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La rica y próspera ciudad griega de Mileto, en la costa de la actual Turquía, fue la cuna del
pensamiento occidental; en ella se desarrolló, a lo largo del siglo VI antes de Cristo, la
actividad de los filósofos milesios, es decir, originarios de Mileto: Tales, Anaximandro y
Anaxímenes. El paso del mito al logos, a la razón, señala el comienzo de los filosofía. Y los
filósofos milesios fueron, en efecto, los primeros en prescindir de las explicaciones
mitológicas y religiosas de los fenómenos (los rayos son producto de la cólera de Zeus, la
peste es un castigo de los dioses) y en dar respuestas racionales a las cuestiones. No por ello
debemos percibir a los milesios como filósofos en el sentido moderno del término, sino más
bien como sabios interdisciplinares, interesados en lo que actualmente serían campos
diversos de la filosofía, la ciencia o la técnica, como la astronomía, las matemáticas o la
ingeniería.
La cuestión filosófica que más ocupó a los pensadores de Mileto fue la del arjé (o arché),
palabra que puede traducirse como «principio» en su doble sentido: como principio
constitutivo (aquello de que están hechas las cosas) y como principio originario (aquello de
lo que proceden todas las cosas). Es obvio que la fisis, la naturaleza o universo físico, es un
conjunto de seres de muy diversa índole; pese a ello, Tales y los filósofos milesios
supusieron que existía un principio constitutivo único, una sustancia común a toda esta
multiplicidad de seres. Pero a la hora de determinar cuál podía ser este primer principio,
cada uno de los pensadores de la escuela milesia dio una respuesta distinta: para Tales de
Mileto el arjé es el agua; para Anaximandro, el ápeiron, lo indefinido; para Anaxímenes, el
aire.
La disparidad y lo que hoy nos parece escasa fundamentación de las respuestas no puede
socavar la trascendencia de estas aportaciones en la medida en que suponen el inicio de una
actitud racional, es decir, filosófica. En este sentido, Tales representa el primer intento de
dar una explicación razonada del universo, introduciendo una hipótesis que permitía
explicar su origen y su composición y dar cuenta de la múltiple variedad de seres y
fenómenos. Es imposible reconstruir su pensamiento con precisión, porque, aunque se le
atribuyen algunas obras, no nos han llegado ni siquiera fragmentos de ellas, ni tampoco es
seguro que escribiera alguna; sólo disponemos de los breves resúmenes y comentarios a su
filosofía trazados por autores posteriores.
El genio griego se inclinaba a la observación y a la especulación (no así a la
experimentación, base de la ciencia moderna que se inicia en Galileo), por lo que cabe la
posibilidad de que Tales partiera de la observación de las transformaciones que la materia
puede experimentar: el tronco arde y se convierte en cenizas, el mosto de uva fermenta y
deviene vino, de ciertas rocas extraemos metales, los seres vivos se descomponen al morir.
Tal observación pudo conducirle a suponer que cualquier sustancia puede transformarse en
otra, y que ello era posible porque todas las sustancias eran simplemente aspectos diversos
de una misma materia; es decir, todas procedían y estaban formadas por un principio
común, el arjé.
Quedaba entonces determinar cuál era entonces ese principio constitutivo. Para Tales de
Mileto, el arjé es el agua: todo nace del agua, la cual es el elemento básico del que están
hechas todas las cosas. Aunque tampoco conocemos con certeza las razones que le llevaron
a establecer el agua como arjé, sus comentaristas coinciden en aventurar algunas. El agua
es la materia que se encuentra en mayor cantidad, rodea la tierra y corre a través de los
continentes; impregna la atmósfera en forma de vapor, que es aire, nubes y éter, y del agua
se forman los cuerpos sólidos al condensarse; por carecer de determinaciones (estado,
forma, color, olor), es apta para determinarse. El agua, por otra parte, es condición
necesaria de lo vivo: hace germinar las semillas y es imprescindible para las plantas y los
animales, hasta el punto de que la vida no es posible sin ella. La Tierra, para Tales, era un
disco plano que flota en un océano infinito, cubierto por la semiesfera celeste.
