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Guía didáctica
1. INDICE
3. OBJETIVOS ESPECÍFICOS.
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4. RESUMEN.
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- Materia civil
Los alcaldes tenían la facultad, en primer lugar, para conocer de los juicios de
conciliación; en juicio verbal, conocían en sus respectivos pueblos de las demandas que
no superaran los quinientos reales de vellón; igualmente, estaban facultados para
conocer de todas las diligencias judiciales sobre asuntos civiles, hasta que llegaran a ser
contenciosas, en cuyo caso debían remitirlas al juez del partido; y por último, podían
conocer de aquellas diligencias que, aunque contenciosas, tuvieran carácter urgente y no
hubiera lugar a acudir al juez del partido.
- Material criminal
En este campo los alcaldes poseían escasas atribuciones. Estaban facultados para
conocer los juicios de conciliación por injurias, aquellos que versaran sobre faltas leves
y podían realizar las primeras diligencias sumarias, así como aprender a los reos in
fraganti o bien cuando existieran indicios de criminalidad grave, dando cuenta siempre
al juez del partido.
En resumen, las competencias que los alcaldes tenían en materia judicial se
limitaban a aquellas causas civiles que no superaran los quinientos reales vellón y en las
criminales de carácter leve.
A pesar de la apariencia restrictiva que pudieran presentar las limitadas facultades
de los alcaldes, es necesario destacar su relevancia, no solamente por constituir un
entramado de órganos presentes en todo el territorio peninsular, sino porque su
competencia en negocios civiles, aunque tasada, no debe hacer olvidar que era
suficiente para sentenciar verbalmente y en única instancia una buena parte de los
conflictos que se producían en los pueblos.
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- Materia civil
1.- Los alcaldes “pondrán la mayor eficacia en conciliar a los que se presenten
ante ellos”. Es decir, la nueva normativa encomendaba a los alcaldes evitar, mediante la
celebración del acto de conciliación, “los pleitos y disensiones entre los ciudadanos”,
pues, decía “mientras más litigios y querellas corten (…) mayor será el servicio que
hagan al Estado, y mayor el mérito que contraigan a los ojos del Gobierno”.
Pese a la benevolencia de la propuesta, en la práctica, la medida no dio los frutos
deseados. La falta de preparación y el desconocimiento del Derecho en alguno de estos
alcaldes (tengan en cuenta que eran elegidos por sufragio) impedirían, la más de las
veces el desenlace pretendido, provocando la continuación de conflictos que en otras
circunstancias podrían haberse evitado.
Como jueces ordinarios, conocerán los alcaldes y tenientes de alcalde de las
diligencias judiciales en asuntos civiles hasta que lleguen a ser contenciosos, debiendo
remitirlas al juez letrado de primera instancia; también podrán practicar, a instancia de
parte, aquellas diligencias urgentísimas a las que no de tiempo de acudir a solicitarlas al
juez letrado competente, remitiéndolas a dicho juez “evacuado que sea el objeto en
aquella parte que la urgencia requiera” (artículo 32).
HISTORIA ADMINISTRACIÓN JUSTICIA
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Cádiz fue sustituida por la nueva de 17 de junio de 1837, que prohibía en su artículo 63
a los jueces y tribunales no ejercer más funciones que las estrictamente judiciales,
entendiéndose por ello que los alcaldes no podían realizarlas; sin embargo al declararse
vigente el título 5° de la Constitución de 1812 por un Real Decreto de 16 de septiembre,
los alcaldes mantuvieron sus competencias judiciales.
La Ley de enjuiciamiento Civil de 1855
Por Real Decreto de 5 de octubre de 1855 se aprobó y promulgó la nueva Ley de
Enjuiciamiento civil. Su artículo 201 atribuía a los jueces de paz la competencia
exclusiva en materia de conciliación; el artículo 357 indicaba que eran competentes para
practicar las diligencias necesarias de los juicios abintestato en aquellos pueblos donde
no hubiese juez de primera instancia, siendo asesorados por un asesor en caso de no ser
letrados; el artículo 930 les permitía acordar el embargo preventivo en los pueblos
donde no hubiese juzgado de primera instancia, con dictamen de asesor, si no fuese
letrado; finalmente, el artículo 1162 les ordenaba el conocimiento en primera instancia
de los juicios verbales cuya cuantía no fuera superior a 600 reales. La nueva figura
judicial de juez de paz fue creada días más tarde de la promulgación de la Ley de
Enjuiciamiento civil, por el Real Decreto de 22 de octubre. De esta manera se separaban
las funciones judiciales que antes se habían atribuido a los alcaldes.
