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Morin, dice que uno de los axiomas de la complejidad es la imposibilidad de una
omniciencia. Hace suya la frese de Theodor Adorno y dice, “la totalidad es la no-verdad”,
reconociendo un principio de incompletud y de incertidumbre.
Es desde esta posición epistemológica, entramada con la teoría psicoanalítica, que me
sitúo para pensar y abordar los interrogantes de este período de la vida que contienen
en su estructura, la matriz de los procesos complejos.
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Podemos decir entonces que se requiere despatologizar las prácticas, en tanto que
podemos afirmar que hay prácticas que patologizan. Se trata de aquellas que al hacer
de las patologías etiquetas, enferman. Donde no se reconocen las diferencias, los
diversos existenciarios humanos y se vulneran derechos. Allí donde se abandona una
función de sostén y de regulación simbólica, haciendo del saber un ejercicio del poder.
Por supuesto con la consecuente discriminación que esto supone.
Entonces, por el contrario, la clínica en general, y con niños y con adolescentes en
particular, se enmarca como una buena práctica cuando podemos concebirla como una
práctica Situada y Ampliada. Cuya praxis deviene en Situación y en Contexto.
Situada en el campo teórico-clínico cuando nos referimos a diagnósticos y abordajes, en
el campo de lo político y articulada a la incidencia de lo social-epocal. El terreno que
también nos compete y nos ubica es el de la adquisición, producción y vulneración de
derechos, abarcando el campo de lo educativo, lo jurídico, lo familiar y
transgeneracional, con perspectiva de género. Una práctica clínica que busca trascender
los límites de su disciplina, abierta a una mirada ampliada inter y transdisciplinaria.
Se hace lugar de este modo al surgimiento de una nueva subjetividad por venir.
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Lo cual exige anudar nuestras categorías psicoanalíticas fundamentales, tales como
pulsión, narcisismo, identificación, castración, Edipo, con la producción actual de
subjetividad y con las improntas de lo histórico-social. (Sternbach, 2006)
Al respecto nos dice Silvia Bleichmar (2009): “la forma en que un sujeto se emplaza por
relación al inconsciente, la organización identitaria del yo y las pautaciones que
proceden de sus instancias ideales, se definen en la intersección entre deseos -
pulsionales y narcisísticos- y modos de producción subjetiva”.
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Un equipo asistencial interdisciplinario, como un equipo escolar, como un equipo de un
juzgado, etc., para que pueda funcionar como tal, requiere la inclusión programada,
dentro de sus actividades, de un tiempo dedicado al armado de estos dispositivos. Me
gusta tomar una frase de Ona Sujoy, psicoanalista con amplia experiencia en el trabajo
con grupos, que dice “en el encuentro grupal, la presencia de otros hace tope al regocijo
narcisista y permite que el pensamiento se sustente en una actividad con otros que será
generadora de argumento psíquico, así como de la ampliación del campo
representacional.” Entonces, para que éste trabajo de pensamiento tenga lugar,
requiere de determinadas coordenadas que lo contengan en un tiempo y en un espacio.
“La participación en un equipo de esta índole implica numerosas renuncias, la primera
es la renuncia a considerar que el saber de la propia disciplina es suficiente para dar
cuenta del problema. Implica allí, reconocer su incompletud.” (Stolkiner, 1999)
Estas reflexiones y preocupaciones, entre otras, dan lugar a quince artículos que
conforman la carta. Me referiré a cuatro para considerar nuestras prácticas y nuestras
teorías:
Artículo 1. Toda tentativa de reducir al ser humano a una definición y de disolverlo en
estructuras formales, cualesquiera que sean, es incompatible con la visión
transdisciplinaria.
-Si bien la carta no está redactada por psicoanalistas aquí nosotros podemos articularlo
a la dimensión enigmática que aporta el psicoanálisis con la noción de sujeto-
Artículo 10. No hay un lugar cultural privilegiado desde donde se pueda juzgar a las
otras culturas. El enfoque transdisciplinario es en sí mismo transcultural.
-Del mismo modo se presentan las Culturas Adolescentes, propias de cada territorio y
tiempo-
Artículo 13. La ética transdisciplinaria rechaza toda actitud que niegue el diálogo y la
discusión, cualquiera sea su origen, ideológico, cientista, religioso, económico, político,
filosófico. El saber compartido debería conducir a una comprensión compartida, fundada
sobre el respeto absoluto de las alteridades unidas por la vida común sobre una sola y
misma Tierra.
