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Prieto - Ciencia - Filosofia - y - Teologia - Diferencia
Prieto - Ciencia - Filosofia - y - Teologia - Diferencia
complementariedad y armonía
En diálogo con Manuel Carreira
Leopoldo Prieto López
Profesor de Historia de la Filosofía moderna en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
1. ¿Qué es la ciencia?
El concepto de ciencia presenta dos acepciones diferentes: la clásica y la
moderna. El concepto clásico de ciencia (epistéme) significa un tipo de co-
nocimiento seguro, opuesto a la otra forma de conocimiento que es la opi-
nión. Este significado del concepto de ciencia incluye dos características tí-
picas: la certeza y la dimensión causal. La certeza hace del conocimiento
científico un conocimiento fiable, seguro. En razón de esta certeza, la cien-
cia es un conocimiento de mayor valor que la simple opinión. La segunda
característica integrante de esta noción es su dimensión etiológica o causal.
La ciencia en este sentido no es el simple conocimiento de un hecho, sino
que es un conocimiento más profundo que alcanza su porqué, es decir su
causa. De acuerdo con ello, tener ciencia de algo no equivale al simple co-
nocimiento de los datos, sino al hecho de comprender porqué los datos son
1
La bibliografia empleada es la siguiente: MANUEL CARREIRA, Ciencia y fe: ¿relaciones de
complementariedad?, Vozdepapel, Madrid 2004 (abreviado in Cfrc); ID., Science and
Faith: Chance and Design?, en http://www.jcu.edu/lectures.htm (December 2005). Este
mismo artículo ha sido recientemente publicado en italiano con el título Scienza e fede:
caso o progetto?, en “La Civiltà cattolica”, 18 febrero 2006 (abreviado in Sfcp). Final-
mente, ID., Evolution in Living Forms: Determinism, Chance, Purposeful Design (confer-
encia tenida en el Congreso “Continuity & Change: Perspectives on Science and Religion”,
June 3-7, 2006, Philadelphia, USA, http://www.metanexus.net/conferences/pdf/confer-
ence2006/Carreira.pdf).
2
Cf. M. CARREIRA, Cfrc, p. 18.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 327
sentido, una teoría puede ser convincente desde el punto de vista matemá-
tico y lógico, pero si no puede ser controlada experimentalmente, se queda-
rá irremediablemente en el nivel de la ciencia-ficción3.
Frente a la actual tendencia de la física, cada vez más inclinada a la teo-
ría y más alejada del control experimental, Carreira aplica despiadadamen-
te el bisturí de la epistemología. En su opinión no es de naturaleza científi-
ca (y, por lo tanto, se queda en el terreno de la ciencia-ficción) hablar de
parámetros de valor infinito, ya que el infinito es por definición no mensu-
rable y, por lo tanto, no es objeto de ninguna verificación posible. No existe
ningún instrumento en el mundo capaz de medir algo de valor infinito.
Igualmente las afirmaciones respecto de otros universos no son juicios de
naturaleza científica, por la simple razón que universo en sentido científico
es la totalidad de cosas que son directa o indirectamente observables. Por lo
tanto, teorizar sobre otros universos (sin importar cuántas ecuaciones su-
gieran su posible existencia) es ipso facto hablar de lo que, no pudiendo
ser observado ni experimentado, no puede ser objeto de la ciencia experi-
mental. Es más, Carreira piensa que el postulado de otros universos a me-
nudo se emplea para ocultar las verdaderas dificultades que surgen en el
momento de describir el universo en el que vivimos. Y esto le parece un
“modo mísero de esconder bajo la alfombra los problemas que no sabemos
resolver en relación con el único universo que conocemos y que podemos
analizar”4. Si se argumentara que esos otros universos son matemática-
mente posibles, haría falta añadir que es un presupuesto filosófico gratuito
sostener que aquello que es matemáticamente posible debe existir. Convie-
ne advertir que la matemática es un lenguaje sobre relaciones cuantitativas,
“no una imposición respecto de la naturaleza ni un encantamiento para
hacer aparecer las cosas”5.
