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En la actualidad reconocemos sin gran esfuerzo las diferencias entre estos diversos tipos
de normas, pudiendo constatar que Derecho, Moral, Política o Religión, son realidades
normativas peculiares y distintas. Sin embargo, a medida que retrocedemos en el tiempo y nos
acercamos a las sociedades primitivas, las fronteras entre estas realidades se diluyen. En los
pueblos antiguos existía un acervo compartido de creencias y tradiciones que combinaban un
carácter mágico, religioso, moral, político y jurídico. Se trataba de un conglomerado
normativo, unitario y compacto, que expresaba el ethos social; esto es, las normas de conducta
efectivamente vigentes en el grupo y que definían lo que debía hacerse o no debía hacerse: los
tabúes presentes en cada sociedad. Tal grado de confusión se debe a la unidad de la
experiencia práctica humana. Y sólo proyectando nuestras actuales categorías conceptuales y
metodológicas sobre aquellas realidades, podemos distinguir líneas de separación entre ellas.
Las ciencias sociales han contribuido en gran parte en la paulatina distinción de límites y
acotaciones en lo que antes era un caos de normatividades difusas1.
En ese sentido la evolución histórica ha ido provocando una mayor diferenciación entre
los diversos órdenes normativos. No podemos extendernos aquí en desarrollar todo ese
proceso histórico, sin embargo, para ir aquilatando mejor el concepto de Derecho, resulta
conveniente analizar sus relaciones con esos otros ordenes normativos para diferenciarlo de
ellos, aun reconociendo las muchas afinidades y puntos de conexión que todavía comparten.
Así pues, nos referiremos a los órdenes normativos que se encuentran más cercanos a nuestro
objeto de estudio: la moral, los llamados usos sociales y la política. La complejidad de las
relaciones entre Derecho y Política será explicada en el tema tercero cuando abordemos la
noción de Estado de Derecho; aquí examinaremos las relaciones entre Derecho y ‘usos
sociales’ y entre Derecho y Moral.
1
Sobre este tema consultar A.E. Pérez Luño, Teoría del Derecho, cit., capítulo VII.
1
1. Derecho y usos sociales
Entre las normas más elementales que regulan el comportamiento de los seres humanos,
se encuentran las que comúnmente conocemos como reglas de urbanidad, de cortesía o de
educación. Algunos autores las han denominado reglas del ‘trato social’, otros hablan de
reglas ‘convencionales’. Sin embargo, la mayoría de autores prefiere referirse a ellas con el
término de usos sociales, puesto que consideran a las reglas de trato social como una parte de
esta más amplia categoría. Nosotros utilizaremos esta denominación.
Podemos definir los usos sociales, en sentido amplio, como un conjunto de prácticas,
pautas o reglas de comportamiento generalmente admitidas en una sociedad o en un sector de
la misma y que afectan a diferentes aspectos de nuestra vida, tales como la forma de vestir, de
comportarnos o de expresarnos2. Dentro del conjunto de los usos sociales se suele distinguir
entre usos sociales normativos y usos sociales no normativos. Veámoslo.
b) Usos sociales normativos: Frente a los anteriores presentan dos rasgos distintivos. En
primer lugar revisten una cierta vinculatoriedad u obligatoriedad social, lo cual explica que el
grupo ejerza cierta presión para conseguir su cumplimiento. Por otra parte, su inobservancia o
incumplimiento provoca una reacción hostil del grupo hacia el infractor. Ejemplos típicos de
usos sociales normativos son el saludo; en algunos lugares y momentos históricos el luto; etc.
Dentro de esta categoría se encuentran:
- las normas de carácter moral (la moral social o positiva) cuya observancia tiene para el
grupo gran importancia. De ahí que la presión para obtener su cumplimiento sea mayor
y la sanción social para el infractor sea más grave que en las otras.
