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UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA DE EL SALVADOR

PSICOLOGÍA SOCIAL
LICDA. SILVIA ELIZABETH AVALOS FRANCO

Los estereotipos, el prejuicio y la discriminación

ORÍGENES DEL PREJUICIO


El prejuicio, en definitiva, es una característica humana que tiene sus orígenes en
aspectos muy variados, tanto en condiciones psicológicas (cognitivas), como en
características del medio en el cual la persona se desenvuelve (sociales -
culturales). Si bien existen distintas explicaciones (algunas ya obsoletas), ninguna
alcanza por sí sola para dar cuenta suficientemente del fenómeno, por lo que se
hace necesario considerar varias para entenderlo; de ahí su complementariedad.

Teorías tradicionales.
Existen algunas teorías tradicionales que explican el origen del prejuicio. A inicios
del siglo XX surgieron algunas publicaciones según las cuales los prejuicios de
grupos de raza aria hacia las demás eran producto de "la superioridad mental de
la raza blanca" Posteriormente y, a la luz de estudios interdisciplinarios de tipo
médicos, antropológicos y psicológicos, se comienza a explicar el prejuicio como
una respuesta primitiva de los grupos, y no necesariamente basada en la realidad.
Entre 1930 y 1940, el momento político y social que vivía Europa influyó
enormemente en los movimientos teóricos, surgiendo una nueva posición según la
cual, el prejuicio era una patología basada en la personalidad. El autor, Adorno,
concluyó que la base del prejuicio era la personalidad autoritaria.
Teoría de la personalidad autoritaria o intolerante.
Theodor W. Adorno junto a Else Frenkel-
Brunswik, Daniel Levinson y Nevitt
Sanford, todos ellos investigadores de la
Universidad de California, Berkeley,
definieron la teoría de la personalidad
autoritara.
La investigación que le terminó dando
forma al concepto se gestó a mediados
del siglo pasado y fue motivada por un
encargo del gobierno de los Estados
Unidos interesado en rastrear los
rescoldos del antisemitismo.
En un primer momento, el objetivo
principal de los trabajos que condujeron al desarrollo de la teoría era demostrar que
ciertos individuos son fascistas potenciales aunque, antes de llegar a convertirse en
ello, muestran una alta susceptibilidad a este tipo de propaganda, manifiestan
fuertes sentimientos antidemocráticos y presentan un tipo de personalidad
específica o personalidad autoritaria (Adorno, Frenkel-Brunswick, Levinson y
Sandford, 2006).
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Es necesario entender que, en el momento histórico en que se desarrolló la teoría
de la personalidad autoritaria, acababa de terminar la segunda guerra mundial, con
el exterminio de distintos grupos de individuos, sobre todo, de judíos. En aquel
momento, el mundo occidental estaba horrorizado ante esos actos y una de las
motivaciones de Adorno et al. era explicar por qué se habían producido estos
hechos; es más, una parte de la financiación que permitió el desarrollo del proyecto
provino del Comité Judío Norteamericano (American Jewish Committee).
Adorno argumentó que algunos rasgos de personalidad profundamente arraigados
predisponían a algunos individuos a ser muy sensibles a las ideas totalitarias y
antidemocráticas. La evidencia ofrecida para apoyar esta conclusión incluye
estudios de casos (por ejemplo, nazis), prueba psicométrica (uso de la escala F, de
fascismo) y entrevistas clínicas.
Así, los datos recopilados parecieron defender la existencia de la personalidad
autoritaria, lo que podría ayudar a explicar por qué algunas personas son más
resistentes a cambiar sus prejuicios.
Para esta teoría entonces, los prejuicios son una expresión de la perspectiva
desconfiada y rígida que tienen algunas personas de la vida (Morris y Maisto, 2001),
siendo estrictos seguidores de las reglas sociales y las jerarquías de la época.