En resumen, la ciencia es una forma de conocimiento humano relativo
a los diversos tipos de actividad de la materia, que puede ser verificada ex-
perimentalmente. La verificación experimental procura medidas en forma
de datos numéricos. Esto nos permite afirmar que lo que no es de natura-
leza cuantitativa ni mensurable no corresponde a la ciencia. Sólo lo que es
cuantificable y que, medido con un determinado valor numérico, puede
entrar en una ecuación y ser calculado, pertenece a la ciencia. En este sen-
tido, si se ve una puesta de sol – afirma Carreira, citando a von Weizsacker
– se puede analizar mediante una espectroscopia física la intensidad de las
3
Cf. M. CARREIRA, Sfcp, p. 319.
4
M. CARREIRA, Sfcp, p. 320.
5
M. CARREIRA, Sfcp, p. 320.
328 Leopoldo Prieto López
diversas longitudes de onda que producen los colores del ocaso y dar ulte-
riormente una explicación sobre la causa de este fenómeno, pero nadie
puede dar una explicación científica sobre la belleza del ocaso. Siendo lo
bello algo no cuantificable, permanece como un hecho ajeno que sobrepa-
sa las posibilidades de la ciencia.
2. ¿Qué es la religión?
La religión son aquellos actos del hombre (de adoración, de súplica, de
expiación, etc.), en relación con Dios, que proceden de la fe y que están
orientados a la salvación eterna. Ahora bien, existe un tipo de fe que no es
religiosa, sino humana. La fe humana suele llamarse conocimiento por
testimonio. La mayor parte de los conocimientos de cualquier persona pro-
viene de este tipo de fe. La historia, la geografía y todas las demás ciencias
de cuyos objetos no somos competentes por nosotros mismos son campos
de conocimiento adquirido por testimonio, es decir en virtud de afirmacio-
nes de un testigo, que carecen de una intrínseca evidencia y que se aceptan
por confianza en el testigo. Pero también existe la fe sobrenatural. Se apoya
ésta en la revelación, que supera el conocimiento por experiencia y tam-
bién el conocimiento racional (aunque no por ello deba ser irracional). Por
lo tanto, se debe admitir que los objetos específicos de la fe (y de la revela-
ción) son, en realidad, de un orden superior al humano, es decir, son de
un orden sobrenatural. El objeto de la revelación es algo que se refiere al
misterio de Dios en su ser íntimo y a su plan de salvación para los hom-
bres, lo cual nadie ha estado nunca en condiciones de deducirlo de razona-
miento filosófico alguno. En el mismo sentido se expresa el magisterio de la
Iglesia, cuando, tratando sobre la revelación divina, dice que “plugo a Dios
en su bondad y sabiduría revelarse en persona y manifestar el misterio
de su voluntad […] La profunda verdad que esta revelación manifiesta so-
bre Dios y sobre la salvación de los hombres resplandece para nosotros en
Cristo, que es al mismo tiempo el mediador y la plenitud de toda la revela-
ción”6.
6
Conc. Vaticano II, Dei Verbum 2.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 329
9
Cf. M. CARREIRA, Sfcp, p. 321.
10
Citado por M. CARREIRA, Cfrc, pp. 25-26.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 331
11
Cf. M. CARREIRA, Cfrc, p. 28.
332 Leopoldo Prieto López
12
Cf. Dei Verbum, 2.
13
G. GALILEI, Carta a dom Benedetto Castelli (21 diciembre 1613), en “Le Opere di Galileo
Galilei”, Barberà, Firenze 1968, Firenze 1968, vol. V, p. 286.
14
Estas palabras forman parte del título de un artículo de S. Jaki, Aquello que Dios ha se-
parado...reflexiones sobre la ciencia y la religión, publicado en “Siglo 21: Ciencia y tec-
nología” (año XVI, n. 1, febrero 2005, pp. 39-43). Allí nos dice Jaki: “En otras palabras,
cada vez que un teólogo (o la Biblia sobre este argumento) haga una afirmación sobre un
aspecto relativo a alguna realidad material, la verdad de este aspecto depende exclusiva-
mente de la investigación cuantitativa o científica. Si nuestros teólogos del siglo XVII hubie-
ran sido conscientes de esta regla imprescindible, no se hubiera producido ningún ‘caso
Galileo’, que aún hoy lastra la Iglesia. Se termina así pagando precio muy alto cuando se
toma a la ligera aquello de que cuanto Dios ha separado nadie debería intentar unirlo”
(p. 43).
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 333
15
Cfr. M. CARREIRA, Cfrc, p. 29.