-Premisa básica para aceptar las adolescencias diversas, cualquiera sea el escenario de
sus manifestaciones-
Artículo 14. Rigor, apertura y tolerancia son las características fundamentales de la
actitud y visión transdisciplinaria. El rigor en la argumentación, que toma en cuenta
todas las cuestiones. La apertura incluye la aceptación de lo desconocido, de lo
inesperado y de lo imprevisible. La tolerancia es el reconocimiento del derecho a las
ideas y verdades contrarias a las nuestras.
-Anclaje en lo simbólico, apertura a lo incierto y tolerancia a las diferencias. Tres
condiciones necesarias para alojar a las y los adolescentes en la creación de dispositivos.
La noción de dispositivo aportada por Giorgio Agamben (2005) es una de las que más
nos aporta para pensar su alcance en nuestro trabajo. Agamben lo considera como
cualquier cosa que tenga de algún modo la capacidad de capturar, orientar, determinar,
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interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los
discursos de los seres vivientes.
Una definición sobre la subjetividad de Giorgio Agamben nos permite avanzar en esta
tarea: “El sujeto…no es algo que pueda ser alcanzado directamente como una realidad
sustancial presente en alguna parte; por el contrario, es aquello que resulta del
encuentro cuerpo a cuerpo con los dispositivos en los cuales ha sido puesto en
juego”…“La historia de los hombres no es quizás otra cosa que el incesante cuerpo a
cuerpo con los dispositivos que ellos mismos han producido: antes que ninguno el
lenguaje”.
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ser una disciplina o un método, la deconstrucción es, en efecto, una interrogación sobre
todo lo que “es”. Podríamos decir que es una posición interrogativa.
El adulto en función, aquél que interviene en los ámbitos habitados por las
adolescencias, en escuelas, en instituciones de salud, en organizaciones sociales o
comunitarias; está llamado a acompañar la producción de una transformación que es
esencial en el modo en que el adolescente habita la institución, estableciendo lazos
desde un determinado lugar, desde el cual incide en la dinámica institucional.
Alicia Stolkiner (2010), afirma que los niños y los adolescentes son analizadores
privilegiados de las instituciones. Define a un analizador como una persona, un acto o
acontecimiento, que coloca en el discurso social o institucional algo que estaba
naturalizando o invisibilizado, lo pone en escena. Es sumamente importante para todos
los que formamos parte de estas instituciones tener en cuenta que ser un analizador es
distinto de ser actor. El analizador produce un proceso de revulsión del discurso y del
sentido sin que necesariamente haya en su acto una intención de hacerlo. Un joven
puede protagonizar un acto de violencia escolar involucrando a toda la institución en la
escena, en la que su propio cuerpo está implicado. No necesariamente está tratando de
cambiar algo, simplemente puede haber reaccionado a una situación insoportable. Para
configurarse como actor necesita incorporar una intencionalidad y una búsqueda de
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asociatividad con otrxs. Todo nuestro esfuerzo debe estar dirigido a favorecer su pase
de analizadores a actores, dice Stolkiner. No debemos tratar de adaptarlos a modelos
preconcebidos, sino facilitar los dispositivos para que construyan sus modelos. Esto se
favorece a través de formas institucionales que se sostengan en la lógica de la garantía
de derechos. Se trata de trabajar conjuntamente para que no sea la sociedad la que
habla de lxs adolescentes, sino que ellxs hablen en y a la sociedad, haciendo su
experiencia de ensayo y error.
Cuando un entramado social facilita las condiciones para la elaboración colectiva de lo
traumático, y da lugar a las voces de lxs adolescentes, ellxs toman la palabra. Y realizan
movimientos que son transformadores de la realidad que habitan y también de su
entorno. (Ruibal 2022)
Entonces, las revueltas adolescentes pueden disponerse a ser experiencias
subjetivantes, tanto en el consultorio como pequeñas revueltas, o cómo en los
movimientos colectivos adolescentes, por todxs conocidos en la historia argentina, que
permiten pensar en esas revueltas como productoras de subjetividad y de advenimiento
de lo nuevo.
Son las teóricas feministas quienes han hecho aportes al concepto político de “cuidado”
y a la ética ligada al mismo. Entre ellas, Najmanovich, se refiere a las políticas de cuidado,
no cómo cuidados regimentados y de seguridad, sino como cuidado vital, situado y
pensado, atento a uno y al otro. Cuidar es un verbo y es una forma de habitar la vida.
Acuña el término Cuidadanía para remitir a una Ética del cuidado, en consideración al
semejante. Ubica que las violencias mayores no son agresivas. Son silenciosas. Tienden
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a anestesiarnos. Se sostienen, para todos los seres humanos, en procesos de
justificación y anestesiamiento. Es muy poderoso el entrenamiento que tenemos en
invisibilizar las violencias, nos dice.