La existencia de un primer principio fue asumida por los filósofos posteriores, a pesar de
que, como ya se ha indicado, no aceptasen que el agua fuera tal elemento. Lo importante de
la tesis de Tales es la consideración de que todos los seres se constituyen a partir de un
principio, sea el agua, sea cualquier otro. Y el hecho de buscarlo de una forma racional, de
extraerlo de una serie de observaciones y deducciones, es lo que ha valido a Tales el título
de «padre de la filosofía». La cuestión del arjé, en efecto, seguiría siendo tratada no sólo
por sus discípulos de la escuela de Mileto (Anaximandro y Anaxímenes), sino también por
otros destacados pensadores de la floreciente filosofía griega, como Pitágoras, Jenófanes de
Colofón, Parménides, Heráclito, Empédocles, Anaxágoras, Leucipo o Demócrito, hasta
convertirse en uno de los motivos centrales de la filosofía presocrática, es decir, de la
anterior a Sócrates.
ANAXÍMENES
(Mileto, h. 588 a.C. - ?, h. 534 a.C.) Filósofo griego, último
representante, después de Tales y Anaximandro, de la escuela
milesia. En Occidente, el surgimiento de la filosofía tuvo lugar
en la ciudad griega de Mileto, situada en la costa de la actual
Turquía; de ahí la denominación de filósofos milesios o de la
escuela de Mileto que reciben los pensadores que, a lo largo
del siglo VI a.C., abandonaron los tradicionales enfoques
religiosos y mitológicos e intentaron dar respuestas racionales
a las cuestiones, adoptando así por primera vez la actitud que
reconocemos como propia de la filosofía.
Pitágoras
Se tienen pocas noticias de la biografía de Pitágoras que puedan considerarse fidedignas, ya
que su condición de fundador de una secta religiosa propició la temprana aparición de una
tradición legendaria en torno a su persona. Parece seguro que fue hijo del mercader
Mnesarco y que la primera parte de su vida transcurrió en la isla de Samos, que
probablemente abandonó unos años antes de la ejecución del tirano Polícrates, en el 522
a.C. Es posible que viajara entonces a Mileto, para visitar luego Fenicia y Egipto; en este
último país, cuna del conocimiento esotérico, Pitágoras podría haber estudiado los
misterios, así como geometría y astronomía.
Algunas fuentes dicen que Pitágoras marchó después a Babilonia con Cambises II, para
aprender allí los conocimientos aritméticos y musicales de los sacerdotes. Se habla también
de viajes a Delos, Creta y Grecia antes de establecer, por fin, su famosa escuela en la
ciudad de Crotona, una de las colonias que los griegos habían fundado dos siglos antes en
la Magna Grecia (el actual sur de Italia), donde gozó de considerable popularidad y poder.
La comunidad liderada por Pitágoras acabó, plausiblemente, por convertirse en una fuerza
política aristocratizante que despertó la hostilidad del partido demócrata, de lo que derivó
una revuelta que obligó a Pitágoras a pasar los últimos años de su vida en la también
colonia griega de Metaponto, al norte de Crotona.
La comunidad pitagórica estuvo siempre rodeada de misterio; parece que los discípulos
debían esperar varios años antes de ser presentados al maestro y guardar siempre estricto
secreto acerca de las enseñanzas recibidas. Las mujeres podían formar parte de la
hermandad; la más famosa de sus adheridas fue Teano, esposa quizá del propio Pitágoras y
madre de una hija y de dos hijos del filósofo.
La filosofía de Pitágoras
Pitágoras no dejó obra escrita, y hasta tal punto es imposible distinguir las ideas del maestro
de las de los discípulos que sólo puede exponerse el pensamiento de la escuela de Pitágoras.
De hecho, externamente el pitagorismo más parece una religión mistérica (como el
orfismo) que una escuela filosófica; en tal sentido fue un estilo de vida inspirado en un
ideal ascético y basado en la comunidad de bienes, cuyo principal objetivo era la
purificación ritual (catarsis) de sus miembros.
Sin embargo, tal purificación (y ésta es su principal singularidad respecto a los cultos
mistéricos) se llevaba a cabo a través del cultivo de un saber en el que la música y las
matemáticas desempeñaban un papel importante. El camino hacia ese saber era la filosofía,
término que, según la tradición, Pitágoras fue el primero en emplear en su sentido literal de
«amor a la sabiduría»; cuando el tirano Leontes le preguntó si era un sabio, Pitágoras le
respondió cortésmente que era «un filósofo», es decir, un amante del saber.
También se atribuye a Pitágoras haber transformado las matemáticas en una enseñanza
liberal (sin la utilidad por ejemplo agrimensora que tenían en Egipto) mediante la
formulación abstracta de sus resultados, con independencia del contexto material en que ya
eran conocidos algunos de ellos. Éste es, en especial, el caso del famoso teorema de
Pitágoras, que establece la relación entre los lados de un triángulo rectángulo: el cuadrado
de la hipotenusa (el lado más largo) es igual a la suma de los cuadrados de los catetos (los
lados cortos que forman el ángulo rectángulo). Del uso práctico de esta relación existen
testimonios procedentes de otras civilizaciones anteriores a la griega (como la egipcia y la
babilónica), pero se atribuye a Pitágoras la primera demostración del teorema, así como
otros numerosos avances a su escuela.
