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La criminología crítica es una rama de la criminología que construye su perspectiva sobre la base
del marxismo, feminismo, economía política y la teoría crítica. Uno de los objetivos de esta
disciplina es el estudio sistémico de la delincuencia y la justicia dentro de la estructura de clases y
los procesos sociales. En esta perspectiva, la ley y la pena son vistas en relación con un sistema
que perpetra la opresión y las desigualdades.
La clase obrera, en particular, es el grupo social que sufre mayormente esta asimetría de valores,
junto con las mujeres, los niños y las minorías étnicas.2 Más simplemente, la criminología crítica
puede ser definida como un área de la criminología que considera extensamente los factores
contextuales de un delito.
Según la criminología crítica, las definiciones de lo que constituye un delito son social e
históricamente contingentes, es decir, varían en diferentes situaciones sociales y períodos
históricos. La homosexualidad, por ejemplo, era ilegal en Inglaterra hasta 1967, cuando fue
derogada la prohibición de tener relaciones con personas del mismo sexo a partir de los 21 años.
De acuerdo a los criminólogos críticos, cualquier conducta humana no es de una cualidad criminal
en sí misma, sino que se somete a una determinada categorización por parte de la legislación, que
en ese momento histórico y en ese contexto persigue una conducta determinada. Cierto tipo de
conducta se convierten en desviadas solo cuando un grupo social es lo suficientemente poderoso
como para condenarla.
Los criminólogos críticos tienden a afirmar que las criminologías convencionales no ponen "al
descubierto las desigualdades estructurales que sustentan los procesos a través de los cuales se
crean y hacen cumplir las leyes" y que "la desviación y la criminalidad son moldeadas por las
estructuras de poder e instituciones". Además de no tener en cuenta que el poder representa la
capacidad 'para hacer cumplir sus propias reivindicaciones morales', lo que permite a los
poderosos 'volver aceptable su propia moral' y legitimar los procesos de 'represión normalizada'.
Así, fundamentalmente, los criminólogos críticos critican las definiciones estatales del crimen,
eligiendo en cambio centrarse en nociones de daño social o derechos humanos.
En el libro de "Criminología Critica y Critica del Derecho Penal" de Alessandro Baratta se observa
que en la denominada nueva Criminología critica es la contraparte de la criminología clásica o
positiva, ya que es la criminología critica la que analiza el delito dentro del contexto sociales, las
diversas clases sociales y corrientes del pensamiento.
Fue representante de la criminología critica moderna nació en Roma el 6 octubre del 1933, en una
familia de músicos; y allí estudió ciencias jurídicas y filosofía bajo la guía de Widar Cesarini Sforza,
Emilio Betti, Tulio Ascarelli y Carlo Antoni. Hizo un doctorado en 1957 en la Facultad de Derecho
de la Universidad de Roma con una tesis en filosofía del Derecho dirigida por Cesarini Sforza y
titulada El pensamiento filosófico-jurídico de Gustav Radbruch.
Su libro más importante es "Criminología Crítica y Crítica del Derecho Penal" publicado en 1982.
Con este, Baratta opera una base real de la criminología crítica, en la cual observa: para la nueva
criminología o criminología crítica, debe revertirse radicalmente el sentido de la desviación o el
mejor comportamiento social negativo. Tal es la conducta que se opone a las necesidades
humanas básicas, la necesidad de la vida, a una existencia digna, a un trabajo no es humillante. Por
tanto, la verdadera negatividad es la opresión social de los débiles por los fuertes, la conducta de
las minorías privilegiadas y prepotencia sobre de los dominados.
Siguiendo a las teorías del conflicto, el delito es resultado de un conflicto social que tiene sus
raíces en el capitalismo. Estas perspectivas ven a los individuos como seres abrumados por el
poder inmutable de las estructuras sociales. Últimamente, sin embargo, la relativa ineficacia de
algunas instituciones es vista como el resultado de la represión perpetrada por las estructuras
políticas y económicas. Algunos escritores, etiquetados como tradicionalistas, ven a la pareja
criminal (víctima y agresor) como el resultado de un sistema penal del que emerge la
victimización. Es importante entender que la teoría del conflicto, que se deriva de Marxismo, es
distinta de la ideología marxista en sí misma. Por otro lado, la teoría del conflicto es
empíricamente contrastable y por lo tanto distinta de una ideología (Cao, 2003).
