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La Salud Mental

¿Qué es la salud mental? ¿Qué condiciones debemos generar para fortalecer su


cuidado desde la escuela? Esta fecha representa una oportunidad para reflexionar
sobre la salud mental como derecho y sobre cómo ejercer este derecho desde la
escuela.

¿Qué entendemos por salud mental?


La manera de concebir y abordar la salud mental ha variado a lo largo de la historia.
Resulta ilustrativo ejemplificar cómo se pensó la locura en diferentes contextos
históricos. Por ejemplo, durante los siglos XIV y XV se la interpretó como peligrosa;
y «las personas locas» eran perseguidas por considerar que habían pecado con el
diablo. También eran vistas como peligrosas las brujas, a quienes durante el año
1300 en Europa se condenaba a la hoguera. En la modernidad, con la aparición de
la medicina científica y la psiquiatría, la locura se medicaliza y «las personas locas»
pasan a ser enfermas mentales, despojándolas de los atributos considerados
necesarios para vivir en sociedad. Se sostiene así la presunción de peligrosidad y
por ende la estrategia del encierro y la exclusión.

Desde ese momento hasta la actualidad, lentamente se empieza a visibilizar un


posicionamiento crítico de esta mirada enfocada exclusivamente en la enfermedad
mental, para construir otra que contemple la integralidad de las personas y se ancle
en una perspectiva de derechos. Para ello, fue y es fundamental el aporte de los
movimientos que recuperan las voces de quienes utilizan los servicios de salud
mental que. Estos se oponen al encierro y al aislamiento como tratamiento
prioritario ante problemáticas de salud mental, e invitan a pensar la importancia de
sostener los vínculos familiares y comunitarios.

En nuestro país existe desde 2010 la Ley Nacional de Salud Mental (N.° 26.657), la
cual fue reglamentada en 2013. En ella, en su artículo 3, se define la salud mental
como «un proceso determinado por componentes históricos, socioeconómicos,
culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica una
dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos humanos
y sociales de toda persona». A la vez, reconoce a las personas con padecimientos
subjetivos como sujetos de derecho y establece que los abordajes de las
problemáticas de salud mental deben ser intersectoriales, interdisciplinarios y
comunitarios. Hablar de padecimientos —y no de trastornos o patologías
mentales— es entender la salud mental como el resultado de procesos singulares y
colectivos y acentuar su carácter multideterminado.

Esta perspectiva requiere pensar la salud mental en articulación con el proceso de


salud mental en general. En lugar de centrarse en aspectos meramente individuales
y patológicos, pone el acento tanto en la dimensión subjetiva y singular del
sufrimiento (diversidad de formas en que puede presentarse) como en la dimensión
colectiva (condiciones de época, históricas, económicas, culturales, económicas).
Reconoce el modo en que lo genérico social se singulariza, se presenta de singular
manera en cada persona.

¿Cómo cuidamos la salud mental desde la escuela?


La perspectiva de derechos y la pedagogía del cuidado constituyen el marco general
para promover los cuidados en salud mental en la escuela. Cuando hablamos de
pedagogía del cuidado hacemos referencia principalmente a que educar es cuidar.
Desde esta mirada se considera que los cuidados pueden hacerse presentes en
cada acción, en cada clase, en cada vínculo entre los distintos actores y actrices de
la comunidad educativa.

Generar condiciones para el cuidado en la escuela no tiene que ser abordado como
una «sobrecarga» de tarea o prácticas ajenas a las que ya se hacen cotidianamente.
Se trata de comprender que las acciones que se despliegan a diario para aportar
aprendizajes valiosos y acompañar los recorridos de las y los estudiantes son
espacios que fortalecen los cuidados en salud mental.

En este sentido, abordar la salud mental en la escuela no implica trabajar de modo


fragmentado las emociones ni elaborar propuestas que busquen controlarlas,
regularlas o individualizarlas. Las emociones no son «buenas» ni «malas», ni
tenemos que acompañar a las y los estudiantes a que expresen o alcancen
determinada emoción, o a que eliminen alguna en particular; sino que ese
despliegue de la afectividad nos habla de encuentros o desencuentros con otras
personas en modos diversos de atravesar situaciones conflictivas,
individualmente y con el mundo circundante.

