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Historia de la psiquiatría

Hugo Marietán1

Introducción
En la historia de vida de la medicina, la psiquiatría está en la adolescencia.
Nacida de los límites concretos de la filosofía y el fracaso de la clínica ante la locura, fue un
hijo no querido, despreciado, descalificado y marginado de los círculos académicos donde la
clínica médica tradicional reinaba victorianamente.
Pasó su infancia abriéndose paso en el frondoso bosque de la magia luchando por convertir
a los posesos de los demonios, a las brujas y hechiceros en enfermos de la mente. Los
primeros psiquiatras robaban a la magia para enriquecer a la medicina.
Un día se pensó que, si la locura era una enfermedad, pues entonces debía reunir los
requisitos de una enfermedad clínica: a saber, tener sus síntomas y signos estables y su
correlato anatomopatológico. Y así se lanzaron a un trabajo tortuoso, muchas veces
frustrante, con idas y vueltas, hasta afianzar una corriente de pensamiento que hoy llamamos
Psiquiatría Biológica compuesta de un ejército escaso pero aguerrido.
Otros se dejaron seducir por el proceso de aprendizaje, por lo que venía, culturalmente, del
afuera del individuo, de su “medio”, del lenguaje. Aquí las influencias externas eran
determinantes para comprender los procesos psicopatológicos. Se planteaba una lucha entre
las apetencias del individuo y las presiones de su entorno. La batalla se libraba en el terreno
de la subjetividad, los resultados desfavorables eran los síntomas; las batallas perdidas eran
las enfermedades. Esta postura, que ha ocupado a mentes brillantes hasta hacer de ella una
poderosa convicción, fue llamada Psicoanálisis.
La guerra teórica entre la psiquiatría biológica y el psicoanálisis por imponer sus dogmas no
tiene tregua. Aún suenan, vibrantes, sus escaramuzas. Los intentos de reconciliación han
fracaso una y otra vez. Los procesos de síntesis suelen iniciarse con entusiasmo para luego
debilitarse y ser olvidados.
A la vera de esta guerra se crearon otras posturas que toman un poco de uno y otro poco de
otra. Así aparecen los sistemas conductistas, sistémicos, transaccionales y mil más. Todos con
suertes variadas dependiendo del fervor y la habilidad de sus líderes.
Como en todo desarrollo adolescente, la psiquiatría se crea diariamente. Tiene sus ideales,
sus entusiasmos, sus frustraciones, sus fracasos, sus crisis y sus aciertos. Está en esa posición
en la que se debe luchar para hacerse un lugar definitivo en la medicina y a su vez debe
luchar contra sus propias internas determinando un dinamismo por momentos agobiante,
por momentos estimulante.
Abierta a lo nuevo trata de incorporar los resultados de la ciencia para usarlos como
herramientas para su trabajo asistencial o para apuntalar sus teorías.
Pero en todo hay un dejo de incertidumbre, de algo no terminado, a medio crear. Y es
precisamente la incertidumbre la compañera permanente del psiquiatra actual que no se ha
dogmatizado abrazando religiosamente una de las posturas madres.
Caminar a tientas es el paso de todos los días, el estudio de las teorías de turno una constante,
el ensayo - error una práctica no querida pero ineludible. La mejoría de muchos pacientes es
una realidad que demuestra que algo se está haciendo bien: un adorador de la muerte que
abandona sus ideas, un esquizofrénico que sale de su ostracismo, un depresivo que mitiga
su angustia, un fóbico que supera su miedo.
Y así, entre esperanzas y frustraciones va el psiquiatra afirmándose de apoco en este proceso
que, sin duda, llevará varias generaciones pero que deja la sensación de estar participando
de una tarea formidable: conocer los mecanismos y las soluciones que lleven a recuperar la
libertad mental.

