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HISTORIA ADMINISTRACIÓN JUSTICIA

Bloque II Justicia contemporánea

Guía didáctica

1. INDICE

1. La Justicia en la etapa liberal. Características generales.


2. La Justicia Municipal: El Reglamento para la administración de Justicia de 1835.
La Ley de enjuiciamiento Civil de 1855.
3. Jueces de Primera Instancia y de Partido: Partidos judiciales. Competencias.
4. Audiencias. Organización, Composición y Competencias
5. El Tribunal Supremo de España e Indias. El presidente. Los Magistrados. Salas
de Gobierno. El Pleno. Competencias.
6. La ley orgánica de 1870. El aparato judicial de la Restauración. La organización
de la carrera judicial.
7. La II República y la Administración de Justicia.

2. INTRODUCCIÓN GENERAL A LA UNIDAD Y


ORIENTACIONES PARA EL ESTUDIO.
Durante el periodo constitucional se producen una serie de cambios importantes
en distintas instancias judiciales. Esta Unidad Didáctica está destinada a profundizar en
esos cambios, prestando especial atención a la planta judicial implantada a partir de
1812 y, más en concreto, a la justicia municipal, los jueces de Primera Instancia, las
Audiencias y el Tribunal Supremo. De la misma forma, ahondaremos en la carrera
judicial, examinando la Ley orgánica de 1870. La unidad finaliza con una breve reseña
de las alteraciones sufridas por el Poder Judicial durante el periodo republicano.

3. OBJETIVOS ESPECÍFICOS.

 Estudiar la organización de la Justicia en la etapa liberal.


 Conocer la planta judicial: Alcaldes, Jueces de Partido, Audiencias y Tribunal
Supremo.
 Analizar los orígenes de la carrera judicial.
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4. RESUMEN.

4.1.La justicia en la etapa liberal. Características generales.


En consonancia con la separación de poderes, las Cortes de Cádiz determinaron en
materia de justicia que los Tribunales tenían el Poder Judicial y este poder sólo está en
ellos. Juzgan todas las causas civiles y criminales.
Se suprimieron los fueros y determinó un único para todo el país excepto para los
militares y para los eclesiásticos puesto que tenían su propio fuero. Respecto a los
requisitos para ser juez, las citadas Cortes determinaron que para ostentar esa condición,
había que ser español y mayor de 25 años. Había tres instancias: juzgado de primera
instancia, las audiencias (2ª instancia) y tribunal supremo (3ª instancia).
Frente a la compleja distribución de la Planta judicial del Antiguo Régimen con
Alcaldes, Corregidores, Audiencias, Chancillerías y Consejos, la Constitución de Cádiz
establecía una Planta Judicial de cuatro niveles:
Alcaldes en todos los pueblos para resolver diferencias, en acto de conciliación
previo a la interposición de la demanda que iniciaba el juicio.
Jueces de partido, cuya competencia se determinaría por ley.
Audiencias para conocer en segunda y tercera instancia de las sentencias de los
juzgados inferiores, de los conflictos de competencia entre estos y de los recursos de
fuerza surgidos en su distrito.
Tribunal Supremo instaurado para conocer de los recursos de nulidad
interpuestos contra las sentencias dadas por las Audiencias, de los conflictos
jurisdiccionales y de los delitos cometidos por altos cargos Políticos, administrativos y
judiciales.

Desarrollando las normas constitucionales, las Cortes promulgaron


- El Decreto de 9 de octubre de 1812 que aprobaba el Reglamento de las
Audiencias y Juzgados de Primera Instancia.
- El Decreto de 13 de marzo de 1814 que regula el TS.

La Constitución se deroga por Decreto de Fernando VII dado en Valencia en


mayo 1814, pero vuelve a estar en vigor entre 1820 y 23 y desde agosto de 1836, hasta
la promulgación de la de 1837 en junio de dicho año.

La Administración de Justicia durante el reinado de Isabel II (1837-1868)


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La planta judicial se organiza tal y como se reguló en 1812, de forma piramidal


localizando en la cúspide al Tribunal Supremo de Justicia. A este órgano compete
dirimir los asuntos jurídicos en última instancia; juzgar a los Secretarios de Estado;
conocer las causas de separación de los consejeros de Estado, así como de los recursos
de nulidad que se interpongan contra las sentencias dictadas en última instancia (arts.
260 y 261).
Las Audiencias territoriales constituyen la segunda instancia unificándose su
composición y competencias en todo el territorio nacional. Les corresponde conocer de
todas las causas civiles y criminales de los juzgados inferiores de su demarcación en
segunda y tercera instancia.
Juzgado Civil de Partido En la base de la estructura se ubican los juzgados de
Partido y alcaldes cuyas funciones y atribuciones son determinadas por la legislación
ordinaria. La Ley de procedimiento civil de 1855 crea la figura del Juez de paz,
separando sus funciones de intermediación y Justicia civil de proximidad de las político-
ejecutivas del alcalde, pero todavía dejaba en sus manos la jurisdicción penal.

4.2.La Justicia Municipal: El Reglamento para la administración de


Justicia de 1835. La Ley de enjuiciamiento Civil de 1855. El
tratamiento de la justicia municipal en las distintas
constituciones.

La Constitución de 1812 crea la figura del ALCALDE CONSTITUCIONAL para


todos los pueblos, remitiendo a leyes futuras la determinación de las facultades de esta
institución tanto en materia gubernativa como judicial.
Art. 275. “En todos los pueblos se establecerán alcaldes, y las leyes determinarán
la extensión de sus facultades, así en lo contencioso como en lo económico”.
Art. 282. “El alcalde de cada pueblo ejercerá en él el oficio de conciliador, y el
que tenga que demandar por negocios civiles o por injurias, deberá presentarse a él con
este objeto”.
Art. 283. “El alcalde, con dos hombres buenos, nombrados uno por cada parte,
oirá al demandante y al demandado, se enterará de las razones en que respectivamente
apoyen su intención, y tomará oído el dictamen de los dos asociados, la providencia que
le parezca propia para el fin de terminar el litigio sin más progreso, como se terminará,
en efecto, si las partes se aquietan con esta decisión extrajudicialEl desarrollo de la
citada normativa no tardaría en verse cumplimentado por los capítulos III y IV del
decreto de 9 de octubre de 1812 denominado “Reglamento de las Audiencias y
Juzgados de primera instancia”
A tenor de la citada legislación a los alcaldes constituciones les correspondía las
siguientes atribuciones:
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- Materia civil
Los alcaldes tenían la facultad, en primer lugar, para conocer de los juicios de
conciliación; en juicio verbal, conocían en sus respectivos pueblos de las demandas que
no superaran los quinientos reales de vellón; igualmente, estaban facultados para
conocer de todas las diligencias judiciales sobre asuntos civiles, hasta que llegaran a ser
contenciosas, en cuyo caso debían remitirlas al juez del partido; y por último, podían
conocer de aquellas diligencias que, aunque contenciosas, tuvieran carácter urgente y no
hubiera lugar a acudir al juez del partido.
- Material criminal
En este campo los alcaldes poseían escasas atribuciones. Estaban facultados para
conocer los juicios de conciliación por injurias, aquellos que versaran sobre faltas leves
y podían realizar las primeras diligencias sumarias, así como aprender a los reos in
fraganti o bien cuando existieran indicios de criminalidad grave, dando cuenta siempre
al juez del partido.
En resumen, las competencias que los alcaldes tenían en materia judicial se
limitaban a aquellas causas civiles que no superaran los quinientos reales vellón y en las
criminales de carácter leve.
A pesar de la apariencia restrictiva que pudieran presentar las limitadas facultades
de los alcaldes, es necesario destacar su relevancia, no solamente por constituir un
entramado de órganos presentes en todo el territorio peninsular, sino porque su
competencia en negocios civiles, aunque tasada, no debe hacer olvidar que era
suficiente para sentenciar verbalmente y en única instancia una buena parte de los
conflictos que se producían en los pueblos.