El esfuerzo para elevarse a la generalidad de un teorema matemático a partir de su
cumplimiento en casos particulares ejemplifica el método pitagórico para la purificación y
perfección del alma, que enseñaba a conocer el mundo como armonía. En virtud de ésta, el
universo era un cosmos, es decir, un conjunto ordenado en el que los cuerpos celestes
guardaban una disposición armónica que hacía que sus distancias estuvieran entre sí en
proporciones similares a las correspondientes a los intervalos de la octava musical; las
esferas celestes, al girar, producían la llamada música de las esferas, inaudible al oído
humano por ser permanente y perpetua.
En un sentido sensible, la armonía era musical; pero su naturaleza inteligible era de tipo
numérico, y si todo era armonía, el número resultaba ser la clave de todas las cosas.
Mientras casi todos sus predecesores y coetáneos (desde los filósofos
milesios Tales, Anaximandro y Anaxímenes hasta Heráclito y los
eleatas Jenófanes y Parménides) buscaban el arjé o principio constitutivo de las cosas en
sustancias físicas (el agua, el aire, el fuego, la tierra), los pitagóricos vieron tal principio en
el número: las leyes y proporciones numéricas rigen los fenómenos naturales, revelando el
orden y la armonía que impera en el cosmos. Sólo con el descubrimiento de tales leyes y
proporciones llegamos a un conocimiento exacto y verdadero de las cosas.
PARMÉNIDES DE ELEA
(Elea, actual Italia, h. 540 a.C. - id., h. 470 a.C.) Filósofo
griego, principal representante de la escuela eleática o de
Elea, de la que también formaron parte Jenófanes de
Colofón, Zenón de Elea y Meliso de Samos. Fundador de la
ontología, Parménides concibió lo real como uno e
inmutable; desde la misma Antigüedad, su doctrina se
contrapuso a la Heráclito de Éfeso, para quien lo real es
perpetuo devenir. Ambos son considerados los más
profundos pensadores de la filosofía presocrática.
Parménides
Apenas se conocen datos fiables sobre la biografía de
Parménides; inciertas son incluso las fechas de su nacimiento y muerte. Sabemos que fue
hijo de familia aristocrática y que nació y vivió en Elea, antigua colonia griega situada en la
península itálica de la que toma su nombre la escuela eleática. Algunas fuentes afirman que
fue discípulo de Aminias, seguidor de Pitágoras, y otros testimonios (entre ellos el de
Platón y Aristóteles) lo consideran discípulo de Jenófanes de Colofón, fundador de la
escuela eleática.
Preocupado por la política, parece ser que intervino directamente en el gobierno y que
escribió, además, las leyes de la ciudad. Según una controvertida tradición, en los últimos
años de su vida se trasladó con su discípulo Zenón de Elea a Atenas, donde el
joven Sócrates oyó sus enseñanzas. No cabe duda de que sus doctrinas tuvieron un fuerte
impacto en el ambiente ateniense; Plutarco refiere que Pericles asistía con interés a sus
clases.
Si en algo podrían estar de acuerdo todos los filósofos del pasado y del presente es en la
sorprendente grandeza del pensamiento de Parménides. Por el rigor de sus argumentaciones
y la profundidad de sus análisis, Platón lo definió como venerado y terrible, le dedicó un
diálogo (el Parménides) y lo reconoció como padre espiritual, hasta el punto de sentir su
propio desacuerdo como una especie de parricidio. Este prestigio está bien justificado:
Parménides fue el primero en sostener la superioridad de la interpretación racional del
mundo y en negar la veracidad de las percepciones sensibles: ver, oír o sentir no produce
certezas, sino sólo creencias y opiniones.
Su doctrina, todavía objeto de múltiples debates, se ha reconstruido a partir de los
fragmentos que se conservan de su única obra, un extenso poema didáctico titulado Sobre
la naturaleza. El poema consta de un proemio y dos partes; en la primera de ellas se señala
y recorre el camino que llega a la verdad, sirviéndose de la razón; en la segundo, el camino
que conduce meramente a la opinión, empleando los sentidos, con los que sólo es posible
llegar a la apariencia de las cosas. Naturalmente, es en la primera parte donde se halla lo
más valioso e innovador de su filosofía.
