Está en la página 1de 19

Datos de cita: Pérez Fernández, R (2011) La construcción subjetiva del envejecimiento.

Proyecto de vida e imaginario social en la clínica psicológica con mayores. En:


Quintanar, F (Cood.) Atención psicológica de las personas mayores. Investigación y
experiencias en psicología del envejecimiento (1ra. Edición) (Cap. 13, pp. 279 – 299).
México DF: Pax

Robert Pérez Fernández

Introducción

Ya en el año 1966, José Bleger llamaba la atención respecto al camino que hasta
ese entonces había recorrido la Psicología, en su afán de comprender e intervenir en el
campo de la subjetividad. Dicho autor señalaba como esta disciplina había comenzado
tratando de entender al individuo, para desde allí comprender los grupos.
Posteriormente trasladó estas categorías a las instituciones, para integrar luego todos
estos esquemas en la comprensión de la comunidad1. Desde la crítica a este camino,
formulaba su propuesta sobre una Psicología de los Ámbitos, invirtiendo ese recorrido,
de forma de “retomar el estudio de las instituciones con modelos de la Psicología de la
comunidad, el estudio de grupos con modelos de la Psicología institucional y de la
comunidad, y el estudio de individuos con los modelos de la Psicología de grupos,
comunidad e instituciones” (Bleger, 1966: 48), abordando cada ámbito con el más diverso
arsenal teórico técnico.

Más cerca en el tiempo, en el año 2003, Fernando Berriel ha retomado este


esquema para plantear su similitud con el recorrido que ha realizado la Psicología del
desarrollo o evolutiva, donde desde la investigación y conceptualización de algunos
aspectos psicológicos centrales en edades tempranas, se pretende explicar e intervenir en
otras, como por ejemplo la vejez. Este hecho, ya había sido señalado en 1988 por Ursula
Lehr, quién advierte que la casi totalidad de los manuales sobre Psicología del desarrollo
llegan hasta la etapa de la adolescencia o juventud. Lo interesante de estas observaciones
es que según estos esquemas, parecería que la producción psíquica del sujeto se detuviera
en determinada etapa, o quedara congelada en otras tempranas, lo cual nos estaría llevando
en su extremo, a una concepción de no cambio psíquico. Concepción, aprovechamos a
decirlo, altamente reaccionaria, al servicio de las relaciones hegemónicas de poder.

Afortunadamente los estudios de los últimos años realizados desde la Psicología


del Envejecimiento y la Psicogerontología paulatinamente comienzan a desmontar estas
concepciones “esencialistas” e “intrínsecas” del ser humano2, planteando claramente que,
sin desconocer lo importante y clave que son las etapas tempranas en la constitución del
psiquismo, el mismo es un proceso que se construye a lo largo de toda la vida, en un
continuo interjuego entre identificaciones, deseos, narrativa y vínculos, en un tiempo social

1
El planteo de Bleger refiere a distintos ámbitos que él grafica con cuatro elipses crecientes, donde cada
una contiene la anterior pero es mayor. El primer ámbito es denominado psicosocial o individual,
relacionado con el mundo interno de la persona; el siguiente sociodinámico, referido a los vínculos con
los grupos; el otro es el institucional y finalmente, el mayor es el comunitario (Bleger, 1966)
2
Al respecto, véase: Salvarezza, 1988; Catullo, 1998 y 2004; Kabanchik, 1999; Berriel, 2003; Zarebski,
2005. También en esta línea, pueden consultarse las investigaciones que hemos realizado desde la
Universidad de la República: Berriel y Pérez, 2002, 2004, 2006 y 2007; Berriel, Paredes y Pérez, 2006; Pérez,
2007. Finalmente, en UDELAR, 2007, se puede encontrar un panorama actualizado de la investigación
Psicogerontológica en Iberoamérica al año 2007.

1
e histórico que produce y habilita determinadas significaciones y sentidos, que nunca son
individuales.

En este aspecto, coincidimos plenamente con Berriel cuando sugiere que, “tal vez,
parafraseando a José Bleger, también respecto a la Psicología y la Psicología Social
aplicadas al estudio de la Vejez y el Envejecimiento haya llegado el momento ya no
sólo de producir sus nociones a partir de su propio campo, sino, yendo más allá, desde
ahí, hacer su contribución a los cuerpos nocionales generales de la Psicología” (2003:
13).

Sobre estas problemáticas que, establecidas en el trabajo psicológico con el


proceso de envejecimiento, nos enfrentan al viejo tema de la construcción del sujeto y
sus implicaciones en la clínica, es que intentaremos transmitir algunas reflexiones en el
presente trabajo.

La construcción “científica” del envejecimiento en clave de declive. Una breve reseña


histórica

El tema del envejecimiento y la vejez es posiblemente, una de las


preocupaciones más antiguas que ha acompañado a la humanidad. La mitología sobre
los inmortales, la recurrente búsqueda de la "fuente de la eterna juventud", así como el
tratamiento que han dado las diferentes sociedades a este tema, dan cuenta de estas
preocupaciones, vinculadas a aspectos existenciales del ser humano. A lo largo de la
historia, las diferentes sociedades y culturas han construido colectivamente
determinados lugares sociales para los viejos3. Han instituido diferentes sentidos a partir
de la institucionalización de prácticas discursivas y de otro tipo, que apuntan
directamente a la producción de afectos. Estos regímenes de construcción de
significados y sentidos imaginarios, que llevan a que determinada comunidad “tenga”
una forma singular de interpretar la realidad, es lo que Castoriadis (1987) llama
imaginario social. Este imaginario social produce efectos concretos en las personas y en
su identidad, asignando significados y sentidos. En el caso que nos ocupa, produce un
determinado modo de envejecer y de ser viejo o vieja.

Cuando analizamos estos lugares asignados y asumidos en las diferentes


sociedades, nos encontramos con que nuestra actual sociedad occidental, regida por la
economía del mercado, el individualismo y la competencia, en este escenario asigna a
sus viejos uno de los lugares sociales más relegados de la historia (Pérez, 1996). La
discriminación de la que son objetos los mayores en función de su edad, los efectos del
viejismo al decir de Salvarezza4, atraviesa toda nuestra actual posmodernidad. Hoy en
nuestra cultura occidental dominante no es deseable ser viejo o vieja, no existen
mensajes sociales favorecedores de esto.

La ciencia, como otro tipo de construcción social,5 ha tenido mucho que ver con
la construcción de este modelo deficitario de vejez. Los primeros estudios sistemáticos
surgen desde la medicina, lo cual ha llevado a que la investigación científica en esta
3
Al respecto pueden consultarse el excelente y clásico libro de Simone de Beauvoir (1970)
4
Salvarezza traduce como viejismo el término “ageism”, introducido por Butler y Lewis en 1973 (citado
por Salvarezza, 1988: 23), para designar una serie de actitudes y conductas sociales negativas hacia los
viejos.
5
A pesar de los ingenuos esfuerzos de quienes pretenden ubicar a la ciencia en una categoría casi
religiosa de “objetiva” y por lo tanto, ahistórica.

2
área fuese considerada, durante mucho tiempo, como patrimonio y dominio exclusivo
de dicha disciplina. La Psicología hegemónica 6, ha colaborado a reforzar esto,
ubicándose desde una perspectiva de subordinación de los procesos psicológicos
(llamados por algunas corrientes como “procesos mentales”) a las condicionantes
biológicas o ambientales, sin una perspectiva teórica propia de los procesos subjetivos.

