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El acompañamiento clínico en tiempos de pandemia: trabajo con

infancias y adolescencias institucionalizadas tras haber sufrido


hechos de abuso sexual intrafamiliar

La apuesta a lo singular dentro del Sistema Integral de Protección

Laura Mariel Decurgez Sicilia

lauradecurgez@gmail.com

Espacio de Cuidados Integrales- Organismo de Niñez y Adolescencia de Provincia de Buenos


Aires

Argentina

Eje Temático: Abusos sexuales contra las infancias (ASI). Sus efectos traumáticos y tratamiento.

El presente trabajo constituye un primer intento de formalización y comparto de la


praxis de un equipo de trabajo psi, perteneciente al Espacio de Cuidados Integrales
del Organismo Provincial de Niñez y Adolescencia de la Provincia de Buenos Aires,
destinado al abordaje de las formas de padecimiento psíquico de las infancias y
adolescencias institucionalizadas en hogares convivenciales de la ciudad de La
Plata. Dispositivo creado en el año 2020, bajo el marco de la Convención de los
Derechos de las infancias y adolescencias, atravesado por los marcos normativos
de las Leyes de Protección Integral de Derechos y la legislación vigente en Salud
Mental, como por una realidad fáctica que en ocasiones dista de ser lo que se
estipula desde los órganos legislativos y judiciales. En ese entrecruzamiento
discursivo, legislativo e institucional, el equipo de trabajadores en salud mental
opera como usina de reflexión y discusión continúa apostando, no ya a suturar la
brecha entre las instituciones ideales y las existentes, sino a la construcción de
posibles mojones, puntos de partida que permitan hilvanar escucha con protección
de derechos, desgajando la singularidad en ese acto, aventurándose a un saber
hacer con ella en el encuentro analítico.

De este modo, será importante recortar y caracterizar dos aspectos centrales de la


experiencia a compartir: el contexto no solo epidemiológico sino también socio-
institucional como de producción de subjetividad propio de la pandemia por Virus
Covid-19, y la elección del Psicoanálisis como modo de escucha, lazo y palabra con
el otro niño, niña o adolescente que padece. Singular mixtura de contingencia y
elección teórico-clínica en la que resuenan las enseñanzas de Donald Winnicott,
quien ante la catástrofe y la incertidumbre pensó al analista como aquel capaz de
ofertar un encuadre humano en un entre transicional, un espacio sui generis en el
que se aúnen contención, holding, con elaboración.

Asimismo, será fundamental situar la especificidad del abordaje de las formas de


padecimiento y desvalimiento psíquico y físico que este encuentro profesional e
intersectorial convoca, partiendo de la afirmación del abuso sexual en las infancias
y adolescencias como hecho con carácter traumatogénico. Problema teórico, clínico
y político que es transversal al discurso jurídico, al discurso institucional, al discurso
psicoanalítico, a los modos de lazo y organización social, y fundamentalmente a la
ética que oriente la praxis de quienes son convocados a dar algún tipo de respuesta.
En ese marco, como trabajadores de salud mental se tiene la responsabilidad de
profundizar en una lectura metapsicológica de los modos de inscripción del
traumatismo sexual por un aparato psíquico en constitución y abierto a lo real, sin
perder de vista el interjuego sexualidad-simbolización inherente al tiempo de la
infancia. Las puerilización y romantización del mismo, actitud proveniente de
representaciones ideicas adultas atravesadas por la represión secundaria, acorde
con el discurso del conjunto que actúa de para-fantasma de la propia sexualidad
infantil y sus modalidades de retorno, no debe desresponsabilizar del sostén de una
precisión teórico-clínica respecto a los modos de implantación/intromisión, ejercicio
y modos de ligazón de lo pulsional sexual en el aparato psíquico de niños, niñas y
adolescencias. Y, ello fundamentalmente, cuando lo traumatogénico ha operado en
los tiempos de constitución del psiquismo, con efectos de desubjetivación. ¿Cómo
reconocer los indicios y los destinos de lo traumático en el psiquismo del niño/a?
¿Cuál es la razón de análisis que estructura la práctica analítica? ¿Cómo, cuándo,
y desde dónde intervenir? Y, en la especificidad del trabajo con las infancias
institucionalizadas, precisar el discurso y el lugar del Otro institucional que, en
muchos casos, también hace síntoma.
Palabras Clave: Abuso sexual; Infancias; Intervenciones clínicas;
Psicoanálisis; Trauma
Introducción

El presente trabajo parte de un primer intento de formalización y comparto de


la praxis de un equipo de trabajo psi, perteneciente al Espacio de Cuidados
Integrales, destinado al abordaje en salud mental de las infancias y adolescencias
institucionalizadas en hogares convivenciales de la ciudad de La Plata. Se recortará
de la misma a la especificidad del abordaje de las formas de padecimiento y
desvalimiento psíquico y físico que el abuso sexual en la infancia produce, partiendo
de la afirmación de este hecho como un acontecimiento con fuerza traumatogénica
en un psiquismo en constitución. Para ello, se apostará a una lectura
metapsicológica rigurosa como orientación necesaria de la praxis clínica, que
permita no perderse en el entrecruzamiento discursivo e institucional, como el
trazado de ciertas coordenadas que logren alojar y habilitar un hacer con los modos
singulares de sufrimiento.

Para ello, se profundizará en los desarrollos preexistentes respecto a lo


traumático en el campo disciplinar, como a la especificidad del abuso sexual en la
infancia, en tanto hecho que compromete al cuerpo y al psiquismo, superando sus
capacidades metabólicas, sus posibilidades de ligazón y simbolización. Esta
intersección teórico-clínica será central para poder situar indicadores clínicos de
estas modalidades de compromiso psíquico, como así también para la construcción
reflexiva de formas de intervención analítica ante presentaciones del traumatismo
que obedecen a la lógica de la compulsión a la repetición, bajo un más acá del
principio del placer —capacidad de ligazón y construcción de sentido— (Bleichmar,
1993).

