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UNIDAD 3
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ESCUELAS, CORRIENTES Y SISTEMAS
LA

DE LA PSICOLOGÍA CONTEMPORÁNEA .
CÁTEDRA A .
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El tratamiento
de la Locura
en Argentina
Marianela Luque

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Introducción:

Las prácticas basadas en los conocimientos y saberes que hoy llamamos prácticas
psicológicas, se desarrollaron de acuerdo a las demandas sociales y según los desarrollos
del saber y las formas de intervención o de aplicación de esos saberes. Estas prácticas de
la psicología son las que llegan a nosotros con el apelativo de profesión.

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Sin embargo, las nociones de “ciencia” y de “profesión” han estado siempre en constante
tensión a la hora de historizar el desarrollo de la psicología y esto impide la estipulación
de un inicio y la caracterización de diversos periodos. Si bien muchos autores pueden
indicar que la psicología es una disciplina cuyo inicio en nuestro país se remonta a fines
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del siglo XIX, Alejandro Dagfal (2013) aclara que la construcción de una periodización
de la psicología es arbitraria ya que depende de los criterios que se utilicen para demarcar
los periodos abordados.

En este sentido, es preciso tener en cuenta que el recorrido histórico que realizaremos a
continuación no tiene pretensiones totalizadoras, sino que tan solo se ofrece como una
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versión entre muchas posibles.

Foucault y la Historia de la Locura

Foucault (1964) señala que las diferentes concepciones de enfermedad mental,


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tratamiento y curación han estado estrechamente implicadas con diversos factores


económicos, políticos e ideológicos, incluyendo los valores socioculturales y las
diferentes concepciones de ciencia.
Al analizar la historia de la locura, Foucault (1964) caracteriza dos formas en las que se la
percibía, principalmente en Europa. Por un lado, en la experiencia trágica, la locura


"circula" por los cuerpos de sus espectadores y está inserta en la vida cotidiana, dado que
sus manifestaciones y su discurso delirante tienen valor de revelación de las verdades
cósmicas, del reino de Satán, de las desgracias humanas y de la esencia más primitiva del
hombre: la animalidad que gobierna su ser. Por el otro extremo, estaría la experiencia
crítica, en la que el espectador percibe la locura como algo que le es totalmente ajeno. La
sinrazón es definida por la razón como algo negativo, como un defecto o debilidad. La
diferencia entre locura y sinrazón consiste en que la primera es lo que caracteriza a la
sinrazón de los locos, mientras la sinrazón hace referencia a una aprehensión general de
todo lo que es antagónico a la razón y su orden moral (crimen, perversión, locura,
etcétera).
Lo que caracterizó al Renacimiento (siglos XV y XVI, aproximadamente) ha sido la
unidad dialéctica entre la experiencia trágica y la crítica, aún siendo el loco un personaje
social diferente de los demás, la locura aparece aquí como experiencia común y

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generalizada en el horizonte de la experiencia cotidiana.
Esta unidad dialéctica presentaba una estrecha relación con las formas de tratar y hacer
circular a los locos. Si bien es cierto que en el Renacimiento existían lugares de detención
de locos, cada ciudad aceptaba encargarse exclusivamente de aquellos que se encontraban
entre sus ciudadanos. Los demás eran expulsados, entregados a los marineros y llevados a
otras ciudades, algunas de las cuales acabaron convirtiéndose en lugares de peregrinación.
Hacia el siglo XVI comienza a tomar más fuerza la experiencia crítica sobre la trágica,
dando lugar a que, para la Época Clásica, en el siglo XVII la locura pase a percibirse
como negatividad pura, atribuyéndole el estatuto de una falta que es del orden de la
voluntad individual y toma lugar en el mundo de la moral. Dicho enraizamiento de la
locura en el mundo moral se debió a una reorganización de la ética religiosa, económica y

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social. En nombre de Dios, de la prosperidad económica y el bienestar social, la Época
Clásica practicó el encierro indiscriminado de los personajes de la sinrazón (locos,
libertinos, degenerados, profanos, criminales, etcétera). Lo que justifica el encierro
indiscriminado es que, tenían en común el haber sucumbido a las tentaciones de la
sinrazón. Y debido a la debilidad de su razón, y consecuentemente de su voluntad
individual, representaban por lo tanto, una amenaza para la sociedad y la razón misma.
Desde una perspectiva económica, la práctica del encierro indiscriminado podría

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justificarse como una de las respuestas dada por el siglo XVII a una crisis económica que
afecta al mundo occidental, ya que de esta manera obtenían trabajo los desocupados y el
precio de los productos bajaba, dado que los encerrados proporcionaban mano de obra
barata. Pero un análisis más detenido revela que si se tenían en cuenta los gastos del
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encierro, tales prácticas no proporcionaban ningún beneficio económico. Por lo tanto, el
fracaso de esta justificación económica revela que el encierro indiscriminado estaba
motivado más bien por una ética del trabajo.
Esta ética atribuía al trabajo el poder de reforma y purificación del espíritu, penitencia y
curación. La ética del trabajo y del orden social con sus nociones de producción, pecado,
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escándalo, vergüenza, honor familiar va a concretarse en las instituciones que organizan


una red social de exclusión de la sinrazón.
Desde la perspectiva institucional, la práctica del encierro, era administrada por la
jurisprudencia y ejecutada por la policía, dado que se trataba de proteger el orden social y
la integridad moral y física de los ciudadanos. El poder de denuncia estaba
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fundamentalmente en manos de la familia, que era la víctima más cercana del escándalo
provocado por el loco.
Si se tiene en cuenta que uno de los objetivos del Gran Encierro era evitar el escándalo,
cabría esperar que desapareciese todo tipo de práctica exhibitoria; pero no ha sido así.
Sobre todo a partir del siglo XVIII y comienzos del XIX, en Paris y Londres esta práctica


llegó a adquirir un talante casi institucional. Para prevenir contra el escándalo y el


contagio se oculta a los locos en los asilos, para que el espectáculo de la locura se vea
desde dentro, bajo la mirada de la razón y el control de las rejas y guardianes.
Desde los comienzos del Gran Encierro no había sido posible acercarse tanto al loco, pero
esta proximidad física sólo fue posible en la medida en que el loco se encontraba lo
suficientemente atado, y la locura se percibía como algo no perteneciente al orden de lo
humano.
Sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVIII empieza a hacerse evidente una
nueva serie de transformaciones en el campo de la percepción y de las prácticas. El tema
del loco-animal ha sido uno de los factores decisivos para la diferenciación entre el loco y
demás personajes de la sinrazón. Con ello, volvieron a aparecer los primeros asilos
destinados exclusivamente a los locos. La razón clásica percibe la locura en el ámbito de
una animalidad que le es totalmente ajena y en este sentido, esta asociación con la

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animalidad inhumana va a ser decisiva en lo que se refiere a la forma de tratar al loco,
sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVIII.
Si la ética clásica condenó la locura atribuyéndole el estatuto de una falta que es del orden
de la voluntad individual, al asociarse con el mundo animal la locura recupera su estatuto
de inocencia; es decir, de inocencia animal. Con el positivismo científico, la animalidad
se convierte en la esencia misma de la enfermedad, punto cero de la evolución. Incluso
Pinel se sorprenderá con "la constancia y la facilidad con que los alienados de uno y otro
sexo soportan el frío más riguroso y prolongado". Aquí se percibe al enfermo como
dotado de una invulnerabilidad semejante a la del animal.
Aislado el loco y transformada la locura en objeto de percepción diferenciado, bastó con
que el positivismo recorriera con su discurso científico esta trama en que la locura se

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encontraba vinculada a la ética clásica. Desde esta trama se constituyeron las bases de la
psiquiatría positivista y su noción de enfermedad mental.
Una de las diferencias fundamentales consiste en que aquello que la razón clásica definía
como irrazonable, escandaloso, pecaminoso e inmoral, caerá bajo el signo de lo
patológico: nace la noción de enfermedad mental y las nosografías.
Sin embargo, la pretendida, su pretendida objetividad de la psiquiatría positivista siempre
estuvo implicada con una intrínseca confusión entre descripción y condena moral,

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remedio y castigo. En esta nueva y a la vez antigua implicación de la locura con la moral,
los agujeros de las nosografías basadas en señales visibles acaban siendo tapados con
denuncias morales, lo cual marca a la vez las prácticas clínicas. En esta confusión, la
psiquiatría positivista estructurará sus dos formas básicas de tratamiento, a saber: el físico
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y medicamentoso, y el moral (psicológico).
En el contexto de esta yuxtaposición entre el gesto que castiga y el que cura, surgirán los
tratamientos de ducha fría, los baños por sorpresa, la máquina rotatoria (que consiste en
hacer girar rápidamente al enfermo, y si es necesario, hacerlo frenar de forma brutal), la
jaula de mimbre (con una tapa abierta para la cabeza, y en la cual están atadas las manos).
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En Brasil, a comienzos del siglo XX el renombrado psiquiatra Franco da Rocha descubrió


una técnica de tratamiento al darse cuenta de que una paciente presentó señales de
mejoría tras salir del coma debido a un golpe en la cabeza. En el otro extremo, esas
"terapias de shock" infligidas sobre los cuerpos encuentran su correlato en el ámbito de
una psicología moral.
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Lo que destaca en esa nueva transformación, es que por primera vez aparece la pareja
médico-enfermo con un sentido psicológico, en el sentido de que la actitud del primero
puede curar al segundo. En esta nueva terapia, el médico actuará fundamentalmente desde
una actitud moralista. En definitiva, todo el daño que se le haga al enfermo tiene una
intencionalidad clínica. La trama discursiva se basa fundamentalmente en la protección de


la integridad física del paciente y de la sociedad, así como en las explicaciones


organicistas de causa y efecto.

La organización del Estado y la medicina en la Argentina

La historia de la locura en la Argentina, no es muy diferente a lo que describimos sobre


Europa. Si bien tiene sus particularidades que desarrollaremos posteriormente, Vezzeti
(1984) plantea que no hay un núcleo esencial desde el cual la locura se haga transparente
ya que es inseparable de la historia crítica de la sociedad y la cultura argentina, debido a
que hay una determinación económica que es insoslayable, en la cual los funcionarios de
la medicina pública se integran a una función técnico-política y conciben a la economía y
al trabajo como criterios esenciales para la salud, colectiva o individual.
Para hacer un recorrido histórico podríamos comenzar con Rivadavia, quien profundiza la

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organización de la medicina pública iniciada por el virrey Vértiz, pero reduciendo la
intervención religiosa. Es así como los hospitales pasan a ser dependencias de una
administración civil, a ser dirigida por los profesores de la Escuela de Medicina.
La presencia de locos crónicos en los hospitales generales y en las cárceles se hace más
visible, y se proyecta la creación de un asilo de dementes, que no llega a hacerse realidad.
La represión de la mendicidad y la vagancia forman parte integral de una intervención
sobre el cuerpo como productor, en que se perfila con claridad la estrategia coactiva de
moralización.
La lógica de la reclusión va a juntar progresivamente a locos, inválidos y mendigos; si
interesa destacarlo en sus orígenes coloniales, es porque desde el nacimiento mismo de
las instituciones públicas de asistencia, los proyectos reformadores y las iniciativas

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filantrópicas aparecen invadidos por la inercia de la segregación y el abandono de los
asilados. (Vezzetti,1984)
La filantropía se constituyó en un banco de pruebas de las técnicas de sujeción de las
masas y estableció una lógica paradojal y perdurable de la asistencia pública: el
necesitado tiene acceso a la asistencia en la medida en que renuncie a considerarlo como
un derecho. Y al no poder pagar con dinero o trabajo, sino sólo con su agradecimiento
ante la caridad de los que pueden dar, devuelve la imagen tranquilizadora de una relación