Como puede verse, los usos sociales normativos comparten muchas de sus
características tanto con el Derecho como con la Moral. No son normas jurídicas ni tampoco,
en sentido estricto, normas morales; pero se parecen tanto a unas como a otras. De ahí que
algunos autores como RADBRUCH sostengan la imposibilidad de diferenciarlas
conceptualmente, aduciendo que el destino de los usos sociales es acabar siendo absorbidos
por el Derecho o por la Moral. En efecto, históricamente podemos comprobar cómo lo que
nació siendo un uso social ha acabado por convertirse en una norma jurídica (y viceversa), en
un constante proceso de integración recíproca. Pero no siempre sucede así y, además, eso no
afecta a su existencia ni al cumplimiento de una función social distinta a la del Derecho.
Entre los usos sociales normativos y el Derecho hay importantes semejanzas:
2
E. Fernández Ruiz-Gálvez, “Derecho y otros órdenes normativos”, en Introducción a la Teoría del
Derecho, VV. AA., Tirant lo Blanch, Valencia, 1992, p. 51 ss.
2
1. En primer lugar, los usos sociales y el Derecho se asemejan por su contenido; esto es,
por la materia que ambos regulan. Con frecuencia, el contenido de un uso social y de una
norma jurídica coinciden (por ejemplo, la prohibición de robar). Otras veces, lo que
originariamente fue un uso social acaba por convertirse en una norma jurídica, como
consecuencia de la evolución social (por ejemplo, las arras o la promesa de matrimonio).
RADBRUCH señala en este sentido el ejemplo de la limosna, que pasó de constituir un uso
social generalizado a promover la institución jurídica de la beneficencia3.
2. La estructura formal de las normas jurídicas y los usos sociales coincide. En ambos
casos se trata de imperativos hipotéticos que regulan las conductas. Tendremos ocasión de
profundizar en ello cuando hablemos de la teoría de la norma en el tema 4.
5. La presencia de la sanción es otro de los rasgos que asemejan los usos sociales al
Derecho. En efecto, en ambos casos existe una presión más o menos difusa dentro del grupo
social para su cumplimiento, provocando el incumplimiento una reacción hostil hacia el
infractor. Tal reacción, en el caso de los usos sociales, es inconcreta y puede ser muy variada
en cuanto a su gravedad e intensidad, oscilando desde el simple desprecio o descrédito social
hasta la marginación, pudiendo llegar incluso a la expulsión del grupo.
3
institucionalización de la sanción de los usos sociales frente al alto grado de
institucionalización de la misma en el Derecho, contribuye a distinguir ambos órdenes
normativos.
4. El criterio último y definitivo que permite diferenciar los usos sociales de las normas
jurídicas es el de la pertenencia (o no pertenencia) a un ordenamiento jurídico. Los usos
sociales no están incluidos en los ordenamientos, ni existen en su seno un conjunto de reglas
encargadas de establecer los criterios de pertenencia a su categoría, cosa que sin embargo
caracteriza al ámbito de lo jurídico. Por tanto, el criterio de la validez jurídica nos permite
diferenciar las normas jurídicas de los usos sociales.
2. Derecho y Moral
Las relaciones entre el Derecho y la Moral han sido siempre un tema de importancia
capital en la Teoría del Derecho y en la Filosofía del Derecho. Se trata de una cuestión
compleja y de gran trascendencia, puesto que de la respuesta que se da al problema dependen
otras cuestiones fundamentales, como la propia concepción del Derecho, su aplicación e
interpretación, los conceptos de legalidad y legitimidad o las cuestiones relativas a la
obediencia al Derecho.
5
Seguimos a E. Ferrnández, “Derecho y Moral”, en Curso de Teoría del Derecho, cit., p. 62 ss.
4
relaciones de convivencia. En consecuencia, decir que el Derecho es estructuralmente moral
significa decir, como ha señalado Elías DÍAZ, que “el Derecho aparece siempre como
realización de una cierta idea de justicia, una u otra, la que sea, como materialización de un
cierto sistema de valores. Toda legalidad es, en este sentido, expresión de una determinada
legitimidad, lo mismo que, viceversa, toda legitimidad tiende a realizarse a través de una
concreta y efectiva legalidad”6. He ahí la clave del entrelazamiento inescindible entre la Moral
y el Derecho. Veamos, a continuación, los tres modelos clásicos de relación entre ambos
órdenes
6
E. Díaz, Sociología y Filosofía del Derecho, Madrid, Taurus, 1980, p. 22.
7
Ver al respecto H. Kelsen, Teoría pura del derecho, Ed. Univ. de Buenos Aires, 1984, cap. II “El Derecho
y la Moral”, pp. 55- 64.
