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Carta del prelado (1


noviembre 2019) |
Amistad
Carta pastoral de Mons. Fernando
Ocáriz sobre la amistad. “Sin
descuidar las tareas que tengamos
entre manos, hemos de aprender a
cuidar siempre a nuestros amigos”.

10/11/2019

Escuche la carta pastoral de Mons.


Fernando Ocáriz sobre la amistad

—Introducción

—Amistad de Jesucristo

—Valor humano y cristiano de la


amistad

—Manifestaciones de la amistad

—Sinceridad y amistad

—Amistad y fraternidad

—Apostolado de amistad y
confidencia

—Epílogo

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a


mis hijas y a mis hijos!

1. En la primera carta larga que os


escribí, recogiendo las conclusiones
del Congreso General, decía que “las
circunstancias actuales de la
evangelización hacen aún más
necesario, si cabe, dar prioridad al
trato personal, a este aspecto
relacional que está en el centro del
modo de hacer apostolado que san
Josemaría encontró en los relatos
evangélicos” [1].
En muchos encuentros que he tenido
con personas de distintos países, han
surgido espontáneas consideraciones
y preguntas sobre la amistad. San
Josemaría nos recordaba
continuamente la importancia
humana y cristiana de esta realidad.
Son, además, muchos los testimonios
de cómo personalmente cultivó muy
numerosas amistades, que conservó
durante toda su vida. Como sabemos
bien, nos insistía en que el principal
apostolado en la Obra es el de
amistad y confidencia. En esta carta,
querría recordar algunos aspectos de
la enseñanza de nuestro Padre sobre
este tema.

Amistad de Jesucristo

2. Jesucristo, hombre perfecto, vivió


plenamente el valor humano de la
amistad. En el Evangelio vemos
cómo, desde muy joven, tenía un
trato amistoso con las personas que
lo rodeaban: ya a los doce años,
volviendo de Jerusalén, María y José
dieron por supuesto que Jesús
caminaba junto a algún grupo de
amigos o familiares (cfr. Lc 2,44).
Después, durante su vida pública, son
numerosos los momentos en los que
contemplamos a Nuestro Señor en
casas de amigos y conocidos, ya sea
de visita o compartiendo la mesa: en
casa de Pedro (cfr. Lc 4,38), en casa de
Leví (cfr. Lc 5,29), de Simón (cfr. Lc
7,36), de Jairo (cfr. Lc 8,41), de Zaqueo
(cfr. Lc 19,5), etc. También lo vemos
asistir a una boda en Caná (cfr. Jn 2,1)
y a los lugares de culto junto a los
demás (cfr. Jn 8,2). En otras ocasiones,
dedica tiempo exclusivamente a sus
discípulos (cfr. Mc 3,7).

Cualquier circunstancia sirve a Jesús


para entablar una relación de
amistad: tantas veces lo vemos
detenerse con cada uno. Pocos
minutos de conversación bastaron
para que la mujer samaritana se
sintiera conocida y comprendida. Y
precisamente por eso preguntó: ¿No
será este el Cristo? (Jn 4,29). Los
discípulos de Emaús, después de
caminar y sentarse a la mesa con
Jesús, reconocieron la presencia de
aquel Amigo que hacía arder sus
corazones con su palabra (cfr. Lc
24,32).

Con frecuencia, el Señor dedica más


tiempo a sus amigos. Es el caso de los
hermanos de Betania. Allí, en largas
jornadas de intimidad, “Jesús sabe de
delicadezas, de decir la palabra que
anima, de corresponder a la amistad
con la amistad: ¡qué conversaciones
las de la casa de Betania, con Lázaro,
con Marta, con María!”[2] En aquel
hogar aprendemos también que la
amistad de Cristo genera una
profunda confianza (cfr. Jn 11,21) y
está llena de empatía; en particular,
de capacidad de acompañar en el
sufrimiento (cfr. Jn 11,35).

Pero cuando el Señor muestra con


mayor hondura el deseo de
ofrecernos su amistad es durante la
última Cena. En la intimidad del
Cenáculo, Jesús dice a los apóstoles: A
vosotros os he llamado amigos (Jn
15,15). Y en ellos nos lo ha dicho a
todos. Dios nos quiere no solo como
criaturas, sino como hijos a los que,
en Cristo, ofrece verdadera amistad.
Y a esta amistad correspondemos
uniendo nuestra voluntad a la suya;
haciendo lo que el Señor quiere (cfr.
Jn 15,14).

“Idem velle, idem nolle, querer lo


mismo y rechazar lo mismo, es lo que
los antiguos han reconocido como el
auténtico contenido del amor:
hacerse uno semejante al otro, que
lleva a un pensar y desear común. La
historia de amor entre Dios y el
hombre consiste precisamente en
que esta comunión de voluntad crece
en la comunión del pensamiento y
del sentimiento, de modo que nuestro
querer y la voluntad de Dios
coinciden cada vez más: la voluntad
de Dios ya no es algo extraño que los
mandamientos imponen desde fuera,
sino que es nuestra propia voluntad,
habiendo experimentado que Dios
está más dentro de lo más íntimo de
cada uno. Crece entonces el
abandono en Dios y Dios es nuestra
alegría (cf. Sal 73,23-28)” [3].

