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Ciencia y religión: diferencia,

complementariedad y armonía
En diálogo con Manuel Carreira
Leopoldo Prieto López
Profesor de Historia de la Filosofía moderna en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

S que existe entre la ciencia y la religión, lo


I SE QUIERE INVESTIGAR LA RELACIÓN
primero que se debe hacer es aclarar el significado de los términos em-
pleados, proporcionando una definición o, al menos, una descripción
suficientemente precisa. Por tanto, ¿qué significan los conceptos de ciencia
y religión?1.

I. Las diferencias entre ciencia y religión

1. ¿Qué es la ciencia?
El concepto de ciencia presenta dos acepciones diferentes: la clásica y la
moderna. El concepto clásico de ciencia (epistéme) significa un tipo de co-
nocimiento seguro, opuesto a la otra forma de conocimiento que es la opi-
nión. Este significado del concepto de ciencia incluye dos características tí-
picas: la certeza y la dimensión causal. La certeza hace del conocimiento
científico un conocimiento fiable, seguro. En razón de esta certeza, la cien-
cia es un conocimiento de mayor valor que la simple opinión. La segunda
característica integrante de esta noción es su dimensión etiológica o causal.
La ciencia en este sentido no es el simple conocimiento de un hecho, sino
que es un conocimiento más profundo que alcanza su porqué, es decir su
causa. De acuerdo con ello, tener ciencia de algo no equivale al simple co-
nocimiento de los datos, sino al hecho de comprender porqué los datos son
1
La bibliografia empleada es la siguiente: MANUEL CARREIRA, Ciencia y fe: ¿relaciones de
complementariedad?, Vozdepapel, Madrid 2004 (abreviado in Cfrc); ID., Science and
Faith: Chance and Design?, en http://www.jcu.edu/lectures.htm (December 2005). Este
mismo artículo ha sido recientemente publicado en italiano con el título Scienza e fede:
caso o progetto?, en “La Civiltà cattolica”, 18 febrero 2006 (abreviado in Sfcp). Final-
mente, ID., Evolution in Living Forms: Determinism, Chance, Purposeful Design (confer-
encia tenida en el Congreso “Continuity & Change: Perspectives on Science and Religion”,
June 3-7, 2006, Philadelphia, USA, http://www.metanexus.net/conferences/pdf/confer-
ence2006/Carreira.pdf).

Ecclesia, XXI, n. 3, 2007 - pp. 325-351


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estos y no otros. Por esta razón, es un rasgo esencial de la ciencia el razo-


namiento que se dirige desde los efectos a las causas o, inversamente, des-
de las causas a los efectos. Por lo tanto, en el razonamiento el entendimien-
to realiza un movimiento que va desde lo que nos es conocido a aquello
que nos es desconocido. Tal movimiento lógico del pensamiento se llama
demostración. En este sentido, la ciencia como saber causal es un tipo de
saber esencialmente demostrativo. Demostrar significa hacer evidente a tra-
vés del razonamiento (es decir, indirectamente) algo desconocido por me-
dio de otra cosa conocida. El razonamiento demostrativo puede ser de dos
tipos. Existe la demostración quia, que a partir de los efectos descubre in-
ductivamente la causa productora; y la demostración propter quid, que va
deductivamente desde la causa a sus efectos.
Pero en la actualidad el sentido usual del término ciencia no es el que
acabamos de exponer. Más allá de la noción aristotélica, el concepto mo-
derno de la ciencia tiene un significado muy diferente. Por ciencia se suele
entender hoy el estudio de la actividad de la materia, en cuanto que de
ella se puede obtener una confirmación experimental2. Los tipos de acti-
vidad de la materia que pueden ser verificados son, en último análisis, cua-
tro y se corresponden a las cuatro fuerzas fundamentales de la materia:
fuerza gravitacional, fuerza electromagnética, fuerza nuclear fuerte y fuerza
nuclear débil. Hasta ahora no ha habido necesidad de invocar una quinta
fuerza para explicar ninguno de los múltiples acontecimientos del mundo
material. De este modo, como se puede ver, la ciencia proporciona una de-
finición de la materia no esencial, sino operativa. Este es un rasgo típico
de la ciencia, a diferencia de la filosofía. Los diversos tipos de actividad de
la materia son verificables experimentalmente. La verificación experi-
mental, además, ofrece como resultado datos numéricos o medidas que,
integrados en ecuaciones, hacen posible predecir el comportamiento futuro
o deducir las condiciones precedentes de un determinado sistema físico.
Procediendo de este modo, el método científico se caracteriza por la
objetividad de sus conocimientos y por la reiterabilidad de sus resultados.
Estas propiedades de la verificación experimental permiten que cualquier
investigador, de cualquiera época o cultura, alcance los mismos resultados.
Los resultados de una actividad científica que no fueran susceptibles de rei-
teración resultarían inaceptables para la ciencia. Por la misma razón, nin-
guna afirmación puede ser considerada científica si, al menos en línea de
principio, no es susceptible de un apropiado control experimental. En este

2
Cf. M. CARREIRA, Cfrc, p. 18.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 327

sentido, una teoría puede ser convincente desde el punto de vista matemá-
tico y lógico, pero si no puede ser controlada experimentalmente, se queda-
rá irremediablemente en el nivel de la ciencia-ficción3.
Frente a la actual tendencia de la física, cada vez más inclinada a la teo-
ría y más alejada del control experimental, Carreira aplica despiadadamen-
te el bisturí de la epistemología. En su opinión no es de naturaleza científi-
ca (y, por lo tanto, se queda en el terreno de la ciencia-ficción) hablar de
parámetros de valor infinito, ya que el infinito es por definición no mensu-
rable y, por lo tanto, no es objeto de ninguna verificación posible. No existe
ningún instrumento en el mundo capaz de medir algo de valor infinito.
Igualmente las afirmaciones respecto de otros universos no son juicios de
naturaleza científica, por la simple razón que universo en sentido científico
es la totalidad de cosas que son directa o indirectamente observables. Por lo
tanto, teorizar sobre otros universos (sin importar cuántas ecuaciones su-
gieran su posible existencia) es ipso facto hablar de lo que, no pudiendo
ser observado ni experimentado, no puede ser objeto de la ciencia experi-
mental. Es más, Carreira piensa que el postulado de otros universos a me-
nudo se emplea para ocultar las verdaderas dificultades que surgen en el
momento de describir el universo en el que vivimos. Y esto le parece un
“modo mísero de esconder bajo la alfombra los problemas que no sabemos
resolver en relación con el único universo que conocemos y que podemos
analizar”4. Si se argumentara que esos otros universos son matemática-
mente posibles, haría falta añadir que es un presupuesto filosófico gratuito
sostener que aquello que es matemáticamente posible debe existir. Convie-
ne advertir que la matemática es un lenguaje sobre relaciones cuantitativas,
“no una imposición respecto de la naturaleza ni un encantamiento para
hacer aparecer las cosas”5.
En resumen, la ciencia es una forma de conocimiento humano relativo
a los diversos tipos de actividad de la materia, que puede ser verificada ex-
perimentalmente. La verificación experimental procura medidas en forma
de datos numéricos. Esto nos permite afirmar que lo que no es de natura-
leza cuantitativa ni mensurable no corresponde a la ciencia. Sólo lo que es
cuantificable y que, medido con un determinado valor numérico, puede
entrar en una ecuación y ser calculado, pertenece a la ciencia. En este sen-
tido, si se ve una puesta de sol – afirma Carreira, citando a von Weizsacker
– se puede analizar mediante una espectroscopia física la intensidad de las
3
Cf. M. CARREIRA, Sfcp, p. 319.
4
M. CARREIRA, Sfcp, p. 320.
5
M. CARREIRA, Sfcp, p. 320.
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diversas longitudes de onda que producen los colores del ocaso y dar ulte-
riormente una explicación sobre la causa de este fenómeno, pero nadie
puede dar una explicación científica sobre la belleza del ocaso. Siendo lo
bello algo no cuantificable, permanece como un hecho ajeno que sobrepa-
sa las posibilidades de la ciencia.

2. ¿Qué es la religión?
La religión son aquellos actos del hombre (de adoración, de súplica, de
expiación, etc.), en relación con Dios, que proceden de la fe y que están
orientados a la salvación eterna. Ahora bien, existe un tipo de fe que no es
religiosa, sino humana. La fe humana suele llamarse conocimiento por
testimonio. La mayor parte de los conocimientos de cualquier persona pro-
viene de este tipo de fe. La historia, la geografía y todas las demás ciencias
de cuyos objetos no somos competentes por nosotros mismos son campos
de conocimiento adquirido por testimonio, es decir en virtud de afirmacio-
nes de un testigo, que carecen de una intrínseca evidencia y que se aceptan
por confianza en el testigo. Pero también existe la fe sobrenatural. Se apoya
ésta en la revelación, que supera el conocimiento por experiencia y tam-
bién el conocimiento racional (aunque no por ello deba ser irracional). Por
lo tanto, se debe admitir que los objetos específicos de la fe (y de la revela-
ción) son, en realidad, de un orden superior al humano, es decir, son de
un orden sobrenatural. El objeto de la revelación es algo que se refiere al
misterio de Dios en su ser íntimo y a su plan de salvación para los hom-
bres, lo cual nadie ha estado nunca en condiciones de deducirlo de razona-
miento filosófico alguno. En el mismo sentido se expresa el magisterio de la
Iglesia, cuando, tratando sobre la revelación divina, dice que “plugo a Dios
en su bondad y sabiduría revelarse en persona y manifestar el misterio
de su voluntad […] La profunda verdad que esta revelación manifiesta so-
bre Dios y sobre la salvación de los hombres resplandece para nosotros en
Cristo, que es al mismo tiempo el mediador y la plenitud de toda la revela-
ción”6.