En 1961, James Birren (citado por Lehr, 1988) plantea que históricamente se
pueden delimitar tres períodos en la investigación científica sobre el envejecimiento. El
período inicial va de 1835 a 1918 y es caracterizado por estudios antropométricos
(mediciones de los sentidos, de la talla, etc.). En muchos casos se intenta relacionar
estos resultados con el rendimiento mental de las personas. En el año 1909, Nascher
introduce el término Geriatría, planteándolo en forma paralela al ya existente concepto
de Pediatría, creando un nuevo campo para la medicina. Dicho investigador trató de
encontrar relaciones entre el entorno social y las modificaciones de las funciones
fisiológicas.

El segundo período se conoce como el del comienzo de la investigación


sistemática sobre el envejecimiento y se desarrolla entre 1918 y 1940, esto es, en el
período entre las dos guerras. Esta etapa se caracteriza por el desarrollo de estudios
experimentales sobre el rendimiento y la inteligencia en los viejos. En el año 1928, en la
Universidad de Stranford, California, se funda el primer Instituto destinado a estudiar
los problemas del envejecimiento. El motivo: eran los años de la gran depresión
económica en los EEUU. Se identifica como un problema a la desocupación, y dentro
de ella, las dificultades de empleo de los mayores de 40 años. Esta es una época de
enorme desarrollo de las pruebas psicométricas sobre las funciones superiores, por lo
que en este Instituto se trabaja sobre el rendimiento mental, encontrándose una
disminución de la inteligencia y del resto de las funciones superiores a medida que
avanza la edad. Los métodos empleados por la Psicología en estos estudios era la
comparación entre diferentes edades, de los rendimientos en pruebas “objetivas” y
descontextualizadas7.

En ese mismo año, se crea en Harvard, el primer centro de investigación


longitudinal. Un año después, en 1929, el investigador ruso N. A. Rybnikov introduce el
término Gerontología, definiéndola como una especialidad dentro de las ciencias del
comportamiento, que lo estudia en la vejez. Simultáneamente por estos años, en la
URSS se encontraban en pleno auge las investigaciones del fisiólogo ruso Iván Pavlov.
Este descubre en sus experimentaciones con perros, que los más viejos aprenden menos
que los jóvenes y que, cuando acceden a algún aprendizaje, lo hacen de forma más lenta
(los estímulos tardan más en llegar al cerebro), y cuándo se le da mucha información, se
confunden.

El tercer período es la fase de expansión de las investigaciones sobre el


envejecimiento. Comienza aquí a realizarse detallados informes de investigación, que
son publicados y/o presentados en Congresos. En el año 1950 se funda la Asociación
Internacional de Gerontología, con lo que comienza un nuevo período de expansión en
6
Nos referimos aquí a la Psicología basada en un paradigma positivista, que busca relaciones causales
desde una perspectiva no histórica, no cultural y de simplificación, tratando de “descubrir” procesos
básicos (mentales o conductuales), “inherentes” y universales al ser humano. Este punto lo retomaremos
al final de este artículo. Puede consultarse también Berriel y Pérez, 2007.
7
Una crítica a este tipo de “investigación” y sus nefastas consecuencias se puede ver en Belsky, 1996,
fundamentalmente en los capítulos 5 y 6.

3
la investigación científica. Plantea Lehr (1988) que del análisis de los Congresos de
dicha Asociación, se puede deducir un cambio en el enfoque de la investigación,
simultáneo al desarrollo de disciplinas como la Sociología o la Psicología. Es así que
hasta 1960 la mayoría de los trabajos presentados se centraban en el cambio de
rendimiento y de las funciones superiores. A partir de ese año hay un avance cada vez
mayor de los trabajos sobre la Psicología de la Personalidad, sobre la Psicología Social
(norteamericana) y de la investigación sociológica. Como vemos, el cambio en el
enfoque temático de la Psicología que se da en esos años, no implica un cambio en el
paradigma de investigación y conceptualización del tema envejecimiento, el cuál sigue
pensando desde la perspectiva positivista de síntesis y reducción.

Como vemos en esta breve reseña, las investigaciones gerontológicas de gran


parte del siglo XX comienzan a construir un terrible panorama de la vejez, asociando la
misma a declive y pérdidas de funciones, con el apoyo de la Psicología hegemónica.
Durante mucho tiempo los estudios sobre el proceso de envejecimiento se centraron en
sus aspectos biológicos y fisiológicos, o en aspectos sociales macros. La Psicología
hegemónica, al carecer de una teoría que permitiera entender los procesos subjetivos, en
su construcción conjunta con los procesos biológicos y sociales, ha dejado subordinados
a un segundo plano los aspectos psicológicos, cuando no los ha obviado directamente,
centrándose en funciones o conductas. La vejez entonces, capturada dentro de un único
paradigma comienza a ser estudiada desde sus aspectos patológicos, aun antes de poder
conceptualizar sobre sus aspectos de orden evolutivo.

Tomando como método de investigación básico la comparación entre sujetos de


diferentes edades, todo lo que se alejaba de los parámetros de salud definidos para otras
edades fue, durante mucho tiempo, considerado patológico en la vejez, asociándose
cada vez más el envejecimiento a una enfermedad y no a una etapa vital. De esta forma,
los resultados concluían en una visión negativa de la vejez, la cual, se potencia
claramente con un pensamiento social prejuicioso, conformándose una asociación entre
viejo y enfermo (Salvarezza, 1988), propia del sistema de producción capitalista y de las
sociedades que se basan el las leyes del mercado (Pérez, 1996).

Dos teorías desde la misma perspectiva

Esta forma de concebir el proceso de envejecimiento y la vejez ha sesgado (y


aun sesga) "la mirada" de muchos investigadores de los aspectos psicológicos y sociales
del envejecimiento. En 1961, este modelo deficitario cristaliza "científicamente" en un
libro que, marcó (y aun marca) gran parte de las conductas prejuiciosas de los
profesionales hacia los viejos. Se trata del clásico trabajo de E. Cummings y W. E.
Henry "Growing old: the process of disengagement". Este libro, resultado de una
investigación realizada desde la Universidad de Chicago, respecto a los aspectos
sociales de la vejez, postula la "disengagement theory", traducida por diferentes autores
como teoría de la desvinculación, del desapego, etc.. En sus aspectos centrales,
sostienen que las personas, a medida que van envejeciendo, van perdiendo
paulatinamente su interés por las cosas que los rodean (objetos y personas),
volviéndose cada vez más sobre sí mismo, apartándose paulatinamente del entorno,
como forma de evitar los conflictos y prepararse para la muerte. Fundamentada en
procesos bio-fisiológicos, esta teoría se postula como inherente al envejecimiento, sin

4
incidencia de lo sociocultural. Por lo tanto, la conducta a fomentar para con los viejos,
ya sea en los profesionales, como en el resto de la sociedad, es ayudarlos en este
“alejamiento” de las actividades. Más allá de las críticas que ha recibido esta teoría, así
como a su invalidación científica posterior8, su influencia llega hasta nuestros días,
pudiendo ver sus efectos en muchas de las propuestas que actualmente se realizan para
ancianos o en el posicionamiento de muchos profesionales.

En forma casi simultánea a esta teoría - muchas veces como reacción - varios
autores comienzan a desarrollar la llamada "teoría de la actividad", de la cual Maddox
(citado por Lehr, 1988) es uno de los principales representantes. Este investigador, que
trabajó entre 1962 y 1965 en el estudio longitudinal de la Universidad de Duke, sostiene
que las personas deben mantenerse siempre con actividades. La vejez, sostiene, implica
una acumulación de pérdidas (jubilación, roles, estatus, seres queridos, etc.), por lo que
se deben realizar actividades sustitutas para evitar caer en estados depresivos. De esta
teoría también se han derivado varias consecuencias que se expresan actualmente en
algunas propuestas técnicas, fundamentalmente en el área social y recreativa, en las
cuales los viejos deben estar siempre en una especie de "activismo". La finalidad de
estas actividades es el "hacer algo" en sí mismo, estar en movimiento, independiente de
su sentido. Algo así como una forma de que pase el tiempo...