3. Sabernos en verdadera amistad


con Jesucristo nos llena de seguridad,
porque Él es fiel. “La amistad con
Jesús es inquebrantable. Él nunca se
va, aunque a veces parece que hace
silencio. Cuando lo necesitamos se
deja encontrar por nosotros (cfr. Jr
29,14) y está a nuestro lado por donde
vayamos (cfr. Jos 1,9). Porque Él
jamás rompe una alianza. A nosotros
nos pide que no lo abandonemos:
Permanezcan unidos a mí (Jn 15,4).
Pero si nos alejamos, Él permanece
fiel, porque no puede negarse a sí
mismo (2 Tm 2,13)” [4].

Corresponder a esta amistad de Jesús


es amarle, con un amor que es el
alma de la vida cristiana, y que
tiende a manifestarse en todo lo que
hacemos. “Necesitamos una rica vida
interior, signo cierto de amistad con
Dios y condición imprescindible para
cualquier labor de almas”[5]. Todo
apostolado, todo trabajo por las
almas surge de esta amistad con Dios,
que es la fuente del verdadero amor
cristiano a los demás. “Viviendo en
amistad con Dios –la primera que
hemos de cultivar y acrecentar–,
sabréis lograr muchos y verdaderos
amigos (cfr. Eclo 6,17). La labor que
ha hecho y hace continuamente el
Señor con nosotros, para
mantenernos en esa amistad suya, es
la misma labor que quiere hacer con
otras muchas almas, sirviéndose de
nosotros como instrumento” [6].

Valor humano y cristiano de la


amistad

4. La amistad es una realidad


humana de gran riqueza: una forma
de amor recíproco entre dos
personas, que se edifica sobre el
mutuo conocimiento y la
comunicación [7]. Es un tipo de amor
que se da “en dos direcciones y que
desea todo bien para la otra persona,
amor que produce unión y felicidad”
. Por eso la Sagrada Escritura afirma
[8]

que un amigo fiel no tiene precio, es de


incalculable valor (Eclo 6,15).

La caridad eleva sobrenaturalmente


la capacidad humana de amar y, por
tanto, también la amistad: “La
amistad es uno de los sentimientos
humanos más nobles y elevados que
la gracia divina purifica y
transfigura” . Este sentimiento
[9]

puede nacer en ocasiones de modo


espontáneo pero, en todo caso,
necesita crecer mediante el trato y la
consiguiente dedicación de tiempo.
“La amistad no es una relación fugaz
o pasajera, sino estable, firme, fiel,
que madura con el paso del tiempo.
Es una relación de afecto que nos
hace sentir unidos, y al mismo tiempo
es un amor generoso, que nos lleva a
buscar el bien del amigo” [10].

5. Dios muchas veces se sirve de una


amistad auténtica para llevar a cabo
su obra salvadora. El Antiguo
Testamento recoge la amistad entre
David, todavía joven, y Jonatán,
príncipe heredero de Israel. Este no
dudó en compartir con su amigo todo
lo que tenía (cfr. 1 Sam 18,4) y, en
momentos difíciles, recordó a su
padre, Saúl, todas las cosas buenas
del joven David (cfr. 1 Sam 19,4).
Jonatán también llegó a arriesgar su
herencia al trono por defender a su
amigo, pues le tenía tanto afecto
como a sí mismo (1 Sam 20,17). Esa
sincera amistad impulsaba a los dos a
mantener su fidelidad a Dios (cfr. 1
Sam 20,8.42).

Particularmente elocuente es el
ejemplo de los primeros cristianos.
Nuestro Padre hacía notar cómo “se
amaban entre sí, dulce y fuertemente,
desde el Corazón de Cristo” [11]. El
amor mutuo es, desde el comienzo de
la Iglesia, el signo distintivo de los
discípulos de Jesucristo (cfr. Jn 13,35).

Otro ejemplo de los primeros siglos


del cristianismo lo encontramos en
san Basilio y san Gregorio
Nacianceno. La amistad que trabaron
en su juventud los mantuvo unidos a
lo largo de toda su vida, y aún hoy
comparten la fiesta en el calendario
litúrgico general. San Gregorio
cuenta que “una sola tarea y afán
había para ambos, y era la virtud, así
como vivir para las esperanzas
futuras” . Su amistad no solo no los
[12]

distraía de Dios, sino que los llevaba


más a Él: “Tratábamos de dirigir
nuestra vida y todas nuestras
acciones, dóciles a la dirección del
mandato divino, acuciándonos
mutuamente en el empeño por la
virtud” [13].

