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La inflación es uno de los mayores y más controvertidos problemas para las economías,
sobre todo, de los países de América Latina.
Ésta es definida como “el aumento sostenido y generalizado de los precios de una
economía” (De Santis, 2015:163). Al introducir los términos “sostenido” y “generalizado” nos está
dando indicadores: por un lado, el aumento de los precios se mantiene en el tiempo, por ejemplo,
todos los meses (aunque si se produce suba y estancamiento seguido de un proceso igual, no es
inflación sino suba de precios sencillamente). Por otro lado, el carácter “generalizado” alude a que
la suba involucra a la mayoría de los precios en una economía (una gran cantidad de precios
suben).
Asimismo, la inflación podemos considerarla como una pérdida sostenida de valor del
dinero con respecto a la mercancía.
Para medir la inflación se utiliza como herramienta unos indicadores que evalúan a cuánto
aumentan los precios en promedio en un cierto período de tiempo, por ejemplo, un año o un mes.
Esto permite medir las variaciones de todos los precios de la economía o solo de una parte de
ellos, puesto que no se presentan de la misma manera dichos aumentos para todos los bienes y
servicios, ya que algunos suben más que otros. Además, estos bienes y servicios no tienen la
misma relevancia económica, obteniendo en cada caso su importancia relativa.
Existen varios indicadores que evalúan estos aumentos, y a medida que el proceso
inflacionario es más significativo, estos indicadores tienden a diferir cada vez más entre sí. Cada
medición se realiza con el indicador que ciertamente se tenga que utilizar.
La inflación alta y persistente tiene costos en términos económicos, donde podemos hallar
el impacto en la tasa de crecimiento del producto y en la capacidad de generar empleo debido a la
incertidumbre. Pero la mayor parte de las políticas antiinflacionarias generan caídas en los
productos, el empleo y los salarios reales por un tiempo prolongado. Los gobiernos, entonces,
tienen este dilema:
a- Convivir con una inflación moderada, evitando el impacto recesivo y de redistribución
regresivo que implican los ajustes de la política antiinflacionaria; y evadiendo también
que se torne en hiperinflación.
b- Implementar la reducción de la tasa de inflación como objetivo de las políticas
públicas, lo que implica primero pagar los costos y luego esperar los resultados, sin
nada que los garantice.