Estas teorías, aunque parecen contrapuestas, representan dos aspectos distintos


de una misma concepción prejuiciosa de vejez, pues en ambas el viejo es despojado de
su condición de sujeto deseante y de deseo, incapaz de devenir, al decir de Castoriadis,
un ser reflexivo. El anciano es pensado como una sucesión de pérdidas y duelos, y el
temor subyacente (¿de los técnicos?) es que si se detiene a reflexionar, a pensarse, se
angustia. En ambas, los procesos subjetivos del viejo son un “impensado”, pues se
basan en una epistemología positivista y causal. Ambas propuestas le escamotean al
viejo la posibilidad de generar sus propios proyectos vitales autónomos, a partir de una
concepción de vejez pasiva (aun en la teoría de la actividad), reproduciendo y
reafirmando una conducta social prejuiciosa. Puestas las cosas de esta manera, se lo
obliga al anciano a quedar anclado en el pasado, con un presente efímero y sin sentido
(en la primer teoría, por medio del repliegue sobre sí mismo; en la otra, por medio de
realizar actividades por el sólo hecho de estar en movimiento), y sin posibilidad de
futuro (en ambas se parte de la base que el único futuro es la muerte y antes de eso sólo
existe una especie de “sobrevida pasiva”).

Ambas teorías parten del mismo modelo involutivo en el ciclo vital, donde el
envejecer conlleva en sí mismo la noción de declive en todas las áreas del ser. Se parte
de un modelo unidireccional y universal involutivo, congruente con el viejismo
(Salvarezza, 1988) y otros estereotipos sociales negativos, los cuáles refuerzan.

8
La población estudiada fue de ancianos institucionalizados.

5
Otra forma de construir el envejecimiento. Algunos aspectos teóricos de la vejez
como producción subjetiva.

Ahora bien: concebido el envejecimiento de la forma deficitaria y hegemónica


que veíamos recién, las únicas posibilidades de intervención de la Psicología no van
más allá de las simples medidas adaptativas o paliativa del déficit biológico,
promoviendo adaptaciones funcionales de conducta o cognitivas. Se trata de un modelo
que, en su afán por lograr una objetividad dada por la posibilidad de controlar y repetir
experimentos, simplifica de tal modo una realidad compleja, que termina construyendo
otra realidad en sí misma, donde el psiquismo queda asimilado al sistema nervioso
central, el cuerpo al organismo, y los procesos psicosociales a los biológicos.

Afortunadamente, hoy estamos asistiendo a un cambio de paradigma en las


formas de construir la realidad, siendo cada vez más cuestionados en el ámbito
científico estos modelos de la simplificación. Como sostiene Miguel Gallegos (2005:
350).
“... ya no existe fenómeno alguno que pueda ser pensado aisladamente ni
sometido a un análisis fragmentario. El pensamiento de la síntesis y la
reducción ha sido generalizado y ha atravesado todas las disciplinas
científicas, independientemente de las problemáticas abordadas y las
respuestas elaboradas. En efecto, los antiguos vicios reduccionistas del
paradigma positivista no solo han impedido contar con una visión de
conjunto, sino además, aún persisten y obstaculizan las respuestas
adecuadas a nuestras problemáticas contemporáneas”

Este hecho, ya lo había puesto de manifiesto Ilya Prigogine, (1995: 1) cuando


sostiene que,
“nos encontramos al final de esa era de la historia de la ciencia que se
abrió con Galileo y Copérnico. Un período glorioso de verdad, pero que nos
ha dejado una visión del mundo demasiado simplista. La ciencia clásica
enfatizaba en los factores de equilibrio, orden, estabilidad. Hoy vemos
fluctuación e inestabilidad por todas partes. Estamos empezando a ser
concientes de la complejidad inherente del universo. Esta toma de
conciencia, estoy seguro, es el primer paso hacia una nueva racionalidad.
Pero solo el primer paso”

Esto mismo se juega hoy en el tema del envejecimiento, en el cuál es necesario


terminar con una lectura reduccionista del mismo. Actualmente contamos con los
resultados de varios estudios longitudinales (citados por: Lehr, 1988; Belsky, 1996;
Fernández - Ballesteros, 1996) y temáticos (por ej. los de Catullo, 1998 y 2004; Berriel,
2003; Zarebski, 2005, Berriel y Pérez, 2002, 2004 y 2006; Berriel, Paredes y Pérez,
2006), así como de suficiente evidencia clínica (entre otros: Berriel y Pérez, 1996 y
2007; Pérez, 1996, 2005 y 2007), que nos habilitan a cuestionar los modelos universales
y hegemónicos de envejecimiento, a la vez que pensar otras perspectivas teóricas de la
Psicología9.

9
En el año 2005, en la ciudad de Buenos Aires se lleva a cabo el Primer Congreso Iberoamericano de
Psicogerontología, creándose allí el Grupo Iberoamericano de Psicogerontología (GIP), compuesto por
académicos y científicos de este campo. A fines del año 2007, en Montevideo se llevó a cabo el II
Congreso Iberoamericano. Para una actualización respecto a las investigaciones y estudios
Psicogerontológicos remitimos a las Memorias de este Congreso (UDELAR, 2007).

6
Estos estudios nos señalan como el envejecimiento es un proceso complejo,
donde intervienen diversos factores, no existiendo un modo único de envejecer, sino que
lo que impera es la diversidad y heterogeneidad. El ser viejo no tiene la misma
significación para el sujeto que vive en una ciudad capital de un país desarrollado
económicamente, a la que se le puede dar en una tribu del Amazonas. No es lo mismo
ser viejo o vieja en una ciudad con mucha población, que en un medio rural. Pero
tampoco es lo mismo ser viejo o vieja en nuestra actual sociedad occidental capitalista,
que serlo en una comunidad de algunos de los pueblos originarios de América que aún
mantienen su cultura y hábitat. En las personas viejas que hay detrás de cada uno de
estos ejemplos, si bien pueden compartir los años que los separan de su nacimiento, la
significación del envejecer y de su actual etapa, cómo se perciban en tanto viejos y sus
vínculos, serán muy distintos, en función de lo esperado socialmente.(Pérez, 2007)

Paulatinamente se ha ido conociendo que, dentro de la condición “bio – psico –


social” del ser humano, los procesos psicológicos y sociales no tienen porque seguir los
mismos patrones de desarrollo que los procesos biológicos. En efecto, mientras que en
estos últimos el modelo es de desarrollo seguido de paulatino e irreversible declive
hasta la muerte, en los procesos sociales y psicológicos existe un desarrollo en los
primeros años, que puede ser seguido de una estabilidad o incluso de un crecimiento a
lo largo de todo el ciclo vital, de acuerdo a diversos factores que hacen a la variabilidad
individual (culturales, sociales, económicos, etc.).

Esto ha llevado a que últimamente se acepte como un aporte de la Psicología a la


Gerontología, que desarrollo humano no es secuencial, sino alternado. No existe un
crecimiento lineal, seguido de un declive, sino que cada etapa contempla aspectos de
ganancia y pérdidas, en un interjuego entre crecimiento y declive (Fernández -
Ballesteros, 1996).