Etapas históricas
La historia de la psiquiatría está constituida por la respuesta a dos preguntas: ¿qué
entendemos por locura? y ¿qué hacemos con ella? Los intentos de respuestas a estas
preguntas determinaron el accionar de la sociedad sobre los enfermos mentales. Y, dado que
el concepto de locura no se logró esclarecer, las respuestas han ido variando a través de las
distintas culturas y tiempos.
En épocas remotas se creía que la locura era un hecho sobrenatural que se producía por un
castigo de los dioses a un transgresor de las leyes divinas o porque un espíritu invadía el
cuerpo de un individuo, en consecuencia el tratamiento consistía en ritos, ceremonias
religiosas, exorcismos, sacrificios. Es decir, a lo mágico se lo trataba con lo mágico.
Los Griegos
Fue con los griegos que se produjo el descenso de la locura a lo humano. Era su pensamiento
que la locura desvirtuaba la conducta natural del individuo y alteraba sus capacidades y
habilidades naturales. Alcmeón de Crotona (ver figura), siglo VI a. C., discípulo de Pitágoras,
fue el primero que relacionó lo mental con el cerebro al descubrir por disección, que ciertas
vías sensoriales terminan en el encéfalo, y elaborar una teoría de la disarmonía como
causal de enfermedad.
Hipócrates sostenía que era producto del desequilibrio de los humores, en especial de la bilis
negra (melania chole, de ahí melancolía), de lo que se seguía que el tratamiento debía
consistir en restablecer el equilibrio humoral, dando también importancia a la liberación del
exceso emocional, la catarsis, por medio del teatro y las fiestas grupales en honor a Dionisios,
además de creer que la actividad onírica era reparadora. Hipócrates dijo: “los hombres
deberían saber que sólo del cerebro provienen las alegrías, los gozos, la risa y los juegos; y
las penas, los dolores, el desaliento y las lamentaciones ... con el mismo órgano nos volvemos
locos y deliramos, y nos asaltan temores y terrores, algunos de día, otros de noche ... todas
estas cosas sufrimos por causa del cerebro cuando no está sano”.
En el siglo I d.C., Asclepiades habló de Frenitis, enfermedad mental con fiebre y Manía,
enfermedad mental sin fiebre. Fue el primero en diferenciar las ilusiones de las
alucinaciones. Practicó psicoterapia e incluyó el uso de la música y la estimulación
intelectual, así como el trabajo con grupos de personas con trastornos mentales.
Galeno (130-220) retomó la teoría de los humores, describió diferentes tipos de alteraciones
melancólicas, entre las que incluyó a la paranoia como resultado de impresiones sensoriales
falsas, y llegó a relacionar la abstinencia sexual con el exceso de ansiedad.

Los Romanos
Los romanos, siguiendo los conceptos griegos respecto de la locura y su tratamiento,
realizaron un aporte fundamental a la legislación sobre los enfermos mentales: en su “Código
Civil” establecen sus derechos, se legisla sobre su capacidad para contraer matrimonio o
disponer de sus bienes y consideran la locura como un eximente para determinados
delitos. El romano Celsio veía en las pasiones o emociones el factor causal de la enfermedad
mental y el elemento esencial del tratamiento; utilizaba la sorpresa, el miedo y los sustos.
En los inicios del siglo II d.C. Sorano insistió en un trato mucho mas humanitario en las
internaciones. Dijo: “la habitación debe estar en silencio absoluto, no debe estar adornada
con pinturas ni iluminadas con ventanas bajas; debe hallarse en planta baja antes que en pisos
superiores, porque las víctimas de manía con frecuencia saltan por las ventanas”