En la obra de Austin T. Turk llamada Criminality and Legal Order, se mantiene la premisa, la
criminalidad es un estatus social atribuido a alguien por quien tiene un poder de definición,
significando esto que no hay delito si no hay Estado y es entonces que “El estudio de la
criminalidad se convierte en estudio de las relaciones entre los estatus y los papeles de las
autoridades legales -creadores, intérpretes y aplicadores de estándares de derecho y agravio por
miembros de la colectividad- los de los sujetos, receptores u opositores, pero no autores de
aquellas decisiones con las cuales el derecho es creado e interpretado, o hecho valer
coercitivamente”
Además de los argumentos dados por Austin T. Tork, nos da una serie de conceptos que explican
el proceso de Criminalización:
2. Posición Social: Se refiere al nivel que se encuentra el individuo dentro del estrato social y su
papel en el
4. Conflicto Social, Cultural y de Urbanismo: Este conflicto refiere a las actitudes o los significados
atribuidos a cosas y situaciones.
Pluralistas y tradicionalistas
Se observan diferencias en los puntos de vista entre los pluralistas, que tras las obras de autores
tales como Mills creen que el poder es ejercido en las sociedades por grupos de individuos
interesados (empresas, grupos religiosos, organizaciones gubernamentales, por ejemplo) que
compiten por la influencia y el poder para promover sus propios intereses. Estos criminólogos
como Vold (Vold y Bernard 1979 [1958]) han sido llamados "teóricos conservadores del conflicto"
(Williams y McShane 1988). Sostienen que el crimen puede surgir de las diferencias económicas,
las diferencias de cultura, o de las luchas relacionadas con el estatus, la ideología, la moralidad, la
religión, la raza o la etnia. Estos escritores creen que tales grupos, al afirmar su lealtad a la cultura
dominante, obtienen el control de recursos clave que les permite criminalizar a aquellos que no se
ajustan a sus códigos morales y valores culturales. (Selin 1938, Vold 1979 [1958], Quinney 1970,
entre otros). Por lo tanto, estos teóricos consideran que el delito tiene raíces en conflictos
simbólicos o instrumentales que ocurren en múltiples sitios dentro de una sociedad fragmentada.
Otros son de la idea de que estos intereses, en particular los que se refieren a la dimensión
simbólica y fenomenológica, son producto de un conflicto económico más fundamental.48 Según
estas teorías, el conflicto social a partir del cual surge la delincuencia es fundado en las
desigualdades sociales inherentes a la evolución del capitalismo (Rusche y Kirchheimer, Castigo y
Estructura Social). Recuperando a autores clásicos del conflicto como Marx (1868), Engels (1845) y
Bonger (1916), algunos consideran que las condiciones a través de las cuales emerge el crimen son
causadas por la apropiación de los beneficios de los demás a través de lo que se define como la
plusvalía, concentrada en manos de unos pocos oportunistas ubicados en el contexto de la
producción.
La criminología crítica se divide en dos ramas, de acuerdo a las diferentes concepciones del papel
del Estado en la perpetuación de las desigualdades sociales: la crítica instrumental y la estructural.
La crítica instrumental considera que el Estado es manipulado por la clase dominante que sólo
actúa en función de sus intereses. La crítica estructural plantea que el Estado juega un papel
decisivo en la manipulación de las clases subordinadas.9 Los críticos instrumentales como Quinney
(1975), Chambliss (1975), o Krisberg (1975) sostienen que la sociedad capitalista es un edificio
monolítico y en forma de pirámide, dominado por intereses económicos. El poder y la riqueza se
dividen de una manera diferente entre los titulares de los medios de producción y la fuerza de
trabajo. La riqueza utiliza el poder coercitivo del Estado para criminalizar a aquellos que pudieran
poner en riesgo el orden económico convencional basado en la jerarquía.
