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Historia Contemporánea. Desarrollo de los temas.

1.Las transformaciones políticas del siglo XIX


El proceso de industrialización, experimentado por el mundo occidental durante el siglo
XIX, tenía sus raíces en la revolución industrial iniciada en Inglaterra en el siglo XVIII.
En cuanto a la política, los cambios que sucedieron en el siglo XIX también arrancaron
en este mismo periodo, cuando una serie de revoluciones políticas sentaron las bases de
la ideología contemporánea. El objetivo de los hombres de este siglo consistía en
consolidar la libertad en todos sus órdenes, resolviendo el problema de la igualdad
después de siglos de superioridad aristocrática. Tres corrientes ideológicas dominaron el
siglo XIX: el liberalismo, el nacionalismo y el socialismo. Se desarrollaron a partir de
estas experiencias revolucionarias a finales del siglo XVIII. El material ideológico de la
ilustración se contempló en estos sucesos.
Las transformaciones políticas del siglo XIX afectaron a campos distintos. Las
monarquías absolutas del Antiguo Régimen fueron sustituidas por regímenes políticos
constitucionales, llegando a acercarse a los principios de la democracia. Lo
predominante fue la existencia de monarquías constitucionales. Desde el punto de vista
territorial y político, la gran novedad del siglo XIX fue la constitución de los estados
nacionales. El mapa político de Europa, fijado en el congreso de Viena después de
varias guerras (las “napoleónicas”) sufrió las modificaciones derivadas de conflictos
nacionales. El diseño realizado en Viena se mantuvo en sus líneas básicas hasta el final
de la I Guerra Mundial. Los cambios políticos de principios del siglo XIX afectaron,
directamente, también al continente americano, donde la independencia de las colonias
españolas alumbró un nuevo mapa político, constituido por un grupo de repúblicas de
cultura común. En América del Norte, a partir de la independencia de las trece colonias,
se erigió una vasta nación cuya relevancia mundial se manifestó a finales del siglo,
sobre todo después de la guerra con España.
Sin embargo, cuando las luces europeas se apagaron, el mundo que quedaba poco tenía
que ver con el que dejó de sentir Luis XVI. La libertad había realizado notables
avances, erigiéndose en uno de los símbolos de la cultura política occidental. Li
igualdad democrática había hecho menores progresos, pero la moral aristocrática de
finales del siglo XVIII había sido erosionada y sustituida por el individualismo burgués.
Este fue el camino que abrieron las revoluciones políticas a finales de este siglo.
-Las bases ideológicas del pensamiento revolucionario:
El pensamiento político desarrollado a partir de estas revoluciones tiene su origen en las
obras teóricas de los siglos XVII y XVIII. En Inglaterra, las obras de Locke sentaron las
bases de un nuevo poder político, ya que ayudaron a erigir la importancia de los
derechos naturales del hombre, estipulando que éste podía delegar para que sus
representantes ejercieran el gobierno. En Francia, las principales aportaciones teóricas
se crearon gracias a Montesquieu y Rousseau. Montesquieu estableció, en s libro “El
espíritu de las leyes” (1748) el principio de la separación de poderes para limitar el
poder. Rousseau, por su parte, acuñó el principio del pueblo como fuente única de
soberanía política, lo cual se expresaba mediante el principio de la “voluntad general”.
Estas ideas políticas se pusieron a prueba a través de las distintas experiencias históricas
que tuvieron lugar en el último tercio del siglo XVIII. En primer lugar, a través de las
revoluciones en América y Francia. Posteriormente, en todos los movimientos liberales
que se propagaron por Europa y América desde principios del siglo XIX. Los principios
más elementales del liberalismo político consistían en la sustitución del concepto del
súbdito (propio de la monarquía absoluta) por el del ciudadano, que se convirtió en el
sujeto de los derechos que le pertenecían. Su base era la libertad como concepto
universal, tanto en el ámbito económico como en el político. Se sustituyó el origen
divino de la soberanía para radicar esta libertad en la nación o en el pueblo, en su
versión más democrática. Todo ello condujo a un principio esencial, que consistía en
ejercer el poder político a través de una constitución. Las constituciones no solo
regulaban el ejercicio del poder, si no que recogen las declaraciones de los derechos del
hombre (ejemplo: La Constitución de 1787). El liberalismo se manifiesta en una nueva
organización de la vida política, a través de la creación de los estados naciones, la
regulación de la participación ciudadana, etc. Gracias al liberalismo, el Estado se
convierte en el titular de la soberanía nacional y en el encargado de disponer lo
necesario para ejercer la dominación política, incluida la violencia.