Asimismo, será central situar los rasgos particulares que enmarcan la


práctica dentro del Organismo de Protección Integral de los Derechos de Niños,
Niñas y Adolescentes (de aquí en más, OPIDNNA), en tanto campo intersectorial
atravesado por diferentes concepciones y prácticas que tensionan el ejercicio
profesional. Demandas fundadas en lógicas jurídico-procesales como provenientes
de instituciones en crisis, permanencia de lógicas tutelares solapadas con distintos
grados de sutilezas, prevalencia de concepciones de lo universal sobre el recorte
de lo singular, la generalización de la noción de urgencia, entre otros, constituyen
realidades sobre las cuales es necesario introducir un tiempo de demora, en el cual
el discurso y la ética analítica serán centrales para pensar un modo de escucha,
lazo y palabra con el sujeto singular y su padecimiento. Para ello, se harán propias
las enseñanzas de Donald Winnicott, quien ante la catástrofe y la incertidumbre
pensó al analista como aquel capaz de ofertar un encuadre humano en un entre
transicional, un espacio sui generis en el que se aúnen contención, holding, con
elaboración

Contexto institucional. Entrecruzamiento de disciplinas, prácticas y


demandas.

En primer lugar, es necesario situar que la praxis clínica que da lugar al


presente trabajo, se enmarca dentro de una institución que forma parte de los
efectores del OPIDNNA, creado en el marco de la promulgación de la Ley provincial
13298 y su decreto reglamentario N° 300, en el año 2005. Comprendiendo un
conjunto de organismos, entidades, servicios y políticas públicas, destinadas a
promover, prevenir, asistir y restablecer los derechos de los niños y adolescentes,
en pos de asegurar el efectivo goce de los derechos y garantías reconocidos en la
Constitución Nacional, la Constitución de la Provincia de Buenos Aires, la
Convención sobre los Derechos del Niño, y demás tratados de Derechos Humanos
ratificados por el Estado Argentino, tal como lo explicita el artículo 14 de la
legislación. La implementación de la Ley provincial 13298, implicó la derogación del
antiguo Régimen del Patronato de menores, y una necesaria y paulatina
reacomodación de los enfoques de las políticas públicas, de los organismos, de los
procedimientos y de las perspectivas de abordajes de todos los agentes
involucrados en este campo. Este proceso de cambio continúa aun en actividad. De
este modo, las antiguas concepciones conviven con las nuevas, generando
continuamente disputas de poder, más o menos evidentes, en diferentes niveles.
Estas tensiones atraviesan a los discursos y prácticas institucionales, lo que lleva a
una necesaria revisión de las intervenciones que se producen frente a las demandas
de la realidad, fundamentalmente en los modos de dar respuesta a las necesidades
como a las formas de padecimiento subjetivo en las infancias y adolescencias.

En principio, el eje que rige las medidas y las intervenciones de los


organismos intervinientes en el marco de este nuevo paradigma, es la consideración
de los niños, niñas y adolescentes como sujeto de derechos. Concepción ética y
política central que devela el carácter del niño como objeto a tutelar presente en
nociones que son, al mismo tiempo, preexistentes como coexistentes; y que se
enriquece desde el discurso y la escucha analíticos, en tanto permite cercar y
abordar el rasgo de lo singular en cada encuentro con un otro.

Dentro de la especificidad de la praxis en el campo de la salud mental, se


encuentran como destinatarios infancias y adolescencias que se encuentran bajo la
figura de medida de abrigo. Siendo esta una medida de protección excepcional de
derechos, que tiene como objeto brindar al niño, niña o adolescente un ámbito
alternativo al grupo de convivencia cuando en éste se encuentren amenazados o
vulnerados sus derechos, hasta tanto se evalúe la implementación de otras medidas
tendientes a preservarlos o restituirlos (Art. 35 bis de la Ley 13298 y sus
reglamentaciones). Es importante puntualizar sobre el carácter de excepción de
esta medida, en tanto el espíritu de la Ley apunta a priorizar la permanencia de los
niños, niñas y adolescentes en su lugar de origen. Por ende, se supone provisoria,
y cuenta con plazos, durante los cuales los servicios territoriales deberían
implementar medidas tendientes a trabajar los obstáculos que causaron la
separación del niño de su familia. La aplicación de la medida de abrigo supone la
participación activa de los niños y adolescentes en el procedimiento, según su edad
y grado de madurez. Priorizará, además, la unidad entre hermanos y facilitará el
contacto con la familia de origen, según la letra de la Ley. En los hechos, esto
dependerá de la pericia de las diferentes gestiones municipales y provinciales, del
trabajo y las valoraciones sobre las familias y sobre los niños que inevitablemente
entran en juego en este tipo de intervenciones o de las “vacantes” en Hogares
disponibles en el momento que se dicta la medida.
De este modo, el primer contacto con la demanda psicoterapéutica para un
niño, niña o adolescente se encuentra atravesado por una decisión ya tomada
respecto a la separación de su grupo familiar y sociocomunitario de origen. La
particularidad de ello es que el recorte de quien demanda nos remite a una
institución convivencial, atravesada por sus propias concepciones y lógicas
discursivas, y con un modo de ejercicio de poder dentro de las mismas. En este
sentido, los desarrollos de Michael Foucault (1975) resultan fecundos en tanto
develan que el poder disciplinario es el arte del buen encauzamiento de la conducta,
que se ejerce a través de prácticas de individualización y análisis, imponiendo un
principio de visibilidad obligatorio a quienes somete: los sujetos se vuelven
descriptibles y analizables en tanto elementos individuales. Hace de cada individuo
un caso nombrado, etiquetado, rotulado, descripto, juzgado, medido y comparado,
desde prácticas disciplinares legitimadas, siendo el fundamento del biopoder, dentro
del cual la apelación a los términos y clasificaciones de la psicología opera como un
prisma desde el cual se orientan diferentes coordenadas. Estas lógicas continúan
operantes, en mayor o menor grado en los imaginarios y prácticas institucionales,
atemperadas y enmascaradas en concepciones adultocéntricas y paternalistas,
fundamento de una lógica jerárquica, asimétrica y atributiva. A ello, se añaden
determinantes político-económicos del funcionamiento institucional, a saber:
carencias presupuestarias, deterioro edilicio, sobrepoblación infantojuvenil,
cronificación de las medidas de abrigo, insuficiencia del número de adultos
responsables del cuidado, ausencia de instancias de formación y capacitación en la
tarea, entre otras, que van delineando un cuadro de tensión como de desborde
institucional. De este modo, al hacer rebotar la pregunta por un niño (Mannoni,
1976), las resonancias son múltiples y exceden a lo referido al alojamiento
fantasmático del mismo por sus figuras parentales; en ocasiones, bajo los ropajes
de la demanda, el sujeto niño o adolescente aparece bajo las formas de ser síntoma
del hogar convivencial. Será preciso no dar respuesta a estos pedidos, más o menos
desesperados, más o menos impuestos por el atravesamiento político vigente, para
que lo proteccional no devenga una mera praxis normalizadora, al servicio de
amortiguar las ansiedades y padecimientos de los adultos a cargo, precarizados y
excedidos en el ejercicio de una praxis desmantelada.

