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PSICOLOGÍA SOCIAL DEL PREJUICIO

EDGARDO ETCHEZAHAR - JOAQUÍN UNGARETTI

A través del estudio de las relaciones intergrupales, es decir, del modo en que la gente en un grupo
interno (endogrupo) piensa y actúa hacia los miembros de otro grupo externo (exogrupo), los
psicólogos y psicólogas sociales buscaron comprender una serie de fenómenos sociales críticos. Entre
los principales se destacan las relaciones intergrupales de tipo conflictivas, tales como el prejuicio y la
discriminación (Hewstone, Rubin & Willis, 2002). En este sentido, mientras que el prejuicio podría ser

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definido como una actitud, generalmente negativa, hacia un grupo y sus miembros, la discriminación
se refiere al comportamiento negativo hacia ellos. Diferentes investigaciones han demostrado que
ambas expresiones están a menudo estrechamente relacionadas entre sí (Macrae, Stangor &
Hewstone, 1996).

1. Conceptualizaciones sobre el prejuicio, los estereotipos y la discriminación


1.1. Prejuicio

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Según Gordon Allport (1954, p. 9), y muchos de los libros de texto posteriores en psicología social y
áreas relacionadas, el prejuicio se puede definir como “una antipatía basada en una generalización
errónea e inflexible. Puede dirigirse hacia un grupo en su conjunto, o hacia un individuo por ser miembro
de ese grupo”.
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En la introducción del libro “En la naturaleza del prejuicio: cincuenta años después de Allport”, Dovidio,
Glick y Rudman (2005) comentaron que la definición de prejuicio como antipatía era “el punto ciego
más fundamental de la obra de Allport” (p. 10). En este sentido, siguiendo a autores tales como Connor,
Glick y Fiske (2017), Hammond y Overall (2017), es necesario enfatizar que las actitudes
condescendientes que posicionan a un grupo como más débil que el otro y como necesitados de
protección (como el sexismo benevolente), se desempeñan notablemente bien en el mantenimiento de
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la desigualdad entre los grupos. Del mismo modo, Brewer (2017) destaca que la disparidad puede
surgir no sólo como resultado del odio hacia el exogrupo, sino también por el amor hacia el propio
grupo.
Determinar si ciertas creencias, actitudes, ideologías, estereotipos, entre otras, funcionan para ayudar
a mantener la jerarquía y la explotación intergrupal, puede ser productivo si el objetivo que nos
proponemos es desafiar la desigualdad. En este sentido, se considera que el prejuicio podría ser
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entendido como “aquellas ideologías, actitudes y creencias que ayudan a mantener y legitimar la
jerarquía y la explotación entre los grupos”.

1.2. Estereotipos


Introducido en 1922 por Lippmann en el ámbito académico para referirse a la imagen típica que viene
a la mente de un individuo cuando se piensa en un grupo social particular.
Puede decirse que los estereotipos son esquemas cognitivos socialmente percibidos, cuya función es
procesar información acerca de otros (Hilton y von Hippel, 1996).
Los estereotipos no solo reflejan creencias acerca de los rasgos característicos de los miembros de un
grupo, sino que además, contienen información acerca de otras cualidades como los roles sociales
esperables y el grado en que sus miembros comparten características específicas, influenciando la
emergencia de reacciones emocionales hacia quienes pertenecen a ese grupo. Los estereotipos a su
vez, implican una cantidad sustancial de información acerca de las personas que va más allá de las
cualidades superficiales, inmediatas y aparentes, permitiendo anticipar comportamientos en nuevas
situaciones (Oakes y Turner, 1990). En general, producen una preparación para la percepción de
comportamientos o características que son consistentes con la información precedente.
Los estereotipos son transmitidos durante el proceso de socialización, a través de sus agentes (e.g.
medios de comunicación, familia, grupo de pares). Dovidio, Hewstone, Glick y Esses (2010), lo definen

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como un conjunto de creencias acerca de las características y atributos de un grupo y sus miembros,
que muestran cómo el individuo piensa y actúa frente a un determinado grupo.

