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Abstract:
The tour of various conceptualizations of violence in general, individual and collective ,
allows to investigate the many ways in which it is expressed and the various generated
effects and the " red flags" that we must implement to possible effects and unwanted
consequences , especially in forms of domination that are generated in the asymmetrical
power relations between genders. The review of typologies that combine different modes
of exercise of violence allows - in the empirical analysis to account for how they overlap
and add modes and forms of violence in social processes.
Introducción
La violencia parece ser un fenómeno natural, habitual, posible en nuestra sociedad.
Cuando pretendemos sacarla a la luz nos enfrentamos con dos posiciones polarizadas:
unos que niegan o minimizan los efectos y rastros que dejan los procesos violentos en los
sujetos víctimas, simplificando la trama social que genera o permite su ocurrencia; o bien,
los que aceptando la complejidad y multi-causalidad de los procesos de violencia se
estremecen ante la ampliación de casos registrados y/o características de víctimas y
victimarios. Tanto una posición como la otra congelan las discusiones sobre este tema en
el escenario social, por omisión o por resignación.
Adentrarnos en la lógica social que se oculta en estos procesos de violencia y pretender
diferenciar los aportes, que desde el plano socio-cultural podemos hacer, ha sido el móvil
que orientó nuestra búsqueda teórica. De una pluralidad de voces disciplinares
Revisemos afirmaciones como la siguiente: “Todas las culturas produjeron sus propias
formas de violencia. Y a diferencia del concepto de agresividad, que responde a pulsiones
orgánicas y psíquicas del hombre, la violencia es una categoría social” (Sánchez Parga,
J.2007:5). Nos remite a una característica propia de las sociedades humanas, que a lo
largo de su historia han generado formas variadas de ejercicio de la violencia.
Actualmente nos asombran ciertos actos porque coexistimos con acuerdos éticos
internacionales como los derechos humanos que permiten revisar estos fenómenos
sociales desde otra perspectiva.
El orden social no es una abstracción, es un modo de articular los principios que orientan
las prácticas sociales en un momento histórico y en un espacio territorial, cuyos habitantes
se reconocen como miembros de una misma sociedad. Es un orden impuesto, resultante
de luchas entre diversos grupos con intereses contrapuestos, donde la superioridad de
unos instala frente a otros “un orden”, uno entre varios posibles. Por ello decimos que el
orden social es arbitrario, artificial, cultural, se sustenta en acuerdo con otros que lo
aceptan y reconocen, lo legitiman.
Los seres humanos, para la conservación de la especie, necesitamos vivir en comunidad,
y para ello resulta fundamental establecer acuerdos que permitan a los sujetos confiar en 4
los “otros”; aceptar las normas producto del acuerdo social, para mantener la convivencia
pacífica y para proteger lo humano de la destrucción. Estas pautas y normas son
transmitidas por medio del lenguaje, así que través de la construcción del lenguaje es
posible el desarrollo de la cultura. Los individuos se humanizan al ingresar en el mundo
del lenguaje aceptando las regulaciones de la cultura para proteger la especie. El proceso
de socialización se compone de numerosos y sistemáticos actos de violencia que tratan
de “domesticar” a los individuos y transformarlos en sujetos sociales. Sutiles e
imperceptibles prácticas sociales van delimitando las identidades, construyendo sujetos
genérica y socialmente diferenciados.
“la violencia está presente cuando los seres humanos se ven influidos de
tal manera que sus realizaciones efectivas, somáticas y mentales, están
por debajo de sus realizaciones potenciales”, de modo que “cuando lo
potencial es mayor que lo efectivo, y ello es evitable, existe violencia”
(Galtung, J. 1995:314-315).
La Constitución Nacional y las leyes que la acompañan dan cuenta de los principios
elementales sobre los que se estructura la vida social de los ciudadanos que conforman el
Estado. Y como parte de esos principios tenemos la habilitación al uso de la violencia,
violencia cuyo uso inicial solo puede interpretarse como violencia preventiva, en palabras
de E. Balibar: “…el principal –acaso único- esquema lógico y retórico que sirve para
legitimar la violencia es el de la contra violencia preventiva” (Balibar, E. 2005:112).