Siguiendo esta línea de análisis, la demanda psicoterapéutica se redobla


desde los efectores judiciales, tanto en el fuero civil como en el penal, bajo pedidos
de informes que revelan que la realidad se vuelve importante e inteligible si se
ordena bajo una clasificación, psicológica en este caso, reduciendo la complejidad
y la multideterminación a la rúbrica diagnóstico-pronóstico-tratamiento. Asimismo,
ella proviene de instituciones educativas que buscan precaverse y controlar todo
aquello que les sea disruptivo, apelando a la autoridad del profesional psicólogo
para que evalúe aptitudes y capacidades para la permanencia áulica, argumentando
que el derecho a la educación puede sostenerse desde prácticas que el Aislamiento
Social Preventivo y Obligatorio instrumentó como excepcionales, aislamiento que
ahora busca sostenerse desde otros fundamentos discrecionales. Ello va
delineando un campo de disputa permanente entre los sentidos que atraviesan los
discursos referidos a la niñez y adolescencia institucionalizada: los jurídicos, los
instituidos dentro del Hogar, los del sentido común, los prejuicios moralizadores o
normalizadores que pugnan desde los organismos y espacios comunitarios, siendo
insoslayable precisar la dimensión ética y política de la función del profesional
psicólogo. La elección del Psicoanálisis como modo de escucha, lazo y palabra con
el otro niño, niña o adolescente que padece, fue el modo en el cual fue posible
posicionarse en ese campo de entrecruzamiento discursivo, apostando a la
aparición del sujeto psíquico, a la construcción de la singularidad de su historia, a la
apuesta a su complejización, como al acotamiento de sus modos de padecimiento
subjetivo.

El encuentro del niño, niña y adolescente con un analista. Posibilidades de


inauguración de un lugar inédito

En vistas a lo situado respecto al marco de la práctica clínica, tensado por


diferentes demandas y discursos en los que prima la noción de la urgencia de las
instituciones, desbordadas o apremiadas en el manejo de una situación legal,
convivencial, escolar o grupal, resulta central precisar a qué es lo que se apunta
como inaugural en la escucha de un niño, niña o adolescente. Asimismo, resultaría
necio el no reconocer que los tiempos de intervención no pueden ser delineados
bajo las coordenadas de un trabajo clínico ambulatorio con niños, niñas y
adolescentes que no se encuentren bajo la condición de institucionalización. Las
estrategias de restitución de derechos que apuntan a la convivencia familiar como
sociocomunitaria, estrategias de gestión y traslado imprevisto a otros dispositivos
convivenciales por fuera de la ciudad de La Plata, establecimiento de guardas con
fines de adopción, escapes y abandonos de la institución, falta de transporte, entre
otras vicisitudes que forman parte de lo cotidiano, pudiendo incluso ser
vislumbradas en los primeros encuentros, fue lo que llevó a poner en valor los
desarrollos winnicottianos respecto al valor de la consulta terapéutica, tanto en
términos diagnósticos como psicoterapéuticos.

Este modo de trabajo analítico, es propuesto por el autor para problemas


clínicos y crisis agudas, con altos montos de padecimiento psíquico, que promuevan
una demanda de atención. Asimismo, casos en los que no es posible poner en
marcha un proceso analítico prolongado, o en los que se delinee que éste no es el
mejor para ese paciente singular (Winnicott, 1965). Determinación y decisión que
formará parte del tiempo de lo preliminar y que, en este caso, será responsabilidad
de la dupla analítica actuante en el dispositivo de admisión. En éste, el proveer un
encuadre humano, el crear un espacio de contención (holding) que permita
introducir una demora, un tiempo de espera, como también un espacio de
singularidad y privacidad que rompa con lo instituido, será el fundamento terapéutico
inicial.

Asimismo, será central en ellas ubicar el carácter de ese objeto subjetivo


que encarnamos por anticipado, las notas de esas expectativas previas sobre el
analista que, con más frecuencia que la que se espera, suelen estar marcadas por
la desesperanza y el descreimiento. Particular lazo transferencial marcado por el
riesgo de caída en la serie de prácticas, familiares e institucionales, en las que no
se han sentido escuchados ni respetados, llegada con la creencia de que “nadie
comprende y nadie quiere comprender” (Winnicott, 1965). De este modo, la palabra
y el sostén analítico, como movimientos de apertura serán aquello que permitirá
hilvanar otra trama, no ratificando esa creencia obturadora de un encuentro de
saberes y de afectos (Aulagnier, 1984), inaugurando un novedoso recorrido posible
como de duración incierta.

//HABLAR ACA DE LOS RIESGOS DE EXCESO E ILUSIÓN MORTIFERA.


INTERPRETACIÓN A ULTRANZA SILENCIO DEL ANALISTA. Diferenciar de lo que
decía winnicott de sus pacientes: expectativa de alguien que le crea y lo
comprenda.//

La presencia del analista en los primeros encuentros inaugura la posibilidad


de un trabajo psicoterapéutico desde las producciones y dichos del niño, niña o
adolescente; ello, si se logra maniobrar la transferencia, salir de la serie, demostrar
con la escucha que hay un saber supuesto en el despliegue de ese sujeto, para
luego ocupar ese lugar de supuesto saber.