La crítica estructural como en Spitzer (1975), Greenberg (1993) (1981), Chambliss y Seidman
(1982), sostiene, por el contrario, que las sociedades capitalistas exhiben una estructura de poder
dual, en la que el Estado es más autónomo. A través de su efecto mediador mejora los peores
aspectos de las desigualdades capitalistas, mientras trabaja para preservar el modo capitalista de
apropiación de riqueza, penalizando a aquellos que amenazan el funcionamiento del sistema en su
conjunto. Esto significa que el Estado puede penalizar no sólo a aquellos que protestan contra las
injusticias del sistema, sino también a aquellos capitalistas cuyas conductas excesivas amenazan
con exponer la legitimidad del sistema.
El marxismo y el anarquismo
Mientras que los marxistas creen en la posibilidad de cambiar el capitalismo por el socialismo, en
un proceso que es completado por el comunismo, los anarquistas creen que las actuales jerarquías
tarde o temprano se derrumbarán, siendo sustituidas por un sistema descentralizado donde todo
el mundo puede participar en la implementación del sistema de justicia penal. Ferrell, en
particular, tiende a colocar el crimen en una zona de resistencia entre la construcción social del
sistema simbólico y las estructuras sociales que amenazan la producción capitalista.
Diametralmente opuesto a los anarquistas son los realistas, que tienden a centrarse en la
experiencia de las víctimas y los efectos de las conductas desviadas. La víctima, el Estado y el
agresor son considerados a partir de un vínculo causal que especifica la conducta criminal.
Mientras que los realistas tienden a ver el crimen como una categoría históricamente contingente,
anarquistas tienden a hacer hincapié en el peligro real de un crimen para las víctimas, que a
menudo tienen menos problemas que sus atacantes.
Teorías feministas
El feminismo en criminología viene a indicar que la criminología convencional es sin dudas sesgada
hacia el género masculino. Las feministas argumentan que las perspectivas anteriores omiten la
dimensión femenina en la teoría y la experiencia del mundo en el que viven las mujeres. Ejemplo
de ello son los estudios sobre culturas carcelarias: al analizar los efectos de la reclusión en
prisiones de hombres y mujeres, se encuentran grandes diferencias entre ambos. La criminología,
en particular, representa una perspectiva centrada en el rol de los hombres y la forma en la que
perpetran crímenes contra otros hombres. Además, se tiende a generalizar el comportamiento de
las mujeres, sea como delincuentes o víctimas, en relación a lo que es hecho por los hombres,
fuera de cualquier evidencia empírica. Otro aspecto de los feministas es el modo en que las
mujeres acceden a la profesión de criminólogas. En este sentido, se ha adoptado el término
malestream, para indicar el estilo asumido por la mayoría de los criminólogos e investigadores, por
la que las mujeres se han adaptado a la forma de trabajar de sus colegas masculinos.
Basado en las obras de Marx, Hartsock sugiere que el punto de vista femenino en el mundo es más
neutro que el de los hombres. De acuerdo con Marx, aquellos con menos poder tienen una visión
más clara del mundo como subordinados de clase, ven la riqueza de las clases dominantes,
mientras éstas son esencialmente indiferentes a las condiciones de los menos afortunados. Desde
su posición de subordinación, las mujeres son más capaces de revelar la realidad empírica en
comparación con los hombres. Por lo tanto, hay dos conceptos clave en la escuela feminista: la
criminología puede ser interpretada desde una perspectiva neutral en relación al género, o bien a
partir de una reivindicación positiva por la adopción del punto de vista femenino.
Más allá de las dos últimas distinciones, la crítica feminista puede ser dividida en dos grupos:
liberal y radical. Los liberales prevén el fin de la discriminación de las mujeres a través de la
participación en las estructuras existentes que conforman el sistema político y el derecho penal,
en lugar de anular el sistema social y el poder patriarcal. Por lo tanto, los partidarios de este grupo
son menos propensos a un cambio estructural.
Muchas críticas han sido realizadas hacia los criminólogos feministas. Algunos creen que el
pensamiento feminista es irrelevante para la criminología (Gelsthorpe 1997), Bottomley & Pease
(1986), o Walker (1987), otros creen que la disciplina se confunde con la sociología etnográfica
(Rice 1990, Mama 1989, Ahluwalia 1991). Una contribución importante ha sido propuesta en 1992
por Pat Carlen, según la cual hay una incapacidad del feminismo criminológico para conciliar la
teoría con la realidad política, convirtiendo peligrosamente hacia perspectivas auto-referenciales.