La Edad Media
Durante la Edad Media mantienen su auge los postulados clásicos con el agregado de un
mejor trato para los enfermos. Constantino el africano (siglo XI), realiza un estudio sobre la
melancolía basado en la teoría de los humores, ubica en el cerebro a un tipo de melancolía y
en el estómago otra a la que da el nombre de hipocondría dando cuenta, por primera vez, de
los síntomas que la caracterizan.
Los árabes creían que el loco era un protegido de Alá cuya misión en este mundo era decir la
verdad, teniendo en consecuencia una actitud de protección hacia ellos. Fueron además
quienes recuperaron para occidente las obras de los griegos, sobre todo la de Aristóteles.
Santo Tomás de Aquino, estudioso de Aristóteles, deja sentado que la locura debía ser
necesariamente un trastorno orgánico dado que el alma no podía enfermar.
Por sobre estos movimientos intelectuales el vulgo mantenía las viejas ideas de posesión
demoníaca (los locos eran brujos o posesos) y la práctica de los exorcismos, tendencia que va
a reaparecer en los dirigentes religiosos del Renacimiento cuando el Papa Inocencio VIII
ordena, en 1484, perseguir y castigar la brujería dando comienzo al extenso período de la
Inquisición, donde los “brujos” eran torturados y muertos en la hoguera. Por ese entonces
persistía la vieja creencia que los astros y luna influían sobre los trastornos mentales, de esta
idea deriva el término “lunático”.
En medio de este fragor irracional existieron pensadores que se atrevieron a manifestar
opiniones contrarias. Paracelso (1493-1541) en 1520 sostuvo que los trastornos mentales eran
enfermedades naturales que no se originaban en la posesión demoníaca, fue de los primeros
en observar la tendencia hereditaria de estas patologías y propone, por primera vez, el uso
de sustancias químicas para tratar la enfermedad mental. Luis Vives (1492, 1540) se oponía
a la idea de posesión demoníaca. J. Weyer (1515- 1588) denunció que los acusados de brujos
eran en realidad enfermos mentales y por su lucha es considerado por muchos como el
primer psiquiatra; describió los síntomas de la psicosis, la epilepsia, las pesadillas, los
delirios, la paranoia y la depresión. Paralelamente se crea en España, Valencia, en 1409, el
primer hospital psiquiátrico, iniciativa que luego se extendió a toda Europa.
Era costumbre hasta mediados del siglo XVII que los sacerdotes o los abogados evaluaran a
los alienados y determinaran la responsabilidad que les correspondía por su
comportamiento. Fue el médico P. Zacchia quien aconsejó que fuese tarea del médico
realizar la evaluación.

La Ilustración

Es recién hacia fines de 1700 cuando la psiquiatría va afianzándose como una nueva
disciplina dentro de la medicina, cuando comienzan a aparecer los primeros tratados sobre
las enfermedades mentales y se va abriendo paso una concepción de tratamiento más
humanitaria, desde el inglés Battie, 1751, hasta Pinel en Francia, 1793, siendo precisamente
con este médico que se inicia una nueva etapa en la historia de la psiquiatría.
Siguiendo los postulados de la Revolución Francesa, Pinel, y luego su discípulo Esquirol,
impuso no solo un modelo de mayor respeto hacía los alienados sino que inicia una
nosografía psiquiátrica que se ha ido perfeccionando hasta nuestros días. Pinel describió las
alteraciones de las diferentes funciones psíquicas: memoria, atención, juicio y pensamiento;
dividió a las enfermedades en melancolías, manías sin delirio, manías con delirio y demencia,
ya sea por deterioro intelectual o por idiotez; pensaba que además de la vulnerabilidad
hereditaria, las deficiencias en la educación y las pasiones podían provocar la locura y que,
por lo tanto, era resultado de una combinación de factores hereditarios y experiencia de vida.
Esquirol diferenció las alucinaciones de las fantasías y fue quien en 1838 señaló que las
alucinaciones eran percepciones sin objeto. Continuando la escuela J.P. Falret y J. Baillarger
describieron la locura circular y la locura a doble forma, cuadros que más adelante se
llamarían psicosis maníaco-depresiva. Pinel y sus discípulos se abocaron a una subdisciplina
que luego sería llamada Psiquiatría Forense, en relación a esto, vale recordar que imperaba
en esos tiempos la noción del filósofo Locke, que consideraba que sólo era psicótico aquel
que deliraba. Pinel y luego Pritchard lucharon por imponer el concepto legal de locura sin
delirio, provocada por la disarmonía afectiva, proponiendo Pritchard para este tipo de
psicosis el nombre de locura moral (moral insanity), término que erróneamente es aplicado a
la psicopatía. También en otras partes del mundo hubo un florecimiento de la nueva
disciplina: Chiaruggi en Italia, Fricke y Reil en Alemania, Rush en Estados Unidos.
En los tiempos de la Ilustración la enfermedad mental es pensada con basamento somático y
tratada en consecuencia. Willis y Sydenham abonaron esta idea con la
nominación “enfermedades de los nervios”. Cullen, en 1777, las designa como “neurosis”,
afectación de los nervios, término que en el siglo siguiente pasará a designar lo contrario:
enfermedad de etiología no somática, tal como se entiende hoy.

