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El poder limitado
I. INTRODUCCIÓN
La forma en que se organizan las instituciones es, sin duda, un
aspecto esencial en cualquier forma de organización política. Ahora
bien, el factor que más interesa a los ciudadanos es su posición con
respecto al poder. De esta relación dependen asuntos tan esenciales
para las personas como son su libertad personal, el grado de parti-
cipación que se les reconozca en la toma de decisiones políticas o su
derecho a recibir prestaciones como la educación o la sanidad.
Como pudimos analizar en el capítulo primero, la razón que jus-
tifica la existencia de toda autoridad pública en el Estado Constitu-
cional es asegurar el bienestar de los ciudadanos. Estos dejan de ser
súbditos, como ocurría en la época de la monarquía absoluta, porque
ya no son sólo objetos pasivos que soportan los mandatos de quien
está en el poder. A partir de las revoluciones liberales, se transforman
en sujetos activos, portadores de un conjunto de derechos que se con-
sideran inherentes a la naturaleza humana o que les corresponden
como miembros de un determinado Estado. Este conjunto de dere-
chos son los derechos humanos o derechos fundamentales.
78 Paloma Biglino Campos
den ser invocados ante los jueces y tribunales para obtener su respeto
o reparación. Su proclamación atribuye al ciudadano no sólo un haz
de facultades para ejercer el derecho, sino también instrumentos jurí-
dicos para asegurar su protección.
Esta orientación tiene su origen en las dos revoluciones ingle-
sas. Tanto la Petición de Derechos de 1628 como el Bill of Rights
de 1689 enumeran derechos y libertades que el Parlamento impo-
ne a la Corona, por lo que han de ser respetados por el Rey y sus
agentes. La tendencia se consolida con el Acta de Habeas Corpus
de 1679, texto que crea un procedimiento para poner en libertad
a las personas privadas de libertad de manera ilegal. Como sucede
todavía en la actualidad, el Habeas Corpus es una orden en la que
el juez manda a los carceleros que traigan a su presencia a la per-
sona privada de libertad, de manera que pueda examinar si la de-
tención se ha realizado conforme a lo establecido por la ley. El Bill
of Rights que se añade a la Constitución norteamericana en 1791
sigue el mismo estilo. Más adelante tendremos ocasión de analizar
el art. VI.2 de la Constitución de Filadelfia, que atribuye plena
eficacia jurídica a dicha norma. Por ahora, baste con señalar que,
en virtud de esta cláusula de supremacía, en caso de conflicto entre
la Constitución (y los derechos reconocidos en ella) y las normas
inferiores, los jueces están obligados a aplicar la primera. De aquí
deriva la posibilidad de alegar el Bill of Rights en sede jurisdiccio-
nal frente a cualquier vulneración de los derechos, provenga esta
del poder ejecutivo o del poder legislativo.
El rumbo que se siguió en el continente europeo hasta casi después
de la segunda guerra mundial fue diferente. Hay distintas razones que
explican esta distinta trayectoria. Como también veremos al tratar
de la eficacia de la constitución como norma jurídica, influyó el ca-
rácter que se atribuye a dicho texto. Puede afirmarse que, en general,
y a diferencia de lo que sucedía Estados Unidos, las constituciones
de nuestro ámbito tenían una naturaleza eminentemente política. La
vinculación que establecían sobre los poderes públicos estaba, pues,
únicamente sometida al control que ejercía el parlamento y al control
social de la opinión pública, lo que implicaba que la constitución no
pudiera ser utilizada por ningún tribunal para analizar la validez o
invalidez de los actos y normas emanadas del gobierno o del parla-
mento. Los derechos fundamentales compartieron la misma suerte.
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