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Indice
Resumen...................................................................................................................3
Definición..................................................................................................................4
Introducción..............................................................................................................5
El tabú de la muerte..................................................................................................8
Metodología............................................................................................................11
Psicoanálisis de la muerte......................................................................................25
Angustia..................................................................................................................34
Construir la muerte.................................................................................................35
Discusión................................................................................................................39
Conclusión..............................................................................................................41
Bibliografía..............................................................................................................43
RESUMEN
ABSTRACT
The purpose of this study is to know if the boy is aware that he can die when
he enters to a hospital. On the other hand the importance to know how does the
infant starts having experiences with real death and how does he defeats different
duels that appear during the treatment. An other aspect is how the boy manages
the anguish related with the death the boy defeates. The study is realized through
three disciplines:
Sociology: What does he influence of the family, the environment, and the concept
of death in mexican society produces in an ill boy.
Philosophy: The sense of death as meaning of “ stop being” or not be” to define
death.
Psicoanaliysis: It tries to go deep in aspects like anguish, duel, as well as to know
the point of view of Freud, Klein, among others.
Key words: Anguish, duel, death.
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DEFINICIÓN DE PALABRAS CLAVES.
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La muerte es el hecho más universal y pronosticable de la existencia
humana. Todo ser humano, sin excepción, debe enfrentarse con la muerte de sus
familiares, amigos y conocidos y finalmente con su propio fallecimiento biológico.
Si la perspectiva de la muerte es la cosa más segura de la vida, el momento de la
muerte es la más insegura. Nunca se sabe cuándo ni cómo vendrá. Lo lógico sería
pensar que bajo estas circunstancias se tratara de saber lo más que se pudiera
acerca de este fenómeno y que cada persona se prepara para hacerle frente a
ésta en cualquier momento. Sin embargo parece ser que ocurre lo contrario. El
progreso de la civilización occidental y los triunfos tecnológicos de la ciencia
mecanicista han ido acompañados de una profunda y creciente negación de la
muerte. El occidental medio a lo largo de su vida intenta evitar enfrentarse con el
tema de su mortalidad, ya sea emocional, filosófica o espiritualmente y cuando
sobreviene la muerte, le pilla totalmente de sorpresa.
Esta situación se agrava debido a la posición a la que la ciencia moderna
ha relegado a la conciencia humana. La conciencia se ve tan sólo como un
producto de los procesos fisiológicos del cerebro. Por lo tanto, lo único lógico es
considerar la destrucción del cuerpo y del cerebro como el fin absoluto del ser
humano.
Para la mente científica occidental la muerte es la muestra final del fracaso
humano. Es un doloroso recuerdo de los límites de la capacidad de controlar la
naturaleza y su propio destino. La medicina contemporánea, con sus aparatos
superespecializados y su magia técnica, considera a la muerte como algo que se
debe conquistar o, al menos posponer a toda costa. Aunque el personal médico se
esfuerza por prolongar la vida biológica, se presta muy poca atención a las
necesidades psicológicas, filosóficas y espirituales del paciente, o a la condición
en la que transcurren sus últimos días.
El énfasis principal de la profesión médica no es sólo el prolongar las
funciones del organismo, sino que frecuentemente se altera la conciencia del
paciente con drogas que no sólo adormecen el dolor, sino que también inhiben la
conciencia del proceso de morir.
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Un occidental típico tiene que enfrentarse a la muerte totalmente
desprevenido, aislado del importante contacto social y saturado del espíritu
nihilista de la filosofía materialista. El o ella se enfrenta con la más profunda de
todas las crisis, la que afecta simultáneamente a las dimensiones sociológica,
emocional, filosófica y espiritual de su ser y, sin embargo, hasta hace poco los
psiquiatras y psicólogos dejaban de lado el proceso de la muerte.
Los profesionales de la salud mental, aunque exploraban cada uno de los
aspectos de la vida humana con minuciosidad y pedantería, no ofrecían ayuda
psicológica al moribundo y consideraban que el tema de la muerte no tenía que
ver con la psicología, la psicopatología ni la psicoterapia.
Esta situación ha cambiado dramáticamente durante la última década.
Como resultado de las investigaciones de Elizabeth Kübler-Ross, Raymond Moody
y otros, ahora hay un vívido interés por la muerte y el proceso de morir, tanto entre
los profesionales como entre los profanos. Pero a pesar del agudo entendimiento
sobre la importancia de la muerte y el proceso de morir, y a pesar de todo el
trabajo que se ha hecho, todavía no se ha desarrollado ningún método para aliviar
el sufrimiento de los que están muriendo.
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UNA MIRADA RAPIDA A LA HISTORIA
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Más recientemente, el 13 de mayo de 1976 se exhibió en la Televisión
Americana un largo documental de 4 horas, titulado “Dying”. Ariés analiza
detalladamente la película, que revela más la opinión pública actual que la
literatura reciente sobre la muerte. Un común denominador es la resultante de los
cuatro casos estudiados, la muerte es algo sin importancia; ha sido despojada de
su sentido trágico y convertida en un hecho ordinario. La muerte se considera un
hecho técnico ordinario, tan insignificante como necesario. (Ariés, en Pérez, 1990)
EL TABU DE LA MUERTE
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Ante la muerte se le pedía al estoico “ataraxia”, es decir dominio de sí,
dignidad; al cristiano, serenidad y esperanza; al hombre moderno, sólo discreción:
Ocultar y reprimir el dolor y el llanto bajo las gafas oscuras o el velo negro. Cada
vez con mayor rapidez se hace desaparecer el cadáver, no sin antes
embalsamarlo y maquillarlo, para luego destruirlo lo más posible: incinerarlo. Es
precisamente con la muerte falsa como el “modo americano de morir” llega a un
compromiso entre el tabú de la muerte y el “culto” a ella, que imponen las
necesidades psicológicas y las convenciones sociales. Todo esto hace pensar si,
como en otras áreas, en México no se está importando en el mismo paquete
modelos extranjeros y cultos paganos, que contradicen ricas y sanas tradiciones.
Para los antiguos mexicanos la oposición entre muerte y vida no era tan
absoluta como para el mexicano contemporáneo. La vida se prolongaba en la
muerte, y a la inversa. La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un
ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección eran estadios de un proceso cósmico,
que se repetía insaciable. La vida no tenía función más alta que desembocar en la
muerte, su contrario y complemento; y la muerte, a su vez, no era un fin en sí; el
hombre alimentaba con su muerte la voracidad de la vida, siempre insatisfecha. El
sacrificio poseía un doble objeto: por una parte, el hombre accedía al proceso
creador (pagando a los dioses, simultáneamente, la deuda contraída por la
especie); por la otra, alimentaba la vida cósmica y la social, que se nutría de la
primera.
