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Cap 1: lo cercano y el afuera.

El autor comienza describiendo a la antropología como una ciencia del aquí y el ahora, donde
el etnólogo describe y observa lo que oye en ese momento siendo un testigo directo de una
actualidad presente. Sin embargo, lo que se interroga Auge es si al aplicar un estudio
antropológico en Europa conducirá a una investigación refinada, compleja. (es decir estudiar
el propio territorio y no el afuera). En este aspecto, introduce la cuestión de cómo contemplar
lo contemporáneo, lo actual, en un presente que estamos viviendo.
La etnología como tal, entonces, se basa en un método, en un contacto con los interlocutores,
y en una representatividad del grupo a investigar, qué se trata de lo que dicen aquellos con
quienes el etnólogo conversa y lo que éste, a su vez, observa. Lo que Augé plantea en este
punto es que la cuestión del método a emplear no debe confundirse con el objeto de estudio,
dando como ejemplo que al final de la investigación, pueden hacerse ciertas afirmaciones
sobre la vida social del grupo que pueden llevar a investigar nuevos objetos descubiertos.
La investigación antropológica, entonces, trata la cuestión del otro y del presente, lo que la
distingue de otras ciencias sociales. Cualquiera que sea el nivel al que se aplique este método,
siempre tiene por objeto interpretar la interpretación que otros hacen de la categoría del otro
en los diferentes niveles en que sitúan su lugar: la etnia, la tribu, aldea o linaje. Sin embargo,
en lo contemporáneo dice Augé, se presenta la cuestión del tiempo a partir de un hecho
fundamental: la historia se acelera.
¿qué quiere decir con esto? Básicamente que la historia nos pisa los talones. Y esto presenta
un problema porque la “aceleración” de la historia corresponde a una multiplicación de
acontecimientos, a una superabundancia de información que nos imposibilita de alguna forma
darle sentido a nuestro mundo, sentido a nuestro presente. Esta superabundancia corresponde
al concepto que denomina sobremodernidad y que se caracteriza por el exceso.
Desde el punto de vista de la sobremodernidad, entonces, la dificultad de pensar el tiempo se
debe al exceso mismo de acontecimientos y no al derrumbe de la idea del progreso
(posmodernidad). El tema de la historia inminente y nuestra exigencia de comprender todo el
presente da como resultado esta dificultad de dar un sentido al pasado reciente, y ello puede
explicar los desengaños que poseemos sobre las corrientes como el socialismo, el liberalismo
o el poscomunismo.
Y no solo el tiempo es una característica de esta sobremodernidad, sino también el espacio.
El mundo se nos abre, los cambios en escala que produjeron la conquista espacial, los medios
de transporte, las pantallas, generaron un engaño espacial cuyo manipulador es muy difícil de
identificar. Se generan universos ficticios (como el estereotipo de familia que se da en la tele,
esta idea de mezclar información con publicidad o con ficción) donde sin embargo se da
cierto reconocimiento, ficticio pero efectivo. Esta multiplicación de las referencias
imaginadas e imaginarias conduce a modificaciones físicas: concentraciones urbanas,
traslados de poblaciones y multiplicación de los no lugares.
Los no lugares son tanto las instalaciones necesarias para la circulación de personas y bienes
como los medios de transporte mismos o los grandes centros comerciales. La
supermodernidad no tiene las medidas exactas de aquel mundo en el cual creemos vivir,
porque no hemos aprendido a mirarlo todavía. Augé dice que debemos aprender a pensar el
nuevo espacio.
Por último plantea una tercera figura de exceso en esta sobremodernidad y es la figura del
ego, del individuo. Se les plantea a los antropólogos la cuestión de saber cómo integrar en su
análisis la subjetividad de aquellos que observan, es decir, como redefinir las condiciones de
la representatividad. Es en este sentido que debe prestarse atención a cómo los cambios
anteriormente mencionados afectaron las categorías en las cuales los hombres piensan su
identidad y sus relaciones recíprocas.

