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particulares de penitentes
Los ordenados in sacris o de los religiosos, para que sean admitidos a los
sacramentos no es suficiente la observancia de la abstinencia sexual, es necesario además
que ellos se dirijan a la competente autoridad eclesiástica, para someter su caso y pedir la
dispensa de las obligaciones o de los votos (en esto se puede señalar que la Penitenciaría
Apostólica puede conceder la dispensa en los casos ocultos de estos vínculos canónicos,
excluido el celibato).
En estas categorías de casos, caen también las personas que en buena fe ignoran
su situación objetiva: por ejemplo, convivientes afectados por un impedimento dirimente
no dispensable. Si la revelación de la anomalía de su situación podría causar escándalo, el
principio que se debe aplicar es el que los penitentes sean dejados en buena fe.
1 Cf. CEI, Direttorio di pastorale familiare per la Chiesa in Italia, 25 luglio 1993, n. 212.. E
b) Personas consagradas
a) Fenómenos diabólicos
b) Fenómenos místicos
c) Los escrupulosos
Una actitud semejante hay que tener con los hermanos sacerdotes que en forma
obsesiva dudan de haber celebrado válida y lícitamente los sacramentos.
Hay que verificar siempre si se trata de sujetos que caen en la culpa por impulsos
verdaderamente incoercibles, (realmente enfermos de mente, incapaces por lo tanto de
actos morales), o más bien de sujetos que caen porque no manifiestan ni el más mínimo
de buena voluntad para superar la propia debilidad.
Con ellos hay que usar siempre la caridad y jamás palabras duras. Pero el
penitente debe arrepentirse sinceramente de sus pecados y tener el firme propósito de
no caer en ese pecado y de utilizar los medios necesarios para esta finalidad. El confesor,
antes de la absolución, puede y debe asegurarse de la existencia de tal arrepentimiento y
propósito. Después de algunas veces, si el penitente no ha mostrado ningún indicio de
buena voluntad para corregirse, si él no expresa su dolor y el serio propósito de no pecar
más, debe ser dejado sin la absolución. Comportándose de este modo el confesor no
realiza un gesto punitivo, sino cumple su deber, porque aquellas personas, que no tienen
un dolor sobrenatural y ni siquiera un mínimo propósito serio, se encuentran fuera de las
condiciones estrictamente necesarias para la validez y la eficacia del sacramento. Impartir
la absolución en tales condiciones significaría simular voluntariamente un sacramento y
por lo tanto, realizar un acto sacrílego y engañar al penitente confirmándolo en el mal.
Hacia los que son reincidentes por debilidad y que muestran al menos un
mínimo de buena voluntad, es necesario usar la caridad y la bondad y aconsejarles los
medios más oportunos para que sean conscientes de su debilidad. No se puede y no se
debe negarles la absolución, porque no tienen ninguna disposición que impida la validez
y la eficacia del sacramento (c. 980 CIC: “No debe negarse ni retrasarse la absolución si el
confesor no duda de la buena disposición del penitente y éste pide ser absuelto). Negar la
absolución a quien está arrepentido y bien dispuesto, aunque sea en una mínima medida,
sería arbitrario y comportaría para el penitente el peligro siempre más grave de nuevas
caídas: ya sea por la privación de la gracia santificante o quizás por el desaliento.
No quisiera, finalmente, dejar de indicar que una de las innovaciones más felices
del actual Código de Derecho Canónico, sería el pasaje de una concepción del sacramento
de la Confesión como proceso prevalentemente judicial a una concepción más claramente
eclesial. El primer canon dedicado al sacramento de la Penitencia contiene una definición
de éste, que me permito leer: “En el sacramento de la Penitencia, los fieles que confiesan
sus pecados a un ministro legítimo, arrepentidos de ellos y con propósito de enmienda,
obtienen de Dios el perdón de los pecados cometidos después del Bautismo, mediante la
absolución dada por el mismo ministro, y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia,
a la que hirieron al pecar”. En este canon se destaca el aspecto social del pecado y de la
reconciliación con la Iglesia.
Si la pérdida del sentido de Dios comporta la pérdida del sentido del pecado, es
necesario, según las indicaciones magisteriales, buscar nuevas formas de evangelización,
de manera de poder “despertar” las conciencias de los hombres, para que descubran
el mensaje cristiano de reconciliación y encuentren en el sacramento de la Penitencia,
junto a la gracia del perdón, la semilla de esperanza de que es posible ser testigos de
reconciliación en un mundo plagado de conflictos, donde las personas no gozan de la
paz en sí mismas, ni con otras. Estoy convencido de que si los católicos apreciáramos más
el sacramento de la Penitencia, ello repercutiría en una vida terrena con la armonía que
Dios quiere para sus hijos. Ustedes, queridos hermanos en el sacerdocio, pueden con el
apostolado de la Confesión, convertirse en verdaderos instrumentos de paz.