3. ¿Qué es el conocimiento filosófico?


Carreira ya nos ha hablado de la ciencia. Pero existen otras formas de
conocimiento diferentes de la ciencia. En efecto, es necesario destacar con
claridad que el conocimiento no se limita sólo a la ciencia experimental
(como cree el cientificismo). Entre esas otras formas de conocimiento y

6
Conc. Vaticano II, Dei Verbum 2.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 329

racionalidad se encuentra la filosofía. A diferencia de la ciencia experimen-


tal, la filosofía es un saber que no toma en consideración el aspecto cuanti-
tativo ni busca la verificación experimental. El razonamiento filosófico, ade-
más, se caracteriza por emplear conceptos más alejados de la experiencia
sensible, precisamente porque se encuentran en un nivel de abstracción
más elevado. Estos conceptos se refieren a dimensiones verdaderas de la
realidad, aún cuando no sean observables según los criterios del procedi-
miento experimental. Conceptos como esencia, ser, causa, finalidad, así
como cantidad, calidad, espacio, tiempo, acción, pasión, etc. son nocio-
nes típicas de la filosofía.
Carreira examina más en concreto el concepto de finalidad. La finali-
dad es una realidad de naturaleza filosófica, no un parámetro de índole
científica. Sin embargo, no por ello es menos real. La finalidad es algo ver-
dadero (incluso es más real que aquellos otros aspectos referidos en los
conceptos empíricos de la ciencia), pero lo es de un modo diferente a la
forma como operan los parámetros de la ciencia. No siendo una realidad de
naturaleza cuantitativa, la finalidad no puede ser expresada a través de una
ecuación. La finalidad tampoco puede ser verificada por medio de un expe-
rimento, puesto que es una realidad que no se percibe por medio de los
sentidos, sino racionalmente. Por ejemplo, si un científico analiza un vaso,
no podrá demostrar, después de haberlo medido cuidadosamente, que está
hecho para beber agua. La finalidad no puede ser descubierta con ningún
experimento ni ser reducida a valores numéricos en una ecuación. Sin em-
bargo, nadie niega, a la vista de algún producto de la técnica, que haya sido
fabricado para un determinado fin, pese a que ser fabricado para un de-
terminado fin no sea una realidad demostrable científicamente. Como dice
nuestro autor, en realidad “nosotros, constantemente, deducimos la finali-
dad de un determinado objeto del estudio de sus propiedades y de la de-
ducción lógica de su falta de congruencia si, en relación con esa finalidad,
tales propiedades resultaran alteradas de modo significativo”7.
Pero no sólo la finalidad. Muchas otras dimensiones de la realidad esca-
pan a las posibilidades de la investigación científica, aunque no por ello de-
jan de ser reales. Tómese, por ejemplo, el caso del pensamiento humano.
Dado que éste no se reduce a la actividad nerviosa, no puede ser verificado
de forma experimental8. Tampoco la calidad literaria de un libro o el va-
lor estético de una sinfonía son, propiamente hablando, aspectos empíricos
ni numéricamente cuantificables; en consecuencia, no son competencia de
7
M. CARREIRA, Sfcp, p. 320.
8
Cf. M. CARREIRA, Sfcp, pp. 320-321.
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la ciencia. En realidad, como afirma Carreira, casi todo lo que constituye la


vida y la cultura humanas no puede ser determinado ni cuantificado según
una metodología estrictamente científica9.
Sobre todo, las preguntas fundamentales no encuentran respuesta
adecuada en ninguna ecuación. Tales cuestiones son de naturaleza metafí-
sica, no científica. Por eso, su método de resolución no es cuantitativo. Para
poner un ejemplo: aquello de lo que puede hablar un físico no es el tiempo
(que es un concepto sumamente abstracto, de naturaleza filosófica, que su-
pera ampliamente las exigencias experimentales), sino simplemente de
aquello que mide un reloj. Einstein decía en este sentido: “Yo no hablo de
espacio y tiempo, sino de reglas de medida y relojes, ya que éstas son las
cosas que puedo tratar en el laboratorio”10. Así pues, cuestiones tales como
qué es el espacio y el tiempo, etc., son preguntas filosóficas que no pueden
ser afrontadas según las exigencias de la ciencia experimental. Aún más
claramente no científica es la pregunta sobre el “porqué hay algo en lugar
de nada”. Esta pregunta, que es en realidad la más importante de todas, no
la puede responder ninguna medición, ningún experimento. Va más allá de
la ciencia, y sólo es susceptible de una investigación metafísica. Así pues,
las preguntas más profundas y más urgentes para el hombre no encuen-
tran respuesta en la ciencia. Pertenecen al campo de la filosofía.

4. La razón humana, la ciencia y la filosofía


La ciencia, dada sus limitaciones metodológicas, no está en condi-
ciones de satisfacer la continua inquietud de la razón humana. La cien-
cia alcanza resultados rigurosos, pero limitados a ciertas propiedades de las
cosas, precedentemente determinadas. La razón plantea numerosas pre-
guntas que van más allá del estrecho ámbito dentro del cual la ciencia es
competente (que es, como ya sabemos, el relativo a la materia y sus opera-
ciones). En esta característica de la razón humana encontramos un indicio
(por no decir una prueba) de la inmaterialidad del pensamiento humano,
que aun cuando se interesa por las realidades materiales, también se orien-
ta hacia muchos otros aspectos de la realidad. Es más, la razón humana,
en tanto hunde sus raíces en el espíritu, se interesa por todo lo real. He
aquí la razón de por qué el hombre se plantea preguntas últimas y radica-
les respecto de las cuales la ciencia, en razón de su limitación metodológi-

9
Cf. M. CARREIRA, Sfcp, p. 321.
10
Citado por M. CARREIRA, Cfrc, pp. 25-26.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 331

ca, no puede dar ninguna respuesta. Afrontar y responder tales cuestiones


es tarea de la filosofía y la teología.
Ahora bien, lo que es característico del modo de razonar del padre Ca-
rreira es la forma en que pone en relación datos científicos y razonamiento
filosófico. Hemos dicho que los datos que emanan de la actividad científica
no satisfacen completamente a la razón humana. Por lo tanto, al permane-
cer insatisfecha, la razón busca más allá. Esta insaciable curiosidad – in-
confundible indicio del espíritu – ha hecho pensar a algunos cosmólogos
en el llamado principio antrópico. El principio antrópico deduce la finali-
dad del universo del concurso de un conjunto de parámetros físicos que
hacen posible la vida y la inteligencia en el cosmos. En realidad, el princi-
pio antrópico no es un principio de naturaleza científica, como resulta del
simple hecho que es un razonamiento sobre la finalidad del cosmos. Pero
el hecho de que no sea un principio científico, no significa que no tenga un
valor evidente. El principio antrópico es un principio filosófico inducido a
partir de abundantes y rigurosos datos de la física.
Interesa subrayar aquí la continua insatisfacción que el pensamiento
humano experimenta frente a los datos científicos. La pregunta sobre la fi-
nalidad del cosmos (que es, en realidad, aquello sobre lo que interroga el
principio antrópico) es una típica e inevitable pregunta humana, que aún
cuando no pueda ser satisfecha por la ciencia, tiene sentido y es legítima.
Es una pregunta que la inteligencia humana puede y debe afrontar, aunque
a un nivel diferente (y superior) del que es propio de la ciencia.

5. Ciencia, filosofía y religión: objetos y metodologías diferentes


Ya sabemos que el objeto de la ciencia es el estudio de la materia y su
actividad. Siendo éste su objeto, sería entonces absurdo pedir a la ciencia
su opinión sobre cuestiones no relacionadas con la materia y que van más
allá de la realidad material. Para ejemplificar esta importante verdad Ca-
rreira sugiere que preguntar a la ciencia si Dios existe es tan absurdo como
preguntar a la física mecánica si El Quijote es una obra de valor literario.
Ninguna de ellas está en condiciones de decir nada sobre tales argumentos.
La ciencia, por lo tanto, no tiene nada que decir allí donde no está en juego
la materia y su actividad. Dice Carreira con un fino toque de ironía que si
alguien sostuviera que la ciencia afirma que Dios no existe debería explicar
primero qué experimento ha realizado para llegar a semejante conclusión11.