1.3. Discriminación
En este contexto, la discriminación posee un significado peyorativo debido a que implica algo más que
una simple distinción entre objetos sociales: refiere a un trato inapropiado y potencialmente injusto de
los individuos por ser parte de un determinado grupo. La discriminación involucra comportamientos
negativos hacia los miembros de un grupo.
De acuerdo con Allport (1954), la discriminación implica negar el tratamiento igualitario hacia una
persona o grupo. Por su parte, Jones (1972) la define como “las acciones destinadas a mantener las
características endogrupales, favoreciendo la posición del grupo de pertenencia a expensas de una
comparación grupal” (p. 4).

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El favoritismo endogrupal (Allport, 1954) juega un papel fundamental en las relaciones intergrupales,
ya que vivimos en ellos y a veces por ellos. Una serie de estudios han señalado que el sesgo intergrupal
que favorece al endogrupo, aparece cuando un exogrupo se encuentra asociado a fuertes emociones
(Brewer, 2001). Éstas pueden ser percibidas como miedo, odio o disgusto, y son las principales causas
de sobre reacción frente a otros grupos (Smith, 1993). Como parte de este sesgo intergrupal, se
diferencian las emociones más leves (e.g. disgusto), de las más fuertes (e.g. desprecio o ira). Es allí
que, cuando un exogrupo viola una norma establecida por el endogrupo, aparece el disgusto y la

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evitación; cuando un exogrupo es percibido como siendo beneficiado de manera injusta (e.g. ayudas
del gobierno), aparecen resentimientos y acciones que conducen a creer que deben reducirse. Las
emociones menos intensas implican formas débiles de discriminación, pero las más intensas conllevan
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a movimientos en contra del exogrupo, pudiendo ser utilizadas para justificar el daño infligido a quienes
piensan diferente (Brewer, 2001). Dovidio, Hewstone, Glick y Esses (2010) definen a la discriminación
como el comportamiento individual que crea, mantiene y refuerza las ventajas de un grupo y sus
miembros por sobre otros.

2. Recorrido histórico en el estudio psicológico del prejuicio


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A lo largo de la historia, la interacción entre los diferentes grupos sociales ha sido una parte
fundamental para la comprensión de las sociedades humanas, pero fundamentalmente para el análisis
e identificación de los hechos y factores que promovieron la formación de estereotipos y categorías
sobre los miembros de diferentes grupos sociales, sobre las cuales se asientan el prejuicio y la
discriminación (Bar-Tal, Graumann, Kruglanski & Stroebe, 2013).
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Períodos histórico-conceptuales del estudio del prejuicio


Surge alrededor de 1920, anteriormente, el prejuicio no había sido considerado como una problemática
social y menos aún como un constructo susceptible de ser abordado científicamente. Por el contrario,
las actitudes negativas entre los grupos eran consideradas como respuestas naturales e inevitables
frente a las diferencias intergrupales (Dovidio et al., 2010).


- De la teoría de la raza a la conceptualización psicológica del prejuicio


Desde un punto de vista histórico, podría decirse que el colonialismo Europeo y la esclavitud
en América creaban un contexto en el cuál, la raza blanca era considerada como superior al
resto, aspecto que permitía justificar el dominio y la sumisión de quienes pertenecían a otra
raza. En este marco, el interés de los investigadores radica en fundamentar dicha inferioridad,
dando lugar a diversas teorías de la raza que dominaron el pensamiento científico de la época
y explicaron tales diferencias en términos de limitación intelectual, retraso evolutivo y excesos
sexuales.
A partir de 1920, la conceptualización del prejuicio cambió radicalmente y lo que hasta ese
entonces era concebido en términos de diferencias intelectuales, comenzó a ser pensado
como resultado de actitudes prejuiciosas de carácter irracional (Samelson, 1978).

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En el año 1924, Floyd Allport se convirtió en el primer psicólogo social en elaborar una teoría
para comprender la discriminación racial, afirmando que las discrepancias en las habilidades
mentales no eran suficientes para explicar las actitudes negativas hacia las minorías. De esta
manera, el foco de atención de los estudios de aquél entonces viró hacia la causa, es decir,
hacia el origen de las actitudes raciales negativas, que comenzaron a ser consideradas como
injustificadas y, por lo tanto, injustas. Así surge el término prejuicio, proporcionando una
denominación conceptual para las actitudes intergrupales negativas consideradas irracionales,
injustificadas y falaces.