De esta forma, los fenómenos propios del proceso de envejecimiento y la vejez,


por su complejidad exceden los sucesos de orden estrictamente evolutivo, o biológicos,
o psicológicos, o sociales en sí mismos. Los contienen, pero son más que la suma de
ellos. Son procesos caracterizados por su irreversibilidad, por ser impredecibles, aunque
no inmodificables. La O.M.S. hace ya varios años que sostiene e impulsa un abordaje
bio - psico - social del tema envejecimiento y vejez. Y en general la Gerontología
mantiene desde una perspectiva interdisciplinaria, un discurso en este sentido. Pero en
este abordaje bio - psico - social, por diferentes relaciones de poder establecidas en el
mundo académico y científico, lo "bio" siempre aparece primero, y es el aspecto más
jerarquizado. A modo de ejemplo, basta ver la inversión anual en investigaciones en el
área biológica - fisiológica - genética que realiza la industria farmacéutica, y lo que
destinan los gobiernos a la investigación en las otras dos áreas (Pérez, 2004).

Las investigaciones actuales sobre el envejecimiento, ponen de manifiesto cada


vez con mayor énfasis, que el paso del tiempo, por sí mismo, no conlleva una
disminución de la mayoría de los aspectos psicológicos (cognitivas, afectivas,
vinculares, etc.). Si bien hay un declive en algunas funciones cognitivas específicas,
tales como la memoria de trabajo, esta disminución puede ser ampliamente compensada
por el incremento de la memoria semántica (Belsky, 1996). Las investigaciones indican
que esto sucede en personas que no tienen una patología que las inhabilite, que están
insertas en su comunidad y que son la enorme mayoría de los viejos.

7
Desde la perspectiva psicológica, el paso del tiempo en sí mismo, no tiene
significado ni sentido. Este sentido es el que le puede adjudicar la propia persona, en
función de su cultura, su historia, su deseo, etc.. De esta forma, la vejez, se constituye
también en una producción subjetiva que involucra diferentes dimensiones de la
comunidad, asentándose en el plano psíquico y vincular, en los cuáles se construirán los
sentidos de lo que será el envejecimiento y la vejez, tanto en el plano social como
individual y grupal (Berriel y Pérez, 1996).

Es así como el paso del tiempo, sus efectos sobre el cuerpo y los sentidos que se
le adjudiquen al mismo, serán clave a la hora de pensar los procesos psíquicos. Este
paso del tiempo no es un campo unidireccional sino que está compuesto por diferentes
dimensiones y ritmos que coexisten y se potencian entre sí, en complejos procesos que
van produciendo sentido. Los procesos biológicos, dentro de su inmanencia respecto a
otros procesos, expresan una de estas lógicas temporales. En la dimensión subjetiva se
inscriben otras temporalidades, donde intervienen diferentes atravesamientos de orden
simbólico e imaginario. Así, existe un tiempo identitario (Castoriadis, 1990),
compatible socialmente, que mide entre otras cosas los años que separan a una persona
de su nacimiento. Otro tiempo imaginario (Castoriadis, 1990), subjetivo por excelencia,
que es el que singulariza, otorga un sentido a la realidad, a partir de una determinada
historicidad. También interviene un "tiempo social", (Neugarten, citada por Salvarezza,
1988) que determina y marca determinados acontecimientos desde lo que se espera
socialmente. Por su parte, los procesos inconscientes tienen su propia lógica temporal,
distinta del sistema Percepción-Conciencia. Aquí, la energía psíquica transita libremente
por distintas cadenas asociativas, ligando representaciones de diverso origen histórico.
Estos impulsos son inalterables, no inciden en ellos el paso de los años y se rigen por el
principio de placer (Pérez, 1996).

Por lo tanto, para poder pensar el proceso de envejecimiento desde lo singular,


desde los procesos subjetivos, es necesario incluir el análisis de estas diferentes lógicas
temporales. Incluir el análisis de la dimensión deseante del sujeto y el potencial
polimorfismo de las pulsiones y sus objetos. Construir lo real desde aquí, sin duda nos
ubica en una epistemología muy diferente de la que sostiene a la teoría del desapego o la
de la actividad.

**************************

Hace más de 10 años que presentábamos estas hipótesis que sostienen la vejez
como una producción subjetiva. Las mismas, surgen inicialmente de nuestro trabajo
clínico con mayores. Las investigaciones que desarrollamos en este tiempo, a la vez que
reafirman las mismas, comienzan a darle un sustento conceptual y empírico mayor.

¿Cómo se va construyendo esta subjetividad del envejecer?, podría ser la


pregunta que mejor resume nuestro proyecto de investigación. En este punto tal vez vale
explicitar que, cuando hablamos de subjetividad, no nos referimos a fenómenos
individuales o intrapsíquicos, sino que los ubicamos, como todo el psiquismo humano,
en una dimensión psicosocial. Lejos de las nociones de “individuo”, partimos de
concebir un sujeto deseante y de deseo. Concebimos el deseo, no como falta o carencia,
sino como energía, como producción social de lo real (Deleuze y Guattari, 1985). Nos

8
referimos a un sujeto que tendrá determinadas características, las cuáles lo definirán a
lo largo de toda su vida sin importar la cantidad de años que lo separen de su
nacimiento: su deseo será irreductible e indestructible y no disminuirá con el paso del
tiempo. Lo que cambiará a medida que avancen los años, son las estrategias del deseo,
en función de la habilitación – prohibición social de las mismas, a los sentidos
colectivos producidos en torno a la edad y el lugar social de ese sujeto10.

En nuestras actuales sociedades, esta habilitación – prohibición social muchas


veces produce en los viejos mecanismos de elusión del conflicto que el deseo genera,
llevando a una negación y/o sobre-culpabilización del propio deseo. Cuando esto se
estereotipa, por lo general aparece un empobrecimiento de los intereses del sujeto y de
sus niveles de actividad, reduciendo la expresión del deseo, a formas socialmente no
conflictivas, tales como el síntoma o el proceso de declinación esperado “socialmente”.

Esto último fue puesto de manifiesto a partir de los resultados de un estudio que
realizamos junto a Fernando Berriel, con mayores de 65 años de la ciudad de
Montevideo (Berriel y Pérez, 200211). En dicha investigación surge que los viejos de
Montevideo consideran mayoritariamente que el entorno espera de ellos cualidades
altamente positivas, aspectos útiles y poco conflictivos para los demás, siendo los
aspectos que harían a una riqueza propia del sujeto para sí mismo, lo que perciben
como menos esperado socialmente. Esta percepción de un medio altamente exigente se
encuentra mediatizada por la familia, la cuál se presenta en una doble vertiente de
sentido para los adultos mayores: por un lado es el contacto afectivo inmediato y
protector; por otro, el medio familiar es el que censura más fuertemente todo lo que
tiene que ver con el orden del deseo y la sexualidad. Esto, si bien es percibido por
personas de ambos sexos, se da más fuertemente en las mujeres.

De esta forma, en las actuales generaciones de mayores, al menos en las


Montevideanas, la familia en su dimensión de institución juega un importante papel en
la construcción de subjetividad, produciendo emblemas identificatorios que,
involucrados en los procesos deseantes, hacen a la constitución de la identidad de los
sujetos (Aulagnier, 1994; Berriel, 2003). Sin embargo, existe claramente una diferencia
de género en estas inscripciones. En el caso de las mujeres, la institución familia
constituye parte importante de su identidad, a partir de los múltiples sentidos que
produce: los significados de la pareja, de la maternidad, de la sexualidad, entre otros,
construyendo y reproduciendo prácticas específicas en función de estos modelos
(Berriel, Paredes y Pérez, 2006). A su vez, en los actuales hombres viejos, si bien la
familia es muy importante, coexiste esto con la importancia dada al trabajo.