11
Cf. M. CARREIRA, Cfrc, p. 28.
332 Leopoldo Prieto López

Por otro lado, la teología no es competente en lo que concierne a la ma-


teria y su actividad. Este es el campo de la ciencia. Su ámbito propio es el
misterio de Dios y el plan de su voluntad puesto por obra en la historia
para la salvación de los hombres12. La teología, en efecto, no está en condi-
ciones de decir si la materia comenzó caliente o fría, con alta o baja densi-
dad, etc. La revelación, que es la fuente de la teología, no nos ha sido trans-
mitida para ahorrarnos el esfuerzo de la investigación y de la teorización
científica. Galileo estaba en lo cierto cuando, en tal sentido, advirtió a Bene-
detto Castelli que la revelación tiene como finalidad transmitir a los hom-
bres aquellas verdades que, siendo “necesarias para su salvación [de los
hombres], superan cualquier discurso humano”; y que, por lo tanto, no
siendo alcanzables a través de ciencia alguna, fueron reveladas por el Espí-
ritu Santo. En cambio – proseguía Galileo – en la investigación sobre las
cuestiones naturales (es decir, no sobrenaturales o de ‘fe’, como él decía),
no es razonable sostener que Dios, “que nos ha dotado de sentidos, de dis-
curso y de intelecto, haya querido, posponiendo el uso de éstos, darnos por
otro camino las noticias que podemos conseguir a través de ellos”13.
Es necesario, por lo tanto, no mezclar lo que es diferente, pues de lo
contrario se producirán lamentables equívocos. O como ha sido dicho re-
cientemente, el hombre no debe unir “lo que Dios ha separado”14. Hay
quienes sostienen erróneamente que la ciencia tiene competencia para di-
rimir la cuestión sobre la existencia de Dios; pero también están aquellos
otros que afirman, de modo igualmente erróneo, que la Biblia procura co-
nocimientos científicos sobre la realidad material. Ninguna de estas posi-
ciones es aceptable. Hay que afirmar con claridad: la ciencia no tiene nada
que decir sobre cuestiones independientes de la materia y de la cantidad, y
la teología no tiene competencia al margen del misterio de Dios y su plan

12
Cf. Dei Verbum, 2.
13
G. GALILEI, Carta a dom Benedetto Castelli (21 diciembre 1613), en “Le Opere di Galileo
Galilei”, Barberà, Firenze 1968, Firenze 1968, vol. V, p. 286.
14
Estas palabras forman parte del título de un artículo de S. Jaki, Aquello que Dios ha se-
parado...reflexiones sobre la ciencia y la religión, publicado en “Siglo 21: Ciencia y tec-
nología” (año XVI, n. 1, febrero 2005, pp. 39-43). Allí nos dice Jaki: “En otras palabras,
cada vez que un teólogo (o la Biblia sobre este argumento) haga una afirmación sobre un
aspecto relativo a alguna realidad material, la verdad de este aspecto depende exclusiva-
mente de la investigación cuantitativa o científica. Si nuestros teólogos del siglo XVII hubie-
ran sido conscientes de esta regla imprescindible, no se hubiera producido ningún ‘caso
Galileo’, que aún hoy lastra la Iglesia. Se termina así pagando precio muy alto cuando se
toma a la ligera aquello de que cuanto Dios ha separado nadie debería intentar unirlo”
(p. 43).
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 333

de salvación (y de aquellos aspectos de la realidad que son considerados


sub specie Dei).
Las evidentes diferencias de objeto y método de estas dos formas de co-
nocimiento hacen imposible un verdadero conflicto entre ellas. El conflicto
entre ciencia y religión surge solamente cuando se adopta un método equi-
vocado, que se aplica a objetos diferentes de aquellos para los cuales el mé-
todo resulta idóneo. En este sentido, si es absurdo tratar de aplicar la meto-
dología teológica a una cuestión científica, no lo es menos el aplicar la me-
todología experimental a una cuestión teológica15.
Por último, es necesario precaverse de los peligros del cientificismo. La
ciencia no está, ni objetiva ni metodológicamente, en condiciones de decir
nada sobre lo que no es de índole cuantitativa ni objeto de experimenta-
ción. Y esto no sólo en relación con la religión, sino también con muchos
otros aspectos de la realidad. Piénsese, por ejemplo, en la ética: ¿con qué
experimento podría medirse el valor ético y la responsabilidad de una ac-
ción? Sobre aspectos tan importantes de la vida humana como son, entre
otras, la actividad familiar, social, ética, estética, afectiva, la ciencia no tiene
título alguno para pronunciarse. Y con todo, es en estas dimensiones donde
radica el aspecto más específicamente humano del hombre (inteligencia,
voluntad, ser persona, etc.). Por otro lado, si la ciencia no es competente en
tantos ámbitos naturales, tan menos lo será en la esfera de la revelación y
de la fe sobrenaturales. Éste es el territorio sagrado ante el cual la ciencia
debe humillarse y, como Moisés delante de la zarza ardiente, descalzarse
las sandalias.

II. La complementariedad entre ciencia y religión


Ya hemos visto las diferencias de objeto y método entre la ciencia y la
religión. Ahora bien, el hecho que existan estas diferencias no constituye un
obstáculo sino que, por el contrario, es justamente la condición necesaria
para que exista complementariedad entre ellas. Ciencia y teología propor-
cionan en sus respectivos territorios conocimientos válidos de la realidad,
aunque limitados y parciales. Desde diversos puntos de vista parciales, se
obtiene una visión más completa de la totalidad.
Ahora nos disponemos a ver de qué manera en concreto, tanto la filoso-
fía como la teología pueden enriquecer y hacer más completa la visión de la
realidad propia de la ciencia, ciertamente muy precisa, pero al mismo

15
Cfr. M. CARREIRA, Cfrc, p. 29.
334 Leopoldo Prieto López

tiempo tan limitada y circunscrita. En línea de principio se puede anticipar


que el complemento que tanto la filosofía como la teología ofrecen a la
ciencia procede del razonamiento filosófico acerca de las preguntas funda-
mentales, a las que la ciencia no puede dar, como sabemos, ninguna res-
puesta.
Carreira desarrolla un cierto número de estas preguntas fundamentales,
en cuyo estudio lleva a cabo una interesante articulación de datos científi-
cos y razonamiento filosófico. Esta articulación en concreto de ciencia, filo-
sofía y teología puede ser considerada, probablemente, el aspecto más rele-
vante del pensamiento de este autor. Las cuestiones fundamentales estudia-
das son el origen del universo, la finalidad del universo, la evolución del
universo y la evolución biológica.

1. El origen del universo


De todas las preguntas relacionadas con la cosmología – dice Carreira –
ninguna es más importante que la cuestión del origen del universo. La
cuestión, más en concreto, es si el universo tiene una existencia eterna o,
en cambio, limitada en el tiempo. En virtud de las propias exigencias meto-
dológicas de la ciencia – y contra la opinión del genio de Newton, que ad-
mitió la eternidad y la infinitud espacial del cosmos – la ciencia del siglo XX
debió formularse la pregunta de si el universo era verdaderamente infinito
o finito. La respuesta que la ciencia ha estado obligada a dar, por diversos
motivos, es que el universo es finito.
Según Newton espacio y tiempo eran realidades absolutas (e infinitas),
carentes de verdadero influjo físico sobre la materia. Espacio y tiempo, en
cuanto absolutos, venían así a coincidir con la infinitud y la eternidad. Y
como tales nociones no habían sido jamás pensadas como propiedades de
las criaturas, terminaron por amalgamarse en el pensamiento del ilustre
científico inglés con los atributos divinos de eternidad e infinitud. La con-
cepción newtoniana creía, también, que el universo, en relación con la po-
sición de las estrellas, era estático y sin centro ni límites, ya que de este
modo se evitaba el peligro de que las fuerzas gravitacionales produjesen el
colapso de la masa hacia el centro. En este estado de cosas – donde se
aceptaban como cosas obvias la eternidad e infinitud del cosmos – se en-
contraba la física todavía a inicios del siglo XX.
Pero, como nos indica Carreira, razones de orden científico obligaron
la física a cambiar de opinión. En efecto, un universo de masa infinita en
todas las direcciones tendría un potencial gravitacional igualmente infinito
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 335