5
B) Distinción ente Derecho y Moral
Como se ha señalado, fue la escuela racionalista del Derecho natural, en el siglo XVIII,
quien insistió en la necesidad de diferenciar, e incluso separar, la órbita de lo jurídico y la
órbita de lo moral, preocupada primordialmente por la defensa de la libertad religiosa. Pero ha
sido KANT, en su obra Metafísica de las costumbres (1797), el autor que elaboró unos
criterios específicos de distinción entre ambos órdenes. Estos criterios, reelaborados por Elías
DIAZ en su obra Sociología y Filosofía del Derecho son los que seguimos aquí
fundamentalmente8.
Pero en la realidad ni existe una separación tan clara entre acciones internas y acciones
externas, ni podemos decir que al Derecho le interese sólo la corrección externa de las
acciones y que la Moral se desentienda de las consecuencias de éstas. En efecto, si bien es
cierto que hay actos humanos que no trascienden al exterior, quedando en el ámbito del
pensamiento o de la conciencia, no existen sin embargo actos que sean puramente externos,
pues todo acto humano tiene una parte siempre interior que radica en la intención, el
pensamiento, la conciencia. En mérito a ello E. Fernández y E. Díaz hablan de actos
interiorizados (aquellos que no se exteriorizan) y actos exteriorizados, (aquellos que sin
excluir su dimensión interna trascienden al exterior).
Pues bien, a la Moral le interesan tanto los unos como los otros, puesto que ésta no se
desentiende de los resultados de los actos atendiendo solamente a las intenciones. Por su parte
el Derecho se refiere sólo a los actos exteriorizados, en tanto en cuanto se exteriorizan, pero
teniendo en cuenta, cuando ello sea necesario, su dimensión interna. Esto se aprecia con
claridad en los supuestos de incumplimiento de las normas, sobre todo en el ámbito del
Derecho penal. Por ejemplo, en el caso de homicidio, el Derecho distingue entre el homicidio
culposo y el homicidio doloso; es decir, si la muerte provocada de una persona se produjo de
manera intencional o no, siendo diferente el reproche social en uno y otro caso y, en
consecuencia, la sanción impuesta. El resultado de la acción es el mismo (una muerte
provocada); sin embargo, la reacción del Derecho depende directamente de la intención
probada del sujeto que llevó a cabo la acción. Sólo aquellos actos que no se han
exteriorizado, permaneciendo exclusivamente en el ámbito de la conciencia o el pensamiento
de los individuos, son ajenos al Derecho.
8
E. Díaz, Sociología y Filosofía del Derecho, 2ª ed., Madrid, Taurus, 1980, p. 17 ss.
6
En su regulación del comportamiento humano, Derecho y Moral contemplan las
acciones humanas desde perspectivas diferentes. El Derecho lo hace desde el punto de vista
de su importancia y trascendencia social, mientras que la Moral lo hace atendiendo a su
significado, valor y dimensión individual y personal9. De ahí que tradicionalmente se haya
afirmado que el Derecho persigue exclusivamente fines sociales temporales (el bienestar, la
justicia o la seguridad), mientras la Moral tiene como fines todo lo relacionado con la
perfección personal e individual. Pero una versión revisada de este criterio niega que los fines
sociales competan sólo al Derecho y los individuales sólo a la moral.