10
Respecto al lugar social del viejo, resulta muy interesante el análisis histórico que realiza Simone de
Beauvoir, sobre las actitudes e imágenes de las sociedades históricas respecto a los viejos, concluyendo
que “todas las civilizaciones conocidas se caracterizan por la oposición de una clase explotadora y clases
explotadas. La palabra vejez abarca dos especies de realidades profundamente diferentes según se
considere ésta o aquella” (1970: 255-256).
11
Se trató de una investigación sobre las transformaciones en la imagen corporal concomitantes a los
cambios somáticos de la vejez y su relación con las producciones subjetivas del proceso de
envejecimiento. Se utilizó un diseño que articuló metodologías cualitativas y cuantitativas durante dos
años. Partiendo de los materiales cualitativos (Historia de vida, grupos de discusión y talleres con técnicas
corporales) se construyó un formulario de datos, que incluyó tres escalas diseñadas específicamente para
esta investigación: Escala de Percepción de Expectativas Sociales, Escala de Autopercepción y Escala
de Autopercepción Corporal (EAPC). El instrumento resultante fue aplicado a una muestra representativa
estadísticamente de la población mayor de 65 años de Montevideo (n=619).

9
Anteriormente hemos señalado el desvalorizado lugar social que los mayores
ocupan en nuestras sociedades contemporáneas. También hemos planteado como el
imaginario social instituido se construye por prácticas discursivas y extra-discursivas.
Los resultados de la investigación antes señalada visibilizaron algunas de estas prácticas
de los adultos mayores montevideanos, en los cuales, si bien se identifican factores
positivos en cuanto a la salud, se constatan otros negativos que llevan a ubicar esta
población en una situación de vulnerabilidad: percepción de un medio social censurador
del deseo, mediatizado por la familia; dificultad para elaborar estrategias que afronten
cambios futuros; disminución de la red social; disponibilidad de mucho tiempo libre
junto a una escasa participación en actividades colectivas y fuera del hogar (Berriel y
Pérez, 2002).

Podemos pensar esta situación, en parte, como uno de los efectos del viejismo en
los sujetos, que son los que a su vez lo construyen. En la vejez, tradicionalmente se ha
tomado un rasgo o un aspecto de este proceso para desde allí asignar (asignarse)
determinados sentidos y significaciones a los sujetos. Este es uno de los principales
mecanismos de discriminación hacia los viejos que vemos en nuestra actual cultura
occidental, donde a partir de la imagen de los cuerpos viejos, se producen una serie de
sentidos negativos, en un medio donde impera una estética de lo joven “bello”12.

Sin embargo, como anteriormente decíamos, los procesos humanos y sociales no


son unívocos, sino que predominan los saltos, las rupturas. En el tema vejez, en un
reciente estudio que realizáramos junto a otros compañeros (Berriel, Paredes y Pérez,
200613) surgió como resultado que actualmente estamos asistiendo a un período de
transición y cambio en los modelos subjetivos del envejecimiento, donde coexiste una
concepción tradicional de la vejez, con la emergencia de un nuevo paradigma:
“Ya no estaríamos ante una percepción de la vejez simple, regida en forma
casi exclusiva por el modelo tradicional de envejecimiento y por una directa
y simple vinculación del envejecimiento con la pasividad, el declive y la
enfermedad. Este modelo tradicional no ha perdido aún probablemente su
condición de hegemónico, sin embargo coexiste con un nuevo paradigma
con contenidos casi inversos. Las percepciones que encontramos en los
sujetos toman elementos de ambos modelos, son producciones
contaminadas de ambos paradigmas” (Berriel, Paredes y Pérez, 2006: 50).

12
Aquí nos referimos a los hegemonismos y a las relaciones sociales de poder y dominación. No se trata
de oponer joven – viejo, sino de la estética hegemónica de control al servicio del consumo y la frivolidad,
que al día de hoy promueve determinado modelo de “joven – sano – adaptado – exitoso – individual”
vinculado al consumo de diversos productos. Esta estética produce a su vez su contrapartida o
contramodelo: al joven pobre o con rasgos corporales diferentes al modelo exitoso -indígenas, negros,
gordos, etc.- desde la cultura dominante se asignan significados y sentidos que asocian joven con
delincuencia, violencia o adicciones. En este “otro” modelo de joven, se produce un desplazamiento de
sentidos, que hacen que queden asociados a los aspectos negativos de la vejez. Para pensar este tema,
resulta interesante el ya clásico aporte realizado por Dorfman y Mattelart, 1972, así como el excelente
estudio de David Le Breton, 1995.
13
Este estudio es parte del proyecto “Reproducción biológica y social de la población uruguaya: una
aproximación desde la perspectiva de género y generaciones”, que es una iniciativa de varias instituciones
académicas gubernamentales y no gubernamentales, convocadas por el Fondo de Población de Naciones
Unidas en Uruguay. Un capítulo de este estudio refiere a los adultos mayores. En el mismo se realizó una
encuesta general sobre población en Uruguay. A partir de los datos de encuesta, cada componente
profundizó los mismos con metodologías cualitativas. En el caso de los adultos mayores, utilizamos una
estrategia metodológica que combinó dos técnicas: entrevistas en profundidad individuales y grupos de
discusión focalizada. La población objeto de estudio fueron hombres y mujeres de 65 a 75 años.

10
Ante estos cambios subjetivos, existe una clara diferencia de género: los varones
se presentan con menor plasticidad para los cambios, mientras que las mujeres se
sienten más exigidas por el paradigma emergente.

Si bien desde los prejuicios y desde las concepciones deficitarias hegemónicas


de la vejez, se habla de los viejos en general, en nuestros estudios el tema género, ha
demostrado constituir una dimensión fundamental que atraviesa toda construcción
subjetiva sobre el envejecimiento y sobre el sí mismo de la persona en relación a su
etapa vital. Estas subjetividades de género, se van conformando en prácticas,
configuraciones vinculares y relaciones sociales, vinculadas a los propios ideales que las
constituyen.

Como veíamos, en nuestra sociedad, la familia es una de las principales


instituciones que reproduce – produce estas prácticas e ideales. Las mismas van a
conformar, habilitando o prohibiendo, determinadas subjetividades y prácticas del
cuerpo, diferenciadas por sexo y edad. Este planteo surge a partir de los resultados de
una segunda investigación sobre este tema que realizamos junto a Fernando Berriel,
referida concretamente a la construcción de la imagen del cuerpo en el proceso de
envejecimiento (Berriel y Pérez, 200614).

Una de las conclusiones de dicho estudio, fue que la imagen del cuerpo no es un
proceso unívoco ni predeterminado biológica o psicológicamente, sino que es una
construcción compleja, constituida por un conjunto de mecanismos de producción de
sentidos que se da a lo largo de la vida, en un determinado tiempo social, histórico y
cultural (Berriel y Pérez, 2006: 77).

En esta investigación, contrariamente a lo que se sostiene la mayor parte de la


literatura psicológica sobre la vejez, la edad si bien demostró ser muy relevante en
conformación de la imagen del cuerpo, no es la única dimensión importante, pues
coexiste - y cobra gran parte de su valor - en un plano de mutua influencia e importancia
con otras variables tales como el género o los mensajes sociales de que cada grupo
etario estudiado es objeto15 (Ídem: 77 – 78).

