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BERMAN
Se hace necesario aclarar la distinción entre Modernidad y Modernismo. Esta primera, es
considerada como un tiempo de crisis histórica, que coincide con el auge histórico del capitalismo
y a su vez con el desencanto y secularización del mundo.
La modernización afecta lo social, lo cultural y lo personal. Su especificidad en la esfera cultural
(saberes, creencias y valores) está signada de manera distinta para el mundo occidental europeo y
para el mundo latinoamericano. En el primero, la Ilustración fue el hito principal del proceso de
formación cultural con que se identifica la modernización occidental, este proceso se desarrolló
entre fines del siglo XVI y fines del XX. A diferencia de la Modernidad, el Modernismo alude a un
período artístico de unos quince años, iniciado en Europa hacia 1890 y terminado en los primeros
años del siglo XX.
Establecida esta distinción inicial, entraremos más en profundidad en cada uno de estos
conceptos. Berman, considera a la modernidad como un conjunto de experiencias vitales, en el
que están involucrados la aventura y el poder, el crecimiento y la transformación. Pero siempre
bajo la amenaza de que todo se puede destruir, dado su carácter de disgregación y renovación.
Experiencia del tiempo y el espacio, de uno mismo y de los demás, de las posibilidades y los
peligros de la vida, experiencia que no propone fronteras y por lo tanto traspasa etnias, clases,
nacionalidad, religión e ideologías.
Este autor plantea que la Modernidad se inicio a fines de la Edad Media, momento en el que la
cultura occidental fue partícipe de grandes cambios que modificaron radicalmente la visión del
mundo para el hombre de aquel entonces. De aquí la aparición de un nuevo sujeto, portador de
un pensamiento autónomo y excepcional montado sobre el pilar de su individualidad, fue el sujeto
que surgía en una época donde se daba el descubrimiento de América, los avances en astronomía,
que permitieron la aparición de figuras independientes que incursionaron por sí mismas en la
realidad y en los distintos saberes que motivaban su interés. En el siglo XVIII con la Ilustración,
brotaría este pensamiento centrado en el ser humano y sus capacidades racionales de entender
todo lo que lo rodea. Sin embargo, el inicio de la manera “moderna” de pensar y ver el mundo,
tendrían el germen de la época moderna en el siglo XVI.
“A la espera de un asidero en algo tan vasto como la historia de la modernidad”, citando a
Berman, éste divide la historia de la Modernidad en tres fases:
Una primera fase que abarca los siglos XVI-XVII, momento en el cual aún no había conciencia de la
vida moderna ni de estar frente a un proceso colectivo de cambio.
Una segunda fase iniciada con la serie de revoluciones de la década de 1790 -la Revolución
Francesa trajo un público que ya podía ser considerado “moderno”, afectado por una época de
cambios abruptos en la vida social, política y personal-: en esta etapa, afirma Berman, aún se
recordaba la etapa no moderna anterior y los individuos se sentían viviendo dos mundos al mismo
tiempo.
La tercera fase y última es el siglo XX, en que se expande el proceso de modernización abarcando
todo el mundo, triunfando lo que Berman llama "la cultura mundial del modernismo".
El concepto de modernidad de Marshall Berman, señala que ésta es una experiencia vital que une
en desunión a toda la humanidad, que actúa a la manera de un remolino de promesas y amenazas
simultáneas. Esta experiencia vital en perpetuo cambio que es la modernidad se funda en una
serie de elementos o procesos que conforman lo que Berman llama la modernización:
Situado dentro del marco del mercado capitalista mundial, en continuo desarrollo y mutación, se
conforma por los grandes descubrimientos científicos que cambiaron la imagen del universo, del
hombre y del mundo, la industrialización de la producción, que transformó el conocimiento
científico en tecnología y aceleró el ritmo de vida, creando nuevos mecanismos de funcionamiento
social. Además, abarca el crecimiento urbano desmesurado, sumado a los movimientos sociales
masivos que buscaban ser escuchados. También dentro de esta “experiencia vital”, se encuentra la
interrelación entre distintas sociedades por los macro sistemas de comunicación, el
fortalecimiento de los estados nacionales basado en un aparato burocrático y la aspiración a
expandirse.
Para Berman, la expansión de la modernización, provocó una manera de pensar de tipo
modernista. Esto significa, una manera de pensar situada en lo efímero y pasajero de un sistema
de valores sujeto a continuos cambios.