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de tutela, en la que el asistido (enfermo, mendigo o loco) es asimilado a un estatuto de
minoridad jurídica.
Paralelamente con las disposiciones de la filantropía, la reforma de la medicina, ya desde
Rivadavia, establece una colaboración específica con la autoridad policial, a través de la
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creación de los médicos de policía, a quienes se debería confiar el examen de las personas
sometidas a la justicia, de acuerdo a los criterios de la naciente tecnología médico legal.
(Ingenieros, 1912)
La constitución de un dispositivo público de salud, llevará a la creación de la Asistencia
Pública, a los hospicios manicomiales, la ampliación de los hospitales y asilos. Sin
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embargo, durante mucho tiempo, los establecimientos de mujeres y de niños seguirán


dependiendo administrativamente de la Sociedad de Beneficencia y asistidos por
hermanas de caridad mientras que desde la creación de la Municipalidad de Buenos Aires,
en 1856, y de la Comisión de Higiene Pública, el Hospital de Hombres y el Manicomio de
Hombres dependen de ésta. Esta diferencia hace que la atmósfera de beatería propia de la
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Sociedad de Beneficencia, choque a menudo con los valores del positivismo médico que
se imponen en el gobierno sanitario, particularmente cuando José M. Ramos Mejía crea y
dirige la Asistencia Pública, en 1883.
El espacio doctrinario de la filantropía no deja de presentar contradicciones que a veces
llegan a la polémica abierta, en torno del papel que debe cumplir el Estado. Así, el


discurso más liberal advierte contra el peligro de que la beneficencia pública se convierta
en un premio a la ociosidad y la improductividad.
Entre el liberalismo a ultranza que sostiene que cada uno debe arreglárselas como pueda,
o a lo más recurrir a la caridad privada, y la doctrina médica higiénica que va a afirmar
cada vez más la responsabilidad del Estado en la materia, se establecen variadas
transacciones. Por ejemplo, en 1856 se crea el Asilo de Mendigos para suprimir el
escándalo de la mendicidad en la vía pública, pero, al poco tiempo queda sin recursos y
debe mantenerse apelando a las donaciones y la caridad privadas, organizadas desde el
gobierno.
Según Vezzetti (1983) con Guillermo Rawson comienza el centro mismo de una
proyección de la conciencia médica que es a la vez directamente política. En este
personaje coexisten una pluralidad de funciones (presidente de la Asociación Médica
Bonaerense, redactor de la Revista Médico Quirúrgica, primer catedrático de la higiene

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pública, senador nacional y ministro del Interior) pero lo más destacable para el autor es
que entre ese desarrollo de la medicina –que es a la vez tecnológico y modelador de
nuevos ideales– y la acción del hombre de estado hay una perfecta continuidad. La
sociedad parece preceder a la instauración de los dogmas evolucionistas y funda un
conjunto de representaciones que asocian la salud –física y moral– a los caracteres
permanentes de la nación.
Una verdadera utopía médica se construye en torno de la expansión del higienismo y su
sólida apoyatura en el aparato del Estado: por una parte, la figura del "sacerdocio"
médico, por otra, la ilusión de una desaparición de la enfermedad, en una sociedad
armónica y equilibrada. (Vezetti, 1986)
En las páginas de la Revista Médico Quirúrgica, que desde 1875 se presenta como el

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"órgano de los intereses médicos argentinos", puede leerse una crónica quincenal de esa
presencia médica que crece con el Estado. La formación de conciencia médica colectiva,
con sus tareas, ideales y mitos, se construye y se expande en ese discurso que, si por una
parte, hace de la lucha contra el ejercicio ilegal de la medicina una de sus banderas
esenciales, no restringe su opinión y su crítica punzante sobre una serie heterogénea de
temas que revelan no sólo la extensión de la noción de salud pública, sino la amplitud de
esos "intereses" médicos, a los que sirve la publicación.

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La enseñanza de la medicina y la asistencia hospitalaria, tanto como el estado sanitario de
la población o iniciativas y críticas en torno de temas como epidemias, vacunación,
cementerios, limpieza de las calles, reglamentación de la prostitución, ética médica,
movimientos demográficos, meteorología, hallan cabida en la publicación, junto a
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artículos extranjeros, a algunas colaboraciones clínicas e informaciones sobre actividades
profesionales y científicas. Todo ello revela hasta qué punto la preeminencia de la higiene
pública, a la que se asocian los nombres de Rawson, Wilde y Coni, no se reduce a figuras
aisladas, sino que forma parte de cierto ideario en el que, sirviendo al Estado, la capa
médica encuentra una dimensión fundamental de identidad, exaltación y reconocimiento.
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La definición que Wilde hace de la higiene pública como la higiene de los pobres hace
posible, por otra parte, que la naciente conciencia médica se enfrente y critique sin
reservas las medidas de gobierno que no están a la altura de su ideario. La Revista opera
como un médico colectivo y no ceja en la firmeza y perseverancia de sus consejos, que
dirige muy particularmente a las autoridades y a los sectores que ellas representan.
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La medicina legal (cátedra en la facultad de medicina, a cargo de Eduardo Wilde) es otro


de los ámbitos en los que la voz médica busca prolongar y afianzar su acción. La
importancia –aunque sólo académica– adjudicada a los cruces de la medicina con el
derecho, particularmente con relación a la locura y el delito, se pone de manifiesto en el
hecho de que varias tesis médicas se ocupan del tema. Con ello, se prepara el terreno para


el extenso desarrollo de la criminología hacia el fin del siglo, en torno de las figuras de
Francisco de Veyga y José Ingenieros. (Vezetti, 1986)
En esa pretensión de vigilar y perseguir toda condición desfavorable para la salud, la
moral, el orden y el acatamiento a la ley, los valores de la familia y el progreso, el
discurso médico va dibujando un verdadero friso de la felicidad y el bienestar.
Rawson en su texto sobre los inquilinatos de la gran ciudad describe a un médico que se
desplaza desde el hospital o el consultorio a investigar el recinto oscuro, estrecho,
húmedo e infecto, la morada del pobre. La higiene, para Rawson, se opone ya a la
concepción privada y limosnera de la caridad; lo que la impulsa no es el amor al prójimo,
sino el ideal de salud de la comunidad, haciendo foco en la propagación de las
enfermedades que surgían a raíz de las condiciones en las que vivían los pobres y
llegaban hasta los ricos.
Rawson se esfuerza en una campaña destinada a construir casas de alquiler para obreros,

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y para ello propone la organización de sociedades de inversión con apoyo de la banca
privada nacional y extranjera. Su ambición alcanza a la pretensión de resolver a la vez la
higiene de los pobres y asegurar una adecuada rentabilidad a los propietarios, en este caso
inspirado en la acción benéfica de Mr. Peabody en Londres.
Esa moralización tiene un blanco principal, que parece condensar todas las lacras: el
alcohol. Así es como Rawson –inspirado siempre en ese gran filántropo que fue Mr.
Peabody– propone prohibir, bajo pena de expulsión inmediata, la embriaguez en esas
soñadas casas de trabajadores.
Si las nociones de la medicina alcanzan esa función modelo para indagar los caracteres de
la sociedad, no es solo por el prestigio del positivismo, en su versión más biológica, sino
por esa bipolaridad fundamental que establece entre lo normal y lo patológico. De allí que

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las propuestas de la higiene pública puedan ser presentadas como el signo manifiesto del
avance de la civilización.
La presencia periódica de las epidemias contribuye indudablemente a imponer la
necesidad de medidas higiénicas de prevención. La cruzada higienista requiere de algún
fantasma de muerte para alimentar su propia expansión. Y no solo se trata de las
epidemias que producían miles de muertes sino que también se instauran socialmente las
figuras del vicio o la inmoralidad como una peste tanto o más peligrosa para el destino de

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la civilización.
La intención de separar a los locos, respecto de la población de enfermos internados en
los hospitales generales, responde a objetivos que son a la vez de ordenamiento
administrativo y de intención ejemplarizadora. La figura del loco va requiriendo una
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distancia que depende de los criterios de discriminación que aporta la nosología francesa
tanto como de un ajuste en la noción misma de locura, cada vez más amasada con los
temas morales de la improductividad y la rebeldía.
Por otra parte, en un comienzo no se trataba tanto de separar al loco para asistirlo mejor
sino de procurar un beneficio a los enfermos con los que se mezclaba, y que ya eran
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categorizados de otro modo por la naciente conciencia médica. En los hospitales


generales, las dos terceras partes de los internados eran locos crónicos y su reubicación
era antes que nada una exigencia para la reforma de la asistencia de los enfermos
orgánicos.
La creación de los manicomios tiene sus leyendas y sus progenitores: Tomasa Vélez
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Sarsfield y el Dr. Ventura Bosch, de la Sociedad de Beneficencia y Filantrópica,


respectivamente, conforman, a la caída de Rosas, una pareja mítica consagrada a la
empresa de librar al loco de dolores y desgracias.
El primero de los manicomios que se inaugura es el de mujeres, en 1854, y ya nace en esa
matriz ambigua que superpone libertad (para las que antes estaban encerradas en la


cárcel) y encierro, para las que deambulaban por los suburbios.


La vida en el manicomio de mujeres en la etapa inicial, insistía en las condiciones
higiénicas y en el trabajo como medio moral de tratamiento; en un taller cosen para el
ejército. Los hábitos morales de laboriosidad y buena conducta se estimulan por un
sistema de recompensas que usa como premios salidas fuera de la casa, vestidos nuevos,
mate o cigarros. Al mismo tiempo, las prácticas religiosas ocupan un lugar tan destacado
en la vida del asilo que más que un hospital –dice Ingenieros– parece una casa de
recogimiento.
En esa regulación moral de la conducta, el trabajo es ya una condición de la cordura, pero
en un marco, unido al papel de la religión y la presencia protagónica de las monjas, que
asimila muy directamente la locura femenina a una posición infantil. Y ese modelo de
"buena niña", que debe internalizar hábitos virtuosos, domina ese espacio de educación
mediante premios y recompensas.

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En esa concepción se transparenta una raíz religiosa: la locura es asimilada a una suerte
de pecado y sería posible sustraerse de ella con la fuerza de la voluntad, el trabajo y la
oración. Durante años, queda eclipsada la función médica, reducida a una visita breve.
Si el primer manicomio establecido es el de mujeres, esto no autoriza a pensar en una
mayor preocupación por la locura femenina, porque para instalar a las mujeres alienadas
se utilizan edificaciones ya existentes, mientras que para el establecimiento de hombres se
decide la construcción de un edificio nuevo y especial.
Tanto Meléndez y Coni como Maglioni contribuyen a la historia negra de la situación de
los locos antes de la creación del hospicio, en el "cuadro de dementes" del Hospital
General de Hombres: en condiciones de "completa aglomeración", "en calabozos
húmedos, oscuros y pestíferos", "sin otra cama que el desnudo y frío suelo", "aquello no

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era un asilo de caridad, era más bien un depósito de seres humanos, sumidos en la más
espantosa miseria". (Vezetti, 1986)
Pero más allá de la simbología de la luz y las declaraciones filantrópicas, según el
testimonio de los citados Meléndez y Coni, esa condición de depósito para locos
abandonados no cambia con el traslado al nuevo establecimiento. Cuando se retiraba el
médico se iba el personal, dejando a los alienados encerrados; por otra parte, no había
forma de hacer cumplir las prescripciones médicas. Ante esta situación, Uriarte –

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designado director en 1864– apela al recurso heroico de pasar las noches en el hospicio
para disciplinar al personal.
En 1876, a la muerte de Uriarte, Lucio Meléndez se hace cargo de la dirección del
establecimiento, y con él la doctrina y la tecnología del alienismo, inspirado en Pinel y
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Esquirol, entran definidamente a organizar el espacio del Manicomio de Hombres. En ese
sentido, la diferencia con el Hospicio de Mujeres es bien notoria y se mantiene durante
bastante tiempo. El aumento de las internaciones obliga a realizar sucesivas ampliaciones,
en las que trabajan los propios internados; también realizan tareas agrícolas en el propio
establecimiento.
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Los manicomios se llenan de inmigrantes: las dos terceras partes de los varones
internados son extranjeros, y de ellos la mitad son italianos; entre las mujeres, más de la
mitad son argentinas y de las extranjeras la mitad sigue correspondiendo a las italianas.
Paralelamente nacen los primeros establecimientos privados: el Instituto Frenopático es
de 1880, y con la obra de José M. Ramos Mejía, los temas de la psicopatología alcanzan
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una difusión que llega a un público no especializado. Hacia el comienzo del siglo XX, el
tema de la locura atrae a intelectuales y profesionales de otras disciplinas.
La noción de enfermedad mental y la intervención del médico transforman el marco
inicial de una filantropía. En ese movimiento, en el que la figura y la actuación de Lucio
Meléndez resultan fundamentales, la filantropía asumirá un ordenamiento positivista y


derivará en tecnología alienista. El espacio manicomial hace posible el aprendizaje, en


dónde se seguirá el camino de Pinel que planteaba que un buen médico, si dirige un gran
establecimiento, hace relevamientos de los enfermos mes por mes, año tras año, y busca
después de un tiempo cuáles son los resultados de un método prudente, que le inspira
todavía dudas, es decir que examina qué relación hay entre la totalidad de los enfermos y
el número de curaciones obtenidas".
Antes que la imposición de una grilla de clasificación, el alienismo impone la observación
metódica y el seguimiento cuidadoso de la evolución. Presionada por el incesante número
de internaciones, esa primera estadística (que se redacta en francés para ser presentada en
el Congreso Internacional de Ciencias Médicas de Amsterdam) sirve al propósito de
colocar a los manicomios argentinos tras la senda de Pinel.
Una analogía, por una parte, y rasgos diferenciales, por otra, caracterizan las relaciones
entre alienismo e higienismo. La analogía surge de la noción común de epidemia; porque

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a partir de la focalización del interés en la correlación entre locura y progreso social, el
tema de los desvaríos colectivos tiende a definirse según el molde de una "epidemia
psíquica". Pero al mismo tiempo, la medicina mental, como se verá, delimita un espacio
de acción privilegiado y restringido –el manicomio– y afina una herramienta más directa
y personal: la propia figura del alienista. Con todo, el tratamiento moral, que es una
tecnología de sujeción y educación que nace con los manicomios, rescata muchos de los
caracteres del personaje filantrópico: autoridad, presencia ejemplar, respeto a las
jerarquías. (Vezetti, 1986)
Es cierto que una exigencia científica, proveniente de la medicina experimental, presiona
sobre la empiria moralizante del alienismo para forzar un abandono de esa percepción
demasiado espontánea de la locura. Pero el paradigma de la enfermedad orgánica nunca

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terminará de imponerse a la medicina mental, y las dos tramas –social y propiamente
médica– diferenciadas o entrelazadas, explícitas o veladas aparecerán constantemente en
los discursos de la locura sin confundirse ni resolver su propia tensión.