Este criterio diferencial, aun pudiendo ser mantenido, necesita de una matización. Si
bien es cierto que las normas morales son reflejo de la conciencia moral individual, autónoma
y libre, no debemos perder de vista que en su formación y conformación juega un papel
fundamental la moral social10. Y, en sentido contrario, si bien es cierto que las normas
jurídicas avalan la heteronomía del Derecho, no podemos negar la existencia actualmente de
mecanismos políticos y jurídicos que debilitan esta tesis e introducen en el Derecho un grado
mucho mayor de autonomía (las normas son producto de amplios consensos sociales, basados
en mecanismos de participación ciudadana, que recogen, por tanto, en buena parte, las
convicciones morales de los individuos). Se trata del ideal al que tienden los actuales sistemas
políticos: la denominada democracia real o deliberativa (tan de moda en nuestro país en esta
última época a través del Movimiento 15-M). Con todo, la validez y la vigencia de las
normas jurídicas siguen partiendo del presupuesto de la heteronomía, puesto que no necesita
de la aceptación sus destinatarios.
9
Como señala Aristóteles, la moral individual aspira a que el hombre sea bueno, mientras que el Derecho
aspira a que sea buen ciudadano. El Derecho no puede reprimir todos los vicios ni imponer las virtudes, sólo los
contempla en la medida en que vicios y virtudes puedan afectar a los bienes de un tercero ( Ética a Nicómaco,
III).
10
E. Díaz, Sociología y Filosofía del Derecho, cit., p 26.
7
4. La imperatividad–atributividad del Derecho
5. Derecho y coacción
Ciertamente, el Derecho puede ser impuesto (en última instancia incluso utilizando la
fuerza física) y, ciertamente, el cumplimiento de las normas morales no puede ser impuesto
recurriendo a la coacción física porque se trata de conductas libremente aceptadas y realizadas
(aunque las normas morales sí están provistas de coactividad o ‘presión social’ para impulsar
a su cumplimiento). No obstante, identificar Derecho con un mero ‘orden jurídico coactivo’
suscita graves problemas teóricos: ¿todas aquellas normas que un Estado puede imponer por
la fuerza son Derecho? ¿Puede subsistir un orden coactivo que resulta mayoritariamente
contestado como moralmente injusto por los individuos? ¿Sólo la fuerza puede sustentar un
sistema jurídico? Analizaremos más adelante estos dilemas.
Una vez establecidas las diferencias, nos corresponde ahora analizar brevemente las
estrechas conexiones existentes entre el Derecho y la Moral, fundamentalmente relativas al
contenido:
8
igualdad, la seguridad, la certeza, etc. Ya dijimos que el Derecho, en mayor o menor medida,
es la expresión de la moral social predominante11.
3. Un tercer ámbito de conexión entre Derecho y Moral, por razón del contenido, está
constituido por las referencias explicitas que las normas jurídicas hacen a la moral. Por
ejemplo, tanto en el Código Civil (art. 1.275, etc.) como en el Código Penal (arts. 186, 449,
450, etc.) se contienen muchos preceptos con alusiones expresas a “la moral y las buenas
costumbres”. Por otra parte, las actividades tradicionales de beneficencia constituyen hoy el
contenido propio de derechos y deberes prestacionales y asistenciales (en el ámbito sanitario,
laboral, educativo, etc.) dentro del llamado Estado Social.
Como hemos apuntado, en la historia del pensamiento jurídico existen dos grandes
concepciones o modos básicos de entender el Derecho: el positivismo jurídico y el
iusnaturalismo. Se trata de dos grandes tradiciones o escuelas de pensamiento, cada una con
diferentes matices y posiciones entre los autores que las componen y en función de las épocas
históricas en las que se han ido forjando, pero cada una de ellas con un tronco de doctrina
común que las identifica y define.
A) Para los iusnaturalistas el Derecho sólo puede calificarse de tal (es decir, sólo
merece ser obedecido) si respeta una serie de exigencias o principios éticos o morales que
permiten calificarlo como “justo”. El iusnaturalismo no se ha presentado históricamente como
una doctrina unitaria, ha habido distintas escuelas iusnaturalistas. Pero por encima de los
matices, el iusnaturalismo comparte dos principios básicos: en primer lugar, que existe una
naturaleza humana común a todos los seres humanos, de la cual pueden deducirse los
principios básicos de justicia que deben regir las relaciones humanas. El conjunto de estos
principios básicos de justicia constituye el denominado Derecho natural. En segundo lugar,
los principios del Derecho natural deben informar y ser acogidos por el Derecho positivo para
que éste pueda considerarse justo. Si éste no los recoge o los vulnera, entonces las normas,
aunque sean coactivamente impuestas, ya no tienen el carácter de Derecho y, por tanto, no
obligarían a su cumplimiento.