334 Leopoldo Prieto López
dice Carreira. La razón es simple: cualquier propiedad o ley física que fuera
capaz de describir un estado precedente a la gran explosión, habría resul-
tado destruida por la enorme presión y temperatura desencadenada por el
sucesivo Big Bang19, con las cuales se habría eliminado cualquier rastro de
las propiedades o de las leyes de la materia precedente. Por otro lado, el
postulado de una etapa de duración ilimitada en el tiempo (asimilado erró-
neamente a la eternidad) de contracción, que precediera al Big Bang,
plantea por su parte un problema insoluble. Como sugiere Carreira, un es-
tado de “contracción eterna [se entiende, ilimitada en el tiempo] supone
una densidad cero en su inicio, ya que cualquier otro valor que no sea el de
cero tiene que llevar necesariamente a la contracción final en un tiempo fi-
nito y calculable; pero una densidad cero no puede conducir a la contrac-
ción”20. Una vez más, vemos cómo la física desautoriza (como ajenas a la
ciencia experimental) las teorías que adoptan parámetros de valor infinito.
Procediendo de esa forma se incurre en un craso error metodológico, que
consiste en creer que se ha ofrecido una explicación de un hecho del que,
sin embargo, no se puede tener la debida verificación experimental. Es cla-
ro que de este modo el razonamiento se sale del campo de la ciencia.
Hemos llegado hasta aquí conducidos por la física, la cual niega que el
universo sea infinito (en sus dimensiones y en su duración), y exige la exis-
tencia de un inicio. Ahora es el momento de proseguir con el razonamien-
to filosófico. La ciencia no puede ir más allá de este punto, pero la razón
sí. Vemos también de este modo concreto la relación de diferencia-comple-
mentariedad que se establece entre ciencia, filosofía y religión. Llegados a
este momento resulta espontáneo a todo hombre preguntarse qué hubo
antes de este inicio primordial. Ahora bien, la filosofía (y también la teoría
de la relatividad) responde que antes de este inicio radical no había un an-
tes, ya que espacio y tiempo son parámetros o dimensiones que se dan so-
lamente allí donde existe la materia. Sin materia no tiene sentido pregun-
tarse por el lugar o por el tiempo de la aparición de aquello que es condi-
ción del tiempo y el espacio, es decir, la materia misma. Es ahora cuando la
19
Stephen Hawking, en su última libro, Historia brevísima del tiempo (Crítica, Barcelona,
2005, pp. 177-178) se expresa también en términos semejantes. Dice, en efecto, que “se-
gún la teoría general de la relatividad, en el pasado debió existir un estado de densidad in-
finita, el big bang, que debió constituir el inicio efectivo del tiempo. Del mismo modo, si el
conjunto del universo colapsara de nuevo, debería darse en el futuro otro estado de densi-
dad infinita, el Big Crunch, que sería el fin del tiempo [...] En el Big Bang y otras singula-
ridades, todas las leyes dejarían de ser válidas y habría tenido la libertad completa de esco-
ger lo que sucede y cómo inició el universo”.
20
M. CARREIRA, Cfrc, p. 50.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 337
para la ciencia, con el tipo de razonamiento que les es propio. Este razona-
miento no es de índole cuantitativa (porque a partir de este momento no
hay nada material sobre lo que razonar). Se trata, por tanto, de un razona-
miento abstracto que es capaz de transcender las exigencias del método ex-
perimental.
Ahora bien, como dice Carreira, la filosofía y la teología nos dicen que la
creación de la materia presupone un agente no material, independiente
del tiempo y del espacio, además de un poder infinito para crear desde la
nada. Tal agente espiritual, Mente infinita, goza de un perfecto conocimien-
to de todas las ilimitadas posibilidades que se abren a la materia tras su
creación dentro del vasto proceso de su desarrollo. En vista de tales posibi-
lidades, este Espíritu infinito elige los parámetros más idóneos a fin de que
la materia pueda realizar el plan prefijado en el acto de la creación. Por lo
tanto, el universo material procede del Espíritu Infinito, cuya mente com-
prende todas las posibilidades de desarrollo de las estructuras materiales;
cuya voluntad las quiere como camino para ejecutar un plano prediseñado,
y cuya libertad las elige.