- De los procesos psicodinámicos a la estructura de personalidad


En este marco, la teoría psicodinámica permitió elaborar una explicación en la que el prejuicio
era considerado como el resultado de un proceso psicológico universal llamado mecanismo de

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defensa (Aviram, 2009). Este proceso operaba de manera inconsciente, canalizando las
tensiones surgidas entre la personalidad y el mundo exterior, a través de la emergencia del
prejuicio hacia colectivos minoritarios utilizados como chivos-expiatorios (negros, pobres,
extranjeros, etc.). La universalidad (generalización) de estos procesos, explicaba la
omnipresencia de los prejuicios, mientras que su función defensiva inconsciente permitía dar
cuenta de su irracionalidad y rigidez.
Durante este período, una gran variedad de procesos psicodinámicos fueron asociados al

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prejuicio, entre ellos la proyección (Ackerman & Jahoda, 1950), la frustración (MacCrone,
1937), los chivos expiatorios (Veltfort & Lee, 1943) y el desplazamiento de la hostilidad
(Dollard, Doob, Miller, Mowrer & Sears, 1939). Estos conceptos proveyeron explicaciones
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razonables a la gran extensión del prejuicio en diversas partes del mundo y a sus expresiones
más extremas.
El enfoque psicodinámico fue una plataforma de estudio que impulsó un cambio de perspectiva
en el estudio del prejuicio en un contexto histórico en el que resultaba necesaria una respuesta
más específica a esta problemática. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, se produjo un
notable cambio dentro del paradigma psicodinámico: el énfasis ya no recaía en los procesos
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psicológicos que podrían explicar el prejuicio, sino en la estructura de la personalidad. En este


sentido, en lugar de comprender al prejuicio como la manifestación de procesos intrapsíquicos
universales, esta nueva perspectiva lo consideró como el producto de ciertas estructuras de
personalidad, consideradas como la base para la adhesión a ideologías políticas extremas que
promueven la discriminación.
Los interrogantes de los investigadores de la época giraban en torno a cómo identificar las
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características que originaban una estructura de personalidad tendiente al prejuicio y al


etnocentrismo. La respuesta más influyente fue la proporcionada por la teoría de la
personalidad autoritaria (Adorno et al., 1950). La misma postula que existe una dimensión de
la personalidad que determina el grado en que los individuos serán propensos a adoptar
ideologías autoritarias, actitudes prejuiciosas y etnocéntricas.


Uno de los marcos interpretativos con mayor trascendencia para el estudio del prejuicio que
se inicia durante este período como una alternativa al enfoque psicodinámico, fue el de las
diferencias individuales (Allport, 1954). Este nuevo enfoque surge en el marco de la posguerra,
buscando las causas de la discriminación en factores intraindividuales, dado que la democracia
comenzaba a florecer a nivel mundial generando un clima de optimismo y, por lo tanto, aún no
era posible explicar el prejuicio y a la discriminación a partir del análisis del sistema social y las
instituciones (Fairchild & Gurin, 1978).

- De la psicología individual a la influencia social


El foco de atención para la explicación del prejuicio en este período era la norma social, en el
marco de un contexto social particular. La pregunta crucial que se realizaban los científicos en
aquél entonces giraba en torno a cómo dichas normas influenciaban a los individuos para
desarrollar actitudes prejuiciosas. De esta manera, se teorizó la existencia de tres

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mecanismos: la socialización (Proshansky, 1966), la conformidad y la obediencia (Pettigrew,
1958). Los estudios generados desde esta perspectiva no solo han puesto énfasis en la
observación de los procesos de socialización en la niñez, sino también en los estudios tanto
experimentales como correlacionales sobre la conformidad y la obediencia a la autoridad
tendientes a fomentar actitudes prejuiciosas.
Esta aproximación normativa para la comprensión del prejuicio, partía de una concepción
optimista del futuro de las relaciones interraciales, ya que si el prejuicio era sostenido por la
conformidad social hacia las normas tradicionales y hacia los patrones institucionalizados
sobre la segregación interracial, el modo de erradicarlo era tomar medidas que apunten a la
abolición de tales normas y promuevan la integración racial.
El racismo y la discriminación tienen raíces mucho más profundas que las normas sociales,
dado que se manifiestan en todos los contextos sociales. Así, se llegó a la conclusión de que

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la norma social circunscripta a un cierto contexto no permitía la comprensión acabada del
fenómeno y se empezó a pensar en la presencia de conflictos intergrupales más básicos y en
ciertos condicionantes de la estructura social. El objetivo entonces era identificar y explicar
aquellos aspectos de las relaciones intergrupales y las estructuras sociales que constituían la
base del prejuicio y la discriminación.