Abuso sexual en la infancia: precisiones psicoanalíticas

Dentro del entrecruzamiento discursivo, intersectorial e interdisciplinar, es


preciso poner en valor lo que el psicoanálisis aporta en los modos de comprensión
y abordaje del abuso sexual en la infancia. Problema teórico, clínico y político que
es transversal al discurso jurídico, al discurso institucional, al discurso
psicoanalítico, a los modos de lazo y organización social, y fundamentalmente a la
ética que oriente la praxis de quienes son convocados a dar algún tipo de respuesta.
De este modo, en tanto profesionales del campo de la salud mental, convocados
desde la implicación ética y el posicionamiento subjetivo frente a este tipo de
vulneración de derechos, será fundamental no reducirlo a lo factual, dejando el
sujeto en el lugar de víctima de un tipo penal, sino poder cercar el andamiaje
subjetivo particular y la tarea específica sobre el sufrimiento psíquico que ello
delinea. La precisión del abuso sexual en lo referido a su estatuto de subversión del
orden simbólico como en su carácter traumatogénico, para poder profundizar en la
lectura metapsicológica de los modos de inscripción del mismo en un psiquismo
abierto a lo real, de origen exógeno, en el sentido de ajenidad, traumático y sometido
constantemente al embate de lo histórico vivencial, serán dos ejes centrales de la
presente reflexión. Ello será lo que oriente los tiempos y las modalidades de
intervención clínica, como así también la construcción de articulaciones posibles
con efectores de otras áreas en trabajo con las infancias. Entendiendo que la
complejidad que revisten los casos de abuso sexual o incesto paterno filial contra
las infancias, requieren un esfuerzo en las intervenciones clínicas que rompen con
el dispositivo psicoanalítico clásico.

En primer lugar, la reformulación del Complejo de Edipo del psicoanálisis


clásico realizado por Bleichmar, permite recuperar lo esencial de la enseñanza
freudiana más allá de las variaciones históricas y culturales. De este modo, aparece
el Complejo de Edipo como un ordenador, regulador e interdictor del goce
intergeneracional, eje de pautación de la cultura. El modo en que cada sociedad
pauta el acotamiento de la apropiación del cuerpo del niño como lugar de goce del
adulto, da cuenta de un reconocimiento de la asimetría de poder-saber entre las
generaciones, asimetría que debe dar lugar a conductas de protección y cuidado
para la humanización.

“Y si la ley de prohibición del incesto está en la base misma de la moral, es

porque en ella se juega algo de la renuncia, por amor, a la captura del otro

indefenso, del otro sometido, del otro dependiente, de la ruptura del circuito

que apropia al más débil, en el goce de quien posee poder y saber, y tiene,

en esa asimetría que constituye la premisa misma de la humanización, la

responsabilidad de transformar este poder y saber en condición de vida del

otro” (Bleichmar 2002, pp 55)

Cuestión ética transversal en juego en la interdicción, necesidad de precisar el


impacto psíquico de su transgresión.

En consecuencia, es posible afirmar que el abuso sexual en la infancia en


tanto acto en el cual un adulto convoca y somete sexualmente, haciendo uso de la
asimetría de poderes y saberes presente, a un niño, niña o adolescente que, por
encontrarse en tiempos de constitución psíquica, no posee aún el desarrollo
maduracional, emocional y/o cognitivo para consentir, constituye un acto de
violencia sobre el cuerpo y el psiquismo (medie o no la violencia física). Violencia
implícita en vínculos abusivos construidos por el adulto de manera reiterada, crónica
y no accidental, basados en el ejercicio de poder y las relaciones de confianza. Por
otro lado, cuando se habla de incesto se hace referencia específicamente al vínculo
que el perpetrador tenía con la víctima. Se podría definir como todo acto de violencia
sexual ejercida hacia un hijo/hija por parte de padre/madre u otro familiar que tenga
una función simbólica parental, es decir, sin que exista necesariamente relación
consanguínea. Violencia ejercida tanto a la materialidad del cuerpo, como al lugar
simbólico que implica la ubicación del niño, la niña o adolescente en el orden
genealógico. Así, el incesto borra las diferencias entre lo uno y lo múltiple, las
diferencias entre las generaciones, entre los sexos, entre los padres y los hijos, y
pone en riesgo la exogamia.

De este modo, el incesto atenta tanto contra la función simbólica como la


humana (Giberti, 2014), su consumación lleva a que la figura paterna no sea garante
de la transmisión de la ley, dejando a la víctima inerme frente a los montos de
excitación intromisionante (Toporosi, 2019). Este ejercicio de prácticas tiranas y
despóticas aniquila la subjetividad de los niños, niñas y adolescentes, dándoles el
lugar de objeto de goce del adulto; implosionan en el psiquismo subvirtiendo las
legalidades, lo que dará lugar a efectos psíquicos graves en su constitución
subjetiva, perturbando su inscripción en el ordenamiento genealógico y simbólico.

Asimismo, la concepción acerca de lo traumático será central en un abordaje


clínico, considerando la especificidad de los efectos traumáticos que el abuso sexual
en la infancia comporta, tanto por el estatuto de la situación traumatogénica
abordado, como por la singularidad con la que impactará en el psiquismo y en la
subjetividad. Las definiciones freudianas son orientativas al precisar la perturbación
en la economía psíquica que implica el estado de inermidad frente a un
acontecimiento traumático que rompe la barrera antiestímulo, generando un aflujo
energético indomeñable, la abolición del Principio del Placer, la desorganización
previa a la tarea de ligadura y elaboración (Freud, 1920). Por su parte, los
desarrollos de Winnicott, dan cuenta de los efectos de derrumbe y quiebre en la
continuidad existencial que el traumatismo comporta, producto de la insuficiencia en
las defensas yoicas – ya sea por la etapa emocional, por el estado del sujeto como
por el carácter del acontecimiento – afirmando que lo traumático comporta el
carácter de lo intrusivo y sus efectos, previo al “desarrollo en el sujeto de
mecanismos que vuelvan predecible lo impredecible” (Winnicot, 1967, p. 239).
Diferencia el espanto, junto a los mecanismos y calamitosas consecuencias que
este despierta, de las posibilidades de expresar una rabia normal y sana, de
nombrar, de historizar. Al mismo tiempo, que sitúa los efectos de caída en la
confiabilidad del ambiente que lo traumático comporta, en lo referido a la capacidad
de creer. En relación al abuso sexual, y fundamentalmente al incesto
paterno/materno-filial, será importante precisar la magnitud de esta caída para un
aparato psíquico en constitución. Estas afirmaciones, permitirán también delinear
modos de presencia del analista que permitan otros posibles que las defensas
erigidas que, ante al trabajo al cual se encontró sometido el psiquismo en un medio
ausente, se vieron articuladas comprometiendo y empobreciendo la complejización
psíquica.

