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Reflexiones sobre las causas de la corrupción y los medios para enfrentarla

La corrupción, tradicionalmente entendida como el abuso de un poder delegado en detrimento del


interés colectivo, toma muchas formas y se manifiesta en distintos ámbitos de la vida pública,
afectando de manera directa a los ciudadanos en todas las regiones de nuestro país.
El propósito del presente documento es plantear algunas reflexiones sobre las causas que hacen
posible que la corrupción persista en Colombia, así como proponer medios para enfrentarla. Para
esto, se analiza la corrupción desde miradas tanto a los arreglos institucionales que afectan el
ámbito público y el ejercicio de la política, como a comportamientos sociales y prácticas
empresariales que favorecen entornos y prácticas de corrupción más allá de lo estatal.
1. Un problema conocido pero cada vez más difícil de enfrentar

En las últimas décadas el país ha atravesado momentos muy graves en los cuales los hechos de
corrupción han sido protagonistas desafortunados. Tal ha sido el caso del proceso 8.000 a
mediados de los noventa o la parapolítica a inicios del presente siglo, junto con una larga lista de
escándalos de corrupción que han afectado gravemente sectores la salud, la educación, el sistema
pensional y de seguridad social, la defensa y seguridad nacional, el sistema financiero, entre
muchos otros. Desde hace muchos años la criminalidad vinculada al narcotráfico y el contrabando
han permitido que en distintos lugares del país persistan entornos favorables a economías
criminales que encuentran en la corrupción un vehículo de operación muy rentable. Más
recientemente, podría decirse que el 2017 fue un año de hitos dramáticos de escándalos de
corrupción: desde la grave afectación que generó la corrupción a instancias judiciales
precisamente responsables de investigarla y sancionarla, hasta la intensificación del abuso de los
recursos destinados a la alimentación escolar en distintos lugares del país.
Sin duda la corrupción no es un problema nuevo, sin embargo los actos de corrupción que
evidenciamos hoy son mucho más complejos que antes pues involucran una amplia variedad de
actores, se realizan de manera ágil mediante técnicas difíciles de prevenir y rastrear, y generan
impactos mucho más amplios sobre la sociedad, la democracia, los derechos humanos y la
economía. Transparencia Internacional ha denominado estas situaciones como “gran corrupción”,
entendidas como el abuso del poder de alto nivel que beneficia a unos pocos a costa de muchos,
causa daños muy serios y extendidos sobre la toda la sociedad y los individuos, y que usualmente
queda en la impunidad[1]. La gran corrupción es un crimen que viola derechos humanos y por lo
tanto merece un castigo de las mismas proporciones del daño que genera. Varios de los casos de
corrupción que ha conocido el país entran dentro de esta descripción [2]: afectaciones al programa de
alimentación escolar, el cartel de la hemofilia, el desvío de recursos del sistema de salud,  la
alteración ilegal de registros de tierras, el saqueo de recursos para sistemas de acueducto y
saneamiento básico, la manipulación de procesos judiciales contra parapolíticos.
Estas situaciones persisten a pesar que nuestro país cuenta hoy con mejores condiciones para
enfrentarla: un mayor debate sobre los abusos de poder y sus responsables; unos medios de
comunicación activos en su investigación y denuncia; una mayor demanda ciudadana a las
autoridades para obtener mayores resultados en la investigación y sanción; nuevas normas e
instituciones de lucha contra la corrupción que, sin ser aun perfectas, generan nuevas reglas del
juego para la prevención y la sanción de actos de corrupción y que incluye, por ejemplo, un marco
normativo más favorable al derecho de acceso a la información pública, procesos judiciales que
favorecen la delación de crímenes contra la administración pública, órganos de control con mayor
voluntad política para atacarla, la penalización de delitos sobre financiamiento de campañas, entre
otros aspectos. ¿Qué sigue funcionando mal? Desde una lectura más amplia, para Transparencia por
Colombia la mayor preocupación radica en que el país aún requiere cambios de fondo.

2. Los “des-arreglos” institucionales que han favorecido la gran corrupción

En primer lugar, en nuestro país persiste una forma de hacer política caracterizada por la
intromisión indebida entre poderes públicos -ejecutivo, legislativo y judicial- y la gestión de
intereses de manera opaca entre ellos mismos. El quiebre en la separación de poderes que
arrastramos desde mediados de la década pasada ha debilitado seriamente su independencia y la
rendición de cuentas horizontal que deberían ejercer entre ellos. Es decir, el control que debería
ejercerse entre unos y otros ha sido reemplazado por un sistema transaccional en el cual las
diferencias entre el ejecutivo y el legislativo se resuelven con la asignación opaca de recursos y
cargos públicos, y los mecanismos de control para la designación de altos magistrados del poder
judicial se convirtieron en oportunidades para tramitar favores e intereses desde el ejecutivo y el
legislativo hacia el sistema de justicia. A esto se suma la designación en muchos casos politizada de
las cabezas de los órganos de control, tanto a nivel nacional como territorial, así como los
persistentes riesgos de corrupción que enfrentan estos organismos.