Cap 3: de los lugares a los no lugares

Aquí Auge comienza a definir a los no lugares. Considera que si un lugar es aquel que posee
una identidad, ya sea relacional o histórica, aquel espacio que no la posee será un no lugar.
Postula la idea de que la propia sobremodernidad es productora de no lugares, de estos
espacios que no son en sí lugares antropológicos. Además, comparando ambos considera que
son polaridades más bien falsas. El lugar nunca queda borrado y el no lugar no se cumple
nunca totalmente: son palimpsestos (manuscrito en el que se ha borrado, mediante raspado u
otro procedimiento, el texto primitivo para volver a escribir un nuevo texto) donde se
reinscribe sin cesar el juego de la identidad y la relación.
Pero ¿qué es un lugar para Augé? Un lugar no es un espacio. El término espacio abarca un
acontecimiento, una historia, y se aplica indiferentemente a varias cosas: a una distancia, a
una dimensión temporal. El autor dice que el espacio es la práctica del lugar que se
manifiesta, por ejemplo, en el viajero que visita paisajes y los aprecia a su manera. Pero
también un espacio puede ser aquel donde el individuo se siente como un espectador sin que
lo que ve le importe realmente.
El papel que juega la sobremodernidad aquí es la de creadora de no lugares, y con ello la
imposición a las conciencias individuales de experiencias muy nuevas de soledad. Los no
lugares entonces se interpretan en dos realidades: los espacios constituidos en relación a
ciertos fines (transporte, comercio) y las relaciones que los individuos mantienen con esos
espacios. Es más, dice el autor que la mediación que establece el individuo con los no lugares
pasa por las palabras y textos, porque ciertos no lugares no existen sino por las palabras que
los evocan: en modo prescriptivo (“tomar el carril de la derecha”), prohibitivo (“prohibido
fumar”) o informativo (“usted entra en el viñedo”).
Así son puestas en su lugar las condiciones de circulación en los espacios donde se considera
que los individuos no interactúan sino con los textos sin otros enunciadores que las
instituciones (cuya presencia se adivina) detrás de los mandatos, consejos, comentarios
transmitidos por los soportes que forman parte del paisaje contemporáneo. Solo, pero
semejante a los otros, el usuario del no lugar está con ellos en una relación contractual. La
existencia de este contrato se le recuerda en cada caso (en el boleto que compró, en la tarjeta
que deberá presentar).
En cierto modo, dice el autor, el usuario del no lugar está obligado a probar su inocencia. El
control de su identidad coloca el espacio del consumo bajo el signo del no lugar. Y esta
inocencia libera a quien lo penetra de sus determinaciones habituales: esa persona solo es lo
que hace como pasajero, cliente, conductor. Saborea por un tiempo la desidentificación y el
placer de solo desempeñar un rol.
En definitiva, se encuentra confrontado con una imagen de sí mismo, pero bastante extraña.
En el diálogo silencioso que mantiene con el paisaje/texto que se dirige a él como a los
demás, evoca un rostro y una voz de una soledad, tanto más desconcertante en la medida en
que evoca a millones de otros. El espacio del no lugar, entonces, no genera ni identidad ni
relación, sino soledad y similitud.
Además, los no lugares sólo se recorren y por eso se miden en unidades de tiempo. Los
itinerarios no se realizan sin horarios, sin tableros de llegada o de partida. Se viven en el
presente, en el presente del recorrido, es como si el espacio estuviese atrapado por el tiempo,
como si no hubiera otra historia más que las noticias del día o de la víspera.
De todo esto resultan dos cuestiones: estos espacios tienden a hacer sistema, esbozan un
mundo de consumo que todo individuo puede hacer suyo porque allí es interpelado. La otra
cuestión es la paradoja del reconocimiento: el extranjero perdido en un país que no conoce
solo se encuentra en el anonimato de las estaciones de servicio, de los grandes supermercados
o de las cadenas de hoteles. El escudo de una marca de nafta constituye para él un punto de
referencia tranquilizador.

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