La filosofía de Parménides
Desde su surgimiento en el siglo VI a.C. con la escuela de Mileto, el pensamiento griego
había intentado establecer un principio común (arjé) a todos los seres de la naturaleza.
Cabe la posibilidad de que, al querer tratar el asunto desde una perspectiva racional,
Parménides prescindiese de la observación naturalista que había llevado a postular tal o
cual sustancia como arjé (el agua en Tales, el aire en Anaxímenes) y se plantease más bien,
por la vía del intelecto, qué es lo que tienen en común todos los seres. Y lo que tienen todos
en común, innegablemente, es la cualidad de ser: los seres son, existen, hasta el punto de
que los seres que no son no pueden considerarse seres. El ruido o la luz son seres; el
silencio o la oscuridad no existen, son ausencia de ruido y de luz. De esta consideración
podría haber surgido su famoso principio: el ser es y el no-ser no es.
Todo lo anterior no es más que una especulación que no puede en modo alguno
desprenderse del poema, porque Parménides presenta este punto de partida (el ser es y el
no-ser no es) como la primera de las revelaciones que recibe de una diosa, a cuya presencia
ha sido conducido por un carro volador en el alegórico viaje relatado en el proemio. En un
primer acercamiento el lector puede sentirse inclinado a aceptar tal revelación o incluso a
calificarla de perogrullesca; sólo a posteriori, a la vista de las consecuencias que se extraen,
se capta su verdadero sentido y la naturaleza cuanto menos problemática de ese axioma,
pues «el no-ser no es» significa, en Parménides, que no existen la nada, el vacío o el
espacio.
Sentado este principio (el ser es y el no-ser no es), el resto de la primera parte del poema
expone las consecuencias que, en rigurosa lógica, se derivan del mismo, y que no son otras
que las propiedades del ser o de lo real, extraídas del análisis lógico del concepto mismo.
Así, el ser o lo real es ingenerado, imperecedero y eterno: no puede proceder del no-ser,
pues el no-ser no existe, ni disolverse en él por la misma razón. El ser es uno, continuo y
macizo: no puede estar dividido en varios seres, pues para ello debería estar separado por
algo distinto de sí mismo, lo que implicaría de nuevo el no-ser. El ser o lo real es idéntico a
sí mismo en todas partes, pues únicamente el no-ser, que no existe, podría crear
discontinuidades en su seno. El ser o lo real, por último, es inmóvil e inmutable: no hay
nada fuera de él en que pueda moverse, ni puede cambiar y convertirse en una cosa distinta
de lo que es, es decir, en no-ser. Por este desarrollo, Parménides es considerado el fundador
de la ontología, rama de la filosofía que tiene como objeto el estudio del ser en cuanto ser.
EMPÉDOCLES DE AGRIGENTO
(También llamado Empédocles de Akragas; Agrigento,
Sicilia, 484 a.C. - Etna, 424 a.C.) Filósofo y poeta griego.
Fue el primero de los pensadores del eclecticismo pluralista
que intentó conciliar las visiones contrapuestas de la
realidad a que habían llegado Parménides y Heráclito.
Empédocles postuló como principios constitutivos de todas
las cosas cuatro «raíces» o elementos inalterables y eternos
(el agua, el aire, la tierra y el fuego), que, al combinarse en
distintas proporciones por efecto de dos fuerzas cósmicas (el
Amor y el Odio), dan lugar a la multiplicidad de seres del
mundo físico.
Nacido en Clazómenas, ciudad griega del Asia Menor fundada por unos refugiados de
Mileto, Anaxágoras se trasladó en su juventud a Atenas, donde residiría por espacio de
unos treinta años. Allí se dedicó a la enseñanza (se dice que entre sus discípulos figuraron
el gran estadista Pericles y el dramaturgo Eurípides, y tal vez Sócrates), y gozó de la
protección de Pericles cuando éste pasó a dirigir los destinos de la ciudad.
Por una acusación promovida por Cleón, Anaxágoras fue sometido a un proceso de
impiedad a causa de ciertas atrevidas teorías astronómicas. Afirmaba, entre otras cosas, que
el Sol no era un dios, sino una masa de fuego incandescente, y que era más grande que el
Peloponeso (en sus explicaciones acerca del origen de los astros, por otra parte, se ha
podido ver casi una anticipación a las hipótesis de Kant y de Laplace).
