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Agresividad versus Destructividad

AGRESIVIDAD VERSUS DESTRUCTIVIDAD DESDE LA TEORIA DE LA AUTORREGULACIÓN


Xavier serrano

Es en 1927 cuando W. Reich plantea la diferencia entre los conceptos agresividad y.


destructividad. Posteriormente dicha distinción será retomada por algunos autores de la corriente de la
Psicología humanista y desde el psicoanálisis marxista. Se planteaba la polémica sobre si el ser
humano era o no violento por naturaleza. En ese momento coexistían múltiples planteamientos acerca de
la existencia, en el ser humano, de una tendencia natural a ser violentos, pensando que había una parte
sádica presente en todo componente vital, mientras que la corriente marxista mantenía que la
destructividad-sadismo venía producida por las condiciones económicas a las que se veía sometida la
persona por el sistema social establecido. Por otro lado, en escritos de libertarios como los de Kropotkin
o Bakunin se encontraba la afirmación de que en la naturaleza del ser humano predominaba una
tendencia al amor, a la solidaridad y a la constructividad (ver “EL apoyo mutuo” de Kropotkin), y que
todas las manifestaciones de violencia eran consecuencia de las pulsiones negativas que generaba la
miseria, y la cultura dominante. Pero a pesar de estos planteamientos la realidad que se observaba
cotidianamente era de una permanente manifestación de pulsiones sádicas por parte de la persona, y en
ella el sadismo humano aparecía en sus múltiples facetas. También en aquellas época Freud llegó a
modificar su incipiente Teoría de la libido en la que hablaba de los instintos básicos humanos, donde la
sexualidad se mostraba como la fuerza que impulsaba el desarrollo del amor (eros) y coexistía con el
instinto de autoconservación, para transformarla hasta llegar a afirmar que el amor tiene la contrapartida
instintiva de la tendencia a la muerte (el thanatos). Freud se apoyaba en la imposibilidad de
transformación de hábitos, básicamente de tipo masoquista, en algunos pacientes. Esa tendencia -
denominada por Freud la compulsión de repetición, suponía la repetición de acciones y pulsiones que
aún a sabiendas del daño que hacen y lo que perjudican, no se llegar a modificar con la técnica
psicoanalítica. Wilhelm Reich presenta una evolución a lo largo de esta polémica. En el año 1927 plantea
la diferencia de los dos conceptos (agresividad y destructividad) afirmando que para llevar a cabo lo que
se conoce como instinto amoroso, capacidad de amor o la tendencia a la solidaridad y al apoyo mutuo -
siguiendo a los libertarios- es necesario disponer de la capacidad de agredir, concepto muy vinculado a la
libido y al instinto básico de la vida, es decir, la necesidad de desarrollo de aquello de lo que formamos
parte y que necesitamos satisfacer buscando las fuentes de esa satisfacción, haciéndonos ver y
ocupando nuestro espacio. Agresividad, por tanto, no era sinónimo de destructividad, era la fuerza
necesaria para desarrollar el instinto, para llevar adelante aquello que nosotros vitalmente necesitamos.
En esa necesidad se incluye la necesidad de supervivencia, apoyando las tesis libertarias y las marxistas
en las que en un momento determinado cuando una persona se ve sin la posibilidad de tener lo justo para
sobrevivir, innatamente y desde una perspectiva de salud, aparece su agresividad, por otro lado también
es agresividad la necesaria para conquistar el objeto deseado, el objeto de amor.

Reich demuestra en sus escritos cómo desde el principio de la vida lo primero que se inhibe es
la manifestación de la agresividad. El niño ve ahogada su capacidad de reivindicar, por lo que ese
impulso se va mermando y la necesidad se va extinguiendo. Esta sustracción supone la pérdida
progresiva de la fuerza para mostrar y canalizar el instinto, por lo que la persona se queda anulada,
bloqueada, lo que implica la existencia un remanente pulsional que puja por salir y que está acompañado