Como señalamos antes, la caracterización de ciertas prácticas sociales como violentas no
es una abstracción, se las define como tales según los contextos sociales e históricos; la
tolerancia hacia ciertos comportamientos violentos también forman parte de los
contenidos de cada cultura en su tiempo histórico.
Y retomando el análisis situado de las prácticas sociales, el árbitro para establecer qué se
considera violencia y qué no, es el Estado. Como ciudadanos comunes reconocemos
niveles y órdenes de violencia ajustados a nuestra experiencia vital, pero en términos
sociales es el Estado el que establece ese límite.
Crettiez comparte esta posición y destaca que “la violencia es muy relativa, y se percibe
de forma muy diferente según las épocas, los medios sociales y los universos culturales”.
Y agrega que la violencia para existir como tal “debe ser nombrada”, reconocida, dado
que es producto de un contexto y de una lucha de poder donde el Estado democrático se
declara “no violento” y se arroga el uso de la “fuerza legítima” (Crettiez 2009:12).
El Estado como administrador de la violencia legítima y a la vez como garante de la
justicia se instituye como un actor clave del drama social. Si nos referimos a la violencia
estructural o a la violencia institucional -o cultural- su injerencia es directa y su
responsabilidad máxima; en cambio si apelamos a otros tipos de violencia como la sexual,
la familiar, la de género, el eje se corre hacia relaciones interpersonales con diferentes
cargas de responsabilidad; aunque el Estado no está ausente ni deja de tener cuotas de
responsabilidad en cada uno de esos actos; su presencia de desagrega en grupos e
instituciones que son los que directamente operan con los sujetos.
Se hacen evidentes las dificultades del Estado para hacer valer la ley y la existencia de
vastas áreas de impunidad que facilitan la propagación de todo tipo de violencias, así se
genera un ambiente de caos o anomia donde se subvierten los parámetros hasta entonces
aceptados. Pero no podemos reducir el orden social a la imposición centralizada de la ley,
pues ello implica subestimar un consenso normativo, la institucionalización de un sistema
común de valores que prohíbe el uso de la fuerza y prescribe objetivos sociales comunes
y el interés mutuo.
El Estado, las instituciones y otras prácticas del orden dominante como la escuela, la
iglesia, los medios de comunicación, el lenguaje político “son lugares o expresiones de
una violencia simbólica que tiende a ocultar, bajo un aspecto de naturalidad, relaciones
de dominación invisibles, pero de efectos sociales temibles” (Crettiez 2009:17).
La tolerancia a procesos de violencia es parte de la historia cultural de los sujetos, así
como las reacciones ante estos actos remiten a lo experimentado en diferentes órdenes
institucionales donde con expresos o sutiles mensajes se transmiten los principios de un
sistema injusto y desigual que clasifica a los individuos por género, por clase, por etnias.
Pero fundamentalmente la base de la desigualdad se sustenta en las diferencias biológicas
que son las que justifican las categorías de género. El sistema patriarcal, permanece
vigente en las sociedades actuales con muy variadas formas de organización y su
expansión alcanza a casi todos los grupos humanos; es orquestado desde los órganos
estatales y privados, dirigidos por varones y por mujeres, pero siempre destacando la
supremacía de los varones frente a las mujeres. 9
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Es la que se ejerce directa y decididamente en nombre de una ideología política, o de un estado tal como
la represión física ante el disenso ejecutada por el ejército o la policía, o la lucha armada popular contra un
régimen represivo.
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Su análisis pone al descubierto cómo opera la dominación desde un nivel íntimo, a través del auto
reconocimiento de las estructuras de poder por parte del dominado quién coadyuva a su propia opresión
dado que percibe y juzga el orden social a través de las categorías de los dominantes que naturalizan la
opresión.