11
E. Fernández, “Derecho y Moral”, cit., p. 69.
12
Seguimos aquí a E. Fernández Ruiz-Gálvez, “Derecho y otros órdenes normativos”, en Introducción a la
Teoría del Derecho, VV.AA., Tirant lo Blanch, Valencia, 1992, pp. 51 ss.
9
En algún momento (en la época del iusnaturalismo llamado racionalista, que se
desarrolló en los siglos XVII y XVIII) se entendió que esos principios éticos o morales que el
Derecho positivo debe respetar y asumir para ser obedecido, tenían un carácter inmutable y
universal. Desafortunadamente, el iusracionalismo contribuyó a desacreditar la doctrina del
iusnaturalismo clásico (que sólo hablaba de principios), al plantear la posibilidad de formular
un Derecho positivo perfecto, racional y universalmente válido para todo tiempo y lugar (esa
fue la inspiración de la codificación y, en especial del Code Napoleón de 1804, máximo
exponente del racionalismo europeo, que consagró el principio de que fuera del Código no
existe el Derecho). Su éxito fue el germen de su fracaso y desaparición (con la irrupción del
idealismo alemán y la Escuela Histórica del Derecho de Savigny).
El positivismo nace del esfuerzo de transformar el estudio del Derecho en una ciencia
exacta al estilo de la física, la matemática o las ciencias naturales, y para ello es
imprescindible excluir de él todo elemento no sometible a los criterios de racionalidad propios
de la modernidad; es decir, todo lo que no pueda ser objeto de una demostración (como la
matemática) o de una comprobación experimental (como la física). De ahí que la nota esencial
que determinará el concepto de Derecho formulado por el positivismo es la avaloratividad, la
asepsia valorativa, esto es: la exclusión de todo ‘juicio de valor’ y la exclusiva aceptación de
los ‘juicios de hecho’, como los únicos válidos para situar el estudio del Derecho en el terreno
de lo científico.
Ello conduce a plantear una separación radical entre el derecho que es y el derecho que
debe ser, o lo que es lo mismo: entre el Derecho y la Moral. Este aspecto ha sido y sigue
siendo hoy capital para delimitar el concepto positivista de derecho. Así lo ha reconocido
Herbert Hart (1907-1992), máximo exponente contemporáneo del positivismo jurídico, en su
obra más emblemática El concepto de Derecho. La independencia respecto del valor –la
“asepsia valorativa” o Wertfreheit, según la expresión de Max Weber (1864-1920)-, abre el
camino a los siguientes aspectos definitorios de la concepción positivista del Derecho:
1. Imperativismo (voluntarismo)
10
El Derecho es el producto de la voluntad del que tiene poder. Esta es la primera
consecuencia importante de la Wertfreiheit positivista: el Derecho deja de tener un referente
ético, prudencial y experiencial, para pasar a concebirse como un mandato. Por otra parte, al
prescindir de toda dimensión axiológica (que es una dimensión universal) se produce
necesariamente un trascendental reduccionismo: la identificación del Derecho con el
ordenamiento jurídico positivo del Estado nacional. Con ello se consagra la primacía y
exclusividad de la Ley como fuente de derecho. O lo que es lo mismo: la identificación del
Derecho con la Ley. El Estado se convierte, pues, en el “señor del Derecho”, monopolizando
los mecanismos de producción legislativa.
La reducción del Derecho a una herramienta al servicio del poder del Estado es
igualmente visible en otras construcciones doctrinales, como las del realismo jurídico,
también de corte anglosajón. En este sentido, el famoso juez norteamericano Oliver Wendell
Holmes (1841-1935), el jurista más influyente de su época, definía el derecho como “una
simple técnica de control social” (La senda del Derecho). En ese mismo sentido se pronunció
el también famoso juez y jurista estadounidense Roscoe Pound (1870-1964), fundador de la
escuela sociológica del derecho, definiendo el derecho como "ingeniería social", algo que no
guarda ninguna relación con los fines, sino exclusivamente con la eficiencia de los medios
(Filosofía del Derecho). Una definición del mayor agrado para cualquier gobierno (como
afirmó M. Villey).