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con frustración y destructividad. Dicha destructividad aflorará sutilmente cuando al organismo le dejan de
funcionar las compensaciones, es decir, cuando “la válvula de escape se rompa”. El sadismo del animal
humano se desarrolla en circunstancias en las que no hay justificación posible, por lo tanto no podemos
equiparar esa actuación de violencia humana con la de cualquier otro animal. El animal no humano mata
para sobrevivir, el humano saca el sadismo para resarcir su pulsión sádica destructiva. Sólo es posible
comprender los actos de sadismo humano desde la perspectiva de la irracionalidad. Multitud de
personas, bajo un tipo común de defensa extrema, no tienen contacto con lo que han hecho después de
llevar a cabo un acto destructivo y sádico, en el momento en el que se les hostiga y se les obliga a
recordar no reconocen los actos pasados como suyos. Existen otras defensas con las que justificamos
nuestras acciones sádicas en las que está completamente ausente una lógica objetiva que nos haga
comportarnos de esa manera. Con los niños (como organismos débiles que son) se plasman todo este
tipo de acciones de manera más sutil y más sofisticada pero no por ello dejan de ser manifestaciones de
sadismo.

Desde el punto de vista clínico el sadismo responde a una lógica y a una necesidad de liberación de la
presión a la que la persona se ve sometida por su propia carga de destructividad. Manifestamos la
violencia y el sadismo porque de lo contrario nuestra propia necesidad de defensa se quebrantaría
llegando a un extremo y peligroso nivel de autoagresión. Partiendo de la base de que el sadismo y el
masoquismo van unidos en su manifestación. Dependiendo de los caracteres, encontraremos
componentes de agresión más o menos arraigados, basaremos el comportamiento pulsional en la
autoagresión unida a la idea del miedo al juicio y a la culpabilidad, ya que constantemente estamos
culpabilizándonos, para así evitar el que alguien nos diga lo que está bien o mal y en consecuencia nos
cuestione y nos dañe. Todo ello es producto de la introyección negativa de todo lo que es expresión,
manifestación y agresividad, ya que a lo largo de los años hemos ido viendo progresivamente que no
debíamos expresar, asumiendo lo que sí podíamos expresar. Hemos interiorizado el discurso externo y lo
hemos asociado con nuestro cuerpo, formándose lo que Reich llamaba la pérdida de contacto.

Es por ello que para Reich y los post-reichianos la violencia y el sadismo no es algo natural, es
manifestación que surge en circunstancias irracionales o justificadas legalmente, pero para poder
desarrollarla es necesario que el interior de esa persona esté lleno de rencor y de frustración, vinculado a
las circunstancias vividas en la infancia, cuando la posibilidad de defensa es nula, en muchos casos. De
esa manera Reich mencionaba que si bien el amor es el impulso primario, básico del animal humano, que
se plasma en la solidaridad, el apoyo mutuo, el respeto...lo cierto y lo normal es que exista una constante
violencia digital o analógica porque las frustraciones infantiles irracionales a las que se ha visto sometida
la persona crea esa base de rencor que se va canalizando a través de la autoagresión, pero que en
momentos determinados irrumpe en forma de sadismo o de peste emocional, utilizando el termino de
Reich. Es por ello que no puedo estar de acuerdo con planteamientos como los de F.Savater, quien
desde la filosofía analiza la causa de la violencia del odio y de la ambición como consecuencia de la
desesperación que causa el sabernos mortales. La competitividad salvaje, la ambición, el consumo
alienante, el sadismo físico hacia la mujer o los hijos, e incluso la manifestación psicopática es
consecuencia de la historia infantil, asociada a las circunstancias sociales y económicas que se viven en
esos momentos.