El advenimiento del catolicismo modifica radicalmente esta situación. El
sacrificio y la idea de salvación, que antes eran colectivos, se vuelven personales.
La libertad se humaniza, encarna en los hombres. Para los antiguos aztecas lo
esencial era asegurar la continuidad de la creación; el sacrificio no entrañaba la
salvación ultraterrrena, sino la salud cósmica; el mundo, y no el individuo, vivía
gracias a la sangre y la muerte de los hombres. Para los cristianos, el individuo es
lo que cuenta. El mundo, la historia, la sociedad está condenado de antemano. La
muerte de Cristo salva a cada hombre en particular. Cada persona es un Hombre
y en cada uno están depositadas las esperanzas y posibilidades de la especie. La
redención es obra personal.
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Ambas actitudes, por más opuestas que parezcan, poseen una nota común:
la vida, colectiva o individual, está abierta a la perspectiva de una muerte que es, a
su modo, una nueva vida. La vida sólo se justifica y trasciende cuando se realiza
en la muerte. Y ésta también es trascendencia, más allá, puesto que consiste en
una nueva vida.
La muerte moderna no posee ninguna significación que la trascienda o
refiera a otros valores. En casi todos los casos es, simplemente, el fin inevitable de
un proceso natural. En un mundo de hechos, la muerte es un hecho más.
También para el mexicano moderno la muerte carece de significación. Ha
dejado de ser tránsito, acceso a otra vida más vida que la vivida. Pero la
intrascendencia de la muerte no lo lleva a eliminarla de la vida diaria. Para el
habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se
pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla,
la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor
más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los
otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con
impaciencia, desdén o ironía: “si me han de matar mañana, que me maten de una
vez”.
La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante
la vida. El mexicano no solamente postula la intrascendencia del morir, sino la del
vivir. Las canciones, refranes, fiestas y reflexiones populares manifiestan de una
manera inequívoca que la muerte no los asusta porque “La vida nos ha curado de
espantos”. Morir es natural y hasta deseable; Cuanto más pronto, mejor. La
indiferencia ante la muerte es la otra cara de la indiferencia a la vida. Matarse
porque la vida, la suya y la ajena, carece de valor y es natural que así ocurra: vida
y muerte son inseparables y cada vez que la primera pierde su significación, la
segunda se vuelve intrascendente. La muerte mexicana es el espejo de la vida de
los mexicanos. Ante ambas el mexicano se cierra, las ignora. (Paz, 1984).
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METODOLOGIA
H.A: Los niños al entrar al hospital no tienen conciencia de que una de las
consecuencias de su enfermedad puede ser la muerte.
H.O: Los niños al entrar al hospital ya tienen consciencia de que una de las
consecuencias de su enfermedad puede ser la muerte.
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La muerte como separación de alma y cuerpo es quizá la definición más
popular en occidente. Separación significa ante todo supresión de una unión. La
muerte como fin de la vida.
La muerte da a la vida humana una enorme seriedad: ella es histórica,
única e irrepetible con un significado inderogable. La vida entre un verdadero
principio y un verdadero fin. Ella no sería un ensayo provisional, sino que la vida
del hombre tendría gracias a la muerte una importancia decisiva.
( Heidegger 1926) “ El hombre es una posibilidad siempre abierta, ya que el
ser humano ( dasein) no sólo tiene ser sino que tiene que ser. Su ser no es
estático, sino siempre está presionado hacia delante, hacia su propia realización,
siempre más allá de sí mismo. En otras palabras, el ser humano nunca está
completo sino que siempre incluye la posibilidad de ser más.”
La muerte es la posibilidad más importante que ilumina la existencia del ser
humano, ya que la muerte es la suprema y máxima posibilidad del ser humano en
este mundo la muerte es la posibilidad que contiene y abraza todas las otras
posibilidades. Ella es una posibilidad insuperable en tanto que las demás
posibilidades son superables y secundarias comparadas con la muerte. Así mismo
la muerte es la más propia, personal, insustituible e incomunicable de las
posibilidades, además, siempre presente.
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que también tengan que morir los niños es algo infinitamente más difícil de
comprender y de aceptar internamente (Mittag, 1996).
Esto desde luego no siempre ha sido así. Al menos la actitud social frente al
niño y la infancia ha cambiado profundamente en los últimos cien o doscientos
años. En la antigüedad y todavía en la Roma imperial la muerte de los niños era
una forma generalmente aceptada de control de la población. Y hasta bien entrada
la edad media no se consideraba todavía al recién nacido como una persona.
También era una práctica ampliamente extendida la eliminación de niños recién
nacidos. A los lactantes se les dejaba morir de hambre, se los abandonaba,
ahogaba y golpeaba o “en el terreno fronterizo de la voluntad, el olvido y el
descuido” (Ariés, en Mittag, 1975) se les asfixiaba sin más en la cama de los
progenitores. Todavía en el siglo pasado persistía la costumbre de no poner de
primeras nombre alguno al recién nacido, porque no se sabía si sobreviviría. Por la
misma época, en los registros de muchas familias americanas a los niños que
todavía no habían cumplido un año se les designa sumariamente como “sin
nombre” o anónimo” (Ariés, en Mittag, 1982).
Hoy por el contrario, la muerte de un niño provoca en los progenitores una
tristeza y desesperación agobiantes a la vez que sentimientos de fracaso y una
vigorosa rebelión interna contra la crueldad del destino, que le ha arrebatado a su
hijo. Justamente por ello es tan importante escribir también sobre la muerte de los
niños.
Cuando, por ejemplo, mueren de una afección cancerosa niños ya mayores,
se aplica realmente todo lo dicho hasta ahora; Sólo que el dolor, la rebelión y la
tristeza son por lo general todavía mucho más intensas que cuando muere un
adulto, y que para los parientes y amigos resulta aún más difícil hablar de la
muerte con el niño.
Para los padres, los médicos, el personal asistencial y demás cuidadores
eso significa estar a disposición del niño, darle a entender inequívocamente que
se le quiere y que no es algo inútil, responder honradamente y de un modo
congruente con su grado de desarrollo a las preguntas que formule y alentarle
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activamente a que exprese sus ideas y sentimientos de palabra o por otros medios
(dibujos, juegos) (Mittag, 1996).
