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CIENCIA

Pedagogía de la pregunta
Instrumento La escuela suele maleducarnos en el empleo de un método que puede ser muy útil
ENRIQUE MARGERY BERTOGLIA | enrique.margery@gmail.com

La escuela tradicional funciona mediante tres reglas. La primera dicta que lo que se premia es
conocer la respuesta correcta: saber (por
ejemplo) que París es la capital de Francia o
que el cuadrado de cuatro es dieciséis, nos
permite obtener una buena nota en el
examen; ignorar o pifiar el dato es sinónimo
de una mala nota. La segunda regla apunta
que solo hay una respuesta correcta y esta
es siempre la misma. Siguiendo con el
ejemplo, París siempre será la capital de
Francia y el cuadrado de cuatro siempre
será dieciséis.
Finalmente, la tercera regla nos enseña
que las preguntas pueden meternos en problemas. Hacer muchas preguntas despierta la
sospecha de que solo tratamos de desviar la atención del dato que no aprendimos; peor aún,
hacer una pregunta cuya respuesta nuestro profesor desconozca (cuestionando así su posición
de “dueño del saber”) no es algo que mejore la relación docente-alumno.
La escuela tradicional opera mediante la pedagogía de la respuesta (lo que se enseña y lo que
se aprende son respuestas). Nacida en tiempos de la Revolución Industrial, esta escuela seguía
un modelo de transmisión de contenidos, memorización y repetición. Era ideal para el
entrenamiento de cuadros laborales obedientes y disciplinados. Ahora bien, ese
condicionamiento escolar nos hace adictos a las respuestas para toda la vida: “No me traiga
problemas, tráigame soluciones”, reclamamos a nuestros subalternos. En la clase para adultos,
no queremos participar y esperamos una exposición magistral: no estamos ahí para aprender,
sino que exigimos ser enseñados.
La educación para la incertidumbre. El brasileño Paulo Freire reclamaba que “la escuela
enseña respuestas a preguntas que los estudiantes no han hecho”, y Albert Einstein despreciaba
las computadoras de su época pues “no sabían hacer preguntas” a pesar de ser muy buenas
realizando cálculos.
En la vida cotidiana, toda persona afronta dilemas para los que no encuentra solución. El
mundo real está teñido de incertidumbre; de amasijos de causas, efectos y azares; de eventos
difíciles de interpretar; de relativa incapacidad para predecir el rumbo de las cosas. Sin
embargo, ningún profesor pone, en un examen, una pregunta cuya respuesta ignore. Así, la
escuela tradicional nos enseña certezas y renuncia a educarnos para la incertidumbre (tal vez
espera que la televisión, los amigos y los dramas familiares nos enseñen esta materia).
Empero, si la misión de la Educación es prepararnos para el mundo y facultarnos para la
autonomía (el ejercicio de la vida), necesitamos una educación para la incertidumbre que
cumpla lo siguiente:
1) Promueva la indagación. Según John Dewey, las preguntas son “las manos con las que
exploramos el mundo”. Así, en la escuela deberíamos conocer las características de una buena
pregunta, para aprender a preguntar mejor.
2) Valore el error y la cooperación. En la escuela tradicional el error es algo malo y las
pruebas son individuales. En la escuela de la pedagogía de la pregunta se valora el aprendizaje
colectivo (a decir de Konrad Lorenz: “Frente al peligro, la cooperación es buena”) y se sabe
que los errores son centrales en el aprendizaje (cuando son reprimidos, no jugamos a aprender,
sino a no equivocarnos).
3) Potencie la capacidad de localizar y utilizar información. Es decir, las herramientas para
realizar proyectos, plantear y resolver problemas, generar conexiones entre diferentes saberes y
utilizar creativamente lo que ya conocemos para dar con lo nuevo.
Para el filósofo Hans-Georg Gadamer, las preguntas convierten la curiosidad en estructura del
pensamiento, y preguntar es el arte de pensar. Por tanto, la escuela debería provocar la
curiosidad por conocer y estimular el asombro, en oposición a la transmisión mecánica de
paquetes de contenidos.
Ello no significa que aborrezcamos las respuestas, sino que debemos tener claro que actuamos
con base en “la mejor respuesta posible en el aquí y el ahora”, sin pensar que esta sea la única
correcta y eterna. Por ello, debemos volver a las preguntas, para ir encontrando nuevas y
mejores respuestas.
La escuela emergente. El problema con la pedagogía de la respuesta es doble: no solo nos
prepara para un mundo que ya no existe, sino que, peor aún, no nos enseña a pensar. Al darles
las respuestas que ellos deberían descubrir por sí mismos, los profesores no preparan a los
estudiantes para el empleo de sus propios recursos.
Además, transmiten la idea de que la persona educada es un “sabelotodo”, en lugar de ser la
persona curiosa, reflexiva y flexible. Luego, los estudiantes parten con la idea de que el
conocimiento es algo “fuera de uno mismo” que debe ser memorizado, en lugar de ser
descubierto y creado.
Paulo Freire subrayaba la relación entre el asombro y la curiosidad, el riesgo y la existencia. Si
abordamos la educación para la incertidumbre desde la pedagogía de la respuesta estamos en
problemas, pues ¿cómo preparar de antemano la enseñanza de aquello que aún no es? y ¿cómo
enseñar las respuestas a preguntas que aún no conocemos? La clave consiste en enseñar no solo
datos, sino también a hacer preguntas: por ello, la pedagogía de la pregunta se establecerá como
paradigma de la educación.
Si la educación tradicional nos ha preparado para “dar la respuesta” (como ocurre en los
exámenes), la educación del siglo XXI deberá prepararnos para “dar respuesta”, es decir, para
saber interrogar en forma permanente y activa a la realidad, con tolerancia a lo desconocido y
lo ambiguo, sin desesperarnos por no tener rápido la solución.
Dado que la pedagogía de la pregunta abre posibilidades donde la de la respuesta cierra y fija,
las y los educadores deberán trabajar tanto con lo planificado, como con lo no anticipable: los
temas emergentes, las conexiones entre saberes y todo aquello que surge de la curiosidad y la
auto organización del grupo (algo que los entendidos llaman “didáctica de emergentes”).
“Prefiero una escuela que me enseñe a preguntar”, señala el poeta chileno Nicanor Parra,
pensando no en un estudiante con la cabeza “bien llena de datos”, sino en uno con “la cabeza
bien organizada”, con herramientas para la indagación, capaz de alimentar una inteligencia auto
organizada y dirigir el comportamiento para salir bien librado de las situaciones.
La pedagogía de la pregunta nos recuerda al filósofo Karl Popper y su idea de que una
respuesta es una apuesta a la verdad, que será cierta hasta que alguien la derrumbe con una
mejor propuesta.
Así, las respuestas son provisionales y perfectibles: nunca finales, sino la antesala de lo que aún
está por ser descubierto o inventado. Por eso, hay que seguir haciendo preguntas.
EL AUTOR ES CONSULTOR Y MIEMBRO DE LA RED INTERNACIONAL DE
ECOLOGÍA DE LOS SABERES (RIES).

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