De este modo, el modernismo para Berman será una determinada cosmovisión situada dentro del
marco de la modernización, según la cual se tiene la sensación de que nada permanece. Por este
motivo Berman considera que la crisis del siglo XIX es la tercera fase y ultima de la modernidad:
aquí se funden los procesos externos con los que ocurrían en el interior de los individuos,
ajustando la modernización con la conciencia modernista y dando forma a un fenómeno ya no sólo
económico o social sino cultural. Este nuevo estadio que nace en el siglo XIX, que continuaría en el
siglo XX y en adelante hasta hoy, es aquel donde se lograr la toma de conciencia que no se había
en las fases anteriores.
En general, se señala como eje en torno al cual detona la modernidad al siglo XVIII y la Ilustración –
momento en que se produce una eclosión del antropocentrismo y de la fe en el saber humano y su
capacidad de progresar hacia estadios más perfectos y felices.
SOBREMODERNIDAD – LUGARES Y NO LUGARES – MARC AUGÉ
Apenas tenemos tiempo de envejecer un poco que ya nuestro pasado se vuelve historia, que
nuestra historia individual pasa a pertenecer a la historia. Las personas de mi edad conocieron en
su infancia y en su adolescencia la especie de nostalgia silenciosa de los antiguos combatientes del
14-18, que parecía decirnos que ellos eran los que habían vivido la historia, y que nosotros no
comprenderíamos nunca verdaderamente lo que eso quería decir. La historia nos pisa los talones.
Nos sigue como nuestra sombra, como la muerte. La historia, es decir, una serie de
acontecimientos reconocidos como acontecimientos por muchos (Los Beatles, el 68, la guerra de
Argelia, Vietnam, el 81, la caída del muro de Berlín, entre otros), acontecimientos que sabemos
que tendrán importancia para los historiadores de mañana.
El acontecimiento siempre fue un problema para los historiadores que entendían ahogarlo en el
gran movimiento de la historia y lo concebían como un puro pleonasmo entre un antes y un
después concebido él mismo como el desarrollo de ese antes.
La “aceleración” de la historia corresponde de hecho a una multiplicación de acontecimientos
generalmente no previstos por los economistas, los historiadores ni los sociólogos. Es la
superabundancia de acontecimientos lo que resulta un problema, y no tanto los horrores del Siglo
XX, ni la mutación de los esquemas intelectuales o los trastornos políticos, de los cuales la historia
nos ofrece muchos otros ejemplos. Esta superabundancia, que no puede ser plenamente
apreciada más que teniendo en cuenta por una parte la superabundancia de la información de la
que disponemos y por otra las interdependencias inéditas de lo que algunos llaman hoy el
“sistema planetario”, plantea un problema a los historiadores, especialmente a los de la
contemporaneidad, denominación que a causa de la frecuencia de acontecimientos de los últimos
decenios corre el riesgo de perder toda significación.
Esta necesidad de dar un sentido al presente, si no al pasado, es el rescate de la superabundancia
de acontecimientos que corresponde a una situación que podríamos llamar de
“sobremodernidad” para dar cuenta de su modalidad esencial: el exceso. Es con una figura del
exceso – el exceso del tiempo- con lo que definiremos primero la situación de sobremodernidad.
De ésta se podría decir que es el anverso de una pieza de la cual la posmodernidad sólo nos
presenta el reverso: el positivo de un negativo. Desde el punto de vista de la sobremodernidad, la
dificultad de pensar el tiempo se debe a la superabundancia de acontecimientos del mundo
contemporáneo, no al derrumbe de una idea de progreso desde hace largo tiempo deteriorada,
por lo menos bajo las formas caricaturescas que hacen particularmente fácil su denuncia.
La segunda transformación acelerada propia del mundo contemporáneo, y la segunda figura del
exceso característica de la sobremodernidad, corresponde al espacio. Del exceso de espacio
podríamos decir en primer lugar que es correlativo del achicamiento del planeta: de este
distanciamiento de nosotros mismos al que corresponden la actuación de los cosmonautas y la
ronda de nuestros satélites. Estamos en la era de los cambios en escala, en lo que se refiere a la
conquista espacial, sin duda, pero también sobre la Tierra: los veloces medios de transporte llegan
en unas horas de cualquier capital del mundo a cualquier otra. En la intimidad de nuestras
viviendas, por último, imágenes de todas clases, recogidas por los satélites y captadas por las
antenas erigidas sobre los techos del más recóndito de los pueblos, pueden darnos una visión
instantánea y a veces simultánea de un acontecimiento que está produciéndose en el otro
extremo del planeta. Esta superabundancia espacial funciona como un engaño, pero un engaño
cuyo manipulador sería muy difícil de identificar (no hay nadie detrás del espejismo).