El conflicto básico motivacional que subyace a la personalidad autoritaria emerge,


según este modelo, de patrones de socialización punitivos, en los cuales los
impulsos socialmente inaceptables son reprimidos de una manera particularmente
severa y controladora resultando en individuos igualmente controladores, punitivos y
opresivos. Básicamente el autoritarismo se refiere a un síndrome específico de
características de personalidad covariantes, dentro las cuales destacan el
convencionalismo, la agresión autoritaria, la sumisión autoritaria, la estereotipia, y la
rigidez cognitiva. En otras palabras, un individuo autoritario se caracteriza por ser
convencional: ver el mundo (literalmente) en “blanco y negro”, expresar sentimientos
agresivos en contra de chivos expiatorios (ej. homosexuales) y ser sumiso frente al
liderazgo de figuras de autoridad (iglesia, gobierno). Como consecuencia de este
tipo particular de personalidad, los sujetos autoritarios son particularmente
propensos a apoyar sistemas de creencias estereotípicos, expresar evaluaciones y
sentimientos derogatorios en contra de las minorías y presentar conductas
discriminatorias.
Adorno llegó a la conclusión de que las personas con personalidades autoritarias
mostraban una inclinación mayor a categorizar a las personas en “nosotros” y
“ellos”, percibiendo a su propio grupo como superior.
Las personas con una educación muy estricta, administrada por padres críticos y
severos, tenían más probabilidades de desarrollar una personalidad autoritaria.
Adorno creía que esto se debía a que el individuo en cuestión no podía expresar
hostilidad hacia sus padres (por ser estricto y crítico). En consecuencia, la persona
desplazaría después su hostilidad hacia objetivos que no se la penalizarían por
estar en una posición débil, como las minorías étnicas.
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La teoría de la frustración 
La teoría de la frustración-agresión
postulada por Dollard y Miller defiende que
la agresión surge como causa de la
frustración. Definen la frustración como una
emoción que surge cuando algo impide que
logremos un objetivo o nos dificulte su
obtención.
Si la frustración motiva la aparición de la
agresividad, se puede deducir que a mayor
nivel de frustración también habrá una
mayor reacción agresiva. Pero ¿Cuándo es
mayor la frustración? ¿Cuándo aquello que pretendíamos conseguir o hacer era de
suma importancia?
La teoría también postula que cuanto mayor es la frustración, más intensa es la
agresión resultante. Si alguien se cuela en la cola del supermercado, por ejemplo, la
probabilidad de que sea señalado o recriminado aumenta o disminuye en función
del puesto al que haya accedido o intentado acceder.
Además, dice que la agresión lo libera la frustración, se acumula. De este modo,
llega un punto que cualquier pequeña frustración puede dar lugar a una agresión
intensa, producto de esta acumulación.
De acuerdo con estas perspectivas las actitudes derogatorias hacia los exogrupos y
sus miembros son una respuesta a la frustración. Esta frustración es a su vez
producto de la motivación de recuperar el equilibrio psicológico producido por la
imposibilidad de alcanzar ciertas metas.
Dentro de la teoría de la frustración-agresión, la agresión es la conducta cuyo
objetivo es dañar a la persona a la que está dirigida. La agresión puede ser física o
verbal, directa o indirecta.
De acuerdo a Dollard y colaboradores (1939), “la aparición de la conducta agresiva
siempre presupone la existencia de frustración, y viceversa, la existencia de
frustración siempre lleva a algún tipo de agresión”. Por lo general la agresión es
dirigida a la fuente de la frustración, pero cuando esto resulta imposible, la agresión
es desplazada hacia otro objeto, usualmente una víctima vulnerable, las minorías,
por ejemplo. Así, en su famoso estudio sobre agresión interétnica, Hovland y Sears
(1940) se explican el aumento de la violencia hacia los afronorteamericanos en
períodos de recesión, precisamente como resultado de la frustración producida por
las limitaciones impuestas por la situación económica.
Se basa también en la idea de que existe un componente personal en el prejuicio.
Plantea que el prejuicio es el resultado de frustraciones que el grupo ha vivido,
volcando temores e inseguridades del propio grupo hacia otros. Existen algunos
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estudios interesantes que plantean que, en épocas de crisis económica, algunos
grupos excluidos desahogan su ira a través de actitudes prejuiciadas y conductas
discriminatorias hacia aquellos que se encuentran en una "escala social" menor o en
situación de mayor vulnerabilidad (Morris y Maisto, 2001).
Socialmente, el prejuicio también está ligado con un conflicto de intereses (real o
potencial). De alguna manera, el prejuicio también permite una preferencia en el
acceso a oportunidades, dando prioridad al grupo interno antes que a los otros. En
estos casos, la discriminación puede beneficiar al grupo que discrimina. Este tipo de
sentimiento ha servido de justificación, por ejemplo, en Estados Unidos o en
España, a la discriminación de los foráneos, en el sentido en que su presencia en el
país disminuye las oportunidades laborales de sus pobladores.