-En el nombre de la revolución:
En el último tercio del siglo XVIII tuvo lugar un proceso de mudanzas políticas que
constituyeron los orígenes del mundo contemporáneo. Estos cambios afectaron a
muchos aspectos, como la legitimidad del ejercicio del poder. Se trató de
transformaciones tan profundas que se catalogaron como revolucionarias, adquiriendo la
revolución un significado más potente que el anterior.
Fue con la experiencia de la Revolución Francesa cando el término pasó a designar
procesos políticos cuyo desencadenante podía estar al alcance de los individuos.
Quienes defendían la revolución se consideraban “revolucionarios” y quienes la
rechazaban se consideraban “reaccionarios”. Éste es el origen de la gran distinción
política en el mundo contemporáneo entre derecha e izquierda. El primer gran legado de
la revolución consistió en situarla al alcance de los hombres. La distinción entre pasado
y futuro se aceleró con las experiencias revolucionarias de finales del siglo XVIII,
consolidando la noción del progreso como un avance indefinido en todos los órdenes.
Esto fue lo que dio la introducción a las transformaciones políticas del siglo XIX.
Debemos hacer una breve referencia a las dos grandes revoluciones políticas de la
época: la americana y la francesa.
-La revolución americana:
Las colonias inglesas, en la costa este de América del Norte, experimentaron un gran
desarrollo durante el siglo XVIII. Sin embargo, a partir de 1763, como resultado de la
guerra desarrollada en Europa entre las grandes potencias (conocida como “la guerra de
los Siete años, 1756-1763), las relaciones entre las metrópolis europeas y sus territorios
coloniales se vieron profundamente afectadas. En el caso británico, cada vez se hizo
más incompatible el régimen de las colonias con la política de la metrópoli. Las
medidas del gobierno de Londres fueron rechazadas con el fundamento de la propia
tradición política inglesa de no pagar impuestos sin disponer de representación política
en el órgano que los decidía.
Diversos incidentes, siendo el más conocido el del “Boston Tea Party” (1773),
fomentaron que las distintas asambleas políticas que tenían las colonias tomaran
conciencia sobre la necesidad de lograr la independencia. La independencia de las trece
colonias británicas tuvo lugar entre 1776 y 1783. Se produjo la Declaración de Derechos
de Virginia y la Declaración de Independencia, cuya decisión fue tomada en Filadelfia
el 4 de julio de ese año. Comenzó la legitimización política de las trece colonias y el
proceso militar de lucha contra el ejército inglés. El cual terminó con el triunfo de las
tropas americanas y el reconocimiento internacional de los nuevos EE. UU. En la guerra
(dirigida por George Washington) tomaron parte, apoyando a los americanos, Francia y
España, convirtiendo la rebelión colonial en un asunto europeo. Más adelante, se firmó
el tratado de Versalles (1783), en Francia, gracias al cual se estableció la independencia
de las trece colonias. *Por otra parte, La Declaración de Virginia (redactada por Thomas
Jefferson) es uno de los manifiestos políticos más importantes que se concibieron en la
época de la ilustración, dado que contiene los principios básicos del liberalismo político
forjado por los teóricos ingleses en el siglo XVII, en especial por John Locke. Estos
principios son los de soberanía nacional, la igualdad entre los hombres y gobiernos y
una serie de libertades individuales. La base de estos principios era la igualdad jurídica.
Mientras se desarrollaba la guerra de independencia tuvo lugar un proceso de creación
de un nuevo orden político. El resultado final fue la aprobación de una Constitución en
1787, lo cual supuso la primera plasmación práctica de los principios del liberalismo
político contemporáneo. Estos principios se resumían, esencialmente, en dos: la
organización de un poder federal y el establecimiento efectivo de la división de poderes.
En cuanto a la organización política surgida de esta Constitución, contempló la
existencia de un poder federal (el presidente), elegido por sufragio indirecto. El poder
legislativo se organizaba en dos cámaras: el Senado y una Cámara de Representantes,
siendo ésta última el fruto de la elección popular. Había equilibrio de poderes gracias a
la acción de ambas cámaras. Siguiendo esta línea, hacia 1815, el sistema político
estadounidense estaba ya totalmente consolidado, con instituciones estables y los
primeros partidos políticos en acción.