Permítasenos concluir este párrafo con una cita de Leibniz (científico,
filósofo y teólogo de autoridad indiscutida) en la que, explicando los atribu-
tos fundamentales de Dios (potencia, inteligencia y voluntad), se capta el
momento del paso desde el razonamiento científico al filosófico. Las pala-
bras de Leibniz son las siguientes: “Dios es la razón primera de todas las
cosas, puesto que aquellas que son limitadas, como todo lo que vemos y
experimentamos, son contingentes y no tienen nada en sí mismas que haga
necesaria su existencia, siendo manifiesto que el tiempo, el espacio y la
materia, unidos y uniformes en sí mismos, e indiferentes a todo, habrían
podido hacer propios todos los demás posibles movimientos y figuras, y en
un orden completamente diferente. Es necesario, por lo mismo, buscar la
razón de la existencia del mundo, que es la reunión completa de las cosas
contingentes, precisamente en la sustancia que lleva consigo la razón de
su propia existencia y que, por consiguiente, es necesaria y eterna. Tam-
bién es necesario que esta causa sea inteligente. En efecto […] es necesa-
rio que la causa del mundo haya tomado en consideración, o se haya pues-
to en relación con todos estos mundos posibles a fin de determinar uno de
ellos. Y esta consideración o relación de una sustancia existente con sim-
ples posibilidades no puede ser otra cosa que el intelecto que concibe las
ideas de ellas; y determinar una de entre estas posibilidades no puede ser
otra cosa que el acto de la voluntad que elige. Y es propio de la potencia de
tal sustancia hacer eficaz a la voluntad. La potencia se orienta hacia el ser,
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 339
21
G.W. LEIBNIZ, Essais de Théodicée, I, 7: “Dieu est la première raison des choses, car celles
qui sont bornées, comme tout ce que nous voyons et experimentons, sont contingentes et
n’ont rien en elles qui rende leur existence nécessaire; étant manifeste que le temps,
l’espace et la matiere, unies et uniformes en elles mêmes, et indifférentes à tout, pou-
voient recevoir de tout autres mouvemens et figures, et dans un autre ordre. Il faut donc
chercher la raison de l’existence du Monde, qui est l’assemblage entier des choses
contingentes: et il faut la chercher dans la substance qui porte la raison de son existence
avec elle, et laquelle par consequent est necessaire et eternelle. Il faut aussi que cette
cause soit intelligente: car ce monde qui existe, étant contingent, et une infinité d’autres
mondes étant egalement possibles et egalement pretendans à l’existence, pour ainsi dire,
aussi bien que luy, il faut que la cause du monde ait eu egard ou relation à tous ces
mondes possibles, pour en determiner un. Et cet egard ou rapport d’une substance
existante à de simples possibilités, ne peut être autre chose que l’entendement qui en a les
idées: et en determiner une, ne peut être autre chose que l’acte de la volonté qui choisit.
Et c’est la puissance de cette substance, qui en rend la volonté |VI107| efficace. La puis-
sance va à l’être, la sagesse ou l’entendement au vray, et la volonté au bien. Et cette cause
intelligente doit être infinie de toutes les manieres, et absolument parfaite en puissance,
en sagesse et en bonté, puisqu’elle va à tout ce qui est possible. Et comme tout est lié, il
n’y a pas lieu d’en admettre plus d’une. Son entendement est la source des essences, et sa
volonté est l’origine des existences. Voila en peu de mots la preuve d’un Dieu unique avec
ses perfections, et par luy l’origine des choses”.
340 Leopoldo Prieto López
absurdo atribuir una acción absurda (es decir, sin una finalidad) a un Ser
infinitamente inteligente. Por tanto – concluye Carreira – la única finalidad
lógica de un Creador personal es dar la existencia a otros seres personales
(inteligentes y libres) que, siendo conscientes de su deuda de gratitud y
amor respecto de Él, participen de la beatitud de la fuente infinita de vida
que les invita a compartir su existencia.