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De la perspectiva cognitiva a las nuevas formas del prejuicio
En 1980, mientras ciertos estudios evidenciaban una aparente reducción de las actitudes
negativas hacia los grupos sociales minoritarios, investigaciones en distintas partes del mundo
demostraron que el racismo no se había reducido, sino que por el contrario, sus formas de
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expresión se habían modificado (Frey & Gaertner, 1986). Estas investigaciones sugerían que
el racismo tradicional había sido suplantado por un nuevo tipo de racismo más sutil y
socialmente aceptable. Esta nueva forma de racismo ha sido denominada de diferentes
maneras: racismo moderno o simbólico (McConahay & Hough, 1976), resentimiento racial
(Kinder & Sanders, 1996) y prejuicio sutil (Pettigrew & Meertens, 1995).
Años más tarde y sobre la base de estos estudios pioneros, Hamilton (1981) corroboró
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empíricamente que el sesgo y la discriminación intergrupal son respuestas que resultan de


procesos cognitivos normales, naturales y universales cuyo objetivo es simplificar la
complejidad del entorno social. Estos hallazgos explicarían, entonces, porqué el prejuicio y la
discriminación son fenómenos omnipresentes y aparentemente tanto inevitables como
universales.
Durante este período surgieron dos enfoques para explicar cómo los procesos cognitivos
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básicos, son constitutivos del prejuicio y de la discriminación: un enfoque puramente cognitivo


por un lado, y un enfoque cognitivo motivacional por otro. El primero, focaliza en el concepto
de estereotipo como una estructura cognitiva directamente determinada por la categorización
social que organiza y representa información acerca de dichas categorías. Por su parte, el
segundo enfoque, postula que si bien los factores cognitivos son primarios, la categorización


social desencadena un proceso motivacional cuyo objetivo es efectuar una valoración positiva
del propio grupo en relación a los demás (Tajfel & Turner, 1979). Algunas de las principales
limitaciones de estos enfoques, fundamentalmente de los puramente cognitivos, tienen su
explicación en que el componente afectivo no había sido tenido en cuenta o, en su defecto,
había sido relegado a un segundo plano (Smith & Mackie, 2005). Sin embargo, tal y como lo
señalaba Hamilton (1981), la mayoría de los enfoques cognitivos aunque en sí mismos resultan
incompletos, han brindado herramientas útiles para la comprensión y reducción del prejuicio,
las cuales continúan revistiendo interés en las políticas sociales de muchos países.

3. Las nuevas formas del prejuicio


Actualmente se considera que ciertas actitudes aparentemente positivas hacia los miembros de un
grupo social también pueden ser consideradas prejuiciosas (Dovidio et al., 2010), resulta necesario
analizar no sólo las formas de expresión tradicionales, hostiles y directas del prejuicio, sino también

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aquellas menos evidentes y mejor adaptadas a los valores modernos de tolerancia y no discriminación
que los sistemas democráticos promueven (Perry, Murphy, & Dovidio, 2015). Por tal motivo, la literatura
científica sobre el tema sugiere que en la actualidad existirían dos grandes marcos teórico-
conceptuales para el estudio de las nuevas formas de prejuicio: los desarrollos acerca del prejuicio sutil
y manifiesto por un lado, y los desarrollos para el abordaje del sexismo ambivalente por otro.

3.1. Prejuicio sutil y manifiesto


Pettigrew y Meertens (1992) diferenciaron entre prejuicio manifiesto y sutil, siendo el primero la forma
tradicional del prejuicio (vehemente, cercana y directa), mientras que el segundo su expresión moderna
(fría, distante e indirecta) (Perry et al., 2015).
El estudio del prejuicio racial toma un giro hacia nuevas conceptualizaciones con las nociones de
racismo simbólico (Sears & Kinder, 1971; McConahay & Hough, 1976) y moderno (McConahay, 1986).

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En cuanto al primero, se compone de cuatro creencias básicas que reflejan la confluencia del
conservadurismo político, los valores individualistas y los afectos raciales adquiridos en la temprana
infancia. Estas cuatro creencias son:
a) “La discriminación hacia la raza negra, es una cosa del pasado”
b) “La falla en el progreso de la gente de color, es debido a que no se esfuerzan lo suficiente”
c) “Las personas de raza negra demandan demasiado”
d) “Estos individuos tienen más de lo que se merecen” (Henry & Sears, 2002).

