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The Addiction de Abel Ferrara, descrita por muchos como una película cargada de
urgencia y ansiedad, se estrenó el mismo año –1994– que la muy glamurosa Entrevista
con el vampiro (Interview with the Vampire) de Neil Jordan y apenas dos años después de
Drácula, de Bram Stoker (Bram Stoker’s Dracula) de Francis Ford Coppola. En una
época en que, quizá a instancias de la crisis del sida, la mitología del vampiro revivía con
pretenciosidad, Ferrara eligió un blanco y negro aséptico y una aproximación a la vez
realista y analítica. En The Addiction, lo fantástico que da su impronta particular a las
películas de vampiros, emerge en un ámbito de reflexividad, en medio de discusiones sobre
la naturaleza del mal y la posibilidad de la redención tan propias del cine de un espíritu
atormentado como Ferrara, educado en el catolicismo y con un aliado como el guionista
Nicholas St. John, más claramente católico incluso que el propio director.
Lo que más sorprende e inquieta de la visión que Ferrara ofrece sobre el vampiro es la idea
de la convivencia inevitable con el mal (“Hacemos el mal porque somos malos”, le dice
Casanova a Kathleen). Allí se concreta la noción de destino que comparten el director y su
guionista habitual: nuestra primera realidad es la enfermedad y la caída. Quizá es por eso
que Kathleen apenas se sorprende de su nueva condición de mujer vampiro. ¿Me voy a
enfermar ahora?, pregunta asustada una de las víctimas a las que Kathleen le ha transmitido
“la infección”. “No más de lo que estabas antes”, le responde su victimaria.
*Tomo esta idea del texto “The Addiction. Mala sangre”, que Núria Bou y Xavier Pérez escribieron para el
libro colectivo Abel Ferrara. Adicción, acción y redención, publicado en 2005 por el Festival de Cine de
San Sebastián y editado por Quim Casas.