En todos los pueblos donde hubiese ayuntamiento, conforme al artículo 1 del Real
Decreto de 22 de octubre de 1855, se constituirían juzgados de paz, cuyo número sería
igual al de alcaldes y tenientes de alcaldes que hubiese o hubiera en lo sucesivo,
habiendo también igual número de jueces suplentes (artículo 2). El Real Decreto
limitaba las atribuciones de los jueces de paz solamente al ámbito civil, no decía nada
en cambio de los juicios de faltas penales.
El cargo de juez de paz sería meramente honorífico, con una duración obligatoria
de dos años y gratuito, disfrutando sus titulares de la misma consideración y exenciones
que los alcaldes (artículo 3). En cuanto a las cualidades que debían de ostentar la
persona que ocupase el juzgado de paz o su sustituto, el artículo 4 establecía que
estuviese en el ejercicio de sus derechos civiles, vecino del pueblo, saber leer y escribir
y tener más de veinticinco años, junto a las exigidas para ser elegido alcalde o teniente
de alcalde. Se excluían obligatoriamente a (artículo 5):
i) Los deudores a los fondos públicos, ya fuesen generales, provinciales o
locales, “como segundos contribuyentes”.
ii) Los que hubiesen hecho suspensión de pagos si haber obtenido la
rehabilitación.
iii) Los procesados criminalmente con autos de prisión y los que estén
inhabilitados para ejercer cargos públicos.
iv) Los que desempeñen oficio o cargo público asalariado en el pueblo donde
vayan a ejercer las funciones de juez paz
v) Los ordenados in sacris.
vi) Los impedidos física y moralmente.
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Podría eximirse voluntariamente del cargo de juez de paz los mayores de setenta
años y aquellas personas que hubiesen sido reelegidas sin mediar un bienio (artículo 6).
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pueblos de su partido, como también hasta de qué cantidad podrán conocer en los
negocios civiles sin apelación
Esta normativa fue anulada por Fernando VII, tanto en 1814, como en 1823.
El Decreto de 21 de abril de 1834 subdividirá las provincias en partidos judiciales,
que básicamente son los mismos de los actuales y que tendrán significación no solo
judicial sino política ya que será tomado como base en las elecciones a Procuradores del
Estatuto Real y otras muchas posteriormente (como a Diputados Provinciales en la
actualidad).
En Alicante los 14 originarios fueron los de Alicante, Alcoy, Callosa d'en Sarrià,
Cocentaina, Denia, Dolores, Elche, Jijona, Novelda, Monóvar, Orihuela, Pego,
Villajoyosa y Villena.
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Se trata del órgano colegial de más alto rango, que asume competencias del
Consejo Real y del de Castilla. Hace su aparición en los primeros textos
constitucionales, como consecuencia de la consagración en ellos de la doctrina de la
división de poderes, con lo cual quedan desde entonces perfilados muchos de los rasgos
básicos de esta institución judicial.
La creación de un Supremo Tribunal de Justicia con residencia en la Corte viene
ya explícitamente señalada en el discurso preliminar y Art. 259 y 261 de la Constitución
de 1812, al encargarse a dicho organismo de dar unidad e inspeccionar toda la
Administración de Justicia.
Para Tomás y Valiente este Tribunal Supremo, no tiene competencias
equiparables a las que se le otorgan posteriormente de dictar “Doctrina legal”, ya que
según la misma Constitución (art 262) las causas debían fenecer en el territorio de cada
Audiencia, de forma que no tenía competencias de casación generales sino solo veía
recursos de nulidad, equiparables a los actuales de casación por defecto de forma. Es
decir, no entraba nunca en el fondo de las cuestiones sino solo en las cuestiones
formales.
Desarrollando las normas constitucionales, las Cortes de Cádiz aprobaron el 17
abril. 1812 el Decreto regulador del nombramiento de los ministros y presidente y la
cortes ordinarias, y ya en Madrid, por Decreto de 13 de marzo de 1814 el Reglamento
que regulaba composición y funcionamiento del TS.