El Reglamento para la administración de Justicia de 1835


El 26 de septiembre de 1835 se promulgaba un nuevo “Reglamento para la
administración de Justicia en la jurisdicción ordinaria”.
El capítulo 2° del Reglamento tiene como título De los jueces y juicios de paz o
actos de conciliación, y de los alcaldes de los pueblos como jueces ordinarios (artículo s
21 a 35), y se divide en dos secciones. La primera sección trataba de las conciliaciones
(“Jueces y juicios de paz”), reiteraba la obligación de intentar la conciliación y constar
que ésta no ha tenido efecto antes de entablar las demandas civiles y las de meras
injurias, exceptuándose (artículo 21):
i) Las causas sobre la Real Hacienda, pósitos o propios de los pueblos,
fondos y establecimientos públicos, herencias vacantes o de menores y de
los que se hallan privados de la administración de sus bienes.
ii) Los negocios que deben conocerse en juicio verbal, interdictos, concurso
de acreedores, denuncias de obra nueva, tanteos o retractos, retenciones de
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gracias, formación de inventario o partición de bienes u “otros casos


urgentes de semejante naturaleza”.
Competentes para conocer las conciliaciones como jueces de paz eran los alcaldes
y los tenientes de alcaldes de cada pueblo (artículo 22), quienes se reunirían con dos
hombres buenos nombrados por cada parte, escuchando las alegaciones de las partes o
de sus apoderados y, junto al dictamen de los hombres buenos, dictará la providencia de
conciliación en un plazo de cuatro días, asentándose en un libro titulado “juicios de paz”
y firmando en él los hombres buenos y los interesados si supiesen escribir, dando las
certificaciones que se soliciten (artículo 23). Sí las partes aceptan la conciliación, el
pleito finaliza allí (artículo 24), pero sí alguna o las dos no están de acuerdo, el juez de
paz les exhortará a que acudan a un árbitro y, sí aun así esto no les conviniese, dará la
certificación de haberse intentado la conciliación y que no ha habido avenencia (artículo
25).
¿Qué funciones les corresponde?
La sección segunda, rubricada: Alcaldes y tenientes de alcaldes como jueces
ordinarios, ordenaba las funciones judiciales de estos órganos municipales, conociendo
“a prevención con el juez letrado de primera instancia donde le hubiere”, de los juicios
verbales de carácter civil cuya cuantía no superase los diez duros en la Península e Islas
adyacentes, y de treinta en Ultramar, así como de los de injurias y faltas livianas que
llevasen pena de reprensión. Para conocer de estos asuntos, el alcalde o teniente de
alcalde se asociará con dos hombres buenos nombrados cada uno por cada parte.

- Materia civil
1.- Los alcaldes “pondrán la mayor eficacia en conciliar a los que se presenten
ante ellos”. Es decir, la nueva normativa encomendaba a los alcaldes evitar, mediante la
celebración del acto de conciliación, “los pleitos y disensiones entre los ciudadanos”,
pues, decía “mientras más litigios y querellas corten (…) mayor será el servicio que
hagan al Estado, y mayor el mérito que contraigan a los ojos del Gobierno”.
Pese a la benevolencia de la propuesta, en la práctica, la medida no dio los frutos
deseados. La falta de preparación y el desconocimiento del Derecho en alguno de estos
alcaldes (tengan en cuenta que eran elegidos por sufragio) impedirían, la más de las
veces el desenlace pretendido, provocando la continuación de conflictos que en otras
circunstancias podrían haberse evitado.
Como jueces ordinarios, conocerán los alcaldes y tenientes de alcalde de las
diligencias judiciales en asuntos civiles hasta que lleguen a ser contenciosos, debiendo
remitirlas al juez letrado de primera instancia; también podrán practicar, a instancia de
parte, aquellas diligencias urgentísimas a las que no de tiempo de acudir a solicitarlas al
juez letrado competente, remitiéndolas a dicho juez “evacuado que sea el objeto en
aquella parte que la urgencia requiera” (artículo 32).
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2.- Serán competentes en sus respectivos pueblos de las demandas civiles


