bueno o malo según sean buenas o malas las acciones que se le supongan.

3. Ustedes saben esto mejor que nadie, como formados que están en la filosofía y en toda cultura. Por
eso, incluso los que son juzgados delante de ustedes, aunque se los acuse de los mayores crímenes,
están confiados, y, sabiendo que ustedes examinan su vida y no atacan sus nombres, si son vacíos, ni
atienden a las acusaciones, si son falsas, con el mismo ánimo reciben la sentencia absolutoria que la
condenatoria.
4. Pues también nosotros reclamamos el derecho común, es decir, que no se nos aborrezca y castigue
porque nos llamemos cristianos -¿qué tiene que ver, en definitiva, el nombre con la maldad?-, sino
que cada uno sea juzgado por lo que se le acusa, y se nos absuelva, si deshacemos las acusaciones; o
se nos castigue, si somos convictos de maldad; que no se nos juzgue, en fin, por el nombre, sino por
el delito, pues ningún cristiano es malo, si no es que fingidamente profesa la fe.

IV. Lo absurdo de la acusación de ateísmo; los cristianos confiesan a un solo Dios

1. Ahora bien, que no seamos ateos -voy a entrar en la refutación de cada una de las acusaciones-,
mucho me temo que no sea hasta ridículo refutar tal cargo. A Diágoras, sí, le reprochaban con razón
los atenienses su ateísmo. Pues no sólo exponía públicamente la doctrina órfica y divulgaba los
misterios de Eleusis y de los Cabiros, y hacía pedazos la estatua de madera de Heracles para hacer
cocer las astillas, sino que abiertamente afirmaba que dios no existe en absoluto; pero a nosotros, que
distinguimos a Dios de la materia y demostramos que una cosa es Dios y otra la materia, y que la
diferencia entre uno y otra es inmensa -porque la divinidad es increada, eterna, accesible sólo a la
inteligencia y la razón, mientras que la materia es creada y corruptible-, ¿no es absurdo darnos el
nombre de ateos?

2. Si, en efecto, pensáramos como Diágoras, teniendo tantos argumentos para venerar a Dios: el
perfecto orden del mundo, su perpetua armonía, su grandeza, color, forma y disposición, entonces sí
tendríamos con razón reputación de impíos y habría motivos para perseguirnos; pero nuestra doctrina
admite a un solo Dios, creador de todo este universo, y Ése no ha sido creado -pues no se crea lo que
es, sino lo que no es-, sino creador Él de todas las cosas por medio del Verbo que de Él viene; y, por
tanto, ambas cosas padecemos sin razón, la calumnia y la persecución.

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