Dos conceptos importantes se imprimen a fines del siglo XVIII e inicios del XIX. Uno iniciado
por Gall que postula la correlación entre los rasgos de la personalidad y la morfología del
cerebro y su contenedor, el cráneo. Decía que las funciones psíquicas son generadas por
zonas cerebrales determinadas e inmodificables por el aprendizaje, es decir innatas. Esta
teoría localizacionista dio sus frutos, haciendo escuela en el saber psiquiátrico, basados en el
pensamiento siguiente: “si cada función psíquicas tienen su lugar en el cerebro, entonces las
enfermedades mentales, que son perturbaciones de esas funciones, también deben tener su
localización.” . Se sientan así las bases de una prolífica línea de investigación que se mantiene
vigorosa en la actualidad, la Psiquiatría Biológica. El otro concepto parte de Mesmer (ver
foto) al plantear la influencia de los astros, de lo externo, sobre la psicología del hombre: éste
emitía un fluido magnético que al liberarse tenía efectos curativos e influencia sobre los otros
hombres. Con Mesmer principia el hipnotismo, hoy sofrología, una poderosa herramienta en
el tratamiento de los procesos psicopatológicos con base en la sugestión, como la histeria y
otras neurosis, teniendo además cierta injerencia en la argumentación que luego desarrollará
la escuela psicoanalítica.

El siglo XIX
Durante el siglo XIX los psiquiatras se dedicaron a pulir la identificación y clasificación de
las enfermedades mentales. La escuela francesa con Pinel, Esquirol, Georget, Leuret, Moreau
de Tours, Fovil, Morel, Lasègue, Magnan, Cotard, Falret, y otros, sustentó sus teorías en el
trabajo asistencial y la investigación anatomoclínica: una vez bien delimitados los síntomas
de la patología mental, trataban de encontrar su correlato somático en la anatomía patológica.
La escuela alemana estuvo hasta mitad de siglo influida por el romanticismo filosófico por
lo que acentuaba el producto de la reflexión pura por sobre la experiencia clínica; potenciaba
los aspectos subjetivos. J. Reil publicó en 1803 el primer libro sobre psicoterapia; H. Heinroth
fue el primero en utilizar el término psicosomático y siguiendo esta escuela, el francés
Moreau de Tours, propuso comprender las manifestaciones clínicas como expresiones de
disfunciones de la personalidad, subrayó la importancia de la introspección y del estudio de
los sueños. Muchas de las ideas de esta escuela fueron luego sistematizadas en la obra de
Freud.
En esos años se hallaban difundidos los trabajos de Pasteur en microbiología; la teoría
sobre los tejidos orgánicos de Bichat, la teoría celular de Virchow y el trabajo de Bayle (ver
ilustración) que en 1822 describió la aracnitis crónicas en pacientes con parálisis general
progresiva (PGP). Hasta ese entonces la PGP era considerada una locura más, con episodios
de excitación psicomotriz, depresión, delirio y demencia. Es de notar lo siguiente, por
primera vez se piensa que distintas manifestaciones (excitación, depresión, delirio,
demencia) puedan tener una base anatómica común y sean etapas del deterioro de esa base
orgánica. Bayle había descubierto el sustrato anatómico de la PGP, intuyó su patogenia, pero
fue necesario esperar cincuenta años para que Fournier sospechara su origen sifilítico y recién
en 1913 el japonés Noguchi pone el punto final al encontrar el treponema en el encéfalo de
paralíticos generales fallecidos. La enorme importancia del trabajo de Bayle (aunque fuera
aceptado veinte años después por sus contemporáneos) consistió en haber encontrado una
causa orgánica cierta en el cerebro para una locura: la tan anhelada búsqueda de la
correlación clínica y anátomopatológica al fin se produjo, generando gran entusiasmo y la
renovación de las ideas organicistas sobre la etiología de la locura.