Teorías Modernas.
Teoría de la Diferenciación del otro
Según teorías explicativas más
modernas, el prejuicio tiene entre sus
orígenes sociales más básicos
la necesidad de diferenciarse del otro.
Desde el momento en que surge la
conciencia de que existen personas
distintas a uno y grupos distintos al
propio, se inicia el `proceso de
diferenciación.
Parte del supuesto de que la vía
primordial para obtener la información y evaluación de nuestros grupos (y por ende
de nuestra identidad social) es la comparación del propio grupo con otros grupos
sociales relevantes.
El argumento central es que las discrepancias negativas en estos procesos de
comparación social resultan en identidades sociales insatisfactorias, las que a su
vez activan la necesidad de maximizar la diferenciación positiva (es decir, evaluar el
endogrupo más positivamente que el exogrupo). Estas necesidades son más fuertes
en aquellos individuos particularmente identificados con su grupo de referencia,
precisamente porque son los más necesitados de autoafirmación a través de sus
categorías sociales. Estos individuos son los que están más dispuestos a asumir las
normas del grupo, por lo que bajo ciertas condiciones estructurales
(impermeabilidad, inestabilidad e ilegitimidad de las relaciones entre los grupos)
este proceso de diferenciación positiva puede llevarlos a acciones colectivas y la
hostilidad intergrupal
La diferenciación del grupo ajeno permite afianzar la identidad social del propio
grupo, siendo este fenómeno fundamental para generar sentimientos nacionalistas o
de apego familiar e institucional.
El prejuicio surge en base a la diferenciación, aunque incorporando una connotación
negativa al grupo ajeno. Una forma de afianzamiento de la identidad grupal consiste
en justificar las características positivas del grupo personal y desvalorizar las de los
otros.
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El sentimiento de amenaza al estatus social que sienten algunos grupos frente a
otros o bien la inseguridad de habilidades y conocimientos personales,
son fuentes constantes de prejuicios (Mann, 1973).
El prejuicio tiende a aumentar según el grupo vaya percibiendo que los demás
pueden amenazar la integridad, estabilidad o unión del grupo; o bien, cuando
existe

