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‘The Addiction’ de Abel Ferrara: ese mal que somos

Por Pedro Adrián Zuluaga

The Addiction de Abel Ferrara, descrita por muchos como una película cargada de
urgencia y ansiedad, se estrenó el mismo año –1994– que la muy glamurosa Entrevista
con el vampiro (Interview with the Vampire) de Neil Jordan y apenas dos años después de
Drácula, de Bram Stoker (Bram Stoker’s Dracula) de Francis Ford Coppola. En una
época en que, quizá a instancias de la crisis del sida, la mitología del vampiro revivía con
pretenciosidad, Ferrara eligió un blanco y negro aséptico y una aproximación a la vez
realista y analítica. En The Addiction, lo fantástico que da su impronta particular a las
películas de vampiros, emerge en un ámbito de reflexividad, en medio de discusiones sobre
la naturaleza del mal y la posibilidad de la redención tan propias del cine de un espíritu
atormentado como Ferrara, educado en el catolicismo y con un aliado como el guionista
Nicholas St. John, más claramente católico incluso que el propio director.

En su reinterpretación del vampiro Ferrara introduce un diálogo explícito con la presencia


del mal en la historia. Las primeras imágenes de la película son fotografías de la incursión
norteamericana en Vietnam, que sacuden la conciencia de Kathleen Conklin (una joven
estudiante de filosofía filosamente interpretada por Lili Taylor). Pero el mal no está distante
–en las trincheras de la guerra o los campos de concentración nazis–; su presencia asedia en
un callejón cualquiera de regreso a casa (en uno de esos callejones Kathleen es mordida por
una mujer vampiro, la Casanova interpretada por Annabella Sciorra): el mal ocurre en el
interior de cada uno, el principal campo de batalla es la propia conciencia.

La cámara de Ferrara sigue obsesivamente a la protagonista y acompaña –con una frialdad


no exenta de compasión– su descenso al infierno tanto como su ambigua redención. The
Addiction, como el propio título lo sugiere, introduce, incluso en mayor medida que la
iconografía propia del cine de vampiros, todo el imaginario alrededor de la drogadicción
(alusiones a William Burroughs, presencia de jeringas como sustitutos de los colmillos en
la succión de la sangre deseada, etc). Si la naturaleza del vampiro es el hambre o la sed
insaciable, la adicción es su correlato metafórico.* Con ese giro (que también supone un
desplazamiento del cuello al brazo), Ferrara se las arregla para integrar, de manera
orgánica, este film suyo sobre vampiros a su propia filmografía sobre la ciudad y sus
sombras acechantes.

Lo que más sorprende e inquieta de la visión que Ferrara ofrece sobre el vampiro es la idea
de la convivencia inevitable con el mal (“Hacemos el mal porque somos malos”, le dice
Casanova a Kathleen). Allí se concreta la noción de destino que comparten el director y su
guionista habitual: nuestra primera realidad es la enfermedad y la caída. Quizá es por eso
que Kathleen apenas se sorprende de su nueva condición de mujer vampiro. ¿Me voy a
enfermar ahora?, pregunta asustada una de las víctimas a las que Kathleen le ha transmitido
“la infección”. “No más de lo que estabas antes”, le responde su victimaria.

En el último plano de The Addiction vemos la estatua de un Cristo en lo alto de un


cementerio, y una Kathleen que parece haberse reconciliado con su hambre, su sed, su
adicción y su eternidad. Pero no hay que pasar por alto que, antes de ese epílogo, lo que
vemos es una orgía donde reina el instinto por encima de las convenciones sociales e
intelectuales (en plena fiesta de graduación de Kathleen). Toda filosofía, todo pensamiento
y deseo de autocontrol se derrumba ante los reclamos de la antigua ley del hambre. Esta
orgía me recuerda las provocaciones de un director al que Ferrara ha declarado su
devoción: Pasolini. En Pocilga (1969), del director italiano, todo lo que dice el caníbal que
protagoniza el episodio “antiguo” del film es: “He matado a mi padre, he comido carne
humana y tiemblo de alegría”. Qué horror, qué maravilla.

*Tomo esta idea del texto “The Addiction. Mala sangre”, que Núria Bou y Xavier Pérez escribieron para el
libro colectivo Abel Ferrara. Adicción, acción y redención, publicado en 2005 por el Festival de Cine de
San Sebastián y editado por Quim Casas.

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