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N° 169 | LECTURAS | 7 de diciembre de 2005

Dos textos de Ema Wolf


Coincidiendo con la participación de Ema Wolf como invitada en el Foro de Imaginaria y
EducaRed, publicamos dos textos cedidos gentilmente por la autora. En el primero —
preparado para Fundalectura, en ocasión del 27° Congreso Mundial de IBBY— reflexiona
sobre los textos y sus destinatarios. El segundo de los artículos nos ofrece la visión
particular de una escritora sobre las visitas que realiza a las escuelas para charlar con los
pequeños lectores, y corresponde a un fragmento de la conferencia que pronunció en el
Seminario Internacional "La lectura, de lo íntimo a lo público", realizado durante la XXIV
Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (FILIJ) de México, D.F.

Textos para todos


Durante un viaje en auto el escritor Tobias Wolff decidió
hacer escuchar a sus hijos la Novena Sinfonía de
Beethoven, seguro de que no tardarían en pedirle que
sacara "eso" del pasadiscos. Pero era su aporte a la
educación estética de los niños y estaba dispuesto a
defenderlo. Contra sus previsiones, la escucharon en
silencio y al cabo de un rato dijeron cosas como: "¿Qué
es esto? Está bueno. Sí, de verdad está muy bueno".
T.W. recordó que veinte años atrás escuchar al
ampuloso Beethoven era, entre los intelectuales a la
moda, casi descalificante. Él siguió escuchándolo, sin
Ilustración de Elena Torres para el
embargo, aunque sin poder evitar las dudas: ¿por qué le
libroCuentos y cantos
gustaba?, ¿porque Beethoven era "el Más" o porque era
fácil?, ¿qué hacía él enrolado en la estética romántica, siempre sospechada de
sentimental?, ¿no tendría él acaso gustos demasiado elementales ya que cualquiera podía
disfrutar de esas sinfonías?
Pero ahora que sus hijos reparaban en esa pieza con un placer sincero y sin
complicaciones, despojados de prejuicios y reverencia, sintió que la pureza del placer que
ellos sentían reforzaba el suyo, volvía a legitimarlo y lo instaba a abandonar toda
justificación, a escuchar otra vez sin interferencias culposas.
Leí la anécdota de T.W. mientras estaba atrapada en otra lectura: un libro sobre duendes y
elfos, que no me obligó a remitirme a mi infancia, y que tampoco siento la obligación de
compartir con los niños. Vinculé las dos cosas.
Tenemos textos para grandes que nadie acercaría a un niño; textos para niños que un
grande no se atrevería a disfrutar; textos que, oh sorpresa, son para todos; textos que, oh
desconcierto, no se sabe para quiénes son. Somos receptores prediagramados, puestos
en cajas, por lo tanto con una visión de mezquino alcance, con trabas para acceder y
complicaciones para compartir, condicionados por un terrible malentendido acerca de la
madurez; tan arrogantes, tan poco dispuestos a entender que un niño puede disfrutar de
las cosas que nos gustan y nosotros de las que le gustan a él, tan incapaces de sospechar
que el libro que le estamos acercando quizás no esté a la altura de su inteligencia sino
apenas de la nuestra, tan miopes como para no reparar en que las cosas sublimes y las
deplorables lo son por igual para las personas que nacieron hace mucho o poco.
Me pregunto cómo sería limpiar el terreno de hojarasca, suprimir las marcas que dividen lo
grande y lo pequeño, leer y escuchar sin ninguna prevención, por afuera de cualquier caja,
permitir que el interés circule libremente, sin reverencia y sin prejuicios, considerar
territorio común a todos los textos y las piezas musicales, recuperar la mirada del que
acaba de desembarcar en una isla desconocida, estar abierto a lo indescriptible, explorar,
mostrar, dejar que nos muestren, mirar al rey y descubrirlo desnudo.
Texto elaborado por Ema Wolf para Fundalectura, en ocasión del 27° Congreso Mundial
de IBBY (Cartagena de Indias, Colombia, 18 al 22 de septiembre de 2000).

Una escritora de visita en la escuela:


"Perdón, ¿nos conocemos de algún
libro?"
Me invitan a la escuela por lo que escribí, pero a la vez
represento a una especie. Y la especie escritor es vista a
tal punto como rara, que un nene quiere saber si me
peleo con mi marido o si me gusta pagar las facturas de
la luz para poder asirme, bajarme del lugar en el que me
han puesto las circunstancias. Mi otro yo, más escéptico,
irrumpe para preguntarme si conocer a los autores de mi
infancia habría estimulado mi gusto por la lectura. Tengo
dudas; además algunos debían ser sujetos mucho
menos adorables que sus libros. En cualquier caso, no
será nuestra presencia la que contribuirá a que se Ilustración de Jorge Sanzol para el
interesen por los libros sino las expectativas que hayan libroMaruja
traído al encuentro y cómo las procesen. Probablemente
el chico que ya tenga el hábito de leer no nos necesite. Sí es seguro que sirve para
mostrarles el oficio como más accesible, lo que implicaría, de nuevo, tener que acercárselo
desde una mirada positiva. Pero nadie desea algo que carece de misterio, y si la escritura,
como la lectura, no tuvieran misterio, a nadie le importarían. La ironía desmitificadora
de Gianni Rodari —traten de comprar un kilo de jamón con mi autógrafo y verán qué les
contesta el vendedor— tiene su gracia brutal, y su razón, en respuesta a la mirada exitista
sobre la profesión. Pero tal vez no sea eso lo que los chicos esperan, sino que les
permitan conservar algo de la belleza del mito, "la creencia, como necesaria para la
práctica", como leí en un artículo de Jean Marie Privat. Por otro lado, a menudo, a los
chicos les presentan a los autores como magos irrepetibles, como si el autor mismo fuera
una composición literaria, y una aspira a contrarrestar esa imagen aportando una dosis de
normalidad. El día inolvidable en que volví a mi escuela primaria como autora y dos chicos
habían representado mi visita con el dibujo de un tintero y una pluma de ganso, pensé que
algo había que hacer al respecto.
¿Cómo atender tantas cuestiones en un único encuentro, tan breve?
Hasta que me di cuenta de que les interesaba que les hablara del trabajo; me refieron al
trabajo de escribir, a la tarea menuda. Y me alegra haber encontrado esa veta.
Dado que ellos componen textos, o los hacen componer textos, en clase o en concursos,
trato de hacerles ver que un autor también compone —el músico, el escultor también
componen—, y que las dificultades, en sustancia, no son tan distintas: siempre se trata de
maniobrar con esa materia prima, y herramienta a la vez, tan escurridiza que es el idioma.
Entonces les comento cuánto se hacen esperar las ideas a veces; cómo algunas no llegan
a desarrollarse nunca y quedan en eso, en ideas; la cantidad de información que
demandan algunas historias, al punto que a veces tengo que recurrir a los libros de
escuela de mis hijos para obtenerla; la cantidad de gente que molesto buscando esa
información y las situaciones a veces grotescas que eso genera y que yo disfruto con total
conciencia; los fascículos, el diccionario de sinónimos, la enciclopedia de mi abuela, los
recortes y dibujos que hacen como una guardia de cuerpo alrededor; los modestos y
extravagantes documentos que me proveen de nombres para los personajes... No les
cuento lo que conseguí, que por otra parte está a la vista y en ese caso me volvería una
tonta redundante, sino los problemas, el movimiento de los hilos tras la pequeña
maquinaria, y mejor con relación a un libro en particular, no en general. Cosas del tipo: por
qué en tal historia hago caer nieve sobre la localidad de Acassuso, que es como hacer
nevar sobre Méjico D.F; o en tal historia no pude avanzar hasta que apareció el conflicto,
que era éste y entonces puso la historia en movimiento; o tal idea era buena porque venía
con el motor incorporado; o que a veces se avanza hasta un punto del laberinto y una
encuentra el camino bloqueado y qué difícil es retroceder después; o tal libro lo empecé
por el final y tal otro por el medio; si lo primero fue el título o el texto; sobre todo mostrarles
que hay una lógica hasta en el cuento más absurdo. Si el texto es un mueble, no les doy el
plano para que lo estudien, sino que les explico qué tuve que hacer para que la pata de
adelante no me quedara más corta que la de atrás.
Descubrí que estas cosas son en sí mismas sorprendentes y misteriosas; me refiero a que
alguien ponga tanto empeño en hacer algo sin utilidad comprobada, que es capaz de
inventarse un problema que a lo mejor, pobre, no será capaz de resolver. El trabajo, de por
sí, es tan bizarro y entretenido, que logra interesar seriamente a sus cabezas. Otra vez, "la
creencia necesaria para la práctica". De este modo ven también que la imaginación
encuentra su camino en operaciones sencillas, que el proceso de algún modo se puede
describir, por lo tanto está al alcance de ellos y de muchos otros. Y perciben muy bien, sin
que el asunto pierda nada de su atractivo, que todas esas operaciones, funcionales, están
más cerca de la verdad que la pluma de ganso y los magos irrepetibles.
Creo que es lo más productivo y lo más atractivo de todo lo que puedo dejarles, que a la
vez también reacomoda, quizás, algunas de las cuestiones que veíamos antes; y sobre
todo aparece la idea de que la disciplina también puede estar asociada a una tarea
placentera. Es curioso que me sienta más segura mostrándoles los procedimientos, que
siempre son vacilantes, que los resultados...
Éste es el único punto sobre el que no tengo confusión. Además, otras personas, otros
mediadores, podrán darles otras cosas, pero éstas sólo se las puede dar alguien que hace
regularmente el esfuerzo de escribir.
Fragmento de la conferencia "Confusiones de una autora ante sus lectores", pronunciada
el 21 de noviembre de 2004 en México, D.F., en el Seminario Internacional "La lectura, de
lo íntimo a lo público", realizado durante la XXIV Feria Internacional del Libro Infantil y
Juvenil (FILIJ).
N° 169 | DESTACADOS | 7 de diciembre de 2005
Una selección temática de contenidos aparecidos en números anteriores.
Ema Wolf en Imaginaria
"A los libros de aventuras les debo mi condición de
lectora. No hay otros responsables de que hoy yo siga
leyendo. Gozosa e implacablemente." Ema Wolf en el
artículo "Literatura y oxígeno".
Con motivo de la visita de Ema Wolf al Foro
deImaginaria y EducaRed, realizamos una actualización
completa de su informe publicado en la sección "Autores"
y reunimos en esta entrega de "Destacados" todos los
artículos y textos de la escritora publicados en Imaginaria.
Roberto Sotelo