Volvamos nuevamente a la ciencia. La física no sabe si el universo tiene
una finalidad, ya que esta noción no es – como ya hemos observado antes
– un parámetro a partir de la cual se puedan aplicar experimentos ni medi-
ciones. Ahora bien, la física sabe que un día todas las estrellas se apagarán
y que el universo acabará como una burbuja de vacío, fría y oscura. Es, por
lo tanto, bastante lógico que el físico se pregunte – sugiere nuestro autor –
¿a qué fin ha servido el espectáculo del universo y cuál es su sentido? En
efecto, el físico como persona humana dotada de razón, tiene todo el dere-
cho de formularse estas preguntas, pese a no poder responderlas según los
criterios metodológicos de su ciencia, sino según un nivel de racionalidad
superior, de naturaleza filosófica y teológica. Algunos dicen que, quizás, el
universo es cíclico y que se contrae y se expande eternamente. Sin embar-
go, se puede decir como comentaba irónicamente un físico después de
asistir a un simposio de astrofísica: “Si es absurdo que un universo tenga
un inicio y comience a existir, dando lugar a tantas maravillas, para acabar
en la destrucción de todo, más absurdo es hacer todo esto una vez después
de otra”22.
Si el Agente creador es un Ser espiritual, es decir un ser personal, inteli-
gente y libre, es lógico aceptar que el propósito fundamental de su creación
haya sido el de dar la existencia a otros seres espirituales dotados de simila-
res capacidades (si bien a un nivel infinitamente inferior). Pascal, que ade-
más de físico y matemático, fue filósofo y creyente apasionado, llegado a
este nivel de reflexión, nos habla del “hombre, caña pensante”, el más pe-
queño frente a los espacios ilimitados del cosmos, pero el más grande por-
que, con el pensamiento y el espíritu, los domina a todos ellos. La misma
idea la encontramos en el salmo 8, que nos habla de la pequeñez física y de
la grandeza moral y espiritual del hombre23.
22
Cit. por M. CARREIRA, Cfrc, p. 32.
23
Salmo 8, 2-8: “¡Oh, Yahveh, Señor nuestro, qué glorioso tu nombre por toda la tierra! Tú
que exaltaste tu majestad sobre los cielos [...] Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y
las estrellas, que fijaste tú, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para
que de él te cuides? Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y esplendor; le
hiciste señor de todas las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies”.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 341
24
M. CARREIRA, Sfcp, p. 323.
25
Gen 1, 31.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 345
4. La evolución biológica
Parece que la vida apareció sobre la tierra hace unos 3.500 millones de
años. Si las formas iniciales de vida terrestre, que se limitaban al inicio a
microscópicos organismos unicelulares, han dado origen posteriormente a
formas biológicas cada vez más complejas, eso sólo puede ser entendido en
el sentido de que la evolución es un dato de hecho, que, en cuanto tal, es
innegable. Según Carreira, “únicamente una lectura obsesiva de la Biblia,
entendida como un tratado literal de geología y biología, que debería ser
compatible con una evidente abundancia de pruebas contradictorias, po-
dría conducir a negar la existencia de la evolución”27. Carreira concluye de
ello que la evolución es un dato cierto.
Pero los problemas en torno a este argumento no radican en el hecho,
sino en su interpretación, es decir en los presupuestos añadidos en vista
de los cuales es interpretado el hecho mismo. Según Carreira estos presu-
puestos, de naturaleza filosófica, se reducen fundamentalmente a dos: a) si
el dinamismo evolutivo se ha debido a la casualidad (a la que seguiría la
sobrevivencia de los más idóneos y la adaptación al ambiente) o, en cam-
bio, procede del impulso impreso por el Creador a partir de un plan teleo-
lógico (es decir, de un diseño inteligente) en el cual nada ocurre por ca-
26
Cfr., J. Barrow - F. Tipler, The Anthropic Cosmological Principle, Clarendom Press, Ox-
ford, 1986, p. 565, cit. por Carreira, p. 321: la probabilidad de configurar, en virtud del
azar, un único gen, está comprendida entre 1 sobre 10 109 y 1 sobre 10217. Se piensa que el
número de las partículas atómicas del universo son del orden 1090, cerca un trillón de tri-
llones de veces más pequeño. En lo que se refiere a la totalidad del genoma humano, la
probabilidad es, incluso, de un orden imposible de imaginar: de 1 sobre 1012 millones.