6. “En un cristiano, en un hijo de


Dios, amistad y caridad forman una
sola cosa: luz divina que da calor” [14].
Incluso se puede decir, con palabras
de san Agustín dirigidas al Señor, que
entre cristianos “no hay amistad
verdadera sino entre aquellos a
quienes Tú unes entre sí por medio
de la caridad” [15]. Por otra parte, como
la caridad puede ser más o menos
intensa y, además, el tiempo a
disposición es limitado, la amistad es
también una realidad que puede ser
más o menos profunda. Así, es
habitual hablar de ser muy amigos o
de una gran amistad, aunque eso no
excluye la existencia de verdaderas
amistades no tan grandes o íntimas.

Al inicio del nuevo milenio, san Juan


Pablo II señalaba que todas las
iniciativas apostólicas que surgieran
en el futuro serían “medios sin alma”
si no pusieran su centro en querer
sinceramente a todas las personas, en
“compartir sus alegrías y sus
sufrimientos, para intuir sus deseos y
atender a sus necesidades, para
ofrecerle[s] una verdadera y
profunda amistad” . Nuestras casas,
[16]

destinadas a servir para una gran


catequesis, deben ser lugares en los
que muchas personas encuentren un
amor sincero y aprendan a ser
amigas de verdad.

7. La amistad cristiana no excluye a


nadie, ha de estar intencionalmente
abierta a toda persona, con corazón
grande. Los fariseos criticaron a
Jesucristo, como si ser amigo de
publicanos y pecadores (Mt 11,19)
fuera algo malo. Nosotros,
procurando –dentro de nuestra
poquedad– imitar al Señor, tampoco
“excluimos a nadie, no apartamos a
ningún alma de nuestro amor en
Jesucristo. Por eso habréis de cultivar
una amistad firme, leal, sincera –es
decir, cristiana– con todos vuestros
compañeros de profesión: más aún,
con todos los hombres, cualesquiera
que sean sus circunstancias
personales” .
[17]
Cristo estaba completamente metido
en el tejido social de su lugar y de su
tiempo, dándonos también ejemplo
en eso. Como escribió san Josemaría:
“No limita el Señor su diálogo a un
grupo pequeño, restringido: habla
con todos. Con las santas mujeres,
con muchedumbres enteras; con
representantes de las clases altas de
Israel como Nicodemo, y con
publicanos como Zaqueo; con
personas tenidas por piadosas, y con
pecadores como la samaritana; con
enfermos y con sanos; con los pobres,
a quienes amaba de todo corazón;
con doctores de la ley y con paganos,
cuya fe alaba por encima de la de
Israel; con ancianos y con niños. A
nadie niega Jesús su palabra, y es una
palabra que sana, que consuela, que
ilumina. ¡Cuántas veces he meditado
y he hecho meditar ese modo del
apostolado de Cristo, humano y
divino al mismo tiempo, basado en la
amistad y en la confidencia!”
[18]

Manifestaciones de la amistad

8. La amistad es especialmente
valiosa para ejercitar esa
manifestación necesaria de la caridad
que es la comprensión: “La amistad
verdadera supone también un
esfuerzo cordial por comprender las
convicciones de nuestros amigos,
aunque no lleguemos a compartirlas,
ni a aceptarlas”[19]. De este modo,
nuestros amigos nos ayudan a
comprender maneras de ver la vida
que son diferentes a la nuestra,
enriquecen nuestro mundo interior y,
cuando la amistad es profunda, nos
permiten experimentar las cosas en
un modo distinto al propio. Se trata,
en fin, de un auténtico sentir en los
demás, es decir, participar de lo que
viven, de lo que les pasa.

Querer a los demás supone


reconocerlos y afirmarlos tal como
son, con sus problemas, sus defectos,
su historia personal, su entorno y sus
tiempos para acercarse a Jesús. Por
eso, para construir una verdadera
amistad, es preciso que
desarrollemos la capacidad de mirar
con afecto a las demás personas,
hasta verlas con los ojos de Cristo.
Necesitamos limpiar nuestra mirada
de cualquier prejuicio, aprender a
descubrir lo bueno en cada persona y
renunciar al deseo de hacerlas a
nuestra imagen. Para que un amigo
reciba nuestro cariño no necesita
cumplir con ciertas condiciones.
Como cristianos, vemos cada persona,
ante todo, como criatura amada por
Dios. Cada persona es única, y es
igualmente única cada relación de
amistad.

San Agustín señalaba que, “a pesar de


que a todos se debe la misma caridad,
no a todos se ha de ofrecer la misma
medicina: la misma caridad da a unos
luz y con otros sufre (...), con unos se
muestra tierna y con otros severa, de
nadie es enemiga y de todos es
madre” [20]. Ser amigos significa
aprender a tratar a cada persona
como lo hace el Señor: “Al crear las
almas, Dios no se repite. Cada uno es
como es, y hay que tratar a cada uno
según lo ha hecho Dios y según lo
lleva Dios” . Como se trata de
[21]

descubrir y de querer el bien del otro,


la amistad supone también sufrir con
los amigos y por los amigos. En los
momentos difíciles, es de gran ayuda
renovar la fe en que Dios actúa a su
manera y a su ritmo en el alma de las
personas.

