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La desamortización supone la incautación estatal de bienes raíces de propiedad

eclesiástica o civil, que, tras la correspondiente nacionalización y posterior venta en


subasta, pasan a manos particulares, principalmente burguesas.
La desamortización, primero de los bienes eclesiásticos y luego de los municipales, fue la
medida práctica de mayor trascendencia tomada por los gobiernos liberales, y se desarrolló
durante todo el siglo XIX. El producto de lo obtenido lo aplicaría el Estado en amortizar la
deuda pública, originada en gran parte para afrontar la guerra carlista.
Ya había empezado a ser aplicada en el siglo XVIII. Este dilatado proceso de ventas no fue
continuo, sino resultado de varias desamortizaciones: la de Godoy, ministro de
Carlos IV
(1798); la de las Cortes de Cádiz (1811-1813); la del Trienio liberal (1820-1823). El proceso
desamortizador avanza significativamente durante el reinado de Isabel II y es llevada durante
gobiernos del Partido Progresista. Son las leyes impulsadas por Mendizábal en 1836 y Pascual
Madoz en 1855.
A.- Desamortización de Mendizábal.
Por la ley de Mendizábal (conocida como la desamortización eclesiástica), en
1836 se
declaraban en venta todos los bienes pertenecientes al clero regular, los bienes de
las
comunidades religiosas extinguidas y además se aceleró el proceso de exclaustración (clero
regular).
Cuando Mendizábal llega a la presidencia del Gobierno, lo que le preocupaba era garantizar la
continuidad en el trono de Isabel II y del nuevo Estado liberal. Para ello era
condición
necesaria ganar la guerra carlista, que en ese momento resultaba incierta; pero este objetivo
no podría realizarse sin dinero o sin crédito. A su vez, para poder fortalecer la credibilidad del
Estado ante futuras peticiones de crédito a instituciones extranjeras, era preciso eliminar, o por
lo menos disminuir, la deuda pública hasta entonces contraída o, dicho de otro modo, pagar a
los acreedores. Ante la mala situación de Hacienda, Mendizábal juzgó que había que recurrir a
nuevas "fuentes" de financiación, y estas no eran otras que los bienes eclesiásticos

El decreto desamortizador, publicado en 1836, en medio de la guerra civil con los carlistas,
puso en venta todos los bienes del clero regular -frailes y monjas-. Estos quedaron en manos
del Estado.
El procedimiento para llevar a cabo la venta fue el siguiente: las fincas fueron tasadas por
peritos de Hacienda y subastadas después, Dado el distinto tamaño de los lotes, eran en teoría
asequibles para grupos sociales de bajos ingresos, pero en la práctica los propietarios y los
inversores burgueses acapararon las compras, puesto que eran los únicos que tenían liquidez,
sabían pujar y podían controlar fácilmente las subastas.
Como la división de los lotes se encomendó a comisiones municipales, éstas se aprovecharon
de su poder para hacer manipulaciones y configurar grandes lotes inasequibles a los pequeños
propietarios pero accesibles a las oligarquías muy adineradas que podían comprar tanto
grandes lotes como pequeños. Los pequeños labradores no pudieron entrar en las pujas y las
tierras fueron compradas por nobles y burgueses urbanos adinerados, de forma que no pudo
crearse una verdadera burguesía o clase media en España

Fue finalmente con la vuelta de los moderados, en 1844, cuando se suspendieron las subastas,
aunque el gobierno del general Narváez garantizó las ventas ya realizadas. Se había amortizado
el 62% de las propiedades de la iglesia.
Las consecuencias de la desamortización fueron muy variadas:
1.− Desmantelamiento casi completo de las propiedades de la Iglesia y de sus fuentes de
riqueza, toda vez que el diezmo fue igualmente suprimido en 1837.
2.− La desamortización disminuyó el problema de la deuda pública, al ofrecer a
los
compradores de bienes la posibilidad de que los pagaran con títulos emitidos por el Estado 3.−
La desamortización no produjo un aumento espectacular de la producción agraria, contra l
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HISTORIA DE ESPAÑA
que pretendían sus promotores. Los nuevos propietarios, en general, no
emprendieron
mejoras, sino que se limitaron a seguir cobrando las rentas y las incrementaron, al sustituir el
pago de los derechos señoriales y diezmos por nuevos contratos de arrendamiento. Muchos de
los nuevos propietarios vivían en las ciudades, completamente ajenos a las
actividades
agrícolas.
4.− La desamortización provocó un reforzamiento de la estructura de la propiedad de la tierra:
acentuó el latifundismo en Andalucía y Extremadura y el minifundismo en el Norte.
B.- Desamortización de Madoz.
La segunda gran desamortización iniciada con la Ley Madoz (conocida como desamortización
civil) de 1855, que formó parte del programa del gobierno progresista del bienio.
Fue
ejecutada con mayor control que la de Mendizábal Establecía la venta en subasta pública de
toda clase de propiedades rústicas y urbanas pertenecientes al Estado, a la Iglesia, los propios y
baldíos de los Municipios, Órdenes Militares y, en general, todos los bienes que permanecieran
amortizados.
Se trataba, por tanto, de completar y terminar el proceso de desamortización iniciado por
Mendizábal en 1836. La Ley de Madoz se desarrolló a gran velocidad. Tras haber sido motivo
de enfrentamiento entre conservadores y liberales, llegó un momento en que todos
los
partidos políticos reconocieron la necesidad rescatar aquellos inactivos bienes, a
fin de
incorporarlos al mayor desarrollo económico del país.
Las consecuencias de esta segunda desamortización fueron la eliminación de la propiedad
comunal y de lo que quedaba de la eclesiástica, lo que provocó en primer
lugar, un
agravamiento considerable de la situación económica del campesinado, y en segundo lugar,
una ruptura de las relaciones con la Iglesia, ante la violación del concordato.
El dinero obtenido por las ventas se dedicó fundamentalmente a cubrir el déficit
del
presupuesto del Estado, amortización de deuda pública y obras públicas, reservándose una
cantidad para la reparación de las iglesias desamortizadas.
III.- CONCLUSIÓN
El proceso desamortizador contribuyó claramente al cambio hacia una sociedad burguesa.
Significó el traspaso de una enorme masa de tierras a los nuevos propietarios y la fusión de la
antigua aristocracia feudal con la burguesía urbana para crear la nueva elite terrateniente

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