El autor considera que la defensa social y las políticas de prevención solo pueden ser realizadas a
través de las intervenciones de la "ingeniería social".
El autor cree que este liberalismo refleja en la convicción de que las políticas de reducción de la
delincuencia pueden ser logradas sin la necesidad de recurrir a alguna forma de "ingeniería social".
Más allá de la crítica a la rama libertaria del feminismo, Carlen sugiere que se necesitan las
reivindicaciones feministas para permitir a las mujeres hablar de sí mismas, lo que revela una
tendencia separatista, alegando que lo que las feministas exigen es simplemente la oportunidad
de hacer investigación en las ciencias sociales, derecho que debería ser extendido a todas las
clases de seres humanos. Este separatismo, admite Carlen, muestra en sí mismo un rechazo a
aceptar la evolución de las corrientes principales de la criminología, definiéndolas como
malestream (centradas en los hombres) o en otros términos peyorativos. Quizás la prueba más
importante de la crítica del feminismo y de ciertas franjas de feminismo radical en particular, es
que en algunos aspectos de la sociedad occidental, se ha convertido en el grupo de interés
dominante, que puede permitirse criminalizar a la masculinidad (Nathanson & Young, 2001).
Teorías posmodernas
La nueva escuela criminológica reflexiona sobre el sistema penitenciario concluyendo que esté no
reeduca y tampoco prepara al sujeto para su reinserción, ya que entienden que las cárceles solo
fomentan la individualidad y despoja al encarcelado de su significado exterior de su autonomía.
Además, las cárceles se conducen bajo su propia subcultura, asumiendo las actitudes, los modelos
de comportamiento y sus valores propios, determinado asa una educación criminal y una
educación como detenido.
La manera en que se regulan las relaciones de poder y los valores negativos construidos en la
ilegalidad convergen resultando en hábitos mentales inspirados en el cinismo, en el culto y el
fanatismo a la violencia ilegal, esbozando así un modelo antagónico de la legalidad de la vida en
comunidad.
No es fácil definir al Abolicionismo, y no sólo por las diferentes tradiciones intelectuales que se
reconocen como tales, sino porque el Abolicionismo es al mismo tiempo un movimiento social
además de una perspectiva teórica. Desde el punto de vista del primero, no caben dudas de la
existencia de grupos que tienen como metas la abolición del sistema carcelario y la presión contra
el sistema penal, como son los casos del KROM noruego, el KRUM sueco, el KRIM danés y
finlandés, el KRAK alemán, el Grupo de Información sobre Cárceles en Francia, la Liga COORNHERT
en Holanda y el RAP inglés, entre otros. Desde el punto de vista de la segunda, existe una
abundante literatura que se reivindica a sí misma como abolicionista (y otras que no, aunque
pueden ser consideradas como tales) y que presenta una cierta falta de precisión y de conceptos
descriptivos firmes, de allí que se la haya definido como “una teoría sensibilizadora” (SCHEERER,
1989: 17, 20-21; PAVARINI, 1987: 141, LARRAURI, 1987: 95) que se hace eco de lo que sostiene
SCHEFF para otra perspectiva criminológica:
Una teoría que tenga la posibilidad y el objetivo de trascender los modelos, clasificaciones y
presunciones tradicionales, pero sin presentar pruebas acabadas de esas nuevas ideas ni el
inventario de sus propias herramientas conceptuales y metodológicas (SCHEERER, 1989: 21).
No sólo una parte del sistema de justicia penal, sino el sistema en su conjunto es considerado
como un problema social en sí mismo y, por lo tanto, la abolición de todo el sistema aparece como
la única solución adecuada para este problema (DE FOLTER, 1989: 58, subrayado personal).
Uno de los exponentes más reconocidos del Abolicionismo, el criminólogo holandés LOUK
HULSMAN, plantea la abolición del sistema penal en su totalidad, superando de esta manera las
primeras propuestas que apuntaban a la abolición del sistema carcelario solamente, lo que
podríamos considerar una fuerte radicalización de su pensamiento abolicionista: “Durante mucho
tiempo, Louk Hulsman trató de desarrollar criterios racionales de criminalización y penalización.