El manicomio

Lo esencial de la nueva tecnología de la locura no radicó tanto en la definición científico-

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médica de la enfermedad mental ni en la constitución de una particular relación médico-
paciente, sino en la transformación de los procedimientos de la internación y el desarrollo
de una práctica asilar; el baluarte de esa renovación fue la institución del manicomio.
En ese sentido, en la obra de Pinel debe distinguirse la contribución propiamente
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nosológica de su acción de reforma de la institución del internamiento, de la que surge el
movimiento y la doctrina alienista, y que es, sin duda, no solo su obra más original, sino
aquella a la que su nombre ha quedado definitivamente asociado. El Traité médico-
philosophique sur l'aliénation mentale, de 1801, que tiene varias reediciones, rinde
cuentas de la experiencia de Pinel en los asilos de Bicêtre primero, y la Salpêtrière
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después. Más que un tratado sobre la locura, consiste en un manual acerca de la dirección
de la conducta y las pasiones en el marco de una institución acondicionada para tal efecto.
En ese sentido, mucho antes de Wundt, la obra de Pinel da cuenta de una psicología
instrumentada en un marco institucional, como práctica de gobierno de las pasiones, que
no es ajena ni a los ideales de la Ilustración ni a los métodos del Terror. (Vezetti, 1986)
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El influjo más tecnológico de Pinel, asentado sobre la reforma de las instituciones asilares
según el paradigma de un gobierno moral de la conducta, sólo llega a afirmarse en la
Argentina por la acción de Lucio Meléndez.
Se toma a Pinel y la escuela alienista como el comienzo de una moderna experiencia de la
locura, lo que domina en el gesto inicial y en la reforma propuesta es una percepción y


una sanción moral de la locura. Dice Pinel: "uno de los preconceptos más funestos para la
humanidad y que, tal vez, constituye la causa del deplorable estado de abandono en el
cual se deja a casi todos los alienados, es el de focalizar su mal como incurable y
atribuirle una lesión orgánica en el cerebro o en cualquier otra parte de la cabeza. Puedo
asegurar que, en la mayoría de los casos que reuní sobre manía delirante, convertida en
incurable o terminada con alguna otra enfermedad funesta, todos los resultados de la
autopsia de los cuerpos, comparados con los síntomas que se manifestaban, prueban que
esa alienación posee, en general, un carácter puramente nervioso y que no es producto de
ningún vicio orgánico de la sustancia del cerebro". (Vezetti, 1986)
Las pasiones humanas vehementes están ordinariamente en el origen de la alienación, y
justamente el discurso alienista encuentra un eje doctrinario de su conformación en la
oposición de la pasión y el entendimiento. Si el alienismo se constituye como una
especialidad médica, al mismo tiempo lo hace tomando distancia respecto del fundamento

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experimental y fisiológico que organizaba el corpus teórico de la medicina general.
Mientras que el método anatomopatológico se orienta a la búsqueda de la sede orgánica
de la enfermedad, la atención de la medicina mental se dirige a los síntomas, busca
observar detenidamente las señales de la enfermedad, en el orden de su aparición, en su
desenvolvimiento espontáneo y en su término natural. El espacio de observación y
objetivación que inaugura abre el campo de la mirada clínica, que no solo busca más allá
de la superficie corporal, sino que, a través de ese espacio moral de las pasiones, extiende
su vigilancia indefinidamente. Entre el síntoma –que se resuelve en la clasificación
nosográfica– y el tratamiento, que el propio manicomio encarna con sus estructuras y sus
jerarquías, el campo de representaciones de la locura sufre una evidente transformación,
que equivale a un pasaje de la percepción singular a una función universal: la esperada

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reintegración de la razón. (Vezetti, 1986)
Los valores del alienismo son, explícitamente, el marco doctrinario de la empresa de
conformación del espacio manicomial encarada por Lucio Meléndez. Pero el primer
requisito para constituir el nuevo ámbito de objetivación y dominio de la locura es la
producción del propio alienista como figura de autoridad, y esta exigencia subyace a
diversas polémicas y enfrentamientos que el nuevo director sostiene con autoridades
policiales y judiciales o con los colegas apegados a tradiciones médicas que resultan

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anacrónicas. Meléndez proclama que por su autoridad decide sobre las admisiones al
manicomio, y a pesar de que los certificados digan lo contrario, aunque se deban al
médico de la policía, si un paciente remitido no es alienado le da el alta inmediatamente.
Y esa celosa defensa de su jurisdicción y jerarquía en el plano interinstitucional no puede
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separarse de la afirmación de su autoridad en el interior del hospicio, como un atributo
esencial de la figura alienista. Es en esa vía que reconoce al loco en una masa humana que
debe ser sometida y dirigida, el mismo movimiento que le reconoce la común condición
de los explotados y los desposeídos le devuelve un rostro humano: el tratamiento moral
no considera a los locos como absolutamente privados de la razón, es decir, como
LA

inaccesibles a los motivos del miedo, la esperanza, o el sentimiento del honor.


El chaleco de fuerza, que constituye una herramienta central en la reforma del asilo, es
consagrado por Pinel como el signo mayor de un cambio radical de las técnicas de
sujeción. Efectivamente, en su economía represiva, a la vez mínima y ampliamente
regulable, en su reversión de la dirección espacial de un sujetamiento que presiona hacia
FI

dentro del cuerpo pero no impide el desplazamiento y aun la deambulación


ejemplarizadora del sujetado, es un símbolo principal de la lógica que el alienismo viene
a inaugurar.
Por otra parte, un loco enchalecado, a diferencia del que permanecía por años atado a sus
cadenas en una celda, puede ser llevado a la luz para ser estudiado. El símbolo de la luz


ha quedado definitivamente asociado al gesto mítico de Pinel, pero también es la


condición de esa observación que va a definir el lugar del psiquiatra como un gran ojo.
La dominación de los locos supone alternar la imposición y la persuasión: primero
subyugarlos, enseguida alentarlos y estimular.
En el año 1892, el intendente de la Ciudad de Buenos Aires, Dr. Miguel Cané, nombró
una comisión de jurisconsultos y médicos de prestigio, integrada por Aristóbulo del Valle,
Emilio Coni, José María Ramos Mejía, Lucio Meléndez y Domingo Cabred para
proyectar una Ley de alienados. Sin embargo, la comisión no llegó a constituirse y la
iniciativa quedó postergada (Bermúdez, G, 1995).
En ese mismo año, el Dr. Domingo Cabred es nombrado director del Hospicio de las
Mercedes. La población de enfermos ascendía en ese año a 801 internados. Domingo
Cabred, aún al frente del Hospicio, pone en funcionamiento, en el año 1900, la primera
escuela de enfermería psiquiátrica.

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El 28 de Julio de 1906, por gestión de Cabred, es promulgada la ley 4953, cuya
trascendental importancia se hace evidente en su objetivo: la creación de la Comisión
Asesora de Asilos y Hospitales Regionales, para la asistencia y tratamiento de toda clase
de enfermedades.
La ley 4953 iba a solucionar un grave problema hospitalario en nuestro país, que se
producía por la insuficiencia de establecimientos y el hacinamiento que tenían que
soportar los enfermos.
Cabred fue un precursor, comprendió que la atención médica de los enfermos debía ser
encarada racionalmente, con espíritu humanista y sentido nacional. A Cabred no le
interesó tanto establecer una nosografía teórica de las enfermedades, sino que apuntó a la
situación sanitaria, de salud e higiene de la población. Fue director de la Comisión

OM
Asesora de Asilos y Hospitales hasta su muerte en 1929. A partir de la ley 4953 y por la
acción de la Comisión Asesora de Asilos y Hospitales Regionales, se fueron inaugurando
los siguientes establecimientos. (Vezetti, 1986)

• Colonia Regional Mixto de retardados en Torres.


• Colonia Mixta regional de Alienados de Oliva.
• Los hospitales Regionales Comunes de Resistencia, Chaco.

.C
• Bell Ville, Córdoba.
• Allen, Río Negro.
• Presidente Plaza, Posadas, Misiones.
• Santa Rosa, La Pampa.
DD
• J.J. de Urquiza, Concepción del Uruguay.
• Hospital Regional del Norte, Güemes, Salta.

El discurso pronunciado por el psiquiatra y sanitarista Domingo Cabred, en junio de


1899, con motivo de la inauguración de las obras de la Colonia Nacional de Alienados, el
LA

Open Door, que hoy lleva su nombre, y cuya realización fue producto de su gestión,
constituye una exposición contundente de principios y de fundamentos de una concepción
del tratamiento de la locura que no reconocía antecedentes en el país, alienando la
experiencia psiquiátrica incipiente en la Argentina con la vanguardia de un movimiento
de reforma que se desarrollaba en los principales centros de producción de conocimiento
FI

en la materia. (Vezetti, 1986)


La presencia en dicha ceremonia inaugural de las máximas autoridades nacionales,
encabezadas por el presidente Julio A. Roca, caracterizó a este acontecimiento como un
acto de Estado, precedido por la sanción de la ley correspondiente (Ley 3548), en octubre
de 1897, por una iniciativa del diputado Dr. Eliseo Cantón.


Tal presencia de los poderes del Estado, el Legislativo y el Ejecutivo, se inscribe, más allá
del acceso o de las influencias de Cabred en el círculo del poder, en una tendencia
generalizada y progresiva, que en esos tiempos, impone al Estado moderno la
responsabilidad de la protección de los afectados por el “infortunio mental”, dentro de un
cuadro general de afirmación de los derechos de aquellos que hasta entonces habían
permanecido al margen (la mujer, las mayorías populares, los trabajadores, los alienados,
etcétera). (Vezetti, 1986)
El Open Door, el Non-restraint-system y el Pupilaje son tres modalidades de experiencias
que Cabred menciona en su discurso, que proponen, en ese orden, niveles progresivos de
libertad y de inserción del alienado en la comunidad de los cuerdos. Una carta de
ciudadanía que incluye los beneficios de la ley, de los cuales el llamado alienado había,
hasta entonces, permanecido excluido.
El Open-door para Cabred no sólo significaba la posibilidad de la salida, de la libertad del

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llamado alienado, sino que implicaba una invitación a la comunidad para ingresar en la
intimidad del asilo, y que en éste se recrearán las actividades características de la vida
comunitaria: el trabajo en los talleres, el esparcimiento en las salas de juego, la gimnasia
y la música. El objetivo era demostrar la persistencia de la razón en la locura, y minimizar
las manifestaciones de la irracionalidad, a veces incluso, intentando enfocarlas con una
mirada menos severa, más benévola, que las abordar simplemente como expresiones de lo
grotesco. A tal efecto, fomentó las visitas al Hospicio, en oportunidad de la celebración de
las festividades patrias, recibió en su interior a personajes del poder a los cuales tenía fácil
acceso y creó un instrumento de difusión: Ecos de las Mercedes.
En 1928, se disuelve la Comisión Asesora que durante 23 años permitió a Cabred llevar a
cabo su obra. Después de Cabred, se describen tres décadas de estancamiento. El primer

OM
censo sanitario del país realizado en 1965, arroja el siguiente dato: de las 32.314 camas
dependientes de Ministerio, 10.755 –o sea un 38%– corresponde a establecimientos
fundados por Cabred.

