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La vida con los ojos de un niño

Farid Estefenn U.

En el camino de la vida suelen presentarse


instantes de éxito, así como historias de
fracasos. Es más, diría que es difícil imaginar
el fracaso sin el éxito y viceversa, ¿qué sería
del fracaso sin el éxito?
Como personas vulnerables que somos,
tenemos dos lenguajes en los que podemos
contar las historias de fracaso: 1. Nos
dormimos en la miel dulce del fracaso, en la
cual se puede asumir una posición de
víctima y queja permanente o 2. Nos
repensamos para aprender y proyectar las
acciones de vida para lo que sigue de hoy en
adelante.
Por las experiencias vividas, hace unos
buenos años decidí asumir la segunda postura como una agenda de vida, sin embargo, para
sacarle más provecho, le sume un ingrediente adicional: ver la vida con los ojos de un niño.
¿Qué tiene de especial este ingrediente?
Los niños por naturaleza mantienen una mirada optimista, que les permite ser como esponjas,
viven en permanente actitud de aprender, investigar y curiosear su mundo. Desean saberlo
todo, conocerlo todo, probarlo todo e incluso perdonarlo todo.
Además, ¡es muy útil en tiempo de pandemia! Ya que ayuda al despertar de habilidades
dormidas y el desarrollo de otras ocultas que, una vez superado este momento, seguramente
servirán para interactuar con los demás.
En definitiva, ver la vida como un niño, me ha permitido aprender algunas competencias, útiles
a la hora de intervenir en un mundo laboral altamente competitivo, tales como:
1. La habilidad de resolver problemas complejos: Ninguna situación es tan compleja como
se ve, ni tan difícil de solucionar como creemos, basta con mirarla desde muchas
perspectivas y estar abiertos a proponer y escuchar potenciales soluciones, aunque
parezcan inverosímiles. ¿Hay algo más complejo que aprender a caminar?
2. Despierta una actitud innovadora: Pues nos ha llevado a buscar nuevas oportunidades,
nuevos usos, y plantear posibilidades, que hasta parecen inexistentes. Estamos
aprendiendo a pensar en términos de soluciones y no enfocados en los problemas.
3. Los niños, a pesar de sus pataletas, no guardan rencor, perdonan rápido y sonríen.
Actitudes que garantizan el relacionamiento adecuado con los otros y que en la adultez
son estratégicas para el manejo emocional y en muchos casos, son la diferencia entre el
éxito y el fracaso.
4. Como los niños, estamos aprendiendo a ser resilientes: Los niños no saben que es el
fracaso, se caen y se levantan una y otra vez. En cambio, de adultos, parecería que
perdemos ese vigor, y nos rendirnos ante cualquier dificultad. Particularmente esta
competencia debe permitirnos aceptarnos con compasión y entender que fallar es parte
de crecer, así como lo es levantarse.
5. Por último, en esta cuarentena estamos sembrando y cosechando el don de liderazgo
personal: A liderar se aprende liderando, y estos tiempos han sido muy propicios para
desplegar un liderazgo integral que impacta la familia, la empresa y la sociedad. Digo
que estamos sembrando pues en casa seguramente nuestros hijos y familiares han visto
el estilo con el cual lideramos y en las empresas, estamos cosechando lo que sembramos
en los demás.
Como conclusión, el ingrediente “ver la vida con los ojos de un niño” me ha permitido aprender
y practicar estas y otras habilidades personales, ha despertado algunos rasgos de personalidad
que había dejado en la infancia y me ha confirmado la importancia de vivir una vida cimentada
en las más profundas creencias que, estoy seguro, me ayudaran a aumentar la productividad
familiar, empresarial y social.
¿Qué te puede enseñar ver la vida con los ojos de un niño?

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