inferiores a doscientos reales.
Esta disminución de cantidad respecto a la época anterior vino a reducir el número
de causas que debían juzgar y conseguían una profesionalización de la justicia a cambio
de incrementar la carga de trabajo de los jueces de partido.
La doctrina criticó la cantidad señalada, llegando algunos autores, a solicitar una
reducción mayor de la misma fundado en la “absoluta incompetencia de los alcaldes
ordinarios debida a su ignorancia y a su parcialidad”
3.- Mayores dificultades de interpretación generaban las siguientes atribuciones:
- Art. 32. Pueden conocer de todas las diligencias judiciales sobres asuntos civiles
hasta que lleguen a ser contenciosas.
- Conocían en aquellas diligencias que aunque contenciosas (por estar excluidas
en el párrafo anterior) sean urgentísimas.
Esta norma tenía por objeto ampliar las atribuciones de los alcaldes en materia
judicial a aquellos casos en que no hubiera lugar a acudir a letrado y se tratara de
materias urgentísimas.
-Materia criminal
También los alcaldes y tenientes de alcaldes practicarán las primeras actuaciones
en caso de comisión de un delito en sus pueblos o de encontrarse en ellos un
delincuente, debiendo proceder a practicar, de oficio o a instancia de parte, las primeras
diligencias del sumario, dando cuenta de ello al respectivo juez letrado de primera
instancia, remitiéndole las actuaciones y poniendo a su disposición los delincuentes
capturados. “Este conocimiento, –dice el artículo 33–, en los pueblos donde residen los
jueces letrados podrán y deberán tomarle a prevención con estos los alcaldes y los
tenientes de alcaldes, hasta que avisado el juez sin dilación, pueda continuar por sí los
procedimientos”.
Esta regulación es importante. Si la comparamos con la normativa de 1812 se
suprime la referencia a la pena corporal y la aprehensión in fraganti. Sin estas
limitaciones los alcaldes veían aumentadas sus atribuciones en el campo de la detención
y arresto de los delincuentes. No obstante, esta decisión venía atenuada por la
obligación de entregar las diligencias correspondientes a los arrestados y su puesta a
disposición al juez letrado de primera instancia.
El contenido del Reglamento provisional de la administración de justicia de 1835
fue durante veinte años la normativa básica de la justicia municipal. En este período de
tiempo las vicisitudes políticas alteraron el régimen judicial español. Como
consecuencia del estallido del llamado “Motín de la Granja”, por Real Decreto de 13 de
agosto de 1836 se reinstauraba la Constitución de 1812 y con ella el sistema judicial
imperante en ella, derogando por ello el artículo 33 del Reglamento. La Constitución de
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Cádiz fue sustituida por la nueva de 17 de junio de 1837, que prohibía en su artículo 63
a los jueces y tribunales no ejercer más funciones que las estrictamente judiciales,
entendiéndose por ello que los alcaldes no podían realizarlas; sin embargo al declararse
vigente el título 5° de la Constitución de 1812 por un Real Decreto de 16 de septiembre,
los alcaldes mantuvieron sus competencias judiciales.
La Ley de enjuiciamiento Civil de 1855
Por Real Decreto de 5 de octubre de 1855 se aprobó y promulgó la nueva Ley de
Enjuiciamiento civil. Su artículo 201 atribuía a los jueces de paz la competencia
exclusiva en materia de conciliación; el artículo 357 indicaba que eran competentes para
practicar las diligencias necesarias de los juicios abintestato en aquellos pueblos donde
no hubiese juez de primera instancia, siendo asesorados por un asesor en caso de no ser
letrados; el artículo 930 les permitía acordar el embargo preventivo en los pueblos
donde no hubiese juzgado de primera instancia, con dictamen de asesor, si no fuese
letrado; finalmente, el artículo 1162 les ordenaba el conocimiento en primera instancia
de los juicios verbales cuya cuantía no fuera superior a 600 reales. La nueva figura
judicial de juez de paz fue creada días más tarde de la promulgación de la Ley de
Enjuiciamiento civil, por el Real Decreto de 22 de octubre. De esta manera se separaban
las funciones judiciales que antes se habían atribuido a los alcaldes.
En todos los pueblos donde hubiese ayuntamiento, conforme al artículo 1 del Real
Decreto de 22 de octubre de 1855, se constituirían juzgados de paz, cuyo número sería
igual al de alcaldes y tenientes de alcaldes que hubiese o hubiera en lo sucesivo,
habiendo también igual número de jueces suplentes (artículo 2). El Real Decreto
limitaba las atribuciones de los jueces de paz solamente al ámbito civil, no decía nada
en cambio de los juicios de faltas penales.
El cargo de juez de paz sería meramente honorífico, con una duración obligatoria
de dos años y gratuito, disfrutando sus titulares de la misma consideración y exenciones
que los alcaldes (artículo 3). En cuanto a las cualidades que debían de ostentar la
persona que ocupase el juzgado de paz o su sustituto, el artículo 4 establecía que
estuviese en el ejercicio de sus derechos civiles, vecino del pueblo, saber leer y escribir
y tener más de veinticinco años, junto a las exigidas para ser elegido alcalde o teniente
de alcalde. Se excluían obligatoriamente a (artículo 5):
i) Los deudores a los fondos públicos, ya fuesen generales, provinciales o
locales, “como segundos contribuyentes”.
ii) Los que hubiesen hecho suspensión de pagos si haber obtenido la
rehabilitación.
iii) Los procesados criminalmente con autos de prisión y los que estén
inhabilitados para ejercer cargos públicos.
iv) Los que desempeñen oficio o cargo público asalariado en el pueblo donde
vayan a ejercer las funciones de juez paz
v) Los ordenados in sacris.
vi) Los impedidos física y moralmente.
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vii) Los mayores de ochenta años.

Podría eximirse voluntariamente del cargo de juez de paz los mayores de setenta
años y aquellas personas que hubiesen sido reelegidas sin mediar un bienio (artículo 6).

4.3. Jueces de Primera Instancia y de Partido. Partidos judiciales.


Jueces de Primera Instancia.
La figura del Juez de Primera Instancia se profesionaliza y funcionariza
dependiendo de una estructura de poder que se pretende no arranque de persona alguna
sino de la colectiva entidad nacional, a ningún constituyente se le ocurrió plantear un
sistema electivo popular (como en el caso de los alcaldes constitucionales) o una mayor
intervención de las Cortes en el nombramiento. Para Tomás y Valiente ello se debió a
que los liberales valoraron muy negativamente la experiencia francesa de la revolución
de 1789. De ahí que el Juez del primer liberalismo siga siendo una figura mixta que no
se desprendió (en el mismo plano del puro “diseño” teórico) de innumerables
adherencias del Antiguo Régimen.
- Dependencia:
Se establecía una triple referencia en la que se entrecruzaban las relaciones de
dependencia orgánica con las relaciones de servicio:
1. Gobierno, para el nombramiento y promoción en el cargo;
2. Ayuntamiento tanto para cuestiones de sueldo como para los supuestos de
suplencia; y derechos de arancel, que debían ser fijados por la correspondiente
3. Audiencia de la que, además, dependía en materia disciplinaria.
Es evidente que aquí surgen más que detalles de la poca claridad de esta figura.
Por un lado, se desdibuja el principio de división de poderes; por otro, se mantiene la
estricta dependencia orgánica (y en parte disciplinaria) respecto del Gobierno; y, en
tercer lugar, porque su subsistencia depende de elementos privados (aranceles que
provienen de los viejos oficios) y locales.
Jueces de Partido
En cuanto al territorio de su jurisdicción, debía abarcar el correspondiente al
partido judicial. Decimos “debía” porque las Cortes de 1812 no fijaron la distribución
territorial de los partidos sino únicamente el mecanismo para llegar a establecerla, por
acuerdo entre la Audiencia y la Diputación tal y como se desarrolla en el Reglamento
que requiere partidos proporcionalmente iguales no menores a 5000 vecinos, con capital
en la localidad más poblada pero teniendo en cuenta las distancias y con varios juzgados
en las localidades que superen el citado margen.
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Se trataba, de nuevo aquí, de un supuesto de colaboración entre entidades distintas