-La Revolución francesa:
Esta revolución comenzó en Francia, con la reunión de los Estados Generales, en mayo
de 1789. Su objetivo era transformar la sociedad que existía en el Antiguo Régimen, la
cual estaba organizada en cuanto a diversos estamentos y en la cual seguían
manteniendo un peso cultural los valores de carácter aristocrático. Su influencia en el
mundo, especialmente en Europa, fue notable hasta el punto de ser considerada el punto
de arranque de la época contemporánea. La importancia histórica de la revolución
podemos observarla en la diversidad de enfoques que ha tenido. La primera fase de la
revolución se abrió en mayo de 1789 (como ya hemos mencionado), y se extendió hasta
el año 1791, el cual marcó el inicio de la época donde se crearon las instituciones
principales de la revolución. Durante este periodo tuvo lugar la quiebra de las
estructuras sociales y políticas del Antiguo Régimen. También se construyó una nueva
legitimidad política, la cual desembocó en la Constitución de 1791, y se crearon las
instituciones principales que crearon el legado de la revolución.
En 1789 se produjo la abolición del feudalismo y la Declaración de los derechos del
hombre, como fruto de la revuelta social que rodeó la celebración de los Estados
Generales. Esta revuelta estuvo formada por la nobleza, las clases populares y la
burguesía. En 170, la Asamblea Constituyente aprobó la Constitución civil del clero, lo
cual supuso el primer paso hacia la separación de la iglesia y el Estado. En 1791 se
aprobó la Constitución, simbolizando el triunfo del Tercer Estado. Esta Constitución
sentó las bases de un sistema político caracterizado por la división de poderes y la
previsión de una monarquía constitucional, sometida al criterio del poder legislativo, la
cual mantuvo el privilegio de proponer leyes y de controlar la acción del poder
ejecutivo. Estableció la Declaración de derechos del hombre y acogió todos los
principios del liberalismo político: soberanía nacional, libertades individuales y defensa
de la propiedad. El modelo constitucional de esta fase revolucionaria era censitario,
limitando el derecho de voto a los ciudadanos activos. Esto reducía el censo electoral al
15% de la población masculina.
La segunda fase revolucionaria fue la que transcurrió desde 1792 hasta 1795,
coincidiendo con el periodo de la Convención jacobina. Se trató de la etapa más radical,
en la que se produjo la caída de la monarquía y se inició la revolución. Se adoptaron una
serie de medidas políticas que constituyeron una especie de “anticipación” histórica. Se
proclamó la república y se instauró un gobierno de carácter dictatorial, en el que un
comité de salud pública concentraba todos los poderes y tomaba las decisiones
principales de carácter radical (sufragio universal masculino, confiscación de bienes de
la nobleza, etc.). Se creó de un ejército nacional mediante el procedimiento de la “leva
en masa” y se trató de identificar a la nación con la revolución. A partir de febrero de
1794, ante las dificultades económicas, la guerra y las luchas internas, se llegó a una
situación denominada “revolución congelada”, dado que había llegado a un punto
muerto. Éste fue el punto de partida de la caída de los jacobinos (siendo la muerte de
Robespierre, en julio de 1795, el símbolo) y el inicio de la “reacción termidoriana”, lo
cual abrió la última fase de la revolución. A partir de 1795 se produjo una nueva
orientación revolucionaria sobre bases más moderadas, lo cual sirvió para instaurar una
“auténtica república burguesa”. En esta fase se produjo la consolidación de las
conquistas de 1789, siendo el texto que reflejaba esta situación la Constitución de 1795.
Esta Constitución mantuvo el principio del sufragio censitario, debilitó al poder
legislativo con la creación de dos cámaras; la Cámara de los 500 y la Cámara de los
Ancianos. El poder ejecutivo estaba atribuido a un Directorio, el cual finalizó tras el
golpe dado, a finales de 1799, por Napoleón Bonaparte, con quien se inauguró una
nueva fase histórica. En este año se redactó una nueva Constitución y se inició la época
napoleónica.
-La exportación de la revolución:
La expansión de las ideas revolucionarias por Europa está estrechamente ligada al
Imperio napoleónico. Durante los 15 años que Napoleón gobernó Francia se produjo un
doble proceso, que reflejó las dos grandes fuerzas presentes en la dinámica
revolucionaria; la jacobina y la girondina. Por una parte, Napoleón consolidó la mayoría
de las conquistas revolucionarias en el seno de la sociedad francesa, ya que su objetivo
era afirmar la nación francesa frente al exterior y el de asentar su estructura política en
el interior. Esto fue lo que supuso la redacción del Código de 1804.
-Seguir con las revoluciones de 1830 y 1848.

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