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Es la que actúa sobre las contiendas pequeñas y los invisibles genocidios que afectan a los más pobres del
mundo, alude a la violencia diaria que confluye con la violencia estructural e institucional; son las prácticas
rutinarias de la agresión interpersonal que sirven para normalizar violencia en el nivel micro tal como los
conflictos domésticos y sexuales, reproduciendo en pequeña escala las agresiones y opresiones de los más
ricos hacia los más pobres, de los varones hacia las mujeres, de los adultos hacia los niños y niñas, etc.
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Es la que sirve para expresar un furor colectivo o individual, una frustración y una cólera pasajeras; son
las más terribles y las más visibles en apariencia irracionales y discontinuas en su ejercicio y tan
repentinas como extremas. Responde a una frustración objetiva, y puede contar con mecanismos de
justificación cultural.
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Es una forma de expresión colectica como otras que responde a una lógica de cálculo, a una estrategia y
no solo a un influjo pasional.
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Es proporcional al objetivo que se quiere alcanzar, siempre atenta a la eficacia y al rendimiento. La que
ejerce el Estado para el “mantenimiento del orden”, acciones policiales para encauzar a un ciudadano
momentáneamente extraviado.
aquellas que nos resultan significativas para nuestro análisis y sobre todo porque las
reconocemos como parte de los esquemas cognitivos de los sujetos entrevistados al 10
estudiar estos temas. La violencia para F. Héritier (1996) es un fenómeno que se produce
en los sujetos, se refleja en todos los ámbitos de desempeño social -familia, sociedad,
Estado- y obedece a factores culturales, sociales y psicológicos. Puede ser definida como:
Las formas más evidentes o reconocidas, visibles, son la violencia física y la verbal o
psicológica. La violencia física es la que se asocia con la violencia directa, consiste en el
uso de la fuerza contra el cuerpo de otra persona, son los actos de violencia que la mayor
parte de la gente reconoce, sin embargo esta violencia no resulta tan destructiva porque
al ser reconocida obliga a actuar o reaccionar; puede ser ejercida en muy diversos espacios
sociales (ámbito familiar, escolar, callejero, etc.) y entre sujetos muy diferentes
(individuos singulares, delincuentes, agentes policiales o militares, etc.). Se denomina
violencia psicológica a los actos de hostilidad verbal o no verbal reiterada en forma de
acoso o insulto, amenaza, menosprecio, ignorancia, sometimiento, dominación, privación
económica, humillaciones, expulsión del hogar, infidelidades, coacción. Esta definición
se toca en parte con las de violencia simbólica o violencia moral.
Un nivel de abordaje de los hechos de violencia a escala macro recupera procesos sociales
que la invisibilizan, nos referimos a la violencia estructural (económica, política) que no
se la reconoce como tal pero mata a millones de personas anualmente por desnutrición,
enfermedades, y es la principal causa de las violencias directas (Chupp y Lederach 1995).
También la denominada violencia institucional, especie de violencia estructural aceptada
por los individuos, por hallarse formal o realmente encarnada en las instituciones y tener
consideración aceptable en los distintos ámbitos de la sociedad. En forma complementaria
–según el esquema de J. Galtung- se presenta la violencia cultural que crea las
condiciones legítimas de la violencia expresada en el discurso de las razas, de las
desigualdades de género, etc. Otro modo de reconocer estas expresiones de la violencia
son los conceptos de violencia simbólica o la violencia moral como veremos más
adelante.
Reflexiones finales
Podemos señalar que los procesos sociales en los que se evidencia la violencia directa son
tan diversos que innumerables hechos pueden testificarla, sea violencia física, verbal o
sexual. Las tramas sobre las cuales se articulan estas prácticas nos remiten a procesos de
violencia estructural, y/o de violencia política, o de violencia de género o de violencia
cultural o institucional. Reconocerlos como violencia simbólica o violencia moral es
evidenciar la lógica que está detrás de múltiples y variadas prácticas sociales que tienden
a mantener un “determinado” orden social expresado en esa estructura socio-política
desigual, de corte patriarcal, neoliberal y racista. La intensidad con que se sostienen unos
valores entre otros depende de cada contexto socio-histórico, pero la recurrencia y la
perduración en la dominación de las mujeres y de otros colectivos no masculinos, llaman
nos advierten sobre la “desigualdad original” señalada por Segato.