La mayor parte de los niños sufrirá menos si no se les separa de su hogar,
de sus padres y sus hermanos. También para los padres es a menudo consolador
estar a lado de su hijo moribundo. Algunas investigaciones norteamericanas han
demostrado que casi en la mitad de los casos en los que un niño ha muerto en la
clínica, al menos uno de los progenitores necesita ayuda psiquiátrica; mientras
que eso no ocurre casi nunca cuando el hijo ha muerto en casa (Buckingham,
1987). Por lo demás, aquí juega también un papel el hecho de que las familias que
cuidan a un niño moribundo en el hogar disponen quizá ya de antemano de
mejores recursos para controlar las crisis y por lo mismo después de la muerte del
hijo necesitan con menos frecuencia de apoyo profesional. Pero hoy se sabe
también por muchas autodeclaraciones que los padres asimilan más fácilmente la
pérdida de su hijo, cuando el niño ha muerto en casa o al menos estando ellos
presentes. Muchas madres cuentan que para ellas había sido después
infinitamente importante el haber convivido la agonía de su pequeño y que el niño
hubiera muerto en sus brazos.
En general, no constituye ningún impedimento el que, además del niño
enfermo, haya en la casa otros hermanos mayores o menores. Tampoco es
necesario ir de puntillas en una casa en la que hay un niño agonizando. Una de
las grandes ventajas precisamente que presenta la situación doméstica es que el
niño puede tomar parte hasta el final, al menos de una manera pasiva, en la vida
diaria.
A lo cual se añade que la mayor parte de los niños nada hay que teman
más que el ser diferentes de los demás niños. Siempre que es posible quieren
llevar una vida “normal”, quieren ir a la escuela, jugar, comer de todo lo que comen
los otros niños y distinguirse lo menos posible de los amigos sanos. De ahí que
para los niños resulten especialmente difíciles de soportar ciertos inconvenientes,
como por ejemplo la pérdida del cabello a efectos de la quimioterapia. El estar en
casa y no en el hospital representa también para los niños una especie de
normalidad.
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Es difícil la decisión de sacar del hospital a un niño enfermo de muerte para
llevárselo a casa, porque de ordinario, tratándose de un niño, es más difícil de
aceptar internamente que va a morir y que es inútil cualquier intento de salvación,
que cuando se trata de un adulto. La mayor parte de los padres sólo estarán en
condiciones de cuidar de su hijo gravísismo cuando, tras numerosas
conversaciones con los médicos, se han hecho a la idea de que realmente no
queda ninguna esperanza para su pequeño. Es un conocimiento que resulta
infinitamente difícil de aceptar.
Muchos padres harán hasta el final esfuerzos desesperados por salvar
todavía a su hijo. De ahí que con frecuencia insistan todavía en un tratamiento
máximo, cuando los médicos que tratan al pequeño han renunciado ya a toda
esperanza. No hay sitio para la decisión de llevarse al niño a casa para que
muera. Se cree perfectamente comprensible que médicos y otros ayudantes
profesionales hacen bien en aceptar esa manera de obrar.
Ante una afección incurable de su hijo muchos padres se vuelven también a
otros métodos alternativos de curación, a menudo incluso oscuros, de los que sin
embargo se prometen un remedio. Para los médicos que tratan al enfermo eso
resulta a menudo muy difícil. Perciben el comportamiento de los padres como un
rechazo radical de la “medicina académica” y en muchos casos temen con razón
un empeoramiento del estado del niño debido a esa decisión paterna. En
ocasiones hasta puede darse una perplejidad totalmente personal, porque los
padres a menudo no reconocen el gran esfuerzo de los médicos y no parecen
prestarles confianza alguna.
El psicólogo y médico de Friburgo, doctor Fritz Muthny ha recogido las
posibles funciones positivas de la adopción de métodos alternativos de curación y
ha señalado vías favorables de actuación (Muthny, 1990). Considera como
aspectos positivos ante todo el mantenimiento de la esperanza, que ayuda a evitar
la resignación, la entrega y la depresión personales. También el que a través de
métodos alternativos se abren quizá posibilidades añadidas de tratamiento y alivio.
Finalmente, a menudo se deriva de todo ello un mayor apoyo social, que puede
favorecer a los padres y al niño.
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En tales casos, los médicos deberían continuar mostrándose abiertos a los
padres, pues de otro modo ya no podrán ganarse su confianza. Deberían meditar
asimismo de una manera realista sobre el grado de peligro efectivo para el niño y
reflexionar sobre los propios motivos, valoraciones y objetivos. Y, finalmente,
tendrían que estar dispuestos a reconocer los propios límites y las limitaciones de
su arte de curar.
La ocupación de los padres, a menudo exclusiva, en la enfermedad de uno
de los hijos representa las más de las veces un grave problema para los demás
hermanos. Tal vez eso puedan asumirlo más fácilmente, cuando en la propia casa
viven el hecho del porqué los padres tienen tan poco tiempo para ellos y cuando,
por su parte, pueden asumir algunas responsabilidades en la atención a su
hermano enfermo. También después de la muerte de la hermana o del hermano
enfermo tienen los hermanos que superar una múltiple pérdida. Sienten tristeza
por su hermano muerto, por la dedicación que sus padres no han podido
prestarles en las semanas y los meses pasados y todavía tienen que asimilar la
pérdida derivada del hecho de que los padres en luto todavía les faltarán
emocionalmente por un largo tiempo. Efectivamente, la situación familiar tras la
muerte de un niño con muchos hermanos es una situación que se vive con
angustia y desolación extremas.
Por eso hacen bien muchas familias por conseguir en esa época difícil la
ayuda y apoyo de fuera. Actualmente en muchas ciudades existen grupos para
familias que han perdido a un niño. También pueden prestar ayuda las
instituciones de asesoramiento locales, las instituciones públicas y privadas.
(Mittag, 1996).
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LOS CINCO ESTADIOS
1) NEGACIÓN O AISLAMIENTO
2) ENOJO
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Quizá si nos detuviéramos a pensar en esto, nos daríamos cuenta que nosotros
experimentaríamos los mismos sentimientos si de pronto nuestras actividades se
vieran coartadas. En esta etapa es muy importante, el entendimiento, el respeto y
la buena atención del paciente.
3) REGATEO
Esta etapa es menos conocida pero no por eso de menos ayuda para el
paciente. Suele presentarse en intervalos pequeños de tiempo. Es característica
de esta el tratar de llegar a un acuerdo casi siempre con “Dios”. El regateo tiene
como fin el intentar posponer lo inevitable, para lo cual hay que pagar un precio
determinado. Por lo general, también suele incluirse la promesa de que el paciente
no pedirá más si se le garantiza esta postulación. Sin embargo, Kübler-Ross
observó que ninguno de sus pacientes guardaba tal promesa. Menciona que
“psicológicamente las promesas que suelen hacerse pueden estar asociadas con
sentimientos de culpa por lo que es importante tomarlas en cuenta y analizarlas
con el paciente para su mayor tranquilidad. (Kübler-Ross, 1972).