Tomando los desarrollos de Bleichmar, desde los aportes de Laplanche


referidos a los modos de ingreso y ligadura de lo pulsional, la noción de intromisión
permite situar cómo la sexualidad del adulto opera en forma desorganizante en un
psiquismo en constitución, en tanto se inscribe como exceso a partir de prácticas
gozosas, no atravesadas por el doble eje de la castración (Bleichmar, 1993). La
realidad, sostenida en el cuerpo y en el otro, opera como motor de crecimiento
psíquico, pero puede hacerlo ejerciendo un impacto traumático, en la medida que
se inscribirá también aquello que escapa al lenguaje, quedando como no
significado, no capturable. Tendrá un carácter inligable e inmetabolizable, y que
exigirá un trabajo psíquico de simbolización, para evitar los efectos compulsivos que
acarree al psiquismo, y los efectos desubjetivantes que esto genera. En ese sentido
el abuso sexual del adulto al niño puede pensarse como un real externo al sujeto,
que irrumpe sobre el aparato psíquico en estructuración, generando una profunda
intromisión, provocando cantidades hipertróficas de excitación que arrasan con los
modos habituales de tramitación, impidiendo la articulación entre afectos y
representaciones psíquicas, una inscripción ligadora. Tendrá efectos traumáticos en
tanto tiene la fuerza y la idoneidad determinadora para incidir de manera
desestabilizante sobre las defensas y la organización psíquica con la que contaba
el sujeto en ese momento. Tendiente a producir sentimientos de horror, angustia,
vergüenza, culpa y sufrimiento psíquico.

De este modo, ante la imposibilidad de ligadura y simbolización, el psiquismo


sujeto a sensaciones de inermidad y terror de un presente desorganizante, a
angustias primarias, pondrá en marcha mecanismos defensivos para evitar la
amenaza de derrumbe situada por Winnicott. Mecanismos de escisión del Yo,
disociativos, renegatorios, de encapsulamiento, de identificación con el agresor, de
represión rígida; defensas rudimentarias cuya cronificación provoca estados
confusionales, afectación de las categorías para organizar la realidad, vacíos de
representaciones biográficas, empobrecimiento del Yo por sostenidos trabajos de
contrainvestimiento, sin resto para otras operatorias constituyentes e investimentos,
comprometiendo la relación consigo mismo, con su cuerpo y la realidad.

Por otro lado, es preciso añadir que el efecto de lo traumático, de lo


acontecido en la infancia, puede caer en latencia hasta el encuentro con un segundo
momento que lo constituye como traumático (Freud, 1895), lo que se denomina
après coup, traumatismo en dos tiempos. O puede advenir en un primer momento,
cuando el abuso sexual ocurre. No obstante, será en el arribo de la sexualidad
puberal cuando el hecho abusivo adquiera un significado sexual, por reactualización
y resignificación, con una intensa carga de afectos displacenteros, de angustia,
inhibiciones, miedos, culpa y vergüenza (Franco y otros, 2018).

Dada la complejidad en las presentaciones clínicas, resulta de valor situar los


aportes de Bleichmar (2020), quien siguiendo el texto de Freud Moisés y la religión
monoteísta (1938), plantea la diferencia entre la fijación del trauma y fijación al
trauma. En el primer de los casos, represión mediante, el traumatismo es fijado a lo
inconsciente, bajo modalidades de construcción fantasmática. De este modo, se
destaca la necesidad de incluir en el análisis del traumatismo la relación que tiene
con la fantasía, en tanto que “el fantasma es siempre recomposición de lo traumático
y no algo engendrado desde el sujeto”. En las situaciones de abuso sexual, dice la
autora, lo más complejo y lo central es poder analizar cómo el acontecimiento
coagula el fantasma que ubica al sujeto en una posición de mucha culpabilidad. El
modo en que el hecho se inscriba, es decir, la forma en que la representación tome,
estará entrelazada a las condiciones intrapsíquicas e intersubjetivas previas y
posteriores a la situación disruptiva. Cada sujeto, de acuerdo a ello, armará frente
el retorno de lo traumático una defensa simbolizante, una organización que le
permitirá darle una comprensión teórica, una historización, para la cual hará uso de
representaciones previas y propias como de aquellas que el medio provea. Estas
pueden ser culpabilizantes o justificativas, presentar los rasgos de
desafectivización, pero, aun así, permiten al sujeto reposicionarse en el lugar de
actor. No pueden ser desarticuladas, entendiendo que constituyen una defensa que
vino a una necesidad de un simbolismo frente a la inermidad.

Por otro lado, existen presentaciones en las cuales esa defensa no ha podido
propiciarse, el traumatismo no fijado al inconsciente opera por compulsión a la
repetición, no por formas de retorno sintomales, inhibitorias o angustiosas. La
fijación del sujeto al trauma implica la insistencia de aspectos no ligados, de restos
de lo visto y lo oído inscriptos, pero no significados, no reprimidos, que amenazan
la integración psíquica, que dejan sin defensas al sujeto frente a formas de angustia
masivas e indecibles. Irrumpen en sueños, relatos, juegos, gráficos, sin posibilidad
de elaboración o metáfora, con el efecto insoportable de revivir lo acontecido y no
poder simbolizarlo. Lo vivido no puede ser recordado, no forma parte del patrimonio
representacional subjetivo, para su devenir simbólico es preciso restituir la relación
que tienen con la escena de la cual son producto. Estos elementos, situables en el
trabajo analítico, son denominados “indiciarios” (Bleichmar, 2009) por su relación
con el hecho traumatogénico, del cual son un resto no metabolizado. El trabajo
sobre lo indiciario será central en el diagnóstico de abusos sexuales en las infancias,
apareciendo como fisuras en el relato, en tanto no ligados, desarticulados de los
modos de producción psíquica. En estos casos, las intervenciones no tendrán por
objetivo el desmantelamiento de las defensas, la desarticulación de los modos
defensivos, sino que será un trabajo de construcción, ligazón, articulación y
transcripción.

En vistas a lo antedicho, frente a lo traumático del abuso sexual en la infancia,


habrá que precisar que entre la conducta intromisionante del adulto y lo que aparece
en el psiquismo infantil, hay un proceso de descualificación y metábola. El analista
tendrá que poder situar indicadores que permitan delimitar sus modos de
inscripción, mecanismos defensivos presentes, posibilidad o no de armado de
respuestas simbólicas, de construcciones fantasmáticas, o sujeción al trauma y su
insistencia repetitiva. Determinar no solo qué aconteció sino los singulares modos
de respuesta, que permitirán cercar de qué sufre cada sujeto singular, y armar otros
armados posibles.

El aislamiento social. Paradojas y efectos de lo preventivo: el riesgo de la


crueldad confinada.