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A lo largo del proceso terapéutico vemos cómo la persona tanto a través de la transferencia
como a través del cuerpo va permitiéndose tomar contacto y dejar emerger esa parte sádica, sin lo cual
tampoco puede surgir la capacidad de amar. Por otra parte, también durante el proceso la persona se va
encontrando con otra disyuntiva. Por un lado empieza a darse cuenta de cuál es su esencia y por otro
lado se da cuenta que muchas de sus conductas le perjudican. En términos clínicos hablaríamos de
dualidad entre carácter y yo, potencialidad y carácter como forma de conducta, que está limitando
nuestra capacidad como ser humano. Todo ello se mantiene por una justificación permanente de las
acciones. Siempre hacemos las cosas por algo razonable, pero junto a esto permanentemente existe una
sensación de necesitar bajar la presión y descargar los impulsos agresivos, al mismo tiempo que la culpa
está conteniendo dicha manifestación. Esto supone el estar bajo una constante presión. La liberación de
las presiones acontece en el momento en el que se producen las catarsis colectivas de las fiestas
favorecidas por el sistema social (p.e.: en el fútbol, los toros, y las fiestas lúdicas en general) donde se
producen dinámicas catárticas en las que se expresa una gran cantidad de sadismo. Gracias a ello
mantenemos una cierta estabilidad; el sistema social dispone de unos mecanismos de defensa iguales a
los que posee nuestro propio psiquismo con el fin de regular las pulsiones, de esa manera podemos ver
en el sueño un mecanismo catártico individual y en el fútbol un mecanismo de catarsis social.

A lo largo de la evolución del proceso clínico se va viendo la dualidad entre la culpa y la


necesidad de desarrollar las destructividades, mostrando las pulsiones que se torna cada vez más
necesario. Observamos dentro del marco clínico la fuerte carga de contención y sadismo que llevamos, la
cual está muy asociada a la infancia, a determinados momentos. Ante esta realidad, sin juzgar,
planteamos desde la teoría de la autorregulación la posibilidad de que esto pueda ser detenido. La
emergencia de pulsiones es el común denominador del proceso terapéutico, es decir, al mismo tiempo
que se presenta la necesidad de bajar la presión (sadismo-destructividad) se va poco a poco canalizando
y emerge una mayor posibilidad del desarrollo de las tendencias amorosas de la persona, esa porción
que todos como parte de lo vivo tenemos, o sea, la posibilidad de abandono y de entrega. En la
interacción con lo social se vuelven a plantear los límites, llevándonos a una constante tendencia a la
defensa ante las manifestaciones de sadismo que recibimos y que enturbian esa tendencia al amor.

El gran drama de lo humano (Reich) reside en que estamos en una sociedad que ha perdido su
funcionalidad, la conciencia del “para qué”, por lo que en consecuencia, aparece la confusión, la
necesidad de establecer códigos, modelos y métodos y por consiguiente la necesidad de la educación
para llenar ese espacio. Desde el principio de la vida nos encontramos con la tendencia a inhibir las
manifestaciones con el fin de integrar al niño y adaptarlo. Ese mecanismo de adaptación es crucial para
entender lo que después se constituirá como destructividad. Adaptarse significa, en gran medida,
separarse de la natura, y en dicho alejamiento va implícita una contención y frustración de pulsiones que
se convierten en fuerzas reprimidas, pasando del matiz agresivo al destructivo. Se pierde la capacidad de
agredir además de extraviar la capacidad de recuperar nuestro espacio, de mostrar nuestra expresividad,
pero constantemente vivimos una necesidad de sacar las dinámicas sádicas. Cuanta más culpa existe
más autoagresión hay, más masoquismo y menos se muestra la expresión del sadismo. Por otro lado a
menor autoagresividad, menores dosis de masoquismo y más directamente aparece el sadismo. Esa
será, básicamente la diferencia de caracteres entre los más fálicos-sádicos y los masoquistas en
extremo.

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La teoría de la autorregulación, de la que partimos aplicando el modelo social y clínico sigue a
Neill-Reich, y en ella se afirma la necesidad de dejar al recién nacido mostrar sus necesidades, saberlas
entender, al tiempo que ponemos los medios para su desarrollo. El organismo va a poder madurar con
una capacidad de contacto que le va a permitiendo buscar la satisfacción de sus necesidades y estar
receptivos para buscar los medios y las formas que le permiten canalizar y gestionarlas adecuadamente.