4) DEPRESIÓN
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estará realmente agradecido a las personas que compartan esta etapa de su
enfermedad sin que constantemente tengan que pedirle que no esté triste.
Kübler-Ross plantea tres tipos de depresión:
DEPRESIÓN REACTIVA, que se da como respuesta a la enfermedad,
tratamientos, y cambios de estilo de vida; y la preparatoria, que surge como:
DEPRESIÓN ANTICIPATORIA, a la muerte, en los pacientes terminales o en
agonía, generalmente es silenciosa, a diferencia de la primera, durante la cual, el
paciente tiene mucho que compartir, y necesita mucho de la comunicación verbal,
y a menudo de interacción activa.
DEPRESIÓN ANSIOSA: cuadro clínico, en el que ocurren la depresión, y la
angustia, es decir: además de que el paciente se siente deprimido, sufre de una
fuerte ansiedad: teme que algo malo está por ocurrir, lo cual le preocupa
seriamente. Hasta sus actividades habituales, le causan miedo.
5) ACEPTACIÓN
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frecuentemente desea que se le deje a solas y cuando hay visitas no desea
entablar largas conversaciones. La comunicación suele ser no verbal.
Dentro de las cinco etapas lo único que permanece constante es la
esperanza, ya que tienen la idea de que puede aparecer algo mágico que los cure.
Kübler-Ross, indicó que según su experiencia adquirida con el trabajo de
niños moribundos logró darse cuenta que “de manera intuitiva los niños saben del
resultado de su enfermedad y que como los adultos creen que los niños no saben
ni entienden de la muerte, el niño siente que no puede compartir esta experiencia
con ellos y mejor la comenta con más niños”. (Kübler-Ross, 1983).
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Zwig, en Schowalter (1983), en su investigación ya descrita, sostiene que
cuando los niños piensan en la muerte, les da miedo y por lo tanto la niegan.
Menciona que una de las causas principales por la que los niños temen a la
muerte es la actitud misteriosa de los padres, ya que esta impide un aprendizaje e
inhibe discusiones acerca de la muerte. Los adultos son los transmisores
principales de la angustia relacionada con éste tema. Comenta que las creencias
irreales que los negros atribuyen a sus padres sugiere que los padres son de poca
ayuda en la formación del concepto de muerte y que probablemente la t.v. es una
influencia mucho más fuerte para el desarrollo de éstas ideas. Comenta que un
impedimento de los padres para discutir el tema de la muerte en una forma
constructiva con sus hijos, es el no haber superado sus propios temores.
Gartley y Bernasconi (1967), concluyeron que los niños aceptan la muerte y
que el miedo que les produce es causado por la observación de la conducta de los
adultos.
Su investigación se refiere al desarrollo de las actitudes hacia la muerte.
Afirma que los padres suelen proteger a sus hijos del hecho de la muerte y que
cuando tratan de hablarles de la muerte se muestran sin habilidad para hacerlo y
entonces le dicen al niño que papá se ha ido de viaje a un lugar muy lejano y por
mucho tiempo, o tratan de hacerlos sentirse felices por el hecho de que papi está
en el cielo.
Sus propias actitudes revelan a sus hijos que ni siquiera ellos se sienten felices.
En fin, piensan que la muerte debe ser aceptada como parte de la naturaleza,
igual que la vida.
Steinzor (1978-1979), mantiene que es obvio que los niños que han
experimentado la muerte dentro de la familia, desarrollarán más temprano el
entendimiento de la muerte como algo eterno.
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Plank(1978), se pregunta si el miedo a la muerte se desarrolla por las
expectativas anteriores o si es innato y opina que es difícil imaginar como puede
existir un miedo antes de que su objeto pueda ser entendido. Agrega que el punto
de vista de que el miedo a la muerte es innato en el hombre y en las bestias y que
actúa como una fuerza muy poderosa en el desarrollo mental del individuo
humano ha sido propuesta por filósofos como Schopenhauer.
Caín (1963), en su artículo señala lo importante que es no solamente
preocuparse por el paciente moribundo, sino también por su familia. En la revisión
de datos clínicos y en sus observaciones encontraron que más del 50% de sus
sujetos (niños cuyos hermanos habían muerto), tenían fuertes sentimientos de
culpa, de tristeza, llanto y depresión. La mayoría seguía sintiendo culpa, de
tristeza, llanto y depresión. La mayoría seguía sintiendo una culpa activa después
de cinco años de la muerte del hermano. Sentían que ellos también debían morir o
que debían haber muerto en lugar de su hermano, por lo tanto señalan que no
debían disfrutar de nada, buscaban un castigo, merecían lo peor y constantemente
sentían acusaciones masivas del super yo.
De estos niños 1/3 parte no se les permitió hablar de evento, no pudieron
desahogar la culpa.
Ya que las fantasías agresivas que rodeaban al muerto dejaban al hermano
sobreviviente en pleito y con una culpa intensa, el niño solía crecer
extremadamente atemorizado de perder control de su coraje y se sentía como un
asesino potencial.
Por lo general el hermano del muerto tenía un concepto distorsionado de
enfermedad y muerte y de la relación entre enfermedad y muerte y de la relación
entre enfermedad y muerte. Aprendieron que crecer implicaba morir.
Generalmente crecieron con miedo a las enfermedades, aumentó el miedo hacia
los doctores, asociaban hospital con muerte. Algunos necesitaban que se les
asegurara que Dios a nadie le hacía daño, otros odiaron a Dios por el “asesinato”.
Algunos niños temían morir igual que el hermano, por la misma enfermedad y en
las mismas circunstancias. Aumentó el miedo a la muerte y los niños temían que
en cualquier momento ellos o alguno de sus padres morirían.
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En el 40% de los casos hubo “aniversario” celebrado con identificaciones
histéricas, con los síntomas prominentes del niño enfermo, incluyendo dolores y
miedos histéricos, ataques asmáticos, etc. Algunos padres impusieron la identidad
del niño muerto a uno de los sobrevivientes. El 15% reveló distorsiones cognitivas
relacionadas con la muerte del hermano y especialmente inhabilidad específica
para manejar conceptos de tiempo y causalidad.
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niño pregunta, investigando primero lo que significa morir para el niño. Afirma que
entre más sólida y efectiva sea la unión familiar, los padres estarán mejor
capacitados para aceptar la enfermedad. Los niños suelen expresar sus
preocupaciones fundamentales ya sea a través de preguntas directas o indirectas.
