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Amigos Imaginarios.

A los tres años y medio Anna tenía 23 “hermanas” con nombres como Och,
Elmo, Zeni, Aggie y Ankie. A menudo hablaba con ellas por teléfono porque vivían a 150
kilómetros de distancia en la ciudad donde su familia había residido. Durante el siguiente
año, la mayoría de las hermanas desapareció, pero Och continuó visitándola, especialmente
en las fiestas de cumpleaños. Och tenía un gato y un perro (por los cuales Anna había
rogado en vano), y siempre que a Anna se le negaba algo que veía en televisión, afirmaba
que ya tenía uno en la casa de su hermana. Pero cuando un amigo llegó de visita y la madre
de Anna mencionó a una de sus amigas imaginarias, Anna cambió de tema con rapidez.
Las 23 hermanas –y algunos “niños” y “niñas” que las habían seguido- vivían
sólo en la imaginación de Anna, y ella lo sabía bien. Al igual que un estimado de 25 a 65
por ciento de los niños entre los 3 y los 10 años (Woolley, 1997), ella creó los amigos
imaginarios con quienes hablaba y jugaba. Este fenómeno normal de la niñez se observa
con mayor frecuencia en los primogénitos y los hijos únicos que carecen de la compañía
cercana de los hermanos. Al igual que Anna, la mayoría de los niños que crean amigos
imaginarios tienen muchos de ellos (Gleason, Sebanc y Hartup, 2000). Las niñas tienen
mayor probabilidad que los niños de tener amigos imaginarios (o al menos de reconocerlo).
Los amigos imaginarios de las niñas por lo regular son otros niños, mientras que en los
niños se trata de animales (D. G. Singer y Singer, 1990).
Los niños que tienen amigos imaginarios pueden distinguir la fantasía de la
realidad, pero en las sesiones de juego libre se muestran más dispuestos a participar en el
juego de simulación que los niños sin amigos imaginarios (M. Taylor, Cartwright y
Carlson, 1993). Juegan más feliz e imaginativamente que otros niños y son más
cooperativos con otros niños y adultos (D. G. Singer y Singer, 1990; J. L. Singer y Singer,
1981); y no carecen de amigos en el preescolar (Gleason et al., 2000). Tienen un lenguaje
más fluido, ven menos televisión y muestran más curiosidad, excitación y persistencia
durante el juego. En un estudio, niños de 4 años –independientemente de la inteligencia
verbal- que reportaron tener amigos imaginarios se desempeñaron mejor en tareas que
describían su noción intelectual (como diferenciar entre apariencia y realidad y reconocer
falsas creencias) que los niños que no crearon dichos amigos (M. Taylor y Carlson, 1997).
Las relaciones de los niños con amigos imaginarios son como las relaciones con
los pares; usualmente son sociables y amistosas, en contraste con la forma en los niños
“cuidan” de los objetos personificados, como los muñecos de peluche y las muñecas
(Gleason et al., 2000). Los amigos imaginarios son buena compañía para un hijo único
como Anna. Proporcionan mecanismos para el cumplimiento de los deseos (“Había un
monstruo en mi cuarto pero Elmo lo espantó usando polvo mágico”), chivos expiatorios
(“¡yo no me comí las galletas, Och debe haberlo hecho!”), agentes para el desplazamiento
de los temores del niño (“Aggie teme que vayan a vaciarla por el desagüe”), y apoyo en las
situaciones difíciles (una niña de 6 años “llevó” a su amiga imaginaria para ver con ella una
película de terror).

Tomado de Papalia, D., Olds, S. y Feldman, R. (2005) “Desarrollo Humano” Ed. McGraw-Hill

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