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Si tuviera que describir con un olor algún recuerdo de mi infancia ese sería el olor a
bizcocho. Mi Madre, más que una gran cocinera, es una gran repostera, y los recuerdos
vienen unidos a ese olor a bizcocho recién hecho, a cualquier hora del día. Recuerdo
quedarme mirando a la puerta del horno como el que mira a la televisión, viendo cómo
iba creciendo en el molde ese gran bizcocho, que me daba para desayunar y cargarme
de energía para el resto de la mañana.
Esta es una de las muchas recetas que me ha dejado, y hoy en día se lo preparo a mis
hijos para que se lo lleven al colegio. Deberíais verlos como miran al horno como si del
bizcocho fuera a salir Bob Esponja…
Las medidas son aproximadas, pues la mayoría de las recetas que me ha dado mi madre
están en onzas, játiras, y a veces en cucharones…
Plato: Postre
Dificultad: Fácil
Separamos las claras de las yemas de los huevos y batimos las yemas con el azúcar y
con un poco de leche hasta que la mezcla quede blanquita (color parecido a las natillas)
Ahora trabajamos con las claras para montarlas a punto de nieve (por eso es necesario
que estén a temperatura ambiente, se montan mucho mejor). Mi abuela lo hacía con
unas varillas de bambú, pero creedme, es más fácil con un batidor manual o uno
eléctrico. Este paso no es imprescindible pero se tarda muy poco y queda bastante más
esponjoso.
Vertemos las claras a punto de nieve poco a poco a la mezcla usando una espátula hasta
que se mezclen por completo.
Engrasamos una fuente de horno para bizcocho con aceite, la cubrimos con papel de
horno y lo pintamos también con aceite usando un pincel de cocina. Coge una fuente
grande, te saldrá un bizcocho generoso…
Cuando esté frío lo cortamos en trozos y espolvoreamos con azúcar glass (opcional)
El bizcocho aguanta varios días, pero si quieres puedes congelar las porciones, congela
muy bien.