9. La amistad tiene, además, un


inestimable valor social, pues
contribuye a la armonía entre los
miembros de las familias y a la
creación de ambientes sociales más
dignos de la persona humana. “Por
vocación divina –nos escribe nuestro
Padre– vivís en medio del mundo,
compartiendo con los demás
hombres –iguales a vosotros– alegrías
y sinsabores, esfuerzos e ilusiones,
afanes y aventuras. En vuestro
recorrer los innumerables caminos
de la tierra os habréis esforzado,
porque a eso nos mueve nuestro
espíritu, en convivir con todos, en
relacionaros con todos, para
contribuir a crear un ambiente de
paz y de amistad” [22].

Este ambiente de amistad, que cada


uno está llamado a llevar consigo, es
fruto de la suma de muchos esfuerzos
por hacer la vida agradable a los
demás. Ganar en afabilidad, alegría,
paciencia, optimismo, delicadeza, y
en todas las virtudes que hacen
amable la convivencia es importante
para que las personas puedan
sentirse acogidas y ser felices:
Palabras dulces ganan muchos
amigos, y el bien hablar multiplica las
cortesías (Eclo 6,5). La lucha por
mejorar el propio carácter es
condición necesaria para que surjan
más fácilmente relaciones de
amistad.

En cambio, ciertas maneras de


expresarse pueden enturbiar o
dificultar la creación de un ambiente
de amistad. Por ejemplo, ser
demasiado categórico al expresar la
propia opinión, dar la apariencia de
que pensamos que los propios
planteamientos son los definitivos, o
no interesarse activamente por lo que
dicen los demás, son modos de actuar
que encierran en uno mismo. En
ocasiones, estos comportamientos
manifiestan una incapacidad para
distinguir lo opinable de lo que no lo
es, o la dificultad para relativizar
temas en los que las soluciones no
son necesariamente únicas.

10. La preocupación cristiana por los


demás nace precisamente de nuestra
unión con Cristo y de nuestra
identificación con la misión a la que
Él nos ha llamado: “Somos para la
muchedumbre: no estamos nunca
encerrados, vivimos de cara a la
multitud y tenemos metidas en el
alma aquellas palabras de Jesucristo
Nuestro Señor: me da compasión esta
multitud, porque hace ya tres días
que están conmigo, y no tienen qué
comer (Mc 8,2)” .
[23]

Fortalecer los vínculos con los amigos


conlleva tiempo, atención, y a
menudo supone huir de la comodidad
o prescindir de las propias
preferencias. Para un cristiano,
significa en primer lugar oración, con
la seguridad de que ahí se encuentra
la auténtica energía capaz de
transformar el mundo: “Para que este
mundo nuestro vaya por un cauce
cristiano –el único que merece la
pena–, hemos de vivir una leal
amistad con los hombres, basada en
una previa leal amistad con Dios” .
[24]

Sinceridad y amistad

11. “El amigo verdadero no puede


tener, para su amigo, dos caras: la
amistad, si ha de ser leal y sincera –
vir duplex animo inconstans est in
omnibus viis suis (St 1,8); el hombre
falso, de ánimo doble, es inconstante
en todo–, exige renuncias, rectitud,
intercambio de favores, de servicios
nobles y lícitos. El amigo es fuerte y
sincero en la medida en que, de
acuerdo con la prudencia
sobrenatural, piensa generosamente
en los demás, con personal sacrificio”
[25]
. La amistad es mutua: es una
comunicación sincera, en las dos
direcciones; se transmite la propia
experiencia para aprender unos de
otros.

Los amigos comparten las alegrías,


como el pastor que encontró la oveja
perdida (cfr. Lc 15,6), y como la mujer
que encontró la dracma que había
extraviado (cfr. Lc 15,9). Además, se
comparten las ilusiones y proyectos, y
también las penas. La amistad se
manifiesta especialmente en la
disposición a ayudar, como vemos en
aquel hombre que acudió a Jesús
para pedirle la salud de un siervo de
su amigo el Centurión (cfr. Lc 7,6). Y,
sobre todo, la amistad más grande
tiende a imitar la grandeza del amor
de amistad de Jesucristo: Nadie tiene
más amor que el que da la vida por
sus amigos (Jn 15,13).