Según los testimonios de la época, sin embargo, la motivación real del proceso fue su
afinidad con Pericles. Condenado a muerte, Anaxágoras buscó la salvación en la fuga,
ayudado por Pericles, y se trasladó a Lámpsaco, donde abrió una nueva escuela y falleció
unos años más tarde. Anaxágoras de Clazomene expuso sus ideas en la obra Sobre la
naturaleza, de la que sólo se conservan algunos fragmentos; pero poseemos los resúmenes
y comentarios a sus doctrinas trazados por Platón, Aristóteles y Teofrasto, entre otros.
La filosofía de Anaxágoras
El pensamiento de Anaxágoras se sitúa dentro de aquella amplia corriente de esfuerzos por
determinar un principio constitutivo y originario (arjé o arché) común a la variedad de
seres del mundo físico que caracterizó a la filosofía griega desde sus orígenes, es decir,
desde la escuela milesia (siglo VI a.C.). Los milesios habían planteado ya diversas hipótesis
sobre cuál podría ser tal principio: el agua según Tales de Mileto,
el ápeiron de Anaximandro, el aire según Anaxímenes. En su posterior desarrollo, estas
reflexiones se enriquecerían con nuevas perspectivas y acabarían conduciendo a las visones
antagónicas de la realidad que sostuvieron Parménides y Heráclito.
En este contexto, los eclécticos y los pluralistas intentaron combinar en un sistema único
ambas concepciones, es decir, la inmutabilidad del ser de Parménides y el eterno devenir de
Heráclito. Empédocles explicó la constitución de los seres desde el punto de vista
cuantitativo. Para Empédocles, los seres están formados por una combinación de los
«cuatro elementos» (agua, aire, tierra, fuego) en distintas proporciones; la amplia variedad
posible de proporciones da lugar a la multiplicidad de los seres, pero los cuatro elementos
que los forman permanecen inmutables en el perpetuo devenir del universo, es decir, en la
incesante sucesión de cambios y transformaciones.
Anaxágoras de Clazomene, en cambio, explicó la multiplicidad apelando al aspecto
cualitativo. Para Anaxágoras, los seres no resultan de la combinación de cuatro elementos
constitutivos (agua, aire, tierra, fuego), sino que existen tantos tipos de partículas
constitutivas como de seres: hay partículas de oro, de mármol, de sangre y de cuantos seres
observamos. Anaxágoras llamó a estas partículas gérmenes o semillas (spérmata); pero, al
comentar su obra, Aristóteles las llamó homeomerías, designación que ha acabado siendo
más empleada que la original.
La homeomerías son partículas de ínfima magnitud, invisibles, inalterables, increadas y
eternas. Como los elementos de Empédocles, y como posteriormente los átomos
de Leucipo y Demócrito, poseen como rasgo la inmutabilidad (el atomismo, sin embargo,
postularía átomos sustancialmente iguales, no un tipo de átomo para cada ser). Para
Anaxágoras, curiosamente, las cosas no se componen únicamente de las homeomerías que
le son propias (la sangre no está formada únicamente por homeomerías de sangre), sino que
también contienen, aunque en mucha menor proporción, homeomerías de todos los seres
restantes.
Anaxágoras llega a esta conclusión después de insólitas observaciones. Se pregunta cómo
podría surgir el pelo del no-pelo, por ejemplo, y llega a la conclusión de que para que algo
surja ha de estar antes presente en aquello de lo cual procede. El pan que ingerimos es pan
porque está formado en su mayoría por homeomerías de pan (las cosas tienen el aspecto
exterior de la semilla que más abunda en ellas), pero contiene también, aunque en menor
proporción, homeomerías de oro, de mármol, de sangre y de todos los seres; en el proceso
de digestión, asimilamos las homeomerías de pelo, sangre, etcétera y desechamos las
demás. Por este camino llega Anaxágoras a la formulación de su famoso principio: «Todo
está en todo».
Para Anaxágoras, las homeomerías son el principio material de todas las cosas
(arjé o arché), como lo había sido el agua para Tales de Mileto o el aire para Anaxímenes.
Sin embargo, en el origen del universo, esta multiplicidad infinita de homeomerías de todos
los seres no era más que una masa caótica e inerte. Era preciso que un impulso o fuerza
inicial desencadenase una serie de torbellinos que agruparan a las homeomerías de un
mismo tipo para dar lugar a los distintos seres; esta fuerza motriz encargada de imprimir
orden al caos original es el nous (inteligencia o espíritu).
Demócrito de Abdera
(Abdera, hoy desaparecida, actual Grecia, h. 460 a.C. - id., h. 370 a.C.) Filósofo griego.
