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Se estrena hoy un documental que arroja luz sobre un “secreto” familiar de la directora,
Aseneth Suárez, pero que habla también de una larga historia de represión social y rompe
los pactos tácitos de silencio que solo pueden causar daño.
En Sonata de otoño, del sueco Ingmar Bergman, hay un famoso diálogo (en realidad se
acerca más a un lacerante monólogo) en el que Eva, la hija, encara a su admirada y exitosa
madre, con la que, no obstante, mantiene una tensa relación: “[…] las frustraciones de la
madre pasarán a la hija, las desilusiones de la madre las sufrirá la hija. Es como si jamás se
hubiera cortado el cordón umbilical. ¿Mamá... es así? ¿Es la desgracia de la hija el triunfo
de la madre? ¿Mamá... es mi dolor tu alegría secreta?”.
Por eso en Clara es tan eficaz y oportuno que, desde el comienzo, el documental muestre
los mecanismos de su propia construcción, aunque a veces esa exposición sea tosca o se
abuse de la voz en off. Clara Inés, la madre de Aseneth, conversa con su hija de la
aventura que va a significar para ambas hacer la película, de los inevitables dolores que se
van a remover. En el guion de cada familia hay cuidado, pero también –casi siempre–
maltrato. Aseneth vivió años cruciales de su niñez y adolescencia en una familia diversa, la
que conformaron su madre y su compañera, a quien llamaban “la tía”. La decisión de vivir
juntas marcó profundamente, no solo a las dos valientes mujeres, sino a los hijos y las
hijas de Clara.
Para entender la dimensión social y política de lo que un documental como Clara afronta,
hay que ubicarse en la época en que el acto arriesgado y vehemente de las dos mujeres
ocurrió: en la década de 1980, apenas pocos años después de que las relaciones entre
personas del mismo sexo fueran despenalizadas en Colombia. En la ampliación de
derechos relacionados con las sexualidades no normativas, como es sabido, la ley ha ido
más lejos que la aceptación cultural; los avances en esta última materia son inciertos y
desiguales.
Clara no es solo una película sobre la madre, a quien la hija admira pero también
reprocha. Es un documental sobre el encuentro de dos mujeres –Clara y Aseneth– que
hablan con sinceridad aunque con dificultad de las decisiones que tomaron, del efecto de
estas en los otros, de las culpas que arrastran, de la mirada implacable que muchas veces
nos devuelven en los espacios en que tendríamos que ser protegidos o escuchados.
Como crítico de cine, considero una fortuna haber podido ver la emergencia de lo que ya
es una robusta filmografía que alguna vez llamé “el cine de los hijos”. Hoy modularía la
categoría y pasaría a hablar de “el cine de las hijas”. Son sobre todo mujeres cineastas
quienes en los últimos años han roto los pactos tácitos de silencio. Lo que han logrado es
mostrar las heridas que arrastramos todas y todos y las múltiples violencias simbólicas y
fácticas que las mujeres han sufrido. Con sus indagaciones y preguntas incómodas, buscan
que el dolor de las madres no se repita en ellas, ni en sus hijas e hijos. Que el dolor de la
hija no sea la alegría de la madre y que se rompan las circularidades del maltrato, el
ultraje y el abuso que no son simples modo de violencia sino la primera violencia, la
fuente de todas las demás.
Clara es producida por Andrea Said; en un largometraje suyo, Looking For, Andrea exploró
un camino parecido en compañía de su madre. Son muchas las películas que en el cine
colombiano reciente emprenden ese viaje ineludible (con un tiquete que no es el más
“barato”), esa marcha de las mujeres hacia su emancipación. Y lo han hecho –como Clare
Weiskopf en Amazona, Josephine Landertingen Forero en Hom_e. El país de la ilusión,
Mercedes Gaviria en Como el cielo después de llover o Marta Hincapié en Las razones del
lobo– estableciendo linajes femeninos en vez de patrilineales. Es nada más y nada menos
que reimaginar el legado y la tradición.