Informe de autora
Presentamos un extenso informe sobre Ema Wolf que incluye sus datos biográficos, un
completo listado bibliográfico, sus libros y cuentos traducidos a otros idiomas, y el detalle
de todas las distinciones y premios obtenidos a lo largo de su trayectoria profesional.

Ficciones
Dos cuentos del Libro de los prodigios. "Hay unos pocos tigres en el mundo que tienen
la cabeza escrita. Las rayas que les cruzan la frente, como pinceladas negras, se
relacionan con los caracteres de la escritura china, de modo que la cabeza del tigre puede
leerse. Algo dice en el tigre..." Presentamos "Los tigres escritos" e"Islas", dos relatos
que pertenecen al Libro de los prodigios, de Ema Wolf.

Lecturas
Literatura y oxígeno. Ema Wolf reflexiona sobre los libros de aventura en este artículo
extraído de la revista Contratapa.
La nave de los brujos. "La leyenda es un relato localizado en el
tiempo y en el espacio. A diferencia del cuento popular, que ocurre
en un lugar y época que no hace falta precisar y que además es
una ficción neta, pura, la leyenda muerde en la historia." Esta es
una de las muchas definiciones que la autora argentina deslizó en
una ponencia en la que explicaba el trabajo de búsqueda,
recopilación y recreación realizado para elaborar el libro La nave
de los brujos y otras leyendas de mar, que editó Sudamericana en
la colección Cuentamérica. El artículo está ilustrado por Douglas
Wright.
Textos para todos. En este artículo preparado para Fundalectura, en ocasión del27°
Congreso Mundial de IBBY, Ema Wolf reflexiona sobre los textos y sus destinatarios.
Una escritora de visita en la escuela: "Perdón, ¿nos conocemos de
algún libro?" La autora nos ofrece la visión particular de una escritora
sobre las visitas que realiza a las escuelas para charlar con los pequeños
lectores.
Eventos
Ema Wolf obtiene el Premio Nacional de Literatura Infantil. Organizado por la
Secretaría de Cultura de la Nación y correspondiente a la producción 1994/1997, este
Premio le fue entregado en el año 2000 por su obra Historias a Fernández.
Las escritoras Graciela Montes y Ema Wolf ganaron el VIII
Premio Alfaguara de Novela 2005. Por su obra El turno del
escriba, Graciela Montes y Ema Wolf ganaron el Premio Alfaguara
de Novela 2005.

Reseñas de libros
Filotea (Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2001). "Personalidad propia:
eso es lo que tienen los personajes del conjunto de cuentos Filotea de
Ema Wolf. Una indecisa hoja otoñal con miedo de cumplir su destino de
caída libre: la Filotea del título. Unas arvejas fiesteras, que se rebelan a
terminar en el guiso minuciosamente calculado de Etelvina con una noche
de juerga. Un pichón de ilustrador, Fito, interpelado por su elefante
dibujado que quiere salirse de los lugares comunes en los dibujos que lo
incluyen..." (Reseñado por Cecilia Bajour.)
Historias a Fernández (Buenos Aires, Sudamericana, 1994). Con esta
novela cargada de cuentos en su interior, la autora obtuvo el Primer
Premio Nacional de Literatura Infantil (Argentina). La protagonista,
moderna Sherezada, debe contarle cuentos a un gato dormilón para
mantenerlo despierto. Un libro imperdible que no hace sino agregar una
estrella más a su brillante producción. (Reseñado por Roberto Sotelo.)
Además, en el artículo "La vida o el sueño. Reflexiones sobre la relación
entre el autor y el lector infantil en el libro Historias a Fernández de Ema
Wolf", la crítica Cecilia Bajour comenta: "En la literatura infantil escrita, que tiene un anclaje
histórico en la literatura oral, la preocupación por la atención del receptor contribuyó a
crear huellas en el discurso que recuerdan la relación contador-auditorio. Relación de
preocupación, de atracción, de búsqueda de un delicado equilibrio entre el control y la
libertad en el caso de las obras literarias infantiles con verdadero valor estético."
Nabuco, etc. (Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1998). "Nabuco es la
historia de un perro pequeño, diminuto para ser exactos. Y el ‘etc.’ del
título es un largo etcétera que corresponde a los doce cuentos que le
siguen a Nabuco en este libro desopilante." (Reseñado por Roberto
Sotelo.)
Pollos de campo (Buenos Aires, Editorial Alfaguara,
1997). "Un grupo de artistas de circo, personajes en el
más literal de los sentidos: la Gran Rita (...); Mimí la
Elástica, contorsionista; el Mago Jesús y el Oso ciclista,
este último portador de la doble condición de hombre y
bestia, han perdido el circo en el cual trabajan. ¿El motivo? Haber salido
del cine (luego de ver Blade Runner tres veces seguidas) cinco horas más
tarde de lo previsto el día en el que el Circo Augustus
abandonaba esa localidad rumbo a... ese era el problema,
ellos no lo recordaban." (Reseñado por Marcela Carranza.)
Libro de los prodigios (Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2003). En
esta obra, la autora "parodia el repertorio de narraciones que solían
escribirse en la alta Edad Media: colecciones de exempla y de sententiae, que traducidas o
imitadas del árabe, tuvieron gran difusión en el siglo XIII y fueron recogidas luego por Don
Juan Manuel. No obstante, en el libro de Ema Wolf, más allá de la forma, no existe
ninguna intención didáctica ni moralizante." (Reseñado por Claudia Sánchez.)

Dos yapas
Graciela Montes recomienda un libro de Ema Wolf. En el artículo "Qué
leer para entretener a niños inquietos o aburridos", Graciela Montes
recomienda cinco obras "infalibles" para terminar con el "Ma, me aburro",
entre ellos, Los imposibles de Ema Wolf.
Escritores argentinos opinan sobre Harry Potter. Ana María Shua,
Eduardo Gudiño Kiefer, Santiago Kovadlof, Graciela Cabal, Beatriz Ferro y
Ema Wolf, con distintos enfoques, comentaron el fenómeno Harry
Potter en artículos publicados por los diarios La Nación y Página/12,
ambos de Buenos Aires (y que están disponibles en las respectivas
versiones online).
N° 9 | AUTORES / LECTURAS | 6 de octubre de 1999

Ema Wolf
• Datos biográficos
• Bibliografía
• Libros y cuentos traducidos a otros idiomas
• Premios
• "Literatura y oxígeno", artículo por Ema Wolf