Esa es la tesis básica de la teoría de la autorregulación, respaldada por los principios clínicos
mencionados anteriormente. La complejidad de tal actuación más allá de los límites sociales es que
dentro de esa “dejar expresar” podemos llegar a confundirnos con la pérdida del propio espacio de adulto,
en el momento en que dejamos hacer totalmente. En el microcosmos social que es la familia puede
repetirse ese error. Hemos de aproximarnos a sentir las necesidades del bebé. La madre en esos
primeros meses de vida tiene esa función fundamental pues dispone de la capacidad de
metacomunicarse con el bebé, debido a la intercomunicación energética que existía desde su estancia en
el útero, cuando los dos organismos eran una unidad. Con frecuencia, las madres noveles sufren de
ansiedad excesiva por las presiones sociales a las que se ven sometidas, les llega información muy
diferente acerca del cuidado de su hijo. La madre ha de guiarse de esa comunicación que puede entablar
con su bebé, ocupándose de no perder el contacto, asumiendo, por otro lado, su agresividad necesaria
para proteger la crianza de su hijo. Las mujeres-madre han de tener la fuerza y la capacidad de no
dejarse guiar por esos mensajes contradictorios apelando a su sentir materno.

Por lo tanto un aspecto importante a señalar es que la madre tome confianza dentro de su función. El
padre aparecerá actuando como el “otro” situado fuera de la díada madre-bebé. Su función se pone en
marcha en el momento o momentos en los que la madre ve quebrarse su confianza, en ese instante, el
padre pondrá los medios que faciliten la recuperación de dicha confianza. Es por ello que la función del
padre es fundamental ya en ese período infantil. Por regla general, el padre se siente desplazado y
marginado ante la llegada del bebé, ya que antes de que eso sucediera la díada la formaban él y su
compañera. Ante la llegada del nuevo ser, el tercero, aparecen inconscientemente pulsiones de
abandono, la crisis tras el nacimiento de un hijo al no haberse introyectado adecuadamente el espacio del
hijo. Si eso sucede la madre se vive sola y ante un importante conflicto lo que le lleva a perder el contacto
con el bebé.

En la familia -como reflejo social- se irán reproduciendo la suma de mecanismos interactivos de


los miembros y sus distintas necesidades. A la hora de trabajar desde la perspectiva de la
autorregulación hemos de hacerlo desde la configuración psicosocial del análisis de la familia y de las
necesidades que tiene cada miembro con el objetivo de que el bebé no viva las consecuencias de una
mala gestión familiar o de una insatisfacción de los sistemas de la familia. Hemos de llevar a cabo un
trabajo sistémico. En el primer año de vida el primer problema que se da en la interacción familiar es la
posibilidades de satisfacer las demandas de necesidades de los diferentes sistemas familiares. Cuando el
bebé empieza a tener una cierta autonomía entra en lo social, lo cual implica que deja de ser un feto u
organismo intrauterino cogido a la piel de la madre. Ha de tener una cierta movilidad para poder mantener
su capacidad de agredir y mostrar sus necesidades. Generalmente nos encontramos con bebés que no
saben expresarse (“buenos chicos” “es calladito, duerme de noche y de día”). Ello constituye una prueba
palpable de que ese bebé no tiene la capacidad de agredir, algo ha ocurrido con ese organismo que ha

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perdido la capacidad de mostrar sus necesidades (dormir es una necesidad parcial no total) tiene
necesidades de explorar y estar en contacto con la realidad del otro, moverse.. ello implica una gran
energía para llevarlas a cabo, esa energía se tiene siempre y cuando el impulso no se haya perdido,
cuando las funciones instintivas no se hayan inhibido. Si dicha fuente instintiva ya en los primeros meses
se ha inhibido o no ha estado presente aquello que permite el contacto porque al bebé se le ha separado
y escindido del cuerpo de la madre se creará la sensación de resignación desde el punto de vista
energético. En esta etapa fetal extrauterina (“organismo humano extrauterino”, ver “Ecología infantil y
maduración humana” S. Pinuaga-Serrano, 1997.) podemos saber cuándo un niño ha perdido la
capacidad para mostrarse. De la misma manera que se sabe se puede evitar.