Así como la inteligencia del tiempo –creímos- se complica más por la superabundancia de
acontecimientos del presente de lo que resulta socavada por una subversión radical de los modos
prevalecientes de la interpretación histórica, del mismo modo, la inteligencia del espacio la
subvierten menos los trastornos en curso (pues existen todavía terruños y territorios, en la
realidad de los hechos de terreno y, más aún, en la de las conciencias y la imaginación, individuales
y colectivas) de lo que la complica la superabundancia espacial del presente. Esta concepción del
espacio se expresa en los cambios en escala, en la multiplicación de las referencias imaginadas e
imaginarias y en la espectacular aceleración de los medios de transporte y conduce
concretamente a modificaciones físicas considerables: concentraciones urbanas, traslados de
poblaciones y multiplicación de lo que llamaríamos los“no lugares”, por oposición al concepto
sociológico de lugar. Los no lugares son tanto las instalaciones necesarias para la circulación
acelerada de personas y bienes (vías rápidas, empalmes de rutas, aeropuertos) como los medios
de transporte mismos o los grandes centros comerciales, o también los campos de tránsito
prolongado donde se estacionan los refugiados del planeta. Pues vivimos en una época paradójica:
en el momento mismo en que la unidad del espacio terrestre se vuelve pensable y en el que se
refuerzan las grandes redes multinacionales, se amplifica el clamor de los particularismos: de
aquellos que quieren quedarse solos en su casa o de aquellos que quieren volver a tener patria.
El mundo de la supermodernidad no tiene las medidas exactas de aquel en el cual creemos vivir,
pues vivimos en un mundo que no hemos aprendido a mirar todavía. Tenemos que aprender de
nuevo a pensar el espacio.
La tercera figura del exceso con la que se podría definir la situación de sobremodernidad es la del
“ego”. En las sociedades occidentales, el individuo se cree un mundo. Cree interpretar para y por sí
mismo las informaciones que se le entregan. Los sociólogos de la religión pusieron de manifiesto el
carácter singular de la práctica católica misma: los practicantes entienden practicar a su modo.
Asimismo, la cuestión de la relación entre los sexos quizá no pueda ser superada sino en nombre
del valor individual indiferenciado. Esta individualización de los procedimientos no es tan
sorprendente. Nunca las historias individuales han tenido que ver tan explícitamente con la
historia colectiva, pero nunca tampoco los puntos de referencia de la identidad colectiva han sido
tan fluctuantes. La producción individual de sentido es, por lo tanto, más necesaria que nunca.
BAUDRILLIARD – EL ORDEN DE LOS SIMULACROS.
Cuatro órdenes de simulacros, paralelamente a las mutaciones de la ley del valor, se han sucedido
desde el Renacimiento:
La falsificación: esquema dominante de la época clásica, del Renacimiento a la revolución
industrial.
La producción: esquema dominante de la era industrial.
La simulación: esquema dominante de la fase moderna regida por el código.
Hedonismo conectado: esquema dominante del posmodernismo.
La falsificación es el esquema dominante de la época “clásica”, o sea, desde el Renacimiento hasta
la revolución industrial. “Es pues en el Renacimiento cuando lo falso nace con lo natural”, con
la imitaciónde la naturaleza. El simulacro de primer orden, de la era de la falsificación, del doble,
del espejo, del juego de máscaras y de apariencias, no suprime jamás la diferencia; supone la
porfía siempre sensible del simulacro y lo real. Ese tipo de simulacro como la “copia”
renacentista garantizaba la verdad de original (“verdad sobre verdad”).
La producción es el esquema dominante de la era industrial donde el orden de la falsificación ha
sido tomado por el de la producción serial, liberado de cualquier analogía con lo real (el simulacro
de segundo orden). Se acabó el teatro barroco, comienza la mecánica humana. En la “serie” de la
industrialización los objetos producidos en masa no se referían a un original o un referente sino
que generaban sentido el uno en relación con el otro, según la referencia a una lógicade
mercancía, por eso mismo desafiando el orden natural de la representación y del sentido.