Literatura y oxígeno
por Ema Wolf
Artículo extraído, con autorización de los editores, de Contratapa, revista de literatura
infantil y juvenil, N° 8. Buenos Aires, 2do. semestre de 1997.
A los libros de aventuras les debo mi condición de lectora. No hay otros responsables de
que hoy yo siga leyendo. Gozosa e implacablemente.
Tengo esta imagen: haberme aferrado a los faldones o a las botas de uno de esos libros,
que circulaba veloz en dirección a un archipiélago, y no haber regresado jamás del todo.
Casi con seguridad lo había escrito Salgari. Puede decirse que fui raptada
voluntariamente.
Viví entre ellos, desaliñada y feliz, muchos años. En el lugar donde esos libros habitan no
se usan los peines. Las mujeres entregan una perla a cambio de un caballo y los hombres
escupen por el hueco del colmillo. Algo acecha.
Los libros de aventuras representaron para mí todo lo precioso del afuera. Es decir, lo
distante en el espacio y en el tiempo: Argel, 1895; Cartago, s. II (a.C.); la Luna, 2021 (d.C.)
¿Qué puede haber más fascinante que estar parada en el cruce de esas coordenadas,
atenta a los acontecimientos? Eran toda la historia y toda la geografía. Inexactas y
fantásticas, es cierto, ¿Pero a quién le importan el rigor y el verismo a los diez años? A esa
edad no pensaba que la literatura podía cambiar el mundo, me estaba cambiando a mí y
era suficiente, yo la dejaba hacer. El territorio conocido se expandía en todas las
direcciones a saltos de gigante. Estaba segura de poder abarcarlo todo en un plazo breve.
Y lo hice. Hoy no hay lugar ni época que no haya visitado antes, de algún modo. No
necesito ir a Bombay para corroborar que existe un fakir al que le brota una planta de la
palma de la mano.
Mi vocación por el afuera era tan radical entonces, que abarcaba a la misma infancia. No
me interesaban los libros donde intervinieran niños o niñas, a menos que enfrentaran
situaciones de auténtico riesgo, como Jim Hawkins o los hijos adolescentes del
desdichado capitán Grant. Los niños circulaban de la mano de adultos más diestros y
atrevidos, por lo tanto más interesantes. Heidi era apenas tolerable porque brincaba y olía
como una cabra; no así su amiga, la falsa lisiada. Los huérfanos de Louise Alcott,
educados por sus tutores bajo la campana de queso, me irritaban. Esos niños puritanos
del asilo de Plumfield, capaces de pedir perdón por haber dicho una mentirijilla, nunca
tendrían valor para rajarle la panza a un tigre. Mis heroínas no morían en la cama, como
Beth March. Al menos no sin haber hecho antes algo grande. Primero se escapaban con
su amante y después morían sin inspirar lástima.
Y por sobre todas las cosas, en aquellos libros estaba el mar.
Si alguien me hubiera dicho entonces que eran libros de evasión, no lo habría entendido.
Eran libros de conocimiento. Indispensables libros de conocimiento. Manuales para
asomarse por primera vez al mundo. De cómo sacar el hocico afuera para entender un pco
más el adentro. Además tenían códigos purísimos. El amor, la fraternidad, el coraje, la
lealtad sin límites estaban allí. Todo aquello que después se relativizó estaba allí, intacto.
Los mejores ejemplos. Nada de alcahuetes. Cada mujer y cada hombre a la altura de los
acontecimientos. Incluidos los villanos. También yo, lectora, preparada para intervenir en
caso de necesidad.
En los libros de aventuras estaban también las palabras más hermosas. El repertorio de la
marinería, del desierto, del tocador de las damas francesas, de la jungla, de los ladrones
de caminos. Vapuleado por las malas traducciones, pero altivo y sonante. Nadie había
expurgado esas páginas de palabras difíciles. Estaban todas al alcance de la mano, como
pequeñas cajas cerradas, secretas y valiosas. No necesitábamos diccionarios: las
atrapábamos en su propia guarida.
Varias veces intenté agasajar a aquellos libros míos con otros libros escritos por mí. Para
que sepan cuánto les debo.
Pero además creo no haberlos traicionado. Nunca dejé de estar entre ellos. Una parte
importante de mí quedó allá tras el rapto. A veces pienso que toda la evolución de mi gusto
lector se reduce a haber cambiado a Salgari por Conrad. Y hay más: mi predilección por
las historias de espacios abiertos, los cuentos con naturaleza, Quiroga y Dávalos, el Conti
de "Sudeste" y "Mascaró", los bestiarios, las crónicas de exploraciones auténticas como
"Kon-Tiki" o los viajes de Cook, tanto como mi cortés resistencia a la novela psicológica, el
monólogo interior y el objetivismo, son secuelas indelebles de mi paso por la tierra de la
aventura. ¡Se respira tan bien sobre el puente del "Pequod"!" Soy una lectora
claustrofóbica.
N° 109 | FICCIONES | 20 de agosto de 2003

Dos cuentos del Libro de los prodigios, de Ema Wolf


"Islas" y "Los tigres escritos" pertenecen a la obra Libro de los
prodigios, de Ema Wolf (Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2003.
Colección Torre de Papel, serie Torre Amarilla), de donde los hemos
tomado con autorización de los editores. La ilustración de la tapa del libro
es de Matías Trillo. Imaginaria agradece a Antonio Santa Ana, del Grupo
Editorial Norma, las facilidades proporcionadas para la reproducción de
estos textos.
Ema Wolf es argentina. Publicó varios libros para niños y jóvenes. En el
año 2000 recibió el Primer Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil,
por su libro Historias a Fernández y fue candidata por Argentina al Premio
Hans Christian Andersen 2002. Un amplio informe sobre su trayectoria y su obra se puede
encontrar en la sección "Autores" de Imaginaria.

Islas
por Ema Wolf
—¡Qué maravilla, Porfirio! Desde que estoy aquí no puedo dejar de mirar esas islas. ¡Me
dan vuelta, le juro que me dan vuelta la cabeza! ¡Son increíbles! Vistas así, de lejos, con
ese poco de bruma, parecen tortugas gigantes. ¿Lo notó?
—Bueno, no sabría decirle, nunca las vi de esa manera.
—No se preocupe, es un comentario poético. Tómelo como eso, nada más, como un
comentario poético. Es algo que me sale a veces. Me nace, le juro que me nace, así, de
golpe, no puedo reprimirlo. Yo debo conservar todavía mis asombros de niña. Bien dicen
que los poetas son hombres que han conservado ojos de niño. ¿Usted nunca hace
comentarios poéticos? Confiese...
—Algunas veces sí, creo, no han de ser muchas.
—¡Anímese, hombre! ¡La humanidad entera sueña a través de sus poetas! Anímese con la
poesía, que es para todos. No hay un alma, por simple que sea, que no esté preparada
para la poesía. Piense en el cartero de Neruda. ¿Se acuerda de aquella película? ¡Tan
linda! Con ese muchacho bruto que, sin haber ido a la escuela, era capaz de entender la
belleza que emanaba de esos versos. Ponga un poco de imaginación, entonces, y va a ver
las islas como las veo yo, como galápagos fantásticos. Es muy triste que usted viva acá,
como vive desde que nació, frente al mar, y no sea capaz de observarlas de una manera
más... ¿Cómo le diría...? No sé si me entiende.
—Puede ser. La verdad, eso que usted dice me confunde. Desde que yo recuerdo...
—Está bien, está bien, déjelo así, no voy a insistir con el tema. Me doy cuenta de que a
veces hay que tener ojos de forastero para descubrir las cosas. Para el que las ve todos
los días son de lo más comunes, no tienen nada de maravilloso. ¿Conoce el proverbio
chino?: "Quien mira el cielo en el agua, ve peces en los árboles". Me parece que un poco
tiene que ver con esto que le estoy diciendo. Es como una magia, ¿me comprende? La
magia no es algo que esté en las cosas, sino que uno la lleva adentro y a veces..., a veces
sale para afuera.
—Por supuesto.
—Ahora ayúdeme a levantarme, Porfirio, y vamos para la casa, que nos están esperando.
Además refrescó y ya tengo hambre. Me parece que lo dejé pensando. ¿O me equivoco?
—No se equivoca, no. Sí que me dejó pensando. La ayudo.
Ella acomoda las piezas de su esqueleto y completa el difícil trámite de colocarse en
posición erguida. Él la asiste en la maniobra con delicadeza. Después la toma del brazo y
la guía por el empinado camino de la playa hacia el edificio de tejas.
Antes de entrar vuelve la vista atrás y alcanza a distinguir los caparazones inmensos
levantándose en medio del agua. Se abren paso a través de la superficie rasgándola con
dolor. Los pescuezos arrugados como rocas paleolíticas se estiran y obligan a las patas a
avanzar pesadamente mar adentro, una vez más, a la caída del sol, como desde el
principio de los tiempos. Al amanecer volverán de su monstruoso paseo.
Recuerda que su madre siempre decía que aquellas tortugas, vistas desde la playa,
parecían islas. Averiguará si también eso es poesía.