Se ha citado anteriormente el estado de asimetría y dependencia de las


infancias respecto de los adultos como base de la vulnerabilidad para diferentes
tipos de violencias y abusos, estado que se agrava en una sociedad capitalista y
patriarcal que instituye y naturaliza modelos de poder abusivos (Toporosi, 2019).
Complicidades, no siempre conscientes, se encuentran en la base de la instalación
y perpetuación de esta situación: predominancia de mecanismos de desmentida y
renegación a nivel familiar, que operan desde el no registro o el descreimiento;
ausencia de adultos que puedan recibir el relato, por falta de una escucha
comprometida con el sufrimiento; o presencia de docentes o profesionales que no
se detuvieron ante indicios de malestar y sufrimiento psíquico, por desconocimiento
que llevó a no reconocer su estatuto, o por no tener con qué afrontar el terror. El no
reconocimiento de las impresiones traumáticas por parte de los objetos investidos
afectivamente, traerá como efecto que el niño desista de sus propias percepciones
y su juicio en referencia a lo sucedido, dando lugar a los procesos de
desubjetivación y desorganización mencionados.
De este modo, es posible inferir que el Aislamiento Social Preventivo y
Obligatorio instrumentado por el Estado Argentino ante el avance de la Pandemia
de COVID 19, operó obturando los procesos de develamiento como de detección
de situaciones de abuso sexual en la infancia, al recortar los espacios de
socialización por fuera del microambiente familiar. Ello puede ser leído en términos
de una puesta en suspensión del contrato narcisista (Aulagnier, 1975), por sus
efectos de recorte de los lazos con otros significativos, que puedan otorgar un lugar
diferente al dado por el otro parental, lugar signado por la objetalización, la entrega
o la apropiación gozosa. La ausencia del lugar del otro como contención imaginaria
y simbólica, otorgando holding y representación para poder decir lo indecible,
instante central para las estrategias consecuentes orientadas a desarmar el circuito
violento en el que está inmerso el niño, niña o adolescente. Simbolización y
enunciación que no siempre se realiza desde la palabra, lo que exige la atención a
los modos de escritura heteróclitas del traumatismo, desde lo indiciario a las
posibilidades de armado de relato.

Asimismo, es preciso retomar las afirmaciones de Bleichmar respecto a que


la eficacia traumática de un acontecimiento no se relaciona únicamente con su
intensidad, sino con las complejas relaciones entre las cantidades externas de
excitación que invaden el psiquismo, y lo que internamente es disparado (1998). Lo
que permite situar que la fuerza determinadora del abuso sexual para provocar
efectos traumáticos, estará signada por la ausencia de recursos preexistentes para
su simbolización, para darle un sentido, recursos psíquicos que son indisociables
de la realidad representacional de la familia como de las instituciones en las cuales
el sujeto psíquico transcurre. Lo que lleva a situar la importancia de que todos los
efectores de políticas públicas como del sector privado destinados a las infancias
puedan poner en cuestión y conmover su representación de esta población, salir del
prurito de hablar de cuerpo y sexualidad, de las políticas de tabú y redoblamiento
del silenciamiento, asumiendo el compromiso ético de apostar a la prevención y
detección temprana de situaciones de violencia sexual. Asimismo, a poner en valor
la importancia de la implementación comprometida de la educación sexual integral,
como así a las instancias de socialización secundaria en sentido amplio, que operen
como fisura de los circuitos de crueldad y sometimiento. Ámbitos y espacios de
sostén y representación incompatibles con el aislamiento, agravando la
vulnerabilidad y la vivencia de desamparo que el abuso sexual en la infancia
instaura.

En vistas a lo antedicho, la situación de violencia es aún más cruenta en las


infancias institucionalizadas, entendiendo a esta condición como producto de no
haber en el seno de lo familiar y lo sociocomunitario adultos que puedan aportar
protección, cuidado y resguardo. Alguien ha podido hacer una denuncia, lo que dio
lugar a las estrategias legales y proteccionales consecuentes, pero ese alguien no
ha podido comprometerse, por diferentes determinantes, con acciones de amparo.
La desconfianza en el ambiente se traslada hacia todo el mundo adulto, desde
aquellos que tenían la función de crianza a los profesionales intervinientes,
manifestándose desde el escepticismo a una marcada hostilidad, recortable
también en el espacio de la clínica. En este sentido, es preciso no operar forzando
la declaración o confesión, diferenciar ello de las posibilidades de subjetivación y
simbolización, y poder transmitirlo a otros efectores intervinientes dentro del
OPIDNNA como del Sistema Judicial.

Por ello, habiendo situado las características del contexto institucional de


intervención, como la temporalidad en el cual ésta se inscribe, se vuelve necesario
detenerse en los y las adultos y adultas concretos en ejercicio de las prácticas de
cuidado en los diferentes dispositivos convivenciales. Otros que, en muchos casos
sin guías teórico-clínicas que permitan orientar las prácticas con las infancias, se
ven afectados por el afecto de horror ante el relato escuchado, ante los mecanismos
de comparto e identificación entre adolescentes; operando por reactualización
traumática e identificaciones masivas a su propio Yo infantil; compelidos, por lo
desbordante e inexplicable para sí de conductas y prácticas sexualizadas entre
niños, niñas y adolescentes, a dar ordenamientos a las resonancias que todo ello
implica institucionalmente. Estas afectaciones institucionales son aquellas que se
escuchan en los tiempos de lo preliminar, en muchos casos atravesadas por una
puerilización del tiempo de la infancia, negando en éste la sexualidad, su carácter
disruptivo, haciendo síntoma en el ejercicio de su función, desde una sanción que
lejos de ser ordenadora obtura las formas de ejercicio simbolizante, la subjetivación
de la insistencia traumática.

Sin desconocer que quien ejerce las tareas de cuidado opera desde su propia
historia y fantasmática, retomando las conceptualizaciones bleichmarianas de
pensar ejercicio de funciones encarnadas en sujetos clivados, operando así desde
determinaciones inconscientes y narcisistas, es importante ubicar las tensiones
entre los tiempos de elaboración de lo singular y las operatorias del todo
institucional. Las modalidades de afectación de un psiquismo sometido al
traumatismo sexual no se reducen a una temporalidad acotada, ni al armado de
relatos cruentos desde las diferentes modalidades de expresión simbólica, sino que
operan a través de un más acá de la palabra, comprometiendo el cuerpo y el actuar,
no sujetándose a los ordenamientos ni legalidades convivenciales. No siempre la
sanción es el momento ni el modo, ni hablar que el pedido de medicamentalización
normalizadora tampoco lo es, ni el forzamiento a apalabrar lo que no ha encontrado
ese cauce.