Lo que se busca es orientar la tarea hacia el ejercicio efectivo de derechos, hacia


la construcción de una ciudadanía activa y democrática que fortalezca el lazo
social, la grupalidad y los vínculos intergeneracionales. Desde esta perspectiva,
las experiencias pedagógicas valiosas diseñadas en las escuelas —aquellas que
portan sentido para niñas, niños y adolescentes, porque permiten construir nuevas
preguntas, están en diálogo con diversos objetos culturales, implican quiebres en
los modos habituales de pensar el mundo en el que viven, producen lazos y vínculos
colectivos— son en sí mismas actos de salud y salud mental.
Sabemos también que la escuela puede ser el escenario donde se manifiestan
diversos tipos de padecimientos. Estas situaciones requieren de cuidados
singularizados que contemplen todas las dimensiones en juego: subjetivas,
vinculares, familiares, institucionales, sociales, económicas, de época, etc. Es decir,
un abordaje desde la complejidad que esté en consonancia con el enfoque de salud
integral. El desafío es poder leer las problemáticas subjetivas que se nos presentan
en términos de procesos, en lugar de ubicarlas solamente en términos de patología
o trastornos mentales como estados rígidos e inmodificables.

Pensar la escuela como una institución comprometida con la garantía de derechos


implica también asumir que no puede concebirse como en forma aislada, sino que
es necesario un trabajo de articulación permanente con otros actores e
instituciones para construir una red guiada por el principio de corresponsabilidad.
Este, como su nombre lo indica, consiste en una responsabilidad compartida,
común a dos o más personas, dos o más sectores, instituciones, etc. Se propone
entonces el trabajo en red como una manera de desarrollar la cooperación entre
instituciones, organizaciones comunitarias, actores y actrices, etc.

Existe un fenómeno que preocupa en la actualidad y es la frecuente patologización


de las infancias, una operación que convierte determinadas características
o padecimientos en síntomas de una patología mental. En 2015 el Ministerio de
Educación de la Nación, el Ministerio de Salud de la Nación y la Comisión Nacional
Interministerial en Políticas de Salud Mental (CONISMA) publicaron el
documento Pautas para evitar el uso inapropiado de diagnósticos, medicamentos u
otros tratamientos a partir de problemáticas del ámbito escolar. En los hechos, la
patologización es altamente nociva para niñas, niños y adolescentes, ya que se
reduce la complejidad de las problemáticas, los malestares, a algo individual y
biológico, se les pone una etiqueta y se les brinda asistencia médica, llevando en
ocasiones a obturar el despliegue de las subjetividades y la construcción de
proyectos de vida propios y autónomos.
Salud mental y pandemia
Las circunstancias que atravesamos condicionan nuestros modos de ser, de
vincularnos, de actuar y de sentir. Sin duda, una de las marcas de época es la
experiencia de la pandemia. Si bien se trata de una vivencia global, las formas de
atravesarla fueron y son singulares. Tener en cuenta estas singularidades,
conocerlas, pensarlas, analizarlas, con el cuidado de no llevar a cabo
generalizaciones («a todas o a todos nos pasó lo mismo») o establecer enunciados
patologizantes («las y los estudiantes tienen depresión»), es parte de nuestra tarea
y de las formas de acompañar desde la escuela.
Niñas, niños y adolescentes vivieron la interrupción de sus vínculos físicos con sus
seres queridos, y la ausencia de espacios de socialización en la escuela y fuera de
ella. Atravesaron además situaciones de pérdida, temor e incertidumbre que
pudieron haber desencadenado diversos padecimientos. Evitar patologizar ese
sufrimiento contribuye a que, con el acompañamiento de las personas adultas
referentes y significativas, lo tramiten de la mejor manera posible.

Para profundizar sobre esta temática sugerimos consultar el material Pensar los
vínculos en tiempos de pandemia: la escuela como un lugar de cuidado, elaborado
por el Área de Convivencia junto con el Programa de Prevención y Cuidado del
Ministerio de Educación, que ofrece una propuesta para pensar la pandemia y la
escuela. Es una invitación a reflexionar sobre qué significó —y aún significa— la
pandemia en el ámbito educativo.

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