Los conflictos de cara a la agresividad se plantean (cuando si no se han castrado las pulsiones y
manifestaciones expresivas) el niño empieza a separarse de la madre, integrándose en la familia y en un
sistema de valores y puntos de vista diversos con formas conductuales marcadas que chocan con lo que
el niño tiene aprendido. Ahí hay un primer problema al confundir el dejar hacer con el no mostrar la
realidad con sus límites. Dejar hacer permitiendo que se siga dando la autorregulación energética e
instintiva en el niño para que así mantenga su capacidad de contacto y placer, pero, ¿cuál es el límite
que me permite conectar o no con la realidad, la adaptación?. Es indudable que el equilibrio ha de darse.
Hemos de permitir que el niño sepa donde están los límites, dónde la realidad, para no favorecer
dinámicas de cierta psicotización al dar reflejos de realidades que no corresponden a la realidad humana.
Procuraremos actuar dentro de un ambiente de espontaneidad, lo cual implica desde el principio de la
vida el poder acceder a la realidad social que será la de los padres aproximándoles a un mundo dentro
de una dinámica en la que suceden cosas humanas. Dentro de lo que es posible habremos de
superarnos desde el carácter, iremos introduciendo al bebé en esa realidad para que vaya aprendiendo a
asumir, empatizar con nuestra realidad, ofreciéndole un espacio en nuestro propio espacio real. Por todo
esto yo pienso que la función de los padres es política, y puede ser totalmente estática y conservadora o
revolucionaria, porque si somos capaces como padres de transmitir de manera coherente la fuerza de los
vivo, les ponemos medios para su crecimiento psicoafectivo y permanecemos cerca, estamos poniendo
los medios para el desarrollo de organismos fuertes existencial, esencial y ontológicamente hablando, y
por tanto serán personas comprometidas con el colectivo en su propia búsqueda de placer y de felicidad
que conduce a luchar por la de todos

Pero tenemos que tener presente que nosotros hemos vivido una educación castrante y por tanto
también llevamos nuestra carga de frustración y de sadismo contenido, por ello es difícil que esa carga
no le llegue e nuestro hijo. ¿Cómo evitarlo? En primer lugar, se ha de tratar de tener conciencia de la
necesidad de un permanente cuestionamiento de nuestras actitudes. No se trata de buscar la
culpabilización permanente. El cuestionamiento pasa por el propio proceso de análisis, es decir, el
permitirse pensar en las propias acciones sin que tengan que ser a priori culpabilizadas o
culpabilizadoras. Nos comunicaremos con la pareja, los amigos, para ir abriendo el circuito clandestino
que conforma la familia, intentando crear relaciones desde un punto desde el que las cosas puedan
verse, hablar de ellas y por supuesto ser cuestionadas. Iremos valorando las acciones que llevamos a
cabo en función de la respuesta del otro, en este caso el niño, ante nuestro comportamiento. Los niños

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dan la clave para que sepamos si han entendido o estamos ya ante un niño que posee una receptividad
deformada.

Por otro lado es muy importante facilitar la diversidad de las acciones, es decir, que los niños se
den cuenta de que existen diferentes formas de actuar. De lo contrario, si sólo llevamos a cabo un único
modelo de respuesta -ejerciendo un cierto secuestro familiar- estamos ofreciendo un sólo modelo de
realidad y modulando una única forma de actuación. Por ello es fundamental que desde el principio haya
una apertura familiar. Esa es la lógica que tiene desde la primera socialización (a partir de los 2 años) la
relación del niño con otros niños y otros padres y la creación de espacios propios donde los niños tengan
la posibilidad de poder interaccionar con alguien que tenga en cuenta el espacio de todos.

Ante las diversas formas de actuar y las diferentes realidades el niño habrá de asumir la suya propia. Lo
principal es que el yo individual se pueda desarrollar para los cual es fundamental la diversidad. Todo ello
ha de organizarse de esa determinada manera por una cuestión psíquica y sobre todo energética. A nivel
energético llega un momento en el que ciertas necesidades no pueden ser cubiertas por la propia familia.
Durante el primer año de vida la madre ya cubre todas las necesidades, pero en determinado momento
surgen necesidades múltiples de exploración, motricidad, sexuales y de conocimiento del propio mundo.
Dichas necesidades sexuales van más allá de la sexualidad oral, se trata de una sexualidad que ha
comenzado el proceso de genitalización. En el momento de esa apertura, los padres adoptaremos una
posición activa poniendo los medios para que al niño le lleguen las diferentes realidades. Asimismo, por
parte de los padres es necesaria una cierta agresividad para contrarrestar la destructividad presente en
nuestra sociedad. Trataremos de ser progenitores activos para defender y salvar lo más posible a
nuestros hijos de la constante lluvia de estímulos destructivos, por mediación de la explicación
permanente de la realidad. Ahí se torna muy importante la función del padre que ocupará un papel y un
tiempo fundamental en la vida del niño a partir de los 2 años. En ese pasaje de la fase oral a la edípica
será constante la introducción de realidades, ello se llevará a cabo de una manera verbal tanto como
comportamental.