Es preciso diferenciar el forzamiento, en su carácter de violencia secundaria


generadora de condiciones de inanalizabilidad como de silenciamiento defensivo,
de la construcción de espacios de restauración de la creencia en un ambiente
confiable, que le devuelva el lugar de sujeto de la enunciación e historización del
propio acontecer psíquico. El trabajo sobre el traumatismo requiere de este sostén
imaginario y simbólico inaugural e inédito, así como de tiempos que no se adaptan
a los tiempos procesales ni a la urgencia institucional de poder hacer con lo
disruptivo. Por esto, el valor del dispositivo clínico construido permite situar otro que
pueda alojar este tiempo de elaboración singular, trazar coordenadas no sujetas a
los imperativos de la institución, a través de la introducción de una demora. El poder
alojar y trabajar con la angustia y el desconcierto de quienes cuidan, aseverar que
el apremio que los pedidos de informe les generan puede ser maniobrado desde la
elaboración de los mismos por parte del equipo, aportar palabras para situar y
comprender el sufrimiento psíquico que lo disruptivo comporta, implica ya introducir
una terceridad ordenadora. Ello permite la construcción de estrategias
intersectoriales fecundas, que permitan la protección y restauración de derechos sin
perder de vista lo singular.

El trabajo clínico: de la insistencia compulsiva al anudamiento del recuerdo

En primer lugar, se vuelve necesario aclarar que el punto de partida es el


reconocimiento de las infancias y adolescencias como sujetos de derechos en
participación activa en sus procesos de salud-enfermedad, no como objetos pasivos
de intervención. Fundamento del dispositivo de admisión, que permite la
construcción de una demanda singular de análisis, habilitada por lo inaugural de la
escucha. Asimismo, lo distintivo de este dispositivo es que se tiene conocimiento
del hecho de abuso sexual desde la primera consulta, constituyendo en la mayoría
de las demandas lo recortado como motivo de la misma, y en muchos casos los
niños, niñas y adolescentes también son anoticiados previamente que los
profesionales han sido informados de ello. Es, de este modo, un saber sabido por
ambos desde la consulta inicial, lo que no implica necesariamente que ello va a ser
el tema de la misma, ni siquiera que va a poder ser abordado por la vía de la palabra.

Desde lo precisado anteriormente, referido a los modos de inscripción del


abuso sexual como un hecho con fuerza traumatogénica, habrá que hacer una
distinción entre la presencia de posibilidades de elaboración fantasmática, de
represión que no es sin efectos de padecimiento psíquico, de la operatoria de lo
traumático, con su carácter de insistencia y fijación. En los primeros tipos de
presentación, se apostará a que el vivenciar transferencial permita un nuevo cifrado,
una resignificación, partiendo de la concepción de que el psiquismo no culmina su
estructuración desde un determinismo infantil y acabado, sino que el experienciar
actúa a-près-coup transformando el pasado en dirección a un porvenir. Ello
implicará el trabajo con diferentes textos y cifrados, el trabajo desde el juego y el
dibujo, escrituras que requieren de una forma de lectura particular y singular, dentro
del entre de la transferencia, entendiendo al psiquismo como un sistema de
escrituras heteróclitas irreductible a lo verbalizable, al reinado de la palabra. De este
modo, la presencia del analista opera propiciando una inscripción subjetivante, a
través de la operatoria de la interpretación y la construcción, lo que da lugar a la
flexibilización de los mecanismos defensivos, como al armado de un relato
evocable, de una vivencia penosa que se ha elaborado ligándola con los afectos
concomitantes, desde un reposicionamiento no revictimizante.

Por otro lado, será preciso situar la especificidad que implica el trabajo con
lo traumático en tanto lo no articulable, lo desgajado, lo insistente y lo compulsivo,
con sus efectos de desorganización y desubjetivación. Serán presentaciones donde
primen mecanismos defensivos rígidos, poniendo en riesgo la integración como la
operatoria de las categorías yoícas, el aprendizaje, el juego entre otras; donde se
hagan presentes las ausencias de relatos y vacíos biográficos; dificultades en el
investimiento de su cuerpo y el entorno; incapacidad de recurso a los armados de
ficción; insistencias compulsivas que dan cuenta de psiquismos jugados por la
escena fija, repetida, con ausencia de creación. Los desarrollos freudianos sobre
los principios que rigen el acaecer psíquico, la postulación de un más allá (acá) del
Principio del Placer, en interrelación con lo afirmado por Winnicott sobre juego,
simbolización y sexualidad debe ser retomado a la luz de pensar un psiquismo
atravesado por un traumatismo sexual. Exceso intromisionante que excede la
capacidad ligadora y elaborativa, que retorna insistentemente desarmando la
escena de juego por su aparición no velada, no fantasmatizada, no subjetivada,
elementos que no logran entramarse, resto compulsivo que irrumpe sin poder entrar
en asociación con otras representaciones, culminación abrupta de lo lúdico que deja
al niño/a con sentimiento de confusión mental e incomodidad física (Winnicott,
1979). Serpientes que insisten en atacar sin relación con el entramado lúdico,
diluyéndolo; barbies que son inmediatamente desnudadas apoyando su pubis sobre
la cara de otros muñecos insistentemente, develando lo paradójico de la ausencia
de genitalidad en un juguete que se ha vuelto metonimia de una situación abusiva
repetida; masturbación compulsiva; insistencias de trazos en el grafismo que
impiden toda simbolización, entre otras. Escenas repetidas en la clínica, presentes
en sueños interrumpidos, en juegos, grafismo y relato, ejercicio de un sadismo
pulsional que es necesario recortar entendiendo el estatuto de su origen exógeno,
traumático y desorganizante.
En este sentido, los desarrollos referidos a la noción de signo de percepción
serán de utilidad en tanto abordaje psicoanalítico, metapsicológico, que da cuenta
de los elementos psíquicos que no se ordenan bajo la legalidad del inconsciente ni
del preconsciente, que puede ser manifiestos sin por ello ser conscientes, que
aparecen en las modalidades compulsivas de ejercicio de la vida psíquica, en los
referentes traumáticos no sepultables por la memoria y el olvido, desprendidos de
la vivencia misma, no articulables. A diferencia del primer grupo de presentaciones,
en la clínica de lo traumático no nos encontramos con la presencia de lo reprimido,
inscripciones representacionales cortadas de su enlace asociativo, fijadas a la
memoria inconsciente, y que insisten por la via sintomal o fantasmática. Por el
contrario, en estos casos, la insistencia de lo visto y lo oído da cuenta de un sujeto
fijado a ello, arrasado por ello, sin que sea posible el recuerdo o la asociación. No
hay sujeto que recuerda sino sujeción del mismo a la presencia de lo acaecido, los
restos de lo traumático continúan investidos y operando más acá de su
subjetivación, y adquieren el valor de lo indiciario en términos clínicos, por su
contigüidad metonímica con lo real acontecido, lo que da cuenta de su ocurrencia,
aunque no sean ubicable por el sujeto sus nexos de origen.