Sostiene que invariablemente sienten a un nivel significativo lo que está
sucediendo, quizá lo sientan al “leer las caras” gestos o sintiendo la tensión en su
ambiente. Indica que para el niño moribundo el hecho de sentir que sus padres no
lo pueden ayudar, aumenta el terror que sienten por el dolor, la tristeza de los que
los rodean y la soledad de estar en el hospital. Propone tres tareas principales
para confrontar al niño y a sus padres.
1-Reconocer lo que es la enfermedad en términos de sus temores y
esperanzas. Explicarles a los padres qué tan seguro o inseguro será el éxito de la
enfermedad y el tratamiento y qué pasos deben tomarse para entender mejor la
naturaleza de la enfermedad amenazante. Se debe tomar en cuenta el nivel del
niño y sus capacidades, anticipando las preguntas que el niño podrá hacer para
dar una respuesta según su nivel, lenguaje, pensamiento abstracto y sus
capacidades emocionales y cognitivas.
2-Hacerles saber a los niños y a los padres qué tratamientos disponibles
hay, cuáles son los específicamente indicados y cuáles los opcionales, así mismo,
deberán ser informados de los efectos y objetivos del tratamiento.
3-Permitir a los padres que movilicen sus recursos y que entiendan sus
opciones para hacer las decisiones que ellos deseen en cuanto al tratamiento y
cuidado de su hijo. (Solnit,1983).
Los resultados indican que en el tema relacionado con el hablarle a un niño
de tres a seis años de su enfermedad terminal, hubo mucha diferencia de
opiniones. Las secretarias, los clínicos y las enfermeras estudiantes estuvieron en
su mayoría de acuerdo. En cambio, el grupo de servicio y el de los médicos fueron
los que menos estuvieron de acuerdo.
En el estudio de Natterson Dnudson (1960), antes ya mencionado,
observaron que el miedo realista a la muerte demostrado por los niños más
grandes es importante por varias razones:
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1-En los mayores el miedo a la muerte tomó una prioridad sobre los otros
miedos.
2-El miedo a la muerte parece ser una función de una capacidad integrativa
altamente desarrollada y de un sentimiento de realidad.
3-El miedo a la muerte en los más grandes fue urgente, penetrante y
persistente, mientras que en los más chicos, las manifestaciones del miedo a la
muerte fueron vagas.
PSICOANÁLISIS DE LA MUERTE
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si se prefiere, la falta. Por el contrario, la muerte simbólica le da un sentido a la
vida a través de la Palabra del padre muerto “que funda la filiación mediante la ley
que su muerte introduce. A partir de esta muerte, simbólica ‘ muerte del padre’, se
hace posible el acceso a lo simbólico, a la palabra.”(ibid. 1993). El Padre muerto
funda la coherencia, tanto del sujeto como de su discurso. Es sobre este fondo de
negatividad activa, la ausencia/presencia - el ausente (puesto que ha
desaparecido) / presente (ya que ocupa la consciencia de los sobrevivientes)- del
Padre muerto, que se funda el deseo del hijo o de la hija, pues la ausencia esta
vez es nombrada, la ignorancia es reconocida desde ahora como tal.
“El acceso a la palabra y al deseo sólo se hace posible cuando ya no hay
que dominar o seducir a la muerte, cuando ésta se ha convertido en la Ley.
Llegar a lo simbólico es reconocer lo imaginario como tal, develarlo como
mistificación..” (ibid 1993). Esta interpretación Lacaniana nos permite así encontrar
el lugar destinado a lo imaginario y más aún a lo simbólico, a los cuales la muerte
remite necesariamente. Ella aspira a pertenecer al orden de lo verdadero.
Escribe Heidegger (1926), desde la filosofía: “El ser ahí” puede conseguir
una experiencia de la muerte y sobre todo dado que es esencialmente “ser con “
los otros. El otro, ya cadáver, posibilita una imaginería de intercambio entre vivos y
muertos.
Si bien “nadie puede tomarle a otros su morir” (Heidegger, 1926), cada uno
se escuda con un saber superficial sobre la universalidad de la muerte del saber
profundo, vivencial. El ambiguo saber no vivencial acerca de la cotidianidad de la
muerte ayuda a encubrirla. Cuando se transforma en cierta, adopta la forma de
una amenaza que se hace carne.
Dos valores opuestos se inscriben sobre el “pensar la muerte”: uno, de
máximo coraje en tanto se enfrenta el miedo y se mira de frente lo perecedero de
la existencia y la castración universal de la especie. Otro, de máxima cobardía en
tanto constituiría una defensa frente a un miedo más grande aún que el de morir:
el miedo a la vida. Resulta claro que la relación vivencial del hombre con la muerte
genera un complejo campo de representaciones y de afectos.
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La muerte presenta dos facetas siguiendo la dualidad pulsional: una
positiva, constructiva; otra negativa, destructiva. Desde la primera faceta se
constituye en una compañía psíquica que ayuda a sortear los obstáculos de la
vida y a tolerar las frustraciones. Conduce en muchos casos a la sabiduría. Desde
la segunda faceta, es vehículo de destrucción. En este punto se abre el tema de la
fascinación por la muerte presente en múltiples experiencias (deportes riesgosos,
traumatofilia, actos fallidos que rozan la muerte, etc.).
El hombre primitivo que yace en nuestro interior presa de mecanismos no
superados (Freud,1919) revive en la magia y en la omnipotencia del pensamiento
vivencias de daño, de castigo, de violencia, de amenazas espantosas, de cuerpo
despedazado, etc. El hombre narcisista, en cambio pregona desde el inconsciente
que “nunca morirá”. Con furia y dolor narcisista enfrenta las señales de paso del
tiempo que desmienten y ponen en jaque desde el principio de realidad la fantasía
del inconsciente.
Junto con Heidegger, se puede enunciar que “la angustia ante la muerte es
angustia “ante” el “poder ser” más peculiar, irreferente e irrebasable. El “ante qué”
de esa angustia es el “ser en el mundo” mismo. Más adelante agrega: “no hay que
confundir con el temor de dejar de vivir la angustia ante la muerte. Este no es un
sentimiento cualquiera y accidental de “debilidad” del individuo, sino,, en cuanto
fundamental encontrarse del “ser ahí”, el “estado de abierto”. En la angustia ante
la muerte resulta puesto el “ser ahí” ante sí mismo en cuanto entregado a la
responsabilidad de la posibilidad irrebasable”. (Heidegger, 1926).
El “por morir” ha de elegir sus últimos actos y palabras, decidir sobre su fin,
impartir órdenes y deseos, exigiendo, libre e imbuido de la dolorosa importancia
del paso que media entre estar en el mundo y ya no estarlo nunca más. Dueño de
sí, reafirma de esta manera la dignidad de su ser, más allá del dolor, la mutilación
u otra herida corporal. Él es más que su cuerpo y se sostiene en el sentimiento de
integridad. La muerte con su cortejo de ansiedades desbordantes ha sido domada.