(Diputaciones y Audiencias) quienes debían distribuir cada territorio provincial de
forma proporcional a la población, a base de un partido por cada, al menos, cinco mil
vecinos “teniendo presente la mayor inmediación y comodidad de los pueblos para
acudir a que se les administre justicia, y haciendo cabeza de partido el que por su
localidad, vecindario, proporciones y demás circunstancias sea más a propósito para
ello”.
El Reglamento de las Audiencias y Juzgados de Primera Instancia de 9 de
octubre de 1812 establece que los Jueces Letrados de partido o de Primera Instancia
son jueces civiles y penales con atribución de instrucción y fallo, y debían conocer:
1. En materia civil:
.- En juicio verbal De todas las demandas civiles de su sede que no pasaran de
quinientos reales de vellón en la península e islas y 100 pesos fuertes en ultramar en
juicio verbal sin apelación
.- Juicio escrito sin apelación, salvo recurso de nulidad por defecto procesal,
pleitos del resto de localidades y de las que excedan de dicha cantidad hasta 50 pesos
fuertes en la península y 200 en ultramar.
.- En primera instancia del resto frente a las que cabía recurso de apelación en
Segunda y, hasta, en Tercera Instancia.
2. En materia penal:
En juicio verbal sobre palabras y faltas livianas con penas inferiores a “alguna
advertencia, reprensión o corrección ligera" cuando tales asuntos se suscitarán en el
propio pueblo de su sede (en el resto era competencia del alcalde-juez de paz)
En proceso ordinario de todos los demás asuntos penales de su partido, frente a las
que cabía recurso de apelación en Segunda y, hasta, en Tercera Instancia ante la
Audiencia.
Se establecían otra serie de reglas de carácter procesal y, finalmente se ordenaba
que los Virreyes, Capitanes y Comandantes generales de las provincias y los
Gobernadores militares de plazas fuertes y de armas se limitaren al ejercicio de la
jurisdicción militar, declarando suprimidos los diversos cargos que respondían a los
eliminados fueros especiales.
Partidos judiciales:
Constitución de 1812:
Art. 273. Se establecerán partidos proporcionalmente iguales, y en cada cabeza
de partido habrá un juez de letras con un Juzgado correspondiente.
Art. 274. Las facultades de estos jueces se limitarán precisamente a lo
contencioso, y las leyes determinarán las que han de pertenecerles en la capital y
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pueblos de su partido, como también hasta de qué cantidad podrán conocer en los
negocios civiles sin apelación
Esta normativa fue anulada por Fernando VII, tanto en 1814, como en 1823.
El Decreto de 21 de abril de 1834 subdividirá las provincias en partidos judiciales,
que básicamente son los mismos de los actuales y que tendrán significación no solo
judicial sino política ya que será tomado como base en las elecciones a Procuradores del
Estatuto Real y otras muchas posteriormente (como a Diputados Provinciales en la
actualidad).
En Alicante los 14 originarios fueron los de Alicante, Alcoy, Callosa d'en Sarrià,
Cocentaina, Denia, Dolores, Elche, Jijona, Novelda, Monóvar, Orihuela, Pego,
Villajoyosa y Villena.

4.4.Audiencias. Organización, Composición y Competencias

- Audiencias en la Constitución de Cádiz.


Para Tomas y Valiente en su conferencia en la Fundación March las audiencias
eran la última instancia judicial “stricto sensu”, ya que el TS del momento no crea
doctrina legal.
Se establecían tres instancias resolviendo las audiencias la segunda y la tercera.
En concreto, resolvían los conflictos de competencias de su territorio y los de fuerza
contra la justicia eclesiástica.
También ejercen una función de supervisión de los jueces y juzgados de su
territorio que deben comunicar casos penales, estadísticas, del mismo modo que la
Audiencia debe comunicar sus estadísticas de casos al TS.
La Constitución dejaba su concreción al futuro legislador
“Art. 272. Cuando llegue el caso de hacerse la conveniente división del territorio
español, indicada en el artículo 11, se determinará con respecto a ella el número de
Audiencias que han de establecerse, y se les señalará territorio”.

La Constitución no establece número ni sedes de Audiencia, pero sí lo hará el


Decreto de 9 de octubre de 1812 que establece que pasan a ser meras Audiencias las
antiguas Chancillerías de Valladolid y Granada; y la sala de Alcaldes de Casa y Corte
de Madrid, así como el Consejo de Navarra de Pamplona que asume el territorio
vascongado (con supresión del Juez Mayor de Vizcaya de la Chancillería de
Valladolid), a las que se suman las audiencias ya existentes de Sevilla, Galicia en La
Coruña, Canarias en Las Palmas, las dieciochescas de Asturias en Oviedo y
Extremadura en Cáceres, y las creadas en los antiguos reinos de la corona de Aragón
por los decretos de Nueva Planta de Zaragoza, Barcelona, Valencia y Mallorca.
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En América las de Santo Domingo, Méjico, Panamá, Guatemala y Nuevo Reino


de Granada en Caracas, Lima, Quito, Chile, La Plata (Buenos Aires), Charcas,
Guadalajara, Santa Fe, Isla de Cuba, Cuzco, así como la de Manila en Filipinas a la que
se añade ahora la de Saltillo en el Norte de Méjico.
El citado Decreto de 9 de octubre de 1812, que establece el Reglamento de
Audiencias y Juzgados de 1812, señala que todas las Audiencias son iguales e
independientes entre sí, no pueden asumir (avocar) juicios de tribunales inferiores, y se
les prohíbe expresamente cualquier toma de conocimiento sobre asuntos administrativos
o económicos de sus provincias.
El mismo modo regentes, ministros y fiscales deberán tener dedicación exclusiva
a su tribunal
Las Diputaciones provinciales con las Audiencias establecerán los aranceles de la
propia Audiencia y otros juzgados así como los partidos judiciales.
- Régimen del Estatuto Real.
El famoso Real Decreto de 30 de noviembre de 1833 Javier de Burgos reguló la
división provincial y el de 26 de enero de 1834 aprobó la demarcación de las
Audiencias, creando las de Burgos (asume las Provincias Vascongadas, Soria, Logroño
y Santander) y Albacete (asume Murcia, C. Real y Cuenca), y redistribuyendo algunas
provincias.
En 1834 se nombró una comisión para elaborar ordenanzas iguales para todas las
Audiencias, ya que anteriormente cada una aprobaba la suya propia.
El 19 de diciembre, siendo ministro Álvaro Gómez Becerra, se promulga las
ordenanzas para las audiencias de 1835
Establecen:
Denominación de su sede, salvo Real Consejo de Navarra, y las de Mallorca y
Canarias.
Se mantiene la igualdad entre todas pero se declara a la de Madrid “de ascenso”,
es decir sus magistrados debe haberlo sido antes en otra Audiencia.
En tres títulos se regulan las funciones de los Regentes, Magistrados, Fiscales,
Secretarios, Relatores, Escribanos, Porteros, Alguaciles, Escribanos, Alcaides de
cárceles, así como Abogados y Procuradores regulando defensa de pobres, con
nombramiento de abogado en cada audiencia para ello.
Un Decreto de 12 de marzo de 1836 suprime (unifica) las salas de lo criminal de
las Audiencias para evitar agravios por el desequilibrio de la carga entre ambas.
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4.5.El Tribunal Supremo de España e Indias. El presidente. Salas


de Gobierno. Competencias.