Y toma el texto “La banalidad el mal” de Hannah Arendt (1906-1975), filósofa alemana
de origen judío, quién acuñó la expresión «banalidad del mal» para expresar que
algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin
reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de sus actos, solo
por el cumplimiento de las órdenes y deberes.
Y así, en esos dispositivos biopolíticos de la crueldad, son capaces de ejercer crueldad
sobre el semejante. Crueldad en el sentido de desconocer al otro como sujeto. Son seres
pensantes, racionales, que infringen crueldad como la ejercida en los campos de
concentración nazis y también durante el terrorismo de estado en nuestro país.
Es común escuchar que los analistas tienen sus consultorios “estallados” de pacientes.
El diagnóstico inicial a semejante aluvión de consultas, como es esperable, es atribuible
a los efectos psíquicos/sociales/económicos que produjo semejante acontecimiento
traumático como fue la Pandemia. ¿Alcanza hoy pensarlo sólo desde ahí?
Con cierto humor un colega me decía que el Dibu Matinez, arquero de la selección
argentina, fue la mejor propaganda para nuestra profesión. Que hizo más por los
psicólogxs que las instituciones psicoanalíticas. ¿Será así?
Una paciente joven me pide una derivación para un familiar de su misma edad, sugiero
alguien. A la sesión siguiente me cuenta que la persona en cuestión, había pedido varias
recomendaciones y que se había tomado dos días para tener 6 o 7 entrevistas de
primera vez. De esta manera podría evaluar qué profesional estaría a la altura de
responder a sus requisitos de atención, los que estaban formulados en términos de
objetivos a cumplir, y así decidir con quién comenzar su terapia...La búsqueda ya se
había iniciado en un peregrinaje por sesiones de constelaciones familiares, astrología,
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tarot y resolución de conflictos a corto plazo, entre otras variantes psicológicas de
distinta parroquia. Tiempo después llega a mí la noticia de que la derivación había
sorteado los obstáctulos y su familiar comenzó a analizarse con la colega que había
propuesto.
Claro está, que elegir analista, como objetos de una góndola, no la protegió del
padecimiento que conlleva semejante exigencia de triunfo. Muy por el contrario.
Consumidores y consumidos, nos fundimos en la vertiente más infame que el
capitalismo promulga, rendir. Rendir incansablemente. Batallar con los problemas,
aniquilarlos, para seguir produciendo y triunfar.
Consultorios estallados, analistas detonados, agendas explotadas...todas metáforas
bélicas para describir el malestar que nos habita. Dónde uno y otro, alienados al ideal,
corremos el riesgo de perder nuestra condición de sujeto, particularmente de sujetos
deseantes.
En uno de sus libros sobre la cura psicoanalítica, Juan David Nasio, dice:
“Para que el psicoanálisis sea eficaz, es necesario que quien consulta reúna las siguientes
características: que sufra, que no soporte más sufrir, que se interrogue sobre las causas
de su sufrimiento y que tenga la esperanza de que el profesional que va a tratarlo sabrá
cómo librarlo de su tormento.”
La liberación del tormento parte de poner en acto una determinada escucha y no de dar
una respuesta acabada. Escuchar a un/a paciente, es más que “oir”. Es una escucha
activa, atenta a las manifestaciones verbales y no verbales de quién nos habla. Escuchar
es concentrarnos en lo que nos dice el/la paciente, tratando de ir más allá de las palabras
que pronuncia, sobre todo intentando sentir en nosotros la emoción dolorosa que lx
habita, consciente e inconsciente.
La experiencia profunda de la escucha, supone el deseo de entrar con él o la paciente en
la exploración de su mundo interior, de saber los modos en cómo éstx se siente, se juzga,
se percibe y sobre todo se ignora. Arrojándonos así al campo del enigma sin sucumbir a
las respuestas exhibidas en la góndola.
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BIBLIOGRAFÍA:
Fernández, A. M.: Psicoanálisis. De los lapsus fundamentales a los feminismos del siglo
XXI. Buenos Aires: Paidós. 2021.
Ruibal, A.: En busca del tiempo perdido. Por el camino de Eros. En Revista Actualidad
Psicológica, Periódico Mensual, No516. Pag.14 a 16. Buenos Aires; abril de 2022.
Ruibal, A.: Las adolescencias exigidas. Entre Eros y Tánatos. En Revista Actualidad
Psicológica, Periódico Mensual, No508. ISSN 0325-2590. Bs. As.; julio de 2021.
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Stolkiner, A.: La interdisciplina: entre la epistemología y las prácticas. Publicado en El
Campo Psi. Abril 1999.
Stolkiner, A.: Las formas de transitar la adolescencia hoy y la salud/salud mental: actores
y escenarios. Novedades Educativas, 25 (269), I, 40-45. 2010.
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