14
Se trató de un estudio de tipo analítico que investigó algunas de las hipótesis surgidas de la anterior
investigación sobre imagen del cuerpo (Berriel y Pérez, 2002), pero ahora enfocado ya no en los viejos,
sino en el proceso de envejecimiento. De esta forma se estudiaron las transformaciones que la imagen del
cuerpo, como constructo psicosocial, presenta en adolescentes, jóvenes, adultos y adultos mayores de
Montevideo, en relación con la representación social de la familia, el trabajo y la salud. La muestra estuvo
constituida por 989 personas. Metodológicamente se aplicó un cuestionario y la Escala de
Autopercepción Corporal (EAPC) para estudiar la imagen del cuerpo, y entrevistas en profundidad
grupales con cada colectivo para analizar las representaciones sociales de las instituciones referidas.
15
A modo de ejemplo, en el grado de apertura o cierre del cuerpo a las experiencias de orden sensorial,
sensual y estético, se comportan de forma más similar los dos grupos de mujeres extremos de la muestra
(adolescentes y viejas), que los adolescentes mujeres y hombres o los viejos mujeres y hombres entre sí
(Berriel y Pérez, 2006)

11
Proyecto de vida e imaginario social en la construcción del sujeto. Una dimensión a
incluir en la clínica con el proceso de envejecimiento

Pues bien, hasta aquí algunos aspectos teóricos y prácticas de la vejez como
producción subjetiva. Veamos algunas connotaciones de esta perspectiva en el trabajo
clínico psicológico.

Joaquín Rodríguez ha señalado la existencia de dos tipos de clínicas. Uno de ellos


lo denomina clínica sedentaria,
“... heredera de la psiquiatría, la medicina y la psicología del “two bodies”.
Es aquella que diagnostica, evalúa, examina y categoriza a ultranza a los
pacientes, metiéndolos en los cuadros del DSM4. Los dispositivos sedentarios
manejan una noción de lo normal y lo patológico que en suma son condiciones
de cristalización que la propia sociedad construye a través de su imaginario
social” (2004:17)

Se trata de una clínica de certezas, que en su ilusión de objetividad, tabula a los


pacientes, los ubica en determinados lugares definidos a priori, promueve una repetición
de procedimientos y, desde aquí, construye su propia realidad.

En el campo del envejecimiento y la vejez, es extensa la bibliografía sobre este


tipo de clínica psicológica. Se trata de aquella que advierte de los riesgos o peligros que
implica el trabajo psicológico con viejos si no se toman determinados recaudos. De esta
forma, se habla de la necesidad de realizar únicamente psicoterapias breves o que no
impliquen gran movilización afectiva, trabajar sólo con adaptaciones funcionales, etc.16
Como decíamos al principio de este artículo, las mismas parten de una concepción de
individuo y de no cambio psíquico. De esta manera se le adjudican a los viejos
características psicológicas en función de su edad exclusivamente, como un hecho
universal e intrínseco.17

El otro tipo de clínica señalado por Joaquín Rodríguez (2004), es la clínica móvil,
que refiere a aquella que trabaja a partir de problemas y no de certezas, con dispositivos
que permitan la apertura de interrogantes, en un proceso de crítica y deconstrucción de
la realidad, del imaginario social instituido.18 En este tipo de clínica móvil, en el caso
del trabajo con viejos y viejas, la edad de las personas es un dato más, que cobra sentido
no por aspectos universales o esenciales, sino por las significaciones adjudicadas a esa
etapa vital por el sujeto y la relación de esto con su historia, con el potencial de sus
vínculos, de su deseo y de la construcción de su proyecto vital.

En el caso del trabajo psicoterapéutico con viejos, este tipo de clínica


necesariamente implica el manejo y conocimiento de varios aspectos de la clínica
sedentaria, pues exige conocer, por ejemplo, diferentes patologías que tienen una mayor
incidencia en la vejez y sus efectos19 para poder trascenderlas. Y allí está el aporte de

16
Un interesante panorama de los diversos tipos de propuestas psicoterapéuticas para mayores se pueden
consultar en Krassoievitch, 1993.
17
Un ejemplo de este tipo de lectura prejuiciosa de la vejez es el clásico libro de Zimberg y Kauffman,
titulado “Psicología normal de la vejez” (el resaltado es nuestro).
18
Del cual, la psicología hegemónica de tipo causal y organicista es un ejemplo de su reproducción y
prácticas.

12
este tipo de intervención, que no trabaja con los síntomas (aunque los incluye en su
análisis), sino con sujetos y con su sufrimiento.

Por lo tanto, para este tipo de abordaje, es necesaria la articulación de múltiples


referentes teóricos y técnicos, desplegando los mismos en función de las problemáticas
que surjan y no de un esquema mental a priori. Se trata de una clínica que toma
distancia de la noción de psiquismo individual, para concebirlo en una categoría
eminentemente psicosocial. Aquí ya no podemos hablar de un “adentro” o un “afuera”,
sino que existe una construcción subjetiva que deviene en la historia de vida de un
sujeto, la cual es fraguada en un determinado momento sociohistórico, produciendo
formas de significar y construir lo real. 20

Cuando aplicamos este enfoque al trabajo con adultos mayores vemos que,
contrariamente a lo que se plantea desde las concepciones prejuiciosas sobre el
envejecimiento, el trabajo psicológico con adultos mayores, como cualquier trabajo
clínico con adultos, nos remite a la dimensión de los deseos, anhelos, afectos,
identificaciones, regímenes de afectaciones, independiente de la edad.

Esto nos ha enfrentado ya tempranamente a la necesidad de incluir el tema del


proyecto de vida de la persona y su construcción a lo largo de la misma, como nutriente
necesario del psiquismo. Nos introducimos así en el tema de la forma de significarse a sí
mismo y al mundo, en como el sujeto produce sentidos en función de los lugares
asignados y asumidos social e históricamente. Al respecto, como planteábamos junto a
Berriel y Lladó hace ya unos años,
"las instituciones y los diversos discursos sociales son originales
invenciones de los hombres, y también sus condiciones de existencia; sin
embargo una vez creadas, aparecen para los hombres como dadas.
Similar proceso sufre la evolución del proyecto de vida: es creado por el
sujeto como clave de proyección y autonomía, fruto de las condiciones
sociales de posibilidad, producto de lo que P. Aulagnier denomina
`violencia secundaria', movimiento de sujetación, libertad y celda. El
proyecto también, si no surge la oportunidad de la ruptura, aparecerá
para el sujeto como dado. El desafío es en general igual en todas las
edades: al decir de C. Castoriadis, hacer posible `el devenir de una

19
A modo de ejemplo, en una consulta donde haya un déficit de memoria, es necesario poder discriminar
si el mismo se debe a un trastorno de memoria menor, a una depresión o al inicio de una demencia, pues
implicarán estrategias de intervención psicoterapéuticas diferentes. Al respecto véase Berriel y Pérez,
2007.
20
Las demencias tipo Alzheimer nos dan un ejemplo de ambas clínicas. Desde la clínica sedentaria, lo
que prima es un déficit neurofisiológico del Sistema Nervioso Central, el cual produce trastornos
cognitivos primero, y conductuales y psiquiátricos después, lo cual la constituye en una enfermedad
médica, donde la psicología solo puede aportar medidas de entorno o estimulación cognitiva en algunos
casos. Sin embargo, la clínica móvil nos introduce en una perspectiva psicológica, desde la cual este tipo
de demencias implican una falla en la elaboración de una serie de conflictos ubicados en el plano del
proyecto identificatorio. Significa una destrucción de la identidad y una pérdida del proyecto vital y de la
temporalidad. Mientras en la clínica sedentaria se trabaja con la enfermedad de Alzheimer, en la móvil se
trabaja con los sujetos, que les pasan varias cosas, entre ellas, tener una enfermedad de Alzheimer, por lo
que, en función de la singularidad del caso, se montarán diferentes dispositivos de intervención
psicoterapéutica (individual, de pareja, familiar, grupal, de red, de estimulación, etc.). Un desarrollo de
esto lo hemos presentado en Berriel y Pérez, 2007.