La dictadura militar y sus repercusiones en salud mental

El golpe del 24 de marzo de 1976 vino para consolidar algo que había empezado con “El

.C
Rodrigazo” en 1975: la instauración del capitalismo financiero en nuestro país. Para ello,
en nuestro territorio, se impuso el Terrorismo de Estado que focalizó sobre toda la
sociedad, pero especialmente contra organizaciones intermedias tales como gremios,
instituciones, etcétera. En Argentina funcionaron 340 campos de concentración. Se
DD
prohibieron todos los encuentros grupales, salvo que tuvieran autorización policial. Sino
eran tildados como “subversivos”. Este fue un método para aterrorizar y paralizar a la
población frente al avance del nuevo “modelo” (en 1976 el salario real descendió en un
30 %).
LA

Efectos en el campo de la Salud Mental

En la década del 70 nos encontrábamos con un sistema manicomial aún sostenido, pero
cuestionado por diversas “experiencias piloto” que mostraban que otras formas de pensar
y trabajar en nuestro campo eran posibles. Vale mencionar las experiencias de las
FI

comunidades terapéuticas, que fueron más allá de sus objetivos. Demostraban que los
manicomios de por vida eran una decisión política de los psiquiatras manicomiales. Con
menos recursos económicos se podían atender mejor y externar a aquellos pacientes
crónicos. Por otro lado, se habían logrado implantar los abordajes en Hospitales
Generales, de los cuales el Servicio de Mauricio Goldenberg, en Lanús, era todo un


ejemplo. Y se habían desarrollado los abordajes grupales y comunitarios para poder


atender a toda la población. (Carpintero y Vainer, 2004)
También había un movimiento gremial importante: Las Asociaciones de Psicólogos de
todo el país luchaban no sólo por defensas gremiales, sino generales. Se había organizado
la Confederación de Psicólogos de la República Argentina (COPRA) en 1971.
El 13 de octubre de 1974 en un encuentro en Córdoba se había instaurado el “día del
psicólogo” como símbolo de las luchas que ya venían haciendo por el reconocimiento
profesional. (Carpintero y Vainer, 2004)
Por otro lado, la Federación Argentina de Psiquiatras había tenido una renovación,
llevando desde 1970 a una comisión directiva con un grupo de los psiquiatras progresistas
(entonces se denominaban de distintos sectores de izquierda) de todo el país.
La Asociación Psicoanalítica Argentina había perdido una importante cantidad de
miembros en 1971 con la partida de los grupos Plataforma y Documento. Esta fue la

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primera ruptura por motivos ideológicos con la Asociación Psicoanalítica Internacional.
Estos psicoanalistas consideraban que el psicoanálisis no tenía que aliarse con el sistema
imperante, tal como lo solían hacer. Dichos grupos, junto con la Asociación de Psicólogos
de Buenos Aires, la Federación Argentina de Psiquiatras, la Asociación de Asistentes
Sociales y la Asociación de Psicopedagogos habían fundado la Coordinadora de
Trabajadores de Salud Mental. Esta había organizado una formación novedosa para los
Trabajadores de Salud Mental. Por otro lado, comenzaba el “volver a Freud” de los
grupos lacanianos en la Argentina, liderados por Oscar Masotta. (Carpintero y Vainer,
2004)
Todo este magma que abarcaba no sólo nuestro campo, sino toda la sociedad, fue atacado
desde la “Triple A” primero, la derecha peronista de José López Rega con sus acciones de

OM
gobierno, la intervención en la Universidad, el cierre de facultades. Era toda una política
que venía. Pero luego la dictadura con su terrorismo de Estado persiguió, aterrorizó y
desarticuló experiencias, desarticuló punto por punto todo lo precedente.
Por eso plantea Carpintero y Vainer (2004), no sólo hubo casi 200 desaparecidos. Sino
que todas estas experiencias fueron “desaparecidas” por un complejo mecanismo.
Las comunidades terapéuticas, como experiencias piloto en Salud Mental, fueron todas
cerradas. Los trabajos comunitarios y barriales también, ya que cualquier reunión de más

.C
de tres personas estaba expresamente prohibida. Todos los abordajes comunitarios y
barriales fueron cerrados; no podía haber asambleas ni reuniones, las cuales eran los ejes
de estos trabajos. Los tratamientos grupales tendieron a desaparecer.
Los servicios de Salud Mental más avanzados fueron atacados especialmente. El servicio
DD
del Lanús fue un blanco: desapareció Marta Brea, jefa de equipo de Adolescencia y
Valentín Barenblitt estuvo detenido y luego tuvo que exiliarse en España. Barenblitt era
jefe del servicio, y estaba en el lugar de Mauricio Goldenberg, quien a su vez había tenido
que exiliarse a principios de 1976 debido a las amenazas a su vida.
En los hospitales del país hubo cesantías por motivos ideológicos. Las Residencias de
LA

Salud Mental habían comenzado a cerrarse durante el gobierno de Isabel Perón. La


dictadura avanzó aún más. Había que desarticular la formación de los denominados
“Trabajadores en Salud Mental”. Desde ese momento hasta desapareció ese nombre
gestado a fines de los 60 y se comenzó a hablar de “profesionales de Salud Mental” o
simplemente de psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas. (Carpintero y Vainer, 2004)
Esto implicó la desarticulación de lo poco o mucho que se venía haciendo contra el
FI

edificio de la psiquiatría manicomial, que retomó toda su fuerza.


La desarticulación de los espacios gremiales fue un eje del Terrorismo de Estado para
implantar el nuevo modelo económico.
Debido a las desapariciones y persecuciones fue imposible la continuidad de la


Federación Argentina de Psiquiatras; se cerró la Coordinadora de Trabajadores de Salud


Mental y su Centro de Docencia e Investigación.
Los Congresos Argentinos de Psiquiatría comenzaron de cero a partir de 1985, como si
los siete anteriores jamás hubieran existido.
La destrucción también llegaba a las teorizaciones que ponían en cuestión el estado de las
cosas. Sólo pudo continuar una psiquiatría biológica-manicomial y un psicoanálisis que
negara la determinación social mediante un estructuralismo a-histórico.
El compromiso social fue dejado de lado por las instituciones psicoanalíticas, aunque no
así por algunos psicoanalistas que siguieron trabajando, pensando y colaborando con
organismos de derechos humanos en el exilio interno o externo. (Carpintero y Vainer,
2004)
Los tres pasos de esta operación continúan hasta hoy: terminar, desacreditar y luego hacer
desaparecer las teorías y las prácticas anteriores. Así se desvalorizaron los abordajes

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grupales y comunitarios, el pensar en la sociedad y la política. Todas las experiencias y
teorizaciones entraron en un cierto limbo.

Luego del descrédito, vino la desaparición. Durante los 80 y los 90 la hegemonía en


nuestro campo intentó hacer como que nada había sucedido y que había que importar las
novedades. El mayor de los ejemplos está en los abordajes psiquiátricos farmacológicos,
que pretenden hacer pasar toda la subjetividad por un desorden molecular que debe ser
solucionado en ese nivel. Y dejar fuera la memoria de lo producido. En vez de considerar
la resocialización y la cantidad de abordajes descubiertos en otras épocas, se considera
que sólo una medicación (a veces combinada con una psicoterapia) es la clave.
La Ley de Derecho a la Protección de la Salud Mental (LSM), fue sancionada en

OM
Argentina en diciembre de 2010, y reglamentada en mayo de 2013, convirtiéndose en la
primera que da un marco nacional a las políticas en el área mencionada. Inaugura un
período de cambios, de revisión de prácticas y concepciones que hasta el momento, han
sustentado la atención de aquellas personas con padecimiento mental.
Los antecedentes de la Ley de Salud Mental son una serie de instrumentos jurídicos de
alcance nacional, internacional y recomendaciones de organismos como la Organización
Mundial de la Salud (en el marco de las Naciones Unidas) y la Organización

.C
Panamericana de la Salud (en la Organización de Estados Americanos). En 1990, la
Declaración de Caracas interpeló al modelo manicomial y promulgó los derechos de las
personas con padecimiento en salud mental, trascendiendo el plano meramente
enunciativo, sugiriendo políticas, estrategias y prácticas orientadas a garantizar
DD
efectivamente esos derechos. (Carpintero y Vainer, 2004)
Además en Argentina existían con anterioridad siete leyes provinciales y una ley
correspondiente a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que apuntan a la protección de
los derechos de las personas con sufrimiento mental. Estas coinciden en el espíritu
general que las sustenta, y difieren en aspectos formales. Los cambios introducidos en
LA

algunas abarcan más cuestiones, y en otras poseen carácter más limitado, como es el caso
de la provincia de Río Negro, cuya ley puede considerarse en realidad, un programa de
desinstitucionalización en salud mental (De Lellis & Sosa, 2011).
En su mayoría coinciden en la utilización de la denominación sufrimiento o padecimiento
mental, la cual será retomada en la ley nacional. Existen algunas excepciones, como la
FI

legislación de San Juan que habla de personas con trastornos de salud mental, o la de
Entre Ríos que se denomina Ley de Enfermedades Mentales.
A su vez, es común a todas, la reglamentación del régimen de internaciones y su
consideración como recurso excepcional. Con respecto a los lugares donde las mismas se
realizan, se observa un gradiente que va desde la prohibición explícita de creación de


hospitales monovalentes y la sustitución de los mismos, hasta el mantenimiento de estos


dentro de la red de prestaciones. En un plano intermedio, en el caso de Entre Ríos, se
menciona el régimen de puertas abiertas hasta tanto se logre la reconversión de las
instituciones existentes.
En cuanto a los criterios de internación involuntaria, en las legislaciones de la Ciudad de
Buenos Aires y de Córdoba, se introduce la denominación riesgo cierto e inminente para
sí o terceros, criterio que retoma la LSM. En la correspondiente a la provincia de San
Luis, se utiliza una denominación similar: seria probabilidad de daño inmediato o
inminente.
Con respecto al consentimiento informado (CI), las legislaciones antecedentes, varían
entre las que simplemente reconocen el derecho a recibir información, y aquellas que
avanzan en la delimitación de acciones para la protección de dicho derecho. Nuevamente
se encuentra un gradiente con respecto a la profundidad con la que se trata el tema. Por

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ejemplo la legislación de Chubut sólo utiliza explícitamente el término CI en relación a
las internaciones, mientras que en la LSM, se establecerá para todo tipo de
intervenciones.
A su vez, la LSM, sigue el rumbo inaugurado con la Ley de Derechos del Paciente en su
Relación con los Profesionales e Instituciones (Ley 26.529, 2009), en el sentido de un
cambio de paradigma en relación a la atención en salud mental, donde el usuario de los
servicios es considerado fundamentalmente como sujeto de derechos. Los principales
tópicos tratados en esta última norma, refieren a la confección y manejo de la historia
clínica, la validación de las directivas anticipadas y el consentimiento informado como
garantía de autonomía de las personas.
A partir de la sanción de la LSM, se espera que las mencionadas normas provinciales

OM
sobre el particular se ajusten a ella, lo cual permitiría sentar las bases para un sistema de
Salud Mental articulado, que posibilite una atención igualitaria a todo ciudadano
argentino (García, 2008).
Como se mencionó anteriormente la legislación, al fijar su objeto, utiliza la denominación
sufrimiento mental en lugar de otras como enfermedad o trastorno. En los últimos años se
ha considerado que estas denominaciones responden al hecho de que la psiquiatría
importó la pretensión de estudiar los hechos psicológicos como hechos físicos, tarea

.C
emprendida principalmente por el positivismo biológico (Galende, 2006). Términos como
padecimiento o sufrimiento, se consideran acordes a la definición de salud mental dada en
la Ley, la cual remarca que la misma no está determinada exclusivamente de forma
biológica, sino como un proceso en el que influyen componentes históricos, socio-
DD
económicos, culturales, biológicos y psicológicos.
Entre las principales innovaciones, se encuentran:

• El énfasis en la interdisciplina, la cual debe caracterizar las prácticas de los equipos. Se


equipara a los miembros de los mismos en relación a la toma de decisiones y a la
LA

posibilidad de ocupar cargos de gestión y dirección de servicios. Incluso los tratamientos


psicofarmacológicos se prevén en el marco de abordajes interdisciplinarios.
• Se establece la orientación comunitaria, el trabajo intersectorial y el requerimiento del
CI para la atención de los pacientes. Este último adquiere especial énfasis, en consonancia
con el que se le otorga en la Ley de Derechos del Paciente, no sólo reconociéndolo como
FI

un derecho, sino avanzando sobre la forma en que debe ser aplicado en la práctica. Aun
así, es de esperarse, que la reglamentación de la Ley conlleve mayores especificaciones
con respecto a esto último.
• Disposiciones en relación a las internaciones. Siguiendo lo estipulado en las leyes
provinciales, las internaciones se convierten en el último recurso terapéutico, de carácter


restrictivo. Por lo tanto, el proceso de atención debe realizarse preferentemente fuera del
ámbito de internación hospitalario. De no poder evitarse la internación, debe promoverse
el mantenimiento de vínculos, contactos y comunicación de las personas internadas con
sus familiares, allegados y con el entorno laboral y social, salvo excepciones debidamente
fundadas. En consonancia con el énfasis puesto en la interdisciplina, dentro de las 48
horas, se debe cumplir con una evaluación y diagnóstico interdisciplinario e integral junto
a los motivos que justifican la internación. Debe contar con la firma de al menos dos
profesionales del servicio, uno de los cuales debe ser necesariamente psicólogo o médico
psiquiatra. Es decir, se puede prescindir de este último, y que los jueces no pueden
determinar una internación por sí mismos (a menos que existiendo las condiciones
previstas, el equipo se niegue a la misma).
Por último, en relación al tema internaciones, se prohíbe la creación de nuevos
manicomios. A su vez los existentes deben adaptarse para seguir los principios que

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plantea la Ley, hasta su sustitución definitiva por los dispositivos alternativos: casas de
convivencia, hospitales de día, cooperativas de trabajo, centros de capacitación socio-
laboral, emprendimientos sociales, hogares y familias sustitutas (art. 11, Ley de
Protección de la Salud Mental, 2010).
• Otra innovación es la creación en el ámbito del Ministerio Público de la Defensa, de un
órgano de Revisión con el objeto de proteger los derechos humanos de los usuarios de los
servicios. El mismo sería el encargado de controlar el cumplimiento y la adecuación de
las prácticas a la Ley.
• En referencia al impacto en el derecho argentino: modifica el Código Civil al eliminar el
concepto de peligrosidad y sustituirlo por el de peligro cierto e inminente como criterio de
internación involuntaria (Carpintero, 2011).