Discípulo de Leucipo, es el principal representante del atomismo, escuela que, ya a finales
del llamado periodo cosmológico de la filosofía griega, postuló los átomos (minúsculos
corpúsculos indivisibles) como arjé, es decir, como principio constitutivo y originario de la
multiplicidad de seres de la naturaleza.
Demócrito
Desde sus orígenes, que se remontan al siglo VI a.C. con Tales y la escuela de Mileto
(Anaximandro, Anaxímenes), la filosofía griega había supuesto la existencia de un
substrato común (arjé o arché) en la ilimitada variedad de seres que componen el mundo
físico; la determinación de tal principio había ocupado a buena parte de las sucesivas
escuelas y filósofos, desde los pitagóricos hasta los eclécticos como Empédocles, y llevado
también, en ocasiones, a concepciones antagónicas de la realidad, como las de Parménides
de Elea y Heráclito de Éfeso. En este sentido, el atomismo de Demócrito representa un
nuevo intento de resolver el problema del arjé, intento verificado casi al mismo tiempo en
que, con Sócrates, la filosofía griega experimentaba una reorientación hacia el ser humano
como centro de sus reflexiones, iniciando el periodo antropológico.
Biografía
Demócrito fue tan famoso en su época como lo serían otros filósofos de la importancia
de Platón o de Aristóteles y debió de ser uno de los autores más prolíficos de la
Antigüedad. Diógenes Laercio le atribuyó multitud de libros, y Cicerón alabó su estilo.
Desgraciadamente, todas sus obras se han perdido; solamente nos han llegado fragmentos
de algunas de ellas, en su mayoría de las dedicadas a la ética, pese a que se le atribuyeron
diversos tratados de física, matemáticas, música y cuestiones técnicas.
Demócrito era algo más joven que su famoso conciudadano Protágoras, con el que solía
conversar, y falleció según fuentes autorizadas hacia los cien años de edad. Realizó al
parecer largos viajes de estudio por Egipto y Asia; sin embargo, nada sabemos con certeza
de ello, ni tampoco en cuanto a sus relaciones con los seguidores de Pitágoras, con el
ambiente ateniense y con el célebre médico Hipócrates, puesto que las fuentes antiguas sólo
nos han transmitido acerca de Demócrito las acostumbradas fantasías. La tradición lo
retrata, en oposición a Heráclito, como el filósofo que se ríe de las locuras humanas, lo cual
acaso se deba a la serenidad y facilidad de adaptación manifestadas por Demócrito en su
ética.
En ocasiones se ha señalado a Demócrito como el fundador del atomismo, negando incluso
la existencia de su verdadero creador, Leucipo. En realidad, Demócrito desarrolló la
doctrina atomista de su maestro Leucipo, quien había formulado ya sus principios
fundamentales, e incluso es probable que, en tal desarrollo, existiese una colaboración
intelectual entre ambos.
El atomismo de Demócrito
Según la doctrina atomista, el universo está constituido por innumerables corpúsculos o
átomos de magnitud imperceptible y sustancialmente idénticos, indivisibles («átomo»
significa, en griego, inseparable), ingenerados, eternos e indestructibles, que se encuentran
en movimiento en el vacío infinito y difieren entre sí únicamente en cuanto a sus
dimensiones, su forma y su posición. A diferencia, pues, de las homeomerías
de Anaxágoras, todos los átomos son cualitativamente idénticos.
La inmutabilidad de los átomos se explica por su solidez interior, sin vacío alguno, ya que
todo proceso de separación se entiende producido por la posibilidad de penetrar, como con
un cuchillo, en los espacios vacíos de un cuerpo; cualquier cosa sería infinitamente dura sin
el vacío, el cual es condición de posibilidad del movimiento de las cosas existentes.
Para Demócrito, todo cuanto hay en la naturaleza es combinación de átomos y vacío: los
átomos se mueven de una forma natural e inherente a ellos y, en su movimiento, chocan
entre sí y se combinan cuando sus formas y demás características lo permiten; las
disposiciones que los átomos adoptan y los cambios que experimentan están regidos por un
orden causal necesario.
En el universo, las colisiones entre átomos dan lugar a la formación de torbellinos a partir
de los que se generan los diferentes mundos, entre los cuales algunos se encuentran en
proceso de formación, mientras que otros están en vías de desaparecer. Los seres vivos se
desarrollan a partir del cieno primitivo por la acción del calor, relacionado con la vida como
también lo está el fuego; de hecho, los átomos del fuego y los del alma son de naturaleza
similar, más pequeños y redondeados que los demás.