El sujeto se ha apropiado de ella, él conduce y dirige el último tramo. Consciente
de la inminencia de su partida, sostiene la mirada en el límite. Está
alternativamente en su mundo de despedida, de angustia ante el cambio que lo
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devolverá a lo inorgánico, y también está “del lado del mundo”, en esa antesala de
la desaparición, desde donde se contempla en una dimensión histórica,
elaborando, desarrollando el espacio de relativización y observando el carácter
mortal de todo ser viviente.
La cuestión de la “representación de la muerte” es un tema complejo. Freud
fue concluyente:” la muerte es un concepto abstracto de contenido negativo para
el cual no nos es posible encontrar nada correlativo o en lo inconsciente” (1923).
Nadie “vive su muerte” e imprime una huella mnémica de ese acontecer. La
muerte, al no poder constituirse en experiencia, queda excluida del universo
representacional.
La idea de la muerte remitiría siempre a la representación de la castración.
Esto se encuentra en concordancia con la definición de representación introducida
por Lalande: “lo que uno se representa, lo que forma el contenido concreto de un
acto de pensamiento y especialmente la reproducción de una percepción anterior”.
No hay percepción de la muerte propia por definición de la muerte misma en tanto
suceso que aniquila por siempre el aparato psíquico.
La diferencia es un organizador psíquico. Señalo las principales diferencias:
hombre-mujer, ausencia-presencia, vivo-muerto. Cada uno de estos pares excluye
al otro, sin embargo siempre están presentes para que puedan existir como pares.
Al morir se tiene la presencia del cadáver pero la ausencia como ser humano.
La muerte propia no tiene representación. En psicoanálisis se ha
confundido “representación” con “experiencia”. Nadie tiene experiencia de su
propia muerte en forma directa, sí en cambio representaciones del objeto “muerte”
que se inscriben en los sistemas mnémicos. De la misma manera en que se tienen
representaciones de lugares que no se conocen, de estados que no se han
vivenciado, de sucesos que no han acaecido y de la muerte del otro, del extraño o
del ser querido.
La idea de una cierta forma peculiar que el sujeto tiene para experimentar-
representar su muerte. Experiencia parcial y representación “parcial” así como
representación anticipada de un futuro inevitable.
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G. Raimbult (1975) destaca otras representaciones en su escucha de niños
próximos a morir: soledad, despedazamiento, vacío, temor a no despertar, pérdida
del movimiento, de los sentidos, del mundo, del pensamiento, etc.
La muerte constituye una representación “especial” junto a otras
representaciones, tales como la castración o el vientre de la madre (Le
Guen,1992). Lo irrepresentable asoma en estas privilegiadas representaciones
que tienden a un absoluto que se ejerce desde la imaginación, que no deriva de
experiencia pero sí de percepción sobre el otro. Representaciones nacidas no de
lo directamente vivido sino bajo la forma de la anticipación imaginaria de un
acontecer futuro.
Se puede, pues, enunciar que no hay representaciones de la muerte pero sí
en cambio, representaciones acerca de la muerte.
Hay que considerar ahora otra cuestión: la representatividad del afecto.
Sabido es que la pulsión está representada por representaciones y afectos, y que
los destinos de los afectos son los más importantes.
El afecto y la representación están íntimamente entrelazados aun cuando
se menifiesten desde diversas instancias psíquicas y a veces sólo una de esas
dos vertientes de la pulsión pueda ser objetivada.
El afecto, para exteriorizarse y “comprenderse”, requiere de una mediación:
imagen o palabra. En el inconsciente planean “afectos puros”, “afectos aislados”,
culturas puras de afecto cuya función específica de representación, la
representatividad que les es propia, se exacerba por el hecho mismo del
aislamiento, de la desinserción. La expresión del dolor puede ser el afecto
característico en este hecho.
Lo intolerable de su representación consciente y la desmesura de los
afectos displacenteros que evoca dan cuenta de diversas combinatorias. En
primer lugar, la muerte emerge como un nombre cuyas letras generan
significantes. Los significados que irán germinando en el cultivo de estas
combinatorias se enlazan con múltiples afectos.
Puede ser de utilidad incorporar la rica distinción de los tres registros
(imaginario, simbólico y real) aportada por Lacan al campo del psicoanálisis.
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Ciertas representaciones de la muerte habrán de seguir las vertientes de
conformación del orden imaginario (mudez, silencio, flores cortadas, etc.); otras,
las leyes de organización del orden simbólico, sustentadas en la idea de
castración. Remiten a corte, límite, fin, ley inapelable de “tener que morir”. En lo
referente a lo real, más allá de la realidad tangible de la muerte expresada por el
cadáver, por un dedo separado del cuerpo, etc., asoma lo irrepresentable, lo
imposible, lo inaprehensible.
Siguiendo esta línea Mahler representa este tipo de pérdidas cuando el niño
comienza a diferenciar entre el yo - no yo, y más adelante cuando comienza
atener la suficiente energía para lograr la separación e individuación. Pues, el niño
al alegarse de la madre va a tener una representación de cuando la vivió como
una pérdida y esto le provocará angustia que más adelante será la que viva al
enfrentarse a la muerte.
Cuando la representación de la muerte adquiere carácter traumático, el
sujeto expuesto a un dolor psíquico intenso destroza espacios internos
representacionales y se sumerge en el campo de lo irrepresentable. El dolor hace
de afecto.
La conciencia frecuente de la mortalidad posible e inmediata durante la
travesía de la vida en salud suele ser un poderoso preventivo de derrumbe
psíquico cuando la muerte se convierte en una realidad.
Es interesante considerar los estados de larga pre-muerte que obligan a
una persona a convivir por meses o años con una enfermedad de mal pronóstico y
desagradable nombre (cáncer, SIDA, etc.). Cuando las remisiones no son totales,
el organismo está vulnerable y ciertas actividades o funciones corporales no
pueden llevarse a cabo en forma normal. El avance de la enfermedad va
produciendo cambios: dolores varios, amputación de una parte del cuerpo,
discapacitación en ciertas áreas de funcionamiento (juego, relaciones objetales,
autonomía, etc.). Los familiares y el propio paciente deben realizar el duelo de la
irreversibilidad de la situación. Nunca más esa persona recobrará la salud y con
ella el estilo de estar en le mundo que lo caracterizaba. A lo sumo mejorará, pero
ciertas secuelas lo acompañarán por el resto de sus días.