OM
Referencias Bibliográficas

Altamirano, Patricia; Luque Marianela; Clark, Carmen; Demaria, Mariela; Rodriguez, Ma-

.C
riana; Stabile, Carmen. (2018) Salud Mental: Tres paradigmas en pugna. XI Congreso Ibe-
roamericano de Psicología y XVII Congreso Argentino de Psicología 2018.
Carpintero, E., & Vainer, A. (2004). Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y Salud Men-
DD
tal en la Argentina de los, 60, 1957-1969.

Foucault, M. (1954). Historia de la locura en la época clásica, I. Fondo de cultura econó-


mica.

Ingenieros, J. (1912). La Locura en la Argentina: Obras Completas, Ediciones Mar


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Océano, Buenos Aires.

Rossi, L., Ibarra, M. F., & Jardon, M. (2012). Las historias clínicas del Hospicio de las
Mercedes en contexto institucional: Argentina: 1900-1957. Anuario de investigaciones,
19(2), 213-218.
FI

Vezzetti, H. (1983). La locura en la Argentina. Buenos Aires: Folios Ediciones.




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OM
.C
DD
BREVE HISTORIA DE LA
PSICOLOGÍA EN LA ARGENTINA
(1896-1976)
LA

Alejandro Dagfal
FI


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Breve historia de la psicología en la Argentina (1896-1976)*

Presentación:

Pretender elaborar una “breve historia de la psicología en la Argentina” plantea al menos dos
grandes problemas. En primer lugar, la brevedad es un obstáculo para la profundidad del análisis (que,
en un espacio tan reducido, deberá ser muy esquemático, dejando de lado matices y precisiones
importantes). En segundo lugar, hablar de “una historia” (y no de varias) presupone una unidad que
no es tal, sobre todo si se consideran las cuestiones metodológicas que ya se han abordado en la
primera unidad respecto de la “historia crítica”. En ese sentido, entonces, el relato que sigue no tiene

OM
pretensiones totalizadoras, sino que tan solo se ofrece como una versión entre muchas posibles.
En particular, con el fin de acotar el objeto de análisis, se propone una periodización de la “historia
psi” en la Argentina (es decir, una segmentación temporal del período abordado), que como toda
periodización es tan arbitraria como necesaria. En efecto, según cuáles sean los criterios empleados
para demarcar el período estudiado, los resultados pueden ser muy distintos. Por ejemplo, si se
privilegiara la historia de la psicología como profesión, cabría destacar dos grandes subperíodos. El
primero sería un momento pre-profesional, que comenzaría con el siglo XX (o incluso a fines del

.C
siglo XIX, con la creación de las primeras cátedras universitarias de psicología) y se extendería hasta
fines de los años ’50 (con la creación de las primeras carreras de psicología). Se trataría de una
“psicología sin psicólogos”, entendida sobre todo como disciplina de conocimiento, que se enseñaba
en el marco de otras especialidades, que ya implicaba publicaciones y congresos, pero que aún no
DD
contaba con un profesional específico que se autorizara en ella (Vezzetti, 1994).
El segundo subperíodo, que se inicia a mediados del siglo XX y llega hasta la actualidad, se
caracterizaría por la emergencia del psicólogo como nuevo profesional. Esto pone de relieve varios
problemas, como el de su formación universitaria, sus competencias específicas, sus preferencias
teóricas, sus modelos de práctica, su relación con otros especialistas (como el psiquiatra o el
LA

psicoanalista), su habilitación por parte del Estado, su reconocimiento social, su organización gremial,
su identidad profesional, etc. No obstante, esta división de la historia en dos tiempos no implica que
antes de la profesionalización no haya habido prácticas psicológicas. De hecho, ya a fines del siglo
XIX, en nuestro país, la psicología había servido, por un lado, para interpretar la realidad social y
política, y, por el otro, como un saber aplicado, que pretendía resolver problemas de orden público. Del
FI

mismo modo, después de la creación de las carreras, además de convertirse en profesión, la psicología
tampoco dejó de existir como disciplina de conocimiento. En todo caso, este ejemplo sirve para mostrar
hasta que punto las periodizaciones son útiles para ordenar el tiempo histórico, a la vez que, por su
carácter necesariamente esquemático, al poner el énfasis en los puntos de ruptura, son susceptibles de
ocultar ciertas continuidades, quizás menos notorias, entre las diversas etapas.


De todos modos, la periodización que proponemos aquí, igualmente imperfecta, se basa en una suma
de criterios (epistemológicos, disciplinares, sociales, políticos y culturales), privilegiando el tipo de
psicología producido en cada momento histórico. Dicho de otro modo, se tratará de dar cuenta, en cada
etapa, de cuáles fueron los objetos de la psicología y cómo se definieron, dando por sentado que esos
objetos estaban en relación con problemáticas más generales y con formas de ver el mundo
(cosmovisiones) propias de cada época. Así, entre 1896 y 1976, identificamos cinco grandes subperíodos,
a saber:

* Este módulo desarrolla lo expuesto en un artículo aún más breve, “Historias de la psicología en la Argentina (1890-
1966). Entre ciencia natural y disciplina del sentido” (publicado en 2012 en Ciencia Hoy, 126 (21), pp. 25-29).
http://www.cienciahoy.org.ar/ln/hoy126/Psicologia.pdf

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1. El nacimiento de la psicología en la Argentina: positivismo y nación (1896-1925)
2. La reacción antipositivista: psicología y filosofía (1925-1943)
3. Las psicologías aplicadas: psicotecnia y orientación profesional (1943-1955)
4. La “invención” del psicólogo: psicología y psicoanálisis (1955-1966)
5. El psicólogo como psicoanalista. La recepción del lacanismo (1966-1976)

Los diferentes segmentos que se incluyen en esta “breve historia”, a su vez, pueden articularse
con los contenidos del resto del programa de la asignatura. Por ejemplo, en el pasaje del primer al
segundo subperíodo puede reencontrarse en Argentina, más tardíamente, el mismo pasaje entre
ciencia natural y disciplina del sentido que Foucault sitúa en Europa entre fines del siglo XIX y
principios del siglo XX (Foucault, 1957). En efecto, según veremos, en nuestro país, ese cambio de
referencias (entre una psicología guiada por una cosmovisión positivista y una disciplina que mas

OM
bien recusaba los fundamentos de ese modelo de ciencia para privilegiar otro tipo de métodos) recién
se produjo dos o tres décadas más tarde. Otro ejemplo sería el cuarto subperíodo, en el que la obra de
José Bleger muestra el impacto simultáneo de autores como Politzer y Sartre (unidad 2) y del
movimiento de la salud mental (unidad 3). Todo esto, a su vez, nos lleva al problema de la recepción
planteado en la primera unidad del programa:

En principio, no es lo mismo la historia que parte del “descubrimiento” o de la “fundación” (sea de la

.C
psicología experimental, del psicoanálisis o de la psicología genética) que la que debe hacerse cargo de las
lecturas, las traducciones o los desplazamientos. Este es el nudo de la historia de la recepción, en la que el
acento se desplaza de los grandes autores y los textos fundadores a la historia las lecturas más eficaces, los
contextos de apropiación, las funciones de mediación e implantación de una disciplina. Por otra parte, esto
DD
es no sólo relevante sino indispensable en una tradición cultural y de pensamiento como la argentina, dominada
por la inmigración y la recepción de ideas, lenguajes y costumbres. Pero los problemas de la recepción no se
limitan a las traducciones y desplazamientos entre espacios culturales nacionales; también la circulación y las
trasposiciones entre campos disciplinares configurados como “culturas” diversas con lenguajes y reglas
propios, exige tomar en cuenta el problema de la recepción como un práctica activa que modifica aquello sobre
lo que se aplica (Vezzetti, 2007: p. 13).
LA

Es decir que la recepción no implica una mera copia del original, una fidelidad que es a todas
luces imposible. Si se considera que cualquier lectura implica siempre una apropiación particular,
desde coordenadas específicas, debe admitirse que dentro de ese proceso de apropiación
necesariamente se producen transformaciones, cuyo resultado nunca puede ser una copia fiel. Si se
FI

acepta esta premisa, cae la ilusión de cualquier “retorno a las fuentes”, de cualquier comunión posible
con los textos originarios. Y lo que cuenta en estas transformaciones no es sólo lo que se suprime,
sino también lo que se agrega.
Por ejemplo, la recepción argentina de la teoría general de la conducta de Daniel Lagache
incorporó una dimensión que no existía en absoluto en la obra de ese autor, que postulaba la unidad


de la psicología en torno de un único objeto. En nuestras tierras, en los años ’60, esa concepción del
psiquiatra y psicoanalista francés debió articularse a su vez con una concepción inglesa del
inconsciente, derivada de las ideas de Melanie Klein. Al mismo tiempo, se dejaban de lado las
referencias a Anna Freud (la gran rival de Melanie Klein), de quien Lagache era amigo y admirador,
pero que en el Río de la Plata no tenía tantos adeptos. En ese sentido, si bien se ha dicho muchas
veces que la Argentina es “un espejo de Europa”, para no caer en un lugar común, habría que aclarar
(considerando los procesos de recepción) que se trata de un espejo que siempre deforma la imagen
que refleja según su propia perspectiva.

1. El nacimiento de la psicología en la Argentina: positivismo y nación (1896-1925)

El nacimiento de la psicología en nuestro país puede situarse a fines del siglo XIX, en un contexto
estrechamente ligado al proyecto de la generación del ’80 y a la fundación de la Argentina

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como estado moderno y nación unificada (Vezzetti, 1988; Terán, 1987; Talak, 2008). 1 En ese marco,
dos rasgos distinguen a esta primera psicología vernácula: su definición como ciencia natural, a partir
de una cosmovisión positivista, y su filiación privilegiada con el pensamiento francés. El positivismo
implicaba una forma de ver el mundo que se apoyaba en una fe casi ilimitada en el progreso y en una
confianza extendida en los métodos de las ciencias naturales (particularmente la observación y la
experimentación). En ese sentido, no es extraño que una de las figuras más relevantes de este período,
José Ingenieros (un destacado psiquiatra, criminólogo y sociólogo de origen italiano, quien fuera
además uno de los primeros profesores de psicología de la Universidad de Buenos Aires), haya
desarrollado una “psicología biológica” con una fuerte impronta evolucionista (Ingenieros, 1910;
Talak & Corniglio, 2008). En agosto de 1906, en una crónica enviada desde París al diario La Nación
(titulada “Psicólogos franceses”), Ingenieros no sólo daba cuenta de su familiaridad con los
principales autores galos, sino que exponía su modo de entender la psicología científica y sus

OM
fronteras:

Las funciones psíquicas son las más complicadas del animal viviente. Para estudiarlas se necesitan
nociones generales de biología y conocimientos especiales de fisiología cerebral. Su estudio –objeto de
la psicología– entra en el dominio de los fisiólogos y requiere el concurso de sus métodos experimentales
y de observación. [...]. Existe otra labor cuyo mérito filosófico o literario es indiscutible y cuyas
conclusiones no desprecia la ciencia: es la practicada por los hombres geniales o de talento que se dedican

.C
a la observación empírica del alma humana. [...]. Shakespeare fue el más genial de los psicólogos
empíricos. Exceptuados esos grandes observadores de caracteres humanos, queda una legión de
aficionados inofensivos cuyas opiniones pasan inadvertidas para la psicología científica, aunque puedan
ser interesantes para la crítica filosófica y literaria (Ingenieros, 1906: p. 5).
DD
Para Ingenieros, los conocimientos que no provenían de la clínica (es decir, del tratamiento de
pacientes) o del laboratorio, carecían de un valor científico cierto. Y este interés por la clínica (según
el cual la propia enfermedad, siguiendo la tradición psicopatológica francesa, era considerada como
un experimento de la naturaleza) fue el rasgo saliente de estos psiquiatras (entre los cuales también
estaba Horacio Piñero, otro de los primeros profesores de psicología de la UBA) que integraron lo
LA

que se dio en llamar la “escuela de Buenos Aires”.