Griesinger
En 1845 Griesinger se convierte en el adalid del positivismo en Alemania y planta su
bandera: “Las enfermedades mentales son enfermedades del cerebro”, retomando la
orientación anatomoclínica en reacción al romanticismo. A él se debe el concepto de “psicosis
única”, teoría que siempre reaparece a lo largo de la historia de la psiquiatría y en la
actualidad uno de sus promotores es el inglés T. Crow. Griesinger sostenía que existía un
único proceso fundamental, la psicosis; la melancolía, la manía, el delirio y la demencia eran
etapas sucesivas del mismo proceso. Su replanteo del origen cerebral de la locura es seguido
por Westphal, Meynert, Wernicke, Nissl, Gudden, Alzheimer, Pick y otros quienes cimientan
con sus trabajos sobre la demencia, las afasias y las nuevas técnicas de tinción del tejido
cerebral, la psiquiatría biológica alemana.

Kahlbaum
A su vez los psiquiatras con fuerte tendencia clínica asistencial trabajan para delimitar
semiológicamente las enfermedades mentales, siendo fundadores de escuela Karl L.
Kahlbaum y Kraepelin. El aporte de Kahlbaum (1828-1899) fue agregar al análisis
semiológico del periodo de estado, el análisis del seguimiento de los síntomas a lo largo del
tiempo, la evolución de la patología, lo que hoy conocemos como “curso” de la enfermedad.
Fue un prolijo observador, recortó del conjunto de la psicopatología las características que
permiten diagnosticar la Catatonía (1863) y, junto a su discípulo Ewold Hecker (1843-1909),
la Hebefrenia (1871). Caracterizaba a la catatonía, “locura de tensión”, como una
perturbación del tono muscular, el estupor y la tendencia a adoptar posturas y actitudes
extravagantes, considerando que era resultado de una disfunción cerebral. Dice: “La
catatonía es una enfermedad cerebral de curso cíclico, alternante, en la cual la sintomatología
psíquica presenta sucesivamente el aspecto de la melancolía, de la manía, del estupor, de la
confusión y la demencia. Se presentan también procesos nerviosos locomotores, flexibilidad
cerosa, ataques de contracturas y convulsiones. En el estupor se da a veces una ausencia
completa de pensamiento y una incapacidad para observar... El enfermo es incapaz de
indicar la razón de su silencio. En la fase de excitación tiene un comportamiento patético
marcado por constantes declamaciones y acompañados de gesticulaciones animadas.
Algunos hablan de temas triviales en un tono que podría sugerir que se trata de un problema
del más alto interés para la humanidad. El signo patognomónico en esta fase es la
verbigeración (Kahlbaum la asocia con una convulsión de los centros cerebrales del lenguaje):
el paciente produce un discurso compuesto de palabras continuamente repetidas y
desprovistas de sentido”. La catatonía le parece el contrapunto de la PGP porque los síntomas
motores tienen una tendencia al espasmo y la contractura, en oposición a la parálisis.
Como veremos más adelante Kraepelin incluye, tal vez erróneamente, a la catatonía como un
tipo de demencia precoz, y no era ésta la idea original de Kahlbaum.
Kraepelin
El estudio del curso de las insanias fue ampliado por el discípulo de Griesinger, Emil
Kraepelin (1856-1926), en quien nos detendremos un momento dada la importancia capital
que tuvo para la psiquiatría.
Kraepelin tenía 26 años cuando Wundt, maestro de la psicología experimental en cuyo
laboratorio trabajaba Emil, le encarga realizar un resumen sobre los cuadros psiquiátricos,
motivado sobre todo por cuestiones nacionalistas: los alemanes no querían seguir estudiando
psiquiatría de las traducciones de textos de los brillantes clínicos franceses. Pero Kraepelin
era un perfeccionista, un apasionado de la clasificación, un admirador del botánico Linneo,
y no se conformó con una mera recopilación sino que creó una nueva clasificación de las
enfermedades mentales que publicó en 1883 (un volumen de 350 páginas) que siguió
