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‘Clara’ de Aseneth Suárez: el cine de las hijas

Se estrena hoy un documental que arroja luz sobre un “secreto” familiar de la directora,
Aseneth Suárez, pero que habla también de una larga historia de represión social y rompe
los pactos tácitos de silencio que solo pueden causar daño.

Por Pedro Adrián Zuluaga

“Ahora que ventilamos el pasado, el aire es más fresco”, se le escucha decir a la


narradora-directora de Clara. El pasado que convoca Aseneth Suárez es el de su madre, y
–como todos sabemos– ir hacia la madre es buscarse a sí misma: como hijas e hijos, el
pasado de nuestras madres nos contiene, somos su resultado y su repetición. Quizá, con
no poco esfuerzo y dolor, también podemos ser una inflexión o un acento nuevos, si
permitimos que –justamente– circule aire fresco.

En Sonata de otoño, del sueco Ingmar Bergman, hay un famoso diálogo (en realidad se
acerca más a un lacerante monólogo) en el que Eva, la hija, encara a su admirada y exitosa
madre, con la que, no obstante, mantiene una tensa relación: “[…] las frustraciones de la
madre pasarán a la hija, las desilusiones de la madre las sufrirá la hija. Es como si jamás se
hubiera cortado el cordón umbilical. ¿Mamá... es así? ¿Es la desgracia de la hija el triunfo
de la madre? ¿Mamá... es mi dolor tu alegría secreta?”.

El Bergman de la década de 1970 parecía convencido de la inmovilidad del daño, de la


imposibilidad de escapar de su designio. En el cine del presente –y también en el cine
colombiano, y de manera muy especial en el realizado por mujeres– es mucho más
frecuente la creencia contraria: los efectos del daño que hacemos aunque no sean del
todo reversibles, al nombrarse, empiezan a sanar. No es un optimismo inocente, es ante
todo confianza en el medio cinematográfico como vehículo de indagación. El cine, según
este credo, puedo transformar la realidad, y no solo registrarla o reflejarla.

Por eso en Clara es tan eficaz y oportuno que, desde el comienzo, el documental muestre
los mecanismos de su propia construcción, aunque a veces esa exposición sea tosca o se
abuse de la voz en off. Clara Inés, la madre de Aseneth, conversa con su hija de la
aventura que va a significar para ambas hacer la película, de los inevitables dolores que se
van a remover. En el guion de cada familia hay cuidado, pero también –casi siempre–
maltrato. Aseneth vivió años cruciales de su niñez y adolescencia en una familia diversa, la
que conformaron su madre y su compañera, a quien llamaban “la tía”. La decisión de vivir
juntas marcó profundamente, no solo a las dos valientes mujeres, sino a los hijos y las
hijas de Clara.

Para entender la dimensión social y política de lo que un documental como Clara afronta,
hay que ubicarse en la época en que el acto arriesgado y vehemente de las dos mujeres
ocurrió: en la década de 1980, apenas pocos años después de que las relaciones entre
personas del mismo sexo fueran despenalizadas en Colombia. En la ampliación de
derechos relacionados con las sexualidades no normativas, como es sabido, la ley ha ido
más lejos que la aceptación cultural; los avances en esta última materia son inciertos y
desiguales.

Las dos mujeres se movían en círculos no precisamente privilegiados; no pertenecían a


ninguna élite cultural o económica que conociera espacios de comprensión o tolerancia.
La suya fue una revolución desde abajo y eso hace que la película sea aún más entrañable.
Reencuadra nuestra mirada hacia las luchas por la libertad de elegir y pone el foco en
lugares inesperados, que nos hacen conscientes de nuestros prejuicios y comodidades al
construir la genealogía de los cambios sociales y culturales. Es posible que, a nuestro lado,
hayan sucedido revueltas silenciosas que no hemos querido mirar.

Clara no es solo una película sobre la madre, a quien la hija admira pero también
reprocha. Es un documental sobre el encuentro de dos mujeres –Clara y Aseneth– que
hablan con sinceridad aunque con dificultad de las decisiones que tomaron, del efecto de
estas en los otros, de las culpas que arrastran, de la mirada implacable que muchas veces
nos devuelven en los espacios en que tendríamos que ser protegidos o escuchados.

Como crítico de cine, considero una fortuna haber podido ver la emergencia de lo que ya
es una robusta filmografía que alguna vez llamé “el cine de los hijos”. Hoy modularía la
categoría y pasaría a hablar de “el cine de las hijas”. Son sobre todo mujeres cineastas
quienes en los últimos años han roto los pactos tácitos de silencio. Lo que han logrado es
mostrar las heridas que arrastramos todas y todos y las múltiples violencias simbólicas y
fácticas que las mujeres han sufrido. Con sus indagaciones y preguntas incómodas, buscan
que el dolor de las madres no se repita en ellas, ni en sus hijas e hijos. Que el dolor de la
hija no sea la alegría de la madre y que se rompan las circularidades del maltrato, el
ultraje y el abuso que no son simples modo de violencia sino la primera violencia, la
fuente de todas las demás.

Clara es producida por Andrea Said; en un largometraje suyo, Looking For, Andrea exploró
un camino parecido en compañía de su madre. Son muchas las películas que en el cine
colombiano reciente emprenden ese viaje ineludible (con un tiquete que no es el más
“barato”), esa marcha de las mujeres hacia su emancipación. Y lo han hecho –como Clare
Weiskopf en Amazona, Josephine Landertingen Forero en Hom_e. El país de la ilusión,
Mercedes Gaviria en Como el cielo después de llover o Marta Hincapié en Las razones del
lobo– estableciendo linajes femeninos en vez de patrilineales. Es nada más y nada menos
que reimaginar el legado y la tradición.

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