en todos sus puntos; ahora bien, sin diferencias de potencial, no habría


fuerzas gravitacionales16. Además, un universo infinito tendría un número
infinito de estrellas; pero en ese caso, en un cielo poblado de infinitas es-
trellas que brillaran eternamente (como dice la paradoja de Olbers), no
habría noche y la luz sería en todos lados tan abundante como en la super-
ficie del sol. Más aún: la ciencia sabe que cada estrella es un horno con una
cantidad limitada de combustible, por lo que inevitablemente todas las es-
trellas terminarán por apagarse. Ahora bien, el hecho de que las estrellas
brillen todavía, aún siendo limitado su combustible, exige una de estas dos
posibilidades: o el universo existe desde un tiempo relativamente breve (de
modo que pocas estrellas han agotado, por ahora, sus fuentes de energía) o
hay una continua aparición de materia desde la nada, que permite la for-
mación de nuevas estrellas cuando las más antiguas ya se han apagado.
Ahora, en ambos casos se impone inevitablemente el concepto de inicio
radical (o de creación, para la filosofía y la teología), sea en un único mo-
mento de un pasado calculable, sea en una forma continua17.
Pues bien, entre estas dos posibles formas de inicio, los datos experi-
mentales apuntan claramente a la primera, a la que se ha dado, como se
sabe, el nombre de Big Bang, que quiere decir la gran explosión. El hecho
de un estado inicial de elevadas temperaturas y densidad en el inicio del
universo (en el sentido de que la ciencia no está en condiciones de hablar
de algo precedente) está razonablemente bien establecido. Hablando en tér-
minos sencillos, sabemos que en el pasado remoto hubo un gran fuego,
puesto que ahora hemos encontrado las cenizas y el persistente calor de
ese fuego, tal como ya había sido anticipado con cálculos detallados por G.
Gamow en 1948. Incluso la radiación emitida en esa gran explosión (como
también había predicho Gamow) fue descubierta por Penzias y Wilson en
196518.
El inicio del universo, que tuvo lugar con esa gran explosión, debió ocu-
rrir hace unos 15.000 millones de años. No existe otra forma de explicar
datos científicos incontrovertibles sin recurrir al momento de temperatura
y densidad elevadísimas que caracterizó aquel estallido inicial. Algunos au-
tores, sin embargo, queriendo evitar la teoría del inicio han intentado otro
camino, postulando concretamente una etapa de previa contracción. Pero
de tal hipotética etapa, que es un postulado al margen de las exigencias ex-
perimentales de la ciencia, no tenemos conocimiento científico alguno,
16
Cf. M. CARREIRA, Cfrc, p. 49.
17
Cf. M. CARREIRA, Cfrc, pp. 30-31.
18
Cf. M. CARREIRA, Evolution in Living Forms: Determinism, Chance, Purposeful Design, p. 6.
336 Leopoldo Prieto López

dice Carreira. La razón es simple: cualquier propiedad o ley física que fuera
capaz de describir un estado precedente a la gran explosión, habría resul-
tado destruida por la enorme presión y temperatura desencadenada por el
sucesivo Big Bang19, con las cuales se habría eliminado cualquier rastro de
las propiedades o de las leyes de la materia precedente. Por otro lado, el
postulado de una etapa de duración ilimitada en el tiempo (asimilado erró-
neamente a la eternidad) de contracción, que precediera al Big Bang,
plantea por su parte un problema insoluble. Como sugiere Carreira, un es-
tado de “contracción eterna [se entiende, ilimitada en el tiempo] supone
una densidad cero en su inicio, ya que cualquier otro valor que no sea el de
cero tiene que llevar necesariamente a la contracción final en un tiempo fi-
nito y calculable; pero una densidad cero no puede conducir a la contrac-
ción”20. Una vez más, vemos cómo la física desautoriza (como ajenas a la
ciencia experimental) las teorías que adoptan parámetros de valor infinito.
Procediendo de esa forma se incurre en un craso error metodológico, que
consiste en creer que se ha ofrecido una explicación de un hecho del que,
sin embargo, no se puede tener la debida verificación experimental. Es cla-
ro que de este modo el razonamiento se sale del campo de la ciencia.
Hemos llegado hasta aquí conducidos por la física, la cual niega que el
universo sea infinito (en sus dimensiones y en su duración), y exige la exis-
tencia de un inicio. Ahora es el momento de proseguir con el razonamien-
to filosófico. La ciencia no puede ir más allá de este punto, pero la razón
sí. Vemos también de este modo concreto la relación de diferencia-comple-
mentariedad que se establece entre ciencia, filosofía y religión. Llegados a
este momento resulta espontáneo a todo hombre preguntarse qué hubo
antes de este inicio primordial. Ahora bien, la filosofía (y también la teoría
de la relatividad) responde que antes de este inicio radical no había un an-
tes, ya que espacio y tiempo son parámetros o dimensiones que se dan so-
lamente allí donde existe la materia. Sin materia no tiene sentido pregun-
tarse por el lugar o por el tiempo de la aparición de aquello que es condi-
ción del tiempo y el espacio, es decir, la materia misma. Es ahora cuando la
19
Stephen Hawking, en su última libro, Historia brevísima del tiempo (Crítica, Barcelona,
2005, pp. 177-178) se expresa también en términos semejantes. Dice, en efecto, que “se-
gún la teoría general de la relatividad, en el pasado debió existir un estado de densidad in-
finita, el big bang, que debió constituir el inicio efectivo del tiempo. Del mismo modo, si el
conjunto del universo colapsara de nuevo, debería darse en el futuro otro estado de densi-
dad infinita, el Big Crunch, que sería el fin del tiempo [...] En el Big Bang y otras singula-
ridades, todas las leyes dejarían de ser válidas y habría tenido la libertad completa de esco-
ger lo que sucede y cómo inició el universo”.
20
M. CARREIRA, Cfrc, p. 50.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 337

filosofía toma la palabra. La filosofía argumenta diciendo que el hecho de


que no exista ni la materia ni el tiempo ni el espacio no significa que no
exista alguna otra realidad, aunque de un orden diverso, independiente del
marco de la materia, del espacio y del tiempo, es decir inmaterial (o bien
espiritual), causante del universo material y de su origen. Si no hubiera
existido esta realidad espiritual (Dios), no habría habido inicio alguno del
cosmos material. A la acción, realizada por un agente espiritual, que da ini-
cio al cosmos material la filosofía y la teología le dan el nombre de crea-
ción.
A la pregunta filosófica y teológica de por qué existe el ser y no más
bien la nada, la ciencia no puede responder. A dicha cuestión se puede
responder únicamente con la idea (filosófica y teológica) de creación. Es
necesario, en este sentido, dar un paso más allá de la ciencia: he aquí la fi-
losofía. La ciencia, en efecto, no dispone de ninguna ventana mágica, por
así decir, a través de la cual pudiera salir del propio ámbito en busca de un
tipo de existencia de la que, en razón de su misma naturaleza epistemológi-
ca, no puede tener ninguna información. Sin embargo, esta ventana mági-
ca es usada no pocas veces por algunos científicos para dar salida a la nece-
sidad de teoría que cada ser humano experimenta en su interior, pero a la
que la ciencia no puede dar satisfacción. Puede evocarse en este sentido
toda la literatura sobre los agujeros negros como lugares de tránsito a la
eternidad y a otras dimensiones, sobre máquinas del tiempo, ovnis, etc. En
definitiva, sofocada la razón filosófica, la fantasía humana se ve forzada a
volverse hacia estas fábulas. Que la razón, por paradójico que parezca, tiene
también sus sueños, ya lo sugirió irónicamente Kant en Los sueños de un
visionario. Lo racional y lo irracional pueden convivir en el hombre más
cerca de lo que se cree. Para curar esta enfermedad (o esta ensoñación, si
se quiere así) de la razón, hace falta, en primer lugar, distinguir adecuada-
mente los múltiples planos que se entrecruzan en la realidad; y en segundo
lugar, recurrir, además de a la ciencia, a la filosofía y a la teología, y junto a
ellas, al concepto de creación. Es claro que este concepto no es de natura-
leza científica, pues todo problema científico se resuelve sólo a partir de las
condiciones iniciales y de las leyes de su desarrollo. Ahora bien, tratándose
en este caso de una condición inicial absoluta (es decir, en ausencia de
condiciones precedentes y de todo tipo de ley), no hay ningún estado previo
y en tales condiciones la física no puede establecer ninguna medida. A par-
tir de este punto, la ciencia dejar de sernos útil.
A partir de este momento sólo la filosofía y la teología pueden (es más,
deben, por el bien de la razón humana) continuar el camino, ya cerrado
338 Leopoldo Prieto López