Sin embargo, se fue convenciendo de a poco que sería mejor abolir el sistema penal en su
totalidad debido a la abrumadora contra productividad del sistema en relación con sus objetivos”
(DE FOLTER, 1989: 61). Y llega a esta conclusión sobre la base de tres importantes argumentos
acerca del sistema penal: 1) causa un sufrimiento innecesario, 2) está desigualmente repartido y 3)
el Estado “expropia” el conflicto de sus verdaderos protagonistas e involucrados (De FOLTER,
1989: 61, CHRISTIE, 1992). Al mismo tiempo, el criminólogo holandés también va a plantear la
necesidad de empezar a utilizar otro lenguaje, “otras definiciones, otras categorizaciones [que]
conducían a soluciones diferentes” (van SWAANINGEN, 2011: 206).
Sin embargo, como nos advierte RENÉ van SWAANINGEN “los abolicionistas no sostienen que la
policía o los tribunales deban desaparecer. La cuestión es que el delito no puede ser apartado de
otros problemas sociales no criminalizados y la exclusión social de los culpables casi nunca brinda
solución a los problemas” (2011: 188, subrayado del autor). Así las cosas, el Abolicionismo va a
propugnar que los problemas delictivos deberían tratarse en el propio contexto específico donde
surgen, y las reacciones que se brinden deberían orientarse hacia la inclusión social, erradicando el
carácter vertical (de arriba hacia abajo), represivo, punitivo e inflexible del control penal: la clave
está en la respuesta de una justicia de tipo informal, reflexiva y participativa, evitando infligir dolor
como lo hace el sistema penal (van SWAANINGEN, 2011: 188-189).
Entre los abolicionistas, NILS CHRISTIE (1992) ha sido uno de los que más ha criticado la
“expropiación” del conflicto que el Estado lleva a cabo en perjuicio de los interesados directos:
víctima y victimario, obstaculizando de esta manera la posibilidad de un entendimiento entre las
partes en pos de una salida menos violenta que la impuesta por el derecho penal.
LOUK HULSMAN nos propone un ejemplo muy gráfico (el caso del televisor) para mostrar las
diferentes maneras en que tendemos a ver e interpretar las situaciones problemáticas. En este
sentido, el autor holandés describe que:
Cinco estudiantes viven en una casa. Una noche, uno de ellos se enoja y arroja el televisor por las
escaleras. Sus compañeros podrán tener distintas opciones sobre el hecho. Uno lo podrá
interpretar en el marco penal. “Acusará” al compañero y pedirá que se lo expulse de la casa. Otro
podrá tener una idea más liberal y aplicará el marco compensatorio de interpretación. “Todo el
mundo tiene derecho a enojarse –dirá– pero también uno es responsable de sus acciones. Todo
estará bien si compra otro televisor”. Un tercer estudiante, quien no está acostumbrado a tales
expresiones de enojo, se sentirá muy mal y pedirá ayuda médica para controlar esos arranques.
Aplicará el marco terapéutico de interpretación. El cuarto estudiante podrá aplicar el marco
conciliatorio de interpretación. Interpretará el hecho como un signo de tensión en el grupo y
pedirá el análisis colectivo sobre las relaciones mutuas (1989: 100; subrayado en el original).
De esta manera muy simple HULSMAN nos presenta una situación, las posibles maneras de
comprenderla y su traducción en las diferentes opciones de políticas públicas existentes a efecto
darle una solución a la problemática que se nos plantea.
SEBASTIAN SCHEERER da cuenta que durante la década de los 80 hubo una cantidad de
movimientos que una vez fueron antiestatistas y antiinstitucionalistas, como el movimiento
feminista, el ecologista y otros, y que tenían una actitud negativa frente a la ley represiva, y que
hoy parecen estar descubriendo los beneficios del derecho penal” (1989: 33). Aquí vemos un
cambio de relación del Abolicionismo con ciertos sectores con los que antes compartía la
deslegitimación del sistema penal y el apoyo a la lucha antirrepresiva, pero que en determinado
momento cambian su actitud hacia la cárcel, la policía y los jueces penales y por ende, la manera
de relacionarse con la perspectiva y el movimiento abolicionista. Estos cambios radicales en las
posturas políticas y culturales acerca del uso del sistema penal como medio para resolver los
conflictos sociales, se traduce también en la enorme cantidad de presos tras las rejas en todo el
mundo.