12. Puede suceder algunas veces que,


por cierta reserva o timidez, uno no
logre manifestar a los demás todo el
cariño que querría. Superar este
obstáculo, perder ese miedo, puede
ser una gran oportunidad para que
Dios derrame su amor sobre los
amigos: “La verdadera amistad
comporta cariño mutuo, que es la
verdadera protección de la libertad y
de la intimidad recíprocas” [26]. En este
sentido, santo Tomás señala que la
amistad auténtica tiene que
manifestarse exteriormente: requiere
“la reciprocidad de amor, ya que el
amigo es amigo para el amigo” .
[27]
Al mismo tiempo, ofrecer nuestra
amistad de manera auténtica
presupone la capacidad de arriesgar,
pues cabe la posibilidad de no ser
correspondido. En la vida del Señor
se pone de manifiesto esta
experiencia cuando el joven rico
prefiere tomar otro camino (cfr. Mc
10,22) o cuando, bajando desde el
monte de los Olivos, llora sobre
Jerusalén al pensar en quienes tienen
endurecido su corazón (cfr. Lc 19,41).
Ante estas experiencias –que
aparecen tarde o temprano–, hay que
superar el miedo a volver a
arriesgarse, de la misma manera que
lo hace también Jesucristo con cada
uno de nosotros. Es decir, es preciso
aceptar esa vulnerabilidad, dar
continuamente ese primer paso sin
esperar nada a cambio, con la vista
puesta en el gran bien que podrá
nacer así: una amistad auténtica.

13. Para que se dé un ambiente


propicio en el que puedan crecer
amistades fecundas, hace falta
también favorecer la espontaneidad
personal, además de promover la
iniciativa de cada uno en la vida
familiar y social. Estas dos
características –espontaneidad e
iniciativa– no se generan por inercia
en cualquier ambiente; más bien es
preciso impulsarlas, animar a las
personas a mostrarse tal como son.
Esto da lugar, lógicamente, a un
pluralismo que “debe ser querido y
fomentado, aunque quizá a alguno la
diversidad a veces se le pueda hacer
costosa. Quien ama la libertad logra
ver lo que tiene de positivo y amable
lo que otros piensan” [28]. Valorar a
quien es distinto o piensa de modo
diverso es una actitud que denota
libertad interior y apertura de miras:
dos aspectos de una amistad
auténtica.

Por otro lado, la amistad –como el


amor, del que es una expresión– no
es una realidad unívoca. No con
todos los amigos se da una igual
comunicación de la propia intimidad.
Por ejemplo, no son idénticas la
amistad entre esposos, la amistad
entre padres e hijos –tan aconsejada
por san Josemaría–, la amistad entre
hermanos o la amistad entre colegas.
En todas ellas habrá un espacio
interior compartido que es propio de
cada relación. Respetar esa
diversidad en la manifestación de la
intimidad no es falta de sinceridad o
de profundidad en la amistad, sino
todo lo contrario: generalmente es
condición para preservar la
verdadera naturaleza de esa relación.

Amistad y fraternidad

14. El beato Álvaro del Portillo


escribió que “filiación y amistad son
dos realidades inseparables para los
que aman a Dios” . Análogamente,
[29]

entre fraternidad y amistad se da una


íntima relación. La fraternidad, de
simple relación fundamentada en la
común filiación, se hace amistad por
el cariño entre hermanos, con lo que
comporta de interés mutuo,
comprensión, comunicación, servicio
atento y delicado, ayuda material, etc.

En ese sentido, también la


fraternidad radicada en la común
vocación a la Obra pide expresarse
en una amistad, que alcanza su
madurez cuando el bien que se desea
para el otro es su felicidad, su
fidelidad y su santidad. Al mismo
tiempo, esta amistad no es
“particular” en el sentido de
exclusiva o excluyente, sino que está
siempre abierta a los demás, aunque
las limitaciones de espacio y tiempo
no permitan una igual intensidad de
comunicación y trato con todos.

“Con una caridad exquisita –que es


característica de la Obra de Dios– nos
ayudamos unos a otros a vivir y a
querer la propia santidad y la
santidad de los demás; y nos sentimos
fuertes, con aquella fortaleza de los
naipes que –solos– no se pueden
sostener, pero que, apoyándose
mutuamente, forman castillos que se
mantienen en pie” . Así, el amor
[30]

que nos une entre nosotros es el


mismo amor que mantiene la Obra
unida.

15. La amistad es un apoyo y un


estímulo constante para la misión
que se comparte. Con nuestros
hermanos compartimos también
nuestras alegrías y proyectos,
nuestras preocupaciones e ilusiones,
aunque, lógicamente, hay aspectos de
la propia vida de relación con Dios
que, al menos de ordinario, se
reservan a la dirección espiritual. Lo
mismo sucede en la amistad entre los
esposos, entre padres e hijos y, en
general, entre buenos amigos.