para la ciencia, con el tipo de razonamiento que les es propio. Este razona-
miento no es de índole cuantitativa (porque a partir de este momento no
hay nada material sobre lo que razonar). Se trata, por tanto, de un razona-
miento abstracto que es capaz de transcender las exigencias del método ex-
perimental.
Ahora bien, como dice Carreira, la filosofía y la teología nos dicen que la
creación de la materia presupone un agente no material, independiente
del tiempo y del espacio, además de un poder infinito para crear desde la
nada. Tal agente espiritual, Mente infinita, goza de un perfecto conocimien-
to de todas las ilimitadas posibilidades que se abren a la materia tras su
creación dentro del vasto proceso de su desarrollo. En vista de tales posibi-
lidades, este Espíritu infinito elige los parámetros más idóneos a fin de que
la materia pueda realizar el plan prefijado en el acto de la creación. Por lo
tanto, el universo material procede del Espíritu Infinito, cuya mente com-
prende todas las posibilidades de desarrollo de las estructuras materiales;
cuya voluntad las quiere como camino para ejecutar un plano prediseñado,
y cuya libertad las elige.
Permítasenos concluir este párrafo con una cita de Leibniz (científico,
filósofo y teólogo de autoridad indiscutida) en la que, explicando los atribu-
tos fundamentales de Dios (potencia, inteligencia y voluntad), se capta el
momento del paso desde el razonamiento científico al filosófico. Las pala-
bras de Leibniz son las siguientes: “Dios es la razón primera de todas las
cosas, puesto que aquellas que son limitadas, como todo lo que vemos y
experimentamos, son contingentes y no tienen nada en sí mismas que haga
necesaria su existencia, siendo manifiesto que el tiempo, el espacio y la
materia, unidos y uniformes en sí mismos, e indiferentes a todo, habrían
podido hacer propios todos los demás posibles movimientos y figuras, y en
un orden completamente diferente. Es necesario, por lo mismo, buscar la
razón de la existencia del mundo, que es la reunión completa de las cosas
contingentes, precisamente en la sustancia que lleva consigo la razón de
su propia existencia y que, por consiguiente, es necesaria y eterna. Tam-
bién es necesario que esta causa sea inteligente. En efecto […] es necesa-
rio que la causa del mundo haya tomado en consideración, o se haya pues-
to en relación con todos estos mundos posibles a fin de determinar uno de
ellos. Y esta consideración o relación de una sustancia existente con sim-
ples posibilidades no puede ser otra cosa que el intelecto que concibe las
ideas de ellas; y determinar una de entre estas posibilidades no puede ser
otra cosa que el acto de la voluntad que elige. Y es propio de la potencia de
tal sustancia hacer eficaz a la voluntad. La potencia se orienta hacia el ser,
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 339

la sabiduría o el intelecto hacia lo verdadero y la voluntad hacia el bien.


Esta causa inteligente debe ser infinita y absolutamente perfecta respeto a
la potencia, sabiduría y bondad, ya que se dirige hacia todo lo que es posi-
ble […] Su intelecto es la fuente de las esencias, mientras que su voluntad
es el origen de las existencias. He aquí, en pocas palabras, la prueba de un
Dios único con sus perfecciones, y he aquí también, por medio suyo, el ori-
gen de todas las cosas”21.

2. La finalidad del universo


Por lo tanto, el universo debe tener una finalidad, si, como se ha de-
mostrado antes, ha sido creado realmente por un Ser espiritual, infinita-
mente inteligente. En todo lo cual hay que tener siempre presente que tal
finalidad, o sentido, no consta ni es percibido por la ciencia. La finalidad,
como ya se ha dicho, no es un concepto de naturaleza filosófica. La ciencia
no sabe nada de ella, pero la filosofía y la teología saben lo necesario para
afirmar su existencia. Sería absurdo, en efecto, que el Agente espiritual infi-
nitamente sabio y potente, que ha dado inicio al universo, no tuviera otro
objetivo para esta acción que dar la existencia a estrellas que terminarán
por apagarse después de millones de años y a seres biológicos faltos de in-
telecto, que vegetan o se arrastran sobre la superficie de algún planeta. Y es

21
G.W. LEIBNIZ, Essais de Théodicée, I, 7: “Dieu est la première raison des choses, car celles
qui sont bornées, comme tout ce que nous voyons et experimentons, sont contingentes et
n’ont rien en elles qui rende leur existence nécessaire; étant manifeste que le temps,
l’espace et la matiere, unies et uniformes en elles mêmes, et indifférentes à tout, pou-
voient recevoir de tout autres mouvemens et figures, et dans un autre ordre. Il faut donc
chercher la raison de l’existence du Monde, qui est l’assemblage entier des choses
contingentes: et il faut la chercher dans la substance qui porte la raison de son existence
avec elle, et laquelle par consequent est necessaire et eternelle. Il faut aussi que cette
cause soit intelligente: car ce monde qui existe, étant contingent, et une infinité d’autres
mondes étant egalement possibles et egalement pretendans à l’existence, pour ainsi dire,
aussi bien que luy, il faut que la cause du monde ait eu egard ou relation à tous ces
mondes possibles, pour en determiner un. Et cet egard ou rapport d’une substance
existante à de simples possibilités, ne peut être autre chose que l’entendement qui en a les
idées: et en determiner une, ne peut être autre chose que l’acte de la volonté qui choisit.
Et c’est la puissance de cette substance, qui en rend la volonté |VI107| efficace. La puis-
sance va à l’être, la sagesse ou l’entendement au vray, et la volonté au bien. Et cette cause
intelligente doit être infinie de toutes les manieres, et absolument parfaite en puissance,
en sagesse et en bonté, puisqu’elle va à tout ce qui est possible. Et comme tout est lié, il
n’y a pas lieu d’en admettre plus d’une. Son entendement est la source des essences, et sa
volonté est l’origine des existences. Voila en peu de mots la preuve d’un Dieu unique avec
ses perfections, et par luy l’origine des choses”.
340 Leopoldo Prieto López

absurdo atribuir una acción absurda (es decir, sin una finalidad) a un Ser
infinitamente inteligente. Por tanto – concluye Carreira – la única finalidad
lógica de un Creador personal es dar la existencia a otros seres personales
(inteligentes y libres) que, siendo conscientes de su deuda de gratitud y
amor respecto de Él, participen de la beatitud de la fuente infinita de vida
que les invita a compartir su existencia.
Volvamos nuevamente a la ciencia. La física no sabe si el universo tiene
una finalidad, ya que esta noción no es – como ya hemos observado antes
– un parámetro a partir de la cual se puedan aplicar experimentos ni medi-
ciones. Ahora bien, la física sabe que un día todas las estrellas se apagarán
y que el universo acabará como una burbuja de vacío, fría y oscura. Es, por
lo tanto, bastante lógico que el físico se pregunte – sugiere nuestro autor –
¿a qué fin ha servido el espectáculo del universo y cuál es su sentido? En
efecto, el físico como persona humana dotada de razón, tiene todo el dere-
cho de formularse estas preguntas, pese a no poder responderlas según los
criterios metodológicos de su ciencia, sino según un nivel de racionalidad
superior, de naturaleza filosófica y teológica. Algunos dicen que, quizás, el
universo es cíclico y que se contrae y se expande eternamente. Sin embar-
go, se puede decir como comentaba irónicamente un físico después de
asistir a un simposio de astrofísica: “Si es absurdo que un universo tenga
un inicio y comience a existir, dando lugar a tantas maravillas, para acabar
en la destrucción de todo, más absurdo es hacer todo esto una vez después
de otra”22.
Si el Agente creador es un Ser espiritual, es decir un ser personal, inteli-
gente y libre, es lógico aceptar que el propósito fundamental de su creación
haya sido el de dar la existencia a otros seres espirituales dotados de simila-
res capacidades (si bien a un nivel infinitamente inferior). Pascal, que ade-
más de físico y matemático, fue filósofo y creyente apasionado, llegado a
este nivel de reflexión, nos habla del “hombre, caña pensante”, el más pe-
queño frente a los espacios ilimitados del cosmos, pero el más grande por-
que, con el pensamiento y el espíritu, los domina a todos ellos. La misma
idea la encontramos en el salmo 8, que nos habla de la pequeñez física y de
la grandeza moral y espiritual del hombre23.

22
Cit. por M. CARREIRA, Cfrc, p. 32.
23
Salmo 8, 2-8: “¡Oh, Yahveh, Señor nuestro, qué glorioso tu nombre por toda la tierra! Tú
que exaltaste tu majestad sobre los cielos [...] Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y
las estrellas, que fijaste tú, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para
que de él te cuides? Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y esplendor; le
hiciste señor de todas las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies”.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 341

La capacidad espiritual con la que el hombre ha sido dotado y ennoble-


cido le hace superar ampliamente los posibles efectos de la materia y sus
fuerzas fundamentales. Por lo tanto, ni la conciencia, ni el pensamiento, ni
la voluntad libre pueden derivarse de la materia, dice Carreira. Dichas ac-
ciones corresponden al sello puesto por el Creador espiritual en la criatu-
ra espiritual, que es su imagen.