Los tigres escritos


por Ema Wolf
Hay unos pocos tigres en el mundo que tienen la cabeza escrita.
Las rayas que les cruzan la frente, como pinceladas negras, se relacionan con los
caracteres de la escritura china, de modo que la cabeza del tigre puede leerse. Algo dice
en el tigre.
No aparece con frecuencia un ejemplar de ésos, apenas uno en muchos años, cada vez
menos, ya que al haber menos tigres de todas clases también hay menos de los escritos.
En la antigua Mesopotamia se creía que los pájaros eran animales sagrados porque las
huellas que dejaban sobre la arcilla blanda les revelaban fragmentos del pensamiento de
los dioses. Algo parecido ocurría en China con estos tigres: se consideraban animales
dignos de veneración, portadores de un mensaje secreto del más alto valor, grave y
esencial.
El mensaje contenía el extracto de un conocimiento oculto de orden superior que abarcaba
lo terrenal y lo divino, pilar de todas las verdades, el mensaje de los mensajes, el perfecto.
El día en que fuera comprendido, nada iba a ser igual en el imperio. Siglos atrás, ya
algunos decían leer el futuro en las marcas de los caparazones de las tortugas, pero no
eran más que adivinos comunes ocupados en pronósticos domésticos de poco alcance,
como la caída de la lluvia o el éxito de la cosecha. La cabeza del tigre representaba mucho
más que eso.
Descifrarla era una tarea de dificultad extraordinaria.
Los emperadores la encomendaban a un puñado de sabios, de los pocos que entonces
podían aventurarse en los enigmáticos pasadizos de la escritura china, siempre
inabarcable y plagada de ambigüedades, contradictoria, perfectamente capaz de afirmar
algo y desmentirlo al mismo tiempo, de confundir al lector con triples y cuádruples
sentidos.
Mientras tanto, el tigre permanecía cautivo en una jaula regia viviendo a cuerpo de tigre en
uno de los pabellones del palacio. Cada mañana los sabios se instalaban al lado de la
jaula, consagraban su esfuerzo a Wen Chan, el dios de todo lo escrito y de los papeleros,
y pasaban el día entero mirando la cabeza del tigre. El tigre miraba a los sabios y
bostezaba.
Este ejercicio podía extenderse a lo largo de una vida entera, que podía ser la de los
sabios, la del emperador o la del tigre. Para cosas como ésta los chinos desconocen el
apuro.
El desciframiento del tigre era algo que debía ocurrir con seguridad alguna vez, pero era
una vez sin fecha. Antes de morir —es decir antes de atravesar las puertas del Divino
Jardín Celestial— desde su cama de jade —el jade es jabonoso— el emperador
preguntaba a los sabios si habían comprendido el mensaje. Le contestaban que no. Moría
satisfecho, sin embargo: eso sería considerado una prueba de que había sido paciente en
su reinado.
De modo que el ejercicio se extendía en el tiempo, pero no se completaba. De hecho,
nunca se supo que un tigre hubiera sido descifrado. Lo que de ninguna manera significaba
un fracaso sino apenas una demora, prueba excluyente de la enorme dificultad de la
misión.
El último emperador de la remota dinastía Sung tuvo su tigre escrito.
Se cuenta que una primavera marchó con un pequeño ejército a la provincia de Leao-tong
y que allí, precedido por el estrépito de cientos de trompetas y atabales, llevó a cabo una
cacería memorable en la que se mataron mil ciervos, cientos de osos y de jabalíes, y
noventa tigres comunes. En esa cacería la fortuna también premió al joven emperador con
un tigre escrito, que fue sorprendido en su guarida de cañas y conducido con mucho
cuidado al palacio.
Seis sabios se ocuparon de la lectura.
Los seis vivían largamente a cuerpo de sabio sin otra tarea que la de observar las famosas
rayas y pensar. Por la mañana observaban la cabeza del tigre desde todos los ángulos
posibles, aprovechando la luz más límpida. Trazaban pictogramas en tinta sobre papel de
arroz, mordían preocupados el cabo del pincel y vuelta a pensar. A veces el emperador y
su séquito, músicos incluidos, los honraban con una visita. Fuera de eso, los únicos que
perturbaban el trabajo de los sabios eran los sirvientes que les traían la comida y los
limpiadores de jaulas.
Una vez al año los seis celebraban consejo para intercambiar impresiones, hipótesis.
Razonaban hasta que les sudaban las sienes y los párpados se les volvían de plomo.
Avances y retrocesos se producían con idéntica lentitud. Tenían miedo de precipitarse, dar
un paso en falso imperdonable, desbaratar por ligereza o chambonada, la importancia del
mensaje.
En cierta ocasión uno de ellos estuvo a punto de emitir algo.
El esfuerzo le trajo fiebre. La inminencia de la traducción provocó mucha ansiedad en el
emperador y en la corte. Los honorables, muy altos dignatarios perdieron el sueño. La vez
había llegado, se dijo. A último momento el sabio desistió de hablar. Por lo visto nuevas
reflexiones lo habían puesto a salvo de cometer un error grueso. La tranquilidad se
acomodó otra vez en el ánimo de todos, enroscada como un gato.
Hasta que ocurrió un hecho impensado, insignificante de cualquier modo que se lo mire.
Un jovencito recién llegado al palacio, el último de los sirvientes menores, entró una tarde
por casualidad, correteando, al pabellón de la jaula. Se detuvo delante del tigre, miró con
atención las rayas de la frente y soltó una carcajada estrepitosa. Durante un minuto largo
no paró de reírse, doblado en dos, agarrándose la panza. Después siguió de largo,
meneando la cabeza, hasta que la risa y él se perdieron por los pasillos.
El emperador lo supo. Como no hizo preguntas, nadie más las hizo. A los sabios los
despidieron de manera discreta y definitiva.
N° 20 | RESEÑAS DE LIBROS | 8 de marzo de 2000

Historias a Fernández
Ema Wolf
Ilustraciones de Jorge Sanzol.
Buenos Aires, Sudamericana, 1994.