En efecto, según describe NICOLÁS MAGGIO para el año 2009 la población mundial de reclusos
alcanzó la pavorosa cifra de 10.650.000 personas. Entre los países con más presos se encuentra
EE.UU con 2.400.000 (con una tasa de 780 presos casa 100 mil habitantes); China con 1.589.222;
Rusia con 877.595 (tasa de 618), Brasil con 469.807 (tasa de 243) y México 193.889 (tasa de 204)
(MAGGIO, 2010: 83-89); y entre aquellos con menor tasa de encarcelamiento se encuentra
Islandia, con menos de 150 presos (tasa de 45) (CHRISTIE, 2004).
Finalmente, los autores llamados neoabolicionistas sostienen perspectivas teóricas más reflexivas
y visiones políticos menos liberales que los abolicionistas de la primera generación (Hulsman,
Christie, Mathiesen, Scheerer, Bianchi, Steinert, entre otros), haciéndose eco de algunas de las
críticas recibidas: “aceptan que el delito es una realidad sociológico e histórica, ponen mayor
énfasis en sus causas socioeconómicas y no lo ven simplemente como un conflicto entre víctimas
individuales y agresores. Desmitifican la imagen idílica de la justicia informal” (van SWAANINGEN,
2011: 321).
Críticas al abolicionismo
A lo largo de los años han sido muchas las críticas al movimiento abolicionista. Desde las más
burdas como que se trata de una corriente solo aplicable en sociedades prósperas y relativamente
pequeñas del norte de Europa (península nórdica y Holanda), hasta el carácter utópico de sus
propuestas. Desde el campo de la Criminología Crítica se le ha criticado que su postura radical
frente al sistema penal le hizo perder identidad cuando se involucró en actividades de
colaboración con el sistema (medidas reduccionistas o alternativas del sistema penal). También se
criticó la visión que tiene del ser humano, excesivamente idealizada en un hombre bondadoso y
de buena fe (como si estuviese desprovisto de pasiones y/o conflictos). Una crítica interesante le
apunta que la ausencia del Estado no necesariamente se traduce en una relación simétrica entre
víctimas y victimarios, sobre todo en sociedades altamente desiguales como las latinoamericanas
(a veces el Estado garantiza un mínimo de chances entre las partes del conflicto). De allí la crítica
de ALESSANDRO BARATTA cuando el Abolicionismo pretende utilizar las herramientas del derecho
civil en vez del penal, como si se tratase de un campo jurídico en el que las partes efectivamente
tengan igualdad de armas. Por otro lado, la imagen que el Abolicionismo presenta respeto de la
víctima también es muy criticada, sobre todo a la luz de los nuevos colectivos de víctimas y sus
demandas de mayor punitividad. Finalmente, un punto que genera dudas es también la posibilidad
de llevar adelante acuerdos compensatorios –como propone el Abolicionismo– en sociedades que
presentan un 70 % de presos por delitos contra la propiedad y con escasa capacidad económica
(ELBERT, 2012: 102-104).
“Es ésta el conjunto de respuestas que un Estado estima necesario adoptar para hacerle frente a
conductas consideradas reprochables o causantes de perjuicio social con el fin de garantizar la
protección de los intereses esenciales del Estado y de los derechos de los residentes en el
territorio bajo su jurisdicción. Dicho conjunto de respuestas puede ser de la más variada índole.
Puede ser social, como cuando se promueve que los vecinos de un mismo barrio se hagan
responsables de alertar a las autoridades acerca de la presencia de sucesos extraños que puedan
estar asociados a la comisión de un delito (cita suprimida).
También puede ser jurídica, como cuando se reforman las normas penales. Además, puede ser
económica, como cuando se crean incentivos para estimular un determinado comportamiento o
desincentivos para incrementarles los costos a quienes realicen conductas reprochables.