Se trata del órgano colegial de más alto rango, que asume competencias del
Consejo Real y del de Castilla. Hace su aparición en los primeros textos
constitucionales, como consecuencia de la consagración en ellos de la doctrina de la
división de poderes, con lo cual quedan desde entonces perfilados muchos de los rasgos
básicos de esta institución judicial.
La creación de un Supremo Tribunal de Justicia con residencia en la Corte viene
ya explícitamente señalada en el discurso preliminar y Art. 259 y 261 de la Constitución
de 1812, al encargarse a dicho organismo de dar unidad e inspeccionar toda la
Administración de Justicia.
Para Tomás y Valiente este Tribunal Supremo, no tiene competencias
equiparables a las que se le otorgan posteriormente de dictar “Doctrina legal”, ya que
según la misma Constitución (art 262) las causas debían fenecer en el territorio de cada
Audiencia, de forma que no tenía competencias de casación generales sino solo veía
recursos de nulidad, equiparables a los actuales de casación por defecto de forma. Es
decir, no entraba nunca en el fondo de las cuestiones sino solo en las cuestiones
formales.
Desarrollando las normas constitucionales, las Cortes de Cádiz aprobaron el 17
abril. 1812 el Decreto regulador del nombramiento de los ministros y presidente y la
cortes ordinarias, y ya en Madrid, por Decreto de 13 de marzo de 1814 el Reglamento
que regulaba composición y funcionamiento del TS.
Tuvo una vida efímera pues en el mismo año se anuló toda la obra constitucional,
el primer Presidente fue el experimentado magistrado D. Manuel de Posada-Soto y
Rivero y se constituyó el tribunal con antiguos miembros del Consejo Real y
Chancillerías.
Tras los vaivenes políticos fernandinos, un Real Decreto de 24 marzo 1834
suprime de forma definitiva el Consejo de Castilla y crea en su lugar el Tribunal
Supremo de España e Indias, con Presidente, 15 ministros y 3 fiscales, y tres salas dos
para la Península e islas y otra para Indias.
El Presidente:
Sus funciones eran: reunir las salas, vigilar el funcionamiento de cada uno de los
miembros del Tribunal, recibir las quejas de los litigantes, ser el interlocutor con el
gobierno y ejercer la suprema inspección a través de la firma de los despachos y
provisiones expedidos por el tribunal en cualquiera de sus salas.
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De la misma forma, les estaba atribuido ordenar en todos los días útiles, a la hora
establecida para celebrar audiencia, que se distribuya el tribunal en salas de justicia y
presidir cuando le parezca cualquier sala de justicia.
También se les otorgó la facultad de llevar en los estrados la palabra sin que
ningún otro pueda usarla sin su permiso, cuidar que todos los magistrados auxiliares y
subalternos lleven cumplidamente sus deberes, comunicarles las órdenes que estimen
convenientes, relativas al ejercicio de sus funciones.
En el orden disciplinario podían: amonestar a los que se muestren poco diligentes
en el cumplimiento de sus cargos, llamar al fiscal para hacerle las indicaciones que
consideren oportunas para la mejor administración de justicia, poner en conocimiento de
quien corresponda las faltas de los magistrados que den lugar a correcciones
disciplinarias.
En relación a situaciones referidas a la carrera y escalafón: daban cuenta al
gobierno de las vacantes, de la entrada y salida de los magistrados y jueces cuando sean
nombrados, ascendidos, trasladados o jubilados
Oír las quejas que les hagan los interesados en pleitos por el retraso de los
negocios adoptar las providencias que estén dentro de sus facultades y ponerlo en
conocimiento de la sala respectiva cuando la gravedad del asunto lo requiera, dictar las
medidas que sean necesarias o convenientes para el buen orden y conservación de los
archivos.
En el periodo inicial el nombramiento del presidente correspondía al rey
(contemplada en el Reglamento de 13 Marzo de 1814), la duración en el cargo era
ilimitada, ya que en su nombramiento no se hacía mención alguna al respecto.
En el Real Decreto de 17 Octubre de 1835 la figura del Presidente era elegido por
el Consejo de Ministros, a propuesta del ministro de Gracia y Justicia, y que tenía la
potestad de repartir el trabajo a las salas, o incluso, de crear algún otro órgano de apoyo
en caso de necesidad.
En el Proyecto de Ley constitutiva de los tribunales del fuero común de 23 de
noviembre de 1851, se recogieron los requisitos que debería tener la figura del
Presidente del Tribunal Supremo que se propusiera al ministro de Gracia y Justicia y
que consistían en: “haber sido ministro de la Corona, haber desempeñado la plaza de
magistrado del propio Tribunal por espacio de tres años, y los sujetos de elevada
categoría, que habiendo servido por más de diez años en la magistratura, estuvieran
adornados de las prendas y cualidades que exigiera tan elevado rango“.
Salas de Gobierno:
El Presidente del Tribunal Supremo, los Presidentes de salas y el Fiscal formarían
la Sala de gobierno que dirigiría el reparto de trabajo y tomaría las decisiones que
considerara oportunas. El Real Decreto de 9 de septiembre de 1854 suprime las juntas
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de gobierno creadas en 1847 por los moderados, se reorganizan competencias y se


pretende salvaguardar a los jueces de su independencia.
Excepcionalmente se contemplaba otra sala especial formada por el Presidente del
Tribunal Supremo y los presidentes de salas para resolver asuntos contra ministros,
cardenales, obispos, ministros de la Rota, magistrados del Tribunal Supremo, del de
Ordenes y fiscal de éste y presidente del Congreso.
A la vez el Tribunal en pleno conocería las causas contra el Presidente del alto
Tribunal y los presidentes de salas y el fiscal
El primer Reglamento del Tribunal Supremo data del 13 de marzo de 1814,
establece tres salas de cinco magistrados en las dos primeras salas, y seis en la tercera.
En total 16 magistrados.
El Reglamento de 17 de Octubre de 1835 dispuso que la organización del trabajo
del Tribunal Supremo se dividiera en tres salas con cinco magistrados cada una.
La función de inspección superior del Tribunal dispuso que cuando hubiera
retraso en las Audiencias serían los magistrados de cualquiera de las salas del alto
Tribunal quien entendiera de esas causas.
El Decreto de 13 de noviembre de 1857 incorporó la sala cuarta de lo
correccional.