El modo de actuar espontáneo dentro del marco familiar pasará por el hecho de que los niños
puedan en un determinado momento descargar (muscular o comportamentalmente) la frustración y la
agresividad de los estímulos destructivos que le han ido produciendo esa carga. Respetaremos en todo
momento su expresividad en esas ocasiones de irracionalidad infantil, rabia, momentos de extrañeza....Y
si satisfacemos esas necesidades afectivo-emocionales durante los primeros años de vida permitiremos
que nuestros hijos desarrollen la capacidad natural de agredir, es decir la capacidad de reivindicar sus
necesidades, sus deseos, su felicidad y la del colectivo, y solo vivirá el odio cuando haya motivos
objetivos para vivirlo, y de forma puntual y funcional, sin que exista sadismo latente, y con una seguridad
y una capacidad de autoestima que impedirán el crecimientos de biosistemas débiles y dependientes de
“tetas” ideológicas, de “tetas” patria, de “tetas” nacionalistas, de “tetas” en formas de líderes, de “tetas”
en forma de consumo salvaje, “tetas” todas ellas que forman parte y asientan la base del capitalismo
salvaje que vivimos en la sociedad occidental actual. Por ello sólo desarrollando nuestra capacidad de
agredir podremos cambiar este estado de cosas desde la fuerza del amor y la búsqueda de la libertad y
la felicidad, y para ello, un vez más, somos los padres quienes tenemos la llave y la responsabilidad de
que los niños del futuro se desarrollen con la capacidad para transformar el mundo, o que se desarrollen

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con unas frustraciones, y unos vacíos que le provoquen tal carencia y desesperación que intenten
compensar este sufrir con dinámicas adultas basadas en el sadomasoquismo y la violencia, carne de
cultivo, repito, de sociedades aborregadas y donde el germen fascista tiene siempre grandes
posibilidades de desarrollo. Por ello un embarazo deseado, un parto sin violencia, una fase oral
placentera y donde se le da satisfacción a sus necesidad epidérmicas, afectivas y sexuales, un ambiente
sexual y lúdico permisivo, una autoridad funcional que permite comprehender la realidad poniendo los
límites racionales, cotidianamente, una relación con el niño basada en la transparencia, la sinceridad, la
ausencia de dobles mensajes, la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, y en la permanencia,
todo esto y otras muchas cosas son la base para que la agresividad se desarrolle, y la destructividad no
tenga razón de existir. Por tanto previamente tenemos que recuperar nuestra capacidad de agredir, para
que ésta se muestre también en la relación con nuestros hijos a la hora de facilitarles unos referentes
seguros, unos límites objetivos y racionales que le van facilitando su proceso de autorregulación Ello
significa no confundir, como ya decía Neill, la libertad con el libertinaje, debemos respetar su ritmo y
poco a poco que el vaya teniendo en cuenta el nuestro y respetarlo, para interaccionar adecuadamente
con la realidad.

Y por último, recordemos que con estos cambios nada fáciles en la relación con nuestros hijos,
conllevan, en última instancia, unos cambios radicales en el proceso de desarrollo afectivo, psíquico y
emocional implicando a la larga unas modificaciones radicales en el sistema social, es por ello que
decimos que la revolución sexual tiene que acompañar la revolución social, y es por ello que en los
comportamientos que desarrollamos en nuestra vida cotidiana tenemos una gran responsabilidad política
si somos conscientes de que cada cosa que hacemos y que elegimos tiene y tendrá una consecuencia
social.

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