El esfuerzo por hacer la vida


agradable a los demás es un empeño
gustoso, que forma parte de la vida
diaria. En este campo, obrando con
sentido común y sentido
sobrenatural, difícilmente existirán
excesos. Al contrario, se trata de un
componente fundamental del camino
a la santidad. “No me importa
repetirlo muchas veces. Cariño, lo
necesitan todas las personas, y lo
necesitamos también en la Obra.
Esforzaos para que, sin sensiblerías,
aumente siempre el afecto hacia
vuestros hermanos. Cualquier cosa
de otro hijo mío debe ser —¡de
verdad!— muy nuestra” . Cariño es
[31]

lo que recuerdan especialmente


quienes convivieron con nuestro
Padre. Un cariño que le llevaba a
procurar lo mejor para cada hija y
cada hijo suyo, y que al mismo
tiempo le empujaba a amar
profundamente su libertad.

16. El cariño entre hermanos, que es


caridad, lleva, por una parte, a ver a
los demás con los ojos de Cristo,
descubriendo siempre de nuevo su
valor. Y, por otra, empuja a quererles
mejores, más santos. San Josemaría
nos animaba: “Tened siempre el
corazón muy grande, para amar a
Dios y para amar a los demás. Yo le
pido muchas veces al Señor que me
dé un corazón a su medida; en
primer lugar, para llenarme más de
Él, y luego para querer a todas las
criaturas, sin murmurar jamás,
sabiendo comprender y disculpar los
defectos de los otros, porque no
puedo olvidar cuánto me aguantó
Dios a mí. Esa comprensión, que es
verdadero cariño, se manifiesta
también en la corrección fraterna,
cuando sea necesaria, porque es un
medio completamente sobrenatural
de ayudar a los que nos rodean” .
[32]
La corrección fraterna nace del
cariño; manifiesta que queremos que
los demás sean cada vez más felices.
A veces, puede costar hacerla y
también por eso la agradecemos.

17. La felicidad personal no depende


de los éxitos que conseguimos sino
del amor que recibimos y del amor
que damos. El amor de nuestros
hermanos y hermanas nos da la
seguridad que necesitamos para
seguir “combatiendo una
hermosísima guerra de amor y de
paz: in hoc pulcherrimo caritatis bello!
Tratamos de llevar a todos los
hombres la caridad de Cristo, sin
excepción de lenguas, ni de naciones,
ni de circunstancias sociales” .
[33]

Sabemos cuánto le gustaba a nuestro


Padre esta frase de la Escritura:
Frater qui adiuvatur a fratre quasi
civitas firma (Vg. Pr 18,19); el
hermano que es ayudado por su
hermano es como una ciudad
amurallada.

Durante las últimas tertulias que


compartió con nosotros, don Javier
nos repetía con frecuencia: “¡Que os
queráis!”. Se trataba de una llamada
que, como siempre, era un eco de las
intenciones de nuestro Padre: “¡Con
cuánta insistencia el Apóstol San Juan
predicaba el mandatum novum! –¡Que
os améis los unos a los otros! –Me
pondría de rodillas, sin hacer
comedia –me lo grita el corazón–,
para pediros por amor de Dios que os
queráis, que os ayudéis, que os deis
la mano, que os sepáis perdonar. Por
lo tanto, a rechazar la soberbia, a ser
compasivos, a tener caridad; a
prestaros mutuamente el auxilio de
la oración y de la amistad sincera” .
[34]

Apostolado de amistad y confidencia

18. Desde los primeros años del Opus


Dei, san Josemaría enseñó el modo
concreto en que Dios nos invita a
anunciar el Evangelio en medio del
mundo: “Habéis de acercar las almas
a Dios con la palabra conveniente,
que despierta horizontes de
apostolado; con el consejo discreto,
que ayuda a enfocar cristianamente
un problema; con la conversación
amable, que enseña a vivir la
caridad: mediante un apostolado que
he llamado alguna vez de amistad y
de confidencia” [35].

La amistad verdadera –como la


caridad, que eleva
sobrenaturalmente su dimensión
humana– es en sí misma un valor: no
es medio o instrumento para
conseguir ventajas en la vida social,
aunque pueda tenerlas (como
también puede acarrear desventajas).
Nuestro Padre, al mismo tiempo que
nos anima a cultivar la amistad con
muchas personas, nos advierte:
“Obraréis así, hijas e hijos míos, no
ciertamente para usar la amistad
como táctica de penetración social:
eso haría perder a la amistad el valor
intrínseco que tiene; sino como una
exigencia –la primera, la más
inmediata– de la fraternidad
humana, que los cristianos tenemos
obligación de fomentar entre los
hombres, por diversos que sean unos
de otros” [36].