La ética de Demócrito se basa en el equilibrio interno, conseguido mediante el control de
las pasiones por el saber y la prudencia, sin el recurso a ninguna idea de justicia o de
naturaleza que se sustraiga a la interacción de los átomos en el vacío. Según Demócrito, la
aspiración natural de todo individuo no es tanto el placer como la tranquilidad de espíritu
(eutimia); el placer debe elegirse y el dolor, evitarse, pero en la correcta discriminación de
los placeres radica la verdadera felicidad.
Gorgias
Sócrates
(Atenas, 470 a.C. - id., 399 a.C) Filósofo griego. Pese a que no dejó ninguna obra escrita y
son escasas las ideas que pueden atribuírsele con seguridad, Sócrates es una figura capital
del pensamiento antiguo, hasta el punto de ser llamados presocráticos los filósofos
anteriores a él. Rompiendo con las orientaciones predominantes anteriores, su reflexión se
centró en el ser humano, particularmente en la ética, y sus ideas pasaron a los dos grandes
pilares sobre los que se asienta la historia de la filosofía occidental: Platón, que fue
discípulo directo suyo, y Aristóteles, que lo fue a su vez de Platón.
Sócrates
Pocas cosas se conocen con certeza de la biografía de Sócrates. Fue hijo de una comadrona,
Faenarete, y de un escultor, Sofronisco, emparentado con Arístides el Justo. En su juventud
siguió el oficio de su padre y recibió una buena instrucción; es posible que fuese discípulo
de Anaxágoras, y también que conociera las doctrinas de los filósofos eleáticos
(Jenófanes, Parménides, Zenón) y de la escuela de Pitágoras.
Aunque no participó directamente en la política, cumplió ejemplarmente con sus deberes
ciudadanos. Sirvió como soldado de infantería en las batallas de Samos (440), Potidea
(432), Delio (424) y Anfípolis (422), episodios de las guerras del Peloponeso en que dio
muestras de resistencia, valentía y serenidad extraordinarias. Fue maestro y amigo
de Alcibíades, militar y político que cobraría protagonismo en la vida pública ateniense tras
la muerte de Pericles; en la batalla de Potidea, Sócrates salvó la vida a Alcibíades, quien
saldó su deuda salvando a Sócrates en la batalla de Delio.
Con los bienes que le dejó su padre al morir pudo vivir modesta y austeramente, sin
preocupaciones económicas que le impidiesen dedicarse al filosofar. Se tiene por cierto que
Sócrates se casó, a una edad algo avanzada, con Xantipa, quien le dio dos hijas y un hijo.
Cierta tradición ha perpetuado el tópico de la esposa despectiva ante la actividad del marido
y propensa a comportarse de una manera brutal y soez. En cuanto a su apariencia, siempre
se describe a Sócrates como un hombre rechoncho, con un vientre prominente, ojos
saltones y labios gruesos, del mismo modo que se le atribuye también un aspecto
desaliñado.
La mayor parte de cuanto se sabe sobre Sócrates procede de tres contemporáneos suyos: el
historiador Jenofonte, el comediógrafo Aristófanes y el filósofo Platón. Jenofonte retrató a
Sócrates como un sabio absorbido por la idea de identificar el conocimiento y la virtud,
pero con una personalidad en la que no faltaban algunos rasgos un tanto
vulgares. Aristófanes lo hizo objeto de sus sátiras en una comedia, Las nubes (423), donde
es caricaturizado como engañoso artista del discurso y se le identifica con los demás
representantes de la sofística, surgida al calor de la consolidación de la democracia en el
siglo de Pericles. Estos dos testimonios matizan la imagen de Sócrates ofrecida por Platón
en sus Diálogos, en los que aparece como figura principal, una imagen que no deja de ser
en ocasiones excesivamente idealizada, aun cuando se considera que posiblemente sea la
más justa.
La mayéutica
Al parecer, y durante buena parte de su vida, Sócrates se habría dedicado a deambular por
las plazas, mercados, palestras y gimnasios de Atenas, donde tomaba a jóvenes aristócratas
o a gentes del común (mercaderes, campesinos o artesanos) como interlocutores para
sostener largas conversaciones, con frecuencia parecidas a largos interrogatorios. Este
comportamiento correspondía, sin embargo, a la esencia de su sistema de enseñanza,
la mayéutica.