Igualmente puede ser cultural, como cuando se adoptan campañas publicitarias por los medios
masivos de comunicación para generar conciencia sobre las bondades o consecuencias nocivas de
un determinado comportamiento que causa un grave perjuicio social. Adicionalmente pueden ser
administrativas, como cuando se aumentan las medidas de seguridad carcelaria. Inclusive pueden
ser tecnológicas, como cuando se decide emplear de manera sistemática un nuevo
descubrimiento científico para obtener la prueba de un hecho constitutivo de una conducta
típica”.
Por su parte, existen algunos elementos que deben rescatarse sobre aspectos que han sido
reconocidos por la literatura, como, por ejemplo:
• Tal como lo plantea Alberto Binder, la política criminal es una forma de violencia estatal
organizada.
• Para Alessandro Baratta, desde un enfoque crítico, la política criminal se ocupa de la prevención
y reacción del delito, y hace frente a las consecuencias.
• Para Daniel Escobar, es una respuesta frente a comportamientos desviados. Estas definiciones
plantean de manera amplia que la política criminal se ocupa de comportamientos socialmente
reprochables, a través de un amplio catálogo de medidas sociales, jurídicas, culturales, entre otras,
las cuales deben ser lo más variadas posible.
Sin embargo, en la práctica vemos que, como lo ha resaltado la literatura, la noción de política
criminal se asocia fundamentalmente al del funcionamiento del sistema penal, por lo cual existe
una coincidencia con la política penal, en sus tres niveles: criminalización primaria, esto es
construcción y definición de las normas y estrategias penales; criminalización secundaria, es decir,
los procesos de investigación y judicialización; y criminalización terciaria, que se concentra
fundamentalmente en la ejecución de las sanciones, Corte Constitucional, sentencia C-646 de
2001.
De esta manera, se podría proponer que un criterio para diferenciar una política social de una
política criminal, se evidenciaría en los criterios ideológicos establecidos para su definición. En este
mismo debate, se podría formular la pregunta de si la política criminal es una herramienta para
garantizar derechos. En cualquier caso, resulta claro que la dimensión penal de la política criminal
es aquella establecida por parte del legislador a algunos de los conflictos sociales que considera de
mayor relevancia, los cuales son diversos y plurales entre sí. En este sentido, el legislador, de
manera positiva o negativa, en el proceso de criminalización de conductas escoge el catálogo de
medios para enfrentarlos (u omite su elección).
Por otra parte, si bien es claro que la política criminal es una especie de la política pública, se
deriva una dificultad para definirla como tal por la estructura del Estado y los sistemas jurídicos y
políticos. Es necesario resaltar que las tradiciones más apegadas al ámbito penal de la política
criminal se han desarrollado en el campo de la dogmática penal, propios de un sistema jurídico
continental de derecho escrito.
Por su parte la política pública proviene de una tradición anglosajona, desde la cual las respuestas
a los problemas sociales se dan a través de decisiones políticas con otras visiones jurídicas y de
estructura institucional. Sin embargo, el esfuerzo consiste en tratar de acerca esas tradiciones y
comprender que el objeto de la política criminal se definiría desde una perspectiva institucional en
la criminalización primaria, pero que también estaría en continua construcción a partir de cómo
los distintos actores u operadores ponen en acción esa política.
A partir de esta aproximación, es posible anticipar que la definición de política criminal estaría
atravesada por tres categorías:
• Los fines que se persiguen con el catálogo de medidas en el marco de la política criminal.
En primer lugar, el objeto de intervención está determinado por aquello que se encuentra definido
como criminal o contravencional. Si bien se entiende que la prevención debe ser un elemento
esencial de la política criminal, desde una perspectiva institucional es necesario establecer límites
con otras políticas orientadas en concreto a la satisfacción de derechos. No es deseable que, en el
marco de un estado social de derecho, la garantía, satisfacción y restablecimiento de derechos
esté en el ámbito de la política criminal, más allá de aquellas garantías y derechos que están
intrínsecamente relacionados con su funcionamiento. Así las cosas, la adopción de estrategias
penales, penitenciarias, post-penitenciarias y el establecimiento de sinergias con otro tipo de
políticas que tengan efectos de prevención secundaria o terciara, frente a fenómenos criminales,
ocuparía la atención de la política criminal. En segundo lugar, los medios, tal como lo plantean la
Corte Constitucional y la Comisión Asesora para la Política Criminal, pueden involucrar respuestas
de la más variada índole. Dentro de estas respuestas está contemplada la sanción penal, pero
también procesos de justicia restaurativa, medidas alternativas y los programas de prevención, a
modo de ejemplo.