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Producto de estas creencias, el racismo simbólico permite predecir las actitudes políticas y el
comportamiento racial de mejor manera que las medidas tradicionales de racismo clásico (Berg, 2013).
Por otra parte, si bien el racismo moderno deriva del simbólico, ambas posiciones difieren en el origen
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que atribuyen al sesgo racial. Mientras que para las teorías sobre el racismo simbólico las actitudes
raciales negativas se originan en las creencias y la preocupación de que éstos grupos amenazan la
visión del mundo del grupo mayoritario, el racismo moderno sostiene que diferentes formas de afecto
negativo como miedo o desagrado son adquiridas durante el proceso de socialización o por aprendizaje
modelado y persisten hasta la vida adulta (Swim, Aikin, Hall, & Hunter, 1995). Pese a éstas diferencias,
ambas teorías asumen que las actitudes raciales negativas se expresan indirectamente y
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simbólicamente a través del apoyo a temáticas sociales y políticas más abstractas, pero en las que se
ven involucrados aspectos raciales (e.g. oposición a la integración escolar) (McConahay, 1986).
Racismo aversivo (Dovidio & Gaertner, 2004), que a diferencia de las anteriores formas de racismo -
centradas en las personas políticamente conservadoras-, focaliza su atención en las personas
políticamente progresistas, con aparente tolerancia y aceptación hacia las minorías (Nail, Harton &
Decker, 2003). Éstos sujetos consideran que no son prejuiciosos, pero sus sentimientos y creencias
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negativas inconscientes se expresan en modos sutiles, indirectos y a menudo racionalizables como el


temor o la ansiedad frente al contacto intergrupal (Greenwald & Pettigrew, 2014).
Según Pettigrew y Meertens (1995), mientras que el prejuicio manifiesto coincide con el racismo
clásico, el prejuicio sutil ocupa una posición intermedia entre el racismo moderno y el aversivo, ya que
se aproxima al primero en su énfasis en los valores conservadores y coincide con el segundo al señalar


que el prejuicio se manifiesta, más que en los sentimientos negativos hacia un determinado exogrupo,
en la ausencia de sentimientos positivos hacia ellos (Meertens & Pettigrew, 1997). Uno de los aspectos
más importantes de estos desarrollos es que, a pesar de su aparente “suavidad”, estas formas sutiles
de prejuicio son tan nocivas como las expresiones de tipo manifiestas, ya que según Dovidio (2001)
“afectan la vida de las personas de manera sutil pero significativa” (p. 834).
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4. El contenido de los estereotipos: el papel de la calidez y la competencia
Según este modelo, nuestra percepción de los grupos sociales se elabora a partir de dos dimensiones
básicas en las que se combinan los diferentes estereotipos: la calidez y la competencia. La dimensión
de calidez nos permite dar cuenta de las intenciones de las demás personas hacia nosotros/as, y se
compone de rasgos tales como la confianza, sinceridad, amistad, afecto, etc. Por su parte, la dimensión

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de competencia permite la categorización en términos de la capacidad de los otros para lograr sus
intenciones u objetivos, y comprende rasgos como la eficiencia, competencia, seguridad de sí mismo/a,
inteligencia, etc.
La Psicología Social da cuenta de cómo estos estereotipos responden a procesos psicológicos
sistemáticos de generalización, más allá de los contenidos específicos, que serían presumiblemente
estables independientemente del tiempo y el contexto (Lee & Fiske, 2006). En particular, las emociones
prototípicas son una de las principales fuentes de los contenidos de los estereotipos, siendo la piedad,
envidia, desprecio y admiración algunas de las principales que han sido estudiadas (Cuddy et al.,
2008).

4.1. Emociones prototípicas que favorecen la emergencia de diferentes formas del prejuicio
Las diferencias en la percepción de calidez y competencia hacia distintos grupos sociales dan cuenta

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de cuatro combinaciones, de acuerdo a los niveles de cada dimensión. Tales combinaciones dan lugar
a cuatro respuestas emocionales prototípicas: la piedad, la envidia, el desprecio y la admiración.

