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golpeado más fuerte a muchos centros de educación superior a nivel global. Las nuevas
potencias en educación superior, China y Corea del Sur, estuvieron entre los primeros
países afectados. Sin embargo, en unas semanas el virus se extendió por el mundo, y todos
los continentes y casi todos los países se vieron obligados a actuar. Las acciones inmediatas
fueron prácticamente las mismas para universidades de categoría mundial, escuelas técnicas
y todo tipo de oferta de educación superior: cerrar los campus; enviar a los estudiantes a
casa; impartir la educación a distancia siempre que fuera posible; aceptar la pérdida de un
semestre académico allí donde no hay posibilidades de brindar una educación a distancia.
Solo en pocos países le fue posible al sector de educación superior responder usando un
guión ya preparado y bien informado para el rápido cierre de sus planteles físicos. De modo
que, hoy en día, 99% de los estudiantes de educación superior matriculados formalmente en
todo el mundo se ha visto afectado. En efecto, estos estudiantes están sirviendo como parte
de un experimento global, con una gama de modalidades que se están probando (con
diferentes niveles de efectividad y calidad) para la prestación continua de la educación
superior.
Son tres las principales implicancias que están apareciendo en esta primera oleada de
cambios obligados por la pandemia: muchas vidas se han visto desarraigadas y están a la
deriva; la brecha digital expone la desigualdad socioeconómica de la educación a distancia;
y no es poco probable que los estudiantes desatendidos y en riesgo no vuelvan a los campus
cuando estos reabran. Reconocer estos desafíos en términos de igualdad tan pronto como
sea posible debería permitir a las instituciones y a los gobiernos diseñar intervenciones que
mitiguen los impactos y las barreras del entorno para que los estudiantes puedan retomar
sus estudios.
No solo han sido afectados los programas académicos de los estudiantes, sino sus propias
vidas
Con el cierre de los campus, muchos estudiantes se han visto obligados a dejar sus
dormitorios y albergues. Para muchos, sobre todo para aquellos que pertenecen a grupos
económicos con menores recursos o que provienen de entornos familiares inestables o
inexistentes, estas residencias estudiantiles son su hogar. Para muchos estudiantes, las
instalaciones del campus son su principal fuente de alimentación y dependen de ellas para
el cuidado de la salud y servicios de apoyo, incluidas asesorías académicas y en salud
mental. Más aún, muchos estudiantes trabajan en los campus o a nivel local para ganar
dinero y poder cubrir sus gastos. El ecosistema que respalda sus compromisos académicos
también ofrece una experiencia de vida integral para millones de estudiantes en países con
distintos niveles de ingresos. En muchos casos, las instituciones no han tenido la capacidad
de intervenir en apoyo de sus estudiantes más vulnerables, que han quedado a la deriva. Si
bien la magnitud y calidad de la oferta que se ofrece en los campus varía mucho de una
región a otra, para muchos estudiantes los países e instituciones se convierten en su hogar.
De modo que, en todo el mundo, la pérdida de esta comunidad cambiará drásticamente la
vida de los estudiantes y podría tener efectos negativos duraderos en ellos y en sus familias.
Quizás la interrogante más importante de esta pandemia –en particular en las fases de
recuperación y resiliencia que están por venir– es cómo se verán afectadas las tasas de
retención y persistencia debido a la interrupción del año académico y el choque para la
experiencia de los estudiantes, en particular entre las poblaciones que ya se encontraban en
riesgo. Esto incluye a estudiantes de hogares con ingresos bajos, mujeres, minorías o
grupos étnicos sub-representados, de áreas rurales, así como a aquellos con problemas de
salud mental o de aprendizaje, o con discapacidad física. Los estudiantes que se arriesgaron
a dejar sus hogares al comienzo, que no pueden seguir activos a nivel académico o que se
están quedando rezagados en relación a compañeros mejor conectados, o aquellos que
tenían empleos en o cerca de la escuela y han tenido que aceptar nuevos trabajos en nuevos
lugares, a todos ellos les será difícil volver a desarraigarse y retomar los estudios una vez
que se levanten las restricciones de la pandemia.
Un estudio reciente entre estudiantes de primer año en los Estados Unidos (marzo de 2020,
simpsonscarborough.com) encontró que un 20% no esperaba volver a la institución que
dejaron debido al cierre por la pandemia. Muchos señalaron que quizás se matriculen en
una institución más cercana a sus hogares, pero hay otros que no podrán retomar sus
estudios. En el caso de los grupos vulnerables, es posible que las concesiones y sacrificios
necesarios para lograr acceder a la educación superior no sean sostenibles a raíz de los
choques financieros personales que la pandemia está generando. Es imperativo que los
líderes de instituciones y gobiernos se comprometan en apoyar a estos estudiantes en riesgo
y les den opciones para continuar con sus estudios. De lo contrario, existe el riesgo de que
se conviertan en víctimas secundarias de la pandemia y sus repercusiones.