La amistad tiene un valor intrínseco,


porque denota una preocupación
sincera por la otra persona. Así, “la
amistad misma es apostolado; la
amistad misma es un diálogo, en el
que damos y recibimos luz; en el que
surgen proyectos, en un mutuo
abrirse horizontes; en el que nos
alegramos por lo bueno y nos
apoyamos en lo difícil; en el que lo
pasamos bien, porque Dios nos
quiere contentos” .
[37]

Cuando una amistad es así, leal y


sincera, no cabe instrumentalizarla:
sencillamente un amigo desea
transmitir al otro el bien que
experimenta en su vida.
Habitualmente lo haremos sin darnos
cuenta, mediante el ejemplo, la
alegría y un deseo de servir que se
expresa en mil pequeños gestos. Sin
embargo, “el valor del testimonio no
significa que se deba callar la
palabra. ¿Por qué no hablar de Jesús,
por qué no contarles a los demás que
Él nos da fuerzas para vivir, que es
bueno conversar con Él, que nos hace
bien meditar sus palabras?” . La
[38]

amistad desemboca así,


naturalmente, en la confidencia
personal, llena de delicadeza y
respeto a la libertad, consecuencia
precisamente de la autenticidad de
esa amistad.

19. Naturalmente, la relación de


amistad lleva a compartir muchos
momentos: conversar dando un
paseo o en torno a una mesa,
practicar un deporte, disfrutar una
común afición cultural, ir de
excursión, etc. En resumen, la
amistad requiere dedicar tiempo para
el trato y la confidencia; sin
confidencia no hay amistad. “Cuando
te hablo de ‘apostolado de amistad’,
me refiero a amistad ‘personal’,
sacrificada, sincera: de tú a tú, de
corazón a corazón” . Cuando una
[39]

amistad es verdadera, cuando la


preocupación por la otra persona es
sincera y llena nuestra oración, no
existen tiempos compartidos que no
sean apostólicos: todo es amistad y
todo es apostolado, indistintamente.

“De ahí la enorme importancia, no


sólo humana sino divina, de la
amistad. Os lo repito una vez más,
como lo vengo haciendo desde el
comienzo de nuestra Obra: sed
amigos de vuestros amigos, amigos
sinceros, y realizaréis así un
apostolado y un diálogo fecundos” [40].
No se trata de tener amigos para
hacer apostolado, sino de que el
Amor de Dios informe nuestras
relaciones de amistad para que sean
un auténtico apostolado.

20. Que nazca una amistad tiene


mucho de don inesperado, por lo que
requiere también paciencia. A veces,
ciertas malas experiencias o
prejuicios pueden hacer que la
relación personal con alguien que
tenemos cerca tarde un tiempo en
llegar a convertirse en amistad.
Igualmente pueden hacerlo difícil el
temor, los respetos humanos o una
actitud de prevención. Es bueno
tratar de ponerse en el lugar de los
demás y tener paciencia. Hemos de
ser como Jesucristo, que “está
dispuesto a hablar con todos, incluso
con quien no quiere conocer la
verdad, como Pilatos” .
[41]
Muchos son los modos rectos de
evangelizar; en la Obra, el apostolado
principal es siempre el de amistad.
Así nos lo enseñó nuestro Padre:
“Bien puede decirse, hijos de mi
alma, que el fruto mayor de la labor
del Opus Dei es el que obtienen sus
miembros personalmente, con el
apostolado del ejemplo y de la
amistad leal con sus compañeros de
profesión: en la universidad o en la
fábrica, en la oficina, en la mina o en
el campo” [42]. Sin descuidar las tareas
que tengamos entre manos, hemos de
aprender a cuidar siempre a nuestros
amigos.

21. Además, a menudo nuestro trato


de amistad se complementará con el
apostolado corporativo que se hace
en nuestros centros y labores
apostólicas: “Esa amistad, esa
relación con uno de vosotros se
amplía después, de una parte, con el
afecto, con la simpatía y por la
frecuencia con que acude esa persona
a la casa del Opus Dei, a la que
comenzó a ir y se le enseñó que debía
considerar como propia, como casa
suya; todo esto, claro está, se une
después a una amistad con los que
conoce y trata en aquel hogar
nuestro” .
[43]

22. Dentro de este apostolado de


amistad, se encuadra también el
apostolado ad fidem con personas
que no comparten nuestra fe: “Hijas e
hijos míos: fe, fe recia, fe viva, fe que
opere con caridad, veritatem facientes
in caritate (cfr. Ef 4, 15). Conservad
este espíritu en vuestro trato con los
hermanos separados y con los no
cristianos. Con todos amor, con todos
caridad, con todos amistad. A
ninguno, de los que han acudido a
nuestras obras corporativas, se le ha
molestado jamás por sus
convicciones religiosas; a ninguno se
le habla de nuestra fe, si él no lo
quiere” .
[44]

***

23. A lo largo de estas páginas he


querido recordaros cómo
necesitamos todos de la amistad, este
don de Dios que nos transmite
consuelo y alegría. “Dios ha hecho al
hombre de tal manera que no puede
dejar de compartir con otros los
sentimientos de su corazón: si ha
recibido una alegría, nota en él una
fuerza que le lleva a cantar y a
sonreír, a hacer –del modo que sea–
que otros participen de su felicidad;
si es el dolor lo que invade su alma,
aspira también a que haya a su
alrededor un ambiente de silencio,
que le recuerde que los demás le
comprenden y le respetan. Necesita el
hombre, necesitamos todos, hijas e
hijos míos, apoyarnos los unos en los
otros, para recorrer así el camino de
la vida, convertir en realidad
nuestras ilusiones, superar las
dificultades, gozar del producto de
nuestros afanes. De ahí la enorme
importancia, no sólo humana sino
divina, de la amistad” .
[45]