4.1.1. La piedad (Prejuicio Paternalista)


Los grupos percibidos con un bajo estatus, considerados incompetentes, pero a su vez vistos con un
alto nivel de calidez, dan lugar al prejuicio paternalista. Estos grupos suelen generar compasión y
simpatía (Weiner, 1985). De este modo, la piedad es considerada una respuesta emocional que da

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lugar al prejuicio paternalista debido a que la compasión por parte de quien percibe se posiciona en un
papel dominante, superior a la persona percibida. El paternalismo, entonces, implica emociones
positivas dirigidas hacia personas por formar parte de grupos considerados como poco afortunados
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debido a causas que están fuera de su control.

4.1.2. La envidia (Prejuicio Envidioso)


Los grupos sociales percibidos como competentes pero fríos suelen despertar la envidia y los celos. El
lado positivo de la envidia es que tales grupos son percibidos como altamente competentes y por lo
tanto responsables por su propio éxito. Sin embargo, el lado negativo es que simultáneamente son
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percibidos como personas que carecen de calidez, empatía y/o respeto por los demás, considerando
así que sus intenciones son hostiles (Parrott & Smith, 1993). La envidia es uno de los posibles
productos que puede emerger a partir de la comparación social, favoreciendo el resentimiento de las
personas debido a que experimentan la sensación de sentirse en desventaja frente a otras personas
que son valoradas como significativamente más competentes (Smith, 2000). Los sentimientos
negativos de inferioridad que provoca la envidia conllevan la mayoría de las veces a considerar a los
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altos niveles de competencia del exogrupo como ilegítimos (Smith et al., 1994). De acuerdo con Spears
y Leach (2004), la envidia pareciera ser la reacción más prototípica hacia grupos percibidos como
superiores, más incluso que la ira o el resentimiento, sin embargo este fenómeno psicológico es muy
complejo de evaluar, debido a que las personas no suelen admitir este tipo de sentimientos.


4.1.3. El desprecio (Prejuicio Despreciativo)


La tercera combinación posible es la de percibir a grupos como incompetentes y fríos, la cual dará
cuenta del prejuicio de tipo despreciativo. Tales grupos suelen provocar una antipatía tal que evoca la
ira, el desprecio, el asco, el odio y el resentimiento. Dichas emociones emergen sobre la base de
responsabilizar a tales personas por sus resultados negativos, como si se afirmara que ellas tienen la
culpa de la situación en la que se encuentran (Weiner, 1985). Además, estas personas suelen ser
consideradas como una carga para el resto de la sociedad, tanto en el ámbito social como en el
económico.
A pesar de que la ira es un factor relevante, el prejuicio despreciativo implica emociones más
específicas, como el desprecio y el asco, sumados a un resentimiento moralista que incluye matices
de injusticia e indignación y muchas veces incluso decepción debido a un comportamiento ilegítimo.
La ira, el desprecio y el asco expresan un ultraje moral en diferentes niveles: individual, comunitario y
divino (Rozin et al., 1999).

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4.1.4. Admiración
Ciertos grupos sociales son percibidos con un alto estatus pero sin embargo no son considerados como
competencia para el endogrupo, ya sea porque son altamente dominantes o debido a que son grupos
de referencia percibidos como aliados o cercanos. Puesto que tienen un alto estatus, pero también son
considerados como grupos de referencia de la sociedad, provocan la admiración y el orgullo.
Las personas suelen presentar una actitud positiva hacia los éxitos de otras personas cercanas,
siempre y cuando ese éxito se encuentre en un dominio que no se presente como una comparación
desfavorable para el autoconcepto, ya que de esta forma afectaría la autoestima y podría ser
recategorizado como envidia (Tesser, 1988). Tanto el orgullo como la admiración suelen dirigirse hacia
grupos percibidos como exitosos, además de los grupos considerados como aliados o cercanos.