Competencias:
En cuanto a sus competencias, se van a mantener las establecidas en la
Constitución de 1812, a saber:
Primero. Dirimir todas las competencias de las Audiencias entre sí en todo el
territorio español, y las de las Audiencias con los Tribunales especiales, que existan en
la Península e islas adyacentes. En Ultramar se dirimirán estas últimas según lo
determinaren las leyes.
Segundo. Juzgar a los Secretarios de Estado y del Despacho, cuando las Cortes
decretaren haber lugar a la formación de causa.
Tercero. Conocer de todas las causas de separación y suspensión de los consejeros
de Estado y de los magistrados de las Audiencias.
Cuarto. Conocer de todas las causas criminales de los Secretarios de Estado y del
Despacho, de los consejeros de Estado y de los magistrados de las Audiencias,
perteneciendo al jefe político más autorizado la instrucción del proceso para remitirlo a
este Tribunal.
Quinto. Conocer de todas las causas criminales que se promovieren contra los
individuos de este Supremo Tribunal. Si llegare el caso en que sea necesario hacer
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efectiva la responsabilidad de este Supremo Tribunal, las Cortes, previa la formalidad


establecida en el artículo 228, procederán a nombrar para este fin un Tribunal
compuesto de nueve jueces, que serán elegidos por suerte de un número doble.
Sexto. Conocer de la residencia de todo empleado público que esté sujeto a ella
por disposición de las leyes. (se refiere al antiguo Juicio de residencia de los oficiales
reales)
Séptimo. Conocer de todos los asuntos contenciosos pertenecientes al Real
patronato. (El Real patronato es el derecho del rey a cobrar los diezmos de determinados
obispados y parroquias, como las de Indias)
Octavo. Conocer de los recursos de fuerza de todos los Tribunales eclesiásticos
superiores de la Corte. (El recurso de fuerza nace del derecho del rey a juzgar en
apelación contra sentencias tribunales eclesiásticos)
Noveno. Conocer de los recursos de nulidad que se interpongan contra las
sentencias dadas en última instancia para el preciso efecto de reponer el proceso,
devolviéndolo, y hacer efectiva la responsabilidad de que trata el art. 254. Por lo
relativo a Ultramar, de estos recursos se conocerá en las Audiencias en la forma que se
dirá en su lugar.
Décimo. Oír las dudas de los demás Tribunales sobre la inteligencia de alguna ley,
y consultar sobre ellas al Rey con los fundamentos que hubiere, para que promueva la
conveniente declaración en las Cortes.
Undécimo. Examinar las listas de las causas civiles y criminales, que deben
remitirle las Audiencias para promover la pronta administración de justicia, pasar copia
de ellas para el mismo efecto al Gobierno, y disponer su publicación por medio de la
imprenta.

4.6. La ley orgánica de 1870. El aparato judicial de la Restauración.


La Ley Orgánica de 1879 desarrolla en forma de disposiciones concretas los
principios del Título VII (El Poder Judicial) de la Constitución de 1869, principios de
unidad y exclusividad de jurisdicción, principio de legalidad y reconocimiento de la
inamovilidad del personal judicial, que en la teoría política liberal de la separación de
poderes son la clave de un poder judicial independiente.
Estos principios aparecían ya perfilados en la Constitución de Cádiz, donde se
diseña una administración de justicia perfectamente coherente con la teoría liberal
clásica; en la tarea de modificar las estructuras del absolutismo, y buscando el equilibrio
entre el ejercicio del poder y las libertades del ciudadano, la constitución gaditana
prefigura un sistema judicialista, en el que la hegemonía corresponde de hecho al Poder
Judicial. Sin embargo, la lenta implantación del liberalismo y su evolución hacia
posiciones doctrinarias, dan lugar a la instauración de una administración judicial
híbrida, caracterizada por el predominio del poder ejecutivo, que reclama la actividad
judicial como una parcela más de la administración. De este modo, aunque las
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constituciones de la época isabelina reiteran el principio de independencia judicial, la


inamovilidad y la unidad de fueros, en realidad la administración de justicia existente se
caracteriza por su dependencia absoluta del gobierno y el entrelazamiento en algunos
niveles de la misma con los organismos de la administración: así la jurisdicción quedaba
encomendada en sus niveles inferiores a los alcaldes –dependientes, por supuesto, del
ejecutivo–, mientras que los jueces de carrera van a permanecer en una situación de
interinidad permanente, engrosando el grupo de cesantes en cada cambio ministerial.
Producto de los legisladores del Sexenio, la Ley Orgánica del Poder Judicial de
1870 vuelve a los principios gaditanos, que por primera vez se plasman en disposiciones
concretas. Por este motivo, la administración de justicia así diseñada ha sido alabada
como modelo de independencia judicial, posteriormente adulterado durante la
Restauración.
La Ley de 1870 sigue en sus rasgos fundamentales la estructura jerarquizada de
tribunales esbozada en la Constitución de 1812: Juzgados, Audiencias y Tribunal
Supremo. Semejante estructura corresponde a la división de funciones procesales –
instrucción, resolución, apelación, casación... – que desde entonces se instaura. Por eso,
la definitiva codificación de la legislación procesal, en concreto las Leyes de
Enjuiciamiento Civil y de Enjuiciamiento Criminal de 1881 y 1882, conlleva la
modificación puntual de la estructura de tribunales: la Ley Adicional de 14 de octubre
de 1882 y el Real Decreto de 26 de julio de 1892 cierran la definitiva configuración de
la administración de justicia restauracionista.
En la base, los juzgados municipales entienden de asuntos civiles de mínima
cuantía y de las causas penales de menor trascendencia (juicios de faltas). Dada la
escasa trascendencia de sus funciones, la justicia municipal no se encomienda a jueces y
fiscales de carrera, sino que es desempeñada por ciudadanos de cada municipio,
designados por los presidentes de las Audiencias. Este sistema de provisión de cargos
municipales, denunciado como paradigma de los manejos caciquiles, no varía
sustancialmente en el periodo que estudiamos, a pesar de ser objeto de nueva regulación
en 1907 (La Ley Maura de 5 de agosto de 1907 modifica el procedimiento de
designación: ahora son las Salas de Gobierno de las Audiencias Territoriales –
integradas por el Presidente, los presidentes de Sala y el Fiscal– junto con los decanos
de los Colegios de Abogados quienes efectúan la designación a la vista de una terna
elaborada por el Juez de primera instancia del partido correspondiente al municipio y de
los informes del mismo sobre los candidatos).
En un nivel superior se sitúan los Juzgados de primera instancia e instrucción, así
llamados porque en ellos se resuelven en primera instancia los pleitos civiles, mientras
que sólo se procede a la primera fase (instrucción) de las causas criminales. Estos
juzgados son desempeñados ya por jueces de carrera.
La resolución de las causas criminales se reserva a tribunales colegiados de nueva
creación, denominados Audiencias, con la presencia del Jurado para determinados
delitos, desde su implantación en 1888. El Real Decreto de 16 de julio de 1892
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establece la existencia de una Audiencia criminal por Provincia, y de ahí toman el


nombre de Audiencias Provinciales.
A las Audiencias existentes con anterioridad, ahora denominadas Audiencias
Territoriales, corresponde conocer en segunda instancia de los litigios civiles.
El Tribunal Supremo que entiende en recursos de casación, es el vértice de la
estructura jurisdiccional.