Tuvo una vida efímera pues en el mismo año se anuló toda la obra constitucional,
el primer Presidente fue el experimentado magistrado D. Manuel de Posada-Soto y
Rivero y se constituyó el tribunal con antiguos miembros del Consejo Real y
Chancillerías.
Tras los vaivenes políticos fernandinos, un Real Decreto de 24 marzo 1834
suprime de forma definitiva el Consejo de Castilla y crea en su lugar el Tribunal
Supremo de España e Indias, con Presidente, 15 ministros y 3 fiscales, y tres salas dos
para la Península e islas y otra para Indias.
El Presidente:
Sus funciones eran: reunir las salas, vigilar el funcionamiento de cada uno de los
miembros del Tribunal, recibir las quejas de los litigantes, ser el interlocutor con el
gobierno y ejercer la suprema inspección a través de la firma de los despachos y
provisiones expedidos por el tribunal en cualquiera de sus salas.
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De la misma forma, les estaba atribuido ordenar en todos los días útiles, a la hora
establecida para celebrar audiencia, que se distribuya el tribunal en salas de justicia y
presidir cuando le parezca cualquier sala de justicia.
También se les otorgó la facultad de llevar en los estrados la palabra sin que
ningún otro pueda usarla sin su permiso, cuidar que todos los magistrados auxiliares y
subalternos lleven cumplidamente sus deberes, comunicarles las órdenes que estimen
convenientes, relativas al ejercicio de sus funciones.
En el orden disciplinario podían: amonestar a los que se muestren poco diligentes
en el cumplimiento de sus cargos, llamar al fiscal para hacerle las indicaciones que
consideren oportunas para la mejor administración de justicia, poner en conocimiento de
quien corresponda las faltas de los magistrados que den lugar a correcciones
disciplinarias.
En relación a situaciones referidas a la carrera y escalafón: daban cuenta al
gobierno de las vacantes, de la entrada y salida de los magistrados y jueces cuando sean
nombrados, ascendidos, trasladados o jubilados
Oír las quejas que les hagan los interesados en pleitos por el retraso de los
negocios adoptar las providencias que estén dentro de sus facultades y ponerlo en
conocimiento de la sala respectiva cuando la gravedad del asunto lo requiera, dictar las
medidas que sean necesarias o convenientes para el buen orden y conservación de los
archivos.
En el periodo inicial el nombramiento del presidente correspondía al rey
(contemplada en el Reglamento de 13 Marzo de 1814), la duración en el cargo era
ilimitada, ya que en su nombramiento no se hacía mención alguna al respecto.
En el Real Decreto de 17 Octubre de 1835 la figura del Presidente era elegido por
el Consejo de Ministros, a propuesta del ministro de Gracia y Justicia, y que tenía la
potestad de repartir el trabajo a las salas, o incluso, de crear algún otro órgano de apoyo
en caso de necesidad.
En el Proyecto de Ley constitutiva de los tribunales del fuero común de 23 de
noviembre de 1851, se recogieron los requisitos que debería tener la figura del
Presidente del Tribunal Supremo que se propusiera al ministro de Gracia y Justicia y
que consistían en: “haber sido ministro de la Corona, haber desempeñado la plaza de
magistrado del propio Tribunal por espacio de tres años, y los sujetos de elevada
categoría, que habiendo servido por más de diez años en la magistratura, estuvieran
adornados de las prendas y cualidades que exigiera tan elevado rango“.
Salas de Gobierno:
El Presidente del Tribunal Supremo, los Presidentes de salas y el Fiscal formarían
la Sala de gobierno que dirigiría el reparto de trabajo y tomaría las decisiones que
considerara oportunas. El Real Decreto de 9 de septiembre de 1854 suprime las juntas
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Competencias:
En cuanto a sus competencias, se van a mantener las establecidas en la
Constitución de 1812, a saber:
Primero. Dirimir todas las competencias de las Audiencias entre sí en todo el
territorio español, y las de las Audiencias con los Tribunales especiales, que existan en
la Península e islas adyacentes. En Ultramar se dirimirán estas últimas según lo
determinaren las leyes.
Segundo. Juzgar a los Secretarios de Estado y del Despacho, cuando las Cortes
decretaren haber lugar a la formación de causa.
Tercero. Conocer de todas las causas de separación y suspensión de los consejeros
de Estado y de los magistrados de las Audiencias.