2. Formalismo
Así aparece expuesto en la obra de Hans Kelsen (1881-1973), el famoso jurista checo,
impulsor de la Escuela de Viena. En efecto, sus rotundas palabras no dejan lugar a dudas:
“Las normas jurídicas pueden tener cualquier tipo de contenido” (Teoría General del Derecho
y del Estado). Dicho de otro modo: cualquier proposición puede ser jurídica mientras posea
las condiciones formalmente exigidas al efecto. Una formulación muy coherente con la
reducción del derecho a pura y simple técnica. Así lo afirma también Kelsen en otro momento
11
de su obra: “El derecho es la técnica social que consiste en obtener la conducta social deseada
de los hombres, mediante la amenaza de un medida de fuerza a aplicar en caso de ejercicio de
una conducta contraria” (Teoría General del Derecho y del Estado).
3. La coacción
12
La tesis positivista, que identifica al Derecho por la nota de la coacción y que cuenta
con el respaldo de los órganos del Estado, ha encontrado una variante en la obra de Hans
Kelsen (Teoría pura del derecho). En su concepción, la fuerza pasa de ser el instrumento a
ser el objeto mismo regulado por el derecho. De ahí que para el jurista checo “el problema de
la coerción no es el problema de asegurar la eficacia de las reglas, sino el problema mismo del
contenido de las normas”. El derecho, por tanto, quedaría reducido exclusivamente a la
regulación del uso de la fuerza. Como señaló Norberto Bobbio (1909-2004), no hace sino
describir la vieja teoría del “Estado gendarme” (Estado policía).
Pero quizá el autor en que ha llevado más lejos la visión coactiva del Derecho ha sido el
realista danés Alf Ross (1899-1979). Su libro Sobre el derecho y la justicia asume como
presupuesto la línea de pensamiento ya mencionada, que va de Ihering a Kelsen, y que
sintetiza en esta máxima: “Un orden jurídico nacional es el conjunto de reglas para el
establecimiento y funcionamiento del aparato de fuerza del Estado”. Pero las implicaciones
más profundas de esta identificación entre Derecho, coacción y Estado, que los autores
anteriores no se habían planteado, aparecen ahora en la obra de Ross con toda radicalidad:
“Desde un punto de vista cognoscitivo-descriptivo, y tal tiene que ser el punto de vista de la
filosofía del derecho como actividad teorética, es imposible, distinguir entre un ‘orden
jurídico’ y un ‘régimen de violencia’, por cuanto la cualidad de validez que serviría para
caracterizar al derecho no es una cualidad objetiva del orden mismo, sino sólo una expresión
de la manera en que éste es experimentado por un individuo. El mismo orden puede ser un
orden jurídico para una persona y un régimen de violencia para otra”. La formulación de Ross
permite ver cuál es el resultado al que se llega sosteniendo la tesis atomista y nominalista que
niega el carácter objetivo de lo cualitativo.
la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho a la violencia”.
14
En concreto en El concepto de Derecho, cit.
13
- necesidad de las sanciones.
4. La obediencia al Derecho
Desde los orígenes de la historia del pensamiento jurídico ha estado muy presente el
problema de la obediencia al derecho y, en consonancia con ella, si tal obediencia es sólo
jurídica o lo es también moral y política. La obligación de obedecer al Derecho, como ha
destacado Prieto15, es en la actualidad más vigorosa que nunca, por la incorporación de
contenidos sustantivos y morales tanto a las normas jurídicas como al proceso de
razonamiento jurídico, a través de las actuales constituciones democráticas.
En efecto, en las actuales sociedades democráticas, en las que los ciudadanos participan en el
proceso de elaboración de las normas y se acepta de manera general la legitimidad del poder
político, la cuestión de la obediencia al Derecho plantea muchos menos problemas que en
otros momentos históricos en el contexto de sociedades no democráticas. Sin embargo,
precisamente en este modelo actual de sociedad y de Derecho, y precisamente por
componente democrático y la asunción de la justicia como valor superior de todo el sistema,
se observa un auge de los fenómenos de desobediencia al Derecho.