La organización de la carrera judicial.

La estructura jerárquica de los tribunales tiene su correlato en la de la magistratura


como carrera. Analizaremos los mecanismos de ingreso y promoción en este cuerpo
jerárquico y los sistemas de traslado y acción disciplinaria a la luz de los conceptos de
independencia o dependencia externa, interna y psicológica de la magistratura.
El concepto de independencia externa hace referencia a las posibles presiones de
hecho del ejecutivo sobre la organización judicial. La independencia interna se refiere a
las relaciones entre los magistrados y sus superiores jerárquicos, y se entiende como “la
libertad del juez de obrar jurisdiccional y políticamente sin sometimiento a los poderes
de control jerárquico de los presidentes o de magistrados de grado superior,
exceptuando los controles jurisdiccionales básicos ejercitados en la sede de apelación
o en recurso de casación”. Por independencia psicológica o cultural se entiende “la
posibilidad del juez de autodeterminarse y de formarse opiniones propias”.
Como se sabe, el concepto de independencia del liberalismo es producto de la
teoría de la separación de poderes, y por eso atiende preferentemente a garantizar la
independencia externa de la magistratura.
La Ley Orgánica de 1870 establece el sistema de oposición para el ingreso en la
Judicatura o el Ministerio Fiscal, que en este momento constituyen una misma carrera
profesional. Se pretendía de este modo, como reconoce la exposición de motivos, acabar
con el favoritismo político, práctica común hasta entonces en la designación del
personal judicial. Una Junta Calificadora compuesta por miembros del Tribunal
Supremo, catedráticos de la Universidad Central y Letrados del Colegio de Abogados
de Madrid debía juzgar la capacidad técnica de los opositores, pasando los aprobados a
integrar un Cuerpo de aspirantes para proveer las vacantes que se fuesen produciendo en
los juzgados de 1ª Instancia. Este sistema de ingreso, aún cuando constituye un notable
avance en la profesionalización de la magistratura, todavía implica la intervención del
Ministerio de Justicia en las pautas de selección, al designar a los componentes de la
Junta Calificadora y elaborar los programas de oposición.
Por otra parte, la propia Ley reserva al Monarca la facultad de nombrar libremente
una cuarta parte de los magistrados de las Audiencias, entre abogados, catedráticos y
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fiscales con determinados años de ejercicio. De esta manera queda expedita la vía al
poder político para nutrir la carrera judicial con personal no ingresado por oposición. Se
inicia así el famoso 4.º turno, en cuya provisión influyeron otras consideraciones más
que el mérito profesional.
Por lo que se refiere a la promoción en la carrera, la Ley Orgánica instaura un
sistema combinado de antigüedad y mérito en la provisión de vacantes de Juzgados y
Audiencias. Al Consejo de Estado correspondía la propuesta en cada caso, bajo la
vigilancia de los tribunales, hasta que en 1873 esta propuesta pasa a ser privativa del
Tribunal Supremo. Este sistema de provisión no rige para los cargos que comportan
funciones de gobierno, es decir, desde presidente de sala de Audiencia hasta
magistrados y presidente del Supremo que son de libre designación del Gobierno. De
esta forma, los cargos judiciales de cierta relevancia en la estructura interna de la
organización judicial escapan a un sistema de promoción que se pretende aséptico y
caen en la órbita directa del poder político como corresponde al modelo de control
indirecto.
En la promoción profesional de jueces y magistrados juegan un papel importante
los informes anuales de sus superiores jerárquicos, informes que según los artículos
170.3 y 174 de la LOPJ han de versar sobre la actividad profesional del funcionario,
pero igualmente sobre su moralidad y conducta privada. La organización jerárquica de
la carrera judicial y los mecanismos de ascenso examinados generan en los jueces y
magistrados deseosos de promoción profesional una actitud de servilismo hacia las
indicaciones de los superiores jerárquicos –recordemos la procedencia ministerial de su
nombramiento– y de “disponibilidad frente al arbitrio gubernamental”.
La jurisdicción disciplinaria es un mecanismo más de control de la actividad
profesional y la conducta pública y privada de jueces y magistrados. En relación con la
normativa anterior, la LOPJ supone un notable avance en la regulación de las
correcciones disciplinarias, porque además de la simple enunciación del principio de
inamovilidad del personal judicial, establece por primera vez las condiciones para su
efectivo cumplimiento. El artículo 222 define la inamovilidad como “el derecho que
tienen los Jueces y Magistrados a no ser destituidos, suspensos, trasladados ni jubilados
sino por alguna de las causas que en este título se insertan”. Sin embargo, la
formulación de las causas posibles de destitución es muy imprecisa, y las garantías que
se ofrecen contra esta resolución muy reducidas.
La iniciativa de la acción disciplinaria se atribuye, lógicamente, a los presidentes
de Audiencia y al Ministerio Fiscal. La decisión corresponde a la Sala de Gobierno de la
respectiva Audiencia Territorial, excepto en caso de sanciones graves –traslado,
jubilación o destitución–, en que se reserva al Consejo de Ministros, a la vista de
expediente tramitado por la Sala de Gobierno de la Audiencia correspondiente.
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En la configuración e imposición de determinados modelos de juez no está


ausente el poder político, que manifiesta la actitud que espera de la magistratura a través
de sus intervenciones y las de los altos cargos judiciales. En consonancia con el
positivismo jurídico dominante, que considera al juez como mero aplicador de la ley, la
actividad judicial se concibe como función exclusivamente técnica y neutral,
enmascarando de esta manera los aspectos políticos que comporta la actividad
jurisdiccional, y legitimando la administración de justicia ante los ciudadanos.
Independencia, imparcialidad, apoliticismo, y unas elevadas cualidades morales son, por
tanto, las características del juez ideal. Esta es la visión que se impone al juez de su
profesión, pero, por otro lado, la disposición de la magistratura exige del mismo
disciplina, espíritu de cuerpo y una actitud receptiva ante las indicaciones de los
superiores.

El régimen de la Restauración mantuvo sustancialmente el modelo de


organización judicial diseñado por la LOPJ, al menos desde el momento en que existió
una magistratura a la medida de sus deseos, pero acentuó, asimismo, el carácter de
dependencia política de la administración de justicia, utilizando ampliamente las
posibilidades que la LOPJ ofrecía para la práctica invasora del Ministerio de Justicia.
Un ejemplo lo constituye la política de ascensos hasta 1912, pero también es relevante
la creación por Decreto de 4 de enero de 1904 de un nuevo mecanismo de control: la
Inspección Central de Tribunales, compuesta por magistrados designados por el
Ministerio. Se materializa de este modo la posibilidad que ofrecía el artículo 729 de la
LOPJ de crear un organismo inspector centralizado, dependiente directamente del
Ministerio de Justicia, cuando hasta entonces las funciones inspectoras residían
exclusivamente en los propios organismos judiciales.