una amenaza contra cualquier aspecto importante para el grupo, como


características políticas, religiosas, económicas, lingüísticas.
En definitiva, la necesidad de reafirmación de la autoestima del grupo ha
impulsado el origen y mantenimiento de los prejuicios.
Históricamente, es posible que parte de los orígenes de las diversas formas
de dominio político se haya basado en la conquista de territorios y el
desplazamiento de soldados con superioridad militar a regiones apartadas. Este
fenómeno produjo que los pueblos que eran conquistados pasaran a ser
considerados inferiores y, al mismo tiempo, los vencedores como superiores.
Expresiones de esto pudieron verse no sólo con la conquista española en América,
sino también en otras circunstancias históricas en Europa.
Entonces, los pueblos que se empobrecían por cualquier causa, pasaban a ser
considerados inferiores. Actualmente, esta situación parece no haber cambiado
demasiado, en tanto algunos conflictos entre naciones pueden surgir de la
necesidad de unir o afianzar la autoestima y la identidad de grupo.
Existen algunos otros elementos importantes para explicar los orígenes de los
prejuicios, los cuales tienen una base más cognitiva (de pensamiento) que social.
Esto no significa que sea sencillo separar unos de otros, sin embargo, es necesario
como organizador del presente trabajo. En este sentido, se presentan a
continuación algunos aspectos más cognitivos del prejuicio.
Teoría del pensamiento categórico
Algunos autores vinculan el prejuicio con
el pensamiento categórico, es decir, la
capacidad para ordenar la realidad en base a
categorías. Esta es una característica básica
del pensamiento y del funcionamiento normal
de los seres humanos
(www.understandingprejudice.org).
El concepto de categorización social es el
proceso por el cual las personas organizan su
medio, de manera elemental, diferenciando
por características esenciales a quienes se parecen a uno y a quienes son distintos.
Las personas suelen agruparse de acuerdo a ciertas características y dejar de lado
a otros individuos, con los cuales no se identifican.
En esta selección natural no necesariamente existe una mala disposición o actitud
frente al otro grupo, sin embargo, de todas maneras, existe una visión más positiva
de lo propio versus una actitud neutra hacia el grupo ajeno. A esto se llama sesgo
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de grupo, aunque no llega a ser prejuicio por no tener una connotación negativa
(Gerrig y Zimbardo, 2005); sin embargo, constituye un aspecto esencial en la
explicación del prejuicio
Esta tendencia a categorizar se puede apreciar con facilidad si pensamos en
situaciones donde observamos dibujos sin forma evidente (o, por ejemplo, las
nubes) y tratamos de colocarles el rótulo de algún elemento conocido; de igual
manera

cuando vemos objetos desconocidos, tratamos de categorizarlos como


"instrumentos parecidos a ...".
La simplificación excesiva es un componente importante en la explicación del
origen de los prejuicios. Cognitivamente, las personas tenemos la capacidad
de completar información inexistente y simplificar información, de manera que
sea más sencilla de entender. No es posible que las personas estemos
constantemente analizando en profundidad todas las situaciones y buscando toda la
información necesaria para completar los vacíos de conocimiento, pues sería
agotador. Por ello, tendemos a simplificar nuestras visiones y también generalizar
situaciones que parecen similares. Asimismo, llenamos los vacíos de información
con estereotipos. En los momentos en que esta generalización o simplificación
genera inconsistencias, puede haber modificaciones pequeñas en las concepciones,
de manera que los argumentos personales se vuelvan coherentes (Morris y Maisto,
2001).
Todo ello está vinculado con inflexibilidad cognitiva, es decir, la incapacidad para
cambiar los pensamientos o creencias que tiene la persona, de manera que se
devalúa la información que es inconsistente con el estereotipo previo (Light, Keller y
Calhoun, 1991). Esto ocurre especialmente con estereotipos o conocimientos que
han sido adquiridos durante la infancia y aprehendidos con tanta fuerza, que es
difícil que la persona cambie de opinión; generalmente los preceptos más difíciles
de cambiar tienen además una base en las tradiciones culturales y costumbre
familiares y/o sociales.

Para algunos psicólogos sociales, los prejuicios evidentes e incluso la


discriminación, pueden estar relacionados con una necesidad de conformidad
social; es decir, tener una actitud de conformidad ante lo que el grupo plantea y ser
permisible a lo que los demás piensan (Morris y Maisto, 2001). Tal es el caso de
algunas discotecas y pubs en nuestro país en los que se restringe el ingreso a
personas con ciertas características, lo cual no necesariamente significa que
quienes manejan dicho establecimiento hayan tenido siempre una actitud
discriminatoria, pues ésta puede haber surgido de la necesidad de mantener un
público objetivo que sí tiene prejuicios y es discriminador.
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