Sin embargo, en la ciudad de La Plata, luego de la creación de la Universidad Nacional, en 1905,
se desarrolló una tradición psicológica no médica, con características muy diferentes, pese a que
compartía la misma inspiración positivista. En efecto, en 1906, en la Facultad de Ciencias Jurídicas,
se implementó una Sección Pedagógica para la formación de profesores, semejante a las que ya
FI

existían en Bruselas o Ginebra. Su primer director fue Víctor Mercante, un educador formado en la
Escuela Normal de Paraná, cultor de una pedagogía científica que pretendía apoyar sus
descubrimientos en los principios extraídos de la psicología experimental y la antropología biológica.
El punto de aplicación de estas teorías eran los alumnos de las escuelas primarias, cuya educación
debía basarse en normas generales que le aportaran racionalidad, así como en determinados


conocimientos prácticos. Tanto esas normas como esos conocimientos tenían que cimentarse de
manera empírica, tarea a la que dedicarían gran parte de sus vidas el mismo Mercante, su amigo
Rodolfo Senet y su discípulo Alfredo Calcagno, privilegiando en sus investigaciones la utilización de
métodos experimentales y estadísticos. La llamada “escuela de la Plata”, en suma, promovió una
psicología no clínica, ligada al ámbito de la educación (Talak, 2008; Dagfal, 1997).
Por otra parte, el positivismo no solo implicaba una forma de ver el mundo, sino también una
decidida voluntad de transformarlo a partir de una concepción secular (es decir, no religiosa) de los
problemas sociales e institucionales. Por esa vía, configuraba todo un programa de acción que
involucraba al Estado y a sus políticas. En ese contexto, las diversas psicologías desarrolladas en

1 Si se toma como inicio de este período el año 1896 es porque en ese momento, luego de organizarse la Facultad de
Filosofía y Letras de la UBA, se creo allí la primera cátedra universitaria de psicología, a cargo del jurista Rodolfo
Rivarola. Por su parte, el nacimiento de la psiquiatría puede situarse en torno de 1870 (Stagnaro, 2005 y 2006).

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esa época debieron hacerse cargo de problemas muy concretos, ligados a una circunstancia histórica
particular, tales como la locura y las neurosis (psicopatología), la “cruzada civilizatoria” (psicología
educacional), el delito (psicología criminológica), las masas (psicología social), la creación de una
identidad nacional en los inmigrantes (psicología política), etc. Además de los autores mencionados,
otras figuras destacadas de este período fueron José María Ramos Mejía, Carlos Octavio Bunge y
Rodolfo Rivarola. Ellos se ocuparon, cada uno a su manera, de reinterpretar y difundir la obra de
autores extranjeros como Comte, Darwin y Spencer, Charcot, Ribot y Janet, Binet, Claparède y
Piéron.
Para dar cuenta de la finalización de esta etapa de la historia de la psicología local tomaremos
como referencia convencional el año 1925, en el que se produjo la muerte de José Ingenieros, quien
terminaría siendo reconocido como uno de los intelectuales más destacados de Argentina y
Latinoamérica.2

OM
2. La reacción antipositivista: psicología y filosofía (1925-1943)

Luego del período positivista, caracterizado por un naturalismo muy marcado, tuvo lugar en
Argentina una “reacción antipositivista”, que se ocupó de señalar en qué medida el hombre no podía
ser reducido a su dimensión natural. Varios factores preanunciaban este cambio en el clima de ideas.

.C
Por un lado, las tres visitas del renombrado filósofo español José Ortega y Gasset (quien llegó por
primera vez a la Argentina en 1916) sirvieron para difundir la obra de intelectuales que se situaban en
las antípodas de los que habían primado en la etapa anterior. Así, a la par que anunciaba sin ambages
la muerte del positivismo, Ortega promovía la lectura de autores como Franz Brentano, Wilhelm
DD
Dilthey, Edmund Husserl y Max Scheler, emparentados con el neokantismo y la fenomenología
(Biagini, 1985). De un modo u otro, estos autores rehabilitaban el lugar de la conciencia y de la
experiencia subjetiva como fundamento de una cientificidad diferente de aquella de las ciencias
naturales. Donde antes se hablaba de observación y experimentación, ahora debía atenderse a la
comprensión y a la interpretación, poniendo de relieve el problema del sentido. Lo cual, obviamente,
LA

conducía a un tipo de psicología que, muy alejada de las pretensiones de objetividad de las ciencias
naturales y de sus determinismos, se interesaba más bien en problemas como los valores, la libertad,
la creación y la vida misma, desde perspectivas ligadas a la filosofía y a la historia.3
El horror causado por los millones de muertes provocadas por la Primera Guerra Mundial también
había contribuido a minar la fe en la ciencia y el progreso. Y en el plano local, la creación del Colegio
Novecentista, en 1917, y la Reforma Universitaria de 1918 habían traído nuevos aires, renovando
FI

tanto el ideario en boga como la conformación de los planteles universitarios. En definitiva, la


generación del Centenario, caracterizada por cierta recuperación del idealismo y el espiritualismo de
la generación del ’37, había tomado la posta de la generación del ’80. Uno de los principales autores
de referencia de esta nueva generación fue el filósofo francés Henri Bergson (premio Nobel de


literatura en 1927), quien había asestado un duro golpe a los fundamentos de la psicología
experimental. Bergson había argumentando que la medición y las matemáticas, pilares de los
enfoques experimentales, sólo podían aplicarse a los fenómenos psíquicos en la medida en que se los
despojara de su característica más esencial: la de ser cualidad y no cantidad (Bergson, 1889). Al no
ocupar un lugar en el espacio, esos fenómenos transcurrían en la duración pura, y eran constitutivos
de un yo profundo, al que sólo podía accederse por la intuición. Por otra parte, había afirmado que los
datos más inmediatos eran aquellos aportados por la conciencia, y no los que proporcionaba la
percepción externa. Una vez más, lo subjetivo y personal venía a reemplazar a la objetividad
convencional de las ciencias.

2 Otros autores, no obstante, sitúan el fin de esta etapa en 1916 o 1919 (Klappenbach, 1994 y 2004; Talak, 2008).
3 En este período podemos situar la recepción argentina de algunos de los autores estudiados en la unidad 2.

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Bergson fue un referente fundamental de algunas figuras destacadas que se ocuparon de la
psicología en la Argentina en este período, como Alejandro Korn (psiquiatra, filósofo y político),
Coriolano Alberini (profesor de filosofía) y Enrique Mouchet (psiquiatra graduado en filosofía).
Alejandro Korn, después de graduarse como médico en 1882 (con una tesis sobre Locura y crimen)
dirigió el hospital psiquiátrico de Melchor Romero durante casi dos décadas. Fue profesor de Historia
de la Filosofía en la UNLP (a partir de 1903) y en la UBA (desde 1906). En 1918, se transformó en
uno de los referentes docentes del movimiento estudiantil que impulsaba la Reforma Universitaria (a
tal punto que ese mismo año fue elegido decano de la Facultad de Filosofía y Letras con el voto de
los estudiantes). Militante de la UCR, en 1931 se afilió al Partido Socialista, del que sería miembro
hasta su muerte. En su obra filosófica puso de relieve el problema de los valores y el de la libertad.
Siguiendo de cerca a Bergson, uno de sus principales libros fue La libertad creadora (1922), en el
que retomaba muchas de las críticas del filósofo francés a las psicologías naturalistas (Korn, 1922).

OM
Por otra parte, Alberini y Mouchet tuvieron a su cargo los dos cursos de psicología de la Facultad
de Filosofía y Letras de la UBA durante cerca de dos décadas (el primero estuvo a cargo de Mouchet
entre 1920 y 1943, y el segundo a cargo de Alberini entre 1923 y 1943). Mouchet dictó un programa
multifacético, incluyendo temas de psicología experimental, psicología de la Gestalt, conductismo y,
a partir de 1922, del novedoso psicoanálisis. Desarrolló también su propio sistema teórico (una
psicología vital basada en la “sensibilidad interna”), además de refundar en 1930 la Sociedad de
Psicología de Buenos Aires (de la que sería presidente durante más de tres décadas) y de fundar, en

.C
1931, un Instituto de Psicología (en la Fac. de Filosofía y Letras) de cuyos Anales sería director.
Alberini, por su parte, tuvo una destacada actuación institucional, siendo decano de la Facultad en
tres oportunidades y, al igual que Mouchet, desempeñándose como docente en la Universidad
Nacional de La Plata, en las cátedras de Metafísica y Gnoseología. En 1931 fundó el Instituto de
DD
Psicología, que luego publicaría los voluminosos Anales del Instituto. Su obra institucional alcanzó
mayor relevancia que su actividad teórica, en la que adscribió a una psicología axiológica (es decir,
que considera que la conciencia solo puede entenderse como la actividad libre de otorgar y crear
valores) situada en las antípodas de la psicología experimental. En 1943, luego del golpe del “Grupo
de Oficiales Unidos” (GOU), ambos abandonaron la cátedra universitaria (Klappenbach, 1994;
LA

Agoglia, 1963, Courel & Talak, 2001).


Si bien es claro que el apogeo de este período de estrecha vinculación entre psicología y filosofía
puede situarse en los años ’30, su fecha de finalización es mucho más difícil de establecer. Sobre todo,
cabe señalar que, luego de la “reacción antipositivista”, las psicologías llamadas científicas, de corte
objetivista, nunca tuvieron en la Argentina el desarrollo que sí alcanzaron en el resto del mundo,
donde imperan aún hoy en día. En nuestro país, por el contrario, siempre primaron las psicologías
FI

centradas en la subjetividad, probablemente en virtud de la fuerte influencia del pensamiento


filosófico francés (Alberini, 1926), que también llega hasta la actualidad, y que ha funcionado como
barrera a la implantación de otro tipo de concepciones más vinculadas a la tradición anglosajona.


3. Las psicologías aplicadas: psicotecnia y orientación profesional (1943-1955)

Durante los años ’40, se produjo en la Argentina un proceso de industrialización que favoreció el
éxodo de la población rural hacia las ciudades, que a su vez se sumó a la última ola de aluvión
migratorio europeo. Se constituyó así una nueva clase obrera urbana que encontró en el peronismo
una vía de acceso a la representación política. Del mismo modo en que, a fines del siglo XIX, la
educación había sido un instrumento fundamental para la construcción de una nación liberal,
promediando el siglo XX, sería indispensable para formar las nuevas generaciones en el espíritu de
esa época, atravesada por ideales de justicia social. Con ese fin, la educación necesitaba incorporar la
utilización de técnicas innovadoras, basadas particularmente en la psicología aplicada. Mientras se
generalizaba la educación primaria y se duplicaba el número de estudiantes secundarios, la

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escuela se transformaba en una herramienta crucial para lograr una mejor distribución de las
oportunidades sociales y para asegurar la continuidad de la adhesión popular. A diferencia de la
universidad, que era un foco opositor, la escuela parecía ser mucho más permeable a las estrategias
del poder central. Lo cual la hacía apta para la implementación de esas nuevas técnicas de intervención
psicológica. Sin embargo, estos abordajes novedosos debían coexistir con elementos conservadores,
ligados a valores espirituales, a la vida familiar y al respeto al líder (aspectos que los críticos del
peronismo se han encargado de destacar). En todo caso, justo sería reconocer que en esa época la
escuela también constituyó un instrumento de modernización social, particularmente por su
articulación con el mundo del trabajo.
Las industrias incipientes tenían necesidad de un nuevo tipo de mano de obra, mejor formada y
más motivada. De tal modo, la elección de una profesión u ocupación ya no podía resultar de una
decisión improvisada, sino que tenía que ser el fruto de un proceso tan científico como fuera posible

OM
(Klappenbach, 1995 y 2001; Dagfal, 2008). Y en ese marco la orientación profesional y la psicotecnia
adquirían todo su relieve:

[...] no ha de ser éste [el tema de la elección de carrera] un problema librado únicamente a la discriminación
personal o familiar; interesa directamente al Estado, en cuanto es incapaz el niño de conocerse a sí mismo
e incapaces, en muchos casos, los padres, de elegir carrera para sus hijos; [...] el diagnóstico [de orientación
profesional] debe tener, idealmente, obligatoriedad legal [...].4

.C
Esta afirmación formaba parte del decreto según el cual, en 1948, se creaba un Instituto de
Orientación Profesional en la esfera de la Dirección General de Escuelas de la provincia de Buenos
Aires. Frente a la doble incapacidad supuesta a los alumnos y a sus padres, el Estado asumía una
DD
función tutelar, ya no en virtud de principios religiosos o espirituales, sino con el fin de mejorar la
productividad y evitar el derroche de recursos personales. Esto se apoyaba en las certezas aportadas
por un saber técnico muy específico, al que se le confería la mayor autoridad en la materia. Aunque
los anhelos que se plasmaban en ese decreto –respecto de la obligatoriedad del “veredicto” resultante
del proceso de orientación profesional– nunca se hicieran realidad, decían mucho sobre las
motivaciones de un “Estado social” que había logrado garantizar los derechos sociales básicos de una
LA

porción considerable de la población. En 1949, la Constitución Nacional reformada detallaba esos


derechos de manera explícita. Allí se afirmaba que:

[…] la orientación profesional de los jóvenes, concebida como un complemento de la acción de instruir y
educar, es una función social que el Estado ampara y fomenta mediante instituciones que guíen a los
FI

jóvenes hacia las actividades para las que posean naturales aptitudes y capacidad, con el fin de que la
5
adecuada elección profesional redunde en beneficio suyo y de la sociedad.