13
subjetividad reflexiva, capaz de deliberación y de voluntad'.” (Berriel,
Lladó y Pérez, 1995: 15)

Piera Aulagnier (1994) ha estudiado como el ser humano y el psiquismo se


construye en una continua situación de encuentro con los otros. Este encuentro, en sí
mismo pasa a ser constitutivo de la identidad del sujeto (Berriel, 2003), en tanto la
misma se monta a través de un complejo proceso de distinciones y semejanzas que
permiten al yo constituirse a lo largo de su historia, reconociéndose a sí como el mismo,
pero a la vez como cambiante y distinto. Este continuo movimiento clave para la
identidad, se da por medio de un proyecto identificatorio, que habilita la dimensión
temporal del sujeto (Aulagnier, 1994; Catullo, 1998 y 2004; Berriel, 2003; Zarebski,
2005).

El proyecto de vida está constituido por la distancia que media entre un yo actual
y un yo futuro, con la consiguiente paradoja que señala Aulagnier (1994) de búsqueda
de alcanzar ese yo futuro, pero a la vez manteniendo esa distancia, que es la que abre a
la dimensión del proyecto identificatorio y del deseo. Es en el proyecto identificatorio
donde se asentarán los modelos y emblemas identificatorios, quienes direccionarán el
deseo y el proyecto vital. Estos emblemas, que son cristalizaciones de sentido,
enunciados, imágenes, etc., son vehículos del imaginario social, pasando a ser un
componente importante en la construcción del sujeto y su identidad.

Para comprender al sujeto y poder intervenir psicoterapéuticamente con el


objetivo de producir cambios psicológicos, es necesario tratar de entender como se va
constituyendo, a lo largo de toda la vida, el proyecto vital del mismo. A tales efectos, el
concepto de imaginario social (Castoriadis, 1987) nos ha sido de gran utilidad, pues nos
remite a la producción social de sentidos, al conjunto de significaciones producidas y
sostenidas socialmente, que crean realidad y que hacen que una sociedad se reconozca y
reproduzca a sí misma en el tiempo. De esta forma, el imaginario produce un
determinado tipo de envejecer, asignándole un lugar y destino desde donde construir el
proyecto de vida. En ese aspecto, no escapamos de ser productos de nuestra época, lo
cual no implica que no podamos modificar la misma.

Es desde esta perspectiva que entendemos la fuerza que, en nuestro actual


mundo occidental, capitalista y hegemónico, tienen algunas instituciones tales como la
familia o el trabajo, tanto en la identidad de los sujetos, como en la reproducción social
de instituidos. En la investigación que hemos realizado con adolescentes, jóvenes,
adultos y viejos de Montevideo, la familia en tanto institución surge,
“... en un plano de trascendencia, como una categoría superior y pura que,
inscripta a modo de emblema identificatorio, a la vez que oficia como
estímulo importante para el accionar de los sujetos en la sociedad, permite
justificar gran parte de las diferentes estrategias de vida que se construyen
socialmente. Este ideal de familia, construido desde lo que se ha conocido
como familia burguesa, es, por su propia ubicación trascendente, distante de
las prácticas concretas que lo tienen como referente” (Berriel y Pérez,
2006).

Es cierto que en los últimos tiempos han cambiado mucho las prácticas de la
familia (aumento de hogares monoparentales, divorcios, trabajo de la mujer, etc.), pero
el núcleo duro de sentidos de la misma sigue intacto, lo que a su vez, invisibiliza la

14
diversidad en las configuraciones vinculares y las prácticas que la sustentan. Cuando lo
diferente es percibido, es considerado como una desviación y consiguientemente
sancionado. Tal es el caso de las expresiones de la sexualidad en los viejos o las
diferencias de género, entre otras.

Por su parte la institución trabajo aparece muy ligada a la representación de


familia, constituyéndose en una especie de “afuera”, donde sus significaciones son
construidas principalmente en el seno familiar (Berriel y Pérez, 2006; Berriel, Paredes y
Pérez, 2006).

En ambas instituciones, en su inscripción en la identidad a modo de emblema


identificatorio, es que radica su potencial disciplinador. En el caso de los viejos, se
entiende así porqué la percepción de lo social e institucional se encuentra mediado por
la familia, como señalamos anteriormente. O cómo el trabajo en los jóvenes y adultos
marcan una noción de “afuera”, a modo de pliegue con la familia.

Comprender cómo en estos intersticios, en estos interjuegos deseantes e


identificatorios se va construyendo el sujeto, nos ha dado una nueva perspectiva de la
clínica. Nos ha habilitado a construir una clínica que permita desplegar el proyecto de
vida, lo cual, a su vez, nos ha llevado a movernos de una Psicología de la Vejez a una
Psicología del Envejecimiento. Es esta perspectiva la que nos ha habilitado a
redimensionar viejas categorías de la Psicología Social del Río de la Plata (Pichón
Rivière, 1985), tanto en sus aspectos teóricos (familia, emergente, adaptación activa,
etc.), como técnicos, desde donde jerarquizamos las intervenciones en dispositivos
combinados (Scherzer, 1997).

Por tanto, estas perspectivas implican, como decíamos al principio, un aporte de


la Psicología Social y del Envejecimiento a la construcción de una Psicología Clínica y
del Desarrollo, a partir de:

- Una noción de sujeto y de subjetividad, construida colectivamente, en una


situación de encuentro con los otros. Categorías como deseo, inconciente,
afectos, no tendrán ningún valor operativo si no las vemos en una determinada
persona en situación continua de encuentro.

- Una tarea de continua reconstrucción y crítica de la realidad y de los instituidos


sociales imaginarios que producen realidad. Para ello es importante la inclusión
del concepto de imaginario social que instituye esa sociedad, produciendo
modelos y emblemas identificatorios que se asientan en el plano de la identidad
de los sujetos.

- Una noción de proyecto de vida, construido en un proyecto identificatorio que se


da a lo largo de toda la vida - independiente de si el sujeto tiene 20, 40, 80 o 110
años- donde se inscribirán determinados emblemas identificatorios que, junto a
las potencialidades de ese sujeto y su cuerpo, direccionarán el deseo.

- Una perspectiva clínica de la intervención, formulada a partir de desplegar


problemas y no de la aplicación de recetas a priori. Esto produce sentidos en
diferentes ámbitos:
o Comunitario o grupal

15
o Psicoterapéutico
o Nuevos ámbitos de intervención, como por ej., el campo de las
demencias.

- Implica en definitiva una tarea de deconstrucción y una crítica radical a


cualquier tipo de esencialismo o mecanicismo, sea este biológico, psicológico o
social. Una clínica del proyecto de vida consiste en definitiva, en aceptar, al
decir de Castoriadis (1997: 101), que “la vida contiene e implica la precariedad
del sentido en continuo suspenso, la precariedad de los objetos investidos, la
precariedad de las actividades investidas y del sentido de que las hemos dotado”.
El desafío es entonces, “para comprender el tema del proyecto en la vejez, la
aceptación de la precariedad de todos los proyectos en todas las edades”
(Berriel, Lladó y Pérez, 1995: 15).

Montevideo, febrero de 2008.-

Referencias Bibliográficas

AULAGNIER, P. (1994) Un intérprete en busca de sentido. México: Siglo XXI.