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En el consultorio, un familiar se conduele, desesperado de no poder
reencontrar “al ser querido de antes”. El duelo que se instala no es frente a alguien
que ya no está vivo sino frente a alguien que ya no es más como hacía poco era,
alguien que ha modificado su carácter, su cuerpo, en forma negativa. El duelo de
la muerte es precedido por este duelo anticipado que incluye elementos de
despersonalización (ya no lo reconozco, ya no es el de antes). El enfermo y sus
familiares asisten a la pérdida de la “imagen del paciente en estado de salud”.
El pre-duelo, en cambio, es un duelo completo en sí mismo que consiste en
que ha muerto definitivamente el ser querido “en estado de salud”. El que está
ahora a su lado ha sido transformado por la enfermedad a tal punto que en
algunos casos no se lo reconoce más.
No sólo atender al que llega al mundo, sino también al que parte de él. El
estado de moribundo es el estado de la inminencia de la muerte. Por lo tanto, es
un estado de “urgencia”.
El otro, el que mira al moribundo, a veces se asusta y pone distancia
psíquica con él, pues este no solo representa al otro moribundo sino al Otro
inexplicable. No quiere confundirse ni creer que eso que le sucede a su pariente, a
su amigo, etc., también le tocara en suerte un día a él. Múltiples combinaciones
vinculares pueden observarse en el par vivo-por morir. A veces el “por morir” tiene
que consolar al que continuará todavía vivo, otras veces la familia ejerce sobre el
moribundo un cerco de silencio, al sentirse incapaz de enfrentar los afectos y
representaciones de la despedida. Se crea un pacto mutuo de mentiras para alejar
la toma de conciencia compartida de una muerte.
Dentro del pre-duelo se hace la diferencia entre muertes eróticas y muertes
tanáticas o secas. En las primeras prevalece el erotismo no sólo de la muerte sino
también de la vida de la persona que murió. Ese ser erótico deja una impronta de
vida y una orden de persistir en la alegría de vivir a sus sobrevivientes amados. El
muerto erótico ayuda a los sobrevivientes a duelarlo, y así recuperarse
posteriormente para los placeres de la vida. El ser tanático, en cambio, deja una
impronta mórbida, enfermiza, culpas y reproches, y una orden de persistir en la
amargura y en el dominio de la vida mortífera. En este caso, el muerto actúa en el
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superyó de los sobrevivientes limitando sus placeres e imponiendo una suerte de
obediencia de persistir duelando y de no disfrutar demasiado de la vida. En el caso
de una muerte erótica, el muerto señala a sus seres queridos la responsabilidad
de ser dichosos sin él, de recordarlo sin melancolía en la alegría de vivir que les
ha enseñado o procurado.
El muerto en su cultivo de la pulsión de vida dona su ejemplo de vida y de
muerte. La muerte ha hecho de broche final a una vida para la vida. La muerte
también fue para la vida.
La muerte tanática siembra destrucción y caos. Asoma lo siniestro y la
tragedia. Le herencia es traumática y el duelo se hace difícil. Baranger (1961) ha
conceptualizado el objeto muerto-vivo. Escribe: “En los estados de la serie
depresiva el proceso del duelo no puede llevarse a cabo y el sujeto queda, en
forma más o menos encubierta, atado a un objeto que no puede ni revivir ni morir
del todo. Diríamos que la persona en estado depresivo vive sometida a un objeto
muerto-vivo”. Más adelante dice: “El sujeto es habitado por un objeto interno casi
muerto, pero la única persecución que ejerce este reside en sus exigencias para
con el sujeto. Lo mantiene esclavizado y lo obliga a una actividad reparatoria
estéril.” (Baranger,1961).
Se pueden distinguir tres mecanismos psíquicos principales en las personas
que han sido sometidas a experiencias traumáticas extremas y que son derivadas
a tratamiento psicoanalítico una vez alejadas del foco traumático:
1-La identificación con el agresor: identificados con los personajes o el
medio violento, estas personas infringen a su vez las leyes sociales y, en un
movimiento psíquico de rebeldía y asociabilidad, se declaran francamente del lado
de la marginalidad exhibiendo las distintas características de las psicopatías y de
las sociopatías.
2-La inhibición: Los sucesivos traumas han detenido el proceso de
desarrollo del pensamiento, la expansión de los afectos y el flujo comunicativo en
el medio social. Entonces se retraen, se aíslan, en una suerte de estado de
“mínimo intercambio” con el entorno. Se encierran en una coraza defensiva
esquizoide para no seguir sintiendo los potenciales advenimientos traumáticos.
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3-La reparación. Como escriben Laplanche y Pontalis (1971), es el
“mecanismo, descrito por Melanie Klein, en virtud del cual el sujeto intenta reparar
los efectos de sus fantasmas destructores sobre un objeto de amor”. En los casos
aludido, el “objeto de amor” ha sido dañino y acceder a su reparación requiere
esfuerzos psíquicos especiales si el sujeto no ha de quedar apegado a lo negativo
(Anzieu, 1990) y ha de superar parcialmente los efectos perjudiciales ejercidos
sobre él. El culto de lo destructivo se ha convertido en un aprendizaje incorporado
y debe ser desactivado. Proceder a hacer bueno al objeto malo, vale decir, al
objeto odiado por la ambivalencia u odioso desde la realidad como lo son los
objetos cuando impera el horror familiar. El proceso principal consiste en la
decatectización de las experiencias traumáticas, con miras a que estas
descarguen sus efectos repetitivos patógenos y liberen al sujeto del
encadenamiento psíquico con sus consecuencias mortíferas, al cual en caso
contrario se vería sometido de por vida.
El trabajo elaborativo conducente a la reparación indica la vía hacia la salud
mental. Lo traumático va siendo elaborado y aceptado, la pulsión de vida habrá de
triunfar sobre la de muerte. Los núcleos patógenos pierden eficacia y el sujeto se
va liberando y preparando para concurrir a los acontecimientos no traumáticos de
la vida y para recibir experiencias signadas por la categoría de lo positivo. Al
reparar a los seres que los han dañado, no habrán de identificarse con los seres
que los han dañado, no habrán de identificarse con ellos. El “trabajo reparatorio”
los reconcilia con la vida a pesar de las malas experiencias padecidas en manos
de sus primeros objetos de catectización. En una suerte de inversión del contenido
de la fantasía, en vez de suprimir el mal que imaginariamente se le ha causado al
objeto primario, como sucede cuando no han existido experiencias de horror, se
debe reconsiderar el mal que el objeto primario le ha causado al paciente en
mayor o menor grado para recuperar la bondad del objeto o, un paso más allá,
cierta indiferencia con el objeto, lo que posibilita sustraer carga traumática de
representaciones y afectos para dejar a la libido libre en su transcurrir hacia
nuevas catectizaciones más positivas.