Aristóteles
En la Academia de Platón
Aristóteles nació en el año 384 a.C. en Estagira, una pequeña localidad
macedonia cercana al monte Athos; de su población natal procede una
designación habitual para referirse al filósofo: el Estagirita. Su padre,
Nicómaco, era médico de la corte de Amintas III, padre de Filipo II de
Macedonia y, por tanto, abuelo de Alejandro Magno. Nicómaco pertenecía a
la familia de los Asclepíades, que se reclamaba descendiente del dios
fundador de la medicina y cuyo saber se transmitía de generación en
generación. Ello invita a pensar que Aristóteles fue iniciado de niño en los
secretos de la medicina, y que de ahí le vino su afición a la investigación
experimental y a la ciencia positiva. Huérfano de padre y madre en plena
adolescencia, fue adoptado por Proxeno, al cual podría mostrar años
después su gratitud adoptando a un hijo suyo llamado Nicanor.
En el año 367, es decir, cuando contaba diecisiete años de edad, fue
enviado a Atenas para estudiar en la Academia de Platón. No se sabe qué
clase de relación personal se estableció entre ambos filósofos, pero, a
juzgar por las escasas referencias que hacen el uno del otro en sus
escritos, no cabe hablar de una amistad imperecedera. Lo cual, por otra
parte, resulta lógico si se tiene en cuenta que la filosofía de Aristóteles iba a
fundarse en una profunda crítica al sistema filosófico platónico.
Platón
(Atenas, 427 - 347 a. C.) Filósofo griego. Junto con su maestro Sócrates y su discípulo
Aristóteles, Platón es la figura central de los tres grandes pensadores en que se asienta toda
la tradición filosófica europea. Fue el británico Alfred North Whitehead quien subrayó su
importancia afirmando que el pensamiento occidental no es más que una serie de
comentarios a pie de página de los diálogos de Platón.
Platón
La circunstancia de que Sócrates no dejase obra escrita, junto al hecho de que Aristóteles
construyese un sistema opuesto en muchos aspectos al de su maestro, explican en parte la
rotundidad de una afirmación que puede parecer exagerada. En cualquier caso, es innegable
que la obra de Platón, radicalmente novedosa en su elaboración lógica y literaria, estableció
una serie de constantes y problemas que marcaron el pensamiento occidental más allá de su
influencia inmediata, que se dejaría sentir tanto entre los paganos (el neoplatonismo de
Plotino) como en la teología cristiana, fundamentada en gran medida por San Agustín sobre
la filosofía platónica.
Nacido en el seno de una familia aristocrática, Platón abandonó su inicial vocación política
y sus aficiones literarias por la filosofía, atraído por Sócrates: fue su discípulo desde los
veinte años y se enfrentó abiertamente a los sofistas (Protágoras, Gorgias). Tras la condena
a muerte de Sócrates (399 a. C.), huyó de Atenas y se apartó completamente de la vida
pública; no obstante, los temas políticos ocuparon siempre un lugar central en su
pensamiento, y llegó a concebir un modelo ideal de Estado.
Viajó por Oriente y el sur de Italia, donde entró en contacto con los discípulos de Pitágoras;
tras una negativa experiencia en Siracusa como asesor en la corte del rey Dionisio I el
Viejo, pasó algún tiempo prisionero de unos piratas, hasta que fue rescatado y pudo
regresar a Atenas. Allí fundó en el año 387 una escuela de filosofía, situada en las afueras
de la ciudad, junto al jardín dedicado al héroe Academo, de donde procede el nombre
de Academia. La Academia de Platón, una especie de secta de sabios organizada con sus
reglamentos, contaba con una residencia de estudiantes, biblioteca, aulas y seminarios
especializados, y fue el precedente y modelo de las modernas instituciones universitarias.
En ella se estudiaba y se investigaba sobre todo tipo de asuntos, dado que la filosofía
englobaba la totalidad del saber, hasta que paulatinamente fueron apareciendo (en la propia
Academia) las disciplinas especializadas que darían lugar a ramas diferenciadas del saber,
como la lógica, la ética o la física. Pervivió más de novecientos años (hasta
que Justiniano la mandó cerrar en el 529 d. C.), y en ella se educaron personajes de
importancia tan fundamental como su discípulo Aristóteles.
Obras de Platón
A diferencia de Sócrates, que no dejó obra escrita, los trabajos de Platón se han conservado
casi completos. La mayor parte están escritos en forma dialogada; de hecho, Platón fue el
primer autor que utilizó el diálogo para exponer un pensamiento filosófico, y tal forma
constituía ya por sí misma un elemento cultural nuevo: la contraposición de distintos puntos
de vista y la caracterización psicológica de los interlocutores fueron indicadores de una
nueva cultura en la que ya no tenía cabida la expresión poética u oracular, sino el debate
para establecer un conocimiento cuya legitimación residía en el libre intercambio de puntos
de vista y no en la simple enunciación.