La violencia está tan entrelazada en la cotidianeidad de la vida social que resulta difícil
hacerla evidente, parece ser un fenómeno “natural”, posible en nuestras sociedades. Para
ingresar a la lógica social que oculta estos procesos de violencia y diferenciar los
intersticios en la trama cultural que los posibilitan, necesitamos comprender de qué modo
se perciben los procesos de violencia y cuáles son las condiciones estructurales que
facilitan o permiten su ocurrencia.
Los dispositivos más insólitos y sutiles se han implementado e implementan
cotidianamente para fijar esta subordinación y quitar de la discusión la diferencia de poder
y jerarquías entre los géneros.
Los hechos o procesos de violencia que más sorprenden son aquéllos cuyas evidencias
empíricas resultan más contundentes: violaciones, asesinatos, maltrato físico y golpizas.
Pero tan o más preocupantes son los procesos de violencia psicológica, moral o simbólica
que pasan desapercibidos hasta para las propias víctimas y resultan más perniciosos
porque al no visualizarse se naturalizan e internalizan como lo “esperable”, lo “habitual”,
lo “normal”.
Es probable que el incremento de la visibilidad de las violencias tal como las presentan y
las consumimos a través de los medios masivos de comunicación, sumado a nuevos
desarrollos teóricos que permitan acotar, distinguir, contextualizar y relacionar diferentes
tipos de violencia con mayor precisión, coadyuven en la construcción de este complejo
objeto de estudio (Ferrándiz y Feixa 2004).
Consideramos que la violencia simbólica (según Bourdieu) o violencia moral (según
Segato), o violencia cultural (Galtung), son formas de ejercicio del poder que se imponen
mimetizadas en la cotidianeidad de la vida social, no se perciben sus efectos en forma
directa pero sus marcas son más profundas y sus consecuencias más difíciles de tratar. La
naturalización de los hechos de violencia por parte de las propias víctimas y de quienes
las rodean, evidencia los daños ocasionados por este trabajo permanente y sistemático de
dominación de varones sobre mujeres y de adultos sobre niños y niñas, esta naturalización
constituye a la vez uno de los mayores obstáculos para prevenirla pues nubla su
reconocimiento y no pone en discusión la desigualdad y la explotación. 14
La violencia registrada es la directa, cuyas marcas físicas son evidentes y/o sus efectos en
la dinámica de vida de las víctimas son muy notorios. Los otros tipos, los más groseros –
estructural por ejemplo- o más sutiles –moral o simbólica- pasan desapercibidos, aunque
sus efectos resulten más duros y persistentes.
El género constituye un eje clave para comprender las diferencias jerárquicas entre
varones y mujeres que pretenden justificar los procesos de violencia dada la sorprendente
y perdurable sumisión de las mujeres ante la dominación masculina (Bourdieu 2000).
Para dar cumplimiento al esquema jerárquico inter-géneros vigente las propias mujeres
se ven involucradas en el maltrato hacia sus hijas e hijos y en la reproducción de estos
procesos de violencia. “… Entender la violencia societaria a partir de una economía
simbólica de corte patriarcal nos obliga definitivamente a repensar las soluciones y
reencaminar las políticas de pacificación hacia la esfera de la intimidad” (Segato
2003:259). Si atendemos esta advertencia de Segato será imprescindible repensar los
modos en que desarrollamos las investigaciones sobre este tema así como los aspectos a
trabajar en programas y propuestas para erradicar la violencia.
Ferrándiz y Feixa desde una perspectiva antropológica de la violencia reconocen dos
enfoques: el estudio de las culturas de la violencia, pautas e instituciones culturales
basadas en determinados códigos para el uso legítimo o ilegítimo de la violencia; y el
análisis de las violencias de la cultura, de la presencia de la violencia en instituciones o
campos culturales, alejados de la habitual expresión y resolución de conflictos (Ferrándiz
y Feixa 2004). Consideramos que ambos deben ser tenidos en cuenta para desentrañar los
mecanismos ocultos en este orden social vigente que reproduce variadas estructuras de
desigualdad.
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