Fernández es un gato temerario, aunque tal vez lo apropiado sea decir "temerario
inconsciente". Pues Fernández —curiosamente— adopta esta actitud sólo mientras
duerme. Pero...¿por qué temerario?
"Fernández duerme en equilibrio sobre el borde de los aleros y las canaletas de desagüe.
Provoca escalofríos verlo oscilando al viento con los ojos cerrados en la cima del tanque
de agua, la cumbrera del tejado —su lugar favorito, sobre todo cuando el sol de invierno
entibia las tejas—, las medianeras y las ramas más altas del árbol de paltas. ¿Puede
alguien que no sea pájaro descansar sobre un alambre? Él sí. Los días de lluvia se refugia
en el estante del lavadero para enroscarse en el vértice de una pirámide de latas de
pintura seca y deja colgando medio cuerpo, una pata, una cabeza, una cola, siempre como
para caerse. Todo el tiempo una siente dos impulsos contradictorios: el de cerrar los ojos,
y el de montar guardia debajo con los brazos en canasta atenta al momento en que se
precipite, pero no es posible vivir así, vigilando siempre, con el cogote doblado.
"Desde chico —no tenía más de cincuenta días cuando Emilio lo dejó en casa— mostró
esa peligrosa inclinación por los bordes, los extremos, las aristas, los márgenes y cualquier
sitio desde donde fuera posible derrumbarse."
La angustia de la dueña de Fernández, la niña narradora de esta historia (que también —
ya se verá más adelante— devendrá en narradora oral), tiene su sentido porque ocurrirá lo
inevitable.
Fernández se caerá desde el árbol de paltas. "Cayó de la palta como una fruta madura con
tanta mala suerte que dio la cabeza contra la reja del dormitorio. Yo estaba en la cocina
cuando escuché el ruido de ramitas secas al quebrarse, un golpe, el acorde de arpa de la
reja vibrando y el aterrizaje propiamente dicho. Éste es Fernández, me dije, y salí pitando.
Lo encontré desmayado sobre el macetón del helecho con un corte en la mollera. Fue
horrible. Cuando lo levanté por las axilas, el cuerpo se le estiró como si fuera de masa."
Un tío de la niña —enfermero diplomado— curará al felino herido y dará una indicación
vital para la salud del gato: "que no lo dejara dormir durante las próximas tres horas para
evitar el riesgo de una conmoción cerebral."
Cumplir con el consejo médico sumará otra complicación: "No he dicho que de las
veinticuatro horas que tiene el día, Fernández duerme alrededor de veintiséis. Duerme sin
pausa, con la dedicación de un atleta entrenándose para las olimpíadas del sueño, duerme
para llegar primero en cualquier maratón de párpados cerrados, duerme porque se fatiga
de tanto dormir. Ni siquiera conoce el sueño ligero: entra directamente en la cuarta fase —
la de las ondas delta, la más profunda— y ahí se queda aunque la tierra
trepide. (...) ¿Cómo mantener despierta semejante cosa? ¿Dónde estaba el héroe capaz
de la hazaña?". El héroe reclamado será heroína y la hallará dentro de sí misma cuando,
como una Sherezada moderna, comience a hilvanar historias para mantener despierto a
Fernández a lo largo de esas tres horas.
A partir de aquí, las narraciones que cuenta la niña a su mascota irán formando parte del
cuerpo de la novela: la historia de una cortesana caprichosa con un antojo culinario casi
imposible de satisfacer (La granduquesa y la papa); un cuento de amores desencontrados
con final feliz (Corazones confundidos) y un relato de aventuras y descubrimientos por
tierras australianas que transcurre en el siglo XVIII (Aventuras en los mares del mundo o El
fantástico animal australiano).
La niña narradora —indudable alter ego de Ema Wolf— conducirá a Fernández por un
cautivante camino de historias originales y entretenidas, sin perder la oportunidad de
mechar "bocadillos" relativos a la creación o "cocina" de los relatos. El talento y el esfuerzo
de ambas —narradora y escritora— salvarán al gato y encantarán al lector.
Con esta novela cargada de cuentos en su interior, Ema Wolf obtuvo recientemente el
Primer Premio Nacional de Literatura Infantil (Argentina), producción 1994-1997, otorgado
por la Secretaría de Cultura de la Nación. Historias a Fernández es un libro imperdible que
no hace sino agregar una estrella más a su brillante producción.
Recomendado a partir de los 9 años.
Roberto Sotelo
N° 19 | EVENTOS | 23 de febrero de 2000
Argentina: Ema Wolf obtiene el Premio Nacional de Literatura
Infantil
Se han dado a conocer los ganadores del Premio Nacional de Literatura Infantil,
organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación y correspondiente a la producción
1994/1997.
El Primer Premio fue otorgado a la escritora Ema Wolf por su obraHistorias
a Fernández (Buenos Aires, Sudamericana, 1994).
El Segundo Premio correspondió a la autora Graciela Montes por su
libro Aventuras y desventuras de Casiperro del Hambre (Buenos Aires,
Colihue, 1995) y el Tercer Premio fue para el autor Jorge Accame por la
obra Cartas de amor (de próxima aparición en la editorial Sudamericana).
Ema Wolf
Se otorgaron Menciones Especiales a los siguientes autores: Marcelo
Birmajer, por Fábulas salvajes; Gabriel Castilla, por Telón de cielo; Ana
María Torres, por Cuentos para Juan Martín e Irma Verolin, por La gata sobre el teclado.
El jurado estuvo integrado por los escritores María Granata, Perla Suez, Ana María Shua y
Antonio Requeni.
A propósito de este premio, Ema Wolf fue entrevistada por el periódico La Nación. En sus
declaraciones, la escritora sostiene que "la culpa de que los chicos lean poco no la tiene la
tecnología" y atribuye ese problema a "la anemia de políticas de promoción del libro" y a la
falta de incentivo a la lectura por parte de la sociedad. Reproducimos algunos párrafos de
la entrevista publicada en La Nación del 10 de febrero (cuya versión completa se puede
leer, en su página original, haciendo click aquí):
"¿Entonces la tecnología poco tiene que ver con la falta de lectores?
Si el problema fuera sólo de la tecnología, los países más avanzados tendrían menos
lectores. Un japonés o un alemán, rodeado de televisores, computadoras, cines y videos,
sería un no lector. Pero en esos países los índices de lectura son altos. En realidad, los
que más se ocupan de difundir la lectura son los países más desarrollados. La culpa de
que los chicos lean poco no la tiene la tecnología.
¿Dónde está la fractura entre los libros y los chicos?
El problema no es tanto la tecnología, sino la pobreza, la anemia de políticas de promoción
del libro. Lo que hubo fue un abandono en la educación y en la difusión de la lectura. Las
escuelas no tienen bibliotecas y los chicos tampoco tienen bibliotecas en sus casas. Todo
el mundo les dice a los chicos que tienen que leer, pero en los hechos no son tantos los
adultos que leen: si no se contagia el entusiasmo por el libro, nunca se van a sacar
lectores. Hay una prédica que está por encima de la práctica.
¿Hay libros imprescindibles para los chicos, que sirvan para estimular la lectura?
No creo demasiado en las recomendaciones válidas para todos los chicos, situaciones y
lugares. No todos los chicos tienen el mismo entrenamiento ni la misma competencia como
lectores. Ni siquiera los libros considerados clásicos son fundamentales para todo el
mundo. Las descripciones de Julio Verne, por ejemplo, son demasiado largas para una
generación acostumbrada a la velocidad de lo visual. La información que recibe un chico
en un buen documental de televisión hace que ciertas lecturas resulten farragosas."
N° 33 | LECTURAS | 6 de setiembre de 2000

La vida o el sueño
Reflexiones sobre la relación entre el autor y el lector infantil en el libro Historias a
Fernándezde Ema Wolf
por Cecilia Bajour
Vení que te cuento
Contar una historia es un arte que a veces oculta y a veces muestra
sus artificios, sus trucos, sus armas. La orfebrería de las historias
casi siempre ha quedado guardada en la maravilla de los pactos
silenciosos. Pactos. Manos tendidas, necesidad imperiosa de
comunicación. El acuerdo entre alguien que da y alguien que recibe
una historia. Esa unión, en la literatura oral, tiene marcas muy
claras, muy perceptibles. Son reaseguros de la comunicación,
formas que tiene el que trasmite una historia de controlar la escucha
atenta de su auditorio.
En la literatura infantil escrita, que tiene un anclaje histórico en la
literatura oral, la preocupación por la atención del receptor
contribuyó a crear huellas en el discurso que recuerdan la relación contador-auditorio.
Relación de preocupación, de atracción, de búsqueda de un delicado equilibrio entre el
control y la libertad en el caso de las obras literarias infantiles con verdadero valor estético.
Esta urgencia por generar un vínculo que no se quiebre fácilmente, se puede observar en
muchas obras infantiles, donde el narrador se vale de, entre otros recursos, cláusulas
explicativas, apariciones explícitas para poner orden donde sospecha que puede haber
confusión, apelaciones directas al narratario (el destinatario de la narración) y, en algunos
casos, valoraciones morales sobre lo narrado. La preocupación por sostener junto al libro
al lector infantil marcó y sigue marcando el discurso literario infantil.
Pero en los últimos años, la importancia dada al lector en los libros para chicos vive una
transformación acorde a los cambios provenientes de distintos territorios: la literatura
adulta, las nuevas corrientes lingüísticas y de la teoría literaria, los aportes de la psicología
cognitiva, la didáctica de la literatura. Sin entrar en cómo cada uno de estos campos
contribuyó a esta renovación, podemos decir que la consecuencia más visible de estos
vientos favorables fue la nueva valoración sobre el papel del lector, que de un papel
predominantemente pasivo pasó a tener un rol de participación en la lectura de las obras
infantiles.
Historias a Fernández: La excusa perfecta
Ema Wolf es una de las autoras argentinas que desde el juego con las innovaciones
formales en la narrativa siempre apostó a un lector activo. El humor es el recurso esencial
que le permite incorporar recursos innovadores a sus textos para público infantil.
El libro Historias a Fernández plantea desde la perspectiva humorística la preocupación
del autor de libros para chicos por capturar a su exigente y en muchos casos esquivo
lector.
Fernández es el felino destinatario (nunca llamado gato, ni representado gráficamente
como tal en la tapa ilustrada por Jorge Sanzol, que contribuye con el misterio
fragmentando la imagen) de tres historias narradas al hilo por su dueña. Narrar y tener
éxito en la narración en este caso es cuestión de vida o muerte ya que Fernández ha
sufrido una caída desde las alturas y no debe quedarse dormido en las tres horas
posteriores a su contusión. El plan de la dueña consiste en una historia por hora. La
habilidad para narrar y el uso eficaz de todos los trucos posibles, hasta los más
desopilantes, para mantener la atención de Fernández es lo que permite llegar a un
desenlace exitoso.
En la introducción conocemos las vertiginosas costumbres que llevan a Fernández a su
caída y a la narradora a poner en juego sus artes de contadora:
"Siempre confié en mis habilidades para contar aunque hasta el momento nunca las había
puesto a prueba en circunstancias tan dramáticas" (pág. 13).
Tanto aquí como en los comentarios que rodean a cada uno de los tres relatos explicita los
trucos de su oficio. Por ejemplo, cuando revela que "a veces estas cosas salen mejor
cuando uno no las piensa demasiado". La cocina de su escritura se abre para hacer más
tangible la relación que une al que narra y al que recibe esa narración. También la
preocupación constante por la recepción: "¿Hasta acá vamos bien? Vamos bien" o "¿Qué
tal? ¡No te esperabas esto! Yo tampoco", entre otras apelaciones incesantes y recursos de
todo tipo para mantener en estado de alerta a Fernández. Todo sirve para que no se
duerma: acudir a la enciclopedia Sopena para aclarar un término tan "insondable" como
una papa durante el cuento "La granduquesa y la papa" o reproducir en un papel los
dibujos delirantes de Tadeo del último cuento "Aventuras en los mares del mundo o El
fantástico animal australiano".
No es difícil ver en este humorístico llamado a la atención de Fernández una visión
paródica de la preocupación del autor de literatura infantil por su receptor. Es interesante
comprobar en ésta como en otras obras literarias infantiles contemporáneas, la
incorporación de técnicas narrativas más sofisticadas que proponen una participación más
comprometida por parte del lector. Pero esto no impide que el autor busque las formas
más diversas, ya sea explícitamente, como enHistorias a Fernández, o no, de proporcionar
una guía para su lector.
En el libro de Wolf la narración oral es usada como excusa perfecta para hacer visible la
inquietud por captar a un lector inasible. De este modo, se propone un contrapunto entre
las particularidades de la expresión escrita y las huellas de lo oral, en un juego que
escenifica la peculiar forma de comunicación del texto literario infantil.
La comunicación es todo un tema
Por otro lado, al proponer como tema el mismo acto de ficción, esta obra se ubica dentro
de la tendencia contemporánea de muchos textos dedicados al público infantil que
tematizan los procedimientos formales de la literatura. En este caso, se trata de la relación
narrador-narratario, que en la situación tragicómica planteada por Wolf, se constituye en
metáfora de la relación real entre autor-lector infantil.
La narradora de Historias a Fernández está obligada a ejercer un control indisimulado
sobre la atención de su maltrecho escuchador. La materia narrativa es moldeada a la vista
en forma simultánea para Fernández y para el lector real. De esta manera, están en
primera fila de la escena en donde la narración muestra sus artes. Por ejemplo, participan,
entre otros recursos, de cambios de ruta en la invención, como el cuento "Corazones
confundidos", que nace como un relato de humor negro abundante en descripciones
morbosas y debe ser modificado sobre la marcha ante las reacciones físicas de
Fernández, cuyo estómago no tolera tanto realismo. Con el mismo título, la narración vira
su tono a una divertidísima comedia de equivocaciones con un relato incluido "de yapa".
Con Historias a Fernández, el lector infantil contemporáneo crece en los nuevos caminos
narrativos, pero no es lanzado sin protección a un mundo desconocido cuyas leyes ignora.
Un desafío de los autores de literatura infantil que se comprometen con las búsquedas
formales innovadoras, es indagar a través de su creación sobre la propia literatura sin
dejar de tejer lazos para que el lector infantil se quede gozosamente al lado de las buenas
historias, como Fernández.
N° 36 | LECTURAS | 18 de octubre de 2000