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5. El sexismo ambivalente: Una nueva forma de prejuicio hacia la mujer
Según Glick y Fiske (1996), el sexismo ha sido tradicionalmente concebido como un reflejo de la
hostilidad hacia las mujeres, dejando por fuera del plano de análisis un aspecto central del fenómeno:
los sentimientos positivos hacia la mujer. Este aspecto que señalan los autores no es menor, debido a
que los hombres y las mujeres han convivido desde que existe la humanidad, siendo compañeros
muchas veces de la más íntima confianza, aunque al estudiar del fenómeno siempre se ha puesto
énfasis en la hostilidad del hombre hacia la mujer (Dovidio et al., 2010). Es necesario, entonces,

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estudiar al sexismo como un constructo multidimensional, el cual abarca dos grupos de actitudes
sexistas: el sexismo hostil y el benevolente (Glick & Fiske, 1996, 2001).
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5.1. El Sexismo Hostil
El sexismo hostil se amolda a la clásica definición de prejuicio propuesta por Allport (1954), como “una
antipatía basada en una generalización inflexible y errónea, la cuál puede ser sentida o expresada,
dirigida hacia un grupo como totalidad o hacia un individuo por ser miembro de un grupo”.
En casi todas las culturas y períodos de tiempo de los cuáles se dispone de información, las mujeres
se han limitado al cumplimiento de determinadas funciones sociales, la mayoría de las veces con
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menor estatus que los hombres (Tavris & Wade, 1984). Además, las mujeres continúan siendo
percibidas de manera menos favorable que los hombres al adoptar roles de liderazgo (Eagly et al.,
2000) y también existe una amplia evidencia de que la violencia sexual hacia las mujeres es frecuente
(Unger & Crawford, 1992). Se deja entrever un aporte importante de la teoría del sexismo ambivalente
para la prevención de la violencia a la mujer: diferentes estudios dan cuenta de que lo que deriva en
una actitud sexista hostil, suele iniciar como una actitud sexista benevolente (Fitz, & Zucker, 2014).
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5.2. El sexismo benevolente


De acuerdo con Glick y Fiske (1996), el sexismo benevolente se define como un conjunto de actitudes
interrelacionadas hacia las mujeres que son consideradas sexistas dado que conllevan una estereotipia
de la mujer con la consecuencia de restringir su accionar, pero que muchas veces son experimentadas


como positivas a nivel emocional por su receptor. Los comportamientos considerados como
prosociales por parte de los hombres hacia la mujer (e.g. caballerosidad), considerándolas frágiles,
débiles o sentimentales, son algunos ejemplos de sexismo benevolente (Shnabel, Bar-Anan, Kende,
Bareket, & Lazar, 2016). Esta forma de sexismo no es comprendida como positiva desde un punto de
vista psicológico, más allá de la percepción positiva de su receptor, debido a que sus fundamentos se
asientan en estereotipos tradicionales de la mujer, sirviendo al dominio masculino (e.g. hombre
proveedor - mujer cuidadora), y sus consecuencias son con frecuencia perjudiciales.
Sin embargo, esta forma de sexismo no siempre es experimentada como benevolente por la mujer.
Glick y Fiske (1996) ejemplifican este punto indicando cuando un hombre le dice de manera inocente
a una compañera de trabajo “lo linda que está”, por más que la intención pueda ser positiva,
comentarios de este tipo pueden poner en peligro los sentimientos de la mujer acerca de, por ejemplo,
ser tomada en serio como profesional.

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No obstante, diferentes estudios empíricos indican que quienes al buscar ayuda recurren a mujeres,
tienen más probabilidades de ser considerados que quienes buscan ayuda en hombres (Eagly et al.,
2000). Además, tanto los hombres como las mujeres son más propensos a buscar intimidad con las
mujeres que con hombres (e.g. compartir historias de vida), de acuerdo a diversos indicadores de
distancia interpersonal (Riess & Salzer, 1981). Estos estudios, sumados a otros (ver Eagly & Mladinic,
1993) indican de que la mujer es estereotipada de forma más positiva que los hombres en ciertas
dimensiones, lo cual no sería considerado como evidencia de prejuicio sexista de acuerdo a la
definición general del prejuicio propuesta por Allport (1954), pero sí si se consideran las definiciones
más actuales de ésta problemática (Dovidio et al., 2010).

6. Conclusiones
Si bien en la actualidad el prejuicio sigue siendo uno de los problemas sociales centrales que enfrenta

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la humanidad, lamentablemente es bastante probable que los prejuicios y la desigualdad se vuelvan
más apremiantes en el futuro con una mayor presión demográfica, una disminución de los recursos,
una mayor globalización y la creciente probabilidad de desplazamiento masivo de la población. El
problema, o quizás sería más apropiado decir el desafío en torno al estudio psicológico del prejuicio,
también se entrelaza con los problemas permanentes de reducir la desigualdad en todo el mundo y
resolver dilemas cooperativos humanos a gran escala.

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