De este modo, será importante situar la especificidad de la palabra de la


analista en su valor simbolizante, propiciatoria de la ligazón, del ensamblaje, lo que
posteriormente permitirá el desinvestimiento de aquello que ha podido por esta vía
devenir recuerdo historizable. Las asociaciones y el recurso a la interpretación se
verán imposibilitadas para dar cuenta de estos fragmentos representacionales que
insisten bajo diferentes modalidades de compulsión repetitiva. Será necesaria la
apuesta al armado de un tejido simbólico que permita anudar lo desgarrado, el
otorgamiento de simbolizaciones de transición que permitan capturar los restos de
lo real vivenciado, la apropiación y subjetivación de un fragmento representacional,
haciendo uso de relatos y representaciones del proceso de cura que aún no han
sido relacionados por el sujeto con eso emergente y desorganizante, lo que
Bleichmar denomina autotransplantes del tejido psíquico. Antes que darle entonces
una interpretación hay que reconocerlos como restos del real vivido, significarlos en
ese orden, y ensamblarlos respecto al objeto originario en el marco de la relación
transferencial, estableciendo puentes simbólicos, operando desde la perspectiva
teórica anudada con los restos vivenciales y excitantes de las representaciones del
sujeto que padece.

El analista interviniendo con su presencia y su palabra opera entonces como


soporte material y representacional, permite una salida de la vivencia de
desvalimiento, propiciando la elaboración. El poder contar, narrar, historizar el
suceso vivido, hacer de éste una vivencia subjetiva por su conexión con los afectos
vividos, da cuenta de un trabajo psíquico de metabolización activa de lo acontecido.
El dispositivo clínico permite construir un artificio, una invención para cada quien,
cuando ello no ha podido instrumentarse, siendo creativo y creador de nuevos
posibles más allá de la fijación al trauma, modificando este estado de situación de
inermidad repetida.

El trabajo analítico entonces no puede reducirse a la espera de ser un


recipiente de relatos de lo acontecido, sino que exige una operatoria activa desde
la ética como la intersección teórico-clínica, para propiciar un reposicionamiento del
sujeto dentro de su historia, de su presente como de sus posibles más allá de la
repetición.

Conclusiones

Como resultado del recorrido realizado, resulta importante llegar al tiempo de


concluir con una lectura de la complejidad que reviste la clínica con niños, niñas y
adolescentes que han atravesado situaciones de abuso sexual, como así también
con los adultos a cargo de su crianza y cuidado. Se ha intentado cercar las
particularidades de un trabajo con infancias y adolescencias institucionalizadas, en
lo referido a las implicancias psíquicas que la discontinuidad que una medida de
abrigo comporta, en las consideraciones transferenciales como de tiempos de
intervención, como así también en lo referido al entrecruzamiento de prácticas y
discursos institucionales e intersectoriales. El propiciar la salida de un vivir
plenamente en el trauma para poder hacer con lo vivido, la elaboración psíquica que
da lugar a que ello devenga un recuerdo penoso, la salida del ser objeto de la
repetición para ser un sujeto de la propia historia, no es sin la consideración y el
trabajo con todos los actores en juego y en contacto con este sujeto psíquico.

Asimismo, resulta importante la puesta en valor de la escucha y la palabra


del analista en el trabajo con lo singular, para poder apostar a la construcción
intersectorial de prácticas de protección y restitución de derechos que sean
efectivas y respetuosas de los tiempos psíquicos como de la subjetividad en juego.
Quien decida tomar a su cargo una demanda de intervención de estas
características no puede reducir el trabajo a las elaboraciones intrapsíquicas, sino
que es necesario que se propicie una escucha y abordaje de lo singular en otras
instancias y por otros efectores intervinientes, fundamentalmente en lo referido a las
declaraciones testimoniales como a la construcción de estrategias de intervención
por los órganos ejecutivos. Así como debe comprometerse en el trabajo con los
adultos a cargo, dar lugar a su angustia y desconcierto, apuntalar el ejercicio de sus
funciones, como apuesta a mitigar las prácticas silenciadoras o normalizadoras en
juego, inconscientes y operantes desde la propia fantasmática, habilitando el
despliegue y la elaboración subjetiva del sujeto niño, niña o adolescente en
cuestión.

Así como, en lo referido a la praxis clínica concreta, sostener un


posicionamiento ético comprometido y fundado en una rigurosidad teórico clínica,
para no permanecer en el marco de la impotentización de la palabra del analista
aferrado a un dispositivo tradicional, ni caer en el ejercicio de forzamientos que, bajo
la modalidad de violencia secundaria, operan agravando la desestabilización y
desintegración preexistente en el aparato psíquico. Estar preparados y poder
escuchar los modos de inscripción de las violencias sexuales en las infancias y
adolescencias, sujetos a una temporalidad singular, debe ser el prerrequisito clínico
de toda intervención, para la construcción transferencial de algo nuevo, inaugural,
que permita al sujeto reemplazarse en un lugar donde vivir.

Es en esta escritura sobre la práctica clínica que abra nuevos interrogantes,


que muestre las complejidades, discontinuidades e interrupciones que la misma
acarrea, que haremos propias las palabras de Silvia Bleichmar (2010), quien afirma
que:

“...cada uno de nosotros, en su compromiso e implicancia, debe haber


dado cuenta de que no es con una actitud contemplativa cómo los
analistas nos enfrentamos diariamente a nuestro quehacer; que la
neutralidad es neutralidad para no inmiscuirse en los destinos del
sujeto, para no juzgar ni imponer, pero no es neutralidad para
permanecer pasivos ante las asechanzas de la muerte y de la
destrucción” (pp 149).
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