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Elaborar la muerte es un trabajo que se le ofrece tanto al que va a morir
como al aún viviente. No siempre tiene lugar. No importa: cada cual muere como
mejor puede. En realidad, elabora más fácilmente aquel que ha tenido presente en
su vida la hora de su muerte y en cierta forma se ha ido preparando para ella. A
pesar de que concuerdo con Aulagnier (1979) en que nadie sabe cómo se habrá
de comportar exactamente en el momento de la muerte ni cómo será esta, cierto
es que la forma de estar en el mundo de un ser humano.
Es conveniente distinguir la elaboración de la muerte en salud de los
procesos psíquicos que se ponen en marcha cuando una enfermedad empieza a
desplegar su curso. Una cosa es saber que uno va a morir y otra cosa es vivenciar
que ese morir está muy cerca, más cuando hay que soportar el desfallecimiento
del cuerpo y sus graduales deterioros camino a la extinción.
Elaborar la muerte no implica meramente derivar el exceso de carga y ligar
con asociaciones las representaciones y los afectos vinculados a ella. Implica
tomar conciencia (insight) y reordenar los senderos psíquicos de tal manera que
se produzca un cambio psíquico, una nueva forma de aprehensión de la realidad y
una modificación cuantitativa y cualitativa del vivenciar de los afectos. Desde esta
perspectiva elaborar quiere decir resolver, solucionar un atascamiento psíquico
que deriva en síntomas y malestar. Es transformar, captar nuevas conexiones en
el marco del vínculo transferencial cuando hay un tratamiento en marcha.
LA ANGUSTIA
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representación, no de la propia muerte impensable sino de algo que se llama
muerte, de una X que implica la idea del aniquilamiento, un aflujo de estímulos
invade al sujeto.
Estar ante la muerte hace emerger en el psiquismo el orden de lo nuevo.
Aparece la “espera ansiosa” (Freud,1926), espera de algo que será llenada por
una fantasmagoría de diverso contenido que por momentos se trasforma en
espera de algo sin objeto, impreciso. La señal de angustia será gatillada cada vez
que se reactive un símbolo afectivo frente a una situación de sufrimiento que
todavía no está presente pero cuya inminencia se aguarda y se trata de evitar.
La amenaza que viene de adentro es vivida como exterior al yo. El
imaginario se vuelca en las “imagos del cuerpo despedazado” (Lacan, 1948), de
castración, de mutilación, de devoración, de estallido del cuerpo, etc. Estas
imagos despiertan angustia y vivencias de los siniestros. Asoma lo que Winnicott
(1974) describiera como angustia inconcebible, angustia sin nombre, invasora e
invalidante, que un paciente solía denominar “momentos de desesperación total”.
La hora de morir es una hora de miedo frente al gran objeto fobígeno, la
castración (Freud, 1926). Castración ya no proyectada en una parte del cuerpo
como los ojos o el miembro viril (Freud, 1915), sino castración del cuerpo en su
totalidad, castración del yo, definitiva, irreversible. El objeto de cuya posible
pérdida reacciona el sujeto con angustia es nada menos que el yo y todo lo que
muere con él. Es un pérdida con mayúsculas, pérdida de Todo. Emerge la
dimensión de lo impensable y lo irrepresentable. Se resignifican anteriores
pérdidas (del vientre materno al nacer, del destete, etc.). El yo se siente
abandonado por el superyó protector y librado a los poderes del destino,
constituyéndose esto en una nueva fuente de angustia.
CONSTRUIR LA MUERTE
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útil, un andamiaje en varios niveles que dé apoyo, compañía y alivio físico y
psíquico.
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APENDICE
LOS DERECHOS DEL PACIENTE
1. Vivir hasta su máximo potencial físico, emocional, espiritual, vocacional, y
social, compatible con el estado resultante de la progresión de la enfermedad.
La fase terminal de la vida es también una fase de crecimiento, y desarrollo
personal.
2. Vivir independientemente y alerta, este derecho le permite ejercer su
autonomía.
3. Tener alivio de su sufrimiento físico, emocional, psicológico, intelectual y social.
4. Conocer, o rehusar conocer, todo lo concerniente a su enfermedad, su estado,
el proceso de morir.
5. Ser atendido por profesionales sensibles a sus necesidades y temores, pero
competentes en su campo, y seguros de lo que hacen. La atención del enfermo
terminal y su familia, implica: sólida formación científica, y un cuidado humano,
afectuoso y cálido.
6. Ser el eje principal de las decisiones que se tomen en la etapa final de su vida.
Si el enfermo está incapacitado, entonces la familia o la persona responsable.
Deber del tantólogo (en equipo con el personal médico), velar porque las
decisiones sean las que más beneficien la calidad de vida del paciente, y las
que contribuyan al mantenimiento de su dignidad humana hasta el morir.
7. Que no se le prolongue el sufrimiento indefinidamente, ni se apliquen medidas
extremas o heroicas para sostener sus funciones vitales. El médico y el
tanatólogo, deben ayudarlo a morir del modo más humano posible.
8. Hacer el mejor uso creativo de su tiempo. El mejor uso posible del hoy, ya que
el mañana es incierto, si es que llega.
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9. Que sean tomadas en cuenta, antes y después de su muerte, las necesidades
y temores de sus seres queridos. Atender a la familia, hacer un rápido
diagnóstico de sus necesidades y temores, atender sus necesidades, poner en
acción la red de soporte extensa, y facilitar los recursos prácticos, atender el
proceso de duelo.
10. Tiene derecho a morir con dignidad, plena aceptación, en total paz, y tan
confortable y apacible como sea posible. Respetable siempre, los deseos
propios del paciente, frente a su propia muerte, aliviar sus síntomas, asegurarle
que no estará sólo en el momento de su muerte.
37
DISCUSIÓN
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cierto que el niño necesita de la negación de la muerte para continuar su vida, es
importante que logre aceptar dicho paso definitivo en la vida de cualquier ser
humano, pues de esto depende como enfrentará la vida.
A través de los pasos mencionados por Kübbler – Ross se puede notar las
diferentes actitudes del niño así como de sus figuras significativas frente a la
muerte. Es en estas etapas donde se puede percibir la madurez en la
comunicación de temas tan “difíciles” y tan velados. Por otra parte, la etapa donde
el niño permanezca más tiempo va a indicar el tipo de relación que tiene frente a
sus huellas mnémicas de las pérdidas anteriores.
39
CONCLUSIONES
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La influencia del medio asi como de la familia será determinante para que el
niño logre abstraer el concepto de muerte.
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