perfeccionando hasta su muerte (la octava edición constaba de cuatro volúmenes y 2500
páginas) y que aún hoy, con algunas variantes, es el marco clínico donde se asienta el
conocimiento psiquiátrico. Como señalamos siguió a Kahlbaum en el acento dado a lo
descriptivo y en el interés por el curso de la enfermedad, siguió el criterio anatomoclínico de
su maestro Griensinger y tomó de Möbius la noción etiológica de exógeno (enfermedades
psíquicas provocadas por agentes externos que accionaban sobre el cerebro) y
de endógeno (predisposición innata a padecer en algún momento de la evolución madurativa
una enfermedad mental sin base somática reconocida). Reelabora la idea de Morel sobre
Demencia Precoz para darle el contenido de lo que hoy conocemos como Esquizofrenia, e
incluye en ellas a la Catatonía, la Hebefrenia y agrega de su cosecha la forma Paranoide, y en
1904 agrega la forma Simple, descripta por Diem en 1903. Da identidad a la Psicosis Maníaco
Depresiva, crea el término Personalidades Psicopáticas, Parafrenias y muchos aportes más
que hacen de él un maestro de la psiquiatría.
Distingue como síntomas fundamentales en la demencia precoz el repliegue afectivo, la
indiferencia, la falta de voluntad, la perturbación del curso del pensamiento y del
razonamiento y la pérdida de la unidad interior. Los síntomas accesorios son las
alucinaciones, las ideas delirantes, los automatismos gestuales catatónicos, los accesos
depresivos o excitativos y las impulsiones. La demencia como la entiende Kraepelin, se
refiere a la afectación de la afectividad, la voluntad y el razonamiento (y en consecuencia la
personalidad), en cambio no están afectadas la inteligencia, la memoria ni la orientación).
Citamos al maestro: “Comprenderéis desde luego que estamos frente a un estado de
demencia, en el cual la facultad de comprender y recordar conocimientos adquiridos hállase
menos trastornada que el juicio, y en especial que los impulsos emocionales y los actos de
volición que con aquellos se encuentran en la más íntima dependencia. La enfermedad así
delineada correspóndese mucho con el caso ya descrito, a pesar de su diverso desarrollo. La
pérdida completa de la actividad mental, y en especial el interés por nada, así como la
carencia de propia energía de impulsión, son características y fundamentales indicaciones
que dan a éste como al otro caso un sello común. Además de la debilidad del juicio existen
rasgos permanentes y fundamentales de la demencia precoz que acompañan a la enfermedad
durante toda su evolución. Comparados con éstos, todos los demás trastornos, por muy
salientes que aparezcan en casos aislados, deben considerarse como meramente transitorios,
y por ende sin valor diagnóstico absoluto. Conviene esto, por ejemplo, a las ilusiones y
alucinaciones, que son muy frecuentes, pero que suelen evolucionar según diferentes grados,
y aun no existir, sin que afecten en nada ni el curso ni las líneas principales e la
enfermedad. Podemos asentar como regla que los estados de depresión acompañados en
principio de vívidas alucinaciones o ilusiones confusas son la forma usual en el preludio de
la demencia precoz. Las oscilaciones emocionales, por su poca estabilidad, son para el
diagnóstico de carácter aleatorio. Es verdad que al hacer su aparición la enfermedad suelen
observarse estados de excitación o de depresión emotivos; más pronto llegamos a
convencernos de que tales anomalías emocionales no tardan en desaparecer, persistiendo,
sin embargo, sus correspondientes signos externos.”

Clasificación Psiquiátrica de Kraepelin, sexta edición, 1899


1) Locuras infecciosas, 2) Locuras de agotamiento, 3) Intoxicaciones, 4) Locuras toroideas, 5)
Dementia Praecox, 6) Demencia paralítica 7) Locura de las lesiones del cerebro, 8) Locuras de
involución, 9) Locura maníaco-depresiva, 10) Paranoia, 11) Neurosis generales, 12) Estados
psicopáticos ( locuras degenerativas) 13) Detenciones del desarrollo psíquico.