Finalmente, los fines que se persiguen se encuentran determinados, al igual que los medios, por
unos criterios políticos y axiológicos, que determinan cuál es el resultado que se busca lograr con
la intervención.
Dentro de los fines se pueden encontrar también muchas alternativas, las cuales no
necesariamente se excluyen entre sí. Entre otros, son fines la retribución, la inclusión social, la
prevención, la resolución del conflicto, la reconstrucción del tejido social, la reintegración social
del condenado, la administración del crimen y de la venganza, etcétera. Desde la perspectiva
analítica y operativa que debe desempeñar el Observatorio de Política Criminal, se ha llegado al
consenso de que la definición de los problemas debe darse en función del elemento criminal.
Esto quiere decir que, en el proceso de criminalización primaria, el Estado propone la adopción de
una u otra estrategia para atender los conflictos sociales, y en este proceso se define el campo de
la política criminal. Desde esta perspectiva, existirían tres subconjuntos de la política que podría
resultar relevantes para la aproximación:
1) la política penal,
La política criminal también debe ocuparse por estudiar aquellos hechos que no se encuentran
criminalizados, pero que tienen relevancia en el contexto criminal o deberían ser integrados a
éste.
Por último, la política criminal debe tener especial interés en desarrollar un análisis de la política,
para comprender cómo el funcionamiento de ésta tiene incidencias sobre los fenómenos y sobre
el contexto social. Desde esta perspectiva, no se podría dejar de lado que este proceso de análisis,
seguimiento y evaluación estaría atravesado por dos procesos: los niveles de criminalización
(primaria, secundaria y terciaria) que mencionamos previamente y el ciclo de política (diagnóstico,
definición del problema, búsqueda de la respuesta adecuada, implementación, seguimiento y
evaluación), procesos que coinciden entre sí. La aproximación a estos procesos permitirá que este
concepto de política criminal se entienda en constante movimiento. Para concluir, entonces, se
propone como concepto de política criminal una especie de las políticas públicas que tiene como
objeto aquellos comportamientos criminalizados (delitos y contravenciones), frente a los cuales
puede proponer un amplio catálogo de medidas y de fines que corresponden a consideraciones
éticas (sobre la justicia y el reproche) y políticas (sobre la conveniencia, pertinencia y legitimidad).
Esta política criminal deberá ser entendida como una política de carácter prescriptivo, cuyo objeto
podrá variar de acuerdosticia y el reproche) y políticas (sobre la conveniencia, pertinencia y
legitimidad).
Esta política criminal deberá ser entendida como una política de carácter prescriptivo, cuyo objeto
podrá variar de acuerdo a distintas consideraciones sociales.
Desde esta perspectiva, no se podría dejar de lado que este proceso de análisis, seguimiento y
evaluación estaría atravesado por dos procesos: los niveles de criminalización (primaria,
secundaria y terciaria) que mencionamos previamente y el ciclo de política (diagnóstico, definición
del problema, búsqueda de la respuesta adecuada, implementación, seguimiento y evaluación),
procesos que coinciden entre sí. La aproximación a estos procesos permitirá que este concepto de
política criminal se entienda en constante movimiento. Para concluir, entonces, se propone como
concepto de política criminal una especie de las políticas públicas que tiene como objeto aquellos
comportamientos criminalizados (delitos y contravenciones), frente a los cuales puede proponer
un amplio catálogo de medidas y de fines que corresponden a consideraciones éticas (sobre la
justicia y el reproche) y políticas (sobre la conveniencia, pertinencia y legitimidad). Esta política
criminal deberá ser entendida como una política de carácter prescriptivo, cuyo objeto podrá variar
de acuerdo a distintas consideraciones sociales.