27
M. CARREIRA, Sfcp, p. 324.
346 Leopoldo Prieto López
a) Casualidad o finalidad
Nuestro autor nos ha dicho ya que ni la casualidad, ni la finalidad son
conceptos de naturaleza científica, dado que no son entidades cuantifica-
bles. Más en concreto añade que la casualidad es, dada la limitación y exi-
gua capacidad de la razón humana, “solamente un término elegante para
responder a una pregunta para la cual no se tiene respuesta”28. En la reali-
dad física no existe la casualidad. Toda actividad de la materia es una con-
secuencia necesaria de las propiedades y de las fuerzas presentes en un de-
terminado momento. En la naturaleza no hay espacio para la espontanei-
dad ni para la creatividad. Si estas disposiciones fueran posibles, la ciencia
se convertiría ipso facto en una tarea imposible, puesto que vendría a ne-
garse la objetividad y la reiterabilidad, dos notas fundamentales del pro-
cedimiento científico. Si la causalidad no es otra cosa, por tanto, que la li-
mitación del conocimiento humano (“el nombre de la ignorancia
humana”, lo llamó Poincaré), en la mente del Creador no puede darse
nada semejante a la casualidad. Ante Dios no puede existir el más mínimo
aspecto imprevisto de un acontecimiento cualquiera. En cualquier caso, es
claro que la disputa sobre la casualidad o el proyecto inteligente está mal
planteada tan pronto como es llevada al nivel científico (es decir, biológico),
puesto que se trata de algo que pertenece a la filosofía.
b) El origen de la inteligencia
La otra cuestión de naturaleza filosófica presente en la interpretación
del evolucionismo es el origen de la inteligencia humana. Ahora bien, dicha
cuestión requiere ante todo precisar bien los conceptos de materia y de in-
teligencia. La materia en física se define en términos de actividad. Los tipos
de actividad de la materia son cuatro y se identifican con las fuerzas funda-
mentales (gravitacional, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil)
que actúan en el mundo físico. Pero en el caso del hombre es claro que se
dan actividades que no proceden de las interacciones de las fuerzas de la
materia. Pensamiento, conciencia, voluntad, libertad de elección, etc., son
fenómenos inexplicables a la sola luz de la materia. En relación con el
mundo meramente animal, la inteligencia humana se manifiesta – sugiere
Carreira – cuando encontramos una criatura que se preocupa por cosas
28
M. CARREIRA, Sfcp, p. 325.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 347
que tienen ningún valor para su supervivencia. Una cueva protege del frío
tanto si está o no decorada. Un hacha corta lo mismo independientemente
de si su empuñadura es más o menos bella. Y sin embargo, el hombre pri-
mitivo pinta las cuevas (sobre todo con un valor mágico-religioso) y adorna
las armas de caza, actividades de las cuales no recaba ningún beneficio
para su supervivencia. En realidad, el hombre necesita buscar la verdad y la
bondad, incluso cuando esta actividad no conlleve ventaja alguna para su
vida física.
Por otra parte, la confusión del lenguaje desempeña un papel no des-
preciable en la investigación sobre la inteligencia humana y su origen. Se
habla a menudo, de modo muy impropio (es decir, sin haber definido, pre-
viamente, qué se entiende por inteligencia) de la inteligencia animal e, in-
cluso de la inteligencia artificial, cuando ésta es atribuida a un ordenador.
Pero, como bien dice Carreira, “la inteligencia no es un modo de actuar, ni
por instinto, ni por un reflejo condicionado ni por un comando electrónico:
es un modo de conocer por medio de conceptos abstractos que la mente
no puede alcanzar en virtud de la percepción de los sentidos […] De los
teoremas de Euclides en geometría, a la complejidad de la teoría de los Su-
perstrings [supercuerdas], la verdadera inteligencia está bien alejada del
reino de las cuatro interacciones de nuestros experimentos” 29. En virtud de
la inteligencia, el hombre está en condiciones de captar aspectos de la reali-
dad que no proceden de la experiencia sensible. Se puede agregar, además,
que en filosofía conocer quiere decir poder prescindir de la materia. En
otras palabras, un sujeto es tanto más cognoscente cuanto más desligado
está de la materia y es capaz de ir más allá de sus exigencias. En esto con-
siste la abstracción, que es la esencia del conocimiento racional.