La nave de los brujos


por Ema Wolf
Ilustraciones de Douglas Wright
(Dentro del marco de la Jornada sobre Literatura Infantil y Juvenil y
Promoción de la Lectura, evento organizado en forma conjunta por
la revista Novedades Educativas y Editorial Sudamericana, se
presentó el panel "La ideología en la literatura infantil y juvenil". La
escritora Ema Wolf participó de la mesa con una ponencia en la que
explicaba el trabajo de búsqueda, recopilación y recreación
realizado para elaborar el libro La nave de los brujos y otras
leyendas de mar, que editó Sudamericana en la colección
Cuentamérica,Buenos Aires, 2000. Agradecemos a los
organizadores del evento el haber autorizado la publicación de la
ponencia en Imaginaria.)
Hice este libro a pedido de Canela [Nota de Imaginaria: La autora
se refiere a Canela, Gigliola Zecchin de Duhalde, editora y directora del Departamento de
Ediciones infantiles de la Editorial Sudamericana] y lo cierto es que la propuesta tenía tres
ingredientes muy atractivos.
Había que ocuparse de leyendas —la sola palabra es un imán, es imposible sustraerse a
la atracción que provoca, a su encanto y misterio; a una le dicen "existe una leyenda sobre
tal cosa" y se genera una gran expectación, un deseo impostergable de escuchar ese
relato—; el otro ingrediente era el mar, que es un escenario frecuente en mis historias de
ficción y para mí muy estimulante; y el tercero era América, esta tierra que sigue
guardándose cosas, aun para nosotros, sigue escondiendo tantas historias y reclamando
nuevas atenciones, nuevas búsquedas.

"La propuesta tenía tres ingredientes muy atractivos."


Me ocupé entonces de reunir, con mucho placer, estas leyendas del mar americano.
(Les comento que las encontré en bibliotecas públicas —en este caso la desactualización
de nuestra bibliotecas no fue un elemento tan desfavorable. Internet no resultó útil en este
caso, parecería que algunos trabajos todavía hay que hacerlos en forma primitiva,
monacal, que llenarse de tierra en una biblioteca le agrega cierto clima esforzado, azaroso,
a estas exploraciones, y ese clima les viene bien, las favorece —por supuesto, no tiene por
qué compartir algo tan subjetivo. Lo único que encontré en Internet vinculado con este
asunto fue la página de un investigador donde se describían algunos monstruos de la
costa de Chile y donde esta persona pedía a quien tuviera más noticias o hubiera hecho
un avistaje de estos monstruos no dejara de comunicárselo.)
La ventaja de hacer antologías —lo descubro, porque es la primera vez que hago— es que
por una vez una no tiene que inventar las historias, otros las inventaron antes, así que en
este sentido es descansado. La desventaja es que cuando no están muy a mano, como en
este caso, casi lleva el mismo tiempo encontrarlas que inventarlas. En librerías hay
recopilaciones de leyendas del mar, pero son europeas —sobre todo de naciones con
tradición marinera como los escandinavos o británicos—, no americanas.
Las historias existen, por supuesto, hay, pero de manera muy dispersa y fragmentada.
Estas leyendas, las del mar, hubo que rastrearlas en el cuerpo general de leyendas de
cada país, entresacándolas con pinzas, muchas veces en ediciones de escasa circulación,
ediciones de autor o hechas por iniciativa de los municipios. Y la impresión que me quedó
—sólo es una impresión— es que la porción que pasó a los libros es comparativamente
pequeña si pensamos en la enorme extensión del litoral de América. Creo que cada pueblo
costero, cada puerto pequeño o grande, tiene una leyenda, pero es un espinel que parece
no haber sido recorrido con interés particular.