Siglo XX
Bleuler
Eugen Bleuler (1857 – 1940) estudió con Charcot, Magnan y A Forel y en 1898 tomó la
Cátedra de Psiquiatría de Zurich, fue su ayudante C. Jung quien lo conecta con las ideas
freudianas, de gran influencia en su pensamiento. También fueron sus ayudantes Karl
Abraham, Binswanger y Eugene Minkowski.
Bleuler escribe en 1911 una monografía sobre Demencia Precoz, a la que sugiere llamar
Esquizofrenia, donde adopta una posición crítica sobre algunos aspectos enunciados por
Kraepelin y desarrolla criterios para realizar el diagnóstico de esta patología a través de
síntomas primarios y secundarios. A partir de esta publicación el término Esquizofrenia
(mente escindida) fue adoptado por todos los autores. Sostenía que la esquizofrenia no era
una sino que debía hablarse en plural en relación a ella; que no todas las esquizofrenias
terminaban en demencia, que en algunas su inicio no eran precoz y que un porcentaje de
ellas se curaban: “llamo esquizofrenia porque espero demostrar que la dislocación (spaltung)
de las diversas funciones psíquicas es uno de los caracteres más importantes”. Pensaba que
una lesión cerebral era la responsable de los síntomas primarios, y llamó síntomas
secundarios a la reacción de la personalidad a los síntomas primarios. Los síntomas
característicos eran la disgregación asociativa del curso de las ideas, el autismo y la
ambivalencia afectiva. A partir de la “disociación” se producen otros síntomas secundarios,
psicógenos, que son una reacción del “alma enferma” ente el proceso morboso para terminar
en la ruptura delirante y hermética del contacto con la realidad, el autismo.

Hoche expuso en 1912 su concepto de reacción biológica y su teoría de los síndromes


preformados. Plantea que las causas de las enfermedades psíquicas hacen que salgan de su
estado latente ciertos mecanismos psíquicos de reacción psicótica que existen preformados
en la constitución psicosomática del individuo, dando lugar a formas de reacción biológica
dentro de las cuales se hallan totalmente estructurados los síntomas de cada psicosis.
O. Bumke, basándose en su maestro Hoche, sostiene que la esquizofrenia es una forma de
reacción exógena orgánica; es una reacción general del cerebro a diversas noxas patógenas a
las que estaría predispuesto el encéfalo cuando sobre él actúan diversos factores.
Karl Jaspers, a pesar de su corta permanencia en el campo de la psiquiatría (luego se dedicará
a la filosofía), escribe en 1913 su Psicopatología General donde propone un método estricto
para los diagnósticos psiquiátricos. Diferencia el explicar, propio de las ciencias naturales,
del comprender, adecuado para las ciencias del espíritu; designa como proceso a la irrupción
de síntomas que interrumpen la continuidad histórico vital de un individuo, como es el caso
en la esquizofrenia, y como desarrollo al despliegue de síntomas preexistentes hasta
constituir una patología mental, como es el caso de la paranoia donde los síntomas
desconfianza, susceptibilidad, suspicacia forman parte de la personalidad sana, previa a la
psicosis.
Freud en Alemania estudia las neurosis y le da un marco teórico, una sistematización y una
manera de tratarlas inéditas, a tal punto de formar una poderosa escuela, la psicoanalítica,
que tiñó con sus postulados el espectro de la psicología y parte de la psiquiatría. Basado en
el proceso de aprendizaje como fuente de patología neurótica y en el proceso mnésico (lo
inconsciente)como sustentador y a su vez como resolutivo (recuerdo, catarsis), elaboró una
convincente teoría que intenta dar cuenta de la etiología de las neurosis con un fuerte acento
en la sexualidad. Criticado hasta la exasperación y adorado hasta el fanatismo el psicoanálisis
pervive a esos avatares.