3. La evolución del universo (o bien, el “principio antrópico”)


Hace cuarenta años un científico ruso, Josif Shklovskii, escribió un libro
con el título Vida inteligente en el universo en el que sostenía que sólo en
la Vía Láctea debían existir millones de planetas poblados de seres vivos in-
teligentes. Diez años más tarde, el mismo investigador tuvo que reconocer,
después de haber estudiado más detalladamente el sorprendente conjunto
de coincidencias que habían hecho posible la vida sobre la tierra, que la
existencia humana sobre el planeta azul era literalmente un milagro, y que
muy probablemente era un caso único en todo el universo. Con todo, a las
corrientes culturales, hoy de moda, les gusta decir que el hombre es una
especie de primate insignificante que puebla un planeta igualmente insigni-
ficante, la Tierra, que es un grano de polvo en medio de un universo de vas-
tas dimensiones. Pero la insistencia sobre aquella insignificancia es, en
realidad, indicio de que se trata de un discurso poco científico. Para la cien-
cia nada es insignificante y detrás de lo que la mirada común puede creer
una insignificancia, la ciencia ha descubierto aspectos recónditos llenos de
orden y belleza. Pero dejemos de lado ahora si la existencia del hombre es
importante o irrelevante. Lo que, en cambio, es mucho más interesante y
más riguroso científicamente es que la física y la astronomía han descu-
bierto en estas últimas décadas un hecho sorprendente, a saber, que la
existencia humana tiene una relación tan íntima con la estructura, las pro-
piedades y la evolución del universo en su totalidad que, si resultaran alte-
radas tales propiedades, incluso en un grado mínimo, la vida humana ha-
bría resultado imposible. A una mirada filosófica – afirma Carreira – todo
indica la existencia de una tendencia teleológica en el cosmos para hacer
posible la vida inteligente, es decir, la vida humana. Como ha sido insinua-
do por un científico moderno, el universo ha estado esperándonos cientos
de millones de años.
Todo un conjunto de parámetros físicos y cosmológicos ponen de mani-
fiesto esta orientación del cosmos hacia el hombre como a su fin (de donde
deriva el nombre de principio antrópico). Los físicos dicen que, si la densi-
dad del universo, o el valor de la fuerza gravitacional, o el valor de la fuerza
342 Leopoldo Prieto López

nuclear fuerte, o el valor de la fuerza nuclear débil, o la masa del protón, o


la masa del electrón cambiaran de modo significativo, las consecuencias no
se harían esperar, de modo que, entre otras, la vida humana habría sido
imposible. El principio antrópico, como se ve, en la medida en que postu-
la razonablemente una finalidad en el cosmos, no pertenece a la ciencia,
si bien se basa en un número considerable de datos de rigurosa naturaleza
científica.
Carreira nos informa de los datos científicos más relevantes al respecto.
La masa del universo visible es de 1056 gramos. Si su masa fuera de 1055 o
bien de 1057 no existiría la vida humana. La fuerza electromagnética (en
virtud de la cual los electrones se repelen) es en relación con la fuerza gra-
vitacional (en virtud de la cual se atraen) de un valor 1042 veces superior.
Luego, la fuerza electromagnética es incomparablemente más potente que
la fuerza gravitacional. Pero si su valor cambiara de 1042 a 1041 o a 1043 la
vida humana habría sido también imposible. Otro tanto ocurre con la fuer-
za nuclear fuerte, que es 137 veces más intensa que la electromagnética.
Un valor sensiblemente diferente de esta fuerza fundamental, haría hecho
imposible igualmente la vida humana sobre la tierra. Carreira advierte que
son las mismas fuerzas fundamentales de la materia con sus precisos valo-
res numéricos (de los que dependen realidades como la masa del universo;
la formación de las galaxias, como efecto de la fuerza gravitacional; la pro-
ducción de átomos, moléculas y estructuras vivientes, en virtud de la fuerza
electromagnética; la formación de elementos base para la vida, como el
carbono, el oxígeno, el hierro, el calcio, etcétera, como efecto de la fuerza
nuclear) las que sugieren la orientación del cosmos y su evolución hacia la
aparición y las necesidades de la vida humana.
Añade este autor que también el tamaño de la Tierra, el Sol y la Luna,
además de sus distancias recíprocas, hablan en favor de la misma hipóte-
sis. Por ejemplo, una modificación significativa de la masa del sol impediría
la vida sobre la tierra. También una tierra sin luna – dice Carreira – no se-
ría habitable. Ahora bien, la causa que dio origen a la luna era altamente
improbable. Carreira presenta en este sentido una hipótesis acerca del ori-
gen de la luna sugerida por otros científicos. Hace 4.500 millones de años
aproximadamente, cuando la tierra ya se había formado, con un núcleo de
hierro y con una capa a su alrededor de minerales más ligeros, otro planeta
(también él ya diferenciado en estratos), de dimensiones mayores que las
de Marte, chocó con la tierra primitiva. El impacto tuvo lugar de tal modo
que, el ángulo y la velocidad de la colisión, permitieron la mezcla de los
materiales de las capas exteriores de ambos planetas. Sin embargo, des-
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 343

pués del gigantesco impacto una nube incandescente se elevó volatilizada


hacia el espacio, dando de esta manera origen a los materiales de los que
más tarde se formó la luna, mientras que los núcleos de hierro de los dos
planetas se fundieron en uno solo. A consecuencia de esta fusión, resultó
que la Tierra llegó a tener una tercera parte de su masa en el núcleo de hie-
rro a la temperatura de 4.000 grados. Este núcleo de hierro fundido, giran-
do rápidamente (como la misma tierra) crea alrededor de la tierra un cam-
po magnético que protege su superficie de los rayos cósmicos (partículas
de alta energía que vienen del sol y del espacio externo). Sin la protección
de este campo magnético, dichos rayos producirían de modo continuo mu-
taciones nocivas en los seres vivos. El calor del núcleo, por otro lado, pro-
duce la fusión parcial de la capa contigua, de modo que se producen co-
rrientes de roca parcialmente fundida que, ejerciendo presión contra la
corteza terrestre rígida, la rompen y dan origen a la formación de las capas
tectónicas. El movimiento de estas capas es la causa de fenómenos geológi-
cos como los volcanes, los movimientos sísmicos, pero también de la for-
mación de las montañas y la renovación constante de la superficie terres-
tre. Sin embargo, en los demás planetas no se conoce un proceso similar.
Carreira también nos explica por qué la presencia de la luna es impres-
cindible para la vida en la tierra. Al principio, la tierra giraba mucho más
rápidamente que ahora. Como consecuencia de estos giros demasiado velo-
ces en torno al propio eje, hubo un movimiento general de la atmósfera en
forma de corrientes de vientos huracanados paralelos al ecuador. Sin em-
bargo, la atracción de la luna, primero sobre los océanos de lava fundida
que cubrían la tierra, y luego sobre los océanos de agua, permitió disminuir
la velocidad de su giro y hacer su atmósfera más tranquila y uniforme. Las
estaciones se producen porque el giro de la tierra no es perpendicular al
plano de su órbita. Algunas veces el hemisferio norte apunta hacia el sol y
otras veces el hemisferio sur adquiere esta posición, causando de este
modo el alternarse de las estaciones. De este modo, el calor solar se reparte
regularmente sobre la superficie de la Tierra. Si el eje de giro de la tierra
fuese perpendicular, habría una franja central calcinada por el sol, dos
franjas extremas siempre congeladas y otras dos franjas, las zonas centra-
les, que serían como mundos incomunicados (entre el hielo y el calor ex-
tremo). Ahora bien, si no existiera la luna, la inclinación del eje de la tierra
cambiaría de manera sistemática de los 0 hasta los 60 grados, con los con-
siguientes cambios de clima totalmente incompatible con la evolución de la
vida. Nuestro satélite, como nos informa Carreira, se comporta por tanto
como una balanza que mantiene la inclinación del eje de la Tierra casi
344 Leopoldo Prieto López

constante, con un valor de 23’5 grados, cambiando apenas un grado en


centenares de millones de años.
Veamos ahora, después de conocer estos datos científicos (al conjunto
de los cuales se ha convenido en llamar principio antrópico), qué nos
puede sugerir la filosofía y la teología en relación con los mismos. Hemos
visto que el universo tuvo un inicio radical o que, en términos filosóficos y
teológicos, ha sido creado. Cuando el universo hizo su aparición, los pará-
metros de la materia, no estando determinados por ningún estado prece-
dente, han debido ser elegidos por el Creador en vistas de la finalidad prefi-
jada por Él mismo. A todo lo cual se agrega el hecho que, hallándose el Cre-
ador fuera del tiempo, el acto de la elección de las condiciones iniciales de
la materia ha sido realizado con perfecta conciencia de todas las conse-
cuencias futuras para el universo creado de este particular modo, “hasta en
lo más profundo de la naturaleza de cada partícula y de la cantidad de
energía y de su actividad en cada momento de la evolución cósmica”. En
realidad no puede admitirse nada inesperado o imprevisible ante aquella
Mente infinita que ve toda la historia del cosmos en su eterno hoy. No obs-
tante esto, es necesario distinguir bien entre causalidad primera y causa-
lidad segunda. A la materia, en razón de sus leyes, debe ser atribuida la
causalidad segunda, y no al fiat del Creador. Carreira nos dice al respeto,
con precisión encomiable, que el acto de la creación no hace que el Crea-
dor imponga con su fiat lo que a cada momento hace cada átomo. “Puesto
que Él ha creado la materia atribuyéndole propiedades correspondientes a
la finalidad propuesta, la materia se comporta según las propias leyes, deri-
vadas de su naturaleza” 24.
El espectáculo grandioso del proceso de la evolución cósmica hasta la
aparición del hombre se ha realizado según un plan de desarrollo impuesto
por el Creador a la materia en el momento de la elección de las condicio-
nes iniciales para que el universo cumpliera su destino, que no es otro que
el de servir de morada a aquella criatura racional y espiritual que es el
hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza, y en el que Dios se ha
complacido al ver que la existencia de ésta, su criatura racional, es una
cosa verdaderamente buena; para decirlo con las palabras del Génesis, “vio
Dios todo lo había hecho, y he aquí que era muy bueno”25.
Carreira resume este proceso cósmico orientado hacia el hombre (que
es lo que intenta explicar el principio antrópico) con estas palabras. “Des-