"Cada pueblo costero, cada puerto pequeño o grande, tiene una leyenda."
Al hacer una antología una pone a funcionar la paciencia; la inventiva para imaginar dónde
puede haber más de eso que está buscando —a dónde acudir, a quién pedir—; un poco
de ansiedad, que es la ansiedad del cartonero que revuelve confiando en encontrar algo
valioso en un rincón, por eso casi supersticiosamente no abandona el lugar sin haber
revisado el último libro del último estante; también reactiva la condición escolar: una
siempre repasa cosas —en este caso geografía e historia— o aprende cosas, u obtiene
respuestas a preguntas que nunca se hizo antes.
Por ejemplo, se le presenta algo tan obvio como que las leyendas están íntimamente
relacionadas con el modo de vida de los pueblos, de manera que entre los pueblos
agricultores predominan las leyendas sobre la lluvia o los cereales que cosechan, entre los
pueblos guerreros las leyendas heroicas, y entre los pueblos cazadores las de animales;
del mismo modo, las leyendas del mar aparecen entre los pueblos pescadores o en
ciudades que se desarrollaron a partir de una actividad portuaria intensa, bélica o
mercantil, y en costas peligrosas para la navegación. O descubre que la leyendas son más
y más elaboradas en los asentamientos viejos, como Cartagena de Indias o las ciudades
del nordeste del Brasil, y más ralas en zonas como el litoral patagónico donde las ciudades
son más nuevas y pobladas por gente de paso.
Es como si la leyenda tuviera que añejarse para ser mejor, o es simplemente que para
nacer necesitó épocas más ingenuas que las modernas.
Pero lo más interesante de una antología es cuando una empieza a reconocer ese campo
como familiar, a encontrar lazos, conexiones, coincidencias y diferencias entre las distintas
piezas que encuentra y consigue armar un dibujo que tiene sentido, adoptando algún
criterio de selección, al tiempo que pone en juego su gusto para elegir las historias más
lindas.
¿Qué es una leyenda? Tuve que preguntármelo no por purismo, por imitar el rigor del
antropólogo, sino por estética, para obtener un libro coherente, mínimamente armonioso,
recortando la leyenda de entre sus parientes más cercanas —el cuento, el mito, el caso—
aunque por supuesto todas estas cosas se presentan bastante confundidas. De pronto una
descubre que tiene varios relatos buenos, pero que no puede poner éste al lado de esos
otros tres, entonces busca las razones y descubre que pertenecen a géneros distintos. Por
lo tanto se me impuso encontrar, si no una definición, al menos una descripción de la
leyenda, a la cual atenerme. Rasgos que fui sacando de algunos prólogos y de mis propias
lecturas.
La leyenda es un relato localizado en el tiempo y en el espacio. A diferencia del cuento
popular, que ocurre en un lugar y época que no hace falta precisar y que además es una
ficción neta, pura, la leyenda muerde en la historia. Lo mismo sus personajes: no son
arquetipos, caracteres (el rey, el zorro, el pillo) sino individuos concretos que obran en un
tiempo histórico. La leyenda puede echar mano a un fantasma o a un gobernador pero no
cualquier fantasma o cualquier gobernador.
En el mito, por su parte, actúan los dioses; actúan en un lugar y en un tiempo que están
fuera de la medida humana; el mito tiene proyección cosmogónica, se refiere al
nacimiento, a la vida y acciones de los dioses y semidioses paganos que dieron origen al
mundo y que fueron objeto de culto; en ese sentido el mito es una representación
ahistórica. A los protagonistas de la leyenda, en cambio, les ocurren cosas en lugares que
están en los mapas, en épocas asentadas en las crónicas. O sea que la leyenda tiene un
punto de partida. También explica, como el mito, pero es menos ambiciosa: no explica
cómo se formó el cielo o el mar sino la apariencia extraordinaria de esa roca que estamos
mirando, que tiene la forma de una muchacha hecha piedra por una bruja, que mira el mar
esperando la llegada de un piloto de ojos verdes que debe desencantarla.
¿Qué hace la leyenda? Pone un hecho maravilloso en el curso de la historia: en un
momento, en un lugar. Eso que allí ocurre es sobrenatural pero hace pie en la realidad,
tiene un fundamento veraz, muy convincente a la hora de creer. Esto es importante porque
en la leyenda se cree. Cuando nos dicen "te voy a contar una leyenda" deponemos la
incredulidad del mismo modo que ante un espectáculo de magia. Sólo los necios sostienen
la incredulidad ante una leyenda o ante un mago.
La leyenda siempre ocurrió una vez, es pasado, viene de allá atrás. Eso la hace indecisa,
vaga, como envuelta en una niebla que le borra los bordes, difumina el contorno. Es una
historia que se cuenta vacilando, dejando hilachas, zonas sin definir, se cuenta porque a
uno se la han contado, siempre agregando algún detalle y olvidando otro, la voz vacila al
contarla, es menos exacta que sus parientes. El caso, lo que se conoce popularmente
como "caso", es puntual: algo ocurrió una sola vez a una persona conocida, en un lugar
identificable, no hace mucho, y nunca más sucedió: don Rudecindo se encontró con el
duende Coquena y como no lo saludó, el duende lo mantuvo enfermo varios días; y se
acabó, todo lo que deja es una advertencia: seamos corteses con los duendes. (Dentro de
la leyenda chilena del barco de los brujos van a ver dos casos de pescadores, muy claros,
bien recortados.) En la leyenda, en cambio, aquello que sucedió esa vez dura hasta hoy,
sobrevive en sus efectos, perdura: ese sonido de campanas que viene del mar a
medianoche lo escucharemos una y otra vez, siempre. Y si no perdura en sus efectos
perdura como enigma, como misterio, como una pregunta que la gente se sigue
formulando a lo largo del tiempo y que no tiene respuesta, no hay explicación para eso,
nunca la habrá, pero la historia se prolonga en un interrogante permanente. La leyenda
tiene eco, sigue resonando. Quizás éste sea su mayor atractivo: en enlazar un punto
distante con el presente, actualizar algo que ocurrió a lo mejor hace siglos. Caminar
casualmente por cierta playa y poder conectarnos con el momento en que Kidd estuvo allí
mismo enterrando su tesoro significa que los personajes de la leyenda están habitando el
lugar, y nosotros con ellos. Eso es lo que produce la leyenda: la impresión de que tiene un
manto que envuelve a un sitio enlazándonos a nosotros con gentes y sucesos extraños y
remotos pero a la vez muy vivos.
¿Qué intención tiene la leyenda? Básicamente, es explicativa, pero a veces parece que
explicar es una excusa para entretener, que es su verdadero propósito. Por momentos
también moraliza —eso pasa a veces cuando la leyenda tiene un ingrediente religioso,
cuando aparece el pecado, por ejemplo la leyenda de la fiesta de los negros en la franja
entre el Callao y la isla de San Lorenzo: Dios puso fin a la fiesta escandalosa. Otras veces
es sabia en un sentido práctico porque enseña sin moralizar, y enseña a preservar la
naturaleza. Esto se compende por lo que les decía recién: que la leyenda está muy ligada
a la vida productiva de un pueblo, entonces contiene mensajes que en definitiva son de
autoprotección, en los que, sin mandar ningún alma al infierno, emite sobre los hombres el
mandato de ser cuidadosos con su medio de subsistencia; en este sentido algunas serían
muy aplaudidas por un militante de Greenpeace. Pero por debajo de la vocación por
entretener, explicar, moralizar, enseñar, hay algo profundo que está ligado con el miedo.
Se cuenta para exorcizar, conjurar un peligro: el del hambre por la falta de peces, el asalto
de los piratas, los seres atemorizantes reales o fantásticos que habitan el mar, la
tempestad y los arrecifes que no devuelven a los marinos a sus hogares.
Este libro contiene unas pocas leyendas —no cabían más en el libro—, cada una de un
país diferente. No es tan significativo que petenezcan a países diferentes, sí que entre
todas alcancen a dar al menos un breve panorama de los asuntos que se repiten en las
leyendas del mar, los más característicos. Son posteriores a la llegada del blanco a
América, por eso van a encontrar elementos que remiten a la tradición europea.
Está la típica leyenda del naufragio, la argentina, donde hay mezcla de leyendas; es muy
común que se confundan, que se le adjudique en este caso a un barco algo que es de
otro. Van a encontrar al monstuo híbrido mitad hombre y mitad pez, y a la nave fantasma
tripulada por muertos, que son asuntos que aparecen una y otra vez.
"... la nave fantasma tripulada por muertos..."
Otro que se repite —quizás el más extendido porque no debe haber nada más enigmático
y atemorizante— es el de la luz en el mar, la luz inexplicable que se ve en ciertas noches;
lo tienen en la leyenda cubana. En la de Brasil está el tópico del pirata que entierra su
tesoro en la costa, mezclado con el viejo tema europeo de la doncella y el dragón. Van a
encontrar también una pata de palo, un pacto con el diablo, y una nítida leyenda histórica
que es la mejicana. Incluí también una de los indios haida del Canadá como muestra de un
tipo muy característico, muy emparentada con el mito, que cuenta el descenso a la tierra
del hijo de un dios que convive un tiempo con mortales, con una pareja de esa tribu y les
proporciona ciertos saberes. Y otra, de las llamadas leyendas etiológicas que explican el
origen de algo que está en la naturaleza, no ya una piedra rara, algo extraordinario, sino
algo común —también emparentada con los mitos de la creación, verán una de esta clase
en el libro de Miguel Ángel Palermo de esta misma colección: la leyenda ona de cómo
nacen los delfines—; la que yo elegí explica por qué se formaron las islas que componen
las Antillas, aunque ésta no tiene nada que ver con los dioses sino con los ritmos del
Caribe.
Entonces van a ver una muestra bastante representativa de propósitos y asuntos.
Por supuesto, hay varias maneras de ocuparse de las leyendas y de todos los tipos de
relatos nacidos de la cultura popular.
Hay que recopilarlas, para eso están los antropólogos y los etnólogos.
Hay que difundirlas, recrearlas para mostrárselas a los que vienen —van a ver que están
escritas de manera más bien compacta, económica, pero eso sólo para que entrara alguna
más en el libro, pero la leyenda más bien invita a desplegarse, a improvisar en el momento
de contarla, a incorporar ingredientes, y es absolutamente lícito que eso se haga, porque
de esa forma mantiene su vitalidad. No tiene copyright, no hay que respetarla a rajatabla,
es de todos, de nosotros, del que la cuenta. En esta instancia, la de difundirlas se inscribe
este libro. Estoy pensando que la leyenda también actúa a modo de recordatorio
implacable: la última india ona murió el año pasado, pero las leyendas onas sobrevivirán a
ese pueblo como una prueba permanente de su destrucción.
Y por último hay algo más que les puede suceder a las leyendas, creo, y es transformarlas;
que los autores las conviertan en literatura nueva, que sean capaces de capitalizar el
poder de sus imágenes, de sus resoluciones fantásticas, de sus personajes increíbles o
trágicos, de sus climas, para hacer nuevas historias, otras historias, contemporáneas.
Ponencia presentada por Ema Wolf en el panel "La ideología en la literatura infantil y
juvenil", desarrollado dentro del marco de la Jornada sobre Literatura Infantil y Juvenil y
Promoción de la Lectura. El evento, organizado en forma conjunta por la revista
Novedades Educativas y Editorial Sudamericana, se realizó el 25 de marzo de 2000 en el
Museo de los Niños de la ciudad de Buenos Aires.
La ponencia también fue publicada en la revista Novedades Educativas N° 113, Buenos
Aires, mayo de 2000.
EL MAMUCCA

