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En el siglo XVIII, punto de partida para este proceso, un enorme porcentaje de las tierras de
España eran o improductivas (no cultivables) o de bajo rendimiento (pastos, cotos de caza, tierras
abandonadas...). Se hacía evidente la necesidad de un cambio en la propiedad de las tierras de las
“manos muertas”, es decir tierras de señoríos, Iglesia, Ayuntamientos y el propio Estado, que no podían
venderlas por estar vinculados a ellas. Estas tierras muchas veces ni eran cultivadas ni pagaban
impuestos de ningún tipo, por lo que no generaban riqueza alguna. La solución era evidente: era
necesario que el Estado se apropiara de estas tierras y las pusiera a la venta libre a través de la subasta
al mejor postor. Su finalidad era acrecentar la riqueza nacional y en algunos momentos se pensó en crear
una clase media de labradores propietarios. Además, la hacienda pública obtendría unos ingresos
extraordinarios con los que se pretendían solucionar el problema de la deuda pública. Así las
desamortizaciones se plantearán durante el S. XVIII, desde una óptica ilustrada y durante el S.XIX se
convertirán en la principal arma política con que los liberales intentarían cambiar el régimen de la
propiedad del Antiguo Régimen al sistema agrícola capitalista.
Consecuencias sociales:
Consecuencias económicas
Consecuencias culturales
Se produjo una pérdida considerable de bienes culturales. Muchas obras artísticas de monasterios
(cuadros, libros…) fueron vendidas a precios bajos y acabaron en otros países. También quedaron
abandonados numerosos edificios de interés artístico con la consiguiente ruina de los mismos.
La desamortización de las fincas urbanas cambió el modelo de ciudad. También la burguesía fue
la más beneficiada. Esta desamortización abrió el camino a un tipo de ciudad diferente, con
mejoras urbanísticas: grandes edificios públicos, ensanches, nuevas calles (ej. la Gran Vía de
Madrid)