1. Los contenidos de justicia del Derecho. El Derecho positivo tiene una presunción de
justicia que debe mover a su cumplimiento espontáneo.
2. La concepción de que el Derecho recoge los contenidos básicos de la moral social
vigente expresada en el desarrollo de los principios y derechos constitucionales (base
de la justificación moral de obediencia al Derecho).
3. La legitimidad democrática del poder político que justifica formalmente la voluntad
de obedecer las disposiciones del legislador.
Tradicionalmente se han señalado también otro tipo de razones (no morales) que
compelen a obedecer las normas jurídicas: la coacción (posibilidad del uso de la fuerza); la
necesidad de una convivencia pacífica; la seguridad; el interés o el bien particular, así como el
interés o el bien común. Es evidente que el temor a las consecuencias desagradables, esto es
15
L. Prieto, Constitucionalismo y positivismo, México, Fontamara, 1997.
14
las penas y sanciones jurídicas que comporta la infracción de las normas, resulta el
mecanismo de convicción más eficaz para la obediencia al Derecho.
Vemos, por tanto, que se aducen un conjunto de razones jurídicas y morales para
justificar la obediencia al Derecho. Pero no todos comparten la existencia de esta obligación.
En la doctrina española, el trabajo de GONZALEZ VICÉN titulado “La obediencia al
Derecho” adquirió notoriedad debido a su conocida afirmación de que “mientras que no hay
fundamento ético para la obediencia al Derecho, sí hay un fundamento ético absoluto par su
desobediencia”16. Tal afirmación abrió un intenso debate doctrinal en el que han participado
fundamentalmente E. Díaz, J. Mugerza, M. Atienza y E. Fernández. Podríamos resumirlo del
siguiente modo17.
15
justificar una desobediencia al Derecho amparándose en razones morales. Como ha señalado
Hart, la validez formal de una norma no implica que exista la obligación moral de obedecerla,
de ahí que la posibilidad de desobedecerla se plantea cuando el contenido de la norma puede
considerarse injusto o moralmente inicuo. Aquí radica el punto más delicado de la cuestión:
¿cuándo un precepto jurídicamente obligatorio puede considerarse injusto? ¿quién está
legitimado para formular ese juicio?
19
J. Rodríguez, “La desobediencia civil y la objeción de conciencia”, en Curso de Teoría del Derecho, cit.
16
al servicio militar) cada supuesto de objeción de conciencia debería ser expresamente
contemplado por la ley.
Hasta hace unos años los ejemplos más destacados de objeción de conciencia en el
ordenamiento español estuvieron relacionados, como dijimos, con el servicio militar
obligatorio y la atención médica para la práctica del aborto. Sin embargo, debido a los
derroteros tomados por nuestro legislador en los últimos años, los supuestos se han
multiplicado en la actualidad, extendiéndose al ámbito de la educación (objeción a la
asignatura EpC), de la bioética (intervención en determinadas prácticas genéticas,
diagnósticos prenatales, etc.), de la judicatura (celebrar matrimonios de personas del mismo
sexo) o de la libertad religiosa (guerra del crucifijo, del velo en la escuela, etc.)20.
La desobediencia civil tiene siempre una finalidad política, razón por la cual debe ser
siempre pública y manifiesta. No se trata, como ha señalado la doctrina, de un derecho
subjetivo sino de una situación fáctica, que pretende llamar la atención tanto del poder, como
de la opinión pública sobre la injusticia de determinadas normas. Conviene señalar, no
obstante, que los motivos que mueven a los desobedientes no son sólo morales, normalmente
convergen también otro tipo de motivos políticos o jurídicos.
20
Un profundo análisis sobre la objeción de conciencia en nuestros días podemos encontrarlo en R.
Navarro Valls, y J. Martínez Torrón, Conflictos entre Conciencia y Ley. Las objeciones de conciencia, Iustel,
Madrid, 2011.
17
18