La simulación es el esquema dominante de la fase actual. Aquí estamos en los simulacros de tercer
orden, ya no hay falsificación de original como en el primer orden, pero tampoco se encuentra la
serie pura como en el segundo: sólo la ampliación al modelo da sentido, y nada procede ya según
su fin, sino del “significante de referencia” que es la única verosimilitud. En este nivel de la
simulación la reproducción indefinida de los modelospone fin al mito de origen y a todos
los valores referenciales, se acaba la representación: no más real ni referencia a que contratarlo; el
simulacro “ya no es del orden de lo real, sino de lo hiperreal”.
Es cierto que esa tendencia fue inaugurada por el realismo; el último, sin embargo, nunca
redoblaba lo que dijo con un efecto de realidad; la representación clásica basada en “las viejas
ilusiones de perspectiva y de profundidad (espaciales y psicológicas)” no es equivalencia, es
transcripción, interpretación y comentario. En este sentido, “lo hiperreal representa una fase
mucho más avanzada, en la medida en que incluso esta contradicción de lo real y lo imaginario
queda en él borrada. La irrealidad no es en él la del sueño o del fantasma… es la de alucinante
semejanza de lo real consigo mismo”. Si la propia definición de lo real es “aquello de lo cual es
posible dar una reproducción equivalente”, lo hiperreal “es no solamente lo que puede ser
reproducido, sino lo que está siempre reproducido”, y, podemos decir, preferentemente a
partir de otro medio reproductivo – publicidad, foto, etc. – de médium en médium lo real se
volatiliza y se hunde en lo hiperreal – triunfo de los simulacros.
Como resumen de esta genealogía de los simulacros podemos presentar el siguiente cuadro:
EPOCA CLÁSICA: FALSIFICACIÓN – SIMULACRO COMO IMITACIÓN.
EPOCA INDUSTRIAL: PRODUCCIÓN – SIMULACRO COMO PRODUCCIÓN EN SERIE.
EPOCA POST-INDUSTRIAL: SIMULACIÓN – SIMULACRO COMO REPRODUCCIÓN DEL MODELO.
YURI LOTMAN
La cultura no es para la humanidad un suplemento facultativo, sino la condición necesaria para su
existencia. La cultura procede de un comportamiento particular, en tiempos y espacios
particulares, destinado a asumir una función específica en la condición antropológica y evolutiva
de la especie. El hombre crea dos clases de objetos materiales, los que consume para vivir a diario
y los que trata de acumular para producir la supervivencia del colectivo, a través del
acrecentamiento de la información. Definirá la cultura como el conjunto de toda información no
hereditaria y de los medios para su conservación y transmisión. Es un mecanismo organizado y
complejo, que recibe, traduce, compacta e interpreta la materialidad productiva que adopta la
función de signos.
Lotman trabaja sobre la hipótesis de la necesidad que tiene la cultura de generar conocimiento, el
que es interpretado no solo como acopio de información sino como producción semiótica de
modelos del mundo y de la realidad. Propone establecer nuevos paradigmas científicos para el
estudio de la red global de textos que entreteje la cultura. Postula un nuevo campo de estudios:
semiótica de la cultura. Dentro de este proyecto, establece unas tipologías de las culturas. Lotman
diseña al menos dos enfoques: uno que proviene de la relación de las culturas con el signo, y otro
que las describe según la jerarquía de los códigos, de acuerdo a los cuales se establecen las
lenguas de las culturas en sus caracteres esenciales. Examinaremos 2 variaciones tipológicas:
La primera establece diferencias entre culturas textualizadas y culturas gramaticalizadas.
La segunda se refiere a cuatro modelos dominantes de la cultura.
La cultura no es solo un sistema de signos, sino también un modo de “relación entre signo y
signicidad”. Teniendo en cuenta la biparticipación forma-contenido del signo, así también hay
culturas centradas en la expresión y otras en el contenido, a las que podemos llamar culturas
textualizadas y culturas gramaticalizadas. La expresión de las culturas textualizadas implica formas
de comportamiento y protocolos rígidos, puesto que la relación plano de la expresión y plano del
contenido son biunívocas y no arbitrarias. Este tipo de culturas se conciben a sí mismas como
correctas y todo lo opuesto como no-cultura. En las culturas gramaticalizadas, en cambio, la
cultura se modeliza como un sistema de reglas generativas de textos. Pero las reglas son variables
y convencionales y se presupone una libertad, tanto en la elección del contenido como en su nexo
con la expresión.
Resulta de importancia resaltar entonces cómo estas variedades de cultura consideran a la otra
cultura. En las textualizadas no se da la tendencia a expandirse, sino a la clausura, a cerrarse. En
las gramaticalizadas, se considera a la otra como lo ordenado versus lo desordenado.