En ese marco, por primera vez en la Argentina los docentes de muchas escuelas se formaron para
administrar –y administraron– a gran escala pruebas psicométricas y cuestionarios psicológicos. Y


diversas formas de la psicología aplicada fueron utilizadas en las instituciones más variadas, desde el
Ministerio de Defensa y la Marina hasta las universidades más periféricas, afines a los proyectos del
gobierno. Al mismo tiempo, en las universidades más importantes, en las que muchos de los antiguos
profesores reformistas habían sido reemplazados, la psicología seguía ligada a preocupaciones
teóricas, a partir de posiciones filosóficas más tradicionales. Lo cierto es que esta difusión extendida
de las prácticas psicológicas condujo a la organización del Primer Congreso Argentino de Psicología,
realizado en 1954 en San Miguel de Tucumán. Allí se dieron cita más de doscientos participantes,
entre los que se contaban profesores de psicología, filósofos de orientaciones diversas, sacerdotes,
psicotécnicos, psiquiatras y, por primera vez, algunos psicoanalistas. También se forjaron los acuerdos
conducentes a la creación de la carrera de psicología, que sólo pudieron plasmarse en ese período
en la creación de la primera carrera en la

4 Decreto N° 1290/48 de la Dirección General de Escuelas de la Pcia. de Bs. As. Citado por Munín (1989: p. 25).
5 Nación Argentina (1949). Constitución Nacional. Boletín Oficial. Citado por Klappenbach (1995: p. 238).

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ciudad de Rosario, el 6 de abril de 1955. Sin embargo, el golpe de Estado del mes de septiembre
hizo que esta carrera fuese cerrada, para reabrirse recién en 1956, bajo condiciones muy diferentes.

4. La “invención” del psicólogo: psicología y psicoanálisis (1955-1966)

Aunque las bases institucionales ya hubieran sido establecidas durante el período peronista, el
auge de los estudios universitarios de psicología recién iba a producirse en el período subsiguiente,
que va de 1955 a 1966 (cuyo inicio se corresponde con el advenimiento de la autodenominada
“Revolución Libertadora” y su fin coincide con el derrocamiento de Arturo Illia, la “noche de los
bastones largos” y la intervención de las universidades públicas). Paradójicamente, en esta franja
temporal situada entre dos golpes de Estado, tuvo lugar una asombrosa renovación social y cultural,

OM
en el seno de la cual las universidades se democratizaron, incorporaron nuevos profesores y
modernizaron sus planes de estudios. Así, en sólo dos años (entre 1957 y 1959), se crearon carreras
de psicología en cinco universidades nacionales: Buenos Aires (1957), La Plata, Córdoba y San Luis
(1958) y Tucumán (1959). Comenzó entonces en nuestro país la historia de la psicología como
profesión, que vino a sumarse a la historia de la psicología como disciplina (Vezzetti, 2004; Dagfal,
2009). Al mismo tiempo, el psicoanálisis (cuya primera asociación oficial había sido creada en 1942)
dejaba de ser patrimonio exclusivo de algunos médicos vinculados con las élites porteñas, para

.C
insertarse en ámbitos diversos, desde los hospitales públicos hasta las carreras de psicología. A su vez,
la psicología se nutría de ciertas formas del psicoanálisis, proyectándolo a la escena pública, más allá
de los consultorios privados y de la asociación oficial.6
En esta época, figuras como Enrique Pichon-Rivière y su discípulo José Bleger alcanzaron su
DD
máxima popularidad, simbolizando este espíritu de convergencia teórica y disciplinar. Se trataba de
psicoanalistas que se dedicaban también a la psicología, sin por ello dejar de ser psiquiatras. En
realidad, la psiquiatría de la época se veía tensionada entre una vertiente organicista y asilar, que por
la vía de los neurolépticos encontraba un nuevo sostén para sus viejas pretensiones científicas, y una
corriente progresista, cercana al movimiento de la salud mental, que se inspiraba en el psicoanálisis
LA

y las ciencias sociales, promoviendo el trabajo en equipo con psicólogos y trabajadores sociales. 7 Fue
esta segunda vertiente la que rápidamente ingresó en las carreras de psicología, incidiendo de manera
decisiva en la orientación de la formación.
Más aun, a fines de los años ‘50, cuando se produjeron las primeras disputas con la corporación
médica por el derecho al ejercicio de las psicoterapias, muchos psiquiatras progresistas apoyaron la
posición de los futuros psicólogos, oponiéndose a buena parte de sus propios colegas. Considerando
FI

que esas disputas fueron cruciales para galvanizar la identidad de esos nuevos profesionales, no es
casual que, en un lapso muy corto, que va de 1959 a 1962, los psicoanalistas y psiquiatras ligados a
la salud mental se convirtieran en referentes fundamentales para los estudiantes de psicología. De ese
modo, adquirieron mayor visibilidad que los propios fundadores de algunas de las carreras, cuyos


intereses estaban mucho más vinculados a las psicologías llamadas científicas (como Telma Reca,
Marcos Victoria, Fernanda Monasterio y Plácido Horas).
Cabe destacar que, en estos años, se instauró en nuestro país la orientación clínica de la mayoría
de los psicólogos, en general, y la predilección por el psicoanálisis, en particular. Lo curioso de este
proceso de “clinicización psicoanalítica” es que, por un lado, se produjo en contra de la voluntad
explícita de los profesores que habían participado en la creación de las carreras, a pesar de la férrea
oposición de los psiquiatras (que querían proteger la exclusividad de sus prerrogativas en el ámbito
clínico y a pesar de la desaprobación de la Asociación Psicoanalítica Argentina (que aspiraba a
mantener el monopolio de los “usos legítimos del psicoanálisis”, y no admitiría a los psicólogos en
su seno hasta los años ’80). Por otro lado, el ejercicio de las psicoterapias por parte de los

6 Para una historia del psicoanálisis en la Argentina, pueden consultarse diversos autores (Balán, 1991; Plotkin, 2003;
Vezzetti, 1989 y 1996; García, 1978 y 2005).
7 Uno de los primeros trabajos sobre la historia del movimiento de la salud mental en la Argentina es el Borinsky
(1989). Más recientemente, cabe destacar los dos tomos de Carpintero & Vainer (2004 y 2005).

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psicólogos no contaba con ningún sustento legal ya que, según la legislación vigente, constituía un
caso de “ejercicio ilegal de la medicina” (las competencias de los psicólogos en ese ámbito recién
serían plenamente reconocidas a nivel nacional en 1985). En ese sentido, para entender la singularidad
del “caso argentino” no puede dejarse de lado la importancia de la implantación del psicoanálisis en
la cultura. En cierto modo, fue una condición de posibilidad para la consolidación de ese modelo
profesional de “atención de pacientes en consultorio privado” que durante décadas se desarrolló al
margen de las regulaciones estatales. 8
En ese proceso, generalmente se ha subestimado el rol desempeñado por algunos personajes como
Enrique Butelman, Jaime Bernstein y Gino Germani. A partir de sus múltiples actividades como
intelectuales, docentes y editores, jugaron un rol decisivo en la construcción de un público ampliado
para la “nueva psicología”. Por un lado, dirigieron las carreras de psicología de Buenos Aires
(Butelman) y Rosario (Bernstein), además de la carrera de sociología de la UBA (Germani), donde

OM
elaboraron planes de estudios y promovieron la contratación de profesores afines. Por el otro, a través
de la editorial Paidós, tradujeron a autores extranjeros y publicaron a autores locales que situaban la
psicología y el psicoanálisis en el seno de las ciencias humanas y sociales. Finalmente, enseñaron
numerosas materias de la formación básica de los psicólogos, dándoles los elementos teóricos
fundamentales para entender la psicología como una disciplina del sentido, y ya no como una ciencia
natural. Las múltiples actividades de esos tres actores fueron determinantes en la conformación de
muchos de los rasgos que han caracterizado al psicólogo argentino a lo largo de sus cinco décadas de
vida.

.C
De manera muy sintética, podría afirmarse entonces que la identidad profesional de los psicólogos
fue forjándose de manera proactiva, en relación con los modelos que les brindaban algunos
psiquiatras reformistas, ciertos psicoanalistas y algunos profesores, que les reconocían competencias
DD
específicas para trabajar en el ámbito clínico, ya sea en grupo o de manera individual. No obstante, al
mismo tiempo, esa identidad profesional se constituyó de manera reactiva, en rechazo de los roles
subalternos propuestos por los fundadores de las carreras, los analistas más tradicionales y los
psiquiatras asilares, quienes esperaban que el psicólogo se desempeñara como auxiliar del psiquiatra,
como testista, como psicotécnico o como consejero. En la medida en que sus competencias en el
LA

campo de la clínica no eran reconocidas, como reacción, los psicólogos se aferraban cada vez más al
ejercicio de las psicoterapias desde una perspectiva psicoanalítica. De manera dialéctica, podría
pensarse que la conciencia del “nosotros” se fue constituyendo por diferenciación respecto de “los
otros” (Gónzalez & Dagfal, 2012).
En lo que respecta específicamente al ámbito de la UBA, los primeros psicólogos que se
graduaron en la carrera de psicología terminaron fundando, en 1962, la Asociación de Psicólogos de
FI

Buenos Aires. Todo indica que la necesidad de organizarse de esos primeros graduados también surgió
en el marco de las luchas por el ejercicio de la psicología que acabamos de mencionar. Los testimonios
orales de los protagonistas del comienzo de esta “historia de los psicólogos” dan cuenta de su rápida
inserción en el ámbito público –en general, sin remuneración–, en instituciones diversas (como la


Sala XVII del Hospital de Niños, dirigida por Florencio Escardó, el “Departamento de Psicología y
Psicopatología de la Edad Evolutiva” del Hospital de Clínicas, a cargo de Telma Reca, y el “Servicio
de Psicopatología y Neurología” del Policlínico Gregorio Araóz Alfaro, de Lanús, cuyo jefe era
Mauricio Goldenberg.9

8 Un estudio sociológico bastante exhaustivo realizado años más tarde (con psicólogos graduados de la UBA entre 1961
y 1969), iba a mostrar claramente que una amplia mayoría se había dedicado a la práctica clínica (más del 90 %). Aunque
esta elección no hubiera excluido actividades profesionales en otras áreas, la proporción resultaba abrumadora (Litvinoff
& Gomel, 1975).
9 Si bien hubo muchas otras instituciones en las cuales los psicólogos realizaron sus primeras prácticas, las mencionadas
resultan emblemáticas, tanto por la importancia que tuvieron en el aspecto formativo como por su carácter innovador e
interdisciplinario (Borinsky, 2000). “El Lanús”, particularmente, terminó por convertirse en un ejemplo casi mítico de la
recepción de los discursos de la salud mental en la Argentina. Allí, los psicólogos trabajaban en equipo con médicos y
asistentes sociales, utilizando el psicoanálisis y las terapias grupales como herramientas que los situaban como agentes
de cambio (Visacovsky, 2002).

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Esos mismos testimonios también destacan que, paralelamente al ejercicio profesional en el
ámbito público, los jóvenes psicólogos (en su gran mayoría mujeres) comenzaron a atender pacientes
en sus consultorios privados, a la vez que emprendían (o continuaban) sus propios análisis de manera
individual o grupal. Muchas veces, incluso, quienes les derivaban pacientes eran los jefes de las
instituciones en las que trabajan, si es que no lo hacían sus propios analistas. Por ejemplo, según
Rosalía Schneider, “vivíamos del consultorio. Teníamos muchísima derivación de pacientes
(fundamentalmente por afinidades ideológicas). Ojalá yo ahora pudiera trabajar como antes”
(Borinsky, 1999). María Teresa Calvo también comparte esa opinión:

Después de recibida, mi primera inserción laboral fue crear un consultorio con mi hermana [Isabel Calvo,
la primera presidente de APBA] y con Isabel Palacios. Y empezamos a trabajar rápidamente. Cuando
llegó Onganía [en 1966], eso truncó todo, sobre todo en lo que respecta a la Universidad, porque en el
consultorio seguimos trabajando bien, cada vez más. Nos podíamos mantener con comodidad (Dagfal,

OM
2004).