4.7. La II República y la Administración de Justicia.

La organización judicial de la II República responde en sus rasgos fundamentales


al modelo desarrollado durante la Restauración, con base en la Ley Orgánica de 1870.
Las modificaciones introducidas desde 1931 se refieren básicamente a las funciones y
composición del Tribunal Supremo y al modo de nombramiento de los cargos judiciales
de designación ministerial.

Durante la II República se consagra la unidad de jurisdicción, que implica la


exclusiva competencia de la jurisdicción ordinaria y la restricción de las otras
jurisdicciones existentes. En efecto, la jurisdicción militar pierde su carácter de
privilegiada y excepcional, y se limita a entender delitos exclusivamente castrenses.
Además, entendiendo en un sentido amplio el principio de exclusividad de la
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jurisdicción en los tribunales ordinarios, se vinculan los tribunales militares a la


jurisdicción ordinaria, por medio de la supresión del Alto Consejo de justicia Militar, y
la creación de una Sala en el Tribunal Supremo para la sustanciación de los recursos
contra las decisiones de los tribunales militares inferiores. Asimismo, se profundiza la
vinculación de la jurisdicción contenciosa a la estructura judicial ordinaria estableciendo
una sala específica de lo contencioso en cada Audiencia Territorial.
Interesa destacar, asimismo, la vinculación, propia de un sistema democrático, que
se establece entre la administración de justicia y la sociedad, vinculación que se
concreta en la reinstauración del jurado, pero también –y esto es lo más novedoso– en la
elección directa de los jueces municipales por los ciudadanos y la intervención de
parlamentarios y representantes de los profesionales del derecho en la designación del
presidente del Tribunal Supremo (en octubre de 1932 se regula la composición de la
asamblea que había de designar al presidente del Tribunal Supremo, integrada por
parlamentarios, representantes de los Colegios de profesionales del derecho y miembros
de la carrera judicial).
El punto más conflictivo de la política judicial de la II República es la legislación
de personal. Según Villarroya es clara la intención de control del ejecutivo sobre la
magistratura, evidenciada por las jubilaciones forzosas de magistrados y las
disposiciones que modifican el nombramiento de presidentes y magistrados del Tribunal
Supremo. Con la jubilación forzosa se redujo sustancialmente la cúpula de la Carrera
judicial, a la vez que el nuevo sistema de provisión de cargos judiciales proporcionaba a
los componentes más jóvenes de la magistratura la posibilidad de ascender rápidamente.
Parece que los gobernantes republicanos tienden a limitar la influencia de la
gerontocracia judicial, de cuya lealtad desconfían por su vinculación a los gobiernos de
la monarquía y a la dictadura primorriverista; se apoyan, en cambio, en los estratos más
jóvenes de la Judicatura, por medio de un sistema de promoción que les deja las manos
libres en la selección de los cargos relevantes de la organización judicial, aunque sin
relajar los otros mecanismos que permitían al ejecutivo un control directo sobre la
administración de justicia. El resultado es un incremento sustancial de la dependencia
externa de la magistratura.
La Ley de 8 de septiembre de 1932 abre la posibilidad de una depuración de la
magistratura, si bien mediante la forma de jubilación con sustanciales ventajas
económicas, y ofreciendo la posibilidad de solicitud voluntaria a los magistrados que no
desasen servir al nuevo régimen. La jubilación afectó fundamentalmente a los jueces
con edades entre los 50 y 69 años, es decir, a los que ocupaban los puestos terminales de
la carrera.
Otra disposición fundamental será el decreto de 2 de junio de 1933, por el cual las
propuestas de nombramientos y traslados de jueces y fiscales corresponden a la Sala de
Gobierno del Tribunal Supremo a la que se agregan 5 asesores procedentes de las
Academias jurídicas, Colegios de Abogados y facultades de Derecho, rompiendo así la
tradicional exclusividad de la cúpula judicial en el control de la promoción en la carrera.
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Por otra parte, el Gobierno dispone de amplias posibilidades en cuanto a los


nombramientos para promocionar a sus leales: el Decreto de 15 de abril de 1931 reitera
el carácter discrecional de los altos cargos de la administración del Estado, incluidos los
judiciales. Las magistraturas del Tribunal Supremo, de nombramiento gubernamental,
pero reservadas por la LOPJ en sus tres cuartas partes a magistrados de término, se
abren a otros juristas de reconocido prestigio y sobre todo destaca un Decreto de enero
de 1933 que suspende las limitaciones que se imponían al Ministerio en los
nombramientos de carácter discrecional, que eran la relación entre determinados cargos
y categorías profesionales, y un mínimo de años de antigüedad en a carrera, con lo que
desaparecen los obstáculos a la promoción de los más jóvenes.
En resumen, la política judicial diseñada por los gobiernos de izquierda se orientó
a modificar el ordenamiento judicial para adecuarlo a las exigencias de un Estado de
Derecho y a fomentar la relación de la administración de justicia con la sociedad, a
través de la participación popular en las decisiones judiciales y en la designación de
algunos de sus cargos. No disminuyó, sin embargo, el control del ejecutivo sobre el
personal de la administración de justicia. Por el contrario, los gobernantes del primer
bienio incrementaron las facultades ministeriales de selección y promoción de jueces y
magistrados, para llevar a cabo la sustitución de una magistratura vinculada a la
Monarquía y a la Dictadura por otra más joven y presumiblemente más afín y leal al
régimen republicano. Los gobiernos del segundo bienio, por su parte, aprovecharon
estas modificaciones que incrementaban las posibilidades de control de la carrera por el
ejecutivo y repusieron en sus cargos a los magistrados separados en 1932.

5. BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES
Bibliografía:
ALZAGA, Oscar, “La Justicia en la Constitución de 1812”, UNED, Teoría y
realidad constitucional, nº 28, Madrid, 2011, págs. 243-278.
DÍAZ GONZÁLEZ, Fco. Javier & CALDERÓN ORTEGA, José Manuel, “La
administración municipal de Justicia en la España del siglo XIX”, Revista de Estudios
Histórico-Jurídicos, XXXV, Chile, 2013, pp. 294-345.
LANERO TÁBOAS, M., Una milicia de la Justicia. La política judicial del
Franquismo (1936-1945), Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1996.
LASSO GAITE, Juan Fco., Crónica de la Codificación, 1 Organización judicial
Madrid, 1970.
MORÁN MARTÍN, Remedios, Materiales para un curso de Historia del
Derecho español, Madrid, 2000.
TOMÁS Y VALIENTE, Fco., De la Administración de Justicia al Poder
Judicial. Conferencia, Fundación March, Madrid 30/03/1993.
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̶ Manual de Historia del Derecho español, Madrid, 1979.

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