Los primeros jóvenes que se


acercaron a la Obra, en los años
treinta, encontraron en torno a
nuestro Padre un auténtico ambiente
de amistad. Eso fue lo primero que
los atrajo y los mantuvo unidos en
momentos muy difíciles. La amistad
multiplica las alegrías y ofrece
consuelo en las penas; la amistad del
cristiano desea la felicidad más
grande –la relación con Jesucristo–
para quienes tiene cerca. Pidamos,
como hacía san Josemaría: ¡Danos,
Jesús, un corazón a la medida del
tuyo! Ese es el camino. Solo
[46]

identificándonos con los sentimientos


de Cristo –tened entre vosotros los
mismos sentimientos que tuvo Cristo
Jesús (Fil 2,5)– podremos llevar esa
alegría plena a nuestra casa, a
nuestro trabajo y a todos los lugares
en los que nos encontremos, a través
de nuestra amistad.

Con todo cariño os bendice

vuestro Padre

Roma, 1 de noviembre de 2019.

Solemnidad de Todos los Santos.

Copyright © Prelatura Sanctæ Crucis


et Operis Dei
(Prohibida toda divulgación pública,
total o parcial,

sin autorización expresa del titular


del copyright)

(Pro manuscripto)

[1]
Carta pastoral, 14-II-2017, n. 9.

San Josemaría, Carta 24-X-1965, n.


[2]

10.

Benedicto XVI, Enc. Deus Caritas est,


[3]

25-XII-2005, n. 17.

Francisco, Ex. ap. Christus vivit, 25-


[4]

III-2019, n. 154.

San Josemaría, Carta 31-V-1943, n.


[5]

8.

San Josemaría, Carta 11-III-1940, n.


[6]

70.

Cfr. Santo Tomás, Suma Th., II-II, q.


[7]

23, a.1, c.
San Juan Pablo II, Discurso, 18-II-
[8]

1981.

Benedicto XVI, Alocución, 15-IX-


[9]

2010.

Francisco, Ex. ap. Christus vivit, n.


[10]

152.

San Josemaría, Amigos de Dios, n.


[11]

225.

San Gregorio Nacianceno, Sermón


[12]

43.
[13]
Ibid.
[14]
San Josemaría, Forja, n. 565.
[15]
San Agustín, Confesiones, 4, 4.

San Juan Pablo II, Carta ap. Novo


[16]

Millennio ineunte, 6-I-2001, n. 43.

San Josemaría, Carta 9-I-1951, n.


[17]

30.

San Josemaría, Carta 24-X-1965, n.


[18]

10.

Surco, n. 746. Cfr. Camino, n. 463.


[19]
San Agustín, La catequesis a
[20]

principiantes, 15, 23.

San Josemaría, Carta 8-VIII-1956, n.


[21]

38.

San Josemaría, Carta 24-X-1965, n.


[22]

2.

San Josemaría, Carta 31-V-1954, n.


[23]

23.
[24]
San Josemaría, Forja, n. 943.

San Josemaría, Carta 11-III-1940, n.


[25]

71.

Carta pastoral, 9-I-2018, n. 14.


[26]

Santo Tomás, Suma Th., II-II, q.23,


[27]

a.1, c.
[28]
Carta pastoral, 9-I-2018, n. 13.

Beato Álvaro, «Presentación», en


[29]

Amigos de Dios.

San Josemaría, Carta 29-IX-1957, n.


[30]

76.
[31]
Palabras de san Josemaría citadas
por el beato Álvaro en Cartas de
familia, I, n. 115.

San Josemaría, Notas de una


[32]

reunión familiar, X-1972.

San Josemaría, Notas de una


[33]

meditación, 29-II-1964.
[34]
San Josemaría, Forja, n. 454.

San Josemaría, Carta 24-III-1930, n.


[35]

11.

San Josemaría, Carta 11-III-1940, n.


[36]

54.

Carta pastoral, 9-I-2018, n. 14.


[37]

Francisco, Ex. ap. Christus vivit, n.


[38]

176.
[39]
San Josemaría, Surco, n. 191.

San Josemaría, Carta 24-X-1965, n.


[40]

16.
[41]
Ibid., n. 12.

San Josemaría, Carta 11-III-1940, n.


[42]

55.
San Josemaría, Carta 24-X-1942, n.
[43]

18.

San Josemaría, Carta 24-X-1965, n.


[44]

62.
[45]
Ibid., n. 16.
[46]
Cfr. San Josemaría, Surco, n. 813.

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pastoral-amistad-prelado-opus-dei/ (11/07/2022)

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