BELSKY, J. (1996) Psicología del envejecimiento. Barcelona: Masson

------------------- (2003) Imagen del cuerpo, modelos y emblemas identificatorios en los


adultos mayores. Tesis de Maestría. Facultad de Psicología de la Universidad
Nacional de Mar del Plata. Mat. Mim.

BERRIEL, F; PÉREZ, R. (2007) Alzheimer y Psicoterapia. Clínica e investigación.


Montevideo: Psicolibros Universitario.

-------------------------- (2006) Imagen del cuerpo y producción de sentidos. Estudio con


adolescentes, jóvenes, adultos y adultos mayores de la ciudad de Montevideo,
Uruguay. Revista Iberoamericana de Psicomotricidad y Técnicas Corporales. Nº
23. Vol. 6 (3) Agosto de 2006: 65 – 82.

-------------------------- (2004) Imagen del cuerpo en los adultos mayores: el caso de la


población montevideana. Revista Iberoamericana de Psicomotricidad y Técnicas
Corporales. Agosto de 2004; (15): 43 – 54

-------------------------- (2002). “Adultos Mayores Montevideanos: Imagen del cuerpo y


red social”. En: Universidad de la República. Facultad de Psicología Revista
Universitaria de Psicología. 2. 1.. Montevideo, agosto de 2002.

--------------------------. (1996): Cuerpo y sexualidad en la vejez. De temporalidad y


disciplinamiento. En: Universidad de la República. Facultad de Psicología (1998)
IV Jornadas de Psicología Universitaria. Montevideo: Tack, pp. 51 - 54.

BERRIEL, F.; PAREDES, M.; PÉREZ, R. (2006) “Sedimentos y transformaciones en la


construcción psicosocial de la vejez”. En: López, A. (coord..) Proyecto género y

16
generaciones. Reproducción social y biológica de la población uruguaya. Tomo
I, estudio cualitativo. Montevideo: Trilce, pp. 19 – 124. Disponible en URL en:
www.psico.edu.uy/servicio/spv.htm (citado el 10 de enero de 2008)

BERRIEL, F.; LLADÓ, M.; PÉREZ, R. (1995) “Por los viejos tiempos: Reflexiones
sobre la práctica psicológica en el campo de la vejez”. En: Universidad de la
República, Facultad de Psicología (1995). Segundas Jornadas de Psicología
Universitaria. Montevideo: Multiplicidades, pp. 12-16. Disponible en URL:
Revista de Psicogerontología Tiempo, Nº 1 (1998):
http://www.psiconet.com/tiempo/.

BLEGER, J. (1966) Psicohigiene y Psicología Institucional. Bs. As.: Paidós

CATULLO, D. (1998) Corpo, tempo e Envelhecimento. Sao Pablo: Casa do Psicólogo. I


Edición.

------------------ (2004) Demências. Clínica Psicanalítica. São Paulo: Casa do Psicólogo.

CASTORIADIS, C. ([1990] 1997). El mundo fragmentado. Montevideo: Nordan

------------------------ (1987) La institución imaginaria de la sociedad. Barcelona:


Tusquets.

CUMMINGS Y W. E. HENRY (1961) Growing old: the process of disengagement. En:


Basic Books. Nueva York: Inc. Pub

DE BEAUVOIR, S (1970) La Vejez. Bs. As.: Sudamericana

DELEUZE, G.; GUATTARI, F. (1985) El Anti - Edipo. Capitalismo y esquizofrenia.


Barcelona: Paidós

DORFMAN, A.; MATTELART, A. ([1972] 1985) Para leer al Pato Donald.


Comunicación de masa y colonialismo. 26 Edición. México: Siglo XXI.

FERNÁNDEZ - BALLESTEROS, R (1996) Psicología del Envejecimiento:


crecimiento y declive Lección inaugural del curso académico 1996-1997. Madrid:
Universidad Autónoma de Madrid.

GALLEGOS M. (2005) Algunas consideraciones epistemológicas sobre las teorías del


caos y la complejidad. En: Universidad de Bs. As. Memorias de XII Jornadas de
Investigación y Primer Encuentro de Investigadores en Psicología del
Mercosur: Avances, nuevos desarrollos e integración regional. Agosto de 2005;
3: 347 – 350.

KABANCHIK A (1999) Factores Psicológicos Asociados a la Aparición de las


Demencias Degenerativas Primarias. Tesis Doctoral. Universidad de Bs. As.
mat. mim.

17
KRASSOIEVITCH, M. (1993) Psicoterapia Geriátrica. México: F.C.E..

LE BRETON, D. (1995) Antropología del cuerpo y modernidad. Bs. As. : Nueva Visión

LEHR, U. (1988) Psicología de la Senectud. Proceso y aprendizaje de envejecimiento. ,


II Edición. Barcelona: Herder.

PÉREZ FERNÁNDEZ, R (Comp., 2007) Cuerpo y subjetividad en la sociedad


contemporánea. Montevideo: Psicolibros Universitario, pp. 64 – 75.

------------------. (2005) Modelo Multidimensional de las Demencias. Mapa de ruta de la


intervención. Revista de Psicogerontología Tiempo (revista electrónica)
noviembre de 2005 (citado el 13 de diciembre de 2005), (17): (11 pantallas).
Disponible en: http://www.psicomundo.com/tiempo/tiempo17/perez.htm.-

------------------ (2004) El campo de la Psicogerontología en Uruguay. Revista de


Psicogerontología Tiempo (revista electrónica) octubre de 2004 (citado el 13 de octubre
de 2004), (15): Disponible en URL: http://www.psicomundo.com/tiempo/tiempo15/

------------------ (1996) “Tiempos en el tiempo: Notas sobre el proceso de


envejecimiento, la temporalidad y el cuerpo”. En: Universidad de la República,
Facultad de Psicología (1996) Historia, Violencia y Subjetividad: III Jornadas de
Psicología Universitaria. Montevideo: Multiplicidades, pp.. 150-156. Disponible
en URL en: Revista electrónica de Psicogerontología Tiempo, Nº 2, año 1999.
(citado en enero de 2008) http://www.psiconet.com/tiempo/.

PICHÓN RIVIÈRE, E. (1985) El proceso grupal. Del Psicoanálisis a la Psicología


Social. Bs. As.: Nueva Visión.

PRIGOGINE, I. (1995) ¿Qué es lo que no sabemos? Conferencia pronunciada en el


Forum filosófico de la UNESCO. A parte rei. Revista de Filosofía (10)
Traducción de María R. Cascón. Disponible en URL:
http://serbal.pntic.mec.es/AparteRei/ (Citada el 17 de agosto de 2007) [4 páginas]

RODRÍGUEZ NEBOT, J. (2004) Cínica móvil: el socioanálisis y la red. Montevideo:


Psicolibros.

SALVAREZZA, L. (1988) Psicogeriatría. Teoría y Clínica. Bs. As.: Paidós.

SCHERZER, A. (1997). ¿Quién cura a quién? Múltiples abordajes psicoterapéuticos.


Montevideo. CEUP – Multiplicidades

UNIVERSIDAD DE LA REPÚBLICA, FACULTAD DE PSICOLOGÍA [UDELAR]


(2007) Envejecimiento, Memoria colectiva y construcción de Futuro. Memorias
del II Congreso Iberoamericano de Psicogerontología y I Congreso Uruguayo de
Psicogerontología. Montevideo: Psicolibros Universitario

ZAREBSKI, G. (2005) El curso de la vida: diseño para armar. Trabajo psíquico


anticipado acerca de la propia vejez. I Edición. Bs. As.: Universidad
Maimónides.

18
ZIMBERG, N.; KAUFFMAN, I. (1976) Psicología normal de la vejez. Ed. Paidós; Bs.
As. 1976

19

También podría gustarte