En segundo lugar, es necesario cuestionar la forma como se accede al poder político en el país. Un
aspecto fundamental tiene que ver con la manera como el financiamiento de campañas y partidos
políticos se ha convertido en “una fuente de corrupción, un factor de inequidad y restricción del
derecho a ser elegido, e incluso un limitante para el ejercicio de la política”. Además de contar con
un marco normativo disperso en materia de rendición de cuentas del financiamiento de las
campañas, persisten problemas asociados a la debilidad en la aplicación de estas normas, la poca
supervisión a las donaciones privadas, el riesgo de sub registro respecto al origen, monto y
destinación de los recursos de campañas, la incidencia de recursos ilegales en las contiendas
electorales, lo cual abre oportunidades para que el Estado pueda ser capturado por intereses ilegales
a través del financiamiento de campañas electorales

En tercer lugar, los riesgos de corrupción en el acceso al poder se convierten en altos riesgos de
corrupción en la contratación pública. Los procesos de contratación pública que involucran sumas
amplias de recursos públicos siguen siendo atractivos para la gran corrupción, como lo ilustra el
caso de la empresa brasilera Odebrecht. Es decir, la solución normativa y regulatoria se queda corta
cuando se idean y ponen en marcha esquemas deliberados de corrupción que cuentan con todas las
capacidades jurídicas y financieras para aparentar el cumplimiento de la norma, pero al final logran
desviar las decisiones públicas a su favor, con la ayuda de operadores políticos y empresariales.

¿Cómo quebrar el circulo vicioso de la gran corrupción que nos afecta?

Desde Transparencia por Colombia consideramos fundamental lograr tres cambios para modificar
la tendencia de corrupción creciente en nuestro país. En primer lugar, es necesario que la lucha
contra la corrupción logre un vínculo más directo y efectivo con la ciudadanía de manera mucho
más amplia. La actual ola de indignación ciudadana frente a la corrupción puede ser una
oportunidad para generar este quiebre. No solo es necesario reconocer que la corrupción es un
problema de todos, que es necesario revisar nuestro comportamiento individual además de
cuestionar a los demás, también se requiere pasar de la indignación a la acción. Nuevamente,
todos los ciudadanos contamos ya con herramientas a nuestra disposición: el voto, el control
social a la gestión de lo público, la denuncia, y el rechazo a cualquier forma de corrupción. Las
dos primeras contribuyen enormemente a prevenir y atacar la corrupción enquistada en la
institucionalidad pública, mientras que las otras dos pueden ser aplicada en cualquier rol que
desempeñemos en nuestros ámbitos sociales, económicos y laborales. De la mano a lo anterior,
debemos proteger a nuestras instituciones democráticas pues ellas son la base de la garantía del
bienestar social y económico, del respeto de los derechos humanos, y del desarrollo sostenible. Esa
protección se traduce en la defensa de lo público que implica cuestionar a las personas, pero, ante
todo, fortalecer las instituciones.

En segundo lugar, debemos atacar de manera directa la impunidad que perpetúa a la gran
corrupción. Para esto, es necesario resolver prioritariamente los vacíos de transparencia y ética
en el acceso al poder, especialmente en el financiamiento de campañas políticas. Igualmente
importante es recuperar la confianza en el sistema judicial y los órganos de control que se han
visto más afectados por escándalos internos de corrupción. Con bajas opciones de acceso al poder
por parte de actores corruptos y con altas garantías de sanción, la corrupción puede ser
fuertemente desincentivada. Estas acciones deben acompañarse de dos grandes decisiones que
debemos tomar como sociedad: lograr un gran pacto por blindar el empleo público de la
vulnerabilidad de los intereses, y controlar de manera efectiva el uso de recursos públicos
mediante sistemas de control fiscal, disciplinario y penal eficientes y despolitizados. Todas estas
medidas requieren de ajustes normativos innegablemente, pero también es posible avanzar con
herramientas ya existentes y la voluntad política de quienes empiezan a enfrentar la corrupción de
manera más contundente.

Y en tercer lugar, es necesario articular de manera más efectiva y amplia todos los sectores
sociales corresponsables en esta lucha. Pocos efectos sostenidos se lograrán sin la participación y
el cambio efectivo en el sector empresarial, en los medios de comunicación y en la academia, aun
más en el inicio de una fase histórica de nuestro país de construcción de paz. En estos tres actores
debemos encontrar, respectivamente, un mayor rechazo a las prácticas de corrupción en la forma
de hacer negocios, un uso más directo y responsable de la libertad de prensa y de expresión para
continuar controlando el abuso del poder, y unos procesos de formación que contribuyan a la
reconstrucción de una ética de lo público.

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