Se iniciaba así una tradición según la cual los psicólogos argentinos iban a combinar actividades
institucionales más o menos precarias, más o menos mal remuneradas, y una práctica privada cada
vez más reconocida, que se mantenía al abrigo de la regulación estatal y de los vaivenes de la vida
política del país. Si el epílogo de este subperíodo se sitúa en torno de 1966, es porque esa fecha marcó
el fin de una época. La renovación social y cultural vertiginosa iniciada en 1955 llegó en ese momento

.C
a un punto de declinación. Por otra parte, el golpe de Onganía mostraba a las claras los límites que
imponía la situación nacional al proyecto de la universidad reformista. De ahí en más, la
radicalización progresiva de las posiciones políticas dejaría cada vez menos espacio para los debates
DD
intelectuales y culturales.

5. El psicólogo como psicoanalista. La recepción del lacanismo (1966-1976)

Podría decirse que la etapa anterior, marcada por el auge de proyectos como los de Pichon- Rivière
LA

y Bleger, implicó una alianza entre psicología y psicoanálisis, en el marco de una síntesis más amplia
(Dagfal, 2000). Así, a partir de una matriz filosófica laxamente ligada a la fenomenología existencial
(básicamente Sartre y Merleau-Ponty), los discursos de la salud mental estudiados en la unidad 3 (que
incluían el pensamiento social norteamericano y su impacto en la psiquiatría de posguerra) convivían
con el psicoanálisis inglés (Melanie Klein) y con una forma de entender el objeto de la psicología
FI

marcada por la tradición francesa (sobre todo Daniel Lagache, pero también Georges Politzer). 10
En esta nueva etapa, no obstante, a partir de la segunda mitad de los años ’60, la recepción del
estructuralismo francés (que será estudiada en el punto 3 de esta misma unidad) planteó una
disyunción excluyente entre psicoanálisis y psicología. En efecto, al apropiarse de las enseñanzas de
Jacques Lacan, muchos psicólogos, además de utilizar el psicoanálisis como referencia teórica


privilegiada, lo adoptaron también como matriz identitaria. Así, se identificaron como psicoanalistas
y, en mayor o menor medida, debieron renunciar a su identidad profesional como psicólogos
(González & Dagfal, 2012). Esta actitud es comprensible en tanto y en cuanto se recuerde que la
psicología había quedado ligada al proyecto de síntesis que el estructuralismo pretendía impugnar y
superar. Es decir, si la psicología implicaba ahora un “error de perspectiva” (en la medida en que se
centraba en las conductas concientes y no en sus determinismos inconscientes), el psicoanálisis no
sólo no se presentaba como una psicología, sino que pretendía impugnar (y superar) todas las
psicologías, ya que, al igual que el fenomenología existencial, privilegiaban el punto de vista de la
conciencia.

10 Es posible que lo antedicho refleje sobre todo lo sucedido en las carreras de psicología de las universidades públicas
de Buenos Aires, La Plata y Rosario (y en sus esferas de influencia). No es claro hasta qué punto representa lo ocurrido
en Córdoba, Tucumán y San Luis. Lo mismo se aplica para los párrafos que siguen.

10

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Para ilustrar este pasaje (entre una “psicología analítica” de filiación existencial y un
estructuralismo francés que pretendía reemplazar la psicología por el psicoanálisis) hemos elegido
centrarnos en la figura del joven Oscar Masotta, un filósofo autodidacta que, promediando los años
’60, encarnaba mejor que nadie las oposiciones y articulaciones entre “conciencia y estructura”,
marxismo y psicoanálisis.11 En ese momento de cambios y vacilaciones, Masotta comenzaba a
interesarse en Lacan y el estructuralismo, sin renunciar del todo, aún, al existencialismo de Sartre y
Merleau-Ponty. A fines de los ’60, se convertiría en uno de los referentes de los numerosos psicólogos
que iban a poblar sus grupos de estudio. Para ese entonces, Masotta ya habría hecho su elección,
convirtiéndose en lacaniano.12 Del mismo modo, no pocos de sus seguidores estaban dispuestos a
abandonar la alianza entre el psicoanálisis kleiniano, la psicología francesa, la fenomenología
existencial y el marxismo reformista –que como vimos había sido promovida por Pichon-Rivière y
su discípulo Bleger– para dejarse seducir por las enseñanzas de Lacan y Althusser. 13

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Se configuraba así un nuevo rol profesional que, en gran medida, sigue vigente hoy en día: el del
psicólogo-psicoanalista de filiación lacaniana. En este pasaje, una vez más, aunque las referencias
teóricas hubieran cambiado, los modelos intelectuales y profesionales privilegiados seguirían estando
ubicados en Francia.14 Al mismo tiempo, en este período de radicalización política, los discursos sobre
la “subversión del sujeto”, propios de los lacanianos, se mezclaban con los discursos sobre la
revolución social, sin que las fronteras entre unos y otros fuera del todo claras.
En ese marco, en el que el monopolio de la Asociación Psicoanalítica Argentina había sido

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fuertemente cuestionado por los centenares de psicólogos que ejercían el “análisis profano”, a fines
de 1971 se produjeron las primeras grandes escisiones, con el desprendimiento de los grupos
“Plataforma” y “Documento”, que implicaron para la institución la pérdida de casi un tercio de sus
analistas didactas, además de muchos de sus miembros adherentes y candidatos (Carpintero & Vainer,
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2005).
Los analistas renunciantes cuestionaban la organización jerárquica y la supuesta neutralidad de la
APA respecto de una escena social cada vez más conflictiva. Rápidamente se acercaron a otros
psiquiatras, psicólogos y trabajadores sociales comprometidos en el movimiento de la salud mental,
participando en instituciones como la Federación Argentina de Psiquiatras, la Coordinadora de
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Trabajadores de Salud Mental, el Centro de Docencia e Investigación, etc. En todos esos espacios
predominaba un espíritu interdisciplinario guiado por ideales de compromiso social, que se
conjugaban con distintas variantes del marxismo y se traducían en experiencias innovadoras en la
escena pública (como las comunidades terapéuticas, entre muchas otras). Paralelamente, el lacanismo
adoptaba nuevas formas organizativas, de tal suerte que, en 1974, se creó la Escuela Freudiana de
Buenos Aires, la primera institución lacaniana en el Río de la Plata (Izaguirre, 2009). Y es difícil saber
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qué hubiera sucedido con este circuito alternativo a la universidad en el que comenzaban a
involucrarse los psicólogos, ya que, en 1976, el golpe de estado interrumpió violentamente este
proceso.


11 Hernán Scholten ha estudiado exhaustivamente el recorrido de Masotta antes de su giro hacia el estructuralismo
(Scholten, 2000). Este cambio de época también puede abordarse a través de los debates entre algunos de los primeros
graduados, como Juana Danis y Roberto Harari (Danis, 1969; Harari, 1970).
12 Esto explica que en 1969 se le hubiera ofrecido publicar un artículo en el primer número de la primera revista creada
por los psicólogos egresados de la UBA (Masotta, 1969).
13 Cynthia Acuña ha dedicado una tesis doctoral a “la recepción del estructuralismo francés en el campo intelectual
argentino de los años sesenta” (Acuña, 2009).
14 Esto no implica que no haya habido otros modelos, sobre todo en los años ’60, caracterizados por las síntesis
eclécticas. Por ejemplo, la tesis de Florencia Macchioli muestra la recepción argentina de las teorías sistémicas (de origen
norteamericano) en el ámbito de las terapias familiares, en las que no estaba excluida su articulación con el psicoanálisis
kleiniano, de origen inglés (Macchioli, 2010). Una tesis reciente de Luciano García, por su parte, se ocupa específicamente
de la recepción argentina de la psicología soviética (García, 2013).

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Epílogo:

El corte abrupto de la vida democrática que trajo aparejado el golpe de 1976 implicó el cierre (o
la suspensión de la inscripción) en muchas de las carreras de psicología en universidades públicas, así
como el desmantelamiento de muchas instituciones de los circuitos considerados “progresistas”. En
un contexto signado por la persecución política y una represión sin precedentes, numerosos docentes
se exiliaron o fueron cesanteados, con la consecuente desintegración de sus equipos de trabajo. Es
difícil estimar a ciencia cierta la cantidad de desaparecidos en el campo de la salud mental, entre
docentes, profesionales y alumnos, aunque nadie discute que fueron más de una centena. 15 En 1978,
incluso, Beatriz Perosio, la presidente de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, fue secuestrada,
torturada y posteriormente asesinada por grupos de tareas al servicio de la dictadura.16 En este marco, es
comprensible que toda práctica de tipo grupal o colectivo pasara a ser sospechosa (y, por ende, peligrosa)

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mientras que el consultorio privado se constituía en una suerte de refugio. Se reforzó así el rol del psicólogo
como profesional liberal, que atiende pacientes de manera individual, en detrimento de otro tipo de
experiencias que sólo habían sido posibles en contextos más propicios.
La reapertura democrática, a fines de 1983, implicó un renovado auge de los estudios psicológicos en
la Argentina. A partir de la normalización de las universidades y la reapertura plena de las carreras de
psicología, el fenómeno de la masividad fue acompañado por la adopción del lacanismo como marco teórico

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de la mayor parte de las cátedras clínicas (al menos en las universidades públicas). En nuestro país, la
recepción del psicoanálisis lacaniano recién llegaría a su punto máximo durante este período, aunque más
alejado de las lecturas marxistas (althusserianas) y más cercano a las teorizaciones de tipo clínico. En cuanto
a la implantación de la psicología en la sociedad, la mayoría de los testimonios coinciden en señalar que
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fue una época en la que los consultorios “rebozaban de pacientes” (lo cual no hizo más que reforzar la
homología entre psicología y psicoanálisis, tan presente en el imaginario social). También en este período
se promulgaron leyes regulatorias del ejercicio profesional de la psicología en varias provincias y se
establecieron las incumbencias del título a nivel nacional, por la resolución 2447/85 del Ministerio de
Educación (Klappenbach, 2006).
Ya en el siglo XXI, la situación descripta viene cambiando aceleradamente. Por un lado, en la
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universidad, las disyunciones excluyentes del pasado tienden a relativizarse. Las carreras públicas, en su
gran mayoría, fueron adquiriendo el estatuto de facultades autónomas, mientras diversificaron su oferta de
grado y posgrado. No obstante, la masividad de los estudios de psicología sigue constituyendo un desafío,
en la medida en que las condiciones del mercado laboral ya no son las mismas. En el plano de la clínica,
esto significa que el boom de demandas de atención psicoterapéutica de los años ’80 ya no es tal. Por otra
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parte, actualmente, la demanda de atención tiende a ser mediada por las obras sociales y las prepagas, lo
cual redunda en bajos honorarios. En otras áreas de competencia, los psicólogos están encontrando nuevos
horizontes profesionales, hasta ahora relativamente poco explorados. En todo caso, en estos momentos hay
en la Argentina más de 60000 psicólogos matriculados (INDEC, 2005). Por otra parte, más de 63000


alumnos estudian psicología en las 10 carreras públicas o en alguna de las 30 carreras privadas (Alonso y
Gago, 2008). Y la gran mayoría de los psicólogos y de los estudiantes se concentra en los mismos grandes
centros urbanos. Esto implica una “sobreoferta” de psicólogos en determinadas áreas geográficas y una
ausencia casi total en otras zonas. Del mismo modo, sigue habiendo una gran predilección por el ámbito de
la clínica, mientras que otras áreas de incumbencia profesional son menos codiciadas. De todos modos,

15 Carpintero y Vainer contabilizan 110 trabajadores de la salud mental desaparecidos (60 de ellos psicólogos),
mientras que calculan en 66 la cantidad de estudiantes, en su gran mayoría, estudiantes de psicología o trabajo social
(Carpintero & Vainer, 2005: p. 288).
16 Si no profundizamos más en este período dictatorial (1976-1983) es porque, en lo que respecta a la psicología, aún no
ha sido investigado acabadamente (quizás porque implica una carga afectiva considerable, que dificulta una toma de
distancia crítica indispensable para todo trabajo histórico). El libro que mencionamos en la nota anterior, si bien se dedica
a una historia más general del la salud mental, constituye una excepción a la regla, por lo que remitimos a él para mayor
información sobre esta etapa (Carpintero & Vainer, 2005). En lo que respecta específicamente al psicoanálisis, puede
consultarse a Plotkin (2003) e Izaguirre (2009).

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en gran medida, continúa vigente el rol profesional del psicólogo que, tal como a fines de los ’60, alterna el
trabajo en instituciones de carácter diverso (lo cual le da cierta estabilidad laboral) con la atención de
pacientes en consultorio privado (desde una perspectiva más o menos psicoanalítica).

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