24
M. CARREIRA, Sfcp, p. 323.
25
Gen 1, 31.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 345

de el primer momento del Big Bang hasta hoy, la naturaleza ha desarrolla-


do estructuras que conducen a la síntesis, en estrellas compactas, de los
elementos necesarios para la vida con su increíble complejidad. Cuando
esta evolución alcanzó el punto en que es posible un ambiente idóneo so-
bre la tierra, apareció la vida, a pesar de la infinitesimal probabilidad de
que tal cosa ocurriera26. Millones de años después, en una imprevisible se-
rie de pequeños cambios y catastróficas extinciones, la materia viviente por
fin está en condiciones de ser el partner del espíritu humano en ese único
animal racional que es el hombre. Pero, puesto que la materia sólo puede
desarrollarse en nuevas formas de materia, ¿cuál es el origen del pensa-
miento y de la conciencia?

4. La evolución biológica
Parece que la vida apareció sobre la tierra hace unos 3.500 millones de
años. Si las formas iniciales de vida terrestre, que se limitaban al inicio a
microscópicos organismos unicelulares, han dado origen posteriormente a
formas biológicas cada vez más complejas, eso sólo puede ser entendido en
el sentido de que la evolución es un dato de hecho, que, en cuanto tal, es
innegable. Según Carreira, “únicamente una lectura obsesiva de la Biblia,
entendida como un tratado literal de geología y biología, que debería ser
compatible con una evidente abundancia de pruebas contradictorias, po-
dría conducir a negar la existencia de la evolución”27. Carreira concluye de
ello que la evolución es un dato cierto.
Pero los problemas en torno a este argumento no radican en el hecho,
sino en su interpretación, es decir en los presupuestos añadidos en vista
de los cuales es interpretado el hecho mismo. Según Carreira estos presu-
puestos, de naturaleza filosófica, se reducen fundamentalmente a dos: a) si
el dinamismo evolutivo se ha debido a la casualidad (a la que seguiría la
sobrevivencia de los más idóneos y la adaptación al ambiente) o, en cam-
bio, procede del impulso impreso por el Creador a partir de un plan teleo-
lógico (es decir, de un diseño inteligente) en el cual nada ocurre por ca-

26
Cfr., J. Barrow - F. Tipler, The Anthropic Cosmological Principle, Clarendom Press, Ox-
ford, 1986, p. 565, cit. por Carreira, p. 321: la probabilidad de configurar, en virtud del
azar, un único gen, está comprendida entre 1 sobre 10 109 y 1 sobre 10217. Se piensa que el
número de las partículas atómicas del universo son del orden 1090, cerca un trillón de tri-
llones de veces más pequeño. En lo que se refiere a la totalidad del genoma humano, la
probabilidad es, incluso, de un orden imposible de imaginar: de 1 sobre 1012 millones.
27
M. CARREIRA, Sfcp, p. 324.
346 Leopoldo Prieto López

sualidad; b) el modo en el que se entiende la transición de la vida animal a


la vida humana y el origen de la inteligencia humana.

a) Casualidad o finalidad
Nuestro autor nos ha dicho ya que ni la casualidad, ni la finalidad son
conceptos de naturaleza científica, dado que no son entidades cuantifica-
bles. Más en concreto añade que la casualidad es, dada la limitación y exi-
gua capacidad de la razón humana, “solamente un término elegante para
responder a una pregunta para la cual no se tiene respuesta”28. En la reali-
dad física no existe la casualidad. Toda actividad de la materia es una con-
secuencia necesaria de las propiedades y de las fuerzas presentes en un de-
terminado momento. En la naturaleza no hay espacio para la espontanei-
dad ni para la creatividad. Si estas disposiciones fueran posibles, la ciencia
se convertiría ipso facto en una tarea imposible, puesto que vendría a ne-
garse la objetividad y la reiterabilidad, dos notas fundamentales del pro-
cedimiento científico. Si la causalidad no es otra cosa, por tanto, que la li-
mitación del conocimiento humano (“el nombre de la ignorancia
humana”, lo llamó Poincaré), en la mente del Creador no puede darse
nada semejante a la casualidad. Ante Dios no puede existir el más mínimo
aspecto imprevisto de un acontecimiento cualquiera. En cualquier caso, es
claro que la disputa sobre la casualidad o el proyecto inteligente está mal
planteada tan pronto como es llevada al nivel científico (es decir, biológico),
puesto que se trata de algo que pertenece a la filosofía.

b) El origen de la inteligencia
La otra cuestión de naturaleza filosófica presente en la interpretación
del evolucionismo es el origen de la inteligencia humana. Ahora bien, dicha
cuestión requiere ante todo precisar bien los conceptos de materia y de in-
teligencia. La materia en física se define en términos de actividad. Los tipos
de actividad de la materia son cuatro y se identifican con las fuerzas funda-
mentales (gravitacional, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil)
que actúan en el mundo físico. Pero en el caso del hombre es claro que se
dan actividades que no proceden de las interacciones de las fuerzas de la
materia. Pensamiento, conciencia, voluntad, libertad de elección, etc., son
fenómenos inexplicables a la sola luz de la materia. En relación con el
mundo meramente animal, la inteligencia humana se manifiesta – sugiere
Carreira – cuando encontramos una criatura que se preocupa por cosas

28
M. CARREIRA, Sfcp, p. 325.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 347

que tienen ningún valor para su supervivencia. Una cueva protege del frío
tanto si está o no decorada. Un hacha corta lo mismo independientemente
de si su empuñadura es más o menos bella. Y sin embargo, el hombre pri-
mitivo pinta las cuevas (sobre todo con un valor mágico-religioso) y adorna
las armas de caza, actividades de las cuales no recaba ningún beneficio
para su supervivencia. En realidad, el hombre necesita buscar la verdad y la
bondad, incluso cuando esta actividad no conlleve ventaja alguna para su
vida física.
Por otra parte, la confusión del lenguaje desempeña un papel no des-
preciable en la investigación sobre la inteligencia humana y su origen. Se
habla a menudo, de modo muy impropio (es decir, sin haber definido, pre-
viamente, qué se entiende por inteligencia) de la inteligencia animal e, in-
cluso de la inteligencia artificial, cuando ésta es atribuida a un ordenador.
Pero, como bien dice Carreira, “la inteligencia no es un modo de actuar, ni
por instinto, ni por un reflejo condicionado ni por un comando electrónico:
es un modo de conocer por medio de conceptos abstractos que la mente
no puede alcanzar en virtud de la percepción de los sentidos […] De los
teoremas de Euclides en geometría, a la complejidad de la teoría de los Su-
perstrings [supercuerdas], la verdadera inteligencia está bien alejada del
reino de las cuatro interacciones de nuestros experimentos” 29. En virtud de
la inteligencia, el hombre está en condiciones de captar aspectos de la reali-
dad que no proceden de la experiencia sensible. Se puede agregar, además,
que en filosofía conocer quiere decir poder prescindir de la materia. En
otras palabras, un sujeto es tanto más cognoscente cuanto más desligado
está de la materia y es capaz de ir más allá de sus exigencias. En esto con-
siste la abstracción, que es la esencia del conocimiento racional.
Está claro, por lo tanto, que en el hombre se da un nivel de doble activi-
dad, que presupone dos fuentes diversas (materia y espíritu), aunque uni-
das estrechamente en la unidad personal del hombre. Es absurdo negar
aquello que es material en el hombre, pero no lo es menos negar el espíri-
tu. Todo lo que de más noble hay en nuestra naturaleza y en nuestros actos
pertenece al mundo del espíritu. A pesar de ello, los intentos de reducir la
inteligencia a la materia son constantes a lo largo de la historia del pensa-
miento. Hoy se dice (aunque sin la menor prueba) que “cuando la materia
en el cerebro está suficientemente estructurada, nace la inteligencia o sur-
ge espontáneamente como un nivel ulterior de actividad, sin que se haga

29
M. CARREIRA, Sfcp, pp. 328-329.
348 Leopoldo Prieto López

presente ningún nuevo elemento”30. Esta afirmación no es ciencia: es sim-


ple materialismo.
Pero volvamos ahora al origen de la inteligencia. Hemos visto que la in-
teligencia no puede ser reducida a la materia. Consecuentemente tam-
poco puede tener su origen en la evolución. Es evidente que si la materia
(incluso en su nivel más alto de orden en el cerebro) no está en condicio-
nes de producir el pensamiento, entonces no es posible atribuir el origen
de la inteligencia humana a la evolución de monos con un volumen de teji-
do cerebral siempre creciente. También los elefantes y los delfines tienen
más tejido cerebral que el hombre, y no por ello tienen inteligencia. La evo-
lución (cósmica primero, biológica después) puede proporcionar una base
material dispuesta para la recepción del espíritu humano, pero no puede
producirlo. Materia y espíritu son realidades completamente heterogéneas.
Desde el punto de vista de la fe, no hay mayor problema si tal base es arci-
lla inanimada o tejidos vivientes. Lo que, en cambio, es imprescindible, vis-
to el origen no material del pensamiento, es admitir, como la fe nos exige,
que el espíritu humano procede directamente (es decir, es creado) de Dios,
Creador espiritual, Causa última de la existencia del universo material y es-
piritual.