Está claro, por lo tanto, que en el hombre se da un nivel de doble activi-
dad, que presupone dos fuentes diversas (materia y espíritu), aunque uni-
das estrechamente en la unidad personal del hombre. Es absurdo negar
aquello que es material en el hombre, pero no lo es menos negar el espíri-
tu. Todo lo que de más noble hay en nuestra naturaleza y en nuestros actos
pertenece al mundo del espíritu. A pesar de ello, los intentos de reducir la
inteligencia a la materia son constantes a lo largo de la historia del pensa-
miento. Hoy se dice (aunque sin la menor prueba) que “cuando la materia
en el cerebro está suficientemente estructurada, nace la inteligencia o sur-
ge espontáneamente como un nivel ulterior de actividad, sin que se haga
29
M. CARREIRA, Sfcp, pp. 328-329.
348 Leopoldo Prieto López
1. Algunos principios
Guiados por las reflexiones de Carreira, hemos visto que la ciencia y la
religión son formas de conocimiento diferentes, aunque complementa-
rias. A la vista de todo lo anterior podemos concluir proponiendo la rela-
ción de algunos principios que rigen la relación existente entre ciencia y re-
ligión.
1) Principio de diferencia: ciencia y religión son formas diferentes de
conocimiento, tanto en lo que se refiere a sus respectivos objetos (la mate-
ria y sus fuerzas y Dios en sí mismo o en el plano de nuestra salvación), a
sus métodos (método experimental y fe como aproximación sobrenatural
al misterio del Dios vivo) y a sus fines (dominio y control de la naturaleza y
consecución de la salvación eterna).
2) Principio de limitación (o bien parcialidad): estas evidentes dife-
rencias sirven para indicar que ciencia y religión son modos limitados y,
30
M. CARREIRA, Sfcp, pp. 329-330.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 349
Filius, en las que, como se podrá ver, encuentran apoyo los principios ante-
riormente expuestos. Las dos primeras citas pertenecen al capítulo II (So-
bre la Revelación) y las tres siguientes al capítulo IV (Sobre la fe y la ra-
zón).
1) Sobre la distinción entre el conocimiento natural (a través de la crea-
ción) y sobrenatural (a través de la revelación) sobre Dios: “La mismísima
Santa Madre Iglesia profesa y enseña que Dios, principio y fin de todas las
cosas, puede ser conocido con certeza con la luz natural de la razón huma-
na a través de las cosas creadas. Las cosas invisibles de Él son conocidas
por la inteligencia de la criatura humana a través de las cosas que fueron
creadas (Rm 1,20). Sin embargo, plugo a su bondad y a su sabiduría reve-
larse a Sí mismo y los decretos de su voluntad al género humano por me-
dio de otro camino, sobrenatural éste, según la afirmación del apóstol:
«Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Pa-
dres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado
por medio del Hijo» (Heb 1,1-2)”.
2) Sobre la Revelación sobrenatural: “Se debe a esta divina revelación
que todo aquello que de las cosas divinas es de por sí absolutamente inac-
cesible a la razón humana, incluso en la presente condición del género hu-
mano, pueda ser fácilmente conocido por todos con certeza y sin ningún
peligro de error. Sin embargo, no debe decirse que sólo por este motivo es
absolutamente necesaria la revelación, sino porque en su infinita bondad,
Dios destinó al hombre a un fin sobrenatural, es decir, a la participación de
los bienes divinos, que superan totalmente la inteligencia de la mente hu-
mana. En efecto, Dios ha preparado para aquellos que lo aman lo que nin-
gún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado jamás, ningún corazón huma-
no ha conocido (cf. 1 Cor 2, 9). Esta revelación sobrenatural, según la fe de
la Iglesia universal, también proclamada por el santo Concilio Tridentino,
está contenida en los libros escritos y en las tradiciones no escritas recibi-
das por los Apóstoles de la propia boca de Cristo”.
3) Un doble orden de conocimientos en cuanto a su principio y a su
objeto: “El ininterrumpido pensamiento de la Iglesia católica sostuvo y sos-
tiene que existe un doble orden de conocimientos, diferenciados no sólo en
lo que se refiere al principio, sino también respecto de su objeto. En cuanto
al principio, porque en uno conocemos con la razón natural y en el otro
con la fe divina; en cuanto al objeto porque, más allá de las cosas que la ra-
zón natural pudiera alcanzar, se nos propone creer misterios escondidos en
Dios: misterios que no pueden ser conocidos sin la revelación divina”.
Ciencia y religión: diferencia, complementariedad y armonía 351