Cuarto. Conocer de todas las causas criminales de los Secretarios de Estado y del
Despacho, de los consejeros de Estado y de los magistrados de las Audiencias,
perteneciendo al jefe político más autorizado la instrucción del proceso para remitirlo a
este Tribunal.
Quinto. Conocer de todas las causas criminales que se promovieren contra los
individuos de este Supremo Tribunal. Si llegare el caso en que sea necesario hacer
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fiscales con determinados años de ejercicio. De esta manera queda expedita la vía al
poder político para nutrir la carrera judicial con personal no ingresado por oposición. Se
inicia así el famoso 4.º turno, en cuya provisión influyeron otras consideraciones más
que el mérito profesional.
Por lo que se refiere a la promoción en la carrera, la Ley Orgánica instaura un
sistema combinado de antigüedad y mérito en la provisión de vacantes de Juzgados y
Audiencias. Al Consejo de Estado correspondía la propuesta en cada caso, bajo la
vigilancia de los tribunales, hasta que en 1873 esta propuesta pasa a ser privativa del
Tribunal Supremo. Este sistema de provisión no rige para los cargos que comportan
funciones de gobierno, es decir, desde presidente de sala de Audiencia hasta
magistrados y presidente del Supremo que son de libre designación del Gobierno. De
esta forma, los cargos judiciales de cierta relevancia en la estructura interna de la
organización judicial escapan a un sistema de promoción que se pretende aséptico y
caen en la órbita directa del poder político como corresponde al modelo de control
indirecto.
En la promoción profesional de jueces y magistrados juegan un papel importante
los informes anuales de sus superiores jerárquicos, informes que según los artículos
170.3 y 174 de la LOPJ han de versar sobre la actividad profesional del funcionario,
pero igualmente sobre su moralidad y conducta privada. La organización jerárquica de
la carrera judicial y los mecanismos de ascenso examinados generan en los jueces y
magistrados deseosos de promoción profesional una actitud de servilismo hacia las
indicaciones de los superiores jerárquicos –recordemos la procedencia ministerial de su
nombramiento– y de “disponibilidad frente al arbitrio gubernamental”.
La jurisdicción disciplinaria es un mecanismo más de control de la actividad
profesional y la conducta pública y privada de jueces y magistrados. En relación con la
normativa anterior, la LOPJ supone un notable avance en la regulación de las
correcciones disciplinarias, porque además de la simple enunciación del principio de
inamovilidad del personal judicial, establece por primera vez las condiciones para su
efectivo cumplimiento. El artículo 222 define la inamovilidad como “el derecho que
tienen los Jueces y Magistrados a no ser destituidos, suspensos, trasladados ni jubilados
sino por alguna de las causas que en este título se insertan”. Sin embargo, la
formulación de las causas posibles de destitución es muy imprecisa, y las garantías que
se ofrecen contra esta resolución muy reducidas.
La iniciativa de la acción disciplinaria se atribuye, lógicamente, a los presidentes
de Audiencia y al Ministerio Fiscal. La decisión corresponde a la Sala de Gobierno de la
respectiva Audiencia Territorial, excepto en caso de sanciones graves –traslado,
jubilación o destitución–, en que se reserva al Consejo de Ministros, a la vista de
expediente tramitado por la Sala de Gobierno de la Audiencia correspondiente.
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5. BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES
Bibliografía:
ALZAGA, Oscar, “La Justicia en la Constitución de 1812”, UNED, Teoría y
realidad constitucional, nº 28, Madrid, 2011, págs. 243-278.
DÍAZ GONZÁLEZ, Fco. Javier & CALDERÓN ORTEGA, José Manuel, “La
administración municipal de Justicia en la España del siglo XIX”, Revista de Estudios
Histórico-Jurídicos, XXXV, Chile, 2013, pp. 294-345.
LANERO TÁBOAS, M., Una milicia de la Justicia. La política judicial del
Franquismo (1936-1945), Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1996.
LASSO GAITE, Juan Fco., Crónica de la Codificación, 1 Organización judicial
Madrid, 1970.
MORÁN MARTÍN, Remedios, Materiales para un curso de Historia del
Derecho español, Madrid, 2000.
TOMÁS Y VALIENTE, Fco., De la Administración de Justicia al Poder
Judicial. Conferencia, Fundación March, Madrid 30/03/1993.
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