Publicado el 23 de Marzo de 2000 por María González Rouco

Cuando en una casa se pierde algo es por culpa de Mamucca. Su pasatiempo favorito es
esconder los objetos de los que viven alli: anteojos, llaves, tijeras, chancletas, abrelatas …
Le divierte que la gente se vuelva loca buscandolos. Si vive en una granja, esconde el rastrillo
o el balde de ordeñar. En las barracas de los pescadores escabulle los anzuelos. Tambien
suele hacer desaparecer al gato, sin importarle si el gato esta de acuerdo.
Nadie sabe como es el Mamucca. No se deja ver. Lo que si se sabe es que vino de Sicilia. La
gente de las grutas de Sicilia asegura que usa un gorro de color verde -¡casi todos los de su
especie usan gorro verde!-. Sobre la otra cuestion no se han puesto de acuerdo: unos dicen
que lleva dos zapatos en un solo pie, y otros que calza los dos pies en un solo zapato. Hace
siglos que discuten por este asunto y han llegado a tirarse platos por la cabeza.
Con toda seguridad llego aca en un barco. Lo habra traido algun inmigrante en su bolsillo, en la
bocamanga de los pantalones o en el pliegue del sombrero. Lo habra traido sin querer, sin
darse cuenta. Porque uno puede mudarse de continente llevando hasta un ropero, pero a nadie
se le ocurriria cargar a proposito con algo tan fastidioso como el Mamucca.
Es muy molesta esa costumbre suya de esconder cosas.
La manera de evitarlo -por poco tiempo- es dejarle un colador a mano. No puede resistir la
tentacion de contar los agujeros. Como es muy malo en aritmetica, pasa muchas horas
ocupado en eso. Hasta que se aburre. Y abandona el colador y las cuentas. Entonces vuelve a
las andadas.
A esconder una media sucia, por ejemplo. Que despues aparece en un lugar rarisimo cuando
ya todos se olvidaron de la media.
El unico modo de recuperar los objetos es olvidarse de ellos. Olvidarse de que se perdieron y
hasta de que existen. Entonces el Mamucca los devuelve.
Claro, eso es mas fácil de decir que de hacer, porque cuando uno quiere olvidar algo es
cuando mas lo recuerda. Es como la famosa historia del rey que queria aprender a hacer oro.
Le pidió al mago que le enseñara. El mago no queria, pero el rey lo obligó. Por fin le enseñó la
fórmula. Sólo que además le dijo: “Para que funcione, no debes pensar en un camello”.
El rey nunca pudo hacer oro: todas las veces se acordaba del camello.
Algo asi pasa con las cosas que esconde el Mamucca: uno no puede evitar acordarse.
Tiene predilecd6n por los tornillos y los bizcochos rellenos. Los tornillos siempre los devuelve.
Los bizcochos, nunca.
Tambien hay que estar muy atento con los lapices cuando uno escribe o pinta. Le encantan.
Debe ser porque los usa. A veces se encuentran en la casa dibujos hechos por el.
Es muy facil reconocerlos: hace solamente garabatos -¡horribles!-. Es su manera de dibujar a
los miembros de la familia. Tambien hace puntitos, que han de ser los agujeros del colador.
Poco mas se sabe acerca del Mamucca.
Algo es seguro: cuando en una casa no se pierde nada, es porque se ha perdido el Mamucca.

Ema Wolf

Clarín, 23 de marzo de 1998


EL ENCARNADO
"Hace unos meses mi abuelo entró en conversaciones con una gata barcina
común, de la que apenas lo separa una medianera..."

Apenas apareció el gato en casa, me di cuenta: él era la reencarnación de mi


abuelo. No sé bien cómo es este asunto de las reencarnaciones, pero puedo
imaginármelo a partir de algunas cosas que leí y escuché.

El alma es como un bocado radiante o una rosquita de humo que sale de la


persona cuando muere. Sale con el último suspiro. Una vez que ha salido se
desplaza por el aire buscando otro cuerpo vivo. Ese cuerpo puede estar lejos o
cerca, y ser de persona, animal o planta. Cuando lo encuentra, zap, se mete
dentro. Y listo, ya se reencarnó. Más o menos, eso es lo que le pasó a mi abuelo.

Tampoco sé cuánto tarda un alma en encontrar otro envase. Supongo que eso
depende de la distancia que deba recorrer. Reencarnarse en un país lejano
seguramente lleva tiempo. Recuerdo que el gato apareció en casa unos seis
meses después de la muerte de mi abuelo y parecía de por acá; pero no se debe
tomar en cuenta este dato porque mi abuelo era lerdo para todo.

También ignoro por qué motivo se reencarnó en un gato -¡y ese gato!- habiendo
tantos seres mejores en el mundo. Ni es un animal bello ni es un modelo de
virtudes; aunque pensándolo bien mi abuelo tampoco lo fue. Tengo que suponer
que cada uno se reencarna en lo que puede y a él le tocó, justamente, ese gato
maula, insomne, con mandíbula de trampero.

Se preguntarán ustedes -¿se lo preguntarán realmente?- cómo me di cuenta de


que el gato era mi abuelo o viceversa.

En primer lugar, por la tranquilidad con que se instaló en casa; como si la


conociera. Cuando se apoderó del sillón de mimbre no me animé a echarlo porque
actuaba como si siempre hubiese sido suyo.

Igual que mi abuelo, el gato acostumbra pasar noches enteras caminando por los
techos. Y, como el gato, mi abuelo adoraba los lácteos y los consumía en cantidad
con el pretexto de su úlcera.

Los dos con los mismos bigotes alertas, el mismo fastidio por el agua, la misma
capacidad para desordenar el costurero que ponía frenética a mi pobre abuela
Pina, la misma destreza para cazar los ratones del galpón.

Trae problemas convivir con un gato que además es el abuelo propio. Si a un


abuelo se le deben ciertas consideraciones, a un gato no tanto.
Imaginarse a uno mismo pisando por descuido un gato -no hay nada más feo que
pisar un gato-: cuánto mayor es el sobresalto si es el abuelo de uno el que maúlla.

Hasta hoy no pude impedir que se comiera mi pescado, pero francamente no


tengo ganas de compartirlo con él. Este asunto del pescado me molesta tanto
como este otro: cada vez que lo olvido a la intemperie un día de lluvia, tose para
recordarme que era asmático.

Otro problema es cómo presentarlo a los demás. ¿Qué conviene decir?: -Este es
Neutrino, mi abuelo.

O bien: -Este es don Alfonso, mi gato.

Opté por dejar que se presentara solo, cosa que jamás hace, lo que me pone en
situaciones muy incómodas con la gente.

Más molesto fue cuando me lo trajo el encargado de la custodia del banco que
está a media cuadra. Durante tres meses seguidos, los días 5, lo encontró en la
cola de los jubilados de la Caja de Comercio.

El hombre lo traía correctamente alzado por la piel del pescuezo. Y me lo entregó


con evidente desconfianza. Sospechaba algo. Me costó explicarle que eran restos
de costumbres de su encarnación anterior.

Hasta ahora las cosas son así. Y no son fáciles.

Me temo que se van a complicar más todavía.

Hace unos meses mi abuelo entró en conversaciones con una gata barcina común,
de la que apenas lo separa una medianera.

Ella se llama Niní.

Sé que la dueña de la casa echó varias veces a escobazos a mi abuelo (eso me


mortifica). Parece fastidiada, la mujer. No la gata, en cambio, que está encantada.

La mujer cree -creo yo- que mi abuelo ha hecho algo inconveniente.

Es evidente para todos que en unos días más la gata va a tener gatitos. Y también
es evidente que ése es el resultado de las conversaciones entre Niní y mi abuelo.

De alguna manera la dueña de la gata me hace responsable por lo que pasó. Pero,
¿cómo puede hacerse a un nieto responsable por las acciones de su abuelo
reencarnado?
La única duda que tengo, la que me atormenta -y después me dejo ya de fastidiar
con asuntos de familia-, la única duda, repito, es ésta: si los gatitos son hijos de mi
abuelo, ¿qué son de mí?

(De Fámili, Editorial Sudamericana, 1992)

Texto: Ema Wolf

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