III. Conclusión: la armonía entre ciencia y religión

1. Algunos principios
Guiados por las reflexiones de Carreira, hemos visto que la ciencia y la
religión son formas de conocimiento diferentes, aunque complementa-
rias. A la vista de todo lo anterior podemos concluir proponiendo la rela-
ción de algunos principios que rigen la relación existente entre ciencia y re-
ligión.
1) Principio de diferencia: ciencia y religión son formas diferentes de
conocimiento, tanto en lo que se refiere a sus respectivos objetos (la mate-
ria y sus fuerzas y Dios en sí mismo o en el plano de nuestra salvación), a
sus métodos (método experimental y fe como aproximación sobrenatural
al misterio del Dios vivo) y a sus fines (dominio y control de la naturaleza y
consecución de la salvación eterna).
2) Principio de limitación (o bien parcialidad): estas evidentes dife-
rencias sirven para indicar que ciencia y religión son modos limitados y,

30
M. CARREIRA, Sfcp, pp. 329-330.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 349

por lo tanto, parciales, de conocer una realidad que en su profundidad (in-


cluso al nivel puramente natural) sobrepasa nuestra capacidad de investi-
gación y comprensión.
3) Principio de complementariedad: la limitación de la ciencia y de la
religión, por un lado, y las diferencias de objeto, método y fines, por otro
lado, son el fundamento lógico de la afirmación de la profunda comple-
mentariedad mutua, tal como Carreira, en concreto, nos ha hecho ver ha-
blando acerca del origen, fin y evolución del cosmos.
4) Principio de armonía: diferencia y complementariedad, por otro
lado, son los presupuestos necesarios para una relación de armonía.
5) Principio de no conflictividad: la pretensión de un conflicto irreme-
diable entre ciencia y religión ha surgido siempre que, negando las diferen-
cias entre la ciencia y la religión, se ha intentado reducir estas dos formas
de conocimiento a una única y forzada forma de unidad (y de
metodología), sea en la aplicación a la religión del método experimental y
de sus requisitos (como hace el positivismo y el cientificismo en general),
sea en la imposición a la ciencia de la interpretación literal de la Biblia
(como hace el fundamentalismo bíblico).
6) Principio de unidad originaria y no contradictoria: finalmente, la
complementariedad y la armonía entre la ciencia y la religión encuentran
una potente garantía en el hecho que la fuente de las verdades de la ciencia
(a través de la naturaleza) y de la fe (a través de la revelación) es una y la
misma. Se puede decir, en este sentido, que el Autor de las dos revelaciones
– una revelación natural, plasmada en el cosmos (el libro de la naturale-
za) y otra sobrenatural, consignada en la sagrada Escritura (el libro de la
Biblia) – es uno y el mismo. Además, dos verdades, aun cuando se hallen
en planos distintos, no pueden contradecirse, ya que ambas son reflejos
parciales de la Verdad infinita de Dios, su origen, que nos hablado de diver-
sos modos. Como reiteró el concilio Vaticano I: “No puede existir ningún
verdadero disenso entre la fe y la razón [léase, la ciencia], porque el Dios
que revela los misterios de la fe y la infunde en nosotros es el mismo que
ha infundido la luz de la razón en el alma humana. Dios no puede, por lo
tanto, negarse a sí mismo, ni la verdad contradecir la verdad”.

2. Apéndice sobre la razón y la fe en la constitución “Dei Filius” (del


concilio Vaticano I).
Terminemos este capítulo reproponiendo algunas valiosas afirmaciones,
sobre este mismo argumento, contenidas en la constitución dogmática Dei
350 Leopoldo Prieto López

Filius, en las que, como se podrá ver, encuentran apoyo los principios ante-
riormente expuestos. Las dos primeras citas pertenecen al capítulo II (So-
bre la Revelación) y las tres siguientes al capítulo IV (Sobre la fe y la ra-
zón).
1) Sobre la distinción entre el conocimiento natural (a través de la crea-
ción) y sobrenatural (a través de la revelación) sobre Dios: “La mismísima
Santa Madre Iglesia profesa y enseña que Dios, principio y fin de todas las
cosas, puede ser conocido con certeza con la luz natural de la razón huma-
na a través de las cosas creadas. Las cosas invisibles de Él son conocidas
por la inteligencia de la criatura humana a través de las cosas que fueron
creadas (Rm 1,20). Sin embargo, plugo a su bondad y a su sabiduría reve-
larse a Sí mismo y los decretos de su voluntad al género humano por me-
dio de otro camino, sobrenatural éste, según la afirmación del apóstol:
«Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Pa-
dres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado
por medio del Hijo» (Heb 1,1-2)”.
2) Sobre la Revelación sobrenatural: “Se debe a esta divina revelación
que todo aquello que de las cosas divinas es de por sí absolutamente inac-
cesible a la razón humana, incluso en la presente condición del género hu-
mano, pueda ser fácilmente conocido por todos con certeza y sin ningún
peligro de error. Sin embargo, no debe decirse que sólo por este motivo es
absolutamente necesaria la revelación, sino porque en su infinita bondad,
Dios destinó al hombre a un fin sobrenatural, es decir, a la participación de
los bienes divinos, que superan totalmente la inteligencia de la mente hu-
mana. En efecto, Dios ha preparado para aquellos que lo aman lo que nin-
gún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado jamás, ningún corazón huma-
no ha conocido (cf. 1 Cor 2, 9). Esta revelación sobrenatural, según la fe de
la Iglesia universal, también proclamada por el santo Concilio Tridentino,
está contenida en los libros escritos y en las tradiciones no escritas recibi-
das por los Apóstoles de la propia boca de Cristo”.
3) Un doble orden de conocimientos en cuanto a su principio y a su
objeto: “El ininterrumpido pensamiento de la Iglesia católica sostuvo y sos-
tiene que existe un doble orden de conocimientos, diferenciados no sólo en
lo que se refiere al principio, sino también respecto de su objeto. En cuanto
al principio, porque en uno conocemos con la razón natural y en el otro
con la fe divina; en cuanto al objeto porque, más allá de las cosas que la ra-
zón natural pudiera alcanzar, se nos propone creer misterios escondidos en
Dios: misterios que no pueden ser conocidos sin la revelación divina”.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 351

4) Entre fe y razón no puede existir disenso: “Pero si bien la fe es su-


perior a la razón, no puede existir un verdadero disenso entre la fe y la ra-
zón, porque el Dios que revela los misterios de la fe y la infunde en noso-
tros es el mismo que ha infundido la luz de la razón en el alma humana.
Dios no puede, por lo tanto, negarse a sí mismo, ni la verdad contradecir la
verdad. La vana apariencia de estas contradicciones nace sobre todo o por-
que las dogmas de la fe no han sido comprendidos y expuestos según la
mente de la Iglesia o porque falsas opiniones han sido consideradas verda-
des dictadas por la razón”.
5) Es más, no sólo no se oponen fe y razón, sino que colaboran mutua-
mente: preambula fidei y teología. Libertad y límites de la ciencia: “La fe y
la razón no sólo no pueden estar en contraste mutuo, sino que incluso se
ayudan recíprocamente de manera que la recta razón demuestre los funda-
mentos de la fe e, iluminada por ésta, cultive la ciencia de las cosas divinas;
y la fe, por su lado, libere a la razón de los errores, enriqueciéndola con nu-
merosos conocimientos. Por lo tanto, no es verdad de ningún modo que la
Iglesia se oponga a la cultura de las artes y de las disciplinas humanas; por
el contrario, las cultiva y favorece de muchas maneras. No ignora ni despre-
cia las ventajas que de aquéllas provienen para la vida humana; es más, de-
clara que éstas, como quiera que provienen de Dios, Señor de las ciencias,
conducen al hombre a Dios, con la ayuda de su gracia, siempre que sean
debidamente cultivadas. La Iglesia ciertamente no prohíbe que las diversas
disciplinas se sirvan de sus propios principios y del propio método, cada
una en su propio ámbito. Pero mientras reconoce esta justa libertad, vigila
atentamente para que en éstas no se introduzcan errores contrarios a la
doctrina divina o que, superando los propios confines, no invadan o desna-
turalicen las materias pertenecientes a la fe”.

Traducción de Rodrigo Frías Urrea

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