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La conducta del hombre está determinada por su pasado, pero también por su visión del
futuro. El hombre tiene conciencia de su fin ineludible y esto determina su vida. Para el
hombre la muerte es un problema, como también lo es la vida.
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En algunas culturas, como en nuestra antigua cultura mexica, la diferencia entre la vida y
la muerte no fue tajante. Se pensó que la vida se prolonga en la muerte y ésta era vista
como una nueva fase de la vida. En general, en culturas primitivas los hombres no
desarrollan aún una clara conciencia individual y se experimentan, más que como una
persona, como el miembro de su clan o de su tribu. Por ello la muerte para ellos es más
un hecho colectivo que un hecho personal.
La negación y la clausura psicológica ante la realidad inaceptable son una defensa. En los
campos de concentración a muchos ocurrió que la muerte perdió para ellos sentido, y ya
no pensaron en ella. En estudios lle-vados a cabo en pilotos militares en la última guerra
se puso de manifiesto que, en los momentos de mayor peligro, algunos desarrollaron un
“sentimiento de inmortalidad", y n siquiera pensaron que podrían morir.
Muchos médicos tienen más temor a la propia muerte que sus enfermos. Cuando
enferman gravemente, se refugian en explicaciones consoladoras que sus enfermos
considerarían inexactas y aun triviales.
En Grecia prevaleció el sentido estoico: “el hombre es libre en tanto que pueda decidir su
muerte” Hoy en día se observa en algunas sociedades avanzadas una tendencia
extendida a actuar como si la muerte no existiera. Se da al cadáver la apariencia de un
hombre que duerme y todo es manejado por organizadores comerciales eficientes que
eliminan hasta donde es posible la cruda presencia de la muerte.
a) negación de la realidad: el enfermo piensa que no es posible que tal cosa le ocurra a él;
b) resentimiento profundo: ¿por qué a mí y no a otros?;
c) regateo: el enfermo trata de impedir que se cumpla la sentencia haciendo méritos;
d) depresión preparatoria: asimila la idea de la muerte y se pone de duelo por su propia
muerte;
e) etapa final: el enfermo acepta pasivamente su sentencia, e inicia un estrechamiento
progresivo de sus intereses y la retirada de sus afectos.
Una pregunta que el médico se plantea es: ; ¿debe decir la verdad a aquel cuya condición
es irremediable? Algunos enfermos dicen que prefieren saber la verdad, pero estas
aseveraciones tienen que ser vistas con mucha reserva. En general, tanto los enfermos
como sus familiares aprecian en el médico una actitud que permita escoger entre aceptar
y negar; más cercano o el más indicado debe ser franca y oportunamente informado de la
situación.
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Desear vivir es instintivo, y sin embargo, muchas personas desean morir y algunas se
quitan la vida. El suicidio tiene móviles diversos: evitar el deshonor, el sufrimiento, el
castigo; hay suicidios románticos y suicidios metafísicos. Hay suicidios lentos, como el de
ciertos alcohólicos, y suicidios disfrazados de accidentes. Otros suicidios son un chantaje.
Menos de la mitad de las personas que se suicidan lo hacen cuando sufren depresión, es
decir, un abatimiento profundo del humor y de la vitalidad.
En nuestra cultura la tendencia es a suprimir el duelo del todo. “La función tiene que
seguir”; llorar es de mal gusto. Una persona educada no se aflige, no grita, no llora, no
expresa su cólera o su culpa. Esta supresión de un proceso natural no es saludable. Si en
diversas culturas se reconoce al duelo como una necesidad humana es porque son más
sensibles que nosotros.
Los dolientes ponen en juego defensas psicológicas que facilitan la restauración del
equilibrio. La negación de los hechos dolorosos también. Hay otras defensas psicológicas;
una de ellas es la distorsión de la imagen del objeto perdido. Aquella mujer que no hacía
sino desacreditar a su marido y divulgar sus defectos, nos habla ahora de él como un
padre ejemplar, un esposo inigualable, etc. La imagen del conyugue parrandero
desobligado etc. se transforma en la de un santo varón. Esta imagen dignificada tiende a
conservarse porque atenúa la culpa.
Freud describió la melancolía como un estado patológico de duelo. El doliente
inconscientemente adopta las actitudes y opiniones del difunto; “incorpora” la imagen de
la persona muerta y logra así la reunión con ella. Esto se expresa en la tendencia a
adoptar actitudes y apariencias del difunto, las cuales son vistas como propias. Es claro
que cuando dos personas han compartido la vida por muchos años se han identificado el
uno con el otro, han compartido muchas actitudes, puntos de vista, metas e intereses.
Hemos dicho que la reacción de búsqueda, etapa inicial en el duelo, es seguida con
frecuencia por una etapa de abatimiento del ánimo. En algunos casos este abatimiento es
profundo, persistente y se acompaña de alteraciones psicofisiológicas. Algunos dolientes
son personas que, habiendo sufrido la pérdida de alguien muy amado, continúan varios
meses después sumidos en un estado de inercia, desinterés e incapacidad para iniciar o
mantener una ocupación. Clínicamente sufren una “reacción depresiva". Esto es más
frecuente cuando el sufrimiento no es compartido y se carece del apoyo de una persona o
grupo.
En raras ocasiones el duelo suscita también reacciones disociativas. Donde una madre
que a perdido a su hijo, ha enviudado, "olvida" que el ser querido ha muerto y continúa
actuando como si aún viviera. El intento de restablecer la unión con el objeto perdido se
hace en la fantasía, violando las leyes de la realidad.
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Siguiendo a Rank, podemos entender la vida como una sucesión de los intentos de
restitución de esas pérdidas: cuando nos separamos debemos que asumir el papel de
adultos sin serlo todavía del todo, cuando nos jubilamos, etc. Hay duelos por los que
todos pasamos y otros que son muy personales. Ante cada pérdida usamos el repertorio
de defensas psicológicas de que disponemos. Las defensas de algunas personas son
eficaces y flexibles; son generalmente personas que tienen intereses genuinos, relaciones
afectivas firmes, etc. Otras personas organizan su vida en torno de unos cuantos objetos
o de un solo objeto. No es extraño que experimenten su pérdida como un desgarramiento
profundo.