Wernicke
Por otra parte, en Frankfurt, Wernicke, Kleist y Leonhard establecen una corriente de
pensamiento que sigue la tradición anatomoclínica, puntualizando preciosismos
semiológicos y clínicos a fin de distinguir subgrupos en la clasificación kraepeliniana y crear
nuevos cuadros que respondan a la realidad clínica por ellos observadas. Tienen una
concepción pluralista de la esquizofrenia, que reúne varias formas de la enfermedad.
Distinguen un grupo central de evolución lenta y con graves manifestaciones deficitarias que
se debería a un proceso degenerativo primario del sistema nervioso, comparable a las heredo-
degeneraciones neurológicas, y otro grupo que cursa con brotes tempestuosos que sería de
origen extracerebral. Así dividen a las esquizofrenias en sistemáticas y asistemáticas. Por
ejemplo, dentro de las sistemáticas a las hebefrenias las dividen en pueril, depresiva, apática
y autística, y, como ejemplo de asistemáticas, la catatonía iterativa. Esta escuela continúa en
la actualidad con H. Beckmann en Alemania y en Argentina con Diego Outes, Juan Carlos
Goldar y Alberto Monchablón.
De Wernicke (1848-1905) están registradas sus lecciones, de las cuales transcribimos un
fragmento:
“Señores, ustedes saben que entonces no existía una teoría desarrollada de las enfermedades
en sentido moderno, es decir, una teoría que se apoyara en las perturbaciones enfermizas de
órganos aislados de función conocida, y que por eso se atribuía a ciertos síntomas que se
repetían de un modo particularmente frecuente, incluso en distintos grupos nosológicos, la
significación de especies de enfermedad. Con ese criterio el conocimiento médico de las
enfermedades no fue más allá de la ciencia que aún ahora encontramos difundida entre el
público profano, cuando considera como verdaderas enfermedades la tos, las palpitaciones,
la fiebre, la ictericia, la anemia y la consunción. Exactamente éste es el criterio actual de la
psiquiatría, por lo menos en la mayoría de los psiquiatras, sus representantes. Ciertos
síntomas de particular intensidad constituyen también para ellos la verdadera esencia de la
enfermedad: así, por ejemplo, un estado de ánimo depresivo constituye en el más amplio
sentido la esencia de la melancolía; la euforia con un exceso de movimientos la esencia de la
manía, y muchos otros más. De resultas de esto ahora se diferencia un gran número de
supuestas enfermedades de ese tipo”

CIE y DSM
A fin de unificar los criterios diagnósticos se elaboraron sistemas nosológicos que intentaron
seducir a la mayoría de los psiquiatras. Entre los más populares está la Clasificación
Internacional de Enfermedades Mentales de la OMS y el DSM, Manual diagnóstico y
estadístico de los trastornos mentales que evalúa el cuadro psiquiátrico de acuerdo a distintos
ejes que proporcionan información independiente para luego dar una valoración global. Así
tenemos:
Eje I. Síntomas clínicos y otras condiciones que merecen atención o tratamiento.
Eje II. Trastorno de la personalidad.
Retraso mental
Eje III. Trastornos y estados físicos.
Eje IV. Problemas psicosociales y ambientales.
Eje V. Escala de evaluación global del sujeto
Además consta de varios bloques temáticos donde se desarrollan los criterios para los
distintos diagnósticos, a saber:

Trastornos de inicio en la infancia, la niñez o la adolescencia.


Delirium, demencia, trastornos amnésicos y otros trastornos cognoscitivos.
Trastornos mentales debidos a enfermedad médica no clasificados en otros apartados.
Trastornos relacionados con sustancias.
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos.
Trastornos del estado de ánimo.
Trastornos de ansiedad
Trastornos somatomorfos
Trastornos facticios
Trastornos disociativos
Trastornos sexuales y de la identidad sexual.
Trastornos de la conducta alimentaria.
Trastornos del sueño.
Trastornos del control de los impulsos no clasificados en otros apartados.
Trastornos adaptativos.
Trastornos de la personalidad.
Otras problemas que pueden ser objeto de atención clínica.

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